Después de un largo tiempo, aquí está el capítulo 4.
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Capítulo 4. Duelo samurái
Habían pasado dos días, dos días llenos de intensidad. Por fin se sentía preparado. Aquella mañana Fuutaro se despertó con más entusiasmo que de costumbre. Muy entusiasmado, se dirigió al instituto como cada día, y asistió a las clases, participando en ellas cuando era requerido.
Saludó a Itsuki y hablaron brevemente. Ella también pareció alegre de verle así, ya que se había estado preocupando por su aspecto en ese último par de días.
Fuutaro se sentía sorprendido de que a alguien como Itsuki le importase tanto alguien como él. Hasta días antes había sido un tipo inteligente, pero también insociable. Y fue un providencial encuentro en el comedor lo que hizo que su vida cambiara. Desde ese momento, ella había sido, junto a Yotsuba, la única de sus hermanas que había confiado en él para ser su tutor. Él estaba agradecido, pero también tenía que trabajar en hacer que las demás hermanas le permitieran enseñarles. Y este era el día en que iba llevar a cabo su plan.
Durante la hora del almuerzo, Itsuki insistió en comer con él, en lugar de con sus hermanas. Él aceptó, pero le pidió que se adelantara al comedor, ya que tenía algo importante que hacer antes.
Una vez se encontró solo, puso en marcha la primera fase del plan. Un par de preguntas a las personas adecuadas le dieron la información que necesitaba para saber donde entregar el "mensaje", por suerte sin levantar sospechas de nadie. Tras esto, se sintió más aliviado y se dirigió al comedor, donde tras adquirir su almuerzo de cada día (menú de yakiniku sin el yakiniku) procedió a reunirse con Itsuki. Durante el camino se fijó en que el resto de hermanas se hallaban sentadas en la misma mesa en que las vio el primer día, aunque en aquel momento estaban todas ocupadas, por lo que ninguna le prestó atención. Una vez las hubo pasado, divisó a Itsuki, quien estaba cómodamente sentada en la misma mesa del comedor donde se conocieron. Ella le hizo señas con la mano.
–Siento el retraso, tenía que ocuparme de algo importante –dijo Fuutaro mientras se sentaba con ella.
–No te preocupes, Uesugi-kun. No he tenido que esperar demasiado –dijo ella con una sonrisa.
De alguna manera le gustaba la forma en que Itsuki le sonreía, pareciendo capaz de hacer brillar el sol incluso en el día más gris. Pero no, ahora no podía fijarse en esto. Tenía un plan importante que ejecutar hoy. Decidió fijar su atención en otra cosa, en este caso la bandeja de la chica. Aquí hubo algo que le llamó la atención.
–Parece que hoy has pedido menos comida que otras veces –observó al recordar el contenido de la misma días atrás.
Ella pareció adoptar una mueca de disgusto.
–He decidido comer menos –admitió avergonzada–. Siempre me puede mi apetito, y termino comiendo más de lo que debería. No puedo evitarlo.
Pero Fuutaro, al ver su expresión se fijó en que, aunque no le estaba mintiendo, también había algo que no le estaba contando. Algo pareció deducir.
–¿Se ha metido alguien contigo por tus hábitos alimenticios? –le preguntó preocupado.
Recordó cuando la conoció, que ella le ofreció algo de su comida, y aunque lo aceptó, sabía que estuvo a punto de haberlo rechazado y haberla insultado. Agradeció en ese momento no haber sido tan insensible. Ahora le preocupaba que alguien no hubiera tenido tacto con ella en este tema.
–Es Nino –dijo Itsuki bajando la cabeza–. Siempre se está metiendo conmigo cuando me ve comiendo de más. Y aunque sé que no lo hace con malas intenciones, después hace que me sienta culpable.
Así que se trataba de eso. Ante él tenía como era Itsuki en realidad. Le gustaba comer más de la cuenta, y aunque fingía que no le importaba si alguien se lo reprochaba, en realidad después se sentía mal. Eso le hizo recordar también el miedo a ser juzgada que tenía Miku. ¿Estarían todas las hermanas en una situación similar?
Tenía que animarla. Sabía por experiencia propia que Nino podía llegar a ser cruel con sus opiniones, y aunque era lógico pensar que no sería así con su hermana, es muy probable que tampoco midiera muy bien sus palabras. Esperaba poder llegar a entenderla algún día, pero por lo pronto tenía que hacer algo por Itsuki. Le puso la mano sobre el hombro, esperando que no le mirara con enojo.
–No debe importarte lo que piensen los demás de tus hábitos alimenticios, ni siquiera tu hermana –le dijo–. Es cierto que debes cuidar tu alimentación, pero puedes permitirte algún capricho de vez en cuando. En cuanto a Nino, estoy seguro que no pretendía hacerte daño con sus comentarios, pero también debes hacerle saber como te sientes cuando te habla así.
Ella le miró impresionada. Esperaba que de alguna manera sus palabras la ayudasen. Una pequeña sonrisa apareció en su cara.
–Tienes razón, tengo que hablar con Nino –dijo–. Pero en cualquier caso, voy a controlar un poco más lo que como. No quiero verme con menos figura que mis hermanas.
Él sonrió también. Se alegraba de haber sido de ayuda.
–Ya que estábamos hablando sobre comer. ¿Cómo está Raiha-chan? –preguntó Itsuki.
–Está muy bien. Todos los días me está preguntando cuando volverás a hacernos una visita, te echa de menos –reconoció Fuutaro.
Era cierto. Su hermana pequeña parecía haber cogido cariño a Itsuki, siendo la primera chica que él traía a casa. Vale, no fue exactamente así, Raiha fue la que logró convencerla para cenar con ellos ese día, pero quedó encantada con la presencia de la chica con estrellas en el pelo. Probablemente le hacía feliz que hubiese una presencia femenina más en la casa, seguro que fue ese el motivo por el que había sido tan insistente. Se preguntó por un momento si en el colegio no tenía amigas de su edad. Quizá debido a que tenía que ocuparse de las tareas de la casa, no disponía de mucho tiempo para hacer amigas. Nunca antes se lo había planteado. Este pensamiento le hizo reprocharse a sí mismo su falta de preocupación por su propia familia. Tenía que volver a tener una charla de hermanos con Raiha, y poder pasar juntos algo de tiempo, e incluso ayudarla. Ella lo necesitaba.
