Toda esta historia fue escrita por mí. Los personajes le pertenecen a S. Meyer.

"Más vale la pena en el rostro que la mancha en el corazón"

Miguel de Cervantes

Capítulo 3

Bella

C'è che non va, amore mio? (0)

Caminé alrededor de Jasper, sin ver su rostro, ya que no quería que él viera el mío de regreso. Ignoré su pregunta susurrada (y completamente inapropiada por el lugar en que nos encontrábamos) sobre qué estaba sucediendo y corrí hacia las escaleras al final del pasillo, dispuesta a encerrarme en mi cuarto con la intención de jamás salir.

Sabía, de manera consciente, que haber aceptado el plan de padre era estúpido. Pero ¿qué otra cosa pudiera haber hecho?

Estúpido Edward Cullen. Llevábamos décadas en guerra con la Cosa Nostra, por Dios, éramos desertores. Era un maldito milagro que siguiéramos vivos, ¿y ahora planeaba unirse al enemigo? ¿Es que acaso era un imbécil?

Lo peor es que me habían puesto en una situación delicada. Bueno, delicada era decir poco: estaba entre la espada y la pared, imposibilitada a decir no, incluso aunque me hubieran dado la oportunidad de expresar mi opinión. Sabía lo que padre pensaba (y lo que yo había deducido de sus palabras): que la única otra opción diferente a esta oportunidad de volvernos a unificar con la Cosa Nostra de la Costa Este era la muerte. Para toda la organización.

Así que no había manera de salir de este enredo. Al menos, no para mí.

Con las mejillas llenas de lágrimas calientes, me apretujé contra la puerta de la habitación, cerrándosela en la cara a Jasper. Sus confundidos ojos miel me miraron con dolor la única fracción de segundo que me atreví a mirarlo, pero no pude hacer nada para explicar mi estado.

Él pronto se enteraría.

Y luego ¿qué? Llegaría a la misma conclusión que yo. No había forma en que dijera que no al matrimonio que me estaban imponiendo. La vida de mi familia, de la organización, la de él estaría en peligro si me negara. Jamás pondría voluntariamente a Jasper en una situación donde pueda morir.

Así que estaba decidido, pero la certeza sólo me hacía miserable. ¿Y solo tenía dos semanas antes de una fiesta de compromiso? Nadie se creería la farsa de que Edward Cullen y yo estábamos enamorados. Por Dios, ni siquiera nos conocíamos. Yo me la pasaba encerrada en la mansión de padre la mayoría del tiempo, y mis salidas sociales eran escasas… por no decir que inexistentes.

Y eso ni siquiera el peor de los problemas, no, sino el hecho de que nadie de la Cosa Nostra me aceptaría. Estaba segura de ello. Cualquiera de esos viejos, especialmente los conservadores, me verían como una cucaracha traidora. Lo que, técnicamente, era. Pero no por elección.

Sono un pirla (1) —gemí entre lágrimas.

—Amore mio —Jasper susurró, tocando la puerta, pero lo ignoré. Aunque se me descompuso aún más el corazón al hacerlo—. Dime qué está mal para que pueda arreglarlo.

Eso solo me hizo llorar más fuerte, ya que no había nada que él pudiera hacer. Su imposibilidad de salvarme y cuidarme en esta situación, cuando normalmente era lo único que hacía, me puso muchísimo más triste.

Después de los primeros quince minutos de ruegos, por fin se rindió.

—Te esperaré, dolcetta. Verás que todo se arreglará —murmuró contra la puerta. Y luego escuché sus pasos al marcharse.

La ironía de la situación no me dio risa. Pronto también se marcharía de mi vida.

.

.

Estuve dos horas más regodeándome en mi miseria, hasta que escuché un suave toque en la madera detrás de mí.

Andate via, Alice —gruñí. Sabía que no era madre. Ella no hubiera tocado; hubiera entrado y ya—. Non voglio parlare con nessuno (2).

—Ábreme, Bella —ordenó. Cuando se dio cuenta de que no estaba en mis planes hacer caso, agregó—: Jasper fue a buscarme. Está preocupado por ti.

Bueno, ya éramos dos. No tuve más remedio que levantarme de mi pozo de mi seria del suelo, y abrirle la puerta a mi hermana. Ella no sabía explícitamente de mi situación con Jasper, pero intuía que lo sospechaba, y no quería dar más pie a sus especulaciones. Un pensamiento amargo entró a mi mente cuando me di cuenta de que ya no tendría de qué preocuparme, porque nuestra relación estaba terminada. Incluso aunque él aún no lo supiera.

Incluso aunque el pensamiento hiciera que me ardiera el pecho y me costara respirar.

C'e che non va?

—No pasa nada —murmuré con hastío, sentándome en la cama. Alice me miró crípticamente, y me empujó, haciéndome a un lado para poder sentarse también.

—No creo que llores por nada.

