Hola a todos. Ya está aquí el capítulo 5.
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Capítulo 5. Guerra de fogones
Fuutaro estaba frustrado. Tenía las manos sobre el cristal de la puerta de entrada del edificio donde vivían las Nakano.
–¡No fastidies! –se quejó–. ¿Por qué no se abre la puerta automática? Como si no tuviese bastantes problemas con estas chicas. La puerta también quiere fastidiarme.
Había acudido al edificio para dar clases a las hermanas, pero no sabía como decirles que había llegado. No tenía el contacto de ninguna de ellas, y no sabía como llamar a la vivienda. Ante sí solo tenía una puerta cerrada.
Tenía que encontrar la manera de abrirla. Pero al contrario que otras veces, no estaba acompañado de ninguna de las hermanas ni había alguien entrando o saliendo. Una opción era esperar a que eso último ocurriera de nuevo, pero no tenía idea de en cuanto tiempo podría pasar. Incluso para un edificio tan grande, bien podría pasar más de media hora hasta que algún vecino le diera por entrar o salir, y no podía permitirse perder tanto tiempo. Entonces se fijó en la cámara de seguridad que había a un lado de la puerta. Tal vez si…
–Disculpe –dijo a la cámara–. Me llamo Fuutaro Uesugi, y soy el tutor de las hermanas Nakano que viven en el piso 30. Creo que la puerta no funciona.
Permaneció así unos segundos, como si esperara un milagro. No ocurrió nada. Suspiró fastidiado, sin tener idea de qué hacer.
–¿Qué haces hablando solo? –preguntó una voz a sus espaldas.
Fuutaro se volvió. Miku estaba tras él. Iba vestida con una camiseta azul celeste de manga larga, una falda de cuadros y unas largas medias violeta. Llevaba en la mano una bolsa de la compra.
El tutor se quedó sin palabras, pero ella, hábil observadora, no tardó en deducir lo que estaba pasando.
–¿No sabes cómo funcionan estas puertas? –preguntó ella mientras señalaba el terminal electrónico que había a un lado–. Si quieres llamar a nuestra casa lo único que tienes que hacer es introducir en el teclado el código correspondiente.
–Estooooo… –murmuró Fuutaro avergonzado–. No, si ya lo sabía.
Miku introdujo una tarjeta en la ranura del terminal, haciendo que se abriera la puerta del edificio, mientras Fuutaro no dejaba de sentirse mal consigo mismo por no haber visto algo tan obvio. Empezaba bien aquel día.
–¿Qué haces ahí parado? –preguntó ella.
Fuutaro miró. Miku había entrado en el edificio, y se hallaba mirándole. Él se había quedado desconcertado, ya que mientras estaba reflexionando había dejado de prestar atención a lo que tenía a su alrededor.
–¿No vienes a darnos clase? –preguntó Miku con una sonrisa que la hacía ver preciosa.
Fuutaro se sonrojó. Otra vez estaba encontrando a Miku atractiva. ¿Por qué le estaba pasando esto?
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La subida en ascensor fue animada, ya que Miku habló con él. Esto representaba una mejora respecto días atrás, ya que por lo general ella era la más callada de las hermanas. Esperaba que su relación con las demás pudiera mejorar de la misma forma que lo había hecho esta.
Al entrar en la vivienda, estaban reunidas en el salón el resto de las hermanas, salvo Nino. Todas le miraban con sonrisas.
–¡Buenos días! –exclamó alegremente Yotsuba, quien iba vestida con una camisa azul con rayas verticales azul oscuro, sobre la que llevaba una rebeca verde claro, y una falda corta verde oscuro–. ¡Estamos listas!
–Yo también me he animado –dijo Ichika, quien llevaba camiseta verde claro de manga corta y pantalones largos de color blanco.
–Y yo –dijo Mutsuri, que iba vestida con una blusa blanca de manga corta y una falda verde claro.
–Qué ganas de empezar –dijo con una sonrisa Itsuki, quien llevaba una camiseta sin mangas rosa con rayas blancas horizontales y una larga falda amarilla–. Aunque sintiéndolo mucho no podré estar demasiado tiempo, tengo cita con el oculista luego
–No te preocupes, si es necesario de daré clase en la biblioteca mañana para compensar el tiempo. ¿Te parece? –sugirió Fuutaro.
–Es perfecto –respondió ella sonriendo.
El verla con una expresión feliz hizo que el tutor se sintiera con más energías para hacer bien su trabajo de dar clases.
–¿Hoy tendremos clase de historia, como prometiste? –preguntó Miku, también sonriendo.
Fuutaro asintió, mientras sonreía. Aunque faltaba una, el resto de las hermanas estaban dispuestas a estudiar, algo impensable al principio. Esto era buena señal. Tal vez fuese este un buen día para aprovecharlo.
–¡Bien, comencemos! –exclamó animado.
–¿Sigues aquí? –preguntó de repente una voz que venía de arriba.
Fuutaro levantó la cabeza. Nino, que llevaba un vestido marrón con un lazo a la altura del pecho, les estaba observando, apoyada contra la barandilla. Tenía una expresión maliciosa.
–Pensaba que aprendiste la lección y habías abandonado –prosiguió ella.
–Nino… –fue todo lo que pudo decir Fuutaro.
–Procura no quedarte dormido en mitad de la clase, como la otra vez –se mofó ella.
–Si fue cosa tuya… –murmuró él con un hilo de voz.
Se detuvo. No, no debía ser hostil. Eso era exactamente lo que ella estaba esperando. Que dijese algo inadecuado y tener la excusa perfecta para desacreditarlo delante de las demás. No debía entrar a su juego. Trató de ser amable con ella, al igual que lo había sido con sus hermanas. Le iba a costar, ya que ella no dejaba de sacarle de sus casillas, pero no tenía elección. Sonrió falsamente y abrió sus brazos, mostrando que no tenía malas intenciones.
