Capítulo 14
Llegó el invierno y con él, la tan esperada época navideña. El valle se tiñó de blanco con la nieve en forma de ventisca que asoló el lugar durante unos días, dejándonos totalmente aislados.
Cuando la nieve dejó de estar tan espesa, era el momento perfecto para ir de compras al pueblo. Aún teníamos que escoger el abeto para decorarlo antes de la víspera de Navidad, una tarea que Loveday y yo le habíamos encomendado a su hermano. Estuvimos de acuerdo en que era el más indicado para ello.
Era la primera Navidad que pasamos las dos familias juntas. Un encuentro solo con los más cercanos. Aquellas fechas eran para rodearte de buena compañía.
—¿Nunca has celebrado la Navidad? —le pregunté con incredulidad al chico.
—No —dijo con simpleza, tirando de las riendas ligeramente para indicarle a Shadow que bajara el ritmo. En la parte de atrás del carro llevábamos el pequeño árbol que le habíamos comprado a un comerciante del pueblo, ya que en los bosques de Moonacre no abundaban abetos de ese tipo—. Mi padre dejó de celebrarla hace años, demasiado amargado para centrarse en eventos tan alegres. También, porque creo que le recuerda a mi madre. Ella adoraba esta época del año —sonrió de lado.
—¿Te acuerdas de ella? —le pregunté con tacto, no quería ser indiscreta en temas tan delicados. Sus labios se juntaron en una delgada línea, una sonrisa triste.
—Los recuerdos han ido haciéndose más borrosos con el paso del tiempo, pero mi hermana dice que me parezco más a ella que a padre.
—Parece que lo único que compartes con él es tu amor por el color negro y el cuero —aquello lo hizo reír.
Robin me contó que su madre murió a los dos años de tenerlo a él, a causa de una enfermedad muy infecciosa.Loveday debía tener mi edad cuando sucedió esa tragedia.Desde entonces, su padre se volvió más solitario, arisco, exigente y duro con ellos.
Compartimos más cosas de las que parecía. Ambos habíamos tenido padres ausentes y sufrido la ausencia repentina e inesperada de la figura materna. Como diría mi tío, parecía cosa del destino.
—Entonces, si no la has celebrado nunca, tampoco has recibido regalos —supuse en voz alta.
—Solo damos presentes en ocasiones que lo ameriten.
—¿Cómo los cumpleaños? —asintió.
—O cuando le quieres mostrar a alguien tu gratitud por algo en particular —lo pensé en silencio. Puede que eso fuera incluso más bonito que el hecho de regalar porque se trate de una fecha importante—. Hablando de cumpleaños y fiestas, el tuyo es dentro de poco, ¿verdad?
—Me sorprendería que te acordaras del día —ironicé.
—El 25 de diciembre —entrecerré los ojos en su dirección, ganándome una mirada triunfal de su parte—. ¿Crees que se me podría olvidar una fecha tan importante, princesa?
—Bueno, también es el día de Navidad. Si no lo supieras, tendrías un serio problema de memoria.
—Aún conservo algo de cerebro, si es lo que estás insinuando —sonreí burlonamente.
Más tarde, Robin nos ayudó a colocar el abeto en el salón principal y decorar con los abalorios que habíamos escogido entre todos. Cada colgante que colocamos tenía un significado relacionado con nosotros mismos. Incluso Robin colocó el suyo y el que le correspondía a su padre.
Recuerdo reír cuando el tío Benjamin le echó la bronca a Robin por andar de listillo con el fuego que encendía las velas, ganándose el refunfuño del chico y más reprimendas por parte de Loveday.
El 24 de diciembre me hallaba arreglándome para la cena de aquella noche. Había escogido un vestido azul claro con telas transparentes en tonos blanquecinos en las mangas ligeramente abullonadas. El diseño era sencillo pero elegante para una ocasión de ese tipo.
—Maria, ya estamos listos, querida —la institutriz entró después de llamar a la puerta.
—Enseguida bajo —abrí el joyero para buscar un collar que hiciera juego con el atuendo, haciendo que emitiera esa melodía que tanto me gustaba. Terminé por escoger uno de los que había comprado hace años en Londres. Las piedras preciosas eran pequeñas y brillantes, luciendo la liga turquesa que las unía.
