«So look me in the eyes
Tell me what you see
Perfect paradise
Tearing at the seams
I wish I could escape
I don't wanna fake it
Wish I could erase it
Make your heart believe
But I'm a bad liar»
Bad liar, Imagine Dragons.
-Alguien a quien amar-
Can anybody find me somebody to love?
Capítulo 3. Susurros del pasado
Se despertó temprano como de costumbre. El estrés del día anterior la había dejado tan cansada que, por primera vez en muchos meses, logró dormirse pronto y durante toda la noche. Se bañó, se vistió, desayunó y recogió toda la casa, excepto el cuarto de Yami, pues no había salido aún y no era algo que fuera responsabilidad suya.
Pasaron un par de horas más. La puerta de su habitación estaba entreabierta, pero no se atrevió a asomarse siquiera. No quería invadir su espacio personal y tampoco le haría bien hacerlo, así que desistió pronto. Decidió que lo mejor sería comunicarse con su madre, pues no había dejado ningún preparativo de la boda hecho ni tampoco había habido ningún anuncio sobre el acontecimiento.
La nobleza tenía ciertos protocolos absurdos que nadie entendía, pero que se seguían haciendo, y uno de ellos era hacer un anuncio oficial de ciertos sucesos importantes de las familias nobles. A Charlotte siempre le habían parecido una completa estupidez, pero, al enfangarse en esa espiral de sinsentido que suponía aquel matrimonio concertado, tenía que hacer ciertas cosas que estaban atadas a él, aunque no le agradaran demasiado.
Su madre le contestó enseguida. Observó su rostro en cuanto la comunicación comenzó. Sus ojos azules se veían más ilusionados que nunca. Bien sabía que a ella le importaban mucho las apariencias y tener una hija al borde de cumplir treinta años y que no se había casado daba una imagen bastante mala de la familia. No importaba demasiado si era fuerte o si había conseguido ser capitana de una orden prestigiosa, porque lo único que se apreciaba era la perpetuación del linaje, la sangre y el apellido.
Ese tema era un tanto complejo para ella. No era el sueño de su vida tener hijos, pero sí que se lo había planteado en algunas ocasiones. En las recurrentes fantasías que había tenido con Yami, siempre se había imaginado siendo la madre de sus hijos, pero eso daba ya igual, porque, en cuanto se casara, debería dárselos a otro hombre. Sintió un escalofrío en la espalda de tan solo pensarlo mientras su madre se dedicaba a parlotear sin parar y ella no le prestaba la mínima atención.
Estaba claro que su futuro marido querría tener descendencia y que sus padres esperaban lo mismo de ese matrimonio. El legado de los Roselei no se podía acabar ahí, así que esa pantomima no tenía otro objetivo que no fuera el de engendrar hijos que sostuvieran a ambas familias.
Le resultaba un poco triste. Era lógico creer que sus propios padres la habían tenido a ella justamente por ese motivo y sentía un miedo irracional al pensar en la posibilidad de convertirse en una madre distante y alejada de sus emociones, justo como ella siempre había sentido a sus dos progenitores. Entendía que no le tuvieran especial cariño porque ni siquiera entre ambos se lo profesaban, pero esa carencia la había acompañado durante toda su vida. No tenía mala relación en sí con sus padres, pero entre ellos reinaba una indiferencia y un silencio cortante e incómodo que no quería seguir perpetuando.
Le repugnaba completamente la idea de tener hijos y no llegar a sentir ningún cariño por ellos, pero más aún, el acto que precedía y que era indispensable para crearlos. Pensar en ese hombre soso y que no despertaba en su interior nada más que pereza tocando su cuerpo le hacía sentir náuseas.
—Charlotte, cariño, ¿me estás escuchando?
La Capitana de las Rosas Azules sacudió ligeramente la cabeza y fijó su vista de nuevo en el rostro sereno de su madre. Se alegró enormemente de que la sacara de esa amalgama de pensamientos que tanto daño le hacían.
—Disculpa, mamá, me he distraído. ¿Puedes repetirlo?
—No sé dónde tienes la cabeza. Tanto luchar y recibir golpes te va a dejar sin neuronas. —Charlotte compuso un gesto de hastío, pero prefirió no responder—. Te decía que ayer mismo anuncié el compromiso y la fecha de la boda. Pero, hija, veo excesivo que yo me encargue de todos los preparativos.
