Hola a todos. Por ahora he decidido continuar esta historia un episodio más. Aquí os dejo con el capítulo 2.
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Capítulo 2. El sucesor de Kogoro Mouri
En casa de los Uesugi, Raiha tenía una cucharón de servir en una mano y un bol en la otra. Se estaba preparando para cocinar, como hacía a diario. Tenía pensado preparar arroz con curry para cenar.
Sin embargo, ese día su mente no dejaba de pensar en su hermano mayor, y en su nuevo trabajo, que hacía que fuera a pasar menos tiempo en casa, lo cual la entristecía, ya que eso significaba que estaría sola más tiempo. Pero sabía que era por una buena causa, ganar dinero para pagar las deudas, así que trató de mostrarse fuerte.
–Onii-chan debe estar trabajando muy duro como tutor –pensó optimista–. Seguro que volverá agotado. Quizá debería animarlo preparando para esta noche algo especial, como tamagoyaki. Sí, esa será una buena idea.
Tomó varios huevos de la nevera y con gran maestría, fue abriéndolos sobre el bol, uno a uno, hasta llegar a seis. Antes de empezar a cocinar, contempló por un momento la escena, las seis yemas intactas, preparadas para empezar a batirlas. Sí, estaba segura que cuando su hermano volviese a casa se alegraría al ver la cena que había preparado. Esperaba que al menos lo estuviera pasando bien trabajando como tutor.
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Sin embargo, en casa de los Nakano, un desconcertado Fuutaro hablaba por teléfono desde la terraza.
–¿¡Seis hermanas!? –exclamó sin terminar de creérselo–. N...Nakano-san. ¿De verdad que sus hijas son sextillizas?
La revelación de un momento atrás le había dejado sin palabras. Había pedido hablar con su empleador, el padre de aquellas chicas, para aclarar los términos. Por suerte Itsuki le había prestado su teléfono para esa llamada.
–Sí –dijo una voz de hombre al otro lado del teléfono–. Hermanas nacidas del mismo cigoto. Quiero que les des clase hasta que se gradúen. Naturalmente, se te pagarán los gastos correspondientes por enseñar a seis estudiantes.
–Sobre eso… –intervino Fuutaro con nerviosismo–. Tengo dudas acerca de poder darle clases a las seis personas a la vez.
–Oh, ¿en serio? –dijo aquella voz, que sonaba decepcionada–. Tu padre me insistió bastante para persuadirme de que fueses tú el tutor de mis hijas, que no había nada que no pudieras lograr, pero veo que se equivocaba.
Fuutaro se arrepintió al momento de lo que dijo. Sabía por donde iba a salir ahora la conversación con el padre de sus alumnas. Tenía que solucionarlo rápido o perdería este trabajo que ahora era muy necesario.
–Es una lástima –dijo la voz–. Entonces buscaré otra persona. Esta conversación nunca ha tenido lugar…
–¡Pero ya me siento totalmente confiado! –exclamó repentinamente Fuutaro – ¡Puede dejarlo en mis manos, le garantizo que se graduarán!
La voz guardó silencio por unos segundos.
–Me alegra oírlo, en ese caso cuento contigo. Espero buenos resultados –dijo al fin–. Por cierto, están todas ahí reunidas, ¿verdad?
Fuutaro guardó silencio por unos segundos, como si estuviese dudando.
–Sí –dijo entonces–. Están todas en el salón. Ya les he explicado la situación.
Abrió la puerta de la terraza mientras entraba al salón de aquel ático, estancia que en aquellos momentos se encontraba vacía.
El ático era verdaderamente lujoso. Nada más entrar tenía ante sí una mesa de comedor rectangular con seis sillas. Al lado había una enorme alfombra sobre la que había dos sofás de tres plazas blancos, dispuestos en forma perpendicular. Entre ellos dos había una mesita con una lámpara, además de una larga mesita rectangular con un cristal y bordes metálicos sobre la que Fuutaro había dejado su mochila. Frente a ambos sofás había un enorme televisor de plasma. Desde allí también se veía una barra, que era de la parte de la cocina, y en un lado había unas escaleras, bajo las que había varios armarios y un impresionante acuario, que llevaban hasta un corredor en el piso de arriba, que era donde se encontraban los dormitorios. Pero Fuutaro no tenía tiempo de admirar aquel palacio.
–¿Ocurre algo? –preguntó la voz del teléfono al notar el silencio.
–No, no pasa nada, todo está perfectamente –dijo Fuutaro mientras se reía nerviosamente–. Chicas, no me empujéis.
Tras una breve despedida, Fuutaro colgó el teléfono. Se sentó en uno de los sofás dando un largo suspiro. Aquella llamada había sido toda una pesadilla, y era la antesala de lo que estaba por venir.
–¿Dónde se habrán metido todas? –se preguntó en voz alta.
–Se fueron a sus habitaciones –respondió una voz a sus espaldas.
Fuutaro giró la cabeza. Detrás suyo estaban Itsuki y la chica del lazo en la cabeza, que fue la que habló.
–Tu eres… Yotsuba, ¿verdad? –preguntó Fuutaro dirigiéndose a esta última–, la del examen con un cero.
Ella rió nerviosamente con un ligero enrojecimiento de sus mejillas. Al menos no se había olvidado de su nombre.
Fuutaro le tendió el teléfono a Itsuki.
–¿Has hablado ya con nuestro padre? –le preguntó mientras lo tomaba.
–Sí, ya lo hemos hablado –dijo Fuutaro–. Pero, ¿de verdad que sois…?
Entonces se le ocurrió algo para confirmar su teoría.
–¿Podéis fruncir el ceño un momento las dos? –preguntó.
Ambas hermanas se miraron por un momento, extrañadas por la petición. Entonces se encogieron de hombros e hicieron como pidió Fuutaro.
Cuando vio sus caras enfadadas, notó que, salvo por el cabello, eran exactamente iguales. Sí, eran sextillizas, sin duda.
–Vale, y ¿por qué no habéis salido corriendo vosotras también? –les preguntó con curiosidad.
–Ya te lo dije ayer, ¿no? –respondió Itsuki–. Necesito ayuda para que mis notas mejoren. Sé que estamos en la misma clase y que debería desconfiar de alguien como tú, pero tras conocerte, sé que eres el más indicado.