—¿Por qué no usas otro colgante? —se acercó a mí con una mano en la barbilla, examinando el accesorio—. Hace tiempo que note veo ponerte el collar de tu madre. Hoy podría quedar de maravilla con lo que llevas puesto.
Por un momento me congelé ante su inocente consejo, pero supe recomponerme lo suficientemente rápido como para que no sospechara de mi actitud.
—El otro día noté que se me resbalaba de las cintas y casi lo pierdo en el bosque. Prefiero reservarlo para otras ocasiones. No me gustaría perderlo sin darme cuenta —le ofrecí mi mejor sonrisa. Asintió varias veces, murmurando que era muy sensata y que tenía razón, un objeto así debía guardarse como oro en paño.
Sin más dilación ambas bajamos al vestíbulo para reunirnos con mi tío, Loveday y los De Noir. Su charla se vio interrumpida con nuestra llegada.
—Ahora que la dama se ha dignado a honrarnos con su presencia —pinchó mi tío de manera amistosa, ocasionando la risita fastidiosa de Robin—, deberíamos ir al comedor. Marmaduke debe estar esperándonos.
Una vez estuvimos sentados en la mesa, todo se sirvió y Marmaduke se sentó para acompañarnos, así como también lo hizo Digweed. Robin se sentó delante de mí junto a su padre, quien estaba a la derecha de mi tío. Loveday se sentó junto a él y yo a su izquierda. La señorita Heliotrope estaba muy bien acompañada por el mayordomo y el cocinero. La velada transcurrió entre risas y anécdotas, rodeados de buena comida, bebida y compañía.
Nunca había podido experimentar unas Navidades de ese tipo, tan cercanas y alegres. Mi padre pasaba mucho tiempo fuera y fueron tan solo un par de ocasiones las que pude compartir con él esa fiesta. Siempre habíamos sido la señorita Heliotrope y yo. Era tan diferente en ese momento… Como la vida puede cambiar tan drásticamente.
Más tarde, cuando ya habíamos terminado felizmente con todo lo que había en la mesa, nos quedamos charlando un rato más hasta que decidimos que era hora de irse a la cama. Ambos De Noir se quedaron a pasar la noche, ya que era muy tarde para volver a casa y queríamos celebrar con ellos el almuerzo del día siguiente. El tío había querido organizar una fiesta en mi honor por el día de mi cumpleaños. Decía que tal fecha no podía verse opacada con otra.
Me revolví en la cama lo que me había parecido toda o gran parte de la noche. No entendía por qué, ya no era una niña a la que le preocupara pillar a Santa Claus entrar por la chimenea, poniendo los regalos al pie del árbol. Pero seguía teniendo ese cosquilleo de nervios en el estómago que no me dejaba dormir, seguramente por las emociones acumuladas del día.
Decidí bajar a la cocina para tomar un vaso de leche tibia, eso me ayudaría a conciliar el sueño de nuevo. Prendí el candelabro y me paseé por los pasillos solitarios de la mansión. Andaba por el primer piso, pasando las habitaciones de los invitados, cuando una voz me sobresaltó hablando en voz baja.
—¿Maria? ¿Qué haces deambulando como un fantasma a estas horas? —las velas iluminaron el rostro adormilado de Robin, quien se asomaba por la rendija de la puerta.
—No puedo dormir —se me hacía raro verlo en pijama, más informal de lo habitual. Portaba una camisa holgada blanca y unos pantalones negros, no llevaba su sombrero y los rizos caían en bucles descontrolados sobre su rostro. Se me hizo adorable esa imagen, pero no se lo admitiría en voz alta. Yo, en cambio, llevaba mi camisón y una bata sobre mis hombros para mantener la calidez que estaba perdiendo poco a poco desde que había salido de mi confortable cama—. Voy a la cocina a por algo que me ayude a conciliar el sueño.
—Espera un momento —me hizo una seña, entró de nuevo en la habitación, dejando la puerta entreabierta tras de sí. Salió poco después con su chaqueta puesta.
—¿También tienes insomnio? —caminamos juntos hasta la planta baja.
—No, pero sí un excelente oído de cazador —se señaló la oreja con una leve sonrisa. Por eso había salido a inspeccionar al pasillo, seguramente habría sentido mis pasos—. Y ahora que estoy despierto, me ha entrado hambre.
