13 Luna oscura
INFRAMUNDO
En el interior del castillo de Hades, el emperador de los mares tenía una audiencia con el rey del Inframundo, aduciendo haber percibido un oscuro cosmos en sus dominios, por esa razón decidió realizar una expedición con sus marinas, el encargado de dirigir aquella expedición fue su general principal, Dragón Marino, quien junto a Sorrento de Sirena escoltaban al dios. Según el gobernante de los mares, ambos dioses eran enemigos mitológicos de Athena, la protectora de la tierra, quien desde la era del mito los había enfrentado en diversas Guerras Santas, disputándose el dominio del mundo terrenal, por esa razón no podían permitir que otra entidad intentara adueñarse de lo que por derecho les pertenecía.
Por otra parte, Pandora, la comandante del ejército de Hades se ve obligada a interrumpir aquella conversación informando que los tres jueces habían llegado. Dicho esto, las puertas del gran recinto fueron abiertas permitiendo el ingreso de tres imponentes alfas, quienes habían sido citados por su gobernante para notificarles acerca de presencias anómalas en los dominios de Poseidón. Sin embargo, al recabar en la presencia del segundo juez, el menor de los gemelos no pudo evitar esbozar una sonrisa retadora, esta era la primera vez que se veían tras la última Guerra Santa, salvo que ahora no portaba la armadura de Géminis, sino la scale de Dragón Marino.
— Radamanthys. — dijo manteniendo aquel porte arrogante que tanto lo caracterizaba.
— Tiempo sin verte, Kanon. — esbozó el alfa
Una vez reunidos, el rey del inframundo procede a informar a los espectros acerca del propósito de la audiencia con el emperador de los mares, advirtiendo que un oscuro cosmos rodeaba los límites del Santuario Marino, en especial el territorio de las oceánidas, cuyos cuerpos habían desaparecido, esto preocupaba a Poseidón, quien sospechaba de la intromisión del mayor de sus hermanos.
— Podría estar relacionado con el inframundo. — infiere Poseidón, señalando en un pergamino los lugares donde desaparecieron las oceánidas, cuyos ataques habían tenido lugar en los límites del lago Lerna, una de las entradas secretas al inframundo.
Los únicos que conocían acerca de aquel umbral entre la vida y la muerte eran las espectros y los dioses del Olimpo. No obstante, Hades aducía no haber percibido nada extraño en el inframundo. Sin embargo, al revisar minuciosamente aquellos pergaminos, el juez de Griffon menciona que recientemente habían llegado varios espíritus a la sala del juicio, muchos de ellos relacionados a lugares donde Poseidón sintió aquella tenebrosa presencia. Ante esto, el rey del Inframundo ordena a los tres jueces indagar en el libro de la muerte, pero antes que pudieran retirarse a cumplir con la orden de su gobernante, son detenidos por la voz de una de las marinas, Sorrento de Sirena, quien refiere que los cuerpos no sólo habían aparecido. Alguien había asesinado a una gran cantidad de oceánidas, desapareciendo sus cuerpos, ignoraba con qué finalidad, pero sin duda tenía relación con el inframundo, por esa razón el emperador del mar sospechaba de Hades.
— Dudar entre nosotros — meditó posando sus gélidos orbes azulados sobre el más temperamental de sus hermanos, a quien observaba con gesto soberbio — eso quiere el enemigo. — aduce con una sonrisa altanera, por alguna razón aquello resultaba entretenido para el rey del Inframundo — Es inteligente.
— Quizás. — espetó dirigiéndole una orgullosa mirada al mayor, solicitando una prueba de sus buenas intenciones.
El rey del inframundo río ante tal conjetura del dios. Poseidón sospechaba que aquella entidad tenía alguna relación con el inframundo, por ende, con el mayor de sus hermanos, lo cual lo perturbó, pues si los rumores acerca del Olimpo eran ciertos, Apolo era el traidor, pero no estaba solo, otros dioses debían ayudarlo en su rebelión. Si alguien dentro del inframundo estaba ayudando al dios, debía actuar e inclinar la balanza a su favor, Hades por sí solo era un enemigo formidable, cuyo poder era tan aterrador como devastador. No quería imaginarlo aliado con el conspirador.