–Estaré encantada de volver a visitarla cualquier día que no tengamos tutoría –dijo Itsuki contenta–. Además me gustó la comida de Raiha-chan.
–Le comunicaré tus palabras cuando nos veamos –dijo Fuutaro con una sonrisa–. Seguro que se sentirá muy feliz de escuchar eso.
Después Fuutaro le habló sobre las asignaturas, recordándole el tema que iban a tratar en la siguiente tutoría. Sin embargo, hubo un momento en que Itsuki le habló sinceramente.
–Sé que Yotsuba te pidió perdón por haber escapado de ti tras el examen y dos días más tarde en la entrada del instituto. Yo también quiero disculparme –le dijo preocupada–. Me sentía avergonzada de haber sacado tan mala nota pese a haber estudiado, y por acto reflejo hice como mis hermanas. Entiendo si estás molesto conmigo.
Fuutaro se sorprendió por las palabras de Itsuki. Era cierto que hasta ahora ella no se había disculpado. Pero no serviría de nada enfadarse.
–Disculpas aceptadas –dijo él, con toda tranquilidad–. No, no estoy molesto, solo sorprendido por la huida. Es cierto que no tienes buenas notas, pero no debes avergonzarte por ello. Siempre se puede mejorar. Para eso me contrató vuestro padre como tutor. Voy a ayudarte a ti y a tus hermanas. Daré mi mejor esfuerzo.
–Gracias, Uesugi-kun –dijo Itsuki con una sonrisa–. Te dije que podías confiar en mí. Yo también confiaré en ti.
El resto de la hora de la comida transcurrió con una charla normal, durante la cual Fuutaro no dejaba de pensar en el plan que tenía entre manos, y que en algún momento de ese día iba a llevar a cabo. Esta vez nada podía fallar.
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El horario de clases había terminado. Por fin había llegado el momento. Fuutaro estaba esperando. Se estaba imaginando vestido como un samurái, haciendo sonar un jinkai desde lo alto de una colina, simbolizando el inicio de la guerra. Poco después la persona que estaba aguardando apareció ante él.
–Te estaba esperando, Miku –dijo a su estudiante, a la que también imaginaba vestida de samurái.
–¿Querías algo, Fuutaro? –preguntó con su habitual tono serio, mirándole firme.
Ella se encontraba ante él con un papel en las manos.
Todo había formado parte del plan de Fuutaro. Emulando el modus operandi de Miku de días atrás, él había dejado en su mesa un examen en cuya parte de atrás le había escrito un mensaje que decía que se encontrara con él en la puerta oeste del instituto, donde ambos estaban en ese momento, frente a frente, como dos contendientes a punto de entablar una batalla.
–Sí –respondió él mientras volvía a la realidad–. Quiero que tengamos un duelo.
Fuutaro se veía decidido, aunque ella le miraba con incomprensión. Decidió aclarar las cosas, yendo al grano.
–Pregúntame lo que quieras sobre el periodo Sengoku. Te lo contestaré todo –declaró.
–Paso… –respondió secamente Miku, sin entusiasmo–. No escarmientas, ¿verdad?
Fuutaro rio. Sabía que esa iba a ser su reacción, pero estaba preparado para esto.
–Estás equivocada si piensas que soy el mismo del otro día –dijo desafiante–. ¿O es que tienes miedo de perder en lo único que se te da bien?
Esto lo dijo con una mirada cargada de confianza. Al momento supo que había dado en el clavo. Miku hizo un puchero, como si con esa pregunta se hubiera sentido insultada. No tardó en formular la primera pregunta.
–¿A qué hace referencia el carácter de viento en el estandarte de guerra de Takeda Shingen? –dijo.
Fuutaro se sorprendió porque empezara preguntándole algo tan sencillo. Quizá solo quería darle una falsa sensación de confianza para atacar después con cosas más complicadas. Pero tenía que cumplir su palabra.
–Esa es muy fácil… –empezó a decir.
–La respuesta es "Rápido como el viento". –respondió Miku por él, sentándose en la barandilla de la escalera y acto seguido deslizándose hacia abajo a gran velocidad.
Fuutaro se quedó sin palabras ante esa reacción. ¿Otra vez huyendo? Debía ser la especialidad de aquellas chicas. Sin pensárselo dos veces echó a correr escaleras abajo en su persecución. Estaba cansado de que estas hermanas se escapasen continuamente, tanto de él como de estudiar. Pero estaba decidido a terminar con eso. Ya trataría con las demás, pero ahora mismo no podía permitirse dejar escapar a Miku. Corrió a toda velocidad en la dirección por la que la vio huyendo, hasta que al doblar una esquina, tropezó con alguien con un característico lazo verde en la cabeza.
–¡Uesugi-san! –exclamó Yotsuba sorprendida.
Este se sonrojó por la incomodidad del choque repentino.
–Lo… lo siento mucho –se disculpó.
–¡Tienes que mirar por donde vas, hombre! –le reprochó ella poniendo una sonrisa burlona.
Fuutaro miró a izquierda y derecha. Ni rastro de la chica de los cascos. Parecía haberse esfumado, cosa que le desconcertó.
–¿Has visto a Miku? –le preguntó ya que estaba.
–Ah, sí. Nos hemos cruzado –respondió ella–. La he visto salir corriendo en esta dirección.
Yotsuba señaló con el dedo las escaleras que daban a la puerta de atrás del instituto.
–¡Gracias! –exclamó Fuutaro mientras echaba a correr en esa dirección. Le había parecido notar algo extraño en la vestimenta y el aspecto de Yotsuba, pero ahora no podía detenerse a pensar en eso.