–¡Yo también quiero que me des clases, Uesugi-san! –exclamó Yotsuba entusiasmada–. Tenia miedo de que se tratase de un tutor muy estricto, pero si eres un compañero de curso, seguro que me gustará.
Una oleada de gratitud invadió a Fuutaro, sintiéndose a punto de llorar de la emoción.
–Itsuki, Yotsuba –dijo con un tono emocionado, impropio de él–. ¿Os puedo dar un abrazo?
–¡Venga, vamos a reunir a las demás! –exclamó enérgica Yotsuba, dándose la vuelta para dirigirles al piso superior.
Una vez los tres estuvieron en el piso de arriba, Fuutaro contempló el corredor en el que se encontraban. Las paredes eran de un tono marrón claro, y se veían una serie de puertas de tono marrón oscuro, todas idénticas, salvo por el número de líneas verticales que recorrían la puerta, de arriba a abajo, y que eran del mismo tono que las paredes. Junto a ellos estaba una puerta completamente lisa, y a continuación todas las demás, empezando por la de seis rayas, y que iban en orden descendente conforme se avanzaba por el corredor.
–El orden de habitaciones es el siguiente –explicó Yotsuba–: la de Mutsuri (6 rayas), Itsuki (5 rayas), la mía (4 rayas), la de Miku (3 rayas), la de Nino (2 rayas), y al fondo, la de Ichika (una raya).
–De acuerdo, comencemos –dijo Fuutaro, llamando a la primera puerta.
–Mutsuri suele estar muy distraída –dijo Yotsuba.
–Pero seguro que si es algo importante como los estudios, dirá que sí –prosiguió Itsuki.
La puerta se abrió, solo lo justo para asomarse la huésped de la misma, que en ese momento tenía una cara de pocos amigos.
–Paso de estudiar –dijo seriamente–. Tengo un proyecto entre manos más urgente que terminar.
–¿Aprobar tus exámenes y graduarte no te parece importante? –le espetó Fuutaro, sorprendido de aquella reacción.
–Hay cosas mejores en la vida que estudiar. Olvídalo –dijo cerrando la puerta.
Fuutaro se quedó perplejo con lo que acababa de escuchar.
–Bueno –dijo Yotsuba con una sonrisa nerviosa mientras le daba una palmada en la espalda–. No te preocupes, es normal que de seis, una no quiera.
–Está bien, vamos a la siguiente –dijo Fuutaro.
–Miku es algo seria –dijo Itsuki.
–Pero es la más inteligente de nosotras –dijo Yotsuba–. Seguro que os lleváis bien.
En esta ocasión sí pudieron entrar los tres en la habitación. Fuutaro se encontró ante una estancia sumamente amplia. Desde donde se encontraba podría ver un biombo y un gran escritorio donde se veía una enorme pantalla de ordenador de sobremesa. Unos enormes ventanales con persianas enrollables permitían la entrada de luz en el cuerto, que estaba muy ordenado.
Los tres se hallaban arrodillados ante la inquilina de la habitación, que al igual que su hermana tampoco estaba por la labor.
–Paso –dijo secamente mientras le miraba cruzada de brazos–. Además, ¿por qué nuestro tutor tiene que ser un compañero de instituto? ¿No hay más profesores particulares decentes en toda la ciudad?
Fuutaro suspiró. No ganaría nada con insistir, así que fue el primero en abandonar la habitación.
–Si… siguiente –dijo Yotsuba nerviosa.
–Ahora toca la habitación de Nino –dijo Itsuki.
–Es muy sociable, y tiene bastantes amigos. Seguro que os lleváis bien enseguida –dijo Yotsuba.
Llamó a la puerta. No hubo respuesta. Volvió a llamar. Sin respuesta aun. Insistió llamando más, sin haber tampoco respuesta. Finalmente abrió, ya que no estaba cerrada por dentro. Se encontró ante otra espaciosa estancia, donde había varios cuadros en las paredes. La cama de esa habitación estaba elevada, y bajo la misma había un mueble de varios cajones. Había también una mesa de escritorio junto a unos amplios ventanales, los cuales disponían de unas cortas cortinas. También se fijó en una gran estantería que había junto a la cama. No dejaban de impresionarle las estancias de aquel ático, pero no estaba allí para eso. Buscó a la inquilina de aquella habitación, pero no estaba a la vista.
–Genial, ni siquiera está en su cuarto –se quejó Fuutaro.
La cosa iba de mal en peor. Con esta ya iban tres que no querían estudiar. Estaba cada vez más frustrado.
–¡Tranquilo, todavía nos queda Ichika! –exclamó Yotsuba.
–Ya, pero Ichika es… –no terminó de decir Itsuki.
Fuutaro se extrañó. Parecía incómoda de decir algo sobre su hermana. ¿Qué estaba pasando?
–No… no te asustes, ¿vale? –preguntó Yotsuba, también incómoda.
Esta abrió la puerta. Fueron recibidos por una completa oscuridad. Pero incluso así se veía una habitación totalmente desordenada. Montones de bolsas por el suelo, revistas, prendas… Fuutaro estaba conmocionado. Parecía que se había metido en un basurero.
–¿Esto es una habitación? –preguntó perplejo, mientras trataba de pisar entre los montones de cosas–. ¿Aquí vive alguien?
–Oye –dijo una voz somnolienta desde la cama–. Ni que mi habitación fuera una leonera.
De un bulto bajo las sábanas de la cama asomó la cabeza Ichika, mientras Itsuki encendía la luz.
–Buenos días –dijo ella con un bostezo–. ¿Aun no te has ido?
–Ichika, ¿otra vez tienes este cuarto hecho un asco? –le reprochó Itsuki.
–Si lo ordenamos hace nada –se quejó Yotsuba.
–No se puede ni caminar por aquí –protestó Fuutaro.
Mientras Itsuki y Yotsuba recogían algunas cosas del suelo, Ichika miró a Fuutaro sonriendo.
–Así que tú eres nuestro tutor –le dijo–, por eso estabas buscando a Itsuki-chan, ¿verdad?