— Alguien usa los cuerpos de las oceánidas. — indaga Poseidón, fijando sus profundos orbes azulados sobre el mayor, quien yacía inmutable — Sabes quién puede estar tras de esto?
Hades niega aduciendo no sospechar de nadie en el inframundo. Sin embargo, como muestra de sus intenciones, accede a trabajar junto a su hermano, permitiendo que uno de sus generales permanezca en el inframundo para hallar aquello que vinculaba a las oceánidas con su reino.
— Al haber estado en el inframundo durante la última Guerra Santa, será Dragón Marino quien permanezca en tu reino, él me informará acerca de todo nexo entre las profundidades y el inframundo. — sentenció dispuesto a marcharse, siendo escoltado por Sorrento, quién evitaba a toda costa la burlesca mirada de Minos, el alfa no entendía cómo aquel prepotente dios podía encargar su protección a un Omega, debía ser fuerte. Sin embargo, el bello aspecto de la marina dejaba mucho que pensar. No obstante, tuvo que contener su burla ante la reprobatoria mirada de Aiacos.
Una vez que el emperador de los mares se hubo retirado, Hades ordena a Pandora escoltar al general marino a unos aposentos. Al ser un Omega no era bien visto que permaneciera en los dominios de uno de los tres jueces como era la costumbre. Sin embargo, debían proteger a su señor, por lo que según la azabache debían tenerlo vigilado en una de las tres fortalezas. Hades no dudaba de Poseidón, el dios de los mares era demasiado orgulloso para atacarlo a traición. No obstante, los dioses gemelos no compartían la misma opinión por lo que a través de Pandora hicieron llegar su mensaje al rey del inframundo. Sería el segundo juez quien custodiara al general marino. Además, era el único de los 3 jueces que tenía un lazo formado.
– El Omega permanecerá en el templo de Caina bajo tu cuidado, Radamanthys. — ordenó el rey del inframundo, realizando un ademán para que abandonara aquel recinto.
– Como ordene, mi señor – Tras una reverencia, el juez procede a retirarse seguido por el menor de los gemelos, dejando atrás a un muy estupefacto Minos, quien no podía procesar lo dicho por su señor.
¿El ex Santo de Géminis era un Omega?
El de Garuda no pudo evitar burlarse ante la expresión del primer juez, quien no creía en la fuerza de los Omegas, o al menos no al grado de ponerlos al mismo nivel que un alfa. Sin embargo, debía reconocer que el peliazul les había dado muchos problemas durante la última Guerra Santa.
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El trayecto hacia la fortaleza de Caina era sombrío y desolado, ambos guerreros permanecieron por largo tiempo en absoluto silencio. Sin embargo, no era incómodo, pues cada rincón, cada camino de aquel gótico castillo resultaba sumamente intrigante para el menor de los gemelos.
— Volviste con las marinas. — pronunció el segundo juez, sin desviar sus penetrantes orbes ámbar de aquel lúgubre camino
El peliazul asintió aduciendo que había dejado el Santuario para volver a ser Dragón Marino, quizás su hermano en algún momento sería nombrado Patriarca del Santuario, pero no quería seguir siendo una sombra, deseaba comenzar un nuevo camino. Y qué mejor que con el emperador de los mares.
— Quiero la revancha. — espetó arrogante el rubio, rememorando aquel último encuentro entre ambos.