–¿Por qué no bajas tú también a estudiar, Ni…?
–Más quisieras –le cortó ella en un tono áspero, sin ni siquiera dirigirle la mirada.
Esto hizo rabiar a Fuutaro, pero se contuvo. Enfadarse o gritar sería contraproducente. Lo mejor sería dejarlo estar por el momento. Ya pensaría en una forma de convencer a Nino más adelante.
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Nino empezó a bajar las escaleras al piso de abajo. No aguantaba que Fuutaro estuviera en su casa. Y por si fuera poco, todas sus hermanas estaban deseosas de estudiar. No, no podía quedarse de brazos cruzados. Tenía que conseguir que aquel tutor inútil se largara de su casa.
Por suerte, en los últimos días había ideado un plan, uno a prueba de fallos, que iba a poner en práctica en ese momento. Llegó el momento de la diversión.
–Oye, Yotsuba… –dijo mientras sacaba el teléfono.
La chica del lazo en la cabeza levantó la mirada.
–Una de mis amigas del club de baloncesto dice que necesita una jugadora sustituta para participar en un partido –dijo mientras miraba la pantalla del teléfono–. A ti se te dan bien los deportes. ¿Por qué no vas a echarles una mano?
–¿Qué? –exclamó Fuutaro sorprendido.
–¿¡Ahora!? –exclamó Yotsuba, con el mismo gesto de sorpresa mientras miraba de reojo a Fuutaro–. Pe… pero… es que…
–En el equipo son solo cinco jugadoras, y una se ha lesionado… –prosiguió Nino–. Si nadie les echa una mano, no podrán jugar este partido que les permitirá entrar en el torneo. Con lo mucho que se han esforzado… pobrecitas.
Lo había dicho en un tono dramático. Cualquiera habría podido ver lo manipuladora que estaba sonando. Cualquiera excepto Yotsuba. Y esa era la ventaja que Nino estaba usando a su favor.
–Sí, claro, va a ir corriendo –se burló Fuutaro, haciendo constar que el sí había visto las intenciones de Nino.
–¡Lo siento Uesugi-san! –gritó repentinamente Yotsuba bajando la cabeza–. ¡No puedo quedarme de brazos cruzados si alguien en apuros me necesita!
–Esto tiene que ser una broma –dijo Fuutaro con un tono de incredulidad.
–Yotsuba no sabe decir que no –aclaró Miku.
La hermana del lazo en la cabeza se puso de inmediato en camino para ayudar a las del equipo de baloncesto. Nino sonrió. Una menos, y quedaban cuatro.
–Tú tienes trabajo a partir de las dos, ¿no, Ichika? –preguntó entonces, dirigiéndose a su hermana mayor.
–¡Oh, cierto! Lo había olvidado –reparó la aludida con gesto de sorpresa, levantándose acto seguido.
La cara de Fuutaro estaba perpleja. Otra menos, quedaban tres.
–Mutsuri, he leído que en la tienda de manualidades del centro comercial hoy ponían a la venta esos lápices mate que decías que tanto querías –dijo a continuación–, pero que solo iban a vender un número limitado de unidades.
–¿¡En serio!? –exclamó sorprendida la hermana de las gafas circulares–. ¡Tengo que darme prisa!
Al igual que sus hermanas, se levantó y echó a correr como si no hubiera un mañana, sin decir nada a nadie.
Nino estaba cada vez más contenta. Ya solo quedaban dos.
–Itsuki, ¿por qué no vas a estudiar a la biblioteca? –preguntó a la quinta hermana–. Aquí hay demasiado ruido.
–No, gracias –rechazó ella–. Aquí estoy bien.
Esta respuesta sorprendió a Nino. Esperaba que le hubiera hecho caso, pero tal como sospechaba, estaba prefiriendo quedarse de lado de Fuutaro. Lo bueno era que no estaría demasiado tiempo más, ya que tenía ese compromiso posterior. Así que tenía que encontrar la forma de que perdieran el tiempo. Pero eso sería algo para más tarde.
Por lo pronto, sus acciones hasta el momento la hicieron sentir satisfecha. Había logrado apartar a todas sus hermanas salvo a Itsuki y Miku. Ahora tenía que encontrar como librarse de la segunda.
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Fuutaro estaba en el salón mirando a la parte donde habían estado hasta momentos antes Yotsuba, Ichika y Mutsuri, y que ahora lucía completamente vacía. Estaba desconcertado.
–¡Muy bien! ¡Reuníos todas! –exclamó sin mirar a ningún sitio en particular–. ¡La clase va a empezar!
Las siniestras acciones de Nino para sabotear la clase habían provocado que su mente hubiera perdido el contacto con la realidad. Era incapaz de discernir la realidad de la ilusión.
–Regresa al mundo real –le dijo Miku con una voz comprensiva–. Se han marchado todas.
Itsuki parecía a punto de hablar, pero guardó silencio, como si no encontrara las palabras adecuadas.
Fuutaro recuperó la compostura poco a poco. Al volver a ser consciente de la situación, bajó la cabeza, derrotado. Sabía que tratar con Nino era una misión imposible, pero nunca se le había pasado por la cabeza que fuese tan retorcida como para recurrir a tantas artimañas para impedir que sus hermanas estudiasen. No tuvo bastante con haberle echado un somnífero en el agua días atrás.
Miró su cara. Ella le sonreía de forma siniestra. ¿Qué era lo que pretendía en realidad?
–¿Todavía estás aquí, Miku? –preguntó ella–. Ve a comprarme un refresco, que te recuerdo que te bebiste el mío.