Siguió mirando de un lado a otro, viendo solo estudiantes que pasaban el rato en esa zona o miembros de los equipos de atletismo entrenando, pero sin ver rastro alguno de Miku. ¿Dónde había ido?
Estaba tan distraído que estuvo a punto de tropezar con otra persona, por suerte esta vez se detuvo a tiempo.
–¡Uesugi-san! –exclamó Yotsuba, que llevaba consigo una caja enorme llena de testigos para las pruebas de relevos–. ¡Tienes que mirar por donde vas, hombre!
Fuutaro se quedó helado con lo que estaba viendo. ¿Yotsuba de nuevo? ¿Su vista le estaba jugando una mala pasada? ¿Qué estaba ocurriendo? Algo vino a su cabeza, pero tenía que asegurarse.
Se inclinó hacia delante para mirarla bien, lo que provocó una reacción de incomodidad en la chica, que se debía estar preguntado qué estaba haciendo. Acto seguido miró hacia atrás. La anterior Yotsuba seguía en el mismo sitio, plantada de pie con la misma sonrisa burlona. Estaba clarísimo. Esto solo podía tener un significado.
–Lo siento, Yotsuba –dijo Fuutaro con una voz muy lúgubre a la chica que tenía ante sí–. No te asustes, pero debes escucharme atentamente.
Ella le miró con cierta inquietud por el tono que estaba empleando.
–Estoy viendo a tu doble, una doppelgänger. Está ahí mismo… lo que significa… –dijo con un tono tétrico– que estás a punto de morir.
–¡¿Eeeeh?! –exclamó ella asustada al tiempo que apretaba la caja con más fuerza– ¡No quiero morirme!
Ambos miraron donde estaba la doppelgänger.
–¡Es verdad, está ahí! –exclamó Yotsuba aterrorizada al imaginarse su inminente destino–. ¿Cuál podría ser mi última comida?
Sin embargo, ahora que miraba bien, Fuutaro veía un par de cosas extrañas en la otra Yotsuba. Para empezar su vestimenta. No recordaba haber visto nunca a Yotsuba con una rebeca azul celeste. Y además tenía el pelo un poco más largo, y castaño. Acto seguido, la doppelgänger se quitó la cinta del pelo, y finalmente se colocó unos cascos en el cuello. ¡Era Miku!
Esta echó a correr nuevamente. Fuutaro salió otra vez en su persecución, mientras la verdadera Yotsuba suspiraba de alivio al saber que no dejaría este mundo tan repentinamente.
–¡Miku, vuelve aquí! –gritó Fuutaro.
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Nino salió acompañada por dos amigas. A su derecha estaba una chica un poco más alta que ella, de pelo negro y largo y ojos marrones, que sobre el uniforme escolar llevaba una rebeca azul celeste abierta. A su izquierda estaba otra chica, esta de estatura más baja, de pelo castaño y largo adornado con un lazo a rayas azules y blancas, y ojos verdes, que sobre el uniforme llevaba una rebeca rosa pálido, esta cerrada. Las tres charlaban animadamente.
–He oído que han abierto una cafetería nueva cerca del instituto –dijo la chica con el pelo castaño.
–¡Ah, sí! ¡Se lo he escuchado decir a otras chicas! –exclamó la chica morena.
–En ese caso, deberíamos ir a verla –terció Nino, comentario que se ganó la aprobación de las otras dos.
Nino era una persona muy sociable. Pese a que llevaba pocos días en aquel instituto, no había tardado en hacer amistades. Le encantaba estar rodeada de buenas amigas y charlar de toda clase de cotilleos. Aquello le gustaba más que tener que estar encerrada estudiando. No es que tuviese grandes expectativas en la vida, solo quería disfrutar los buenos momentos.
–He oído incluso que uno de los camareros es un chico muy guapo –añadió la chica castaña sonrojándose ligeramente.
–Siempre pensando en chicos, Sasaki-san –rió la chica morena–. No cambias nunca.
–¿Ah, sí, Nakamura-san? –preguntó Sasaki entrecerrando los ojos–. ¿Quieres decir que si tú te encontrases un camarero guapo no lo mirarías?
La aludida también se sonrojó, mientras su compañera reía, al igual que Nino.
–Pues yo no me lo quiero perder –dijo–. ¿Qué tal si vamos ahora? Tenemos tiempo.
Ambas asintieron ilusionadas. Nino parecía ser la voz cantante de aquel grupo.
–Es una pena que Aoki-san no pueda acompañarnos –dijo Sasaki.
–Entonces más camarero guapo para nosotras –rió Nakamura.
De repente, las tres contemplaron la escena de Miku que pasaba corriendo ante ellas, perseguida por Fuutaro. Durante unos segundos las tres guardaron silencio.
–Nakano-san, ¿no era esa tu hermana? –preguntó Sasaki.
La chica de los lazos de mariposa asintió, aun bajo los efectos de la impresión.
–¿Qué hacía siendo perseguida por Uesugi-kun? –preguntó Nakamura–. Qué extraño.
Nino entonces volvió en sí. Una oleada de furia la invadió, imaginándose a Fuutaro como un monstruo desalmado.
–No lo sé, pero lo voy a averiguar –dijo apretando los puños–. Voy a alcanzar a ese desgraciado y le voy a sacar la verdad a golpes.
–Espera, Nakano-san –dijo Nakamura mientras le ponía una mano en el hombro–. No sabes lo que está pasando. ¿De verdad vas a enzarzarte en una pelea con Uesugi-kun sin conocer toda la situación?
Nino reflexionó por un momento. Su amiga tenía razón, no podía volver a sacar conclusiones precipitadas, como el primer día que Fuutaro estuvo en su casa. Cierto, no tenía todos los detalles para concluir que su tutor tramase algo malo con su hermana. Lo más probable era que Fuutaro estuviese persiguiendo a Miku para obligarla a estudiar, como era su objetivo. Así que si ese fuera el caso y ella se pelease con él por una rabieta injustificada, eso podría dejarla en mal lugar. No confiaba para nada en aquel chico, por lo que no podía quitarse de la cabeza la idea de que iba tras ella con muy malas intenciones.
