Toda esta historia fue escrita por mí y los personajes son de S. Meyer!
"Descubrir algo significa mirar lo mismo que todo el mundo y percibirlo de manera distinta."
—Albert Szent Gyorgi.
Capítulo 7
Edward
Encontré a Emmett saliendo del despacho de Swan con este a cuestas. Se veía sombrío, y sabía que recibiría su mierda por dejarlo a solas con él más tarde.
—¿Todo bien? —preguntó Swan.
—Todo bien. Bella se quedó con su hermana.
El hombre exhaló, malhumorado.
—Natural. Alice siempre interrumpe —hizo una mueca y no dije nada al respecto; no me interesaba explicar que me había ido de la habitación antes solo para tener una visión más amplia de la casa—. Ya está todo listo.
Alcé una ceja interrogativa hacia Emmett y él afirmó con la cabeza.
—Lo comprobé —dijo el aludido—. Esta noche Félix y yo iremos a recoger a las mujeres. Sólo son doce.
¿Solo?
Hice una mueca de asco, pero me contuve de pelear. En cambio, miré a Swan y asentí con reconocimiento, antes de agregar:
—Esperaba poder salir con Isabella mañana —no era una orden, pero tampoco una petición. Charles me miró receloso.
—Isabella no sale, es peligroso —negó—. Ella lo sabe.
—Conmigo nunca será peligroso —mi mandíbula se trabó con exasperación, pero no me moví. Sabía el motivar del anterior accionar de Charles; con la Cosa Nostra de la costa Este pisándole los talones, no se atrevía a poner a su familia en situaciones de riesgo. Por ese motivo, por ese único ápice de preocupación con su sangre, es que no me estaba yendo directamente contra él.
» Vendré por ella mañana a las cuatro.
—No he dicho que sí.
—Lo harás.
Me estudió por un momento y luego exhaló, cansado.
—Estoy haciendo demasiadas concesiones. Sin embargo, no parece que reciba nada a cambio.
—Tendrás el respeto de la organización —ladré. Emmett me lanzó una mirada preocupada – después de todo, estábamos en su territorio –, pero la ignoré—. Eso debería ser suficiente para ti. Nunca más tendrás que voltear a ver tu espalda.
—Me temo que, en mi negocio, eso es imposible. No importa cuánta protección ofrezcas.
Bufé.
—Una lástima que nuestro acuerdo solo te protege de mi —dije con cinismo—. Mañana. A las cuatro.
Él terminó asintiendo.
—Bien.
Miré a Emmett.
—Nos vamos.
Diez minutos después, estábamos cruzando la reja de la finca Swan. Emmett estudiaba el paisaje desde el asiento trasero, junto a mí, pero no hablaba.
Suspiré.
—Solo dilo.
Se puso rígido ante mis palabras, la única señal de que me había escuchado. Un momento después volteó, con el ceño ligeramente fruncido, como si no estuviera del todo seguro de qué decirme.
» Hazlo, no me lo tomaré a mal —prometí.
Esnifó con reconocimiento.
—Eso que hiciste… eso que hicimos —empezó, y me acomodé en el asiento para escuchar su diatriba. Esto tomaría un momento—, fue increíblemente estúpido. Swan pudo haber decidido darnos un tiro en la cabeza y, ¿sabes qué? Hubiera estado bien. No llegas con un capo a decirle qué hacer como si fuera tu perro a menos que quieras una sentencia de muerte.
Bufé, horrorizado.
—Charles Swan no es un capo, solo es una rata más —increpé—. Hay que tratarlos así, o se reproducen como la mala hierba. Ya deberías saberlo.
—Es un capo para su organización, Edward —discutió con ahínco.
Me resistí a ignorarlo y voltear hacia la ventana; eso le haría enfadar más. Su posición como consigliere le daba ventaja conmigo, pero no demasiada. En el momento en que hartara mi paciencia, lo silenciaría.
Por el momento, lo soporté estoicamente.
» Se combaten más a las abejas con miel que con vinagre —prosiguió, ajeno a mi estado de ánimo inamovible—. Tuvimos suerte esta vez; parece que Swan está tan interesado en pertenecer de nuevo a nuestras filas que pudo hacer de lado tus desplantes, pero podría cansarse. Necesitamos mantener la situación neutra hasta que te cases con su hija y entonces, ahí sí, estaría debajo de ti y su organización te pertenecerá.
Resistí el impulso de discutir como un bambino viziato – niño malcriado – y contestarle que no quería la sucia organización de Swan. Porque, la verdad sea dicha, si la quería. Pero no era por su riqueza, eso no me podía dar más igual, ya que no se acercaba ni a los talones de la mía, sino por lo que representaba: la humillación de mi padre y mi abuelo por haber tenido un motín en sus tropas.
Todo se reducía al orgullo, siempre. Yo había hecho las paces con eso mucho tiempo atrás.
—Debemos mantenernos calmados hasta que la boda suceda, mucho más ahora que la fiesta de compromiso será tan pronto. Será la primera vez que nuestras filas entren en la finca Swan, ¿sabes lo que es eso? —Emmett prosiguió—. Es una muestra de confianza enorme, y convencerá a todos los ancianos de que tu accionar está bien. Por eso hay que andarnos con cuidado y hac…
—Basta ya, Emmett —rugí, molesto—. Entiendo tu punto. Ahora déjalo ser.
