La historia la escribí yo, pero los personajes son de la señora Meyer.
Capítulo 15
Bella
Jasper estuvo sobre mí en el momento en que Edward se fue. Me tapó con un brazo la entrada a mi estudio, dejándome plantada en el umbral.
Tomé una exhalación cuando vi sus ojos de whisky mirarme furiosos. No más temprano ese mismo día, me había mirado con anhelo. Esta vez, era distinto.
—¿Estás ignorándome?
—No.
—¡Cazzo, Bella! —maldijo—. No trates de fingir que no lo haces. Apenas y te has atrevido a mirarme a los ojos.
—No grites —susurré—. Alguien podría oírte.
—No es verdad y lo sabes.
Era cierto. Mi estudio estaba en el ala más alejada de la casa. La única que parecía rondar por aquí además de mi era Alice, y la mayoría del tiempo solo era para molestarme.
Pasé por debajo del brazo de Jasper y entré a la habitación con él siguiéndome los talones. Solo cuando la puerta estuvo cerrada, hablé.
—Estaba muy preocupada por ti —bajé los ojos hacia el piso, avergonzada por mis propias emociones. La verdad era que, durante el tiroteo, apenas había reparado en que Jasper estaba ahí conmigo, y no me preocupé hasta después.
¿Qué decía eso de mí? No quería ahondar demasiado en eso.
La expresión de mi guardaespaldas se suavizó un poco, pero no demasiado.
—Nunca te vuelvas a separar de mí en una situación así —me amonestó con voz dura. Un segundo después, sus brazos me rodearon. Su colonia varonil con un toque de madera me inundó las fosas nasales, pero a diferencia de otras veces, no sentí el familiar alivio—. No sabes cómo me sentí cuando Cullen te arrastró lejos.
—Era lo que debía hacerse —carraspeé. No me gustaba defender a Edward, porque Jasper inmediatamente se ponía a la defensiva, pero era algo inevitable.
Como supuse, sus brazos se tensaron a mi alrededor. Me soltó y tomó mi cara entre sus manos, obligándome a alzar el cuello y mirarlo. Me estudió un momento y luego murmuró con voz queda:
—Vámonos.
Cerré mis párpados y los apreté hasta que vi luces alrededor del negro.
—No puedo —susurré.
—¿No puedes o no quieres?
No me atreví a contestar.
—Dime, Bella, o juro por Dios que me iré y esto entre nosotros será historia.
Abrí los ojos y la expresión torturada de su rostro casi me mató. Pero lo supe. Supe en ese instante que lo mejor que podía hacer era liberar a Jasper de mí.
Yo nunca podría ser para él. Nunca.
Tal vez en otra vida, donde tuviéramos otros nombres y nuestros destinos no estuvieran tan jodidos. Tal vez, en otro universo él y yo seríamos felices y tendríamos una casa y un montón de niños con cabello rubio que cuidar.
Pero no aquí. No ahora. Y no nunca.
—No quiero —mentí. Pero mi voz salió tan dura, tan sincera, que me pregunté muy en el fondo si estaba mintiendo en verdad—. No quiero dejar a mi familia. No quiero poner a nadie en peligro y yo…
—Deja de darme excusas —sus dedos se enterraron con angustia en la piel de mi barbilla, y me estudió como un naufrago sin nada que beber—. Solo dime la verdad.
Así que cerré los ojos y lo hice.
—Creo que podría ser feliz con Edward —susurré—. Libre para ir y venir, sin tener que poner mi familia en peligro. Él… él no me trataría mal jamás. Es un buen futuro.
—¿Eso es todo? —preguntó—. ¿Te interesa más una vida simple… aburrida, que una conmigo? ¿o es que no te lleno?
—No es así —lo observé con angustia. Su traición me estaba quemando la sangre—. Creéme, Jasper. Te amo, pero esto… esto entre nosotros no tiene futuro.
—Pero no eso no es suficiente para ti —me soltó, haciéndose hacía atrás como si le hubiera pegado un puñetazo—. Yo nunca he sido suficiente para ti.
—¡No! ¿Cómo puedes decir eso? —discutí, pero él siguió hablando como si no hubiera dicho nada.
—Al principio, cuando comenzaste a notarme, creí que era una fijación porque estabas aburrida, que tú y yo… no teníamos ni pies ni cabeza. Pero eso no evitó que me enamorara como un loco por ti. Que me quemara tanto que sentía que mataría en un abrir y cerrar de ojos solo para tenerte conmigo —dijo.
» Debí haber sabido, desde el principio, que esto era unilateral. Que tenía que terminar en algún momento, pero me permití creer que escaparíamos —sacudió la cabeza y soltó una risa amarga que me erizó el estómago. Se alejó de mí, recargándose en mi escritorio de nogal, con sus manos aprisionando la madera hasta que sus nudillos quedaron blancos—. ¿Cómo pude creer esa mierda? Solo era un simple guardia. Te he custodiado desde que tengo quince, mierda, prácticamente crecí contigo, Bella. Eres mi mejor amiga.