–Tengo una idea –dijo Sasaki mientras sacaba el teléfono–. Voy a avisar a Aoki-san. Debe estar entrenándose en las pistas ahora mismo junto a las chicas del equipo de kárate.
–¿Llevará el teléfono consigo mientras entrena? –preguntó Nino.
–Normalmente sí –respondió Sasaki–. Suele tenerlo a mano por si hay una emergencia.
–Y esto sin duda lo es –terció Nakamura–. Ella será nuestra vigilante.
Unos segundos después se escuchó un sonido de notificación procedente del teléfono de Sasaki.
–Listo –dijo ella–. Las chicas lo vigilarán de reojo. Así si a Uesugi-kun se le ocurre hacer algo inapropiado, se encargarán de retenerlo hasta que lleguemos.
–¿Qué te parece, Nakano-san? –preguntó Nakamura–. Ya no tenemos impedimento para ir a la cafetería.
Nino sonrió. Bien, al menos ahora tendría alguien que vigilase a Fuutaro. Estaba deseando que cometiese algún error para tener la excusa para librarse de él.
––Sí, vamos –dijo animada–. Me alegra tener buenas amigas como vosotras.
Así pues, las tres se dirigieron a aquella cafetería mientras charlaban de sus temas.
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La persecución continuaba. Ambos se encontraban dando vueltas sin parar alrededor del edificio del instituto. Montones de estudiantes eran testigos de la escena sin entender bien lo que estaba pasando. Fuutaro se sentía frustrado porque ella intentara jugársela. Pero tenía que hacer que entrara en razón.
–¡Siento haberte engañado! –exclamó él– ¡Pero durante estos dos días he estado leyendo todos los libros sobre el periodo Sengoku que había en la biblioteca! ¡Ahora podemos hablar sobre el tema todo lo que quieras en igualdad de condiciones!
Ella escuchó, pero no se detuvo.
–Deja de mentir –respondió mientras ponía una mueca de desagrado.
Fuutaro se detuvo para recuperar el aliento. Sus fuerzas estaban llegando a su límite. Nunca se había preocupado por la educación física por pensar que no le iba a hacer ninguna falta. Y ahora se encontraba pagando las consecuencias. Claro que Miku tampoco se veía muy atlética. Se preguntó si no se cansaba de correr.
La realidad era que la chica de los cascos también estaba empezando a notar los efectos del cansancio. Sin embargo, no se había detenido, por lo que Fuutaro volvió a correr.
–¡Shiritori de jefes samurái! –exclamó Miku–. Ryuzoji Takanobu.
Parece que iba a darle una oportunidad. Bien, si quería jugar a shiritori, así lo haría.
–Bu… –dijo él–. Espera, ¿Con "Fu" también vale? ¡Fukushima Masanori! El famoso general conocido como la primera de las Siete Lanzas de Shizugatake.
Miku le miró con gesto de sorpresa, pero siguió corriendo.
–Ryuzoji Masaie –dijo ella.
–E… e…. ¡Edo Shigemichi! –exclamó al fin Fuutaro.
–Chosokabe Motochika –dijo Miku empezando a notar los efectos del cansancio.
–Ka… ¡Kanamori Nagachika! –respondió Fuutaro, a duras penas.
La persecución alrededor del instituto continuaba. Pensar y correr a la vez era un trabajo considerable, pero Fuutaro no se rendía.
–Ka… Kawajiri Hidetaka –dijo Miku con la voz entrecortada.
–¿Otra vez con "Ka"? –se quejó Fuutaro–. Ka… ¡Katakura Kojuro!
La velocidad de ambos iba disminuyendo. Pero ambos estaban no mostraban señales de querer rendirse.
–Uesugi Ke… Uesugi… Kagekatsu –se corrigió Miku, resoplando.
–¡Argh! –se quejó Fuutaro, que no paraba de sudar–. Tsuda Nobuzumi.
A duras penas ambos podían correr. La cara de Miku estaba completamente roja.
–Miyoshi… Nagayoshi. Ah, no puedo más –se quejó ella.
–Shi… Shima… Shimazu… Toyohisa… –resopló Fuutaro. Su camisa estaba totalmente empapada por el sudor.
El esfuerzo era extenuante. Ambos apenas podían avanzar caminando con lentitud.
–Sanada Yukimura… –dijo Miku, apenas capaz de articular palabra.
–¡¿"Ra"?! –exclamó Fuutaro–. Ra… Ra… No hay… Ninguno.
Fuutaro se desplomó acto seguido.
–¿Por qué te esfuerzas tanto? –preguntó Miku, toda sudada, desplomándose también a continuación.
Ambos estaban tendidos sobre el césped, agotados. Miku estaba tendida boca arriba, agarrándose el estómago con ambas manos. Fuutaro en cambio, estaba tendido boca abajo, recuperándose. Ya iban dos veces en los últimos días que había tenido que hacer un esfuerzo físico considerable. Se preguntó si no debería cuidar un poco más de su forma física. Pero ya habría tiempo para preocuparse por eso. Miró a Miku.
–Increíble… –le dijo–. Nunca pensé que serías tan rápida como yo. Nada mal.
–Soy la más lenta de mi clase… –replicó ella.
Los dos permanecieron en silencio por unos segundos, mientras recuperaban fuerzas.
–Qué calor… –dijo al fin Miku, incorporándose.
Fuutaro se quedó desconcertado viendo como Miku, con una expresión acalorada, se quitaba los zapatos y se sacaba las medias delante suyo. Esto le puso incómodo, por lo que apartó la mirada.
–Tengo sed –dijo él mirando al suelo mientras se incorporaba–. Voy por algo de beber.
