Los días siguieron yéndose con tanta fluidez que no se sentían. Confieso que estaba ligeramente decaída desde que me enteré que Optimus y los demás se irían lejos, pero no podía desanimarme por completo. Todd y yo trabajamos día y noche en terminar nuestro supuesto proyecto de verano. No pudimos ponernos de acuerdo en un nombre, así que lo bautizamos cómo "la cosa esa" mientras acordabamos uno mejor.
Conforme el último mes se iba acabando, nos fuimos tomando algunos descansos, en los que a veces simplemente charlábamos y en otros, nos olvidábamos de nuestros deberes para sentarnos a ver películas. Me obligó a ver Star Wars, admito que no lo odié tanto, también vimos otras películas viejas cómo Depredador y Jurassic Park. Todd me contó que tenía una amplía colección de cintas, porque en su antigua escuela era parte del club audiovisual. Este tiempo nos sirvió para conocernos un poco más y, aunque no era mi hermano, por lo menos estuvo ahí cuando me sentí abandonada.
Las vacaciones pronto pasaron a ser historia. La última noche del verano no pude dormir bien, era difícil conciliar el sueño con tantas preocupaciones encima. Y luego, vi esos ojos rojos. No sé quién era, pero su presencia me llenó de un miedo indescriptible, uno extrañamente familiar. Desperté de un salto. Respiraba agitada y estaba sudando frío. Miré el reloj, apenas eran las 6:50 de la mañana. Froté mi rostro con ambas manos y salí de la cama. Lo detestaba pero aún tengo que ir a la escuela, así que me di un baño y cuando terminaba de vestirme, escuché gritar a papá más animado de lo usual.
—¡Vamos, todos a cubierta!
Me pareció raro su buen humor, eso me llevó a investigar que sucedía. Bajé a la sala que estaba repleta de cajas. Di un largo suspiro al recordar. Hoy era la mudanza de Sam qué justo iba saliendo al jardín con una torre de esas cajas entre las manos.
—¿Te ayudo? —ni siquiera esperé su respuesta, le quité la que tenía arriba y que le tapaba la visión.
—¡Rápido que se hace tarde! —nos presionó papá, pasando junto a nosotros.
Estaban llevando las cajas a su auto estacionado afuera, así que me uní a ellos.
—¿Por qué la prisa de deshacerte de mí? —lo cuestiona Sam inquisitivo—. ¿Acaso rentaste mi habitación?
—Sí, a mí. Ahora tengo doble espacio.
—Nadie tendrá doble nada —dijo gruñendo—. Tengo otras ideas que riman con "cine en casa".
Llegamos hasta el vehículo y metimos todo en la parte del maletero, cómo no tengo nada mejor que hacer hasta que Todd venga por mí para irnos a la escuela, me puse a ayudarles a subir el resto de equipaje. Al entrar de nuevo en casa para acarrear más cajas, vimos a mamá sentada en el sillón con los ojos llorosos.
—Mira lo que encontré —le dice a Sam, enseñándole un par de diminutas botas blancas—. Bebé, tus zapatitos.
Conmovido, Sam se lanzó a abrazarla para darle consuelo.
—Ay mamá, no llores —dijo suave, tratando de calmarla—. Todavía les queda Grace.
—Solo un año —le recordé, forzando la sonrisa—. Y ya escuché sus planes para cuándo estén a solas, ¿Podría irme a un internado?
—Muy graciosa —gritó papá desde otra habitación—. No hagas llorar más a tu madre, ¿Quieres?
Dejé salir un quejido en voz baja y rodé los ojos. Hacer bromas era la mejor forma de escapar de esta realidad que estoy viviendo.
—¿Ves, papá? Así debes reaccionar cuándo el fruto de tus entrañas se lanza solo al mundo cruel —lo ataca Sam, volviendo a señalar a mamá que no paraba de limpiarse las lágrimas.
—Eso es asqueroso —me quejé, deteniéndome a analizar esa oración.
—Sí, se me rompe el corazón —papá estaba más ocupado tomando otra caja que en mirarnos—. Sufro.
—Tienes que venir todas las vacaciones, los días de asueto, en Halloween… —mamá seguía inconsolable.
