La historia la escribí yo, pero los personajes son de la señora Meyer.

Capítulo 14

Edward

Ni bien se había cerrado la puerta de mi camioneta cuando le pregunté a Emmett:

—¿Quién fue?

Él negó con la cabeza.

—No lo sabemos —hizo una pausa—. Pero hay otra cosa.

—¿Qué?

—Hicimos un barrido y limpiamos los cuerpos antes de que llegara la policía. También recogimos el Jeep en el que estaban —dijo—. Y todos ellos eran niños. No mayores de 18 años, eso te lo aseguro.

Alcé una ceja.

—¿Pandilleros? —pregunté—. ¿Acaso eran suicidas?

Un grupo de gánsteres de poca monta atacando a un capo de la mafia italiana no era algo que se viera todos los días, a menos que…

—Asesinos a sueldo —Emmett completó mi pensamiento—. Y unos baratos. Quien sea que te haya querido matar, no quería invertir en ello.

Solté un gruñido. Jodidamente genial.

—Estoy perdiendo credibilidad a pasos agigantados —murmuré con hastío—. Ya ni siquiera le pagan a alguien decente.

Emmett se encogió de hombros.

—¿Quién crees que haya sido?

—Jodidamente no lo sé, ni se me ocurre —contesté—. Podría perfectamente haber sido uno de los ancianos, pero estamos hablando de que contrataron a pequeñas mierdecillas. ¿Eran italianos?

Negó.

—Americanos.

—Raro. Malditamente raro —murmuré dubitativo—. ¿Dónde está el sobreviviente?

—Lo llevé con Seth. Él insistió —Emmett se removió incómodo en el asiento al ver mi mirada—. No me mires así. Yo no se lo dije.

Mierda. Cerré los ojos y recargué mi cabeza en el asiento. Jodidamente me dolía.

Mi hermano era un grano en el culo cuando quería, y se ponía especialmente ansioso si se enteraba de que yo estaba en peligro. No era común llevar a nuestros invitados al sótano que teníamos en nuestra compañía puesto que, después de todo, ese era nuestro negocio legal y no nos gustaba ensuciarlo más de lo necesario.

Si Seth había movido sus influencias para que mis hombres acataran sus órdenes, jodidamente me haría un escándalo.

—Última vez que dejas a mi hermano menor tomar decisiones en lugar de consultarme —murmuré.

Oí a Emmett tragar saliva audiblemente.

—Por supuesto.

.

La parte baja de Cullen Security estaba llena de calderas para mantener el edificio caliente durante el invierno. Aquí solo trabajaban hombres de confianza, ya que la puerta que marcaba solo personal autorizado era nuestra sala de tortura personal. Nada demasiado grotesco, solo lo básico; una silla de metal soldada al suelo con esposas que conectaban a la persona tanto en las muñecas como en los tobillos, aunque a veces agregaba cadenas a la mezcla, si me sentía lo suficientemente benevolente.

En la pared izquierda estaba el verdadero premio, una pared repleta de ganzúas, navajas, cinchos y una que otra pinza. Arrancar dedos no era mi cosa favorita en el mundo, pero era un gaje del oficio. A veces esas cosas no se pueden evitar.

Cuando entré al almacén, Seth tenía la cabeza de nuestro invitado zambullida en una tina con agua fría. Su mano izquierda lo mantenía agarrado por el cuello y a pesar de que este pataleaba, a mi hermano no se le movía ni un musculo, ni titubeaba. No era mi método de tortura preferido, habiendo sido víctima de él muchísimas veces en la infancia, pero era casi infalible, y no tan sangriento como otros.

Me fue difícil contener mi sonrisa. Seth era un blando la mayoría de las veces; prefería llevar la empresa de la familia antes que tener que empuñar una pistola, y se preocupaba demasiado por mí, como una mamá gallina. A pesar de que ambos teníamos a nuestros tíos y a Emmett, él y yo teníamos una relación muchísimo más profunda entre nosotros.

Si yo tenía un punto débil, ese era Seth. Y viceversa.

Me quedé en la sombra, escuchando las técnicas de persuasión de mi hermano para que el preso hablara.

Sacó la cabeza del invitado del agua y este comenzó a aspirar aire con angustia, escupiendo y parpadeando frenéticamente.

—Espero que eso te ponga más hablador —espetó Seth—. ¿Ya me dirás quién te contrató?

—Púdrete —boqueó el muchacho. No podría tener más de veinte años, tal como dijo Emmett. Era un tipo blanco con el cabello café oscuro y la cara repleta de acné.

—Tienes agallas —la risa de Seth estaba repleta de un matiz oscuro—. Pero no te preocupes. Yo tengo todo el tiempo del mundo, y resulta que soy una persona muy paciente —con eso, zambulló la cabeza del muchacho otra vez en el agua.

Di un paso a la luz, saliendo de mi escondite. Mi hermano sonrió.

—Edward, qué bueno que estás bien —dijo. Era extraño como su comportamiento podía pasar de un frío inhumano a su habitual charlatanería infantil. Hizo un gesto con la cabeza al muchacho ahogándose—. Lo calenté para ti.

—Eso noté —comenté con acritud—. Suéltalo. No quiero que se muera antes de tiempo.