Seguro que esto era otra estratagema para quitar de en medio a Miku. Pero ella no se movió.
–Ya lo compré. Está ahí –dijo señalando la mesa de cristal.
Itsuki pareció sonreír.
Fuutaro miró. Era la bolsa del supermercado que le vio llevar consigo cuando entró en el edificio. Bien, tal vez aun tuviese esperanzas de poder dar clase ahora que Nino vio que esto no le había salido bien.
Nino fue a revisar la bolsa.
–¿Refresco de matcha? –preguntó sorprendida.
Mientras, Fuutaro hablaba con las otras dos hermanas.
–Mejor empecemos la clase –dijo Miku.
–Sí, apenas me queda tiempo –añadió Itsuki consultando la hora en su teléfono.
–Tendré que cambiar el plan previsto –asintió Fuutaro.
Pero Nino no pareció darse por vencida.
–¿Qué? –preguntó con sorpresa–. Miku, ¿desde cuando os lleváis tan bien?
Todos la miraron. Nino adoptó una sonrisa maliciosa.
–No puede ser que te gusten los chicos aburridos, Miku –dijo a su hermana.
Fuutaro estaba desconcertado. Vio que Itsuki abrió la boca con gesto de sorpresa, pero no parecía querer llevarle la contraria a su hermana. Sin embargo, como tutor él no podía dejar que Nino se saliera con la suya.
–Tus comentarios son hirientes –replicó con seriedad.
–Eres muy superficial, Nino –replicó también Miku, sin mudar su gesto serio.
–Eso también ha sonado hiriente –dijo Fuutaro, perplejo.
–Nino, Miku… –dijo Itsuki con un hilo de voz.
Fuutaro iba a decir algo, pero Nino lo apartó de un manotazo. No había terminado con Miku.
–¿Y? –preguntó a su hermana– ¿Qué hay de malo en que me gusten guapos? ¿Crees que solo importa la belleza interna?
Esto se complicaba. Nino había pasado a acciones más hostiles. Miku seguía mirándola fijamente, e Itsuki estaba temerosa de intervenir.
–¿Y qué pasa si así fuera? –replicó Miku, sin ceder un paso.
–¡Ah, claro! –recriminó Nino poniendo un dedo en el pecho de su hermana–. Como a ti te da igual la apariencia, te vistes tan mal.
–¿Piensas que esas uñas se ven bien? –replicó Miku, observando las uñas perfectamente limadas y pintadas de su hermana.
–¡No tienes idea de lo que está de moda! –espetó Nino.
–Tampoco quiero saberlo –sostuvo Miku.
Eran extremos opuestos, y no hacían más que discutir. Fuutaro tenía que hacer algo. De alguna manera se sentía responsable de lo que estaba pasando. Si esto seguía así, iban a llegar a las manos. Y eso no era buena idea.
–Sois hermanas, no os peleéis –dijo tratando de sonar conciliador–. No es momento para discutir por tonterías.
–Estoy de acuerdo –añadió Itsuki–-. Esto es demasiado. Nunca os he visto discutir de esa manera.
–Es verdad –concedió Miku, dando la espalda a su hermana–. Deja de molestar.
Nino se cruzó de brazos. Tres contra una. Parecía que iba a aceptar su derrota, pero entonces…
–¿Has comido algo, Uesugi? –preguntó.
Un repentino rugido procedente del estómago de Fuutaro hizo que la chica de lazos en forma de mariposa sonriera, como si se le hubiese ocurrido en ese momento una brillante idea.
–En ese caso, vamos a competir en algo que no tenga que ver con la apariencia, Miku –dijo mientras caminaba en dirección a la cocina–. Vamos a ver quien de las dos es la mejor cocinera. ¡Si gano yo, se suspende la clase de hoy!
Miku permaneció callada. Mientras, Fuutaro estaba perplejo por lo que acababa de escuchar. ¿Iba esto en serio? Miró a Itsuki, que estaba tan perpleja como él.
–Sí, claro –se mofó Fuutaro–. Va a ir corriendo a competir.
Sabía que con lo aplicada que era Miku cuando se trataba de historia, declinaría medirse contra su hermana en ese duelo. Pero la respuesta le hizo quedar boquiabierto.
–Siéntate y espera, Fuutaro –dijo de repente Miku mientras se remangaba–. Acabaré enseguida.
–¡Eres tú la que debe sentarse! –exclamó Fuutaro, que no daba crédito a lo que estaba viendo.
–Es mejor que no insistas –dijo Itsuki poniéndole una mano en el hombro–. Una vez Miku se empeña en algo, no hay forma de hacer que cambie de opinión.
Ambas hermanas estaban preparadas para cocinar. Fuutaro se sintió frustrado porque no había forma de que le salieran bien las cosas. Y no había podido hacer nada por evitarlo. Por si fuera poco, Itsuki también estaba intranquila.
–Uesugi-kun, me encantaría poder quedarme, pero es casi la hora de mi cita con el oculista –dijo ella.
Él asintió.
–Tranquila, de todos modos parece que no vamos a poder estudiar hoy –dijo contemplando el panorama.
Ella se sintió mal. Pero no podía hacer nada.
–Solo puedo aconsejarte que tengas paciencia –dijo mientras le ponía de nuevo la mano en el hombro–. No es fácil tratar con Nino cuando está así.
–Gracias, Itsuki –dijo Fuutaro con una leve sonrisa–. Me alegra poder contar contigo.
Itsuki se sonrojó ligeramente. Le dedicó una cálida sonrisa antes de disponerse a abandonar la vivienda.
–No olvides traer lo que te pedí antes, Itsuki –dijo Nino sin apartar la vista de la cocina.
