Hola a todos. He tardado un tiempo, pero aquí está el capítulo 3.

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Capítulo 3. Cita en la azotea

Era un día muy soleado. Fuutaro iba corriendo en dirección al instituto. Se le veía agotado y con unas visibles ojeras. Llevaba su mochila a la espalda y en su mano llevaba un libro. A duras penas llegó ante las escaleras que conducían al edificio principal.

–Por poco no llego –murmuró mientras se detenía.

Resopló. Tenía que recuperar fuerzas tras el esfuerzo físico. No había sido tan considerable como el que invirtió unos días antes en subir a pie las escaleras de un edificio de treinta pisos persiguiendo a Itsuki, pero casi.

Mientras recobraba el aliento, se puso a pensar en lo ocurrido el día previo. No se imaginaba que iba a ser tan complicado compaginar el trabajo como tutor con sus propios estudios.

La noche anterior

Fuutaro estudiaba en su casa. Las clases que impartía le habían quitado bastante tiempo para estudiar, y estaba trabajando duro para recuperarlo. Parecía bastante concentrado en sus lecciones, a pesar de la falta de luz.

–Onii-chan, es tarde –le dijo Raiha mientras recogía los platos de la cena–. ¿No piensas que ya está bien de estudiar?

–Aun no he terminado. Solo necesito un poco más de tiempo –dijo sin apartar la vista de los libros.

–Recuerda que es bueno descansar de vez en cuando, hijo –le recordó Isanari.

Algo más tarde, Fuutaro seguía sin apartar la vista de los libros.

–Onii-chan, ya es hora de dormir –dijo Raiha bostezando, llevaba el pijama puesto–. ¿No terminas?

–Todavía no, solo un rato más –respondió él.

–Como quieras, solo no te quedes despierto hasta muy tarde –dijo ella mientras se iba a dormir.

Era bien entrada la madrugada. Alumbrado por la tenue luz de una lámpara, Fuutaro se estiró. Estaba agotado, pero por fin había terminado de estudiar. Ya se encontraba al día, pero le había llevado más tiempo del que esperaba. Miró tras él. Tanto su padre como Raiha estaban durmiendo plácidamente, sin que aquella luz les molestase. Había estado tan concentrado que perdió la noción del tiempo. Sería mejor que tratase de dormir lo más que pudiera. Mañana le esperaba un día de clases.

De nuevo al día de hoy

Apenas podía abrir los ojos tras haber dormido tan poco. Raiha había estado preocupada por él, pero Fuutaro le había contestado que no se preocupara, que se encontraba en condiciones. Se sentía culpable por no haberle contado la verdad.

Suspiró. Sabía de sobra los problemas que le acarrearían a la larga el robar horas al sueño, pero no tenía otro remedio. Se preguntó hasta cuando tendría que estar en esta situación, probablemente mucho más de lo que pensaba.

De repente, el potente sonido de un motor le alteró. Ante él vio aparecer un magnífico coche negro de siete puertas con las lunas tintadas, que aparcó justo donde él se encontraba. Estaba limpio y reluciente y la carrocería intacta, como si no tuviese demasiada antigüedad.

Se acercó a examinarlo. Estaba impresionado. Por el estilo, parecía de fabricación europea. Solo había visto modelos semejantes las escasas veces que había visto una revista de automóviles. Pero en persona era la primera vez que tenía uno ante sí.

–Un coche de importación –dijo mientras miraba su reflejo en el cristal de la ventana. Como mola, debe costar mínimo un millón de yenes.

Lo cierto era que no tenía idea de los precios del mercado automovilístico, aunque sí estaba seguro que era poco probable que alguna vez llegase a tener uno de estos. Demasiado grande y lujoso.

Entonces se echó un paso atrás al ver como las puertas del coche se abrían. Bajaron de él las hermanas Nakano. Fuutaro quedó perplejo. ¿Las llevaban al instituto en coche? Sabía que eran de una familia adinerada, pero no se imaginó que tendrían un chofer que las llevara a diario. Ellas no tardaron en notar su presencia.

–¿Qué haces mirando tanto? –preguntó Mutsuri – ¡Es de mala educación!

–¡Buenos días! –saludó Yotsuba alegremente.

–¡Hola, Fuutaro! –dijo Itsuki con una sonrisa.

–¿Tú de nuevo? –se quejó Nino.

–Hola, Fuutaro-kun –dijo Ichika también sonriendo.

Miku pasó sin decir nada.

No se esperaba encontrarse con las hermanas tan de repente, pero después de lo sucedido la última vez, decidió no desaprovechar esta oportunidad.

–¡Antes de ayer huisteis todas de mala mane…! –dijo recordando los últimos eventos.

Pero entonces vio que las hermanas echaron a correr en cuanto él abrió la boca.

–¿¡Otra vez!? –exclamó perplejo.

No tenían remedio, pero tenía que hacer algo. Soltó el libro y extendió sus brazos, como si se creyera entrando en territorio enemigo.

–¡Miradme bien! –gritó–. ¡Estoy desarmado! ¡No voy a haceros daño!

Las hermanas se detuvieron.

–No cuela –replicó Mutsuri.

–¡No nos engañarás! –exclamó Nino enfadada señalándole con el dedo.

–Seguro que te has guardado bajo la manga un libro de texto –dijo Ichika sonriendo.

–Si bajamos la guardia nos enseñará algo –acusó Miku.

Fuutaro estaba desconcertado. ¿Por quién le habían tomado estas chicas? Estaban haciéndole parecer un monstruo cruel que forzaba a estudiar a la gente.

Se fijó en que Itsuki estaba apartada de sus hermanas. Se acercó a hablar con ella. Había algo que tenía que aclarar.

–Por cierto, Itsuki… sobre lo que viste…

–No diré nada a las demás –dijo tranquilizándole–. Puedes confiar en mí.

