2 años más tarde...


Einstein dijo que el tiempo es relativo. Comprobé eso cuando una simple espera se volvió eterna. Veinticinco minutos han sido mi tortura.

Me encuentro ocupando un asiento en la dirección de la escuela, sostengo una bolsa de hielo contra mi ojo derecho. Las miradas de las personas que pasan me provocan ganas de querer gritarles. Incluso la secretaria del director no deja de echarme vistazos cada que puede, asomándose indiscretamente encima de su monitor. ¿Nunca habían visto un ojo golpeado o qué?.

Unos pasos suenan en el pasillo, después la puerta se abre y por fin entra papá. La buena noticia es que me largo de aquí, la mala es que ahora tendré que soportar su escándalo y el de mamá cuando llegue a casa.

—No puede ser, de verdad te peleaste —pone una mano en su frente para no desmayarse—. ¿Esto cómo pasó?

—Solo vámonos, no quiero hablar de eso —me pongo la mochila antes de levantarme, sin dejar de sujetar el hielo, camino hacia la salida.

—Oh, pero claro que hablaremos de esto —escucho su voz detrás de mí, siguiéndome el paso—. Me llamaron para sacarte de clases porque te peleaste. Habrá muchas consecuencias, jovencita. Y espero no tener que hablar con los padres de nadie.

—No tienes que hablar con nadie —le contesté, hastiada de oír sus reclamos.

Puse la mano libre en la manija de la puerta y tiré de ella, me sorprendió un rostro justo del otro lado. Era un chico cargando un folder, tenía ojos cafés y varios lunares salpicando sus facciones. Venía acompañado de un hombre, tal vez de unos 45 años. El padre, supongo. Su expresión, era de esas que te permitían saber que, si algo no se le daba bien, era sonreír.

El chico se quedó embobado viendo mi ojo morado, cómo si no pudiera creer que fuera el de una chica. Jamás me lo había topado, así que no me interesó. Me abrí espacio entre él y la puerta, empujándolo levemente para pasar. Papá no tardó en seguirme y de camino a casa solo recibí sermones. Bajé del auto, poniendo toda la velocidad en mis pasos para huir a mi habitación.

—Por dios, ¿Qué te pasó? —mamá fue la segunda persona en sorprenderme tras una puerta—. Mira esto, se está poniendo morado —dijo con horror, sujetándome para poder separarme la bolsa de hielo del ojo.

—No es nada, estoy bien —traté de alejarme pero no me soltó.

—Es el colmo —mi padre se paró detrás de ella y me miró hecho una furia—. Primero se decoloró el cabello sin pedir permiso, ahora se pelea en la escuela, ¿Qué sigue? ¿Unirse a una pandilla?

Torcí los ojos, escuchando su terrible exageración. Sí, tenía el cabello rubio, ¿Y qué? Estaba harta del rojo.

—Mi pobre bebé —la mano de mamá acarició mi rostro.

—No Judy, no la defiendas —exclamó apuntándome—. Esto está pasando porque hemos sido demasiado blandos. Me hubiera esperado esta clase de problemas con Sam, pero de ella jamás.

Eso fue suficiente. Le dejé la bolsa de hielo a mamá y subí corriendo las escaleras, ignorando los llamados a mis espaldas. Me encerré en mi habitación, lo único que necesitaba era gritar. Salté sobre la cama y usé una almohada para descargar esa rabia que sentía.

Una vez que mis pulmones estuvieron exhaustos, rodé para acostarme mirando al techo. No sé que es lo que me pasaba. Los sueños, las visiones, esa voz… todo se hacía más presente en mi mente con fuerza. Y no lo puedo controlar. Tuve un episodio en clases, todo era oscuro, una silueta enorme venía hacia mí y no tenía a donde escapar. Cuando salí del trance, las risas se dispararon, encabezadas por una chica que me apuntaba. Entonces me lancé sobre ella y peleamos. Cómo dije, no fue la gran cosa.

