Dejar ir
Zelda oye la puerta de casa, las pisadas en las escaleras y un pequeño bullicio en la cocina. Link ha vuelto de la aldea. Se estira con pereza y hace el esfuerzo de salir de la cama, aunque estaba realmente bien ahí. El otoño parece asomarse a la región de Akkala, y aquí los otoños son más fríos que en Hatelia, más al sur, donde el verano suele alargarse un poco más.
Se pone en pie y siente una nostalgia extraña por Hatelia. La nueva casa es maravillosa, es imposible no acostumbrarse a ver el mar cada día, a la serenidad que transmite. O la tranquilidad de la colina donde Link ubicó la casa, algo apartada de los ojos curiosos y de la aldea Arkadia. Pero, Hatelia fue el primer sitio al que pudo llamar "hogar" tras recomponer los fragmentos que dejó el dolor del Cataclismo. Fue el hogar con el que soñaba desde la corte de Rauru y Sonnia. Y sí, la casa tiene defectos, cierto. Link concibió la casa como una especie de cobertizo en el que almacenar todos sus chismes. Él jamás pensó que ese sería el verdadero punto de partida de su relación. Después, se fue pareciendo a un hogar, aunque tuviesen que dormir apretujados en una cama pequeña. Aunque no tuvieran bonitas vistas, aunque su estudio estuviese en el húmedo fondo de un pozo. Allí fueron ellos mismos. Y allí construyeron la primera escuela. Era un proyecto muy importante para ella, puede que el más importante de todos.
Tras un bostezo largo se decide a bajar las escaleras para ir a la cocina, los tablones de madera crujen un poco con sus pisadas. Eso arruina su idea de darle un susto a Link por la espalda, tiene tan buen oído que sabe más que de sobra que ella está ahí. Él está sacando las manzanas que acaba de comprar para ordenarlas en la despensa.
—Has madrugado mucho, ¿abre temprano el mercado en la aldea?
—No era tan temprano, es que al fin empiezas a dormir como una persona normal y ni te has dado cuenta —dice él, sin apenas girarse.
Zelda se acerca a él para que le haga caso. De alguna manera sabe que Link aún está sensible, o no está como antes de que todo pasara. Es normal. ¿Cómo no iba a ser normal? No se trata sólo de que él haya puesto su vida en juego. Tampoco de todas esas cicatrices nuevas que le ha visto. Diosas, tiene varias, de un color rosa más claro, recientes, en lugares peligrosos. No se atreve a preguntarle por ellas, sólo se limita a besarlas cada vez que puede, como si eso sirviese para hacerlas desaparecer. Pero, no es sólo eso, es todo, es cómo procesar que casi se pierden el uno al otro para siempre. No lo había visto tan claro hasta el día que él lloró delante de ella. Link aún estaba recuperándose, y, bueno, puede que ella también lo esté.
Él está tan distraído dejando las verduras en su sitio que casi se sorprende cuando sus ojos tropiezan con los de ella, que se ha colado entre él y el borde de la mesa. Lo besa en los labios antes de que pueda reaccionar, él se relaja y se deja atrapar por ella. Por suerte los besos han vuelto, gracias a las diosas, ahora son incluso más frecuentes que antes. En el sentido más íntimo, su relación está a otro nivel. A un increíble e interesante nivel, debe admitirlo.
—Hola —sonríe, sin liberarle aún.
—Hola —él también dibuja una sonrisa de las suyas, de las que apenas se notan.
—¿Qué tal todo en la aldea? —pregunta ella, sosteniéndole la cara con las manos.
—Bien. Aún… no he oído ningún rumor sobre lo que le dije a Kaenne —admite él, con timidez.
—Y si lo hubiera no importa, de verdad, Link. Pronto lo sabrá todo el mundo, así que tranquilo.
Sabe que Link teme haber metido la pata con lo de su compromiso y eso le hace sentir una ternura inesperada hacia él, porque, ni aun esforzándose por hacerlo mal, él podría llegar a cambiar nada de lo que ella siente, ni su deseo de estar con él el resto de su vida. Pero, entiende que aún se les resiste un poco esa parte de su pasado. Esa parte en la que ella era la princesa y él el estoico caballero. Ambos llevan tanto tiempo encadenados a su rol y a lo que se espera de ellos que es como si tuvieran que arrancárselo de encima para emerger a la superficie y vivir sus vidas de una vez por todas. Además, en el caso de Link su rol es incluso peor, porque ese rol siempre le obligó a marcar una distancia con ella, comprensible entonces, una mala costumbre en el presente. Ya no queda apenas nada de eso, o eso pensaba ella, pero con sorpresa, ha descubierto que él aún guarda dentro ese miedo de mostrarse del todo y de romper con sus propias normas de caballero protector. Y puede que algo parecido le pase a ella, más veces de las que se atreve a admitir.