Agradeció el gesto. No le apetecía que el resto de las hermanas supiesen sobre como estaba la situación en su casa. Por algún motivo, le vino de repente a la memoria la imagen de aquella chica que ponía una sonrisa encantadora tras cenar en su casa. Espera. ¿Por qué ahora estaba pensando esto?

Apartó de momento ese pensamiento. Tenía que centrarse. Sacudió la cabeza y se dirigió hacia las otras hermanas, que en ese momento le estaban mirando. Iba a abrir la boca para hablar del examen, pero alguien se le adelantó.

–Sobre el examen que nos pusiste, es verdad que tenemos algunos puntos débiles –admitió Mutsuri–. Pero tenemos que resolverlos nosotras mismas.

–Podemos estudiar solas –añadió Miku.

–Exacto –terció Nino–. En otras palabras, tú no pintas nada.

El examen había hecho que algo cambiase en ellas. Ya era un comienzo. Pero él no podía desistir en su empeño de enseñarles. Había demasiadas cosas en juego.

–Cla… claro –dijo–. En ese caso, si sois tan responsables, seguro que habréis repasado las respuestas del examen para ver vuestros fallos.

Miró sus gestos. Aunque estaba de espaldas, notó como el mechón de cabello de Itsuki se estiraba hacia arriba. Miku tampoco le miró a la cara. Ichika disimuló con una sonrisa incómoda. Mutsuri miró hacia arriba, haciendo amago de silbar. Nino miró hacia un lado. Y Yotsuba solo le miró con una sonrisa boba. Resumiendo, ninguna de las seis había trabajado. Menudo desastre.

Pero él tenía que hacer algo, a pesar de todo. A ver si esto servía.

–Pregunta uno –dijo recordando el examen que les puso– ¿A qué comandante venció Mori Motonari en la batalla de Itsukushima?

Durante unos segundos no pasó nada. Repentinamente, Itsuki se volvió hacia él, aparentemente con una sonrisa en la cara. Por un momento le pareció que iba a responder, lo que le dio esperanzas.

Pero entonces vio como la chica de las estrellas en el pelo adoptó una mueca de fastidio, al tiempo que fruncía el ceño y se le subían los colores a las mejillas, sin dejar de temblar. Definitivamente, no tenía idea de lo que le había preguntado, lo que dejó helado a Fuutaro. Y por si fuera poco ninguna de sus hermanas hizo amago de contestar tampoco, dándole todas la espalda. Eran un caso perdido.

Fuutaro suspiró. En los tres días que habían pasado desde que las conocía le había quedado claro que ellas odiaban estudiar. Y por si fuera poco, los recientes acontecimientos provocaron que también le odiaran a él, probablemente aun más, haciendo que mientras caminaban por el interior del instituto mantuviesen una considerable distancia de separación, que se acrecentaba cada vez que él hacía amago de querer acercarse. Le tomaban por un apestado.

No era momento para rendirse. Y tampoco tenía sentido frustrarse por la falta de compromiso de ellas. Estaba claro que convencer a todas a la vez era una tarea imposible. Tenía que cambiar de táctica. Fuutaro pensó en que la mejor solución sería encontrar la manera de ganarse su confianza una a una. El lema es divide y vencerás. Claro que socializar era lo que peor se le daba, lo que le llenó de frustración ante la perspectiva de verse obligado a conectar con ellas. Si ya conectar con una persona le resultaba complicado, conectar con seis iba a ser un camino muy tortuoso.

Abrió su libreta, donde tenía apuntado el plan de estudios para las hermanas, que se dispuso a repasar. En una hoja había hecho una tabla en cuyas filas puso números del 1 al 100, y en cuyas columnas llevaban el nombre de las hermanas. En cada celda estaba puesto si la pregunta correspondiente la habían acertado o fallado. Observó que Miku sí había contestado bien a la primera pregunta del examen. De hecho, fue la única que contestó bien a esa pregunta. En ese caso, ¿por qué no habría respondido cuando preguntó anteriormente?

Se paró un momento. Vio que, unos pasos por delante, Miku también se había detenido, y le lanzó una mirada cargada de desprecio antes de reemprender su camino. Esto era un gran misterio. Decidió entonces que Miku sería la primera cuya confianza se ganase. Para empezar tendría que averiguar lo que estaba pasando con ella en cuanto tuviese ocasión.

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Tras varias horas de clase, llegó la hora del almuerzo. Como cada día, el comedor estaba lleno de estudiantes que se reunían para comer y charlar despreocupadamente de sus temas cotidianos.

Fuutaro ya había urdido un plan para abordar a Miku. Sabía exactamente lo que tenía que hacer. Por eso se dio más prisa de lo normal para recoger la bandeja con su almuerzo (una vez más menú de yakiniku sin el yakiniku) y salió en busca de la chica con cascos en el cuello. Tenía que encontrarla antes que se sentara con sus hermanas.

–Ho… ¡Hola Miku! –la saludó cuando la encontró por fin–. ¿Vas a almorzar?

Ella estaba de pie, sosteniendo su bandeja. Miró a Fuutaro con un gesto de molestia. No esperó a una respuesta por su parte. Fuutaro siguió hablando.

–Vamos a ver –dijo examinando el contenido de la bandeja–. Un sándwich envasado de 350 yenes y un refresco gaseoso. ¿De qué es?

Le sorprendió que ella no comiese tanto como Itsuki y a pesar de todo tuviesen la misma figura.

–De matcha –respondió ella secamente.

–¿De matcha? –preguntó, fingiendo sorpresa–. La verdad, me gustaría probarlo.

Recordaba alguna vez en el pasado que probó el matcha. Pero aquel era preparado a la manera tradicional, en infusión. No tenía idea de que también existiese una versión gaseosa como la que tenía Miku en su bandeja.