Agobiada, me senté en el borde de la cama. Observé un punto muerto por no sé cuánto tiempo. La discusión de mis padres sobre lo que debían hacer conmigo, resonaba en mis oídos tan clara, pese a estar en el segundo piso. No pude más, simplemente me puse de pie, abrí la ventana con sigilo y me marché. No tenía un rumbo fijo, solo quería aislarme.

Caminé por las calles durante quién sabe cuánto tiempo, llegué a una arcadia, ahí pasé horas jugando en las maquinitas y gastando mi efectivo. Ni siquiera tenía gusto por esto pero me mantuvo ocupada. Al salir, el cielo era oscuro pero ni eso me motivó a regresar a casa. Fui a sentarme en una banca a mitad de la avenida, saqué mi teléfono para revisar el buzón. En la pantalla saltaron cientos de mensajes y llamadas perdidas de mis padres y Sam. Mi tumba estaba cabada.

El ruido de un motor me hizo desviar mi atención del teléfono y voltear al frente, creyendo que podía tratarse de Sam y Bee, quienes habían venido a buscarme. La confusión se apoderó de mí, al ser un auto gris el que me encontré.

—¿Hola? —articulé dudosa, tras unos incómodos segundos en los que el vehículo solo se quedó ahí, quieto.

Sus luces estaban encendidas, los vidrios completamente polarizados y no daba ninguna señal del conductor. Comencé a ponerme nerviosa, volteé en todas direcciones en busca de más personas pero no había ni una sola alma.

De repente las luces del auto se apagaron. La capó se dividió en dos y el resto de partes botaron de su sitio para reacomodarse. Supe que era buen momento para gritar, antes de que inclinara la cabeza y su óptica roja me escaneara.

—La Chispa, entregala —exigió, su puño cayó muy cerca de mí, dándole un golpe al pavimento.

Me quedé perpleja. No tengo idea de a qué se refería, ¿La Chispa? Eso fue hace dos años, en Mission Citty y ya no existía. ¿Por qué cree que yo la tendría? Debe… debe estar confundido.

Quise explicarle lo que sucedió, el miedo a causa de la cercanía entre su peligroso cuerpo y el mío, no me permitía decir algo que no fueran palabras incompletas. Su paciencia llegó al límite e intentó agarrarme, instintivamente retrocedí sin ver que detrás tenía la banca. Caí de espaldas al suelo, con la misma velocidad volví a levantarme y supe que era buen momento para correr.

¡Carajo! Creí que ya habíamos superado esta faceta de persecuciones desenfrenadas.

¿Qué hago? ¡Sam! Tengo que llamar a Sam y avisarle. Mis piernas se movían sin parar, llevándome lejos en tanto intentaba sacar mi teléfono de la bolsa del pantalón. Bajé la barra entre la lista de contactos, algo tan cotidiano, se volvió la acción más difícil que haya hecho.

Ya solo tenía que presionar un botón y mi salvación estaría aquí. Sonreí antes de tiempo, olvidé cuidar el camino. Fui a estamparme directo en un hidrante, mis pies entorpecieron, derribandome al instante. Mi teléfono salió volando a varios metros de mí. No quería pero volteé atrás, horrorizandome se saber que ahí seguía y venía por mí.

Me arrastré cómo pude, intentando alcanzar el teléfono. Mis esperanzas junto con el, se vieron aplastadas por un neumático, perteneciente a una camioneta pickup negra que dobló en la esquina.

—¡Ironhide! —grité llena de alivio, aunque al principio no lo creí. La puerta del copiloto se abrió para mí, de inmediato me levanté y entré de un salto—. Oye, aplastaste mi teléfono —me quejé, ignorando el pésimo momento.

—Silencio, niña —su inconfundible voz salió del radio—. Y ponte el cinturón.

Dicho eso, la puerta se cerró y el cinturón se aferró a mí igual que una soga. Mis ojos casi se salen del susto cuando vi que el Decepticon iba a estrellarse directo en la ventana.

En una sincronía casi perfecta, Ironhide arrancó para esquivar y otro auto apareció de un costado, atropellando a mi perseguidor.

—¡Jazz! —exclamé con alegría. Las sorpresas no acababan.