Fuutaro hizo caso omiso del comentario.
–Levántate –dijo mientras agarraba las sábanas de la cama para retirarlas–. Tenemos que empezar la clase, vamos al salón.
–¡Ah! –gritó Ichika de repente, como si estuviese asustada– ¡Espera, no lo hagas!
Se agarró rápidamente a las sábanas, de tal forma que con el tirón de Fuutaro solo quedó al descubierto el hombro desnudo de Ichika.
–Qué vergüenza –dijo toda sonrojada–. No llevo ropa puesta.
Fuutaro se puso rojo como un tomate. Se dio la vuelta, avergonzado.
–¿Por qué estás así? –le preguntó, incómodo.
–Es más cómodo para dormir –se excusó–. Pero descuida, llevo pantalones cortos.
–Ese no es el problema –dijo incómodo Fuutaro, mientras miraba hacia otra parte.
–Itsuki, Yotsuba –¿me podéis acercar algo de mi ropa? –pidió Ichika.
Mientras sus hermanas rebuscaban entre el montón de ropa, Fuutaro se fijó en el escritorio de la habitación. Estaba totalmente ocupado por revistas, artículos de maquillaje, joyas y objetos personales.
–¿Cuándo fue la última vez que estudiaste en esta mesa? –preguntó.
–"Estudiar", "estudiar" –se quejó Ichika mientras se tendía en la cama con una sonrisa traviesa–. ¿Estás en la habitación de una chica guapa y eso es lo único en lo que piensas?
Fuutaro se irritó bastante. ¿Lo estaba haciendo a propósito?
Un grito de asombro de Yotsuba le hizo volver la cabeza.
–Ichika, ¿cuándo has comprado esto? –preguntó con la cara totalmente roja mientras sostenía una prenda de lencería muy atrevida.
–Es muy adulto –objetó Itsuki, también sonrojada.
Fuutaro se volvió, aun más incómodo, mientras escuchaba las voces de las hermanas.
–A vosotras también os iba a quedar bien –dijo Ichika.
–¿¡Eeeeeeeh!? –exclamaron alarmadas Itsuki y Yotsuba.
–Ya es hora de que tiréis esa ropa interior que gastáis desde primaria.
–¡Shhhhhh! –musitó Itsuki.
–¡Que Uesugi-san está aquí! –advirtió Yotsuba.
Sin embargo, a Yotsuba parecía gustarle aquella prenda.
–Hmmm… –dijo algo avergonzada mientras la sostenía frente a sí, imaginándose como le quedaría–. ¿A… a ti que te parece Uesu…?
De repente, se fijó en que este había desaparecido.
–Cualquier prenda me sirve, pero que se vista ya –dijo mientras iba hacia la puerta para abandonar la habitación.
–¡Hmph! –frunció el ceño Yotsuba– ¡Qué inmoderno!
Fuutaro abandonó la habitación, molesto por el comentario de Yotsuba. Sin embargo, al hacerlo se encontró con otra persona que estaba plantada firmemente ante la puerta, con las manos tras la espalda y la cabeza hacia arriba, mirándole.
–Miku… –dijo Fuutaro con un hilo de voz.
–Fuutaro, ¿verdad? Quiero preguntarte algo –dijo ella con su tono carente de expresión.
Él la miró firmemente, esperando escuchar su pregunta.
–Mi uniforme de gimnasia ha desaparecido –explicó–. Es una chaqueta de chándal roja.
–Ya –dijo Fuutaro haciendo memoria–. Pues no la he visto.
–La tenía hasta hace un momento –explicó Miku–. Antes de que llegaras tú.
De nuevo se encontraba en una situación incómoda por esta chica. ¿Qué estaba insinuando?
–Ladró… –dijo Miku con una mirada acusadora.
–¡No! –exclamó Fuutaro apresurado– ¡No he sido yo!
–Antes has dicho "cualquier prenda me sirve" –comentó Yotsuba preocupada, mientras ayudaba a vestirse a Ichika.
–¡No saques mis palabras de contexto! –bramó Fuutaro– ¡Además he estado contigo todo el tiempo!
Esto ya pasaba de castaño oscuro. Primero lo acusaban de acosador, y ahora de ladrón. Trató de calmarse. Era entendible que él fuese la primera sospecha, pues ninguna de las hermanas lo conocía bien. Decidió que lo mejor era que ayudara a Miku a encontrar su chándal. Tal vez eso hiciera que disipara sus sospechas y confiase más en él.
–Busca bien, debe estar en alguna parte –aconsejó–. ¿Has mirado por toda la casa?
–He mirado por todas partes. Excepto ahí –contestó Miku mientras señalaba con la vista la habitación de Ichika.
Fuutaro volvió a mirar el montón de prendas que había por el suelo. Se sintió molesto, porque sabía que si se ponían a buscar por la habitación, se les haría de noche.
–¿Por qué no usas el chándal de nuestro anterior instituto? –sugirió Ichika mientras se ponía unos pantalones.
–¡Buena idea! –exclamó Fuutaro.
–Lo tiré –respondió Miku.
–¡Qué desperdicio! –se quejó Fuutaro–. ¡Ni que le hubieses cogido manía a ese sitio!
Miku se quedó con la boca abierta. Parecía que Fuutaro había tocado un tema delicado. Se fijó en que las otras tres hermanas guardaban silencio, con Itsuki llevándose una mano para taparse la boca y Yotsuba cabizbaja.
–Algo así pasó –dijo Ichika con una sonrisa triste mientras se ponía una camiseta.
–Es mejor que no lo sepas –dijo Miku mirando al suelo con un aire de tristeza–. Por lo menos tú no, Fuutaro.
–No es asunto mío –dijo con una mirada de impaciencia–. Y tampoco me interesa.
–¡Eooo! –exclamó la voz de Nino desde el piso de abajo–. ¿Qué estáis haciendo ahí?
Todos salvo Ichika se asomaron. Nino estaba con una bandeja de horno en la mano, que sujetaba gracias a un guante de cocina.
–¡He preparado muchas galletas! –anunció–. ¿Queréis?
–Nino, no es momento de… –comenzó a decir Miku.