–Me caes fatal –bufó Miku–. No te pienso dar.

Fuutaro se sorprendió por esa respuesta. No es que realmente quisiera probar ese refresco, pero creyó que esa reacción estaba fuera de lugar. Y encima no se le ocurría otra forma de conectar con ella. Con esa expresión de seriedad constante que tenía la chica de los cascos, era difícil saber en qué estaba pensando.

–¿Puedo preguntarte algo? –le dijo entonces–. Es sobre la pregunta que os he hecho esta mañana.

Miku abrió la boca con gesto de sorpresa. Estaba a punto de decir algo cuando…

–¡Uesugi-san! –exclamó Yotsuba, a espaldas de Fuutaro, agarrándole por los hombros– ¿Comemos juntos?

Él pegó un grito, asustado, estando a punto de tirar al suelo su bandeja. Se volvió a su interlocutora.

–Oh, eres tú, Yotsuba –dijo tranquilizándose–. ¿Por qué siempre apareces de repente?

–Siento haber salido corriendo esta mañana –se disculpó.

Vio que Ichika también estaba con ella. Pero aun tenía que resolver una duda con su otra estudiante.

–Entonces, Miku… –dijo.

–¡Mira esto! –exclamó Yotsuba enseñándole un papel–. ¡Son mis deberes de inglés! ¡No he acertado ni una!

Yotsuba rió, mientras Fuutaro estaba perplejo. ¿Quién en su sano juicio presumiría de no haber acertado ni una sola respuesta?

–Vamos, no los interrumpas –dijo Ichika, apartando a Yotsuba y guiñándole el ojo a Fuutaro. Parecía que ella sí había leído la situación, a diferencia de su hermana.

–¿Estoy interrumpiendo? –preguntó Yotsuba, sorprendida–. Por cierto, Ichika, tu nivel en inglés no es mucho mejor que el mío. Igual tú también deberías estudiar con nosotros.

–Creo que paso –rió ella–. ¿No ves que soy tonta?

–Esa no es razón para no estudiar –dijo Fuutaro enojado. Se estaba desviando del plan de hablar con Miku, pero no podía pasar esto por alto.

–Y además, no pretenderás que nos pasemos todos los días estudiando, ¿no? Es aburrido –dijo Ichika ilusionada–. ¡Somos jóvenes, hay tiempo para todo! ¡Para el amor!

Esto irritó a Fuutaro.

–¿El amor? –dijo fríamente mientras le envolvía un aura atemorizante–. Es lo más estúpido que he escuchado nunca, y lo que más te aleja de los estudios. Quien quiera encontrar el amor es libre de hacerlo, pero su vida solo irá cuesta abajo desde ese momento.

Las tres hermanas miraron sorprendidas a Fuutaro. Él no se daba cuenta, pero estaba actuando como una persona sin corazón.

–Es demasiado tarde. Está más allá de toda ayuda posible –se inquietó Ichika, mirándole muy preocupada.

–Yo, aunque quisiera salir con alguien, ni siquiera tengo novio –rió Yotsuba–. ¿Qué hay de ti, Miku? ¿Te gusta algún chico?

Las mejillas de Miku se enrojecieron, mientras abrió la boca con gesto de sorpresa. Fuutaro la miró. Se la veía adorable con aquella expresión. Espera. ¿Por qué de repente le estaba dando esa impresión?

–No… nadie –tartamudeó ella con un hilo de voz mientras se daba la vuelta y se alejaba de allí.

Fuutaro había permanecido impasible. Contempló la situación extrañado. No era capaz de explicarse esta reacción.

–¿Qué le pasa?

–Esa cara… –dijo Yotsuba sonriente–. Como su hermana, puedo darme cuenta.

–No hay ninguna duda –añadió Ichika, también sonriendo.

–¡Miku está enamorada! –exclamaron al unísono ambas hermanas, quienes se tomaron de las manos muy emocionadas.

Esta afirmación dejó a Fuutaro sin palabras. Así que eso es lo que le pasaba. Había alguien que le gustaba y ella no quería admitirlo. Bueno, su vida sentimental era asunto de ella.

Sin embargo, se frustró por haber perdido la oportunidad para hablar a solas, ya que parecía haberse esfumado. Era incapaz de explicarse la habilidad que tenían estas sextillizas para esquivarle cada vez que quería hablarles.

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Miku estaba sentada en las escaleras de la fachada posterior del instituto, que daba a las pistas deportivas, donde estaba dando cuenta de su almuerzo. Acababa de pasar un rato de incomodidad por su hermana, lo que provocó que se escabullera del comedor a toda prisa. Aun tenía las mejillas coloradas. No era de la clase de persona que hablara en público sobre cosas personales. Y menos aun delante de Fuutaro.

La primera vez que le vio le pareció un acosador por la forma en que actuaba, siguiendo a su hermana Itsuki de forma muy sospechosa. Y posteriormente en ese mismo día le acusó injustamente de ladrón, tras haber perdido una chaqueta de chándal y no encontrarla. Había veces que se sentía culpable, ya que al igual que Nino, ella también era de juzgar libros por su portada, aunque no al mismo nivel que su hermana. Pero no quería pedir disculpas, ya que seguramente no las aceptaría. Había veces que él le parecía insoportable con su manía de estudiar. Sabía que era por su bien, pero no le hacía gracia que le hubiesen asignado un tutor sin consultárselo. Y encima era un alumno de su mismo curso. Un alumno sobresaliente, sí, pero de su mismo curso.

Bebió un trago de su refresco. Le encantaba aquella bebida, aunque llevaba tiempo acostumbrarse a las burbujas. Desde que la descubrió no le apetecía beber otra cosa. Recordó que Fuutaro le dijo que le gustaría probarlo, y ella le había respondido de mala manera. No era verdad que ese chico le cayese tan mal. Pero había momentos en que prefería estar sola, como aquel día en el comedor.