Miku no dijo nada. Fuutaro se puso en pie y se dirigió hacia unas máquinas expendedoras cercanas, mientras no dejaba de preguntarse si es que Miku no tenía vergüenza por hacer eso delante suya.
Normalmente habría ido a beber agua a una fuente cercana, pero pensó que por esta vez bien valía la pena hacer una excepción. Miró las bebidas. Algo le llamó la atención.
Mientras tanto, Miku se había puesto de pie y se había sentado en un banco próximo, recuperándose de un gran esfuerzo al que no estaba acostumbrada. Aun estaba sudando bastante, y su cara estaba aun enrojecida por el calor. De repente, alguien puso una lata de refresco en su mejilla. Estaba helada, lo que la hizo sobresaltarse.
Ella miró. Era Fuutaro quien había hecho eso. Puso una expresión enfadada.
–¡Ah! ¡Lo siento! –exclamó él al ver su reacción.
Fuutaro se movió para quedar frente a ella.
–Este es el que te gusta, ¿verdad? –dijo mientras le mostraba que era una lata de refresco de matcha–. Cuesta 110 yenes. No es nada barato.
Fuutaro esbozó una sonrisa.
–Y tranquila, que no tiene mocos –añadió.
Miku abrió los ojos, sorprendida, recordando el episodio de unos días atrás.
–Es de color verde, pero no tiene mocos. ¿Lo pillas?
Fuutaro vio su reacción, y procedió a explicar.
–Sacaste la referencia de la creencia que dice que Ishida Mitsunari se bebió una taza de matcha en la que Otani Yoshitsugu había metido sus mocos, ¿verdad?
–Veo que has hecho los deberes –rió Miku mientras Fuutaro le entregaba la lata.
–¿Sabes cuantos libros tuve que leerme para descubrir eso? –preguntó él–. Aunque al final dio la casualidad de que me encontré con Yotsuba, quien me encontró la anécdota mediante una consulta en su móvil. Internet es una pasada, ¿verdad?
La expresión de Miku cambió de repente, ensombreciendo el rostro.
–¿Yotsuba? –preguntó molesta– ¿Le has contado que me gustan los jefes samurái?
Fuutaro vio la expresión enfadada de Miku. Procedió a tranquilizarla.
–No. No se lo he dicho –afirmó impasible–. Pero ¿qué necesidad tienes de ocultárselo? Es tu hermana. Al contrario, deberías sentirte orgullosa.
Miku se quitó de nuevo los zapatos y se encogió en el banco. Sujetó sus piernas con sus brazos y ocultó la cara entre ellas.
–Precisamente porque es mi hermana no puedo decírselo –afirmó con tristeza.
Fuutaro la miró extrañado.
–¿Por qué?
–Porque de las seis yo soy a la que le va peor en los estudios –respondió ella mostrando ligeramente su cara, con expresión apenada.
Fuutaro quedó impresionado. Pensaba haber comprendido anteriormente la personalidad de Miku, pero ahora se daba cuenta que solo había rozado la superficie. No era que tuviese confianza en lo que le gustaba, sino que no tenía confianza en sí misma. Decidió hacer algo al respecto.
–Eso no es verdad. Eres la más inteligente de tus hermanas –le dijo–. Sacaste la nota más alta en el examen que os puse.
–Eres muy amable, Fuutaro –dijo ella sin alterar su expresión.
–¡Aunque tampoco es que hubiese una diferencia muy grande entre un examen y otro! –se apresuró a matizar él.
–Pero hay algo que sé muy bien –dijo Miku con una sonrisa amarga–. Que lo que puedo hacer yo, también pueden hacerlo mis hermanas. Somos sextillizas, al fin y al cabo.
Esta última parte la dijo dedicándole una sonrisa. Fuutaro se sorprendió. Había algo en lo que había dicho Miku que le hizo pensar. Meditó por unos segundos, pensando en los resultados del examen.
–Por eso es que deberías rendirte conmigo, Fuutaro –dijo Miku adoptando de nuevo un semblante triste.
–No puedo hacerlo –replicó él–. Soy vuestro tutor. Tengo que ayudaros con los estudios a todas. No puedo dejar a nadie atrás. Ese es mi trabajo.
La chica de los cascos le miró con los ojos muy abiertos. Se le habían subido los colores a las mejillas.
–¡Voy a hacer que os graduéis las seis con una sonrisa! –sentenció él.
Miku se echó a reír.
–No te rindes nunca, ¿eh? Pero no sucederá –dijo con amargura–. Es imposible. Tú mismo lo comprobaste con este examen. Sacamos 100 puntos entre todas.
–Tienes razón, ese día estaba abrumado –asintió Fuutaro–. No esperaba que todas fueseis tan malas. No dejé de pensar: "¿Cómo voy a ser capaz de enseñarles nada?". No me veía capaz en absoluto. Al menos… hasta hoy.
Miku le miró extrañada.
–¿Eh?
–Tus palabras me han dado confianza, Miku –dijo él–. Como sois sextillizas, lo que puedes hacer tú lo pueden hacer también tus hermanas. En otras palabras, lo que pueden hacer tus hermanas, también lo puedes hacer tú, ¿verdad?
Miku no tenía réplica para aquella afirmación. Solo quedó perpleja por como se la habían planteado.
–Pu… pues… –dijo insegura–. Nunca lo había visto de esa manera.
–Mira esto –dijo Fuutaro sacándose una hoja de papel del bolsillo.
La desdobló y la extendió ante ella.
–Son los resultados del examen que os hice –expuso–. ¿No hay nada que te llame la atención?
Miku se inclinó para mirar. La hoja contenía una tabla que indicaba las preguntas y los aciertos y fallos de cada hermana. Observó por unos instantes, incapaz de entender lo que Fuutaro quería decir. Hasta que de repente…
–¡Ah! –exclamó–. Todas hemos respondido bien a preguntas diferentes. Ninguna respuesta acertada se repite.
–Es cierto –dijo Fuutaro con una sonrisa–. Puede que vuestra media sea de 20… pero yo aquí veo posibilidades.