—¿A ti que te importa? —dije con frivolidad, a pesar de sentirme grosera al hacerlo. Pero Alice y yo no teníamos una buena relación desde… bueno, desde nunca. Nuestra diferencia de edad no era tan abismal, pero ella era menor que yo y era malcriada. Simplemente no parecíamos estar en la misma frecuencia.

Y no confiaba en ella, pero se podría decir que eso no era explícitamente su culpa. En realidad, no confiaba en nadie. Todos estaban demasiado asustados de padre como para poder tenerles confianza.

La única razón por la que la dejé entrar a mi cuarto fue porque no quería que sospechara sobre Jasper. Él no era más que un soldado de mi padre; si Alice abría la boca con sus sospechas, estaría muerto en menos tiempo del que me tomaría soltar la primera lágrima.

—Estás actuando como una niña —su boca se volvió una fina línea, y por un momento se vio mucho mayor—. No seas tonta.

Sta zitto che non capisci niente (3).

—Ya que no entiendo nada, podrías explicármelo —murmuró con un tono más dulce del que la había oído usar en años. La miré con desconfianza, y un minuto después, suspiré con resignación. Ella no se iría hasta que le dijera, era terriblemente insistente, y de todos modos, padre no tardaría en hacer la noticia pública.

La Organización no era una democracia, era una monarquía. Lo que padre decía se hacía, y él era el único jefe. Por lo que sabía, en la Cosa Nostra no era así. Sabía que Edward Cullen era un capo, uno muy poderoso, pero incluso él tendría que responder a su Capo dei Capi. Por un momento cruzó por mi mente la pregunta de si eso lo haría más benévolo… o humilde. Aunque desterré ese pensamiento intrusivo de inmediato.

Los hombres en la mafia no eran buenos. Romantizarlos podía llevar a una mujer a la perdición.

Había ciertas excepciones, como Jasper, pero incluso il mio amante tenía sangre en sus manos. Eso era algo que no debía permitirme olvidar.

—Padre quiere que me case —solté por fin.

La boca de Alice se abrió como un pez. Por primera vez en años, la había dejado anonadada.

—¿Qué? ¿Pero cómo? Apenas tienes dieciocho años.

—No creo que eso importe mucho —murmuré con pesar, mirando mis pies. Al menos ya no me quedaban lágrimas para derramar—. A padre solo le importa el poder que un matrimonio pueda conseguir.

—Estamos en suficientes problemas como para que padre considerara esa opción —Alice asintió pensativa.

Ni siquiera pregunté qué problemas teníamos, o por qué Alice los conocía y yo no. A ella le gustaba esconderse en las paredes y escuchar. Era tan pequeña, que muchas veces nadie se daba cuenta.

» ¿Qué te ha dicho exactamente?

—Como dije, quiere que me case —tragué, y ante su mirada expectante, añadí—: Con Edward Cullen.

Por segunda vez en minutos Alice no tuvo nada que decir. Cuando se recuperó, soltó un chillido que casi me habría roto los tímpanos, de no ser porque me había alejado de ella, recostándome en el respaldar de la cama.

—Oh, por Dios. ¿El capo de la Cosa Nostra? —preguntó, y aunque era obvio que sabía la respuesta, asentí—. Merda, ¿pero cómo padre ha logrado eso? Llevamos décadas en guerra con ellos.

Fruncí los labios.

—No se supone que tú deberías saber eso —en realidad, no se suponía que ninguna de las dos debiéramos saber nada. Éramos mujeres, y las mujeres en la Organización estábamos en lo más bajo de la cadena alimenticia. Aunque los hombres de padre nos respetaban por obligación, no se nos encontraba merecedoras de saber qué sucedía en nuestro mundo. Éramos muñecas de escaparate, y nada más.

Alice hizo un gesto de desinterés con la mano.

—Le dicen La Morte Incarnata, ¿sabías, Bella? —comentó con asombro, y parecía verdaderamente fascinada. A mí se me revolvió la bilis—. Oí que una vez que le arrancó el cuello a mordidas a un hombre. Eso suena asqueroso… pero fascinante.

—Creo que voy a vomitar —farfullé, tapándome la boca ante las terribles imágenes. Alice pareció darse cuenta de que mi desdicha, porque decidió dejar de contarme anécdotas fúnebres de el señor Cullen, lo cual agradecí.

—Lo siento, estoy siendo una grosera —Alice se disculpó rápidamente. Nunca había visto esta faceta de mi hermana, parecía que de repente se le hubiese pasado todo el resentimiento que me tenía—. ¿Y Jasper?

Como si fuese posible, volví a palidecer. La volteé a ver, tan rápido que casi me rompo el cuello, con la espalda repentinamente rígida.

—¿Él qué? —pregunté con molestia, para no demostrar mi miedo—. Y deja de decirle Jasper. Es el señor Hale.

—Tú le dices Jasper —respondió, y por un momento la habitual capa de envidia surcó sus ojos marrones de nuevo, pero se fue tan rápido como llegó—. No te hagas la tonta. Peor aún, no me insultes así. Mintiéndome.

—No sé de qué estás hablándome.

