Calor
La plenitud del erotismo está en el capricho de sus apariciones. El problema de una pareja con aquello que se denomina química suele ser el sometimiento de un arrebato que, en caso ideal, jamás se previene y sólo se vence al consumarse. Joom-pyo y Jan-di no fueron presas de los momentos tensos durante su cercanía ni de lo que podrían captar los demás como escandaloso. Habían acumulado demasiados nervios, sobresaltos e incluso instantes dulces como para que escenarios tales inflamaran el apasionamiento. Quizás por ello no pudieron consumar durante su primera noche de bodas, y es que habían recolectado algunas ocasiones lo necesariamente cómplices como para ir más allá del beso que nunca hubieran pensado aprovechar, ya que con un toque en los labios se lograba un triunfo enorme como para atreverse a más.
Cualquiera pensaría que el sosiego demeritaba el deseo, cuando en realidad es la prudencia un inconsciente preludio del furor. Los domó desde aquella primera charla pacífica en el bar, luego de que Jan-di observara a Ji-hoo besar a su primer amor. Un Joom-pyo consolador, bajo en guardia y contundente le habló a una Jan-di rendida y temblorosa, y tan pronto como él dialogó y ella escuchó, el tipo de cosas que evidencian más de quien habla que de lo que sea que diga, les hizo sufrir su primera combustión interna: he ahí la química, cuando una dupla se concentra lo bastante sólo en permanecer atento al otro (sin importar quién habla, quién escucha ni lo que se dice) que sin querer terminan añorando pertenecerse físicamente. Es cuando remonta la quemazón desde el pecho hasta los ojos —por eso brillan— y de inmediato rebota en el cerebro para resbalar hasta los labios; si no se libra desde ahí con un beso, uno tiene que salir amedrentado hasta el baño (tal cual lo hizo él aquella vez), mientras otro buscará con desespero el líquido más cercano para saciarse (así ella, aunque en su momento provocase su primera borrachera).
¿Qué ocurre, pues, luego de que el beso sea siempre el escape de ese ardor? Si ha sido genuino (sin duelos, sin resentimiento, sin malevolencia), uno podría permanecer siempre besando, hasta que el mundo se acabase bastaría, aunque cuando existen más beneficios consagrados y legalizados, no es necesario estar en el lecho para querer unir los sexos; a veces, con tal de colmar lo que sea, hasta en peleas se hace evidente el apetito. Así fue de hecho con ellos, tras una semana de graduales riñas matutinas y sesiones de nocturnos besos bajo el edredón, hasta que, sentados en el bar del lugar, conversaron tanto y se miraron lo justo para que ese arrebato acudiera con violencia. Él sólo jadeó y fue ella misma quien lo tomó de la mano para huir, porque sabía el recién casado que ningún baño inmovilizaría el torrente y la recién desposada ni con el mar se embebería semejante sed. No ocurre con todos, pero se dice que con quien pasa no se puede censurar en lo que dure esta vida. Por eso un hombre embelesado, si es anticuado o al menos leal, aunque el cuerpo bombee sangre al lugar indicado no podría desfogarse con otra, ni una mujer aun en paños menores y ni siendo muy halagada se ruborizaría con quien que no fuera su estimado. Ahí es cuando uno debate si las relaciones pueden ser compuestas sólo de afinidad o cariño. Tal vez, mas no son del tipo al que Eros visita ni con invitación.
Qué maravilloso sentir tanto calor, sentir que es la palabra lo que enciende y que se agradece al cielo que venga de una boca igual en exquisitez. Milagroso que el incendio no queme nada, sino que haga todo reverdecer. Esa es la alquimia de las almas, la dichosa química o erotismo, aunque los más sensibles le nombran simplemente amor.
Ay, este es muy personal. Aunque no lo leerá a quien se lo dedico, pues: te adoro, te extraño, te quiero, amorcito.