–¡Ah! –exclamó repentinamente Yotsuba–. ¡Ese chándal…!
Fuutaro se fijó. Nino llevaba una chaqueta de chándal roja sobre su ropa. A pesar de la altura, podía distinguir levemente el nombre que había escrito en esa chaqueta: "Miku Nakano". Eso le hizo suspirar. Al menos la dueña de ese chándal ya no podría acusarle de ladrón.
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Más tarde, y entre refrescos, palomitas, patatas fritas y aquellas galletas que horneó Nino, se hallaban casi todos reunidos en la mesa de cristal del piso de abajo.
–Bien, ya estáis cinco –dijo alegremente Fuutaro–. Falta Mutsuri, pero es igual. Empecemos.
Sacó unas hojas de papel de su mochila y las puso sobre la mesa.
–Iba a hacer un examen, pero solo tengo una copia, así que voy a comprobar vuestro nivel con varias preguntas que he escrito en estas hojas –anunció.
–¡Que aprovecheee! –exclamaron las cinco hermanas, dejándole perplejo.
La escena parecía más bien la de una comida familiar. Todas de rodillas sentadas a aquella mesa, charlando despreocupadamente.
–¡Qué buenas! ¿De qué son? –dijo Ichika, quien no dejaba de comer galletas mientras estaba leyendo una revista.
–¿Por qué te has puesto mi chándal? –preguntó Miku a Nino.
–No quería ensuciarme cocinando –contestó la aludida mientras no dejaba de mirar el teléfono.
–¡Quítatela ahora mismo! –ordenó Miku, tirando de la manga de la chaqueta que llevaba puesta su hermana.
–¡Déjame en paz! –se quejó Nino–. Luego te la devolveré.
Aquello era un desastre para Fuutaro, quien estaba empezando a imaginarse que estaba ante un aula de parvulario. Se veía incapaz de poner orden en aquella mesa. Aunque al menos veía que Itsuki estaba haciendo algo, a pesar de la constante distracción. En cuanto a Yotsuba…
–¡Tranquilo, Uesugi-san, yo sí estoy estudiando! –dijo con el bolígrafo en la mano.
Fuutaro miró una de las hojas que había puesto sobre la mesa. De nuevo se quedó perplejo.
–Solo has escrito tu nombre, pero muy bien –le dijo con un tono de frustración.
No dejaba de preguntarse dónde se había metido aceptando este trabajo. A excepción de dos, ninguna otra quería tomárselo en serio. Y la cosa iba a peor.
–Después de tanto comer me está entrando sueño –dijo Ichika bostezando.
–¡Pero si te acabas de despertar hace nada! –replicó Fuutaro.
Después miró a Miku, que ahora estaba con su teléfono.
–Ya encontraste tu chándal, ¿no? ¡Pues empieza con las preguntas! –le ordenó.
–Yo no he dicho que quiera que me des clase –replicó ella sin mudar su expresión.
–Es sábado. Podríamos ir a algún sitio –sugirió Nino animada.
–¡Ni hablar! –rugió Fuutaro.
Se encontraba cada vez más furioso. Ninguna de estas chicas tenía intención de estudiar, solo querían perder el tiempo. Tenía que arreglarlo de alguna manera.
De pronto, vio que Nino le estaba mirando con una sonrisa, cosa que le sorprendió.
–¿No te gustan las galletas? –le preguntó.
–No es eso… ahora no me apetecen –le respondió.
–Puedes estar tranquilo, no están envenenadas –aseguró Nino–. Es más, si tomas alguna, puede que estudie.
No le hacía gracia la idea de ceder ante aquellas demandas, pero si prometía que se iba a poner a estudiar, bien merecía la pena aceptar. Sin embargo, no le pasó desapercibido ese repentino cambio de actitud. ¿Acaso estaría tramando algo? En cualquier caso, tenía que demostrarle al menos un poco de buena voluntad. Así era probable que confiase en él.
Se fijó en las galletas. Las había con forma de corazón con la parte central roja, de flor con el centro siendo un círculo de chocolate, de cara de osito y cuadradas con la mitad de los cuadros de chocolate. No tenían mal aspecto, lo que probaba que se le daba bien la repostería. Solo con verlas se le abrió el apetito.
Tomó una con forma de cara de osito y se la comió. Estaba verdaderamente buena. Hacía mucho tiempo que no probaba algo tan delicioso. No podía quedarse en tomar solo una.
–¡Qué entusiasmo! –exclamó Nino al verle comer–. ¿Te han gustado?
–Sí –afirmó Fuutaro.
–Me alegro –dijo Nino sonriendo–. Ah, por cierto… ¿Qué le has prometido a nuestro padre?
Aquella repentina pregunta le puso incómodo, al punto de casi llegar a atragantarse. Miró de un lado a otro, sin estar seguro de qué contestar.
–Nada en especial… –respondió sin mirar a la cara a la chica.
–No me lo creo –se burló Nino–. Vamos, que mentir no va contigo.
Entonces ella puso una sonrisa intimidante.
–En realidad, no necesitamos ningún tutor –dijo fríamente.
Fuutaro se fijó en que Ichika, Itsuki y Miku les miraban con gesto de preocupación, mientras que Yotsuba estaba medio dormida. Parecía que Nino era experta en lanzar miradas intimidatorias.
–¡Era broma! –dijo de repente cambiando el gesto–. Ten, bebe algo de agua.
Le tendió un vaso de agua con cubitos de hielo. Este lo tomó, ya que con tanta galleta estaba empezando a darle sed.
–Gracias –le dijo mientras lo tomaba.
Bebió un buen trago mientras analizaba lo que estaba pasando. Veía normal que ella reaccionara así. Y veía que Mutsuri seguía sin salir de su habitación. Pero tenía que cumplir con su misión de que las seis se graduaran, no le quedaba otro remedio. Terminó de beber y puso el vaso en la mesa, preparado para imponer su autoridad como tutor.
Nino entonces se puso de pie. El la miró.
–Bye, bye –dijo con una sonrisa siniestra.
Fuutaro no comprendió nada, hasta que de repente todo se oscureció.
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–Señor –dijo una voz–. Señor. Ya hemos llegado.