—Y tú lo eres para mi también —traté de tomar su brazo, pero se soltó de mi agarre. Me dolió muchísimo, pero no me lo tomé personal. Jasper estaba enojado.
Mierda, él nunca se enojaba. Siempre estaba tan serio, tan estoico, que no sabía cuándo había comenzado a verlo como la figura de equilibrio que necesitaba tan desesperadamente. Lo amaba, pero ese amor no era suficiente para arriesgarme.
Me daba cuenta de que yo siempre sería una cobarde, porque si no podía luchar por Jasper, el amor de mi vida, ¿entonces cuándo lucharía?
La respuesta la susurró mi mente. Jamás lo harás.
—Por favor no me odies —susurré, luchando contra mis pensamientos intrusivos—. Yo te amo.
—Pero eso no es suficiente para ti, ¿verdad? Nunca lo será.
No esperó a que le contestara. Se dio la vuelta y se fue.
.
Alice
.
Oír a través de las puertas es una habilidad que tengo bien estudiada. Siempre he sido pequeña, de estatura incluso menor a la media, y al ser la hermana del medio, la gente tiende a ignorarme como si fuera la peste. A veces ni siquiera es a propósito. Simplemente sucede.
Pero esta vez no alcanzo a oír nada cuando Jasper abre la puerta del estudio de mi hermana y sale de ahí pitando como si alguien se hubiera cagado en su cereal. O no, peor aún, con los ojos rojos y una mueca como si estuviera conteniendo las lágrimas.
Merda.
Mi temperamento se encendió como un petardo, ya que era explosiva por naturaleza. Atravesé el umbral dispuesta a cantarle a Bella hasta de lo que se iba a morir, pero no me sorprendió encontrarla llorando como margarita en una esquina.
Puse los ojos en blanco. Así no me iba a escuchar.
Dios, mi hermana a veces era insufrible. Todo el tiempo se hacía la víctima y yo no la soportaba. Casi podía oír su monologo interno: "¡Oh, Dios, soy la favorita de papá y me obligarán a casarme con un hombre guapísimo, dueño del mundo bajo de Nueva York que además parece encantado conmigo! ¡Mi suerte es tan horrible!" o ¿Qué tal un "Hago sufrir a Jasper una y otra vez dándole señales contradictorias, pero yo soy la victima aquí porque él es mayor y debería saber que no puedo elegir entre el jamón y el tocino?".
Cristo. Me enervaba.
—Deja de llorar. Estás hinchándote como un globo —critiqué. No era mala por naturaleza, al menos no con las otras personas, pero había algo en Bella que me hacía querer ser cruel con ella. Tal vez era que mi madre me había condicionado para siempre envidiarla, para odiarla, y por tanto, me era difícil ser empática a su alrededor.
—Vete, Alice. No estoy de humor para escucharte.
—Nunca lo estás —me burlé, sentándome a su lado en un puff. No me gustaban estos silloncitos ridículos, me hacían sentir como una niña, pero a Bella siempre le había ido más por el estilo trendy. Mierda, incluso su vestido era de gasa.
¿A los hombres les gustaba eso? ¿el aura inocente? Tal vez por eso Edward Cullen parecía tan encandilado.
Miré mis uñas vino, mi corte de pixie y mis vaqueros con roturas. Sí, definitivamente yo no parecía dulce.
—¿Qué es lo que quieres? —mi hermana esnifó, levantando su vista hacia mí. Estaba roja, pero no llorando. Bien, bien. No me iban las lágrimas de cocodrilo.
—¿Has terminado con Jasper? —pregunté.
—Si, ¿que no lo has oído ya? Apuesto a que estabas detrás de la puerta.
—Llegué tarde —me quejé—. Me lo he perdido todo.
—Lárgate —me ladró—. He terminado con él. Ya lo sabes, ahora vete.
—Qué bien. Hubiera odiado tener que contarle al señor Cullen sobre tus indiscreciones con tu guardaespaldas —presioné. Eran palabras vacías, nunca podría a Jasper en peligro y mucho menos en la mira de alguien como el capo de la cosa nostra, pero mi hermana se lo tomó muy en serio.
En un segundo estuvo sobre mí, tomándome desde el mechón más largo de mi cabello. El tirón me causó un latigazo de dolor y ella me obligó a mirar hacia arriba.
—Vuelves a amenazarme y jodidamente me vas a conocer, Alice.
Parpadeé, estupefacta. Me tardé un segundo en recomponerme y salirme de su agarre.
—Suéltame, ¡minchia! —coño—. No vuelvas a hacerme eso.
—Ya te dije, Alice. Deja de molestarme.
Me levanté, acomodándome el peinado y fulminándola con odio. Su mirada se tornó culpable, pero no retrocedió, y yo tampoco.
—Alguien te pondrá en tu lugar algún día, Bella. Y te vas a morir cuando descubras que no podrás ser la víctima por siempre.
Salí pitando del cuarto, enojadísima.