—Sabes que estoy en una misión y no podré hacer nada. Cuando vuelva se celebrará la boda. Se hará todo tan rápido como querías, así que no sé por qué te quejas.
—Pues porque una boda es algo íntimo y especial, y que debería ser a tu gusto. ¿Hasta el vestido lo tengo que escoger yo?
—Sí, todo. Confío en tu criterio.
Su madre, tras el pesar inicial, continuó hablándole sobre formas, colores, adornos, iglesias y localizaciones para la celebración, pero ella no escuchó ni una sola palabra más. Se limitó a asentir, a contestar con monosílabos y a mirar de reojo la rendija que formaba la puerta sin cerrar de la habitación de Yami, de la que no salía ni un solo sonido.
Cuando su madre no tuvo más que decir y ante sus escuetas contestaciones, la comunicación se cortó y Charlotte suspiró con un inmenso alivio al no tener que escucharla más.
Se sentó momentáneamente en el sofá del salón, entrelazó sus dedos con nerviosismo mientras posaba las manos encima de su regazo y miró hacia el techo de la que sería su casa durante los siguientes tres meses.
La noche anterior había sido un tanto tensa. No se esperaba que aquella conversación con Yami se desarrollara y tampoco quería mentirle, pero su orgullo estaba herido y no quería que sintiera que tenía un poder sobre ella que, en efecto, aún poseía.
No sabía si él podía reconocer su mentira a través de la lectura de su energía vital, pero parecía ser que su enfado y su aparente convicción habían hecho que creyese que sus palabras eran certeras. Sin embargo, lo que él no sabía era que el corazón le latía a un ritmo absurdo mientras pronunciaba aquel profundo engaño. En cierto modo, también lo hizo para quitarle la responsabilidad a él de comportarse de un modo delicado que no iba para nada con su personalidad ni su habitual actitud. Con Yami creyendo que su corazón no albergaba por él ningún sentimiento amoroso en su interior, todo sería mucho más sencillo entre ellos.
Incluso había sido capaz de decirle que estaba conociendo a alguien, pero no que se iba a casar. En un principio, no entendió haberle ocultado ese detalle, si realmente quería mostrarle una actitud distante e indiferente, pero, tras analizar un poco la situación, se dio cuenta de que el motivo por el que no le dijo toda la verdad sobre ese asunto era que no quería defraudarlo.
La imagen que Charlotte siempre había proyectado ante los demás era la de una mujer fuerte, independiente y resolutiva, y que él descubriera que había pactado un matrimonio de conveniencia podría cambiar la percepción que tenía de ella. Por mucho que intentara negarlo, le importaba que la considerara como a una mujer íntegra y fiel a sus valores. Le atemorizaba que esa imagen se resquebrajara y Yami la viera como una falacia que no se comporta como realmente desea, sino como la sociedad espera que haga.
Se levantó, cansada ya de lidiar con sus propios pensamientos, y se dirigió hacia el cuarto de su compañero. Le parecía increíble que estuviera a punto de ser mediodía y todavía siguiera durmiendo. Se suponía que eso era una misión conjunta y que debían salir a comprobar si las mazmorras estaban apareciendo, pero ahí estaba él, despreocupado y comportándose como si estuviera de vacaciones.
Sin pensarlo demasiado, se asomó por la rendija de la puerta. No quería hacerlo, pero la curiosidad y la impaciencia ganaron. Sus ojos pasaron brevemente por la habitación y pronto se posaron sobre la espalda desnuda de Yami, que estaba tumbado de costado y tapado hasta la cintura con una sábana blanca.
Se tentó con entrar en la habitación completamente para despertarlo, pero no pudo. Observó su cuerpo minuciosamente, preguntándose cómo se sentiría recorrer despacio con las yemas de sus dedos aquella espalda que tanto deseaba. Se ruborizó un instante ante sus pensamientos y decidió cortarlos, porque se conocía bien y sabía hacia donde viajaría su imaginación. Se dio la vuelta y salió para ir a su cuarto a por un libro para matar el tiempo leyendo, pero, cuando estaba a medio camino, un grito desgarrador le paralizó el cuerpo.
Se detuvo, sin ser capaz de moverse un solo centímetro, en medio de la estancia. No estaba segura de si había escuchado bien, de si ese grito había sido real o solo un producto absurdo de su mente. Sin embargo, cuando escuchó un segundo grito igual de lastimero y desesperado saliendo de la habitación de Yami, se giró con velocidad para ir hacia allí.