—Podemos ir hoy a por Syrax —él la acaricia, respondiendo al fin a sus gestos de cariño —si te parece bien.
—Me parece bien.
En poco tiempo preparan un pequeño equipaje y comida. La posta de Akkala donde está el caballo no está lejos, pero deben volver a lomos de Syrax, compartiendo la montura, y no es cuestión de hostigar al pobre animal. De hecho, planean acampar para pasar la noche a mitad de camino de vuelta, es Link quien lo sugiere para su sorpresa.
Con el teletransporte de la tableta sheikah llegan a la posta. Es en ese momento cuando Zelda empieza a sentir una especie de gusanillo en el estómago. Casi ni oye a Link preguntar por el caballo, se aleja para ver si logra verlo en la cuadra.
—¡Syrax!
El animal se inquieta un poco cuando la siente abrazada alrededor del cuello, apretando sus crines con las manos y llorando como una idiota.
—Maldita sea, maese Link, debisteis decirnos que ese era el caballo de su alteza —gruñe el dueño de la posta a sus espaldas.
—Bueno, hay que cuidar bien a todos los caballos —replica Link.
—Está precioso —dice ella, sorbiendo lágrimas por la nariz —no sé si se acuerda de mí…
—Claro que se acuerda, no seas tonta. ¿Crees que se dejaría agarrar así por cualquier lunática que se acerque a él moqueando lágrimas? Los animales son mucho más listos que nosotros —dice Link, con una sonrisa en la voz.
—Gracias por cuidar de él, Link. No sé cómo-
—No importa, tranquila. Me alegra que os hayáis reunido otra vez.
—Maese Link, los gastos del caballo corren de mi cuenta —interviene el dueño de la posta, que sigue de cerca el reencuentro.
—¡Ni hablar! —exclama ella —le pagaremos lo que sea.
—Por favor, princesa. Es un honor teneros de vuelta tras la Catástrofe. Y aún más poder cuidar de vuestro caballo.
—No, yo… por favor, dejad que paguemos lo que sea —insiste ella.
Puede que el pobre hombre se ablandase al verla así, es totalmente inusual que ella se muestre de esa manera con desconocidos. Para su tranquilidad, el dueño termina por aceptar la bolsa de rupias que Link ha puesto en su mano.
Una vez de vuelta y como habían planeado; Link, Syrax y ella han acampado al borde de un bosque, al atardecer. Ahí la hierba es suave, es muy agradable desplegar ahí el campamento y a Syrax también parece gustarle, hay agua fresca en un riachuelo cercano y puede mordisquear los brotes verdes que crecen cerca del pie de los árboles.
Link está preparando la cena, "algo especial" ha dicho. Ella se ha traído los pergaminos en los que ha estado trabajando al viaje. Los tenía a medias, o… bueno, la verdad es que están acabados, pero no para de releer el texto una y otra vez. Y en cada relectura se imagina a sí misma recitándolos como una estirada, con una voz aguda y nasal, casi desagradable. ¿Por qué suena tan rimbombante? Es horrible, horrible. Debería romperlos y escribirlos de nuevo, aunque sea la tercera versión que tira a la basura.
La primera versión que hizo empezaba como todas las cartas formales de padre (o lo que ella logra recordar de eso), sólo que cambiando su nombre por el de él.
"Yo, Zelda Bosphoramus, princesa de Hyrule, me congratulo al anunciar el compromiso…"
¿Congratulo? ¿Qué clase de palabra tan petulante y odiosa era esa? Odiaba la palabra. La odiaba cuando la veía escrita en las invitaciones de padre y ahora vuelve a odiarla con fuerza. Es una palabra espantosa.
El segundo intento de carta sonaba a funeral. Bien podría haber puesto que anunciaba a todo Hyrule que las almas de Link y Zelda descansaban en paz en el más allá, que habría sonado menos fúnebre que esa carta.
Y la tercera carta… no. Aún sonaba artificial. No quería usar su título, aunque sabe que mucha gente aún la trata de "princesa" por una especie de respeto solemne, y es importante devolver ese respeto de alguna manera.
—¿Aún dando vueltas a eso? —pregunta Link, que la observa por el rabillo del ojo mientras remueve su guiso con la cuchara.
—Es lo más difícil que he escrito nunca —suspira ella, resignada —además de que es un mensaje importante. Yo… nunca he mandado una misiva así. Esta es la primera.
—¿Y crees que hacen falta esas cartas? Podemos viajar con la piedra sheikah y decírselo a todos, ya está.
—No. Deben saberlo todos a la vez —insiste ella, tachando otras cuantas palabras que le suenan estúpidas y recalcadas, como si las hubiera escrito algún sacerdote repelente, cien años atrás.