—¿Vas a la cocina a comer cada vez que te despiertas en la noche? Vaya hábitos.
—No suele pasar, ya que no me encuentro a menudo con chicas pululando como almas en pena por los pasillos —rodé los ojos accionando la estufa al llegar.
—¿Quieres? —le señalé las botellas que había en la mesa.
—Espero que no me caiga mal después del brandy de tu tío —lo tomé como un sí y vertí el contenido dentro de la pequeña olla al fuego.
—Seguro que has mezclado cosas peores —inclinó la cabeza levemente, pensando en las posibilidades. Me senté en la mesa de un salto, esperando a que calentara lo suficiente. Imitó mi acción cuando había obtenido un buen botín de los botes de cristal llenos de dulces en la encimera. En un movimiento rápido le quité una pasta de crema y me la llevé a la boca, no sin que protestara al respecto.
Nos tomamos la leche en silencio, viendo como el fuego se extinguía poco a poco. Se sentía mucho más tranquilo que en la cena. Habíamos hablado durante un buen rato, pero siempre me percataba de que Loveday o la señorita Heliotrope nos lanzaban miradas de vez en cuando. Una menos disimulada que la otra, eso está claro. Di gracias al cielo por no tener que soportar algún comentario fuera de lugar o embarazoso. La chica De Noir a veces podía ser incluso más insistente con las preguntas que yo y eso ya es decir.
Cuando terminamos, decidimos que ya era hora de volver a la cama. Pasamos frente al salón donde se encontraba el árbol de Navidad y no pude hacer otra cosa que detenerme para mirarlo. Robin se debió dar cuenta de que no lo seguía cuando entró conmigo a la sala, situándonos frente al abeto. Los colores plateados y rosados de los adornos resplandecían a la luz de las velas. Más abajo se encontraban todos los presentes cuidadosamente envueltos. Los De Noir también habían querido participar, para mi sorpresa, así que los suyos también estaban entre el gran montón. Seguramente habían querido encajar con la ocasión.
Sonreí al localizar un regalo en particular. Miré de soslayo al chico junto a mí, quien se veía embelesado mirando con curiosidad, y cierto brillo de ilusión, los objetos ocultos.
—¿Estás emocionado? —lo sobresalté, atrayendo su atención a mí. Juraría que pude percibir un leve tono rosado en sus mejillas—. Después de todo, es tu primera Navidad.
—No puedo negar que me causa cierta intriga.
—Puedes dejar de hacerte el duro, Robin —reprimí una carcajada—. Pareces un niño ansioso por abrirlos. Me atrevería a decir que no puedes dormir de la emoción.
—Muy graciosa, princesa. Podría decir lo mismo de ti —se defendió, cruzándose de brazos.
—Bueno, en cierto modo, lo estoy. Sobretodo por saber qué contiene y para quién es el que has traído tú —alcé una ceja inquisitivamente. Se quedó quieto por unos momentos, dudando en responder—. ¿No tienes curiosidad por saber cuál es para ti?
—¿Hay para mí?
—Pues claro —dije con obviedad, cruzándome de brazos también. Miré los regalos por un momento.
—Conozco esa mirada —señaló mi rostro—. ¿Qué estás tramando?
—Nada —me encogí de hombros inocentemente, aunque sonreí maliciosamente después—. Estaba pensando que podríamos saltarnos la tradición de desenvolverlos en la mañana.
—Maria Merryweather, ¿vas a romper las reglas? —su tono pareció cauteloso pero su rostro me dijo todo lo contrario. Le divertía.
—Ya lo he hecho antes. Además, no es como si fuéramos a abrirlos todos —me agaché para agarrar una caja roja con un lazo azul. Se la extendí con una gran sonrisa, tratando de ocultar mi emoción, pero fue en vano—. Feliz Navidad, Robin.
El chico de cabellos rizados se quedó congelado en su sitio. Por un momento pensé que había dejado de escucharme, hasta que esbozó una tierna sonrisa y tomó la caja de mis manos con cuidado. Nuestros dedos se rozaron fugazmente, dejando una sensación de cosquilleo en mi piel.
—¿De verdad es para mí? —asentí—. Wow… No tendrías que haberte molestado.
