Agua
No era común que donde se encontrara esta pareja se sintiera tanta quietud. De no ser por el murmullo de la cascada artificial, la atmósfera tendría un silencio tal que incluso la brisa penetraría el salón aislado de la piscina. Fue apenas pasada la hora que un masculino exhalar se hizo más profundo en el eco.
—Creo que es suficiente —dijo Jan-di, acariciando la espalda de Joom-pyo, quien sacó la cabeza del agua y recuperó con fuerza su oxígeno.
—¿Hacia dónde? —estaba exaltado—. No escuché.
—Decía que es suficiente. Ya has nadado mucho. Estoy pesada.
—¿Hacia dónde?
—Qué necio eres...
—¿Tan débil me crees? —demandó. Ella sólo agachó la mirada. Claro que no era eso—. Tranquila, podemos seguir un rato más. Llevo la mitad de mi vida sin nadar.
Y ella la mitad de su vida haciéndolo, por supuesto, por lo que para él valía la pena llevarla sobre su espalda largo rato con tal de compensarle a su cuerpo la experiencia. Sabía que no se trataba sólo de que ella chapoteara en la orilla: era lo profundo a donde su pecho extrañaba llegar.
—Está bien —se rindió ella y señaló el otro extremo de la enorme piscina—. Pero toma mucho aire, ¿sí? Me gustaría llegar en una sola bocanada.
La luz artificial delineaba a la perfección cada burbuja. El agua lo intentaba con ellos. Era tierno. Lento. Inexperto. Precioso. Muy azul. Las piernas de Joom-pyo ya se flexionaban y el progreso era poco. Jan-di tenía intacta su reserva de aire. Lo abrazó levantando su pecho e impulsó las piernas hacia la superficie. Joom-pyo expelió con molestia, así que Jan-di unió sus bocas y abrió con sus labios los de él.
—¿Qué fue eso? —ahora estaba ruborizado.
—Aire.
—No me digas. ¿Y esto? —Joom-pyo limpió unas gotas que escurrían desde los lagrimales de Jan-di—. ¿Sólo agua?
—Y gratitud.
Y lo besó de nuevo. Flotaron despacio así, abrazados, hasta llegar al borde.