Tras derribarlo, el Pontiac rápidamente saltó transformándose y cayendo en su forma humanoide.

—¿No querías pelear? ¡Venga! —lo esperó en una posición de defensa, tan temerario cómo siempre.

La desventaja numérica, ocasionó que prefiriera retirarse. Pasando de su modo robot a vehículo, huyó hacia la avenida principal. Jazz imitó sus movimientos yendo detrás y nosotros junto con ellos.

—Hey, hey —mi mano tamborileo en el tablero—. ¿Qué está pasando? ¿Quién es ese?

—Sidesways —Ironhide lo nombró gruñiendo.

—¿Qué hace un Decepticon aquí? Creí que los tenían controlados —las dudas no dejaban de salir solas.

—Está controlado.

—¡Ja! —reí con sarcasmo—. ¿Y entonces por qué está escapando?

—Solo siéntate bien y guarda silencio —el cinturón mejoró su agarre, presionandome contra el respaldo.

Continuamos avanzando detrás de Jazz, quién actuaba cómo la sombra de Sidesways, cruzándose entre los autos y yendo de un carril al otro. Entiendo lo peligrosa que esta persecución se había tornado. Si ellos decidieran transformarse ahora, causarían demasiados daños y mucha gente podría resultar herida. Aunque las personas no tenían ni idea de que los tres autos que se paseaban en sus narices, eran en realidad extraterrestres.

Las vías del tren fueron nuestra perdición. Frenamos abruptamente cuando las señalizaciones se interpusieron, Sidesways quedó bien librado del otro lado y le perdimos el rastro al terminar de pasar el último vagón.

Durante los treinta minutos siguientes, estuve en shock. No concebía lo que sucedió. Hace tanto que estuve lejos del peligro y de un segundo al otro, lo tenía devuelta.

—¿Dónde estamos? —levanté la cabeza, una intensa luz blanca me cegó momentáneamente.

Muchas voces, pasos y motores, retumbaron en mis oídos. Ironhide se adentró en una especie de cuartel gigante, mis cejas se dispararon hacia arriba y una sonrisa se adueñó de mis labios. Fue increíble ver la cantidad de autos, armas y militares concentrados en un solo lugar.

Un rostro muy familiar entró en mi campo de visión. Lennox se aproximó tan pronto entramos en la base. Era mi primera vez aquí, ni siquiera sabía que realmente existía.

—Ahí están —señaló un tanto molesto—. Apagaron su localizador y no obedecieron la orden.

El techo de Jazz se dividió en dos y comenzó a transformarse.

—Seguimos al Deception hacia la ciudad —le explicó.

—Eso era precisamente lo que no debían hacer —refutó Lennox—. Les dijimos que se retiraran y que esperaran a la otra unidad. La ciudad es una zona llena de civiles, no podemos poner en peligro a nadie.

—Pero nadie salió herido —argumentó Jazz, sin comprender su molestia.

Lennox suspiró, negando con la cabeza.

—¿Tú qué tienes que decir, Ironhide? —dirigió su atención hacia nosotros, poniéndose una mano sobre la cintura. Creo que no se ha percatado de mi presencia.

El cinturón de seguridad se aflojó y la puerta se abrió, entendí que quería que saliera así que eso hice. Al poner un pie afuera, Ironhide también se transformó.

—Sus movimientos no fueron aleatorios. Están rastreando algo.

El comentario de Ironhide fue totalmente desapercibido por Lennox, quien no pudo hacer más que verme con total desconcierto.

—Esto no está pasando —sus hombros cayeron hacia los lados.

—También me da gusto verte —puse una sonrisa.

—¿Qué estás haciendo aquí? No puedes estar aquí, es muy peligroso —dijo preocupado, volviendo su mirada hacia el par de Autobots—. Ahora sí tendrán problemas.

Ambos hicieron un gesto de despreocupación con la mano, lo cual me sacó unas leves carcajadas que contuve, y luego se fueron a sus estaciones.

—No es culpa suya, me salvaron —dije en su defensa.

—Porque te pusieron en riesgo —alegó obstinado—. Haré que alguien te lleve a casa. Espera.