Ante lo dicho, Kanon sonrió, pues a pesar de pertenecer a otra casta, el Wyvern no lo veía como un ser inferior, y es que el peliazul era un Omega, una condición muy rara en el Santuario, pues al nacer gemelos Géminis se espera que ambos sean del mismo subgénero. Sin embargo, no era el caso. Al ser visto como la estrella de la desgracia o el "reemplazo" de Saga, debía ocultar su presencia, emulando al mayor. Por otra parte, la ley impuesta por Hakurei estipulaba que dada su condición debía recurrir a inhibidores para cubrir su aroma en todo momento, impregnándose de objetos con las feromonas de Saga. Sin embargo, al estar expuesto a inhibidores desde su niñez, desarrolló problemas para que perciban su aroma, siendo este prácticamente inexistente. El único que pudo darse cuenta que era un Omega, fue el Wyvern, quién durante su batalla pudo sentir un sutil aroma a miel, siendo este el aroma que Kanon desprendía durante sus celos. En aquella ocasión el peliazul quedó estupefacto, pues al igual que los Santos de Bronce, nadie esperaba que Kanon fuera un Omega, pero el Wyvern era el único en haber descubierto su secreto.
«Radamanthys...» pensó
Hasta la fecha se sentía intrigado por el segundo juez. Debía reconocer que sentía agrado de verlo, no lo admitiría, pero desde su último encuentro, una parte de él deseaba que sus caminos volvieran a cruzarse.
— Lord Hades mencionó que dirigiste la expedición en los límites del lago Lerna.– inquirió tratando de obtener mayor información acerca de lo ocurrido
Ante esto el peliazul asintió, detallando el momento cuando sintió un maligno cosmos rodear el Santuario Marino, en especial el territorio de las oceánidas, cuyos cuerpos inertes flotaban alrededor de una de las entradas al inframundo.
— Sospechan de mi señor. — aseveró deteniendo sus pasos, posando sus penetrantes orbes ámbar sobre el peliazul, quien negó argumentando que en el momento del ataque a las oceánidas, se encontró con una extraña entidad.
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El encapuchado
El griego no pudo distinguir su rostro por la oscura túnica que portaba, pero no había duda, aquella entidad era el responsable de tal masacre. Al verlo, el peliazul se dispuso a enfrentarlo haciendo uso de su mejor técnica, pero fue inútil, antes que su triángulo dorado pudiera impactar contra su rival, este había logrado desaparecer dentro de un oscuro cosmos con el cuerpo inerte de las oceánidas. Ignoraba cómo había sido posible, pero al estar relacionado con la muerte y con el lago Lerna, Poseidón sospechó del mayor de sus hermanos, aduciendo que podría tener una relación. Sin embargo, ese oscuro cosmos no provenía del inframundo, por lo que Kanon debía averiguar qué vinculaba a ese ser con la muerte, quedándose en el inframundo podría averiguar para qué podían usar el cuerpo de las oceánidas. Según el Wyvern, debían descartar un sacrificio, de lo contrario algo hubiera surgido en el momento de la masacre.
— Quizás su objetivo es manipular los cuerpos o devorarlos para adquirir el poder de las oceánidas.— remarcó el segundo juez, argumentando que manipular los cuerpos era un acto muy difícil, en especial para una deidad que no tenga dominio sobre la muerte. Sin embargo, al hacerlo cerca al lago Lerna, esto se facilitaba.
Ante lo dicho, Kanon advirtió haber sentido más débil al encapuchado. No era como lo habían descrito los dioses, aunque quizás aquello era producto del enfrentamiento contra el dios de la guerra. No obstante, no podían bajar la guardia, ignoraba cuál era la finalidad de llevarse el cuerpo inerte de aquellas ninfas, pero algo era claro, las usaría para recuperarse, de lo contrario no se habría arriesgado tanto, en especial cuando podría enfrentar a los generales marinos.
— Una guerra interna se dará en el Olimpo — indicó con seriedad el griego — el inframundo y las profundidades se verán involucrados.
El Wyvern asintió, no podía subestimar el racionamiento de Kanon, ahora entendía por qué era el general de Poseidón. Quedándose en el inframundo no sólo podría averiguar la razón del ataque, sinó también rastrear al traidor.
— Si no es un dios... — inquirió el griego rememorando el hecho de no haber podido percibir un cosmos divino.
— Tendría que ser un mortal con algún nexo o culto a la muerte, alguien con gran poder. — remarcó con seriedad — No cualquiera domina ese arte.