Suspiró. Su mente volvía a pensar en Fuutaro. Recordó que había sido comprensivo, al no insistir con el tema de lo que les ocurrió a sus hermanas y ella en su anterior instituto, algo que no le traía buenos recuerdos. Aunque puede que su falta de interés solo se debiera a que no le gustaba meterse en las vidas de los demás. Pero algo en ella se había movido en estos días. No dejaba de tener esta sensación. Llevaba tiempo aguantándose, pero había algo que tenía que decirle. Su primera reacción fue la negación. Pensó que podría ocultarlo en el fondo de su corazón, pero por más que lo intentaba, sentía como una apretura que se acrecentaba a cada rato que pasaba. Después se sintió furiosa, como aquella mañana, cuando le dirigió una mirada de pocos amigos a Fuutaro. Y cuando se encontraron en el comedor, se transformó en impaciencia. Si no hubiesen aparecido sus hermanas en ese momento, tal vez… pero no, impaciente y todo, no podía decirlo, no delante de ellas. Tenía que pensar en otra manera. Esta sensación le era cada vez más agobiante. Pero si iba a él directamente, era muy probable que apareciese alguna otra de sus hermanas, como Itsuki, ya que iban a la misma clase, o puede que incluso alguien más escuchara, haciendo que en cualquier caso ella se muriera de la vergüenza. Necesitaba hacer algo. ¿Como podría…?

Lentamente, una idea empezó a formarse en su mente. Estaba ideando la forma de encontrarse con Fuutaro sin problemas. Por fin había encontrado la forma de sacarse esa opresión del pecho. Era un poco arriesgada, pero si jugaba bien sus cartas podría funcionar. Miró su teléfono. Sí, aun tenía tiempo si se daba prisa. Tiró al contenedor de reciclaje el envase del sándwich y la lata vacía, echando a correr tan rápido como pudo. Al fin podría decirle lo que quería decirle.

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Más tarde, tras despedirse de Ichika y Yotsuba, Fuutaro regresó a la clase, sin dejar de darle vueltas a que aquella chica tan silenciosa estuviese enamorada. No pensaba que fuese imposible, desde luego, pero tal vez podrían ser imaginaciones de Ichika y Yotsuba, quienes estaban emocionadas ante la perspectiva de un romance. Sin embargo, eso a Fuutaro no le importaba. ¿O quizá sí?

No, no podía dedicarse a cotillear sobre posibles actitudes románticas de Miku hacia alguien. Aquello solo era una pérdida de tiempo, y ni siquiera era asunto suyo. Pero por alguna razón era incapaz de quitarse el tema de la cabeza. Quizá sería mejor centrarse de nuevo dedicándose a su trabajo como tutor.

Se sentó en su mesa, mientras le daba vueltas a como hacer que sus alumnas decidiesen estudiar. Entonces se dio cuenta de que en el cajón debajo del pupitre había algo. Lo tomó. Observó que se trataba de una carta de Miku, lo cual le sorprendió. Abrió la carta, revisando su contenido.

Ven a la azotea después de clase.

Tengo algo importante que decirte.

No puedo reprimir más lo que siento.

Lo que leyó le dejó helado. ¿Esto era una carta de amor? No podía saberlo, en su vida había recibido una. Pero era para él, y sin duda era la letra de Miku, recordaba los trazos del examen, al menos no creía que hubiese sido alguna de sus hermanas la autora. ¿Tenía algo importante que decirle? ¿Entonces era él quien le gustaba? ¡No podía ser! ¡Si apenas se conocían de unos días! ¡Y además era su alumna! ¡Tenía que hacer que estudiara, no que se enamorarse de él!

Los pensamientos se arremolinaban en la mente de Fuutaro, incapaz de procesar las cosas. Tan confuso estaba que no se percató de la presencia de Itsuki, a quien no le pasó desapercibida su expresión, por lo que se dirigió hacia él.

–¿Por qué pones esa cara tan rara? –le preguntó preocupada–. Me estás dando escalofríos.

Las palabras de Itsuki sacaron a Fuutaro de su estado. Al percatarse, se puso colorado.

–N… ¡No pasa nada! –explicó nervioso mientras escondía la carta–. ¡Esta es la cara que siempre tengo! ¡No hay nada extraño!

Itsuki se alejó hacia su sitio, mientras no dejaba de observar a Fuutaro de reojo. Él agradeció que le dejara solo por el momento, no sabía como reaccionaría si se enteraba que él era el posible interés amoroso de su hermana. Volvió a concentrarse en la carta de Miku. Una broma. Sí, tenía que tratarse de una broma. No halló otra explicación posible para todo aquello.

Tras esa conclusión, se sintió más tranquilo. Esto no significaba que tuviese que salir con ella. Para nada. De todos modos, por las dudas, supuso que lo mejor era acudir a la azotea después de clase, como le pedía en aquella carta. Así pues, resuelto esto, podía volver a concentrarse en la clase de matemáticas, donde salió a la pizarra por requerimiento del profesor y trabajó resolviendo el problema expuesto con tal destreza que dejó impresionados a todos en la clase, docente incluido.

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Las clases habían terminado. Tal como decidió, Fuutaro esperaba en la azotea con los brazos cruzados y una sonrisa incómoda, mirando a la puerta. Reinaba un silencio absoluto, solo interrumpido por los graznidos de los cuervos que sobrevolaban el edificio. Estaba decidido, iba a seguirle el juego a Miku, a ver qué pasaba. Estaba seguro que todo era una broma y que la chica de los cascos no acudiría a la cita, para lo cual estaba mentalizado.