Emmett hizo una mueca, pero, benedizione!, no discutió.
—Haremos una parada en la ciudad —dije después de un rato, instruyéndole una dirección al chofer—. A la joyería —añadí cuando mi primo me miró con curiosidad.
Él asintió, sin hablar. Era raro que él se mantuviera callado –Dios, nunca podía cerrar la boca– así que suspiré, sabiendo que estaba molesto, y, como tregua de paz, decidí comenzar a hablar yo.
—Bella necesita un anillo.
Él me miró con sorpresa, picando el anzuelo.
—No lo había pensado. Tienes razón —murmuró, añadiendo—: aunque deberías darle una joya de la familia. Tal vez el anillo de tu madre. Sería un reconocimiento especial.
Eso estaba completamente fuera de los límites, y negué.
—No.
Aunque pareciera raro, quería que Bella tuviera algo que combinara con ella. Algo que fuera bien con su delicada feminidad, pero que también demostrara la ferocidad que, estaba seguro, se encontraba dentro de ella. Además de que no quería regalarle una joya que se había visto inundada de sangre, cuando había sido retirada en la morgue de las frías manos de mi madre.
Me estremecí. Elizabeth Cullen había dispuesto en su testamento que si moría, su anillo me fuera dado a mi para dárselo a mi futura esposa. Sin embargo, y aunque quería mucho a mi madre, nunca lo haría. Su muerte fue violenta; empapó el anillo de sangre. Yo no era un creyente de nada, pero eso, hasta al más ateo de todos, le causaría mal augurio.
Emmett asintió.
—Por supuesto, no es un matrimonio real —dijo.
Lo dejé pensar lo que quisiera, contento de no tener que explicar lo que yo creía. Sin embargo, para mí, sí sería un matrimonio real. No conocía demasiado a Bella, diablos, no la conocía para nada, pero me había gustado un poco. Y a mi nunca me gustaba nadie. Eso debía significar algo.
Sin embargo, por muy bonita que ella fuere, no me podía permitir bajar la guardia. Esas cosas significaban vida o muerte cualquier día.
—No —mentí—. No lo es.
.
.
.
La joyería con la que mi familia trabajaba era pequeña, al menos para el tamaño estándar de lo que solían comprar las familias en la mafia. Sin embargo, a mí me gustaba mucho el lugar, y aquí mismo había sido comprado el anillo que mi padre le había dado a mi madre.
Así, al menos, sentía que estaba venerando un poco lo que había dispuesto antes de morir.
Terminé eligiendo un anillo con una trenza de oro que coronaba en un diamante romboide. Desde que lo vi, supe que era perfecto para Bella. No era ostentoso; no como el que Emmett señaló que debía pesar lo suficiente como para hacerlo sentir incómodo en la mano, no, este era delicado y femenino, pero aún así se reconocía. Justo como Bella.
—¿No crees que le parecerá… muy soso? —Emmett cuestiono, viéndolo.
Lo miré sin entender.
—¿Por qué lo dices?
Se encogió de hombros.
—Hombre, no lo sé. A mi Rose le gustan las cosas grandes —comentó con una sonrisa maliciosa, y yo rodé los ojos—. Lo que sé es que Rosie era una princesa de la mafia, y Bella también lo es. Les suelen gustar las cosas un poco más brillantes, ¿no crees?
Pensé en la delicada figura de Bella, explicando sobre sus pinturas. Sus manos estaban desprovistas de joyas, aunque llevaba una esclava en la muñeca y unos aretes con pequeños diamantes. No parecía que le gustara llamar la atención –aunque, ¿qué sabía yo?, apenas la conocía–, pero por algún motivo, mis ojos seguían vagando hacia el mismo anillo.
—No, no creo —contesté por fin y luego miré al vendedor, que estaba echando una mirada hacia mí con hambre; suponía que por el jugoso bono. Señalé el anillo que me gustó—. Me llevaré este.
Así, más tarde me encontré en frente de la chimenea de mi oficina en la casa solariega, estudiando la joya entre mis dedos. Bella Swan había consumido mis pensamientos toda la tarde; pensé en lo muy distinta que se veía a los ojos de Emmett que a los míos.
No era una princesa de la mafia, y dudaba que estuviera mimada. Lo que sí estaba, era protegida. Desconocía el mundo y su maldad porque nunca había tenido la oportunidad de conocerlo y, a pesar de vivir con uno de los peores monstruos, que era Charles Swan, dudaba mucho que él la maltratara.
Se veía… bien. En términos simples. Era una muchacha extremadamente protegida y ya. No tenía nada bueno que ofrecer, a excepción de su apellido.
Se me revolvió el estómago cuando pensé en eso, porque sabía que no era verdad. Escuché su entusiasmo tranquilo al hablar de sus pinturas, su anhelo por conocer la ciudad.
Ella no era solo su apellido, aunque este era un agregado muy bueno para lo que yo quería.
Bella Swan tenía algo especial.
Y yo descubriría qué era, aunque se me fuese la vida en ello.