Abrió la puerta y se lo encontró tumbado bocarriba encima de la cama, sudando y jadeando mientras sus labios pronunciaban la palabra «no» de forma constante, ya en un tono de voz más bajo pero igual de afligido.
Ella se acercó con cierto recelo, no estando segura de si debía despertarlo, pero tras ver su rostro deformado por el dolor y la forma en la que apretaba las sábanas entre los dedos de sus manos con tanta fuerza que los nudillos se le estaban poniendo blancos, decidió actuar.
Se sentó muy despacio, de la forma más delicada que pudo, encima de la cama, muy cerca de sus piernas. Suspiró para reunir el suficiente valor como para tocarlo y acarició su hombro lentamente. Sin embargo y a pesar del sumo cuidado que tuvo en sus movimientos, Yami se sentó de golpe en la cama mientras la sostenía con fuerza por los hombros y la miraba con los ojos desencajados por completo. Ella se sobresaltó al verlo cogiendo una gran bocanada de aire que le sobrecogió el corazón. Tras verlo respirar profundamente, su mirada oscura pareció recordar dónde se encontraba y con quién estaba, pero ni por esas la soltó, aunque su agarre se suavizó considerablemente.
—¿Charlotte…?
—¿Estás bien? Te he escuchado gritar, por eso he entrado.
Lo vio mirando su mano, que aún se posaba sobre su hombro con cuidado, y después su agarre y la soltó. Charlotte sintió una especie de vacío abismal cuando el contacto finalizó, pero seguía preocupada por su estado. Yami se frotó el rostro y después la miró de nuevo.
—Estaba teniendo una pesadilla. Lo siento.
—No te disculpes por algo que no puedes controlar —dijo muy seria y luego se levantó de la cama con una tranquilidad inusual—. Tenemos que ir a dar una vuelta de reconocimiento para comprobar si ha aparecido alguna mazmorra. Te estaré esperando fuera, ¿vale? Tómate el tiempo que necesites.
Yami asintió y la mujer abandonó la habitación y después la casa sin que aquel sentimiento de pesar por el estado psicológico del Capitán de los Toros Negros la pudiera abandonar. Jamás lo había visto con el rostro tan contraído por el sufrimiento. Algo le hacía pensar que no era la primera vez que tenía esa clase de pesadillas, aunque ni siquiera sabía sobre qué eran.
La miró saliendo de su habitación y se quedó perdido en el perfil de su rostro preocupado. Parpadeó un par de veces cuando dejó de verla, se restregó la cara con ambas manos y después se quedó mirando fijamente un punto aleatorio, cercano al armario.
Hacía un tiempo que no tenía una pesadilla de ese estilo, aunque no era la primera. Cuando era el fantasma de su madre el que lo perseguía en sueños, eran cálidos y le solían dejar una sensación de tristeza nostálgica, pero un tanto reconfortante también, pues era una forma de mantenerla viva, a su lado. Sin embargo, el sueño que acababa de tener había sido horrible; Julius se presentaba ante él. En realidad, no era Julius, sino más bien su cadáver medio descompuesto diciéndole que lo había asesinado, que confiaba en él y que por qué le había pagado de aquella forma, si siempre había tratado de ayudarlo y protegerlo.
Todavía estaba muy confuso, pero se alegraba de no haber estado solo en ese momento. Cuando abrió los ojos solo fue capaz de ver una silueta enfrente de su cuerpo, pues el pánico no lo dejó vislumbrar la realidad con claridad. Sin embargo, al observar que era Charlotte quien se encontraba a su lado, notó enseguida los latidos de su corazón aminorando su velocidad y su cuerpo tranquilizándose al instante.
Si era sincero consigo mismo, debía reconocer que le daba un poco de vergüenza que lo hubiese visto tan desesperado. Yami era un hombre rudo que no solía mostrar su fragilidad ante los demás con frecuencia, ni siquiera a los miembros de su orden, a quienes consideraba como su familia y con los que pasaba más tiempo.
Jamás habría podido imaginar que sería la Capitana de las Rosas Azules quien lo viera con los ojos desencajados por el temor y la piel bañada por el sudor que los escalofríos derivados de aquella vívida pesadilla le habían producido.