Según el Wyvern, una opción era que una deidad utilizara artes prohibidas. Sin embargo, aquello dejaba rastro, eso explicaba el oscuro cosmos que sintió Poseidón, de tener relación con el inframundo, aquel cosmos no dejaría rastro, desaparecería junto con el portador, resonando en el inframundo. Lo que quería decir que alguien estaba ayudando al conspirador o este ser tenía la destreza para manejar artes prohibidas.
— Sólo un dios en el Olimpo domina ese poder.
— Apolo. — señaló el peliazul al mismo tiempo que daba forma a esta nueva información. Sin embargo, antes que pudieran continuar su camino por aquel oscuro pasadizo, fueron interceptados por un espectro de pálidas hebras rosadas. Se trataba de Valentine de arpía; quien al reparar en la presencia del griego, endurece sus facciones.
— ¿Qué hace él aquí? — cuestionó con recelo, dirigiendo una aprensiva mirada hacía el peliazul.
— Permanecerá una temporada en el inframundo como representante del emperador Poseidón — se adelantó a responder con severidad el Wyvern, interrumpiendo lo que seguramente sería una hostil respuesta por parte del heleno, quien presionaba los puños en notorio enfado — Es una orden de nuestro señor Hades.
Aquello no agradó a la arpía. Sin embargo, no estaba en posición de objetar una orden de su gobernante. Por lo que procede a relajar sus facciones, aceptando que no era el momento de iniciar un enfrentamiento contra el ex Santo de Géminis; en especial frente al segundo juez.
— Ya veo — esbozó arrogante posicionándose frente al peliazul, quien enarcó una ceja en aparente desconcierto — Por cierto. Soy Valentine de arpía, Estrella Celeste del lamento y Omega de Lord Radamanthys — indicó dejando al descubierto su marca de unión, luciendo con orgullo aquel vínculo que lo unía al Wyvern.
Esto sorprendió notablemente al ex Santo de Géminis, quien no pudo ocultar su gran desilusión, pues el Wyvern era el único alfa que había logrado llamar su atención. Sin embargo, esté ya tenía un lazo formado.
— ¿Dónde permanecerá? — cuestionó la arpía dirigiéndose a su alfa, quien para su disgusto le indica que permanecerá en el templo de Caina.
GRECIA
Ante el reporte de presencias anómalas, dos Santos de Athena se encontraban patrullando los límites del bosque de Sacro. El cual estaba cubierto por la oscuridad de la noche, lo único que lograba iluminar aquel frondoso paraje era el tenue resplandor de las estrellas.
— El patriarca dijo que era en este lugar. — acotó el Santo de Piscis, mostrándose alerta, argumentando que el patriarca había percibido un oscuro cosmos en esa zona.
— Esto no es bueno. — advirtió el de Cáncer observando fijamente el oscuro cielo, provocando que el Sueco lo observe extrañado. — Luna negra... — señaló la ausencia de aquel astro, apretando con fuerza su puño, pocas veces se puede observar dos lunas nuevas en el mismo periodo, a la segunda se le conocía como Luna negra, ya que este astro pierde por completo su resplandor, brindando una oportunidad perfecta de ataque, pues debido a la ausencia de luz, todo era absorbido por la oscuridad.
En ese momento ambos guerreros comenzaron a percibir una gran cantidad de energía oscura, poniéndose alerta. Algo peligroso habitaba el bosque de Sacro. Sin embargo, antes que pudieran dirigirse a aquel tópico, un cúmulo de entes malignos se desplazaban con dirección a los pobladores, quienes gritaban presas del pánico.
— ¡Separemos! — indicó Afrodita dirigiéndose hacia los pobladores, quienes clamaban por ayuda.
— Iré al bosque. — acotó el de Cáncer, señalando una gran cantidad de espíritus errantes emerger desde la profundidad de aquel lugar, el cual debía ser el núcleo, pues había una gran cantidad de almas del purgatorio tratando de impedir su ingreso.
En el trayecto, se deshizo de una gran cantidad de espíritus sin dificultad, pero no había duda, ese oscuro e inquietante cosmos estaba vinculado al reino de los muertos.