Fuutaro vio como Itsuki se ofuscó ligeramente, pero asintió. Se dijo a sí mismo que un día tendría que hablar con ella sobre Nino. Tal vez encontrase algo que le sirviera de ayuda.
Una vez Itsuki se hubo marchado, y como no podía hacer otra cosa más que esperar, Fuutaro se limitó a observar a las dos hermanas restantes cocinando. Nino se movía con maestría, como una chef experta. Dedujo que ella debía ser la que se encargaba de cocinar a diario en la casa. Por un momento le vinieron a la mente las galletas que había preparado aquel fatídico día del somnífero. Eran las mejores que había probado hasta el momento. Se preguntó si fuera de la repostería sería también una gran cocinera.
Miku en cambio se veía nerviosa. La forma en que preparaba los ingredientes era más lenta y torpe, como si no tuviese del todo claro de cuales eran los pasos a seguir. Probablemente se debiera a que no estaba demasiado acostumbrada a cocinar. Sin embargo, se veía decidida a terminar lo que estaba preparando, aunque le llevara más tiempo que a su hermana.
Por alguna razón, Fuutaro pensó que esto no iba a terminar bien.
Tras un buen rato cocinando, llegó el momento de la presentación.
Nino se veía radiante.
–¡Tachán! –anunció con los brazos abiertos y una sonrisa maléfica–. ¡Un dutch baby con jamón y verduras de temporada!
Miku, en cambio, estaba avergonzada. Bajó la cabeza con la cara completamente roja, y semioculta entre sus cabellos, como si quisiera desaparecer en ese momento.
–O… Omurice –dijo con un hilo de voz.
–Serás tú quien decida cual es mejor –dijo Nino sin dejar de sonreír.
–Da igual –dijo Miku mirando al suelo–. Ya me lo comeré yo.
–De eso nada –ordenó su hermana mientras reía por lo bajo–. Debes dárselo a probar, ya que lo has preparado.
Fuutaro miró ambos platos. El que preparó Nino estaba muy bien presentado, servido sobre una pequeña sartén. El de Miku en cambio, no se veía tan bien. Parecía como si al prepararlo, la tortilla se hubiera deshecho. Si solo se hubiera tratado de juzgar el plato por su apariencia, estaba bastante claro quién era la ganadora. Pero no era la apariencia lo que tenía que juzgar.
–Que aproveche –dijo él juntando sus manos, disponiéndose a comer.
Miku puso un gesto preocupado, como si temiera que fuera a rechazar la comida que había preparado.
Fuutaro probó ambos platos. Guardó silencio durante unos segundos, volviendo algo tenso el ambiente.
–Hm… –dijo saboreando–. Pues los dos están buenos.
No era ningún crítico culinario, pero lo cierto era que a pesar del aspecto, ninguno de los dos platos le supo mal. Para un paladar tan pobre como el suyo, sin duda eran mejores que lo que comía cada día en el comedor del instituto.
Ambas hermanas quedaron perplejas por el veredicto de su tutor.
–¡No puede ser! –exclamó indignada Nino, incapaz de encontrar explicación.
Sin embargo, Miku se veía feliz. Juntó sus manos y esbozó una tímida sonrisa mientras se sonrojaba ligeramente. Fuutaro la miró. Le gustó verla feliz por un cumplido sincero. Sin embargo, esto no le pasó desapercibido a Nino.
–¡Esto me repugna! –se irritó tras ver a su hermana, dándose la vuelta con un gesto de asco.
Acto seguido subió las escaleras para encerrarse en su habitación, dando un sonoro portazo.
–No tiene remedio –murmuró Fuutaro al ver esta reacción.
Poco después, Miku estaba fregando los platos y utensilios de cocina. Fuutaro la ayudó secándolos.
–Encima se nos ha hecho tarde –dijo él, fastidiado–. Tendré que volver mañana. Su plan ha salido a las mil maravillas.
–Lo siento… –dijo Miku, que parecía sentirse culpable–. Si no le hubiera seguido el juego a Nino, podríamos haber estudiado.
–No es culpa tuya, descuida –le dijo, incapaz de echarle las culpas–. Aunque la hubieses ignorado, seguro que habría encontrado alguna otra forma de interrumpir la clase.
Fuutaro se puso pensativo. Había constatado que Nino le odiaba, pero no era capaz de entender por qué. No había actuado con ella de forma muy diferente a las otras hermanas. Aunque algunas de las otras habían llegado a mostrar algo de inquina hacia él, todo se había terminado solucionando posteriormente. Pero con ella todo había sido una hostilidad tras otra, y no parecían tener fin.
Le vino a la mente la cara de pocos amigos que puso la primera vez que se encontró con ella, cuando le estaba cerrando el paso para llegar al edificio.
–¿Y tú quién eres? ¿Un acosador que se dedica a espiar chicas?
Recordó también aquella mirada intimidante que le echó ese mismo día, cuando se negó a decirle por qué estaba siguiendo a Itsuki, antes de saber que eran hermanas.
–Eres muy insistente. De nada te servirá hacerte el duro. Seguro que no le agradas a ninguna chica. Vete a casa.
Y aquella sonrisa siniestra del día que le puso un somnífero en el agua para echarle de su casa.
–Bye, bye.
Estaba claro, ella era un mundo aparte, y eso le preocupaba.
–No creo que llegue a poder entenderme con Nino –dijo abatido.
Miku cerró el grifo del fregadero. Se dirigió hacia la ventana y contempló los edificios.
–Yo creo que sí –expuso–. Solo debes hacerle frente siendo sincero.
Fuutaro trató de procesar las palabras de Miku.
–¿Hacerle frente siendo sincero? –preguntó–. ¿Qué quieres decir?
–A mí no me preguntes, eso no lo sé –dijo volviéndose para mirarle con una sonrisa–. Ese es tu trabajo, ¿no?