Era extraño o más bien curioso, porque la forma en la que su mano le había acariciado el hombro con sutileza y un atisbo casi imperceptible de cariño lo tenía descolocado. Además, nunca en todos los años que llevaba conociéndola había escuchado su voz en un tono tan suave y comprensivo. Si se paraba a analizarlo con detenimiento, le había emocionado de forma más que considerable la familiaridad con la que lo había tratado. Le gustaría volver a ver ese lado mucho más humano más asiduamente, y era cierto que esos meses podían crear la oportunidad perfecta para lograrlo. Yami no esperaba que fueran amigos íntimos, pero al menos quería que su relación mejorara.
Consiguió levantarse de la cama tras algunos minutos en los que sus pensamientos mantuvieron su cuerpo completo anclado al colchón. Estiró sus músculos de la forma en la que buenamente pudo y fue a ducharse rápidamente para no hacer esperar demasiado a Charlotte.
Mientras el agua le escurría por la superficie de la espalda, pensó en la noche anterior y en la contundencia con la que Charlotte le había asegurado que ya no lo amaba. No entendía que le hubiesen impactado tantísimo esas palabras, cuando debería considerarlas como un alivio. La misión sería mucho más llevadera y sencilla sin sentimientos de por medio, pero no podía negar que sentirse amado por una mujer tan increíble como lo era la Capitana de las Rosas Azules le producía una sensación de quietud que no había sabido valorar hasta ese momento.
Cortó el agua y salió de la ducha. No merecía la pena seguir dándole vueltas a un asunto que no tendría más recorrido. Debía aceptar la realidad: Charlotte ya no lo quería, Julius no volvería y él tenía una misión pendiente y que debía cumplir.
Salió de la casa sin comer nada. La mujer lo miró de reojo y su ceño se frunció cuando Yami se sacó un cigarro del bolsillo y comenzó a fumar con ansiedad. La observó brevemente; iba vestida con su uniforme, pero no llevaba casco ni tampoco armadura o capa, y se había recogido el cabello en el moño que solía hacerse.
—¿Has desayunado algo siquiera? —le reprochó.
—No, ya es tarde.
—¿Todos los días te despiertas a esta hora? Esto es una misión conjunta, no puedes ir por libre.
—Tengo el horario de sueño bastante jodido. Trataré de arreglarlo.
—Bien, gracias.
Continuaron caminando en un sepulcral silencio que a Yami le inquietó. Esa corta interacción nada tenía que ver con la preocupación que había visto reflejada en los ojos, los gestos, el rostro y las palabras de Charlotte hacía apenas un rato. Ante su inexplicable y repentino cambio de actitud, comenzó a sentir como si alguien diminuto le estuviera cavando un agujero en el pecho que cada segundo se hacía un poco más profundo.
La miraba de soslayo continuamente, pero no alteraba su reacción. Su ki, más que nervioso, estaba molesto. Lo estaba desde que él llegó a la casa el día anterior y le habló como si nada hubiera sucedido entre ellos. ¿Tal vez ese era el problema? Se podría plantear hablar con ella de forma sincera, mostrarle cómo se sentía o qué pensaba sobre todo lo que había pasado entre ambos. Sin embargo, al imaginarse a sí mismo abriéndose de esa forma, contándole a alguien que estaba triste y que se sentía tremendamente solo, un miedo intenso le atravesó el cuerpo.
Llegaron al lugar en el que sospechaban que aparecerían las mazmorras, pero no encontraron nada. Tal vez era demasiado pronto para acceder a ellas. Apenas llevaban un día allí, así que no habrían consumido suficiente poder mágico como para abrir sus puertas. Pero claro, Charlotte y su responsabilidad férrea le obligarían a ir día tras día al lugar hasta encontrar algo, de eso no le cabía la más mínima duda.
Al volver a la casa, Yami se dispuso a cocinar y Charlotte le recordó el trato que tenían sobre la limpieza del lugar. Se lo dijo de una forma bastante directa; básicamente le advirtió de que no era su madre o su criada y de que no quería estar recordándole a cada instante que debía mantener cierto nivel de higiene para que pudieran tener una buena convivencia.
Él asintió ante sus palabras porque sabía que llevaba razón, pero realmente estaba muy cansado, ya que el día anterior había dormido tremendamente mal. De todas formas, tenía toda la tarde disponible porque acordaron que irían por las mañanas a la zona de las mazmorras.
