09 - La propuesta de Ares
SANTUARIO
El guardián de la primera casa se encontraba observando el entrenamiento de los aspirantes desde el risco de su templo, a su lado estaba su discípulo, un pequeño alfa de cortos cabellos rojizos, en su rostro podía apreciarse una profunda admiración por el riguroso entrenamiento que impartían los Santos de oro. Sin embargo, entre las batallas hubo un encuentro que llamó su atención, si bien no se trataba de una batalla como tal, le parecía muy curioso, pues a juzgar por el ruborizado rostro del omega y lo apartados que se encontraban de las áreas de entrenamiento, podía suponer que se trataba de una declaración.
— El señor Shaka es muy popular — acotó el pequeño lemuriano señalando a lo lejos al Santo de Virgo junto al joven que tenía por aprendiz. Esto llamó la atención del guardián del primer templo, quien observa iracundo como aquel Omega de largas hebras plateadas y orbes carmesí, apoyaba sus manos sobre el pecho del alfa, intentando rodear su cuerpo en un cálido contacto, uno que no pareció inmutar al Santo de Virgo, pero sí encender los celos del guardián del primer templo, quien contemplaba con furia la escena.
— Hemos hablado de esto, Balder... — remarcó el hindú rechazando el acercamiento del menor, aquel que había llegado desde las heladas tierras de Asgard, como una forma de reforzar los acuerdos entre la representante de Odín y el Santuario.
El alfa reconocía el poder y atractivo del platinado. Sin embargo, no sentía lo mismo por él, pero este no parecía comprenderlo.
— No creo serle indiferente. — afirmó, posicionando una de sus manos en el cuello del alfa, con el fin de acortar aquella distancia en un anhelado beso. Uno que había deseado desde que llegó al Santuario. Sin embargo, cuando estuvo a punto de rozar los labios del alfa, fue detenido por una extraña fuerza, una que logró arrojarlo violentamente contra las murallas del Coliseo.
— Maestro Mu! — exclamó un muy preocupado aspirante a Santo de Aries, observando con asombro cómo su maestro había reducido sin ningún tipo de reparo al aprendiz del Santo de Virgo, por medio de su telekinesis.
— MU! — Gritó un furibundo alfa, fijando sus penetrantes orbes azules en la amenazante figura del lemuriano, quien no dudó en teletransportarse frente a él.
El cosmos entre ambos alfas se había tornado agresivo, esto hizo temblar al pequeño pelirrojo, quien nunca había visto a su maestro perder los estribos. Por un momento sintió la necesidad de huir ante aquel aterrador cosmos que emanaban.
— Kiki — llamó el Santo de Virgo, quien en ningún momento dejó de sostener la mirada del guardián del primer templo. — ve a informarles a los sanadores. Yo llevaré a Balder.
El pequeño alfa pareció entender a qué se refería, por lo que sin decir una palabra procedió a teletransportarse al ala médica del coliseo.
— Alguien como él no debería estar en el Santuario. — espetó iracundo el de Aries, recibiendo una dura mirada por parte del rubio.
— Te excediste — acotó con severidad
— ¿Deseabas besar a ese Omega? — cuestionó con indignación
— Planeaba apartarlo. — explicó tratando de regular su cosmos para apaciguar al enfurecido ariano. Sin embargo, esto no parecía funcionar. Nunca había presenciado aquella faceta del alfa, quien siempre se caracterizó por su templanza, por evitar combatir a menos que sea necesario. Por esa razón lo había desconcertado verlo atacar al platinado, quien yacía inconsciente en el suelo. — De no haber intervenido te habrías percatado. — aseveró dirigiéndose hacia el guerrero de Asgard. A juzgar por los daños no parecía tener nada grave. Sin embargo, debía llevarlo con los sanadores. Por lo que procedió a tomar en brazos al inconsciente platinado.
— Te marcharás? — cuestionó con irritación, posando sus penetrantes orbes en la delgada pero esbelta figura del Omega, cuya apariencia asemejaba la de un bello ángel.
— Él es mi responsabilidad. — acotó con severidad — debo llevarlo al área médica. Arreglaremos esto después. — finalizó dirigiéndose a las escaleras del coliseo, no sin antes detenerse a observar por última vez aquellos escombros que ahora rodeaban la salida del coliseo. —...No importa cuánto reduzca mi mundo, nada hará que confíes en mí.
Aquellas palabras le dolieron profundamente al guardián del primer templo, quien no pudo evitar sentir una desgarradora sensación en el pecho.
— Tu miedo es nuestro único obstáculo.
Dicho esto, el hindú se retiró enfadado. Era consciente de la atracción del Omega pero no le correspondía. Amaba a Mu. Sin embargo, este no parecía confiar en él.