A Fuutaro nuevamente le pareció adorable la expresión de Miku. No sabía por qué, pero cada vez que la veía sonreír así, el corazón le daba un vuelco.
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Nino estaba encerrada en su habitación. Tendida sobre su cama, estaba rabiando bastante porque no había conseguido socavar lo suficiente la moral de Fuutaro para que se le quitaran las ganas de ser el tutor de sus hermanas y ella. Era más insistente de lo que había imaginado.
En su mano tenía el teléfono, que estaba usando para enviarse mensajes con sus amigas. Al menos así tenía un motivo para estar alegre, ya que estaban concretando planes para una próxima salida.
Se detuvo un momento. Todavía no daba crédito a lo que había pasado antes. Había preparado uno de sus mejores platos. Estaba segura de que iba a ganar aquel duelo de cocina que le había planteado a Miku, ya que conocía las pobres habilidades de su hermana en ese campo. Y sin embargo, Fuutaro había sido incapaz de mostrar preferencia entre su plato y la catástrofe que le había salido a Miku. Lo peor de todo era que se confirmaron sus sospechas de que a su hermana le gustaba Fuutaro, cosa que le desagradaba bastante. Y no era solo ella. Itsuki había mostrado interés en él desde el principio, e incluso a Mutsuri, Ichika y Yotsuba les agradaba su presencia. ¿Por qué era ella la única que veía a Fuutaro como el degenerado que realmente era? No podía soportarlo.
Y lo peor era que viniera a dar clases a su casa, invadiendo su territorio. Como si no tuviera bastante con que Itsuki le hubiese propuesto unirse al grupo de estudio. Ni hablar. Si hubiese sido cualquier otro tutor, se lo habría pensado. Pero no podía tolerar que un acosador le diera clases.
Trató de calmarse. Dejarse llevar por la rabia era contraproducente. Necesitaba encontrar otra forma de librarse de aquel incordio que tenían de tutor.
Por lo menos había sido capaz de librarse de la clase por aquella tarde. Eso suponía una pequeña victoria para ella. Pero esa misma estrategia no le funcionaría dos veces seguidas, así que necesitaba idear algo nuevo. Pasara lo que pasase, estaba segura de que cumpliría su objetivo. Se libraría de Fuutaro Uesugi.
Un timbre sonó en su teléfono. Se concretaba un nuevo plan para el día siguiente con Nakamura, Sasaki y Aoki. Eso la alegró. Quizá todo lo que tenía que hacer era estar alegre en compañía de sus amigas. Así podría estar más relajada y pensar con la suficiente claridad.
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Más tarde, Fuutaro abandonaba el edificio, mientras en su mente repetía las palabras de Miku. Tenía razón, esto era algo que solo él podía averiguar. Pero, tratándose de Nino…
–Hacerle frente siendo sincero… –murmuró.
Escuchó el sonido de la puerta cerrarse a sus espaldas. Entonces reparó en algo.
–Mi cartera –dijo echándose la mano al bolsillo–. La he olvidado dentro.
Se frustró. Gracias a su descuido, ahora iba a tener que volver a entrar. Se dirigió al terminal y pulsó el código correspondiente al apartamento de las Nakano, que Miku le había indicado anteriormente ese día, mientras deseaba con todas sus fuerzas que no contestara Nino, ya que seguro que se negaría a abrirle la puerta.
–¿Sí? –preguntó la voz de Miku tras unos segundos.
Fuutaro suspiró aliviado.
–Disculpa Miku, he olvidado mi cartera en vuestra casa –dijo.
–De acuerdo, yo voy a bañarme. Sube y cógela tú mismo –respondió ella.
–¿De verdad no hay problema? –preguntó preplejo Fuutaro.
Miku no respondió. Las puertas del edificio se abrieron. Él entró nuevamente.
Mientras subía en el ascensor, pensó que sí, que era lo mejor que la tomara él mismo, ya que si pedía que se la bajaran al portal o que la llevaran mañana al instituto, seguro que alguna de ellas no resistiría la tentación de mirar lo que había dentro, y eso no le convenía.
–Con permiso –dijo una vez llegó a la puerta del apartamento. No parecía haber nadie en el recibidor.
Nada más entrar fue recibido por el sonido ensordecedor de un secador de pelo.
Fuutaro miró. Lo que se encontró le dejó sin palabras. Sentada en uno de los sofás del salón, había una chica, cubierta únicamente por una toalla, que estaba secándose una larga melena de pelo.
–¡Miku! ¿¡Ya habías salido del baño!? –exclamó Fuutaro desconcertado con la imagen que tenía ante sí.
El sonido del secador cesó. La chica miró en su dirección.
Fuutaro se tapó la vista con una mano. Ya recordaba que a Miku no le daban nada de vergüenza estas cosas. Pensó que lo mejor era recoger su cartera y marcharse corriendo de aquella casa, no fuera a hacerse ideas raras. Ya había tenido bastante estos días de atrás.
Sin embargo, en algo cayó de repente. Desde que llamó al terminal de abajo hasta que subió al ático no había pasado tanto tiempo. Ni cinco minutos siquiera. Entonces. ¿Cómo Miku había podido bañarse tan rápido?
–¿Quién eres? –preguntó la chica, entrecerrando los ojos– ¿Miku?
Los ojos de Fuutaro se abrieron de par en par. Se volvió. Aquella chica se estaba poniendo unos lazos en forma de mariposa en el pelo.
–¿No ibas a entrar a bañarte? Ya puedes –dijo Nino.
Fuutaro se quedó helado. Tenía ante él a Nino. Si le descubría estaba perdido.
–¿Me pasas mis lentillas? –preguntó ella mientras terminaba de arreglarse el pelo–. Están en la estantería de siempre.