Sin embargo, un pensamiento cruzó su mente, y no era capaz de quitárselo. ¿Qué iba a hacer si ella acudía de verdad? Estaba seguro que no sería así, pero también cabía la remota posibilidad de que fuera cierto.

De repente, la puerta de la azotea se abrió, ante el asombro de Fuutaro. Miku estaba allí, mirándole. Llevaba los cascos en las orejas.

Esto le hizo ponerse nervioso. ¿No se trataba de una broma?

–Me alegro que hayas visto mi carta –sonrió ella mientras se quitaba los auriculares y los volvía a poner en su cuello–. Me hubiera gustado decirte eso en el comedor, pero no quería que me escucharan…

Los nervios en Fuutaro se acrecentaron. No le gustaba el tono que estaba empleando Miku. ¿Se le iba a declarar en aquel lugar? Entonces le vino a la mente lo que le dijeron Ichika y Yotsuba.

¡Miku está enamorada!

Miku está enamorada. Esta frase no hacía más que repetirse en su mente, que estaba dibujando una escena de una Miku radiante confesándole sus sentimientos y él negando al decir que era imposible, pero que por ella lucharía para que funcionase.

Espera, ¿otra vez estos pensamientos? No, tenía que silenciar todo aquello. Se dirigió a su estudiante, algo inseguro.

–Miku… –le dijo–. Recuerda que el año que viene serán los exámenes de acceso a la universidad y…

–Fuutaro… –dijo Miku con un hilo de voz–. Verás…

–Miku… –repitió Fuutaro, sin saber qué decirle.

–Lo que quería decirte es… es… –tartamudeó ella.

Fuutaro miró su cara. Estaba con las mejillas coloradas, y la voz temblorosa. Le costaba mirarle a los ojos. Era el momento que ella había estado esperando. Iba a confesarse. Fuutaro sintió diversas emociones. Por un lado se sentía extrañado de que alguien como Miku se hubiese fijado en él, tan serio y antisocial. Pero por otro lado una parte de él se sentía ilusionada con una posible relación, algo que no lograba comprender. Sin embargo, también quería ser cauto, ya que seguía siendo su tutor y no sentía que fuese lo correcto. Todo esto hizo que no pudiera hacer otra cosa que mirarla. Y Miku entonces…

–¡Sue Harukata! –exclamó por fin, incapaz de aguantarse más.

–Sue Harukata… –repitió él por acto reflejo, sin entender lo que significaba.

Se quedaron por unos segundos en silencio.

–Bien –dijo Miku apretando los puños, pareciendo más calmada–. Lo hice. Qué alivio.

Acto seguido ella se dio la vuelta mientras se volvía a poner sus cascos. Fuutaro salió de repente del bloqueo.

–¡Espera! –le gritó, aun con la cara medio enrojecida–. No es algún tipo de confesión extraña, ¿verdad?

Tenía que saberlo. Tenía que estar seguro de que Miku no se le estaba confesando. Aunque era cierto que la había encontrado guapa, pero ese no era el punto.

–Qué molesto eres –se quejó–. Es la respuesta a tu pregunta.

Fuutaro meditó. Claro, les había hecho una pregunta a las cinco hermanas al comienzo de la mañana, una pregunta que ninguna había sabido responder. Vio que Miku seguía alejándose. Había algo que a él se le seguía escapando.

–¡He dicho que esperes! –exclamó mientras la tomaba por el hombro–. ¿Por qué has respondido ahora?

La sorpresa por el toque repentino hizo que Miku soltara su teléfono, el cual cayó al suelo.

–¡Lo siento! –se excusó él.

Ella fue a recoger el teléfono. Fuutaro la siguió para asegurarse que no se hubiera roto y tuviera que hacérselo pagar. Entonces vio algo que le llamó la atención en la pantalla.

Estaba viendo cuatro rombos con los kanjis japoneses de viento, bosque, fuego y montaña.

–El estandarte de guerra de Takeda Shingen, el furinkazan –comentó en voz baja.

Miku se volvió hacia él. Estaba furiosa. Él no comprendió aquella reacción. La mirada aterradora de la chica de cascos le recordó bastante a la de Nino de dos días atrás.

–¿Lo has visto? –le preguntó con un tono de enojo que hasta ahora no había visto en ella.

Fuutaro vaciló antes de contestar. No sabía de qué iba a ser capaz Miku cuando se enfadaba. Tenía que meditar bien una respuesta. Se echó hacia atrás preparándose para recibir una posible recriminación.

–Pues… –fue a decir.

–No… se lo digas a nadie –dijo ella repentinamente mientras se tapaba con las manos su cara roja como un tomate.

Esta reacción le sorprendió. Sentía que había descubierto algo muy importante para ella, tan importante que no quería que la demás gente supiera de ello.

–Me gustan… –dijo con un hilo de voz–, los comandantes del periodo Sengoku.

Esta revelación hizo que Fuutaro por un momento sintiera compasión hacia ella, además que verla así por alguna razón le hizo parecer adorable a sus ojos. Aunque por otro lado, por alguna razón, el saber que lo que verdaderamente quería decirle no era una confesión amorosa hizo que se sintiese algo apenado.

–Ah… –dijo con algo de nerviosismo mientras trataba de entender aquello– que te gustan los jefes samurái… ¿y por qué te gustan?

En ese momento comprendió que se encontraba ante una fanática de la historia, lo cual explicaba por qué había sido capaz de contestar bien a aquella pregunta. El interés que él acababa de mostrar al preguntarle el motivo de su afición hizo que ella se descubriese ligeramente la cara, mostrando sus ojos azules muy abiertos y un enrojecimiento en sus mejillas, como si le hubiese dicho un piropo. Definitivamente adorable.

–Empezaron a gustarme gracias a un videojuego que me prestó Yotsuba –explicó–. Me llamaron la atención todos esos comandantes llenos de ambición y me puse a leer muchos libros sobre el tema.