Fuutaro abrió los ojos con lentitud. Se hallaba tumbado en el asiento de atrás de un coche. Un fino hilo de saliva caía por su boca. Tardó unos segundos en ser consciente de lo que estaba pasando.
–¿¡Eh!? –exclamó mientras se incorporaba con rapidez.
Echó un vistazo. Se encontraba dentro de un taxi, y un sonriente taxista de pelo castaño bien uniformado se dirigía a él.
–¿Dónde estoy? –preguntó, aun desorientado mientras miraba a izquierda y derecha.
–Esta es su casa, ¿verdad? –preguntó el taxista.
Fuutaro miró por la ventanilla. El vehículo se encontraba ante una casa en un barrio residencial. Varios locales, ya con las persianas bajadas, y al lado de uno de ellos unas escaleras que llevaban a las viviendas de los pisos superiores, en una de las cuales se veía una luz encendida. Sí, era su casa, sin lugar a dudas. Pero había algo que se le seguía escapando.
–¿Cómo…? –se preguntó, tratando de recordar como había llegado hasta allí.
–Ya se encontraba dormido cuando le subieron al taxi –le aclaró el taxista.
¿Que se hallaba dormido? ¿Como era posible? Lo último que recordaba era que estaba ante las hermanas y se iba a disponer a empezar la clase, antes de lo cual había bebido un vaso de agua que le dio Nino y… Espera. ¿Un vaso de agua? ¡Pues claro! Ella debía haberle echado un somnífero, y luego aprovechó que estaba fuera de combate para llamar a un taxi y que se lo llevara de vuelta a casa. Una oleada de rabia le invadió, sin explicarse por qué esa chica había recurrido a un truco tan sucio para librarse de él.
–Serán 4.800 yenes –anunció el taxista.
La furia de Fuutaro quedó interrumpida de golpe al escuchar el importe de la carrera, que le dejó helado. ¿Los taxis eran tan caros? No podía saberlo, en su vida había viajado en uno. Su pulso se aceleró. Se encontraba en un verdadero aprieto. Estaba a punto de decirle al amable taxista que no llevaba tanto dinero cuando…
–Pagaré con tarjeta –dijo una voz femenina que venía del asiento del copiloto.
–Gracias –dijo el taxista mientras procedía al cobro de la tarjeta dorada que ella había entregado.
Fuutaro miró. En aquel asiento estaba nada menos que Itsuki, que le miraba a él con un gesto de preocupación. La chica ahora iba vestida con una camisa sin mangas azul celeste y una larga falda blanca de rayas.
Una vez hubo bajado del taxi, Itsuki le explicó la situación.
–Siento lo que ha pasado. No he podido detener a mi hermana –le dijo con pesadumbre–. Nunca pensé que iba a recurrir a algo tan lamentable como dormirte.
–No es tu culpa, tranquila –la tranquilizó él, todavía recordando aquella siniestra sonrisa de Nino, cosa que le volvió a llenar de rabia.
–Te acompañé en el taxi porque necesitaba salir a hacer compras –explicó–. Encontré tu dirección escrita en la agenda que llevabas, así le pude dar las indicaciones al taxista.
Le entregó a Fuutaro una pequeña libreta, pero este estaba algo nervioso. Si había visto su agenda, entonces podría ser que…
–¿Has… has visto la foto? –preguntó, inseguro.
–No. Solo la dirección –afirmó ella.
No parecía estar mintiendo. Él suspiró de alivio mientras se guardaba la agenda en el bolsillo.
–Supongo que no esperabas esta reacción por parte de las demás –le dijo ella tristemente–. Nino es muy territorial cuando se trata de nuestro círculo familiar. No permite que nadie de afuera se acerque demasiado. Tal vez debas desistir de ser nuestro tutor.
–No puedo hacer eso –afirmó Fuutaro con gesto decidido.
Itsuki le miró sorprendida ante esa insistencia. Fue a preguntarle:
–¿Pero por qué te empeñas en…?
–¡Ajá! ¡Sabía que eras tú, onii-chan! –exclamó una voz.
Ambos miraron. Raiha había bajado y estaba ahora frente a Fuutaro.
–¡Bienvenido a casa! –de pronto reparó en la chica que estaba en el taxi, y corrió a verla, apartando de un empujón a su hermano–. ¿Es tu alumna?
–N… no es nadie –dijo Fuutaro mientras apartaba a su hermana–. Venga, vamos a casa.
–¡Serás mentiroso! –se quejó Raiha–. Va a tu instituto, ¿verdad?
Entonces la niña se volvió hacia Itsuki.
–Oye, ¿te apetece cenar con nosotros? –le propuso.
Itsuki la miró sorprendida, al igual que Fuutaro.
–¿Pero quién te manda? –la reprendió Fuutaro–. ¿No ves que tiene prisa?
–¿No… quieres? –le preguntó a Itsuki lanzándole una adorable mirada con lágrimas en los ojos.
Itsuki quedó paralizada. Se sintió como si estuviera mirando un precioso cachorro perruno pidiendo algo de afecto. Una mirada así era imposible de resistir.
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Todos se hallaban en la estancia que servía como salón y cocina. Itsuki vio que no era un espacio demasiado grande, pero lo suficiente para que varias personas pudieran moverse por ella sin molestarse. Raiha se encontraba cocinando en una olla, mientras que en una mesa baja se hallaba arrodillado junto a Fuutaro y ella, un hombre de mediana edad de ojos negros y pelo rubio alborotado, sobre el que llevaba unas gafas de sol. Era ligeramente corpulento, y llevaba una camiseta negra de manga corta y unos pantalones cortos color marrón. Era Isanari Uesugi, el padre de Fuutaro y Raiha.
–¡No me puedo creer que haya llegado el día en que Fuutaro trae una chica a casa! –rió.
–No, no es eso –dijo Itsuki, nerviosa y un poco sonrojada–. Solo soy su estudiante.
Vio que Fuutaro estaba cabizbajo y tapándose la cara con una mano. Era una situación un poco incómoda. Itsuki trató de mostrarse tranquila. Había aceptado la invitación a cenar de Raiha, quien le parecía una niña adorable. Y el padre de Fuutaro también se le veía como un hombre agradable y dicharachero. Esto contrastaba con la personalidad tan seria e insociable de Fuutaro. Le costaba creer que todos fuesen familia.