—Cállate y ábrelo de una vez —reí en voz baja. Alzó una mano en señal de rendición antes de quitar el papel con más delicadeza de lo que pensé y abrir la caja. Observé su reacción con algo de nerviosismo. Sacó lo que había en su interior y lo sostuvo en sus manos, inspeccionando el presente con admiración y sorpresa.
Se trataba de una bufanda tejida con hilo rojo grueso. Robin siempre llevaba una más fina cuando salía, pero estaba ya muy desgastada por el uso y el paso del tiempo. Así que, decidí tejerle una yo misma. Sabía muy bien que si fuera por él aún la llevaría hasta que no quedara más que una tela agujereada.
—Maria… Yo… ¿La has hecho tú? —volví a asentir, incapaz de hablar. Las emociones me desbordaban. Una gran sonrisa iluminó su rostro. Nunca lo había visto tan feliz y contento. Me acerqué y la tomé de sus manos. Siguió mis movimientos con atención. Enrollé la prenda en su cuello y me aparté para ver cómo quedaba.
—Así no pasarás frío. La otra que tienes es de todo menos una bufanda.
—Ya veo que te fijas en todo, ¿eh? —palpó el material, acariciándolo—. Muchas gracias, me encanta —se inclinó y depositó un beso en mi frente. Lo miré a los ojos profundamente sonrojada. Y seguro que él lo sabía, ya que me ofreció una sonrisa burlona—. Yo también tengo algo para ti.
Se alejó para coger una pequeña caja, pero esta estaba envuelta en un papel de regalo azul cielo. Lo miré con curiosidad mientras me la ofrecía. Cuando tiré del papel, una caja de madera tallada a mano fue lo que encontré. Reconocí los patrones del símbolo de la casa De Noir y los Merryweather en ella. No me cabía duda que era obra suya. Me quedé tan ensimismada con los grabados que la voz de Robin tuvo que sacarme del trance.
—Dentro hay algo más —me habló como si se estuviera conteniendo. Le eché un ligero vistazo antes de volver la mirada a la caja. Abrí el broche que la sellaba y dejé caer la tapa con estupefacción.
Mi collar.
El collar de mi madre brilló ante mí, dejándome boquiabierta. Dejé la caja en la mesita que había junto al sofá y lo agarré con sumo cuidado, llevándome una mano a los labios entreabiertos.
—Feliz cumpleaños, Maria —me sonrió con calidez. Mi respiración se tornó agitada, irregular.
—¿Cómo…? ¿De dónde lo has sacado? —pasé mi dedo por la esfera dorada que rodeaba el cristal.
—Solo hay una tienda de empeños en Silverydew donde el Tuerto podría haber cobrado el dinero —le restó importancia metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón. Me di golpes mentalmente por no haber pensando en esa posibilidad. Estaba claro que los marineros no iban a esperar a desembarcar en el próximo puerto al que fueran para venderlo.
—Pero te habrá costado mucho dinero recuperarlo —arrugué la frente.
—Digamos que el dueño me debe un favor desde hace tiempo y por fin ha podido corresponder haciéndome un pequeño descuento —hizo una pausa—. Sé lo mucho que significa para ti. Era lo mínimo que podía hacer después de todo.
Lo observé fijamente. Ni siquiera podía hacerse una idea de lo que significó para mí ese gesto suyo. Mi estómago se revolvió en esa sensación tan familiar que me invadía últimamente. Al notar una lágrima surcar mi mejilla, la retiré con el dorso de mi mano.
Me puse el collar alrededor del cuello, sujeto por una cinta previamente atada y que venía en la caja también. Esta era de color rojo brillante y de terciopelo, el cual me hizo cosquillas en cuanto me lo até en la nuca.
—¿Qué pasa? —preguntó con nerviosismo. Sí, Robin De Noir estaba agitado, preocupado por mi reacción. Lo único que le dejé ver fue una amplia sonrisa entre lágrimas de felicidad antes de echarme a sus brazos y ser recibida a tiempo con firmeza, pese a la sorpresa.
—Eres el mejor, Robin —le susurré cerca de su oído para después plantarle un casto beso en la mejilla. Se estremeció ante el contacto. Sus brazos cayeron a mi espalda para atraerme a él.