—¡Pfft! —Alice se acomodó en la cama y con tono bastante ruin dijo—: Los he visto. No sé de quién piensan que se están escondiendo, pero ciertamente no de mí.

—¿Qué has visto? —pregunté con premura, repentinamente llena de ansiedad—. Alice, ¡dime!

—Los he visto besarse, Bella. Varias veces.

La tomé del brazo, zarandeándola. Estaba comenzando a entrar en pánico.

—No puedes decirle a padre, Alice. Lo mataría. Lo mataría sin pensárselo dos veces.

—Nunca se lo diría. Lo sé desde hace semanas —sus ojos relampaguearon ofendidos y se soltó de mi agarre con un bufido—. Jasper no se merece eso.

Jasper. No yo, su hermana, sino Jasper.

Él siempre había estado en el lado bueno de Alice, desde que era una niña y nosotros adolescentes. Ahora agradecía que fuera así.

—Pero no puedes continuar con él —Alice sonrió, pareciendo casi feliz, y a mi se me revolvió el estómago—. El señor Cullen no lo toleraría, por supuesto.

—¿Y a ti que te importan los intereses del señor Cullen?

—Oh, no me importan, pero como te dije, ese hombre es un salvaje.

—Pareces encantada de que termine con alguien así.

—No, por supuesto que no, Bella —hizo un mohín—. Eres mi hermana y te quiero, aunque no lo demuestre seguido. Sé que estarás bien.

Me hice un ovillo, pegando mis piernas a mi pecho. De repente, me sentía como la niña pequeña y regañada, y Alice ya no parecía una adolescente de casi dieciséis años.

—¿Cómo lo sabes? —susurré.

—En la Cosa Nostra valoran a sus mujeres, especialmente a las esposas de los capos. No es como aquí, con padre, que vivimos encerradas y condenadas a formar parte de la pared —gruñó—. Además, Jasp… el señor Hale, no es para ti.

—¿Cómo dices? —la miré parpadeando como una idiota—. Claro que es para mí. Lo amo.

—Si de verdad lo amaras te habrías fugado con él cuando te lo rogó hace semanas —el tono de Alice sonó fúrico, como si le molestara la idea—. No te lo mereces.

—¿Cómo diablos sabes todo eso?

—Yo lo sé todo, hermana. Y aunque no lo supiera, ustedes, tontos, son tan obvios que me podría dar urticaria. Tienen suerte de que yo sea la única persona con cerebro en esta familia, porque sino estarían bien jodidos.

—No es tan fácil —exhalé, apretando los ojos con fuerza—. No podía dejarlos a todos por él. Madre me necesita.

—Madre tiene la capacidad sentimental de una larva —Alice dijo molesta. No la podía culpar; ella no era la favorita de nuestra madre. De hecho, apenas le daba una mirada de vez en cuando. Alice se había resignado a no tener su atención desde hace mucho—. Si alguien como él me quisiera, yo… —se detuvo abruptamente y se sonrojó, encogiéndose de hombros—. Me habría ido hace mucho tiempo.

—No soy tan valiente.

—Eso me queda claro.

Suspiré con cansancio.

—Alice, no estás siendo de ayuda. Si querías ser mezquina, mejor hubieras ido a otra parte —me repantigué en la cama, dándole la espalda y cerrando los ojos—. Vete. Quiero descansar. Espero que cuando despierte tenga la cabeza despejada, para poder darle a Jasper las noticias.

—U-uhh —el tono de mi hermana me hizo darme la vuelta para mirarla. Se rascó la nuca, y por primera vez en toda nuestra conversación lució apenada de verdad—. No creo que eso sea posible.

—¿A qué te refieres?

—Er, bueno, cuando Jasp… como sabes el señor Hale fue a buscarme a mi habitación para que hablara contigo.

—Sí, ¿y? —eso no era raro. Jasper tenía esa idea de que Alice y yo nos amábamos como locas en el fondo y no podía entender por qué a veces peleábamos. Además, no le quedaba otra persona a quien buscar. Madre hubiera estado escandalizada si supiera que mi guardaespaldas se preocupaba así por mí y Alec… bueno, Alec era Alec.

—Er —tosió, incómoda—. Me dijo que padre estaba convocando a todos los soldados y a Alec para una reunión informativa. Yo creo que…

—No —susurré con voz lastimera.

—Sí. Lo siento, Bella. Si es como pienso, para este momento ya debe de saberlo —Alice se encogió con incomodidad cuando solté un sollozo. Miró hacia la puerta y dijo, porque ella también tenía la capacidad emocional de una larva, con voz queda—: Mejor me voy.

Esta vez cuando lloré, lo hice más fuerte que la primera vez.


(0) C'è che non va, amore mio? / ¿qué está mal, mi amor?

(1) Sono un pirla / Soy una idiota.

(2) Andate via, Alice. Non voglio parlare con nessuno / Vete, Alice. No quiero hablar con nadie.

(3) Sta zitto che non capisci niente / Cállate que tú no entiendes nada.

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