Esto hizo que se sorprendiera. ¿Nino usaba lentillas y no veía sin ellas? Claro que ahora que lo pensaba, Itsuki a veces se tenía que poner gafas, y Mutsuri las llevaba siempre puestas. No era un fenómeno tan raro. Sin embargo, que no pudiera distinguirle no quería decir que estuviese fuera de peligro. Aun podía oírle ¿Qué podía hacer? Era mejor que estuviese callado. Si le descubría, estaría perdido.
–¿Qué te ocurre? –preguntó Nino al ver que no se movía de su posición–. ¿Todavía estás enfadada por lo de antes?
Fuutaro se volvió. Sería mejor que encontrara esas lentillas cuanto antes. Tenía que hacerle creer que era Miku para no levantar sospechas. Le pasaría las lentillas y huiría de allí a escape antes que se las pusiera. Ahora bien, ¿en qué estantería debían estar?
–Lo siento. Sé que no me he portado bien –dijo Nino con cierta expresión de pesadumbre mientras se levantaba–. Me he dejado llevar.
Parecía que estaba siendo sincera, al menos eso significaba que no odiaba a Miku, pero no tenía tiempo de pensar en esto ahora. Tenía que salir de esa situación cuanto antes. Fuutaro siguió buscando en los armarios que había sobre el acuario, desesperado. Las lentillas no estaban por ninguna parte, y por si fuera poco Nino estaba caminando hacia donde él estaba.
–¿Qué haces? –dijo ella entonces–. No están ahí. Están más arriba.
De pronto, Fuutaro notó en su espalda como Nino se apretaba contra él. Esto le estaba haciendo sentir incómodo. Sus nervios iban en aumento, y estaba empezando a temblar. No estaba acostumbrado a que nadie estuviera tan cerca suyo, aparte de su familia. Y por si fuera poco era una chica atractiva que solo llevaba una toalla puesta. Sentía que si no salía de esta situación pronto, se iba a desmayar.
–No las he cambiado de sitio –dijo Nino mientras estiraba el brazo para alcanzar uno de los armarios superiores, rebuscando, aunque ahí solo se veían algunos libros–. Por cierto, a ver si te bañas ya, que hueles fatal a sudor. Parece que hubieras pasado demasiado tiempo cerca de ese estúpido que es nuestro tutor.
Ya no aguantaba más. Tenía que escapar. Le dio un leve empujón con la espalda a Nino para que retrocediera y echó a correr. No era el momento de hacerle frente siendo sincero.
–Veo que sigues enfadada… –dijo entonces Nino mirando en su dirección–. Todo esto es por su culpa.
Fuutaro detuvo sus pasos. La miró. Si no fuera por su mal genio, le habría parecido atractiva. Pero no, este no era el momento de fijarse en eso. Parece que estaba a punto de comprender por qué Nino era tan hostil hacia él.
–¿Tiene que pasearse por aquí como si estuviese al mando solo porque papá le haya dicho que nos dé clase? –preguntó indignada–. Es nuestra casa, y no hay lugar para él.
Fuutaro quedó pensativo. Entonces le vino a la mente algo que le dijo Itsuki días atrás.
Nino es muy territorial cuando se trata de nuestro círculo familiar.
¿Era eso por lo que actuaba de esa forma? ¿Porque pensaba que era una amenaza para la unidad que formaba con sus hermanas?
–¡Ya estoy harta de verle! –gritó Nino muy enfadada mientras agitaba los brazos con las manos apretadas– ¡He tomado una decisión! ¡Ya no va a volver a poner un pie aquí!
De repente, una de las manos de Nino golpeó la puerta abierta de uno de los armarios.
Fuutaro miró. Nino estaba agarrándose el dorso de la mano, que había quedado magullada. Pero lo que le preocupó eran los libros que había en el armario, que estaban tambaleándose debido al golpe. Amenazaban con caerse sobre ella en cualquier momento.
–¡Cuidado! –gritó Fuutaro mientras corría hacia ella. Tenía que darse prisa–. ¡Sobre tu cabeza!
Nino miró hacia arriba. Abrió la boca con gesto de sorpresa al ver lo que se le venía encima.
Momentos después, Nino estaba tendida boca arriba en el suelo, con Fuutaro sobre ella. Había llegado a tiempo para protegerla de todos esos libros.
Él la miró. No parecía estar herida más allá del golpe que se dio en la mano. Pero su cara estaba con la mejillas muy coloradas y una expresión de desconcierto. Su boca y sus ojos, de los que empezaban a salir lágrimas, temblaban.
–¿Eh? –preguntó confusa y asustada–. ¿Quién eres?
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En aquel momento Fuutaro todavía no lo comprendía.
Ichika había bajado de un coche azul muy lujoso. Había sido un duro día de trabajo, pero había llegado a su fin. En ese momento se hallaba inclinada mirando a la ventanilla del conductor.
–Gracias por todo –dijo ella, agradecida por que la hubiesen acercado a casa.
Un hombre de pelo castaño corto, con un elegante bigote y vestido con un traje caro, le hizo un gesto de aprobación.
–Hoy has estado genial, Ichika-chan, como siempre –le dijo con una sonrisa–. Sigue así. Nos veremos a la próxima.
–Claro –dijo Ichika con una sonrisa–. Lo estaré esperando.
El conductor subió la ventanilla del coche mientras hacía un gesto de despedida. Acto seguido el coche empezó a moverse y se perdió en la lejanía. Ichika se quedó mirando al vehículo durante unos segundos.