Fui detrás de Lennox, no pude evitar seguir maravillandome con la increíble organización que tenían. Invirtieron bien estos dos años.

—Puedo ayudar —sugerí, yendo a su ritmo.

—Eres una niña Grace, deberías estar en pijamadas y esas cosas —comentó sin detenerse. Comprendo que no me quiere involucrar, pero esto que me trajo hoy no es casualidad. Lo presiento.

—Primero, ya tengo 17 años —aclaré algo ofendida—. Y segundo, creo que Ironhide tiene razón. Ese Decepticon buscaba algo.

—Ya son cinco incursiones de Decepticons en lo que van de estos ocho meses —alguien dijo a mis espaldas—. Y cada vez, más cerca de la ciudad. Quizá no está equivocada.

Detuvimos nuestros pasos y giramos solo para encontrarnos al dueño de ese comentario. Salté alegremente a abrazarlo.

—¡Epps!

—¿Cómo has estado? —me correspondió el saludo amistosamente, dándome una palmada en el hombro.

Al separarnos, mis ojos viajaron unos metros más adelante, a una zona de armas.

—¿Ese es un cañón sin retroceso? —cuestioné curiosa.

—Sí, añadieron mejoras y los estamos probando —Epps contestó, luego de voltear al mismo lugar que yo.

—Pues creo que podrían ser menos largos y disminuir el ancho del calibre, eso les proporcionará más velocidad y aumentará el alcance —opiné analizando el diseño.

—Eso podría funcionar —murmuró impresionado.

Yo festejé disimuladamente el haber acertado.

—Tú, no la alientes —le advirtió Lennox, a lo que Epps solo levantó las manos y se retiró. Ahora me miró a mí—. Y tú, ¿Cuándo te volviste experta en armas?

—No lo hice —confesé con sencillez—. He estado leyendo e investigando. También tengo ideas para proyectiles, puedo mostrarles el diseño.

Se oye cómo algo simple, cierto. Me ha entrado una presión por el futuro, desde que caí en cuenta de que Sam se irá a la universidad dentro de dos meses y yo no sé que haré.

Tengo muy presente la ocasión en que arrojé esa granada. Me sentí indefensa. Creo que por eso me estoy interesando en esa área. Y qué mejor si verdaderos expertos me escuchan.

—Eso es peligroso. Voy a fingir que no lo escuché.

—Lo que es peligroso, es este sitio —me defendí—. No sabía qué tenían la base tan cerca de la ciudad.

—Es temporal —dice sin tanta importancia—. Ya te enteraste. Hemos estado atendiendo incidentes frecuentes en esta área. Los Autobots decidieron dividirse entre ambas bases y abarcar más terreno.

—¿Dices qué hay otros Autobots que no conozco?

—Sí, una segunda oleada llegó —contó cómo si no fuera la gran cosa.

—Eso es genial.

—Mira, en serio no debes estar aquí —sacudió la cabeza y se enfocó en su principal preocupación de nuevo—. Estamos preparándonos para la próxima incursión y si el General se entera de que te arriesgamos, me enviará a la base de Guam.

—Pero puedo ayudar —insistí—. Creo que sé lo que buscan. Están tras la Chispa Suprema.

Eso último me consiguió su absoluta atención, y no solo la suya, sino también la de un semirremolque que descansaba bajo una gran plataforma. Mi estómago dió un vuelco al saber de quién se trataba. Optimus se transformó y se mantuvo agachado para estar más cerca.

—El último fragmento de la Chispa, lo dejamos a disposición de su gobierno —sonó confundido.

—Exactamente —asintió Lennox—. ¿Para qué buscarían en una ciudad, algo que ya no existe?

—Tal vez no es precisamente en la ciudad —mencioné pensativa—. El tarado Decepticon, creyó que yo tenía la Chispa Suprema. Es obvio que ya olvidó lo que pasó.

—Alto —me detuvo ahí—. ¿Cómo qué "creyó"? —insinuó, alzando una ceja.

—Él me dijo que le entregara la Chispa —repetí sus propias palabras—. Eso no tiene sentido, ¿Por qué la tendría? Si se destruyó junto con Megatron.