Ella le miró con los ojos muy abiertos.
–Lo que puede hacer una, lo pueden hacer todas –dijo él–. Ichika… Nino… Yotsuba… Itsuki… Mutsuri… y tú también, Miku. ¡Estoy seguro de que todas, en vuestro interior, tenéis aptitudes para sacar un 100 en un examen!
Miku quedó con la boca abierta, nuevamente con las mejillas sonrojadas.
–Qué cosas dices –dijo mientras bajaba sus pies al suelo para volver a ponerse los zapatos, disponiéndose a continuación a abrir la lata–. Confías demasiado en nosotras.
Bebió un trago del refresco. Fuutaro solo pudo mostrar un rostro impasible ante la negatividad de Miku. Era normal que tras los antecedentes, ella hubiese abandonado toda esperanza de mejorar. Pero él le había mostrado que sí había un camino posible. Sabía mejor que nadie que siempre se podía mejorar. Entendió que a pesar de todo ella se quedara anclada en esa negación. Pero decidió darle tiempo. Los cambios de mentalidad no podían suceder de la noche a la mañana. Él ya había hecho todo lo que estaba en sus manos para mostrarle que era capaz de aprobar. Todo lo demás ya quedaba en manos de ella.
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Itsuki estaba en una librería. Se había puesto las gafas y estaba observando entre las hileras de libros de una estantería.
Se sentía algo más calmada que dos días atrás, cuando vio a Fuutaro cabizbajo. Sabía que este había estado en la azotea del instituto, y se había temido que cometiese una locura. Por suerte no fue así, y cuando se vieron en clase al día siguiente, este le dijo que no se preocupara, que había tenido un pequeño contratiempo. Sin embargo hoy le había visto más confiado, y habían charlado animadamente. Él había entendido sus preocupaciones y la había animado. Eso la había puesto de buen humor.
Se había sentido extrañada de que hasta el día anterior el estudiante sobresaliente no hubiera apartado la vista de un libro en todo el tiempo que tenían entre clases. Parecía un libro sobre historia, pero se le hizo raro que estuviese empleando aquel tiempo entre clases para estudiar. Incluso para alguien como él, era demasiado. Le pareció ver que tenía unas visibles ojeras, como si hubiese dormido poco esos días. ¿Por qué se estaría castigando así?
Le preguntó sobre eso, pero él solo le respondió que lo hacía para convencer a Miku para que asistiera a sus clases. Esto la tranquilizó, el saber que aquel esfuerzo era para una buena causa, pero aun así no pudo evitar preocuparse por el bienestar por aquel chico. ¿Por qué se estaba sintiendo así? Hasta ahora nunca le había preocupado tanto alguien que no fuese de su familia. Sin embargo, algo en ella le decía que sí lograría convencer a Miku para estudiar. Estaba convencida de que él tendría éxito donde ella había fracasado.
Su estómago resonó. Le estaba costando trabajo dejar de comer entre horas. El hambre le impedía pensar con claridad. Tenía que concentrarse en otra cosa, como aquello que había venido a buscar.
–¿Itsuki? –preguntó una voz– ¿Qué haces aquí?
Se volvió. Su hermana pequeña estaba frente a ella.
–¿Mutsuri? No esperaba verte en una librería –dijo Itsuki sorprendida–. Debe ser una ocasión muy excepcional.
–Estaba buscando un libro sobre aprender a dibujar –contestó ella mientras se ajustaba las gafas a la cara–. Leí en la página de esta librería que lo tenían. ¿Qué hay de ti? Se me hace raro no verte comiendo a estas horas.
–Estoy empezando a controlar lo que como –respondió Itsuki–. Y necesitaba un diccionario nuevo para las clases de inglés. Uesugi-kun va a ayudarme mañana con esa asignatura.
–Ya veo –observó Mutsuri–. Y además esas gafas te hacer ver intelectual. Seguro que se te pegó algo de Fuutaro-san.
–¡Te recuerdo que tú también llevas gafas, y todo el tiempo! –replicó Itsuki–. Y ya que lo mencionas, ¿y si estudiases con nosotros?
–De verdad que me gustaría, pero sigo pensando que no va a haber diferencia –dijo con cierta tristeza mientras enfocaba su vista hacia una estantería contigua–. Soy incapaz de concentrarme. Prefiero centrarme en dibujar.
Itsuki se echó la mano a la cara. Se preguntaba si su hermana lo decía en serio o se trataba de una elaborada excusa. Pero tenía que hacer algo. Si Fuutaro no iba a rendirse en su empeño de convera sus hermanas para estudiar, ella tampoco.
–Sé que siempre has tenido problemas para memorizar, pero con Uesugi-kun será diferente –intentó convencerla Itsuki–. Él puede ayudarte a encontrar un sistema para que puedas estudiar y entenderlo todo.
Mutsuri meditó mientras miraba la portada de un libro sobre técnicas de dibujo. Sin embargo, no parecía estar mirando el libro, sino procesando la sugerencia de su hermana.
–Además, si estudias con nosotros, estarías cerca de Uesugi-kun, y podrías convencerle para que te dejara dibujarlo de nuevo durante algún descanso.
Una leve sonrisa apareció en los labios de Mutsuri.
–¿Lo dices en serio? –preguntó volviendo su vista hacia su hermana.
–Claro que sí –dijo Itsuki–. Si quieres puedes unirte mañana a nosotros. Estaremos en la biblioteca.
–Mañana me será imposible –dijo Mutsuri volviendo otra vez la vista al libro y echándole un vistazo a sus páginas–. Pero a la siguiente no faltaré.
Itsuki sonrió. Ya era un comienzo.
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Ichika salía del instituto. No dejaba de bostezar mientras revisaba su teléfono, como si estuviese esperando algo importante. Pero no era así. Tal vez en otra ocasión. Contempló distraída la gente que pasaba por las calles. Había veces que se preguntaba qué pasaría con su futuro.