–¿Eh? –dijo Isanari, mirando un pequeño brik de leche que tenía en la mano–. ¡Si esto caducó hace una semana! ¡Un poco más y tenemos que tirarla!
Acto seguido se bebió el contenido del brik con una pajita, lo que provocó miradas de desagrado tanto de Fuutaro como de ella. Una ligera mirada de Itsuki hacia Fuutaro le hizo ver que él se sentía incómodo, como si le avergonzara que ella supiese de la situación de su familia.
–Ya casi está listo –anunció Raiha–. No esperaba que hubieses llegado tan pronto a casa, onii-chan. Por cierto, ¿cómo han ido las clases?
Tanto Itsuki como Fuutaro se sintieron incómodos con esa pregunta. Ambos se miraron por un momento a los ojos, sin estar seguros de qué contestar.
–La verdad es que… –comenzó a decir Itsuki.
–¡Ha ido genial! ¡De maravilla! –se adelantó Fuutaro.
–¿Qué? –le dijo Itsuki, mirándole perpleja.
–¡Sígueme la corriente –susurró él–, o Raiha se pondrá triste!
–¿Ah, sí? –sonrió Raiha– ¡Menos mal! ¡Ahora por fin podremos pagar nuestras deudas!
Itsuki puso una expresión de sorpresa al escuchar eso. De pronto, un recuerdo del día anterior vino a su mente.
–¿Por qué pides tan poco para comer? –le preguntó.
–Preferiría no hablar de ello –respondió él mientras apartaba la mirada.
Ahora entendía. La familia estaba pasando por una difícil situación económica. Por eso Fuutaro era tan insistente en querer cumplir su papel como tutor, a pesar de que le hubiera dicho que no le gustaba la idea y de las negativas de Nino y las demás. Quería ganar dinero para ayudar en la precaria situación de su familia. Esto la conmovió.
–Raiha, no debemos hablar de eso cuando tenemos invitados –la reprendió Isanari.
–Ah, lo siento –se disculpó ella, percatándose de su error.
Poco después Raiha puso los platos en la mesa.
–¡Aquí tienes, arroz con curry y tamagoyaki al estilo Uesugi! –anunció orgullosa–. Espero que te guste.
–Se ve delicioso –afirmó Itsuki.
–Como si las señoritas de la nobleza fuesen a apreciar la comida de los plebeyos –se mofó Fuutaro, con su habitual seriedad.
Raiha se levantó rápidamente y le dio un ligero golpe en la nuca con la bandeja de madera en la que trajo los platos.
–¡Tonto! –exclamó ella.
–¡Oye! ¡Eso duele! –se quejó Fuutaro mientras se agarraba la nuca.
–Pues no seas tan maleducado –replicó Raiha.
Esto generó una ligera discusión entre los hermanos, pero Raiha no perdía la sonrisa. Itsuki los observó interesada, recordando alguna situación similar con sus hermanas tiempo atrás. Se veía de sobra que a pesar de su seriedad, Fuutaro quería mucho a su hermana pequeña.
Itsuki probó aquella comida. Era diferente de la que preparaba Nino, pero a pesar de ello estaba delicioso. Sin duda Raiha tenía buenas habilidades culinarias. Se preguntó desde hacía cuanto tiempo llevaba haciéndose cargo de cocinar.
Aquella comida transcurrió animadamente, sobre todo gracias a Isanari y Raiha, quienes eran los más alegres de la familia. Fuutaro había permanecido casi todo el tiempo callado, o respondiendo con monosílabos a los comentarios de su hermana y su padre. No le sorprendió a Itsuki, ya que así era como se había comportado con ella y sus hermanas. Tras la comida, llegó el momento de despedirse. Estaban todos reunidos en la puerta de aquella humilde casa.
–Gracias por haberme invitado a cenar –agradeció Itsuki.
–No hay de qué –dijo Isanari–. ¡Fuutaro, acompáñala!
–La comida estaba deliciosa, Raiha-chan –dijo Itsuki a aquella niña.
Pero vio que Raiha estaba mirando hacia el suelo con gesto preocupado. Itsuki se preguntó por qué. ¿Quizá nadie había elogiado antes su comida?
–Itsuki-san... –dijo ella al fin mientras apretaba los puños.
–¿Sí?
–Onii-chan es un egoísta, un cabeza hueca y una mala persona –expresó sin titubear.
Estas afirmaciones hicieron que Itsuki adoptara una sonrisa incómoda, preguntándose a qué venían esos calificativos. Pero vio que Fuutaro era quien estaba perplejo, a punto de reprocharle esas palabras.
–Pero también tiene muchas cosas buenas –repuso Raiha–. Así que… ¿vendrás a comer con nosotros otro día?
Así que era aquello. No podía negar que, a pesar de hablar más de la cuenta en ocasiones, aquella niña era verdaderamente sincera, y se preocupaba mucho por su hermano. Raiha la miró a los ojos y sonrió. Esto hizo que Itsuki sonriera también.
–Por supuesto –dijo con una sonrisa encantadora, una que sabía que Fuutaro no había visto hasta aquella ocasión–. Estudiar da hambre, así que estaré encantada de volver en otra ocasión.
Ella también habló con sinceridad. A pesar de que a veces Fuutaro se veía irritante, estaba segura que la afirmación de Raiha era acertada, así que esperaba poder compartir una cena con ellos en otra ocasión, y así conocer mejor a la familia de su tutor.
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Más tarde, Fuutaro hacía compañía a Itsuki en una parada de taxis algo apartada de la casa. Habían llegado hasta allí caminando tranquilamente. Fuutaro aun se sentía algo incómodo por los momentos vergonzosos sobre él que la chica había presenciado. Esperaba que al menos no lo usara en su contra.
La caminata había sido silenciosa. Él no estaba seguro de qué decirle, y ella tampoco había querido abrir una conversación.
–Entiendo tu situación –dijo ella entonces–, pero sabes que algunas de mis hermanas no cooperarán.
–Ya –asintió Fuutaro, quien estaba revisando su taco de notas–. No te preocupes.