No era un trabajo sencillo, pero estaba segura que no había nada que no pudiera lograr. Mientras volvía a casa se preguntó cómo habría ido la sesión de estudio que se había perdido. Ya le preguntaría a Itsuki, aunque le sabía mal haberse perdido el ver a Fuutaro en acción. Había algo en él que le llamaba la atención. Pero en ese momento era incapaz de saber qué.
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Nunca antes en toda su vida había vivido una situación así.
Mutsuri estaba en la tienda de materiales de dibujo del centro comercial. Se encontraba ante el mostrador, esperando algo con impaciencia. No pasó mucho tiempo antes que apareciera la dependienta, quien le entregó una bolsa.
–Aquí tienes, los lápices mate que querías –dijo la dependienta–. El nuevo modelo de una empresa alemana especializada en artículos de dibujo.
Mutsuri sonrió mientras examinaba la caja que había dentro de la bolsa. Examinó atentamente el envase sin abrirlo.
–Has tenido suerte, es la última unidad que nos quedaba –añadió la dependienta–. Han tenido bastante demanda desde que salieron a la venta. Seguro que si te hubieses retrasado cinco minutos, habrías llegado tarde. No sabemos cuando recibiremos más unidades, así que habrá lista de espera.
–En ese caso, me alegro de haber llegado a tiempo –dijo ella sonriendo mientras procedía a pagarlos–. Gracias, es justo lo que estaba buscando.
Abandonó la tienda apretando contra su cuerpo la bolsa con aquellos lápices, como si de un valioso tesoro se tratase. No podía esperar para llegar a casa y estrenarlos. Se preguntó si se encontraría a Fuutaro para poder dibujarlo de nuevo. La verdad es que aunque quería demostrarle que podía mejorar como dibujante, también sentía que debía hacer un esfuerzo para estudiar, como él quería.
Recordó la charla que había tenido con Itsuki en la librería días atrás, donde ella le había sugerido que asistiera a una de las clases. Y pese a que había acudido y tenía algo de interés, se había dejado influenciar por Nino para ir por aquellos lápices que hacía tiempo que quería, dejando plantado a su tutor. Ahora se sentía mal. No solo con Fuutaro, sino también con Itsuki. Sería mejor que en cuanto llegara a casa hablara con ella para disculparse.
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No entendía lo difícil que era estar en la piel de cada una de estas seis idiotas.
En la cancha del instituto, un grupo de chicas había estado jugando al baloncesto. Todas llevaban un uniforme azul con adornos verdes y amarillos. Entre ellas se encontraba Yotsuba. Estaba muy cansada por el esfuerzo, pero parecía satisfecha.
–Muchísimas gracias –dijo otra de las integrantes del equipo, una chica con el pelo castaño claro y una coleta, que era la capitana–. Eres muy buena, Nakano-san.
Había sido un partido frenético. Si ella no hubiese aparecido, no habrían podido competir por carecer de suficientes jugadoras, pero al aparecer ella pudieron disputar el encuentro, consiguiendo una aplastante victoria por 184 a 58. Había dejado a todos boquiabiertos con su rendimiento.
–Me alegro de haber sido de ayuda –dijo Yotsuba mientras recuperaba fuerzas–. ¡En el próximo partido también me esforzaré al máximo!
–Ya que lo mencionas, hay algo que quiero pedirte –dijo la misma chica al notar el entusiasmo–. Lo hemos estado hablando todas, y nos gustaría que formases parte oficialmente del equipo de baloncesto.
Yotsuba miró a las demás muy sorprendida. Le estaban pidiendo unirse a un equipo deportivo. Si les gustaba su rendimiento, entonces debía ser algo bueno, ¿verdad? Lo que no estaba segura es de qué opinaría Fuutaro al respecto. Se sentía culpable por haber abandonado sus clases cuando había sido una de las que confió en él desde el principio. Sabía que no era muy inteligente, pero a pesar sus torpezas había tenido paciencia con ella y le había explicado las lecciones, algunas de ellas incluso varias veces para que las entendiera. Pero tras esta acción desinteresada por ayudar a un equipo de chicas en apuros, le había dejado con la palabra en la boca. Se preguntó él si se habría enfadado con ella. Esperaba poder averiguarlo cuando se encontraran al día siguiente.
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Y tampoco sabía que ellas acabarían enseñándole…
Miku se hallaba sumergida en la bañera, con solo su cabeza sobresaliendo del agua. Había permanecido un rato sin moverse de esa posición. Sus mejillas estaban ligeramente enrojecidas.
Por culpa de su hermana se había perdido una clase sobre historia que esperaba con ilusión. Se había hecho a la idea de que hoy iba a poder aprender más sobre el periodo Sengoku gracias a Fuutaro, pero se había encontrado de frente con la testarudez de Nino que había quitado a las demás de en medio. También lo había intentado con ella, pero le hizo frente. Lo malo era que terminó cediendo cuando la desafió a cocinar. Sabía que iba a ser una batalla perdida, ya que su hermana no tenía rival, pero a pesar de todo una parte de ella quería hacer feliz a Fuutaro preparando algo que le gustara. Apenas sabía lo básico de cocina, y a medida que había estado preparando aquel omurice, se fue dando cuenta de que le quedaba mucho que aprender.
Cuando Fuutaro fue a probarlo, en su mente se formaron toda clase de escenarios catastróficos. Que se atragantara, que pusiera una cara desagradable, que dijera que estaba asqueroso… pero entonces lo dijo, dijo que su plato estaba bueno. De alguna manera sintió en ese momento una inmensa felicidad ante aquel elogio. Sabía que Nino se lo había tomado mal, ya que había esperado que eligiera el plato que había preparado ella, pero no le importó. Ahora sabía que si se esforzaba, podía llegar a ser tan buena como su hermana cocinando.