La opción más lógica era dedicarse a estudiar hasta graduarse. Pero estudiar interfería con su otra actividad, lo que provocaba que no durmiera lo suficiente. De hecho, ya se había quedado dormida un par de veces en clase, lo cual hizo que se ganase una amonestación del profesor.
Itsuki le había sugerido un par de veces que dejara que Fuutaro le diera clases, pues para eso había sido contratado. Y aunque a Ichika le caía bien este chico, no se sentía con fuerzas suficientes para dedicarse a algo tan aburrido como estudiar.
Durante el camino a casa pasó por un parque cercano al instituto. Allí se encontró a Yotsuba, quien estaba en cuclillas. Se acercó con curiosidad y descubrió que su hermana estaba observando atentamente una hilera de hormigas. Parecía feliz.
–¿Qué haces aquí, Yotsuba? –le preguntó.
La chica del lazo en la cabeza levantó la vista.
–¡Hola Ichika! –exclamó mientras se ponía en pie–. Había terminado las clases y como no tenía nada mejor que hacer me vine aquí.
–¿Hoy no te daba clase Fuutaro-kun? –preguntó Ichika, extrañada.
–Dijo que hoy tenía algo importante que atender –respondió Yotsuba mientras suspiraba–. Es una pena, me habría gustado que viese mis deberes. Nuevamente no he tenido ninguna respuesta bien.
–No estoy muy segura de si le agradaría ver eso –dijo Ichika con una sonrisa incómoda–. Iba a ir para casa, ¿te vienes?
–Sí. Ahora que lo pienso, tengo deberes para terminar mañana, no debería estar aquí perdiendo el tiempo –dijo Yotsuba con una risa incómoda–. ¿Nadie más viene contigo?
–Nino ha ido a una cafetería con sus amigas, Itsuki dijo que tenía que pasar por la librería, Mutsuri no sé donde está y tampoco he podido localizar a Miku –enumeró Ichika.
Yotsuba asintió. Aunque normalmente volvían a casa las seis juntas, había ocasiones en que a alguna no le era posible, como en aquel momento. Ambas se pusieron en marcha.
–Por cierto, Ichika. ¿Sabes que creí que me iba a morir? –Yotsuba puso una expresión tétrica– ¡He visto una malvada doppelgänger!
Ichika rio.
–¿De verdad? Se ve interesante. ¡Cuéntame todos los detalles!
Ambas caminaron conversando animadamente. Parecía que Ichika estaba acostumbrada a que su hermana se inventase historias raras.
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Nino seguía con sus amigas. Estaban saliendo de la cafetería con expresiones muy animadas.
–Nada mal –dijo Nakamura–. Estos camareros preparan un café delicioso.
–Lo que me ha gustado más ha sido el camarero que nos ha atendido –comentó Sasaki con corazones en vez de ojos.
–No le has quitado ojo –rio Nino–. Te ha faltado preguntarle si estaba soltero.
–¿Y qué hay de ti, Nakano-san? –preguntó Sasaki–. ¿No te parecía atractivo?
Nino pensó por unos segundos. Era verdad que era un camarero joven y guapo, pero no llegó a llamarle la atención como a su amiga.
–No sé –respondió–. No diré que no era atractivo, pero en mi opinión le faltaba algo.
Sus amigas la miraron sorprendidas.
–¿Algo como qué? –preguntó Nakamura.
–Hummm… –meditó Nino–. Me parecía que tenía cara de buen chico. Me atraen más los chicos malos, esos que tienen un aire gamberro.
Esto último hizo que se le subieran los colores a la cara. Sus amigas rieron.
–En ese caso, no tendré rival amorosa, eso me tranquiliza –dijo Sasaki.
Las tres amigas rieron. Aun era temprano, así que empezaron a pensar donde podían ir a continuación.
–¿Y si vamos de tiendas? –sugirió Nakamura–. Hace tiempo que no adquiero ropa nueva.
–Estupendo –respondió Nino, mientras Sasaki solo asintió–. A ver qué tienen.
El grupo se dirigió hacia un centro comercial cercano. Tras observar de pasada un par de escaparates, divisaron uno que pareció gustarles, por lo que entraron a ver la ropa.
–Esta blusa no está mal –comentó mientras examinaba una prenda violeta–. Pero no sé si me iría mejor en amarillo.
–Ni soñarlo, es muy llamativo –discrepó Nakamura–. Ese color no es malo, pero creo que en azul marino te quedaría mejor.
–Sí, sería un buen conjunto con tu color de pelo –terció Sasaki.
Nino meditó por unos segundos.
–¿Sabéis qué? Me habéis convencido –dijo devolviendo la blusa a su estantería–. Me la llevaré azul marino.
No tardó en encontrar otro modelo de aquella blusa en el color sugerido por sus amigas, procediendo a tomarlo acto seguido.
–Es verdad, este color combina más conmigo –dijo mientras examinaba la prenda–. El amarillo me parece más un color para Ichika.
–¿Hablas de una de tus hermanas? –preguntó Nakamura.
–Ah, sí, que no la conocéis –repuso Nino–. Sí, a ella le gustan más las prendas amarillas. Tal vez le sugiera luego esta tienda.
Nino se sentía alegre por poder pasar un buen rato con amigas, aunque no podía dejar de pensar en Miku.
–¿Alguna novedad de parte de Aoki-san? –preguntó con impaciencia, ya que no había habido noticias hasta ese momento.
Como si hubiese escuchado su petición, el teléfono de Sasaki sonó. Su dueña revisó. Nino no dejó de estar nerviosa.
–Falsa alarma –dijo negando con la cabeza–. Parece que tras haber dado varias vueltas alrededor del instituto, cayeron los dos agotados y se quedaron hablando. No ocurrió nada para lo que preocuparse, menos mal. Lo siento si no es lo que esperabas, Nino.