—Ni tanto —habló en el mismo tono—. No hubiese estado allí si tú no te hubieses visto en la situación de intercambiarlo.
—Quería hacerlo, de verdad. Volvería a hacerlo si es necesario —dije con firmeza, lo cual lo hizo soltar una risa amortiguada por mi cabello.
—No dejaré que vuelva a pasar y mucho menos que hagas algo parecido. Tienes una extraña tendencia a ser la salvadora de todo y todos.
—Soy la Princesa de la Luna, es mi sino —bromeé.
—Eso parece —reí al sentir derrota en su voz. Me acurruqué más contra él, refugiándome en la calidez que brindaba su cercanía—. Feliz Navidad, princesa.
Loveday's Pov
Por la mañana todos nos despertamos más tarde de lo habitual, la fiesta del día anterior había hecho de las suyas y nos había dejado agotados. Me desperecé y sonreí al ver al hombre de cabellos revueltos tumbado a mi lado. Me incliné para besar su coronilla haciendo que se agitara en sus sueños. Encontró mi mano no muy lejos y se la llevó a los labios para depositar un beso.
—Buenos días, cariño —murmuró adormilado. Aparté las sábanas y me levanté, alejándome de la cama—. ¿Ya es hora de levantarse?
—Para tu desgracia, sí. Parece que el hábito de dormir mucho viene de familia —bromeé, ganándome un gruñido de su parte cuando deslicé las cortinas para que entrara el sol por la ventana—. Aunque te dejaré un rato más, solo por ser hoy —le guiñé—. Pero no te demores mucho —le recordé antes de desaparecer por la puerta del baño.
Una vez lista, salí de la habitación y me encaminé a la torre de la mansión en busca de cierta joven que cumplía años ese día. Esta vez traía conmigo un vestido que le había confeccionado especialmente para esa ocasión. No se cumplían 15 años todos los días y menos en una fecha tan mágica.
Llamé a la puerta con cautela, sabiendo bien que estaría aún dormida. Abrí la puerta poco a poco, asomando la cabeza en el interior. Terminé por abrirla del todo cuando descubrí la cama vacía y deshecha. Fruncí el ceño en confusión. Busqué en toda la habitación, pero no se encontraba en ninguna parte, tampoco en el aseo.
Aquello era muy extraño. Maria nunca solía madrugar y si lo hubiera hecho, tampoco habría dejado ese desorden. La preocupación afloró en mí a medida que bajaba las escaleras de vuelta. Exploré los lugares de la casa que solía frecuentar; la biblioteca, el estudio, la sala de piano. Incluso miré en la cocina, donde ni siquiera se encontraba Marmaduke. Nada. No estaba en ningún sitio.
Cuando me disponía a llamar a Benjamin para que me ayudara a encontrarla, me detuve justo en frente del salón donde se encontraba el árbol con los regalos. Dejé escapar el aire que tenía atascado en el pecho, sintiendo un inmenso alivio instantáneo.
Maria estaba en el sofá junto con Robin, ambos profundamente dormidos. Pero lo más destacable era que estaban abrazados.
La cabeza de la chica descansaba en el hombro de mi hermano, usando como almohada una bufanda que nunca le había visto puesta. Maria llevaba sobre sus hombros la chaqueta de cuero del chico. Él enterró la cara en el cabello rojizo de ella. Tenía un brazo rodeando su cuerpo, acercándola a él. Había un halo protector en esa postura en particular.
Me incliné en el marco de la puerta, llevándome una mano al pecho. Sonreí de lado. Ojalá hubiese podido retratarlos para enseñarles la imagen más tarde, me hubiera encantado burlarme de ellos y hacerlos sonrojar hasta la raíz de sus cabellos.
Cualquier que tuviese ojos podía ver y decir que entre esos dos se estaba formando un vínculo muy singular. Excepto ellos, claro. Aún eran jóvenes para admitir esos sentimientos tan confusos y ambiguos. Eso estaba bien. En los temas del corazón las prisas son malas consejeras.
Todo a su tiempo. Debían ser ellos los que lo descubrieran y decidieran cómo afrontar eso que había empezado hace mucho, mucho antes de lo que imaginaban.
A veces se necesita más coraje para afrontar los sentimientos mismos, que para cualquier otro acto heróico, como pudiera ser salvar un valle.
