¡Yo escribí todo esto!, pero los personajes no son míos. Je.

Capítulo 12

Edward

—Créeme, es de lo más aburrido del mundo estar ahí —bromeó Bella al momento en que le abrí la puerta para entrar en la camioneta. Su guardaespaldas pasó a nuestro lado, dándome una mirada fría, pero lo ignoré y cerré la puerta para que Bella no pudiera verlo.

Una vez que estuvo dentro y subí la pantalla de privacidad, miré atentamente a mi prometida, que parloteaba sobre lo que hacía en su casa en sus interminables días "encerrada en el castillo" como decía ella.

—Eso me pareció cuando fui a recogerte hoy —contesté—. Todo es tan prístino que me produce nauseas.

Bella puso los ojos en blanco mientras el suave ronroneo del coche nos avisaba que nos pusimos en marcha. Su expresión se entristeció.

—Me sabe tan mal tener que regresar a casa después de pasar toda la tarde afuera —comentó como si no fuera importante, pero pude ver la tristeza en sus ojos.

Sin poder evitarlo, tomé su mano en la mía y acaricié sus nudillos. Ella miró mi movimiento, pero no hizo ningún comentario. Pude haberla quitado, pero no sentí incomodidad ni rigidez de su parte, así que decidí seguirla acariciando, como si no fuera nada importante.

—Pronto no tendrás que estar encerrada nunca más.

Sus ojos subieron de mi regazo a rostro en cuanto dije eso.

—Lo sé —se encogió de hombros como si nada, como si se mudara a la casa de su nuevo esposo todos los días—. Solo unos meses más.

—¿Estás organizando la fiesta con tu madre?

Bella resopló.

—Me gustaría, pero no me deja participar.

—¿Por qué no? —fruncí la frente sin entender. No es como que a mí me interesaba organizar fiestas, ya que Esme y Rosalie lo hacían por mí todo el tiempo, y por lo mismo sabía que las mujeres estaban interesadas en ese tipo de actividades.

—Mamá es casi tan perfeccionista como mi padre —frunció el ceño—. ¿Dijiste algo sobre el piso prístino? Espera a nuestra fiesta de compromiso, estoy segura de que querrán domar tu cabello con laca para que no se te mueva ni un pelo.

Hice una mueca de desagrado.

—Nadie ha tenido jamás el privilegio de peinarme, y continuará así, muchas gracias —murmuré amargamente.

Ella esbozó una gran sonrisa.

—Ya veremos —dijo sumisamente. No le creí ni un poco.

Antes de que pudiera abrir la boca para contestar a su comentario inteligente, la ventana de privacidad se bajó abruptamente. Miré hacia el frente para encontrarme con la mirada seria de mi conductor, Colin.

—Señor, nos están siguiendo.

Un segundo después, se escuchó el primer disparo. Impactó contra el cristal blindado, haciéndole apenas un roce, pero la explosión hizo que Bella soltará un chillido de angustia.

—¡Agáchate! —le grité. Instintivamente puso las manos sobre la cabeza y se hizo un ovillo en el sillón, a lo más que le permitió el cinturón de seguridad. Su expresión de desesperación me abrió un hoyo en el pecho, algo que reconocí como inquietud, sentimiento que no había sentido en años.

—¡Acelera! —el guardaespaldas gritó al mismo tiempo que yo.

—Nos están alcanzando —farfullé, sacando mi pistola apresuradamente de su funda. Quité el seguro y la saqué por la ventana, junto con parte de mi cuerpo, apuntando directamente hacia el Jeep detrás de nosotros. Ni mis disparos ni los del guardaespaldas dieron en el blanco, ya que el coche zigzagueaba detrás de nosotros.

Un tiro salió volando detrás, llevándose el espejo retrovisor del lado derecho y casi hiriendo al guardaespaldas. Bella soltó un chillido desesperado desde su posición, pero no tenía tiempo para calmarla, por más que quería.

—¡Señor, nos dieron en una llanta! —avisó Colin.