Lamentaba que Fuutaro se hubiera marchado sin haber cumplido su trabajo. Por alguna razón que no llegaba a entender, al pensar en su tutor se emocionaba. Aunque también sentía algo de incomodidad. Y era por lo que había ocurrido en los últimos días. En su mente no dejaban de repetirse los mismos recuerdos.
Por un lado, Yotsuba acercándose a su oído días atrás.
–Lo que escondías el otro día. La persona que te gusta, ¿no será Uesugi-san?
Por otro, las críticas de Nino de aquella misma tarde.
–No puede ser que te gusten los chicos aburridos, Miku.
Bajó aun más la cabeza, de modo que ahora estaba sumergida hasta la boca. Había cosas de las que no le gustaba hablar, y eso la ofuscaba. Sopló algunas burbujas. Por encima de todo, le molestaban los comentarios de sus hermanas. No se trataba de lo que estaban pensando. Y no sabía como hacérselo entender.
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...Lo idiota que llegaba a ser.
Itsuki estaba saliendo del ascensor que la dejó en su piso. El viaje de ida y vuelta al oculista le había llevado más tiempo del que se había imaginado. Había tenido que esperar más tiempo de la cuenta porque tenía por delante a más personas que querían graduarse la vista. Si no hubiera sido por eso, habría podido regresar antes a casa. Por lo menos ahora sabía que no tendría que necesitar gafas nuevas, ya que sus dioptrías no habían cambiado.
Pero por dentro no dejaba de sentirse mal por la forma de obrar de Nino. Gracias a ella, sus hermanas habían perdido una tarde entera de estudio, solo porque no soportaba a Fuutaro. Y por si fuera poco le había encargado traer líquido de lentillas. No es que no quisiera hacerlo, pero no le había gustado la forma de comportarse de su hermana. Hasta días atrás se sentía incapaz de llevarle la contraria. Al menos esta vez había sido capaz de no hacer caso a su sugerencia de marcharse a estudiar a la biblioteca. No solo con ella, también había usado técnicas de manipulación con Yotsuba, Ichika y Mutsuri. Al menos Miku sí era lo bastante firme en sus convicciones para hacerle frente. Además se sentía mal por Fuutaro, pues a pesar de sus esfuerzos por ayudarlas a estudiar, su hermana estaba haciéndole el trabajo imposible, y nada de lo que le hubieran dicho las demás había servido para hacer que cambiara de opinión. No se explicaba por qué actuaba de esa manera.
Miró su teléfono antes de entrar. Dada la hora que era, el tutor ya se habría marchado, así que no podría hablar con él. Tendría que planificar la próxima sesión de estudio con él al día siguiente en el instituto. Al menos no se había perdido nada, pero eso no hacía que se sintiera aliviada.
Tendría que hablar cuando pudiera con Miku y las otras. Era necesario no volver a dejarse manipular por Nino, no seguir siendo sus cómplices involuntarias. Al menos ellas debían apoyar a su tutor.
Si tan solo pudiese convencer a Nino de las buenas intenciones de Fuutaro.
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Nino había pegado un enorme grito. Fuutaro se apartó rápidamente de encima suyo. Esta parecía haberse percatado ya de quién era. Y no estaba precisamente alegre.
–¡Esto es allanamiento de morada! –gritó mientras se incorporaba, aun sentada en el suelo.
–¡No, no es eso! –exclamó Fuutaro con temor– ¡Solo volví a algo!
–¿A… A algo? –gritó Nino, que estaba temblando, con un tono que era furioso y a la vez aterrorizado–. ¿¡A verme desnuda!? ¡DEPRAVADO! ¡ACOSADOR! ¡MONSTRUO!
–¡Te digo que no estaba aquí por eso! –insistió.
Fuutaro estaba aun más aterrorizado que Nino. Ahora sabía que su futuro como tutor se había terminado para siempre. No habría forma de convencer a Miku de que no había entrado en la casa con malas intenciones. Pero ese era el menor de sus problemas. Nino no dejaba de gritar como loca mientras se agarraba la toalla. Estaba fuera de sí. Si no aclaraba las cosas, probablemente hasta le terminarían denunciando. Tenía que tranquilizarla, pero eso iba a ser como querer detener una bomba a punto de estallar.
De pronto, se escuchó el inconfundible sonido de una cámara de fotos, así como el resplandor de un flash.
Ambos miraron. Itsuki se encontraba ante ellos. No la habían visto aparecer. En la mano tenía su teléfono.
–Eres lo peor… –dijo mirando a Fuutaro con una mueca de profundo asco.
Ver aquella cara hizo que Fuutaro se estremeciera por dentro. Ahora sí estaba seguro de que todo había terminado para él.
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Hola de nuevo. Y aquí termina este capítulo. En este caso he cubierto el número 5 del manga, que pone fin al primer tomo, y parte del episodio 3 del anime.
El dutch baby es un plato estadounidense consistente en una tortita elaborada con huevos, leche, harina, azúcar y vainilla (la versión dulce) horneada en una sartén de hierro. El plato que prepara Nino es una versión salada.
El omurice es un plato japonés consistente en una tortilla rellena de arroz frito.
La parte en la que Nino hace referencia al olor la he puesto para que suene un poco más coherente. Aunque no fuese capaz de distinguir a Fuutaro con la vista, tenía otros sentidos.
Quiero dar gracias a:
zapallogordo32: Sí, es cierto que la historia no se desvía demasiado de la original. Piensa en este fic como si fuera una novela ligera del manga. Me alegra que te guste.
Este será el último capítulo que publique hasta probablemente octubre. Seguiré escribiendo, pero por motivos personales no podré seguir actualizando hasta probablemente ese momento. Pero seguiré leyendo los comentarios. Si queréis que la historia prosiga, o tenéis alguna sugerencia, estaré encantado de escucharla.