Miró su cara. Estaba maravillada de explicar esto a alguien. Parecía feliz.

–A las chicas de mi edad les gustan los actores guapos y los modelos –prosiguió bajando la cabeza–. En cambio a mí me gustan unos señores viejos barbudos. Soy rara.

En condiciones normales eso es lo que le hubiera parecido a Fuutaro, pero no podía decírselo. Sabía mejor que nadie lo que era que los demás le consideraran raro. Y ya estuvo a punto de haber herido a Itsuki con sus comentarios, lo cual no estaba bien. Tenía que medir sus palabras y entender los sentimientos de esta chica.

–¡No, no lo eres! –le dijo firmemente mirándola a los ojos–. ¡Tienes que creer en lo que te gusta!

Se lo había dicho con sinceridad. Este comentario hizo que Miku abriese mucho los ojos y el rubor de sus mejillas se acentuase. Fuutaro vio que también podía aprovechar esta oportunidad para que la chica de los cascos confiase en él y estudiara.

–Yo también tengo grandes conocimientos en los jefes samurái de aquella época –explicó con un gesto sereno–. Además, saqué la máxima nota en el examen de historia.

–¿¡De verdad!? –exclamó Miku, quien apretaba los puños y le dirigía una mirada cargada de interés.

Lo había logrado. Había captado su plena atención. Tenía que explotar esto.

–¡Soy de los mejores de mi clase, Miku! –exclamó extendiendo sus brazos–. ¡Si sigues mis clases, aprenderás muchas cosas que no sabes sobre los jefes samurái que tanto te gustan!

Esperaba que esto obrara efecto. Pero se dio cuenta que Miku ahora tenía una expresión seria, aunque sus mejillas seguían sonrojadas.

–¿Quieres decir –preguntó–, que sabes más sobre el tema que yo?

Ahora parecía ofendida. Esto le puso nervioso. Tal vez hubiera sonado demasiado poco realista. Pero ya era tarde para echarse atrás.

Miku le miró desafiante.

–Aquí va mi pregunta. Todo el mundo cree que Nobunaga Oda llamaba "mono" a Toyotomi Hidenoshi. Pero esa creencia popular es errónea. ¿Sabes cómo lo llamaba realmente?

Todo esto lo dijo atropelladamente con un tono cargado de impaciencia, como si se tratase de una bomba a punto de estallar. Una vez terminó, miró a Fuutaro hinchando las mejillas, que seguían coloradas, y apretando los puños. El efecto le habría parecido cómico, de no ser por la importancia de la situación.

Fuutaro suspiró. Ella le estaba poniendo a prueba. Tenía que responderle bien o perdería su credibilidad. Meditó por un momento. Recordó que el profesor de historia lo mencionó en clase. Le sonaba la anécdota sobre todo por la similitud del apodo con el físico de aquel profesor, sin pelo en la cabeza y con unos incisivos prominentes.

–Rata… calva –contestó.

–Correcto –dijo Miku cruzándose de brazos.

Fuutaro agradeció mentalmente a su profesor por habérselo contado. Miku entonces procedió a contarle varias cosas que le encantaban, convencida de los grandes conocimientos de Fuutaro, quien se limitaba a asentir.

–...algunos tienen la teoría de que el comandante Kenshin era una mujer –dijo Miku con una sonrisa en su rostro mientras hablaba.

–¡Ah, sí, claro!

–Me emocioné con el tema de que Mitsunari no comía caquis… –Miku contenía las lágrimas de la emoción.

–Ah, eso… sí.

–O lo de que Nobunaga servía el sake en las calaveras de sus enemigos… –dijo mostrando un aire tétrico mientras narraba.

Con cada narración, Fuutaro entendía un poco mejor a Miku. A ratos le parecía una niña pequeña hablando de su serie de dibujos animados favorita, pero él la veía feliz, feliz de poder compartir con alguien una afición que nadie más conocía. Una afición que ella mantenía en secreto por miedo a que se burlaran de ella. Por alguna razón que desconocía, le encantaba verla así, siendo ella misma, en lugar de aquella chica tan callada que mostraba a todo el mundo.

Lo que también le importaba era el hecho de que los jefes samurái eran su único punto de conexión con la asignatura de historia. Pese a que a él no le interesaban en exceso, comprendía el interés de su estudiante por este tema, así que se propuso sacarle partido a aquella información.

Las anécdotas de Miku prosiguieron hasta que una sirena sonó.

–Ah, se acabó el día –dijo Fuutaro.

–Es verdad –dijo Miku, entristecida.

–Me quedé con ganas de hablar más –suspiró Fuutaro–. Y supongo que tú querrás saber más cosas, ¿verdad?

Ella pareció mirarle fijamente.

–¿Qué te parece si en nuestra próxima clase nos centramos en historia? –propuso–. ¿Querrías participar?

El cebo estaba echado. Ahora era cuestión de ver si Miku picaba.

Ella guardó silencio por unos segundos. Fuutaro vio que el enrojecimiento volvía a sus mejillas.

–Si insistes… –contestó–, de acuerdo.

Fuutaro se sorprendió. Había resultado mejor de lo que esperaba. Se felicitó mentalmente por haber despertado el interés de aquella chica por estudiar.

Ambos bajaron la escalera de la azotea. Llegaron a un rellano donde había varias máquinas expendedoras. Fuutaro no entendía por qué, pero se sentía contento de haber ayudado a Miku. Era extraño. Él, que no socializaba, de repente se mostraba interesado por alguien que no fuese de su familia. Se preguntó si era porque era su tutor o había algo más.

Se fijó en que Miku estaba comprando algo en una de las máquinas. Acto seguido se dirigió a él, y le tendió una lata de refresco de matcha, como la que ella había tomado anteriormente en el comedor.