—¿Por qué? —pregunta él con la boca llena, probando el guiso —¿por qué es importante que lo sepan a la vez?
—Ya te lo he dicho, Link —se deja caer de espaldas, cansada y un poco enfadada consigo misma —alguien podría ofenderse si se entera más tarde que los demás. Son temas de diplomacia, de lo poco que pude aprender de mis tutores. Y estas cosas deben presentarse por escrito en primer lugar, porque son importantes.
—Pues escribe: "Zelda y Link anuncian que están comprometidos. Saludos".
Ella no puede evitar una carcajada. Sí, en esencia es eso. Claro que eso trae implícitas más cosas como el "cuándo" y el "dónde". Y ellos ni siquiera han pensado en eso todavía.
—Vale, no te gusta —prosigue él —pues pon: "La princesa Zelda y Link-
—¡No pienso poner eso! Eso me trae de cabeza —protesta ella, llevándose los papeles a la cara, con frustración —¿Cómo diablos voy a poner princesa Zelda y Link?
—No sé, no veo nada raro —dice él, encogiéndose de hombros.
—Suena increíblemente pretencioso y artificial. Además, yo no soy princesa de nada.
—Lo eres, en el corazón de la gente.
—Por favor, Link… —resopla, poniendo los ojos en blanco. A veces él suena incluso más empalagoso que las cartas de padre.
—¡Es verdad! Sé que tú no quieres que te den un trato especial, pero debes permitir que la gente lo haga, si ellos quieren, es su forma de ser agradecidos. De todas formas, aunque supiesen toda la verdad, jamás podrían devolverte todo lo que has hecho por ellos sin que ellos lo sepan…
—Vale. Dejo lo de princesa Zelda —acepta a regañadientes, por no discutirlo más —pero no puedo poner "Link" y ya está. Tú también eres mucho más que eso en el corazón de la gente.
—A mí me da igual cómo pongas mi nombre, siempre que pongas lo de que el compromiso es conmigo.
—Qué bobo eres… —carcajea ella de nuevo —pongo Maestro Link como mínimo. O puedo poner-
—No.
—¿No? ¡Si ni siquiera sabes lo que iba a decir!
—Nada de lo del Héroe de Hyrule. Eso sí es pretencioso. No me gusta —gruñe él, ganándose otras cuantas carcajadas.
—Sir Link, Maestro de la Espada Destructora del Mal, aniquilador del Cataclismo Ganon y de Ganondorf rey de las tinieblas, primer caballero de Hyrule, miembro de honor de la guardia real y, sobre todo, ilustre Héroe de Hyrule, se congratula en anunciar…
—Mierda, qué maldito horror —protesta él, arrugando la nariz.
—Lo entiendo. Es por el verbo "congratula", pero puedo cambiar esa parte si te suena rimbombante —se burla, esforzándose por no reírse de sus propias ocurrencias.
—No pienso permitir que escribas ese despropósito —se queja él, dejando el guiso a un lado, preocupado por primera vez por el contenido de las cartas. Ella no puede hacer otra cosa que desternillarse de risa al ver su cara.
—¿Lo ves? Ahora empiezas a entenderlo.
—Diosas, aquí no pone nada de ese estilo, menos mal —dice él, escudriñando el contenido de las cartas.
—¡Claro que no! Te estaba tomando el pelo para que me entiendas de una vez.
—Tal vez Impa pueda ayudarnos —dice él de repente, manteniendo la seriedad y una mueca un poco desencajada, que resulta demasiado graciosa.
—Ni hablar. No necesitamos a Impa para escribir una carta.
—Pero ella entiende de esto. Ha escrito miles de cartas diplomáticas durante cien años, en nuestra ausencia. Podemos contárselo primero a ella.
—Hm.
—Sabes que tengo razón —dice él, volviendo la atención a su guiso —de todos modos, los mensajeros más rápidos están en Kakariko. Si quieres que las cartas lleguen al mismo tiempo a Sidon, Lord Tyto, Riju y Yunobo tiene que ser con la ayuda de los sheikah.
—Prunia me mataría si se enterase de que se lo he contado antes a su hermana —resopla ella, con frustración —después de tanto tiempo…
—Pues viajaremos con la tableta a Fuerte Vigía, justo después de hablar con Impa —sugiere él.
Ella se mantiene en silencio, cavilando esa posibilidad. Se siente tan torpe… quiere compartir la noticia con sus amigos por igual, más allá de los protocolos o de las normas sociales y diplomáticas. Quiere hacerlo porque es importante para ella, porque se siente en deuda con todos.
—Vale, volveremos a Kakariko —cede ella. Empieza a plegar los pergaminos, un poco aliviada por no tener toda la responsabilidad de tener que escribirlos. Su afán de perfeccionismo es desquiciante, sobre todo para sí misma.