Comieron juntos, pero con el silencio siempre como acompañante fijo. Tras acabar, Yami insistió en ser él quien recogiera y limpiara la cocina y ella aceptó. Le dijo que se iría a dar un paseo por la playa y él, aunque quería hacerle muchas más preguntas e incluso proponerle unirse a ella más tarde, se mordió la lengua y le dijo que la esperaba al menos para cenar.
Así fue. Yami no supo dónde pasó la tarde Charlotte, pero llegó cuando el atardecer bañaba ya todo el cielo con sus colores rojizos y anaranjados. No le preguntó tampoco nada. Dejó de leer el periódico cuando la vio entrar, la saludó y aplastó la colilla del cigarro que se estaba fumando contra el cenicero. Dispersó el humo con la mano porque sabía que le molestaba.
Tras la cena, el Capitán de los Toros Negros apiló un poco de madera que había encontrado en la parte de atrás de la casa, en una especie de cuartillo donde había algunas herramientas guardadas, dentro de la chimenea, para encenderla. Una vez lo hizo, se sentó enfrente del calor del fuego y, mientras escuchaba el crepitar de la madera que se consumía lentamente, escuchó la puerta de la habitación de Charlotte abriéndose.
La miró al instante. Ella pareció querer decir algo y a él se le pasó por la cabeza por un efímero instante tratar de detenerla, pero no le salían las palabras. Sin embargo, cuando la vio cruzando la puerta para perderse en el interior de la habitación, fue por fin capaz de articular su nombre.
Charlotte volvió a salir y giró su rostro para mirarlo. No le contestó, pero se quedó quieta, frente a la puerta, esperando que continuara.
—¿Te quedarías un rato aquí conmigo? —Ante su gesto de inminente negativa, Yami insistió—. Te prometo que no te entretendré mucho tiempo.
Pareció titubear un poco, pero, tras algunos segundos en los que probablemente meditó la idea, decidió volver a cerrar la puerta de la habitación, darse la vuelta, dirigirse hacia donde él se encontraba y sentarse a su lado.
Notó su cuerpo tenso e incómodo al mirarla de soslayo. Llevaba el pelo suelto, increíblemente dorado, y una ropa informal con la que jamás la había visto. Sus ojos brillaban por el reflejo de la luz que proyectaba el fuego y su azul centelleaba trasluciendo un sentimiento potente e intenso que él no sabía descifrar. Que tal vez jamás sabría cómo interpretarlo.
—¿No te sientes un poco cansada?
Charlotte se giró para mirarlo, pero solo un instante. Pronto, sus ojos se clavaron de nuevo en las llamas.
—Sí. Creo que es el efecto que hacen las mazmorras en nosotros. Al fin y al cabo, nos están quitando nuestra magia. Es normal.
—Fuegoleon es un sádico. Vaya misión nos ha mandado a hacer.
Le pareció verla esbozando una tímida sonrisa, pero enseguida su gesto se volvió serio de nuevo.
—No seas irrespetuoso. Es el Rey Mago, te guste o no.
—No, si a mí sí me gusta. Lo voté.
—Yo también —le dijo Charlotte, siendo por fin capaz de mantenerle la mirada. Su gesto se sosegó y su cuerpo pareció perder la tensión que la había acompañado hasta ese momento.
—Me pareció mejor que el engreído de Nozel, aunque esperaba otra candidatura que al final no se presentó.
—¿La de quién? —preguntó con curiosidad, una faceta que nunca había visto Yami en ella.
Le sonrió ampliamente. Sabía que no se lo esperaría, así que decidió comentárselo, porque realmente se había quedado con las ganas de saber si ella quería ser la mandataria del reino y también quería demostrarle que tenía apoyos de peso para lograrlo.
—La tuya.
El ki de Charlotte fluctuó notablemente y a él le pareció divertida su reacción, pues se sonrojó levemente, después carraspeó y sus ojos, atónitos y tremendamente curiosos, se alzaron para darse de bruces con su mirada entretenida.
—¿Por qué? —le preguntó.
—Creía que querías el puesto.
—Yo… bueno, la verdad es que no estaba segura en ese momento, así que decidí que era mejor no hacerlo.
—Eso no te pega mucho, Reina de las Espinas. Tú no sueles actuar así.
