Descargo de responsabilidad: Twilight y todos sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer, esta espectacular historia es de fanficsR4nerds, yo solamente la traduzco al español con permiso de la autora. ¡Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!
Disclaimer: Twilight and all its characters belong to Stephenie Meyer, this spectacular story was written by fanficsR4nerds, I only translate it into Spanish with the author's permission. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!
No encuentro palabras para agradecer el apoyo y ayuda que recibo de Larosaderosas y Sullyfunes01 para que estas traducciones sean coherentes. Sin embargo, todos los errores son míos.
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—Parecía muy nervioso—. Bella hizo una pausa, con la mano suspendida sobre el tazón, el cucharón lleno hasta el borde de guiso humeante, aunque no derramó ni una gota en sus manos expertas.
Su marido le dedicó una pequeña sonrisa. —El dolor se manifiesta de muchas maneras—, dijo sabiamente.
Ella arqueó una ceja, pero terminó de verter la sopa en el tazón. Volvió a sumergir el cucharón en la olla. —No quiso hablar conmigo.
Podía oír la petulancia en su tono, y lo odiaba. Quería que los hombres de su mundo la tomaran tan en serio como tomaban a su marido, y sabía que su mal genio -y su consiguiente propensión a las rabietas- no la ayudaban en absoluto.
Oyó el roce de la silla contra el suelo de madera y luego los brazos de él la rodearon, su aroma a manzana la envolvió mientras su cabeza se apoyaba en su hombro. Su cuerpo se estremeció al contacto y sintió que la tensión abandonaba su espalda mientras se hundía en él.
—Nadie sabe—, murmuró él, con los labios recorriendo su piel. —Lo perdido que estaría sin ti—. Su lengua pintó un cuadro en su cuello, y la cabeza de ella giró hacia un lado, proporcionándole un mejor acceso a su lienzo favorito.
Su respiración se hizo más profunda, su pecho se elevó con fuerza, y él se inclinó hacia delante, presionando con un beso los delicados huesos bajo su garganta. —No tienen ni idea de que eres el cerebro de mis genialidades.
Ella se volvió hacia él, con sus ojos de whisky brillantes por la luz del fuego y el hambre. No por el plato de sopa que tenía entre las palmas, sino por su marido. —Eres el hombre más hábil y apasionado que conozco—, susurró con voz reverente. —Te has ganado tu reputación con creces.
Las manos de él se desplazaron por el cuerpo de ella, envolviéndola suavemente bajo la mandíbula, acunando su cabeza. Sus labios se encontraron con los de ella con ternura, y hablaron más con sus caricias que con palabras.
Se separó de ella, rozándole las mejillas y los labios con los pulgares antes de soltarla y quitarle el tazón de las manos. Ella soltó un pequeño suspiro y se volvió para llenar el segundo tazón.
Con Bear royendo alegremente un par de patas de pollo en un rincón, los dos se sentaron a cenar.
—Su ama tiene reliquias—, dijo Edward, unos instantes después de que empezaran a comer. Su mujer lo miró. —Herencias que no desea que pasen a ninguno de sus descendientes.
Bella asintió. —¿Qué clase de reliquias?
Se limpió la boca con el dorso de la mano. Dejó una gota de sopa en la comisura de los labios, y antes de que pudiera hacer ningún movimiento para limpiarla, los dedos de su mujer estaban allí, frotándole suavemente. Sonrió y le besó las yemas de los dedos.
—Anillos, algunos colgantes. Una tiara que debe ser bastante delgada.
Vio cómo los ojos de su esposa parpadeaban, cómo su mente se agitaba con diseños intrincados e impecables. Ella era realmente el cerebro detrás de sus ataúdes únicos. Había sido idea suya, cuando eran niños, construir lugares ocultos en sus ataúdes. A ella se le daba bien la mecánica y, con las manos expertas de él, empezaron a construir ataúdes con compartimentos incorporados, lugares dónde esconder reliquias familiares. A veces, la gente quería ser enterrada con sus cosas sin el riesgo de que se las robaran en la tumba, y a veces la gente quería esconder cosas de sus seres queridos. Nunca les correspondía a ellos juzgar; el fabricante de ataúdes y su esposa se limitaban a construir según los deseos de sus clientes.
—Los anillos y los colgantes deberían ser fáciles—, dijo Bella lentamente, con el dedo recorriendo distraídamente la superficie de la mesa. —La tiara podría llevar un poco más de trabajo.
Al fabricante de ataúdes le encantaba ver cómo planeaba. Se animaba cuando se le planteaba un reto, y a él le encantaba ver cómo su pasión florecía detrás de sus ojos.
—¿Podremos obtener dimensiones específicas?—, preguntó ella, mirándole a los ojos.
Él asintió. —Garrett dijo que volvería dentro de quince días para acompañarnos a la mansión Whitehall.
Los ojos de Bella se abrieron de par en par. —¿La mansión Whitehall?—, preguntó, y su marido vio cómo las emociones se reflejaban en su rostro al asimilar aquella información. —Nobleza—. La palabra era un pensamiento susurrado, no una pregunta, aunque su marido asintió de todos modos. Bella parpadeó, guardando la información mientras su mente repasaba el resto de su anuncio. —¿Nosotros?
Edward sonrió, y su mano grande y cálida recogió la de ella sobre la mesa. —Sí, mi amor. Nosotros. Le dije que no trabajaría sin ti.
Un buen hombre, cantaba su corazón, cada vez que ponía los ojos en su amor. Un buen hombre.