—No puedo venir en Halloween.
—Entonces iremos —le insistió, todavía contenía su llanto.
—Claro que no iremos —papá finalmente se apareció en medio de este espectáculo que yo solo contemplaba de pie—. Judy, ya suéltalo. Tenemos que irnos porque se hace tarde, hay un horario, ¿Lo olvidan?
Hablando de horarios, debo buscar mi mochila porque no recuerdo dónde la dejé y tengo clases en menos de una hora. Rápidamente subí a mi habitación para empezar a revisar cada rincón, hasta que se me ocurrió ver en el clóset. La encontré debajo de las refacciones que había escondido entre la ropa, la saqué de ahí y después me dispuse a guardar los libros correspondientes.
Unos pasos detrás de mí me sorprendieron antes de descubrir que era Sam. La prisa hizo que me olvidara de cerrar la puerta.
—¿Dónde tienes la grabadora que te presté? —me preguntó con el teléfono pegado a la oreja—. No, se lo decía a mi hermana —le explicó a quién sea con quién esté hablando. Puedo apostar mi mesada a que es Mikaela.
—Creo que en el escritorio —respondí distraída.
—No puede ser, ¿Tú también guardas esto? —me di la vuelta para ver a qué se refería, su mano sostenía la manga de la chaqueta desgastada que sobresalía de mi clóset—. Grace conserva la ropa del día "D", te dije que esto es especial.
Es cierto que no me pude deshacer de lo que llevaba puesto en la batalla de Mission City. Sé que Sam tampoco. Y la verdad esas prendas ya no eran más que harapos, pero les tenía cariño. Son el recuerdo de lo más importante que me ha pasado en la vida.
—Oye, deja de tocar mis cosas y busca tu grabadora —le reclamé. Necesito que se aleje o verá lo que escondí debajo y entonces estaré en problemas.
—Oh, amo que hables de mecánica, repitelo —le pidió a la chica al teléfono, ignorándome por completo.
—¿Sabes qué? Me avisas ya que termines.
Preferí tomar mi mochila y esperar abajo en lugar de escuchar sus conversaciones empalagosas un segundo más. Apenas puse un pie fuera de la habitación y un grito me detuvo en seco.
—¡Fuego! ¡Hay un incendio! —la voz de Sam resonó detrás de mí, dejándome pálida.
La posibilidad de que accidentalmente hubiera activado "la cosa esa" cruzó por mi mente. Giré y entré corriendo, lo que me encontré fue a Sam tratando de apagar las llamas del suelo dándoles pisotones. La madera comenzaba a desprender humo, eso no era nada bueno.
—¿Qué diablos pasó?
—¡Tu maldita chaqueta pasó! —sus palabras solo consiguieron confundirme más de lo que ya estaba—. Escucha, no sé como pero había una astilla del Cubo en ella —dijo tomándome de los hombros y mirándome a los ojos.
No supe ni cómo reaccionar, era cómo estar soñando. Los recuerdos del pasado de pronto cobraban vida. ¿Una astilla? No debería ser posible. Lo último que recuerdo del Cubo es que se desintegró en pequeños fragmentos. No tenía idea de que uno se hubiera quedado conmigo, mucho menos que estuviera en la chaqueta.
—¡Te dije qué no tocaras mis cosas!
—Ven acá —terminó la llamada y tiró de mi brazo, salimos corriendo de ahí—. ¡Papá, hay un incendio!
Nadie más parecía percatarse de este alboroto. Fuimos a buscar el extintor y una botella de agua para luchar contra el fuego. Algo había atravesado la madera del suelo, debió tener una temperatura sumamente alta para dejar una perforación limpia. Podría jurar qué desde aquí se veía la cocina a través de ese hueco del tamaño de una moneda.
Tras unos minutos, logramos controlar la situación y el incendio no pasó a mayores. Sam se limpió el sudor de la frente, se mostraba muy nervioso. Él se dirigió a la puerta para poner el extintor en su lugar, al abrirla un pequeño ejército de robots se le fueron encima. Lo derribaron con sus armas y comenzaron a dispararnos.