TRACIA
En el interior de la cámara principal del señor de la guerra, Aloes se encontraba manteniendo una sería conversación con el Santo de Escorpio acerca de la condición del dios del amor, quien había sido inducido al sueño para restablecer su cuerpo.
— Es importante aguardar el despertar de Eros. — aseguró el azabache, aduciendo que el dios del amor fue uno de los últimos en enfrentar a aquel encapuchado, por lo que podría tener información importante, si bien los poderes de Fobos y Deimos no habían tenido efecto en aquel ser, los de Eros podrían haber funcionado. Sin embargo, antes que el escorpión pudiera responder son interrumpidos por las puertas del gran recinto, las cuales fueron abiertas dejando pasar al señor de la guerra y la diosa del amor. Una deidad dotada de gran belleza, cuyos largos y ondulados cabellos dorados lograban resaltar sus finas facciones. — Alteza
El azabache procedió a realizar una reverencia ante ambos dioses para posteriormente fijar su vista en el heleno, quien imita su acción frente a la diosa.
— Milo de Escorpio. — se presentó haciendo una reverencia, tratando de no perderse en los profundos orbes azulados de la diosa, quien portaba un largo vestido rosáceo con detalles de oro y su mítico cinturón, aquel que la transportaba donde quisiera.
— Un Santo de Athena? — inquirió la diosa, observándolo con asombro.
Al percatarse de la inquietud de su consorte, el dios de la guerra ordena a Aloes que se encargue de mostrarle otras zonas afectadas al Santo de Escorpio, aduciendo que aún debían interrogar a las macas e hisminias a su servicio.
— Por supuesto mi señor. — acotó descifrando la mirada del dios, por lo que tras una reverencia procedió a retirarse junto al heleno
El señor de la guerra ignoraba qué había logrado preocupar a Afrodita pero era evidente que tenía que ver con aquel impetuoso guerrero, por lo cual no dudó en comentar la desventura del escorpión.
— Perdió a su destinado. — dijo atrayendo la atención de su consorte, quien ahora parecía comprender aquel frágil lazo que rodeaba al heleno, después de todo las parejas destinadas eran un regalo de la diosa del amor. Sin embargo, eran pocos aquellos que tenían los favores de la diosa. En su caso, ella había perdurado el inmenso amor de las constelaciones de Acuario y Escorpio, todos aquellos que lucharon en las anteriores guerras santas.
— Han luchado juntos desde la era del mito y en todas las épocas se han amado.
El primer amor trágico que recordaba fue el de Écarlate y Mystoria, donde la traición del pelirrojo rompió el corazón del aguador, aquel Omega tenía una ciega lealtad a Odysseus de Ofiuco, un alfa a quien le debía su vida. En aquel siglo Mystoria luchó contra su propio Omega para enfrentar a Odysseus, quien se había vuelto un peligro para el Santuario. Sin embargo, el escorpión estaba dispuesto a seguirlo, a luchar contra su alfa sí era necesario. Una ardua batalla inició entre ambos vinculados, por mucho que trató, el Santo de hielo no pudo convencer a Écarlate de enfrentar a Odysseus. Su única opción era acabar con la vida de su amado, romper aquel vínculo que los unía. Sin embargo, aquello era algo que nunca podría hacer, por esa razón decidió morir a su lado en batalla, si ese sería su final, lo seguiría sepultándose a ambos en un ataúd de hielo, porque nunca se atrevería a matar al escorpión, lo que nunca espero fue que en ese momento Écarlate decidiera acabar con su vida, liberándolo de aquel ataúd de hielo.
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Écarlate lo amaba.
Lo amó tanto que lo ayudó a destruirlo.
— A veces encontramos a la persona correcta en el momento equivocado. — esbozó la diosa — Y en el momento correcto a la persona equivocada.
El señor de la guerra escuchó con atención aquella historia, sin duda lo último iba dirigido a Écarlate y Odysseus. Por lo que recordaba aquel acontecimiento había afectado mucho a la diosa, quien padecía los efectos adversos del quiebre en la conexión entre ambas almas.
"Écarlate y Mystoria"
Dos personas que se amaban pero no pudieron estar juntos por la obsesión de Écarlate. Su ambición fue más fuerte que su amor por Mystoria.
— Desea romper el vínculo. — aseveró con inusual interés el dios de la guerra, refiriéndose al Santo de Escorpio. Sin embargo, la diosa no podría romper el lazo que lo apartaba de su destinado. Ningún dios podía hacerlo sin desatar una guerra en el Olimpo.
— Si están destinados a estar juntos, no importa dónde o con quién estén, tarde o temprano se unirán — indicó posando sus profundos orbes azulados sobre la oscura noche que cubría Tracia — Su unión está escrito en las estrellas.