–Una muestra de buena voluntad –le dijo–. Pruébalo.

Fuutaro se quedó momentáneamente sin palabras. Por acto reflejo, él tendió su mano para tomar la lata.

–Dijiste que querías probarlo, ¿verdad? –aquello le hizo recordar el episodio del comedor–. No te preocupes.

Ella sonrió.

–Es de color verde, pero no tiene mocos. ¿Lo pillas?

Fuutaro se quedó perplejo de repente. ¿De qué estaba hablando? ¿Mocos? ¿A qué venía aquello?

Miku también se percató de su estado.

–¿Qué pasa? –le preguntó– ¿No lo has entendido?

Se generó un silencio incómodo. Fuutaro no sabía qué hacer. Se hallaba totalmente bloqueado.

–Vaya… –dijo Miku retirando su mano con la lata, mientras adoptaba una expresión molesta–. Decías que tenías grandes conocimientos, pero ya veo que no era para tanto si no has pillado esto.

Se dio la vuelta, ante el asombro de su tutor.

–No creo que me puedas enseñar nada –dijo enfadada–. Nos vemos.

Y se alejó de allí, dejando confundido a Fuutaro. Él se maldijo a sí mismo por haber echado a perder una ocasión de haber convencido a una de sus alumnas para que estudiara. No dejó de preguntarse qué había podido fallar.

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Itsuki salía del instituto. Quería haberle preguntado algo a Fuutaro sobre las clases, pero este desapareció antes que pudiese decirle nada, lo cual le resultó extraño. Hasta ahora siempre que ella salía de clase, Fuutaro aun seguía recogiendo sus cosas, probablemente saliese de los últimos.

Suspiró. Estaba decidida a estudiar, tras haber visto la pésima nota de aquel examen. Solo 26 puntos. ¿Por qué había tenido que salir huyendo de Fuutaro, al igual que sus hermanas? Las otras tenían un motivo, no querían recibir clases, excepto Yotsuba. Y ella… se sintió un poco mal. Cuando conoció a Fuutaro le había pedido que le diera clases y ahora que estaba siendo su tutor, ella se escapaba. No sabía si era por no querer distanciarse de sus hermanas o por la vergüenza de haber exhibido un nivel de conocimientos tan malo ante una persona tan sobresaliente. Por eso quería haber hablado con él, para pedirle disculpas por su forma de actuar.

Pero aparte de esas breves palabras por la mañana, la única vez que había podido dirigirle la palabra fue después de la hora de comer, y solo para hacerle notar que tenía una cara muy rara mientras parecía estar leyendo algo. Le preguntó y reaccionó de forma aun más extraña, como si estuviese nervioso por algo. Y por si fuera poco en clase de matemáticas trabajó en el problema que había expuesto el profesor de una forma que dejó a todos sin palabras. No estaba segura de si ese era su comportamiento habitual, pero no se parecía al que había visto desde que le conocía.

Se encogió de hombros. Quizá lo mejor fuese que hablase con él al día siguiente, si es que estaba de mejor humor.

–¡Eh, Mutsuri! –exclamó.

Su hermana menor estaba sentada en las escaleras, apoyada contra la barandilla, dibujando algo en un cuaderno como era su costumbre. Parecía muy concentrada. Pero al escuchar a Itsuki, levantó la cabeza.

–¿Qué estás dibujando esta vez? –le preguntó.

–Un árbol –respondió ella preocupada–. Ya que no soy capaz de dibujar personas, quería probar con otra cosa.

Itsuki miró. Ya había contemplado otros desastrosos intentos de su hermana por dibujar personas o animales, pero en este caso, lo que vio era diferente. Mutsuri había dibujado el árbol que tenía enfrente.

–No está mal –le dijo–. Con este sí que has logrado un buen parecido. Se nota que te has esforzado.

Mutsuri sonrió con el elogio.

–Gracias –dijo ella–. Pero todavía soy incapaz de dibujar personas. Ya me gustaría poder sacar mejores parecidos. Sigo siendo un desastre.

–No seas tan dura contigo misma –le dijo Itsuki–. Si practicas, estoy segura que lo lograrás.

Mutsuri sonrió. De todas sus hermanas, era con quien mejor se llevaba, ya que era la única hermana "pequeña" que tenía, si tenemos en cuenta el orden de nacimiento. Además era la única que no se metía con ella por lo que comía.

El estómago de Itsuki sonó de repente.

–Vaya, ¿otra vez tienes hambre? –rió Yotsuba, quien acababa de aparecer de la nada, también típico de ella.

Itsuki no hizo más que poner una sonrisa incómoda. Pero estaba decidida.

–Esta vez voy a controlar un poco más lo que como, así que voy a esperar a la hora de la cena –dijo firmemente–. No quiero que Nino vuelva a burlarse de mí.

–Me alegro por ti –dijo Yotsuba–. Por cierto, ¿has visto a Uesugi-san? No he vuelto a verle desde la hora del almuerzo. Quería haberle preguntado algo.

Así que Yotsuba tampoco se había encontrado con él. ¿Dónde estaría?

–Le vi salir corriendo al terminar las clases, pero no sé donde se dirigía –respondió Itsuki–. Yo también quería preguntarle.

–Si buscáis a Fuutaro, le he visto ir escaleras arriba –dijo Ichika, quien en ese momento llegó, mientras daba un sonoro bostezo.

–Yo también le vi ir escaleras arriba, parecía estar impaciente por algo –comentó Mutsuri, cerrando su cuaderno.

Itsuki meditó.

–Pero escaleras arriba solo está la azotea –dedujo–. Bueno, sé que antes hay varias máquinas de bebidas, pero no creo que fuese a comprar una.