Miré con impotencia hacia los lados de la carretera.

—Ahí —señalé una salida que daba hacia el bosque. El camino terroso y lleno de baches no funcionaría para nuestra camioneta con una llanta explotada, y nos dejaría en absoluto en desventaja con el jeep, pero no si íbamos a pie.

Si nos quedábamos dentro del coche, era una sentencia de muerte. Colin y el guardaespaldas, Jasper, lo sabían, porque ambos asintieron.

Desabroché el cinturón de seguridad de Bella y ella me miró con ojos aterrorizados.

—Vamos a tener que correr, tesoro —dije el habitual apelativo cariñoso con el que la había empezado a llamar para que no sintiera terror. Si se paralizaba, moriría. Necesitaba huir—. Cuando salgas del coche vas a tomar mi mano y correr conmigo, ¿entiendes?

Ella asintió entre sollozos.

—S-sí.

—Bien.

Colin dio una vuelta en la intersección tan fuerte que casi nos sacó de nuestros asientos y aceleró hasta que la camioneta no pudo dar más de sí. Salí del auto y tomé a Bella de la mano, ladrándole ordenes a los dos hombres a pesar de que uno no trabajaba para mí.

—Distráiganlos —rugí—. La mantendré a salvo.

Bella corrió detrás de mí, afortunadamente siguiendo el ritmo de mis rápidas zancadas. Podría cargarla, pero eso me incapacitaría para disparar correctamente y solo un buen disparo era la diferencia entre la vida y la muerte, por lo cual no me podía arriesgar.

Las explosiones de revólveres detrás de nosotros eran cada vez más tenues. Había contado el número de hombres detrás de nosotros y eran entre cuatro y cinco. Éramos minoría y con Bella para cuidar, estábamos en peligro.

—Ya no puedo más —Bella se detuvo detrás de mí, soltándose de mi mano y apoyándose en un árbol. Su delicado cuerpo luchaba inhalando y exhalando desesperadamente—. No puedo correr más, Edward.

—Shh, tranquila. Está bien —recogí su cabello en una coleta con mis manos cuando comenzó a toser desesperadamente—. Tenemos que seguirnos moviendo, tesoro.

—No puedo —lloró—. Estoy muy asustada.

—Lo sé —dije con humildad. No soportaba verla así, pero estábamos poniéndonos en una diana prácticamente con nuestra frágil posición.

No tenía otra opción, teníamos que movernos, así que la tomé en brazos.

—¿Qué haces? —se quejó debilmente—. Puedo caminar.

Los temblores de sus piernas me decían lo contrario.

—No te preocupes, puedo llevarte —le dije—. Seremos más rápidos así —eché una mirada hacia el bosque. Los árboles eran delgados y apenas y nos protegían.

Seguí caminando, afianzando mi revolver cuidadosamente en mi mano derecha y cargando a Bella con mis antebrazos. Solo cuando estuvimos lo suficientemente lejos del rango de disparos, me sentí lo suficientemente a gusto para bajarla.

—Quédate aquí —señalé un recoveco que se formaba entre la raíz de un árbol enorme. Ella se hizo un ovillo asustado, temblando dentro de mi chaqueta, y yo miré con ira los cortes que se formaron en sus cremosas piernas producto de nuestra escapadas.

Tanteé mis bolsillos, pero mi celular no estaba conmigo, así que toqué la pantalla de mi reloj inteligente, maldiciendo por haber olvidado mi teléfono en el auto con todo el jaleo.

Marqué rápidamente el número de Emmett.

—¿Edward?

—Emmett, nuestra posición se vio comprometida —expliqué sin miramientos—. Nos están siguiendo, no sé cuántos hombres son. Le dispararon a las ruedas del auto y Colin y yo nos separamos.

—Mierda.

—Ven por nosotros. Sigue la ubicación de mi reloj —hice una pausa—. Y, ¿Emmett?

—¿Señor?

—Encuentra quién hizo esto —gruñí.

—Estaré allí lo más pronto posible —colgó.