Para el dios de la guerra no había pasado desapercibido el profundo odio que consumía el interior del escorpión. Por esa razón no comprendía su pasividad. Era un guerrero de élite, por lo que podría romper aquel lazo eliminando al otro alfa, pero su inclinación por Athena no le permitía actuar de esa manera.
— ¿Se repetirá la historia de Écarlate?
— La lealtad es importante, si es a la persona correcta. — enunció la diosa — El de Écarlate no lo era.
Ante lo dicho, el dios de la guerra no pudo evitar sonreír de forma malévola.
"Lealtad"
¿Qué tan leal podía ser un Santo de Athena?
SANTUARIO
En el interior de los dominios del hindú, el alfa se encontraba preparándose para ingresar a la sala gemela, tras su disputa con el guardián del primer templo necesitaba meditar, prácticamente había permanecido toda la tarde al lado de Balder en el ala médica, por fortuna el Omega no parecía recordar nada después de la negativa del alfa, quien ante la presencia de Kiki se vio obligado a confesar lo ocurrido a los sanadores, aduciendo que fue herido en un descuido cuando el Santo de Aries entrenaba a su discípulo, algo que el platinado pareció creer.
— Kiki me dijo lo que pasó. — pronunció una conocida voz atrayendo la atención del alfa, quien voltea topándose con los profundos orbes del guardián del primer templo.
Al recabar en su presencia, el alfa no pudo evitar mostrarse perplejo. Tras su disputa con el alfa comprendía que tenían mucho de qué hablar. Sin embargo, no esperaba que el lemuriano tomara la iniciativa.
—¿Cómo se encuentra el asgardiano? — preguntó intrigado, provocando que el alfa enarque una ceja en desconcierto, era claro que no esperaba que se preocupara por el Omega. Sin embargo, ante el semblante perturbado del lemuriano, no tuvo otra opción que responder.
— Está estable — acotó con frialdad — No recuerda nada, si es lo que te preocupa.
Dicho esto, el alfa procedió a darle la espalda dando por culminando aquella conversación. Todo le daba a entender que las intenciones del ariano no eran arreglar su situación, por el contrario parecía querer asegurarse que el incidente no pasará a mayores o al menos esa fue la conclusión a la que llegó el hindú. Comprendía que el guardián del primer templo no deseaba tener problemas con su maestro, menos delatar su "condición". Ante todo el patriarca siempre estaba primero para Mu.
— Lo lamento... — esbozó el lemuriano, tratando de disculparse por su actuar, aceptaba que se había excedido. En verdad amaba al alfa y no quería perderlo por un arrebato. Sin embargo, era mucho el peso que cargaba entre sus hombros.
— No es usual que pierdas los estribos. — respondió con inusual calma. Al parecer aquella disculpa había logrado aplacar su enfado — ¿Qué está pasando?
Era evidente que algo ocultaba.
— Tarde o temprano nos vincularán a alguien... — advirtió con pesar el lemuriano, atrayendo la atención del rubio, quien lo observaba confuso — Balder es una opción para una alianza con Asgard. — confesó, aduciendo que había había leído las opciones que el patriarca tenía para el hindú.
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Balder era su primera opción.
Por esa razón el patriarca había accedido a la petición de Hilda de Polaris para presentarlo al alfa como su discípulo, planeaban fomentar el trato entre ambos.
— Balder es un Omega aprobado por mi maestro. — acotó con pesar.
— Tu eres mí alfa.— afirmó acorralándolo contra una de las columnas que decoraban el sexto templo — No me interesa nadie que no seas tú, Mu.
Un fuerte rubor se había apoderado de los pómulos del lemuriano, quien no puede evitar esbozar una tenue sonrisa, procediendo a hundir su cabeza en el pecho del alfa. ¿Cuánto tiempo más podría tolerar esa situación? El temor de ser separados era algo que lo atormentaba cada noche.
— Eres mí alfa, no existe nadie que cambie eso. — admitió el hindú, posando sus labios sobre los del lemuriano en un profundo beso, uno que fue tornándose cada vez más demandante por parte de ambos.
— Tómame — decía entre gemidos el lemuriano al sentir el cuerpo del alfa sobre el suyo, podía reparar en su erección frotándose contra su entrepierna, ocasionando que su miembro comenzará a despertar deseoso — Shaka...
Ante la lujuriosa y demandante voz del lemuriano, el alfa procede a apoyarlo contra una columna, sucumbiendo entre voraces besos hacía su pálido cuello, pasando sus manos por los glúteos del lemuriano, haciéndolo estremecer.