Al llegar a lo más profundo de Sacro, el canceriano pudo divisar la extraña figura de un encapuchado situado en lo que parecía ser un círculo con extrañas figuras. Una gran cantidad de espíritus rodeaban a aquella entidad, quien parecía concentrar su cosmos en aquel sello.
¿Acaso se trataba de la misma entidad que atacó el templo de la Diosa Ilitia?
— Las almas están por despertar, la tierra se teñirá de sangre — sentenció dejando expuesto parte de su brazo, para posteriormente realizar un profundo corte, provocando que la sangre se impregne en la tierra — los espíritus saldrán... Esta noche el bosque será un cementerio...
Antes que pudiera terminar aquel extraño rito, el Santo de cáncer procede a lanzar un golpe de cosmos, alejando las almas que lo custodiaban, este inesperado impacto provocó que la capucha de aquella entidad cayera dejando al descubierto parte de su rostro.
— Tú... — no pudo evitar enmudecer al reconocer de quien se trataba — Glen...
INFRAMUNDO
En uno de los salones del Castillo, la representante de Hades había reunido a los tres jueces y sus tropas con el fin de informarles acerca de la estadía del ex Santo de Géminis en el inframundo, pues dado su participación en la última Guerra Santa, era evidente que más de un espectro quería su cabeza como trofeo, por lo que no desaprovecharían una oportunidad para desmembrarlo.
— Como se ha acordado, el general Dragón Marino permanecerá en el inframundo como invitado de nuestro señor Hades. — indicó recordándole a los espectros acerca del tratado de paz, advirtiendo que no toleraría ninguna ofensa hacia el peliazul — Radamanthys, tú serás su escolta durante su estadía en el inframundo.
El Wyvern asintió, por disposición de Hades, Kanon no estaba sujeto a las leyes del inframundo, por lo que podía alimentarse con normalidad. Sin embargo, eran pocos los lugares donde podía estar por su cuenta. Estaba bajo la protección del Wyvern por lo que requería de su presencia para ir a lugares importantes, como la sala del juicio, Guidecca o las prisiones del inframundo.
— No decepciones al señor Hades. — sentenció manteniendo aquella estoica expresión que tanto la caracterizaba — Él será tu responsabilidad.
Al oír aquello, la arpía no pudo evitar objetar aduciendo que necesitaban al segundo juez en el tribunal, por lo que no sería factible encargarle la protección del ex Santo de Athena. Alegando que esa tarea podía ser realizada por cualquiera de los espectros bajo el mando del Wyvern. Un ejemplo era Slyph de Basilisco, quien mencionó no tener objeción con aquella detestable labor. Sin embargo, la intromisión de la arpía no pareció agradar a la representante de Hades, quien lo observó con notoria molestia.
— ¿Cuestionas mis órdenes, Valentine? — preguntó con tono suave pero severo, aquella entonación despertaba un gran temor entre los espectros, quienes conocían los castigos de la mujer alfa para quienes se atrevían a desafiar sus órdenes. Por lo que la arpía guardó silencio, lo que menos le convenía era un castigo, si bien tenía aprensión por el peliazul, debía actuar con inteligencia. Sobre todo si no quería tener problemas con su alfa, quien lo observaba expectante.
« No lo quiero cerca de mi alfa.» pensó clavando una amenazante mirada en el peliazul, quien en la última guerra Santa, se había ganado el respeto y admiración del Wyvern, al sacrificarse para darle una oportunidad a los Santos de Bronce.
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Eligió morir
Desde entonces, el segundo juez tenía muy presente al menor de los gemelos, admirando su fuerza y determinación, esto enfadaba a la arpía. Aquel embaucador había encantado a su señor. En un principio creyó que aquel interés del Wyvern se debía a su orgullo como guerrero pero al descubrir la casta del ex Santo de Géminis, aquel interés tomaba otro rumbo. Uno que perturbaba a la arpía.
«Un Omega...»
Con Kanon en el ejército de Poseidón no tenía de qué preocuparse, pero ahora permanecería en el inframundo.
Continuará...