–Yo estudiaré, y trataré de convencer a las demás para que lo hagan también –dijo ella mientras veía acercarse el taxi–. Pero ellas no querrán que les enseñes. Querrán llegar hasta el final sin tu ayuda.
Una idea se le ocurrió a Fuutaro de repente.
–¡Eso es! –exclamó, volviéndose hacia Itsuki–. ¡Es suficiente! ¡La única condición es que os hayáis graduado! ¡Eres la mejor, Itsuki!
Esto último lo hizo tomándola por los hombros, lo que provocó un ligero enrojecimiento en sus mejillas, mientras su expresión era de estar confusa.
–¿Qu… qué pretendes hacer? –preguntó ella mientras se separaba.
–Se me ha ocurrido una idea genial –dijo con una sonrisa–. Mañana volveré a tu casa a la misma hora. Díselo a tus hermanas y esperadme.
Se despidió de la chica. Mientras el taxi se alejaba, Fuutaro se sentía una vez más asombrado de su inteligencia. No tenía por qué darles clases a todas, sólo debía enseñar a quien suspendiera.
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Mutsuri salió de su habitación. Se había pasado la tarde pintando una figura de anime de una chica gato que acababa de adquirir. Aquel trabajo requería precisión, por lo que tuvo que hacerlo muy despacio. Eso sí, le había llevado bastante tiempo, pero estaba satisfecha con el resultado.
Después había tratado de mejorar su dibujo de Fuutaro, pero sin el modelo a la vista era complicado. Cuando lo comparó con el anterior que hizo ese día, apenas encontró diferencias. Nada, iba a costarle mucho trabajo dibujar como es debido. Quizá más tarde viese un videotutorial o dos. Necesitaba ser capaz de dibujar mejor, para así poder comenzar su verdadero proyecto.
Cuando bajó, se encontró con Yotsuba dormida en el sofá, aun con su ropa de instituto, mientras que en la mesa grande se hallaban sentadas Miku, Nino e Ichika, que llevaban sus ropas de casa. La primera estaba mirando su teléfono, la segunda arreglándose las uñas y la tercera leyendo una revista.
–¿Ya bajas? –le preguntó Nino–. Te ha tomado mucho tiempo.
–He terminado –respondió ella–. ¿Ya se ha ido Fuutaro-san?
–Me he librado de él –reconoció Nino con una sonrisa siniestra–. Le di un somnífero sin que se diera cuenta y llamé a un taxi para que le devolviera a casa.
–¿U… un somnífero? ¿Le has tomado por Kogoro Mouri? –preguntó Mutsuri, desconcertada–. ¿Por qué has hecho eso?
–Se lo merecía. Era insoportable –gruñó Nino–. No necesitamos nadie que nos dé clase, así que mejor que se largue. Si ha escarmentado con esto, no volveremos a verle la cara.
–A mí no me parecía tan malo –terció Ichika–. Solo un poco insistente con el tema de estudiar, pero nada más.
–Además Yotsuba no parecía descontenta con él –dijo Miku–. Tampoco Itsuki.
–Hablando de Itsuki –notó Mutsuri mirando la estancia–. ¿Dónde está?
–Fue a hacer unas compras, aprovechando el taxi –dijo Miku.
–Sí, pero después envió un mensaje diciendo que iba a cenar en casa de él, que no la esperáramos –dijo Ichika.
–Genial, ahora nuestra hermana se va a fijar en ese idiota –gruñó Nino, a quien le desagradaba la idea–. ¿No había otro tutor mejor?
–Te he dicho que no se ve tan malo, Nino –insistió Ichika–. Es el que ha elegido nuestro padre. Deberías darle una oportunidad.
–No quiero –espetó ella–. Le he calado bien nada más verle. Un chico como él solo nos traerá problemas, ya lo veréis.
Mutsuri no sabía qué pensar. Por lo poco que había tratado con él, era verdad que Fuutaro era insistente con el tema de estudiar, pero eso era lo que debían hacer los tutores, ¿no? No le parecía mala persona, aparte de sus rabietas. Sin ganas de discutir, se dirigió a la cocina.
–Te he dejado algo de lo que ha sobrado en el microondas –le dijo Nino–. Sírvete tú misma.
Ella procedió a tomar algo para cenar. Se sentía mal por el modo de actuar de su hermana, pero sabía que era la clase de persona a la que no se podía llevar la contraria.
Se puso a pensar en este tutor. Su aspecto, personalidad y modo de actuar eran perfectos para representar a un antihéroe. Tal vez no fuese mala idea inspirarse en él para escribir una buena historia.
Sonó la puerta abriéndose. Vio que era Itsuki, que había regresado, y parecía animada. Decidió preguntarle luego sobre Fuutaro.
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Llegó el día siguiente. En el ático de las Nakano, Fuutaro se hallaba de pie delante del gigantesco televisor. Estaba reunido con todas las hermanas, quienes se encontraban sentadas en los sofás.
–Tengo un corazón compasivo y, tras reflexionarlo mucho, he decidido perdonaros la fechoría de ayer –anunció con una cortesía bastante exagerada–. ¡Gracias a todas por haberos reunido aquí hoy!
–Bueno, es nuestra casa –dijo sonriendo Yotsuba, que iba vestida con una sudadera de manga corta amarilla con el número 428 y una falda corta naranja.
–Pensaba que te habías rendido –dijo Miku, que estaba encogida, sujetándose las rodillas con sus manos. Ella llevaba una camiseta azul celeste sobre la que tenía una chaqueta azul oscuro, y unos pantalones largos negros.
–Y yo que había quedado con unas amigas... –se quejó Nino, que solo miraba la pantalla de su teléfono. Ella levaba un vestido azul marino con una línea vertical negra en el centro que le llegaba hasta un poco más abajo de la cintura, con la parte del cuello negra con volantes blancos, y un gran lazo blanco a la altura del pecho, así como unas largas medias blancas.