—Prueba —él ya ha apartado la olla del fuego y le ofrece una cucharada de su guiso.
—Está buenísimo —se relame ella, cerrando los ojos para saborearlo mejor —un momento… ¿es mi receta de guiso?
—Sabía que te gustaría.
La noche es engañosa. Parece casi veraniega, pero si ella se despega un poco de Link o de las mantas, nota un airecillo frío que le da repelús. Así que sigue acurrucada sobre él, mirando las estrellas. Hay tantas que asusta. Hay muchas más de las que será capaz de estudiar o identificar a lo largo de toda su vida. Y muchas preguntas que seguirán sin respuesta, escondidas tras ellas.
—Sir Link.
—Hm.
—Solicito permiso para ponerme algo de ropa.
—Permiso denegado.
Además, para asegurarse de que ella no lo intenta, él deja de acariciarle el hombro para sujetárselo.
—Sólo bromeo —dice ella, reprimiendo una carcajada —tu teoría de estar sin ropa empieza a gustarme.
—Te lo dije.
—¿Sabes? Seguramente eso era algo de lo que más me fastidiaba de ti cuando te conocí.
—No sé si te sigo, por aquel entonces siempre iba con esa armadura para cocerme como un cangrejo. O con el uniforme. No podías apreciar toda esta hermosura —se burla él, sacando una pierna de debajo de la manta para exhibirla como un trofeo.
—Me refiero a lo de ser nosotros mismos. Como siempre estabas tan serio… en el fondo quería caerte bien y que llegases a apreciar algo de lo que yo intentaba hacer para ayudar. Me fastidiaba tanto que no hubiera nunca ninguna reacción tuya, para bien o para mal. A veces intentaba enfadarte adrede, para que hubiese una reacción para mal. No está bien, ya lo sé.
—No he dicho nada.
—Pero lo piensas. O lo pensabas.
—No, lo que me enfadaba era que estuvieras tan presente en mi cabeza a todas horas a pesar de ser un incordio.
Ella se gira para dejar un beso en su clavícula.
—Me siento agradecida porque me mostraste cómo eres sin que te importase mi posición, sólo eso. Y… por suerte ahora ya no hay posiciones tuyas ni mías, ni tenemos que ocultar nada a nadie, nunca más. No quiero que te sientas culpable o preocupado cuando hables a otros de nuestro compromiso.
—Sólo fue una tontería lo de ese día, Zelda, no le des más vueltas. Tú fuiste torpe y yo también, no pasa nada, olvidémoslo —él se remueve algo tenso.
—No lo fue. Y no quiero olvidarlo, porque verte así me ayudó a entenderte mejor. No quiero hacerte daño sin querer, porque seguramente cometeré más estupideces estos días. Cuando los sheikah se enteren, me saquen de mis casillas y todo eso.
—Nos haremos daño sin querer más veces —reflexiona él, volviendo a acariciarle el hombro desnudo —pero… es lo de menos. Porque también te haré feliz, como hace un rato.
—Diosas, eres idiota —Link se ríe y ella se tapa la cara con la manta, como si eso pudiera hacer que le dejen de arder las mejillas —intentaba tener una conversación seria.
—¡Es serio! Sé que te ha gustado mucho, casi más que otras veces, diría yo…
—Eres un presuntuoso, voy a vestirme ahora mismo, se acabó.
—¡No, para!
Durante unos segundos hay un forcejeo y un revoltijo de piernas y de mantas. Syrax relincha al oír el revuelo, pero al fin, Link consigue atraparla e inmovilizarla, como casi siempre.
—Te diré algo serio —dice él, mirándola a los ojos.
—Me espero cualquier cosa… —resopla ella, poniendo los ojos en blanco.
—Aún me asusta que te pase algo malo después de tu regreso.
—Link, no-
—Schhh. Es la verdad. Nadie vive durante miles de años en otro cuerpo y vuelve como si nada. Sé que… bueno. Admito que Rauru y Sonnia hicieron algo a través de mí. Algo bueno y curativo, y por eso estás aquí.
—Me alegra mucho que al fin lo admitas.
—Pero… necesitamos tiempo. Yo lo necesito.
—Vale —sonríe ella, acariciándole la mejilla.
Él se relaja y se deja caer de espaldas. Ella vuelve a la posición original, acurrucada sobre él.
—Y ya que te he confesado eso, algún día te hablaré del plan B —murmura él, con la vista perdida en las estrellas.
—¿El plan B?
—Será otro día.
Nota: Miles de gracias por los nuevos follows y por vuestros reviews en el capítulo anterior :) No lo digo tan a menudo como debería, pero vamos, ya sabéis que me encanta leeros ;)
Un abrazo, -J.