— Shaka... — jadeaba ante las caricias del alfa, aferrándose con fuerza a su cuerpo, procediendo a retirar su armadura junto a sus prendas y las del hindú hasta terminar ambos desnudos entre la tenue luz de las velas que iluminaban el sexto templo.
— Te amo, Mu. — confesó besándolo con afecto, lubricando a la par la entrada del ariano para prepararlo para su intromisión
Una vez que estuvo listo, el alfa no dudó en introducir su endurecido miembro en la cálida intimidad del lemuriano. No pudo evitar dejar escapar un gemido de placer al adentrarse en lo más profundo de su cuerpo, al inicio sus movimientos eran suaves y pausados para no lastimarlo, pero una vez que este se acostumbró a su intromisión, aumentó el ritmo de sus estocadas, dándole en aquel punto que tanto disfrutaba. Conocía a la perfección el cuerpo de Mu.
— Disfruto sentirte, Shaka. — esbozó mordiendo con deseo el cuello del alfa, dejando algunas marcas muy visibles, eso le enseñaría a Balder y a cualquier otro Omega que el alfa no estaba disponible.
Una vez que el vaivén de las embestidas cesaron, para ser reemplazado por el tan ansiado nudo, el lemuriano trató de contener el dolor, siendo atendido por el hindú quien lo besaba para distraerlo de aquella sensación, hasta anudar en su interior. Mu podía sentir su cuerpo ser invadido por la caliente esencia del alfa, quien lo besaba sintiendo como el lemuriano se corría en el abdomen de ambos.
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Amaba al Santo de Virgo.
Su maestro se sentiría avergonzado de él? Por hoy no quería pensar en eso. No quería ser la decepción del patriarca pero tampoco quería dejar de amar al alfa.
En los jardines que rodeaban el palacio de Tracia, el Santo de Escorpio se encontraba con la mirada fija en la batalla de Fobos y Deimos contra las legiones del señor de la guerra, sin duda eran fieros guerreros, nadie podía dudar que eran hijos de Ares. Tenían la misma sed de sangre, amantes de la guerra cruel, siempre acompañaban a su padre en sus batallas. Por lo poco que había escuchado, ambos gemelos fueron criados por Ares y Enio, la destructora de ciudades, mientras otros dioses o mortales se preparaban para la guerra, ellos crecieron en ella. Fobos y Deimos tenían gran afecto hacia su padre, eran sus mejores guerreros y los que lideraban a las legiones de Tracia en ausencia de su padre.
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Eran los sucesores de Ares
« Pequeños demonios » pensó al recabar en la siniestra sonrisa que le dedicaban al retirar la sangre de sus espadas, advirtiéndo que él sería el siguiente.
El heleno estaba tan absorto en aquella provocación que no se había percatado de la presencia del señor de la guerra, quien lo observaba expectante. Podía sentir la sed de venganza del Escorpión.
«Alberga una gran ira que lucha por salir » sonrió de forma malévola
— Te haré una propuesta. — dijo atrayendo la atención del heleno, quien no puede evitar observarlo intrigado
Quitarle un guerrero a Athena era demasiado tentador para el dios de la guerra, quien no tenía una buena relación con la diosa de la sabiduría. Su rivalidad era legendaria, ambos representaban dos caras opuestas de la guerra. Sin embargo, Athena parecía haberse ablandado al reencarnar como una mortal. Dudaba que alguien tan "Benevolente" pudiera proteger la tierra.
"Athena, la hija favorita de Zeus"
Recordó con amargura las palabras de la regente del Olimpo, quien constantemente lo incitaba a desafiar a Athena y a demostrar que era superior a ella. De este modo fue creciendo una gran rivalidad fomentada por su madre Hera, exigiéndole que demostrará porqué él era el verdadero príncipe del Olimpo, y el único que tenía que ser el sucesor de Zeus.
Aún recordaba los sucesos durante la guerra de Troya, donde causó muchos problemas, primero estando del lado de los griegos en una guerra que duró 10 años. En un inicio se vio obligado a luchar a favor de Athena y su madre, pero al enamorarse de Afrodita se fue del lado de los Troyanos, distanciándose cada vez más de la Regente del Olimpo, si bien los dioses tenían prohibido intervenir en su forma corpórea, él lo había hecho por ayudar a Troya y a Afrodita, despertando una sanguinaria guerra. En aquella época supo por el escolta de su madre que Athena había solicitado al dios de la forja crear un arma capaz de dañarlo, la misma que fue otorgada a Diomedes, habría muerto de no haber regresado al Olimpo.
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Se vengaría de Athena.
— Únete a mi ejército e intercederé ante mi madre por ti.
El escorpión lo observó atónito. ¿El dios de la guerra estaba hablando en serio?
— Usted...
— Te ofrezco la libertad de tu Omega. — sentenció con porte serio
Continuará...