La pelirrosa se sintió frustrada, ya que no tenía nada con qué atacar a Fuutaro para librarse de él. Ni siquiera el haberle echado un somnífero días atrás sirvió para que desistiese y las dejase en paz. Solo obró el efecto contrario, que les pusiera un examen para que le demostraran que no les hacía falta un tutor. Y al suspenderlo, parecía haberse propuesto obligar a todas a estudiar, una por una. Primero Itsuki y Yotsuba. Ahora Miku… no pasaría mucho tiempo antes de que intentase convencerla a ella también para estudiar y se entrometiera más en sus vidas. Pero estaba decidida a evitarlo. Tenía que pensar en algún plan para la próxima vez que acudiera a su domicilio. Una forma de apartar a Fuutaro de sus vidas.
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Llegó el día siguiente. En la biblioteca del instituto. Itsuki y Yotsuba se encontraban sentadas, haciendo ejercicios, mientras que Fuutaro permanecía de pie, revisándolos.
–¿Cuántas veces tengo que decírtelo para que lo entiendas? –reclamó enojado Fuutaro, dirigiéndose a Yotsuba–. ¡Rice, arroz en inglés, se escribe con "R", no con "L"! ¡Lice significa piojos! ¿Tú te comes los piojos?
Yotsuba gritó horrorizada, al darse cuenta de su equivocación. Itsuki mientras tanto, estaba terminando de escribir unas frases. Llevaba sus gafas puestas.
–Bien, Itsuki, pero todavía tienes fallos al escribir la tercera persona del singular –le dijo Fuutaro a continuación–. No debes olvidar que es escribe she has, y no she have.
Itsuki apretó los dientes. Parecía que tampoco era la primera vez que se equivocaba en algo así. Yotsuba mientras tanto se limitó a sonreír.
–¿Por qué sonríes si te he regañado? –le preguntó confuso Fuutaro.
–Me hace ilusión que revises mis deberes fuera del horario de clases particulares –respondió la chica del lazo con una sonrisa.
–Y yo agradezco que tengas paciencia con mis errores –dijo Itsuki–. Cualquier otro tutor ya habría tirado la toalla.
Fuutaro suspiró. A pesar de sus equivocaciones constantes, se sentía satisfecho porque ambas hermanas confiasen en él para que les enseñara. Claro que debía tener paciencia con ellas, visto el nivel que le demostraron. Pero no le importó. Sabía que podían aprender. Aunque había algo que no le alegraba.
–Si las otras cuatro fuesen tan comprensivas, todo sería más fácil… –dijo.
–He probado a pedirles que vengan también a estudiar, pero sin éxito –se lamentó Itsuki.
Yotsuba no dijo nada. Estaba mirando al frente.
–Igual deberías decir, "a las otras tres" –dijo entonces a Fuutaro.
–¿Eh? –preguntó él.
–Hola… Miku –saludó Yotsuba.
Fuutaro se volvió. La chica de los cascos estaba ante ellos, con las manos tras la espalda y un ligero enrojecimiento en sus mejillas. En ese momento estaba apartando la vista.
Él sonrió. Parece que sus palabras del día anterior habían obrado efecto.
–Has venido –dijo acercándose para recibirla.
Pero ella le esquivó. Se dirigió hacia una de las estanterías que había bajo las ventanas, agachándose para tomar varios libros de los que había allí. Los demás la miraron sin entender.
Miku había sacado tres libros sobre el periodo Sengoku. Observó el registro de préstamos que tenía cada libro en la portada. En todos aparecía el nombre "Fuutaro Uesugi" en último lugar. Ella sonrió. Entonces se volvió hacia él.
–Por tu culpa me ha dado por pensar que quizá… yo también sea capaz –dijo–. Así que… hazte responsable.
Miku tenía una radiante sonrisa en la cara, y un leve enrojecimiento en las mejillas. Fuutaro quedó maravillado. Estaba realmente preciosa. No, espera, no podía fijarse ahora en esas cosas. Ella le estaba depositando su confianza. No podía defraudarla.
–Déjalo en mis manos –dijo él sonriendo mientras se golpeaba el pecho con el puño.
Sin embargo, esta escena no le pasó desapercibida a Yotsuba. La curiosidad la invadió. Se acercó a su hermana.
–M… Miku, ¿no será? –se acercó al oído de Miku y bajó la voz–. Lo que escondías el otro día. La persona que te gusta, ¿no será Uesugi-san?
Los ojos de Miku se abrieron como platos, y el rubor de sus mejillas se intensificó.
–No, que va –dijo dándole la espalda a Fuutaro y con una sonrisa en la cara.
Aunque no se enteró de lo que estaban hablando, Fuutaro se sintió satisfecho. Ya había conseguido que se pusieran a estudiar tres hermanas. Le quedaban las otras tres. Aun no tenía muy claro como haría para lograr convencerlas, pero al menos ya estaba un paso más cerca de su objetivo.
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Hola de nuevo. Por fin he terminado este capítulo, tras mucho trabajo. En este caso he cubierto el número 4 del manga, así como parte del episodio 2 del anime. Espero que haya gustado. Llegó también el momento de las aclaraciones.
El jinkai, también llamado caracola de guerra, es un instrumento consistente en una caracola grande con una boquilla de bronce o madera, que se usaba para hacer llegar ordenes a las tropas.
En las leyendas nórdicas y germánicas, ver el propio Doppelgänger es un augurio de muerte, por eso de la reacción de Fuutaro.
El shiritori es un juego de palabras encadenadas japonés consistente en en que cada jugador debe decir una palabra que empiece por el kana (sílaba) final de la palabra anterior. Normalmente se emplean solo sustantivos.
En el silabario japonés "fu" y "bu" se escriben con el mismo carácter, con la sola diferencia de que "bu" lleva dos comillas en el lado superior derecho.
Los nombres de las amigas de Nino me los he inventado.
110 yenes japoneses equivalen actualmente a aproximadamente 0,79 euros.
Esto es todo por ahora, nos veremos en el siguiente capítulo. Dejad vuestros comentarios si queréis que esta historia prosiga.