Lo que dije, no contentó nada a Optimus. Puedo jurar que se mostró sorprendido, cómo si hubiera descifrado algo que nosotros no.

—Ratchet —lo llamó serio, a través de un comunicador. Me puso nerviosa su tono—. Necesito que vengas. Hay algo qué debes examinar.

—¿Qué va a examinar? —musité temerosa. No me daba buena espina esto. Y menos si era a mí a quién miraba.

—Grace, necesito que confíes —puso las manos al frente, intentando tranquilizarme—. Esto es necesario y por tu propia seguridad.

Mi respiración se agitó un poco y las palmas de mis manos sudaron. No mejoré cuando Ratchet llegó. Se colocó a un lado de Optimus y este le pidió que me hiciera un escaneo rápido, el médico Autobot disparó hacia mi una luz roja que me recorrió de pies a cabeza. No demoró más de un minuto. Se puso a leer los resultados pero no lo convencieron.

—No, no, está mal —le dió un golpe al escáner—. Definitivamente, descompuesto.

—¿Qué sucede, viejo amigo? —pregunta Optimus.

—Las lecturas no tienen lógica, esto no puede ser —se acercó un paso más hacia Optimus—. Mi temor, es que… —y susurró, no pude oír nada.

La intranquilidad me tenía mordiendo mi labio por dentro. No me gustaba su raro comportamiento.

—Ya veo —agachó la cabeza un momento, repasando lo que Ratchet le dijo—. Grace, debes permanecer en la base.

—¿Qué? —tiene que ser una broma.

—Tengo que hacerte unos análisis más rigurosos —intervino Ratchet—. Tu salud podría estar en juego.

—¿En juego? ¿Qué significa? —mi mirada iba de uno al otro, exigiendo respuestas.

Ratchet se inclinó un poco más, observandome de cerca.

—Dime, ¿Te has sentido agotada últimamente? —yo negué y prosiguió—. ¿Con la necesidad de consumir energía en exceso?

—¿Te refieres a comer? Pues, sí…

Era algo que hasta yo había notado. Mi apetito se desbordó pero nunca se me ocurrió que podría ser algo malo. Pensé que era parte de crecer, o al menos eso me dijeron.

—Y lo más importante —remarcó cuidadoso—. ¿Cómo te sentiste después de sostener el Cubo en tus manos?

Parpadeé perpleja por la pregunta. Me daba miedo responder, pues es cómo si ya supieran exactamente lo que iba a decir.

—Yo… enfermé, estuve en cama una semana.

—No cabe duda, Optimus —se retrajo, sonando preocupado—. Debió morir por la exposición —ni siquiera continuó, los dos compartían el mismo pensamiento.

Mis rodillas temblaron igual que la gelatina. Algo en mi estómago ardió. No a diario, recibo esa noticia. Que reconfortante.

—Así que está sensación en mi pecho, era en realidad un llamado —colocando una mano al centro de este, Optimus reflexionó un instante.

No podía creerlo, ¿Él sabía algo al respecto? ¿Pero qué tanto es lo que susurran?

—¡Ya díganme que pasa! —estallé, levantando la voz.

—Escucha, no es mi intención asustarte —dijo lo más comprensible que pudo—. En tu interior, portas la energía de la Chispa Suprema.

—Lo cual es casi imposible, el cuerpo humano es un contenedor frágil —agregó rápidamente Ratchet—. Al sentirse amenazada, la Chispa se aferró a la vida. Fuiste lo primero que se interpuso y buscó adherirse a ti. El malestar que experimentaste, era una intoxicación que hubiera matado a cualquiera. Pero de algún modo, encontró la manera de fusionarse contigo.

—Lo que los Decepticons quieren, ya es parte de ti. No podemos permitir que abandones la base, sería imprudente dejarte sin protección y cargando una responsabilidad tan grande —decretó Optimus, no titubeó.

Perdí fuerza en las piernas, mi mente dió vueltas, estoy por desmayarme. Lo último que supe, es que alguien me sujetó, evitando que cayera.