Teniendo en cuenta lo que conocía de la situación económica de su familia, comprar una lata de refresco habría sido para él un gran dispendio, aunque había prometido no decir nada de eso a sus hermanas. Además, en el tiempo que le conocía solo le había visto beber agua. Y si quería refrescos, había más máquinas allí abajo, no tenía por qué subir tanto.

Entonces si había subido a la azotea no sería para cometer una locura, ¿verdad? Desde abajo se veía claramente que no había vallas que impidieran que alguien se precipitara desde allí. Pero seguía pareciéndole imposible él hiciera algo así. Sabía que se sentía frustrado y probablemente desesperado porque sus estudiantes tuviesen tan mal rendimiento y no le hicieran caso, pero de ahí a terminar las cosas de un modo tan drástico había un paso muy grande. Y no creía que fuese a hacer algo que entristeciera a Raiha. No, Itsuki estaba segura de que no podía tratarse de eso. Tenía que ser otra cosa.

–Igual solo ha ido a la azotea para aclararse las ideas –dijo Ichika–. A la hora del almuerzo estaba un poco raro.

Esto interesó a Itsuki.

–¿A qué te refieres con que estaba raro?

Ichika pareció dudar por un momento, como si no estuviera segura de si debía responderle. Pero entonces Yotsuba se le adelantó.

–Nos encontramos Miku y nosotras dos con él –explicó–. Ichika empezó a hablarle sobre que habría que hacer otras cosas aparte de estudiar, y él de pronto…

Yotsuba cómicamente estiró los brazos y puso cara furiosa, como si quisiera representar a un monstruo rugiendo.

–Sí, se puso hecho una fiera –corroboró Ichika–. Es un caso perdido.

Itsuki se extrañó de aquel comportamiento de Fuutaro. Sabía que era un poco testarudo y a veces tenía temperamento, pero esa reacción… tenía que saber más.

–¿Pero de qué otras cosas le estabais hablando para que reaccionara así? –preguntó extrañada.

–¡Oh, no! ¿Otra vez estáis charlando sobre ese idiota? –gruñó Nino, que apareció en ese momento. Itsuki vio a lo lejos a otras dos chicas que debían ser amigas de su hermana, y de las que parecía haberse despedido antes de unirse a ellas.

–Nino, sabes que no es verdad que sea idiota –replicó Itsuki–. Quiere ayudarnos a aprobar.

–Pues que ayude a otras –insistió Nino–. Me da igual lo que haya dicho nuestro padre, yo no quiero verle cerca nuestro.

Itsuki suspiró. De todas sus hermanas, sabía que Nino iba a ser la más difícil de convencer para que acudiera a esas clases. Por lo pronto ya eran Yotsuba y ella. Ichika no estaba muy por la labor, al igual que Mutsuri. Y en cuanto a Miku…

–Eh, ¿alguna ha visto a Miku? –preguntó al percatarse.

Todas negaron con la cabeza.

–Es raro –dijo Ichika–. Quedamos en que nos veríamos aquí.

–No me he cruzado con ella desde la hora del almuerzo –recordó Yotsuba.

–Normalmente no se retrasa. Será mejor que la llame –dijo Mutsuri preparando su teléfono.

–No será necesario –dijo Miku, quien salió de la puerta principal–. Estoy aquí.

Las demás suspiraron aliviadas.

–¿Dónde te habías metido? –preguntó Nino–. Estábamos preocupadas.

–Tenía cuestiones que resolver –se excusó la chica de los cascos–. ¿Nos vamos a casa?

Todas asintieron, y se pusieron en camino. Hoy no tenían clases particulares, así que no tenían por qué tener prisa. Sin embargo, Itsuki no dejó de mirar hacia atrás por si veía a su tutor, pero solo pudo divisarlo cuando se hubieron alejado bastante del edificio, demasiado lejos para poder llamarle y que le oyera. Pudo verle tomando la dirección hacia su domicilio, pareciendo cabizbajo. ¿Qué le habría pasado? Algo más para averiguar el día siguiente.

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Llegó el día siguiente. Fuutaro se encontraba en la biblioteca. La estancia era un lugar silencioso donde los alumnos iban a estudiar, aunque él prefería hacerlo en su casa, ya que no soportaba la compañía de otras personas. Sin embargo, su presencia en aquel lugar obedecía a una razón muy diferente. Ante el asombro de otros estudiantes, se dirigió al mostrador llevando consigo una considerable cantidad de libros sobre historia. A duras penas podía cargarlos, pero estaba decidido a lograr su objetivo.

–Me los llevo todos –le dijo a la chica del mostrador, que también quedó sorprendida.

–Cla… claro –dijo ella.

Una considerable furia invadió a Fuutaro, molesto por la situación con Miku el día anterior. Era imperdonable. Pero estaba decidido a enmendar lo ocurrido. Tenía que encontrar aquella información, costara lo que costara, para demostrarle a Miku que se tomaba en serio las cosas. Definitivamente iba darle clases a aquella chica o morir en el intento.

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Hola de nuevo. Me ha llevado bastante trabajo crear un capítulo con tantas palabras, pero espero que haya quedado bien. Esta historia sería la que corresponde al tercer número del manga, y parte del episodio 2 del anime.

El matcha consiste en hojas de té verde en polvo.

El furinkazan es un estandarte de guerra del periodo de guerras civiles en Japón (1467-1600), que hace alusión a un pasaje del libro El Arte de la Guerra de Sun Tzu. El que lleva Miku en su móvil es una versión popularizada del mismo.

El Periodo Sengoku corresponde a un periodo de guerras civiles (1467-1568).

Seguro que habréis visto algunos ligeros cambios en la personalidad de algunos personajes. Eso es porque decidí no seguir totalmente la historia original, así que varias cosas cambiarán conforme avance la trama.

Esto es todo por ahora, nos veremos en el siguiente capítulo. No sé cuando será eso, pero espero que dentro de no mucho. Hasta pronto.