—Ya. —La vio un tanto dubitativa, como si no estuviera realmente segura de si seguir hablando o no. Finalmente, lo hizo—. Sinceramente, no creía contar con ningún voto. No quería hacer el ridículo.
Yami se quedó extrañado ante esas aseveraciones. Todo el mundo sabía que Charlotte era una guerrera formidable y entregada a su trabajo. Además, era la capitana que más efectiva era con los informes y los temas de oficina que tanto le molestaban a él. Cualquiera la habría querido como Reina Maga del Reino del Trébol.
Siempre había tenido la consideración de que era una mujer muy segura de sí misma y de sus capacidades. Pero claro, no la conocía suficiente y esa sensación solo era una especulación. Quizás, la imagen que tenía de Charlotte era solo la que ella siempre había querido proyectar sobre los demás, su superficie. El interior de esa mujer tan enigmática era un verdadero misterio que cada día le interesaba un poco más.
—Yo te habría votado. Sin lugar a duda. Voté a Fuegoleon porque no tuve más remedio, pero mi voto era tuyo. Y sé que el de otros capitanes, también.
El sonrojo del rostro de Charlotte volvió, esta vez con más fuerza aún. La comunicación entre sus miradas se cortó de forma radical, pues ella se entretuvo en observar el suelo y en recogerse un mechón de pelo detrás de la oreja con su mano izquierda.
Él, divertido con su reacción, no podía dejar de mirarla ni un instante. Era tan guapa que se le antojaba incluso irreal. Sus facciones eran preciosas, pero se le hacían perfectas cuando sus mejillas se cubrían de aquel carmesí que tanto le gustaba.
—¿Por qué…? —se atrevió a decir en un susurro ahogado.
—Porque eres la mejor guerrera que he conocido en todos mis años de servicio.
Pensó en describirle todas sus capacidades en el campo de batalla y en alabar su fuerza a pesar de todas las dificultades que su maldición le produjo, no sin olvidarse de ensalzar su gusto y puntualidad con las montañas de papeles que los capitanes debían rellenar en cada misión y sobre el funcionamiento y rendimiento de las órdenes en general, pero decidió dejarlo así.
Esa frase condensaba a la perfección lo que pensaba de ella y de su desempeño profesional, así que no añadió ni una sola palabra más.
Charlotte se tapó el rostro con las dos manos y él soltó una carcajada que no esperaba respuesta. Pero sí que la tuvo. La mujer apartó las manos de su cara, lo miró de forma tierna y, por primera vez en meses —tal vez, incluso en años—, le dedicó una sonrisa sincera y llena de emoción.
—Gracias, Yami.
El Capitán de los Toros Negros se quedó petrificado ante aquel gesto de agradecimiento. Estaba seguro de que incluso su perplejidad se había notado en su rostro durante algunos instantes, pero para no llenar el momento de incomodidad, le devolvió la sonrisa.
El silencio volvió durante un rato, pero no para quedarse. Yami, habiendo abierto esa brecha minúscula de confianza, no dejaría que se arruinara. Y aunque estaba seguro de que no debía meterse en asuntos que no le incumbían, lo hizo, porque al final siempre actuaba por impulsos y sin meditar demasiado las consecuencias de sus actos o de sus palabras.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro.
—¿La persona a la que estás conociendo es una mujer?
Charlotte abrió un poco más los ojos ante esa pregunta. Se notaba que no se la esperaba, pero reaccionó de un modo mucho más afable del que Yami podría haber imaginado.
—No, es un hombre.
—Y yo que creía que no te gustaban los hombres…
El comentario le sonó al preludio de algo como «y ya van dos» y rezó internamente para que Charlotte no se diera cuenta o lo ignorara. Le salió bien, porque ella parecía estar de muy buen humor. Incluso se le escapó una risita escueta de entre los labios que lo hizo, de nuevo, sonreír.
—Me gustan, aunque soy muy selectiva con ellos. —Un silencio incómodo se instaló entre ambos capitanes tras esa afirmación y ante la evidencia de que se refería a él también. Yami no entendió por qué dijo eso. No se consideraba alguien demasiado especial y tampoco destacaba entre los demás hombres del reino—. Pero, para contestar a la pregunta que no me has hecho pero que sé que quieres saber: sí, me gustan las mujeres también.
—Bueno, lo suponía. ¿Has salido alguna vez con una mujer?