Mi hermano puso los ojos en blanco, pero obedeció. Sacó al tipo de la tina e ignorando sus boqueos por aire, lo arrastró hacia la silla en el centro del cuarto, esposándolo en los pies y amarrando sus muñecas con las tiras de cuero para que no pudiera moverse.

Me acerqué lentamente al muchacho y retiré el cabello mojado que le caía por la frente. Este me miró con odio puro y duro.

Normalmente, mi hermano y yo jugábamos al policía bueno y el malo. Él pronto descubriría lo malo que yo podía llegar a ser.

—¿Quién eres? —pregunté.

No habló, solo soltó un gruñido.

Seth se movió impaciente en su lugar, pero alcé una mano para calmarlo.

—¿Quién eres? —repetí.

—Púdrete.

Asentí, alejándome de él y quitándome el saco. Con la paciencia de un santo, me retiré los gemelos y arremangué mi camisa blanca hasta los codos. Luego, tomé una navaja de la pared y acerqué una silla hacia mi invitado, sentándome justo enfrente de él.

—¿Quién eres? —volví a preguntar. No contestó.

Tomé una respiración profunda y asentí, antes de clavarle el cuchillo la pierna derecha. Gritó angustiado y se removió con desesperación, pero mi agarré no titubeó.

—Inténtalo de nuevo —aconsejé.

El tipo inhaló y todo el valor se fue pronto de su rostro en cuanto bajó la mirada y vio el río de sangre. Interesante.

—L-liam —gimió.

—Bien, Liam. Espero que ese sea tu nombre real, porque si no, ten por seguro de que lo descubriré. Y cuando lo haga, te irá peor.

—Es mi nombre —sollozó, moviéndose frenéticamente—. ¡Lo juro!

—Deja de moverte o tu pierna quedará destrozada —dije. No es que importara, en dos horas estaría muerto y olvidado en un callejón, pero a veces, darle esperanza a las personas hace que hablen más rápido. Especialmente si son jóvenes.

Él me escuchó y dejó de removerse. Para su crédito, nunca dejó de mirarme a los ojos.

—¿Quién te contrató?

—N-no lo sé.

Mi mano molió el cuchillo de nuevo y él soltó un grito de dolor.

—¿Quién, Liam? —decir el nombre de las personas a las que torturas siempre hace el momento más íntimo. Las cosas se vuelven personales; allegadas.

Liam gimió.

—U-un tip-po.

—¿Ajá?

—M-mis amigos y yo estábamos en un bar —comenzó a decir. Mi mano se aflojó del cuchillo, solo lo suficiente para causarle una pizca de alivio y con eso, derramó todo—: No somos… —tragó saliva—, no somos asesinos. Robamos mierda aquí y allá.

—Continúa —murmuré. Por el rabillo del ojo vi a Seth recargarse en la pared, con los brazos cruzados, viéndonos atentamente.

—El sábado pasado estábamos en un burdel. Habíamos hecho un atraco a una mujer que acababa de sacar quince mil dólares del banco y estábamos repletos —hizo una pausa, sollozando, y miró el cuchillo—. Me duele mucho.

Este niño. Si tuviera sentimientos, me daría pena.

—Habla más rápido o te dolerá más.

Asintió, sudando.

—El lugar se volvió un desastre a mitad de la madrugada. Entraron varios tipos armados y comenzaron a desalojar a las bailarinas —continuó diciendo. Casi sabía a dónde estaba llegando esto, y no me gustaba nada—. Había un tipo ahí, el dueño, s-se… se llama Billy Black —cerró los ojos—. Nos atrapó a mi y a mis amigos antes de que pudiéramos escabullirnos entre la gente y nos ofreció dinero. Cincuenta mil dólares si eliminábamos a alguien.

—Yo.

Él asintió.

—N-no… no sabíamos quién eras. Y cuando lo descubrimos, nos quisimos echar para atrás —parloteó cada vez más nervioso—. Él tenía hombres y dijo que nos mataría a todos si no obedecíamos. Necesitaba que tu gente no pudiera rastrearnos hasta él una vez que el trabajo estuviera hecho.

Asentí con comprensión y solté el cuchillo, alejándome de él. Liam exhaló con alivio, y la esperanza en sus ojos me causó disgusto.

—¿Eso fue todo? —pregunté—. ¿Billy Black?

Él afirmó nerviosamente.

—Sí, lo juro —contestó—. No sabíamos en qué nos metíamos. Nos obligaron.

—Lo entiendo, Liam —saqué la pistola de mi cinturón y sus ojos se ensancharon. Comenzó a removerse de nuevo en su asiento con angustia.

—No me mates —comenzó a rogar, llorando de nuevo—. Te dije todo lo que sabía, ¡lo juro!

—Esto no es nada personal, Liam —expliqué suavemente, colocando la boca de la pistola en su sien—. Son gajes del oficio, nada más.

—Por favor. ¡Haré lo que sea!

—Yo lo sé, pero los demás no entenderán si te dejo vivo —comenté—. En este mundo, si te disparan, tienes que disparar de vuelta. Recuérdalo en la próxima vida, si es que hay una.

Me miró con desesperación, el "por favor" nadando en sus ojos marrones.

Y yo jalé el gatillo.