Las demás hermanas estaban calladas. Ichika estaba dormida sobre el regazo de Yotsuba. Llevaba una sudadera de manga larga amarillo pálido bajo la que llevaba una camiseta rojo oscuro y unos pantalones verdes. Mutsuri estaba jugueteando con un lápiz, haciéndolo girar entre sus dedos. Ella llevaba una camisa verde claro sin mangas, con volantes en las axilas, y una falda blanca que le llegaba hasta las rodillas. En cuanto a Itsuki, estaba firme, mirando a Fuutaro fijamente. Ella llevaba una camiseta blanca sin mangas con líneas rojas que formaban una cuadrícula, así como una larga falda roja que le llegaba hasta los pies.
Fuutaro parecía decidido a llevar a cabo su trabajo como tutor. Pero como ya sabía, había alguien que estaba en contra.
–Te dije que no necesitamos un tutor –dijo Nino con indiferencia.
–Entonces, demostrádmelo –dijo Fuutaro firmemente.
–¿Que te lo demostremos…? –preguntó desconcertada.
Fuutaro puso sobre la mesa unas hojas.
–Este es el examen que quería que hiciéseis ayer. Esta vez me ha dado tiempo de sacarle copias para todas –dijo–. A quien consiga aprobarlo, le prometo que no la molestaré más, aunque haya sacado un aprobado raspado.
Las hermanas miraron la situación sorprendidas, como dudando por un momento como reaccionar. Mientras tanto, Fuutaro puso una sonrisa siniestra.
–La que consiga aprobar podrá hacer lo que quiera hasta la graduación –aseguró–. No volveré a molestarla.
Fuutaro se enorgulleció de su plan. No tenía necesidad alguna de dar clases a las seis, en especial si le dijeron que no querían que les enseñara. Este examen iba a ser justo lo que necesitaba para hacer una criba. Una vez viese las notas, solo le daría clase a aquellas que lo suspendieran, sin tener que quebrarse la cabeza por enseñar a quienes no lo necesitaban. Era un plan perfecto, a prueba de fallos.
–¿Por qué tengo que hacer un examen? –protestó Nino–. Qué aburrido.
–Yo lo haré –dijo Itsuki.
–¿En serio, Itsuki? –le preguntó Nino, sorprendida.
–Solo debemos aprobar –dijo Itsuki mientras sacaba unas elegantes gafas cuadradas de montura violeta del interior de su funda y se las colocaba–. Quiero saber el nivel que tengo.
–Podríamos probar –dijo Ichika, incorporándose.
–¡Vamos, chicas! –animó Yotsuba.
–Acabemos con esto –dijo Mutsuri, preparándose–. Así podré seguir dibujando en paz.
–¿Con cuántos puntos se aprueba? –preguntó Miku.
–Con 60… no, con 50 puntos lo consideraré aprobado –respondió Fuutaro.
Sin embargo, Nino no estaba tan convencida. Suspiró.
–No tengo obligación de hacer esto –dijo molesta–. Pero no me gusta que me subestimen.
Tomó un bolígrafo, y al igual que sus hermanas, se puso a hacer aquel examen, mientras Fuutaro sonreía en su interior, ya que si tenían un buen incentivo, como era que las dejara en paz hasta la graduación, sin duda harían su mejor esfuerzo para aprobar el examen.
Durante un buen rato, todas trabajaron en silencio. El tutor observó sus reacciones. En ocasiones ponían caras satisfactorias, dando a entender que sabían la respuesta, aunque se encontró más de una reacción de sorpresa o de dificultad. No era un examen demasiado complicado, solo de temas básicos que todo alumno promedio debería saber responder. Así que estaba seguro que se encontraría unas notas más o menos buenas.
Tras un buen rato, todas finalizaron y le entregaron sus exámenes, que Fuutaro corrigió acto seguido, invirtiendo un buen rato mientras las chicas estaban cada una a lo suyo. Hasta que llegó el momento en que les hizo una señal para que volvieran a reunirse.
–¡Terminé de corregir! –anunció– ¡Estoy impresionado! ¡Tenéis 100 puntos… entre todas!
Les mostró los exámenes corregidos. Itsuki sacó 26 puntos, Nino 18, Miku 30, Ichika 12, Mutsuri 8 y Yotsuba 6.
Las hermanas tuvieron expresiones que iban desde la risa nerviosa hasta la perplejidad. Todas parecían avergonzadas.
–Increíble... –dijo Fuutaro con un hilo de voz, incapaz de explicarse esta situación.
–¡Huyamos! –exclamó Nino de repente.
Todas las hermanas se levantaron a toda prisa y echaron a correr escaleras arriba, incluso Itsuki y Yotsuba.
–¡Esperad! –les gritó Fuutaro, desconcertado, tratando en vano de pararlas.
Pero las hermanas no se detuvieron.
–¡Qué recuerdos de nuestro anterior instituto! –dijo Yotsuba riendo.
–¡Malos recuerdos! –matizó Mutsuri.
–Eran muy estrictos –reconoció Ichika.
–¡No quiero recordar ese sitio! –gruñó Miku.
–No lo entiendo, si había estudiado –dijo Itsuki, confusa.
–¿Es que sabe algo...? –preguntó Nino alarmada–. ¿Sabe que nos cambiamos de instituto porque estábamos a punto de repetir curso?
Fuutaro estaba desconcertado. Ni una sola de ellas había conseguido aprobar. Ni una. Este trabajo iba a costarle mucho más de lo que imaginaba.
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Hola a todos. Este capítulo es ligeramente más corto de palabras que el anterior, pero se me hacía complicado poder encontrar la forma de alargarlo sin resultar extremadamente tedioso de leer. La acción es la que ocurre en el capítulo 2 del manga, y entre el capitulo 1 y el comienzo del 2 del anime.
El tamagoyaki es una tortilla tradicional japonesa que se sirve enrollada y cortada en rodajas.
En el manga les pone directamente las copias del examen sobre la mesa, pero cuando creó el examen era imposible que supiera que iba a tener cinco estudiantes, así que es más coherente pensar que en ese momento solo tenía una copia del mismo.
En este episodio he incluido más puntos de vista, no solo el de Fuutaro. No todo va a ser con el protagonista masculino.
Esto será todo por ahora. Espero que sigais leyendo esta historia y dejando vuestras opiniones. No sé cuanto tardaré con el capítulo 3, si sigo escribiendo. Gracias a todos.