Yami se arrepintió de irse metiendo cada vez más en terreno personal. Sabía que tantas preguntas privadas abrumarían a la Reina de las Espinas más tarde o más temprano, pero en esa ocasión se equivocó otra vez, pues ella le contestó con simpleza, continuando con una conversación que le estaba resultando muy agradable.
—Sí, salí con dos, aunque eso fue hace mucho tiempo. No cuajó la cosa con ninguna. No pude quererlas como merecían.
Al escucharla, le surgió la imperante necesidad de saber si aquellos fracasos amorosos de Charlotte con esas mujeres se debieron a que en esa época ya estaba enamorada de él, pero no se atrevió a tanto. No estaba preparado para hablarle directamente de ese asunto y sabía que ella tampoco para afrontar algo así.
—Lo siento.
—No te preocupes. Es pasado. No va a volver.
—Eso es cierto.
—¿Tú… has salido con alguien?
El hombre se rio ante la pregunta y su curiosidad. Enarcó una ceja mientras la miraba y ella le sonrió, aunque no pudo evitar que el rubor regresara a sus pómulos.
—Sí. Salí con una chica cuando tenía veinte años. Era pelirroja y tenía unos ojos verdes muy bonitos. Pero tampoco salió bien. Si te soy sincero, creo que, como tú, no fui capaz de quererla como ella se merecía.
Aquella chica era la camarera de un bar que solía frecuentar en esa época. No pasaron de un par de besos y tampoco estuvieron durante mucho tiempo juntos. No le disgustaba demasiado estar con ella, pero no sentía absolutamente nada cuando estaba a su lado. Solo necesitaba a alguien, la compañía de otro ser humano, porque detestaba profundamente aquel sentimiento de amarga soledad que le acechaba de forma constante en aquel tiempo.
Cuando se dio cuenta y se lo dijo, ella no pareció sentirse demasiado afectada, así que se alegró de cortar una relación que no iba a llegar a ningún lugar. No perdieron contacto, pero tampoco se podía considerar que fueran amigos. Se enteró el año anterior de que se había casado y no había hablado con ella desde que fue en persona a la taberna —donde aún seguía trabajando— a felicitarla por su matrimonio.
—Parece que no se nos da bien esto —apuntó Charlotte y después se levantó. Yami la imitó. Se puso enfrente de ella y le dijo algo que llevaba pensando en comentarle durante toda la charla.
—Charlotte, no te voy a pedir que seamos amigos, pero me gustaría que nos lleváramos bien al menos.
—Para eso —apuntó la mujer—, deberás acostarte pronto para convertirte en una persona responsable y levantarte a una hora decente.
—Lo haré —aseguró él tras sonreírle y asentir.
Se despidieron y la vio entrando en su habitación. Yami decidió ir a acostarse también, porque realmente quería que su compañía le resultara más confortable y no darle tantos problemas.
Le había gustado mucho la Charlotte que acababa de ver. Era una persona un tanto insegura y negativa, pero una gran conversadora también. Su lado calmado y suave le había encantado y estaba deseando tratar con él con mucha más frecuencia.
Solo esperaba que ella continuara comportándose de esa forma más natural también y no meter la pata de ninguna manera que la hiciera cambiar de opinión o postura.
Continuará...
Respuesta a los reviews anónimos:
Alex: Mil gracias por el comentario. Me alegra que te haya resultado interesante y que tengas expectativas sobre la historia, así que aquí tienes el nuevo capítulo. Espero que te guste.
Los reviews de usuarios los contesto en privado, como siempre. :D
Nota de la autora:
Aquí vamos, pasito a pasito. Está bonito ver cómo las personas se van conociendo poco a poco, así que seguiremos por este camino. Espero que os parezca bien y os guste el planteamiento. A pesar de ser un capítulo en el que más bien no ha pasado nada, creo que este ritmo para la historia es el adecuado.
La semana pasada no pude actualizar porque no me dio tiempo a escribir el capítulo entero por temas de trabajo y otras cosillas personales, y pensaba subir ayer el capítulo para celebrar el día de las escritoras, pero no pude editarlo y corregirlo, así que lo tenéis por aquí hoy. Espero que os vaya agradando la historia y ya sabéis que estoy abierta siempre a sugerencias para mejorar. Gracias por los comentarios, que siempre me animan mucho a seguir escribiendo.
¡Nos leeremos en el próximo!