Al principio me quedé paralizada sin entender qué pasaba, Sam se arrastró hacia mí y nos agachamos. Las balas rebotaban contra los objetos, causando estallidos aquí y allá. Tal vez fue mi imaginación pero esos bots se parecían mucho a los electrodomésticos de la cocina. ¿Cómo es posible? ¿El fragmento del Cubo es el causante? Tendría algo de sentido, asumiendo que los Decepticons querían usarlo para transformar a las máquinas terrestres.
Entre los gritos de Sam y los proyectiles, terminamos saltando de la ventana al jardín.
—¿Qué es ese escándalo? —nos preguntó papá qué, al vernos caer y oír los disparos, tiró todo y se arrojó al suelo—. ¡A la fuente, cubranse!
Nos arrastramos para poder llegar a la estructura y ponernos a salvo del ataque, las balas seguían lloviendo, partes de la fuente volaban destrozadas sobre nuestras cabezas.
—¡Bumblebee! —gritó Sam desesperado.
La puerta de la cochera fue derribada por Bee que de inmediato saltó y se transformó en el proceso, su brazo derecho tomó la forma de un cañón con él que se enfrentó a los diminutos Decepticons. Había explosiones por todas partes y escombros en el aire.
Una vez que Bee le disparó al último de ellos, mamá salió de casa cubriéndose la cabeza con dos sartenes, tapaba su propia visión y por consecuencia se estrelló contra un par de macetas colgantes en la entrada.
—¡Llamen a urgencias! —gritó papá yendo a socorrerla.
—Entra a la cochera —le ordenó Sam alterado—. ¡Vuelve a la cochera! Le va a dar un colapso nervioso.
Bee encogió los hombros y emitió un gorjeo, no comprendía que había hecho mal.
—¡Madre de Dios! —exclamó mamá viendo el desastre.
—Métete a la cochera —le repitió Sam a Bee seriamente.
A regañadientes, Bee se fue manoteando y soltando una serie de reclamos que no entendimos. En ese instante Sam volvió a casa corriendo, lo seguí guiada por la curiosidad de saber que tramaba. Afuera se escucharon sirenas y autos acercarse, no pasó mucho tiempo para que un equipo de bomberos entraran a revisar. Nos escabullimos a la cocina, Sam usó las pinzas para levantar un diminuto fragmento metálico que estaba sobre la barra.
Lo sostuvo frente a mi rostro, cómo si eso confirmara su acusación.
—¿Lo ves?
—No puede ser… —me incliné un poco, mirando la astilla más de cerca—, ¿Eso es el causante?
—Ahora es muy importante —dijo antes de guardarla en el frasco.
Salimos de nuevo al jardín, los bomberos seguían trabajando en revisar y algunos oficiales de policía hablaban con papá. Una chica llegó en una motocicleta, rápidamente reconocí que se trataba de Mikaela cuando se quitó el casco. Vino preocupada hacia nosotros, Sam aprovechó para introducir una mano en su bolso, dejándole el frasco con la astilla.
—Oigan, ¿Qué pasó aquí? —preguntó asustada.
—Nos atacó la cocina —respondí.
—Guarda esto, que nadie lo vea —le indicó Sam, confundiendola más.
—Sam Witwicky —el grito de mamá nos avisó que se aproximaba—. Ah, hola Mikaela. Me cayó una brasa —la saludó enseñándole un mechón de su cabello.
—¿Qué sucede, mamá? —la cuestionó Sam avergonzado.
—¡Se irá contigo! No viviré con un extraterrestre psicótico en la cochera.
—¿Irse? —pregunté sorprendida—, pero yo puedo cuidarlo. Sacaré mi permiso para conducir y…
—No está a discusión —me advirtió ella—. Cuándo Sam se vaya, él también lo hará.
—De acuerdo, mamá —Sam obedeció y me alejó de ahí, de lo contrario íbamos a atraer la atención de medio mundo con una discusión interminable.
Mikaela nos acompañó a la cochera, Bumblebee estaba adentro, se daba golpes en la cabeza cómo signo de frustración por no entender lo que estaba bien hacer o no.
—¿Sigues con problemas de voz? —le preguntó Mikaela, recibiendo unos zumbidos de la radio en respuesta.
—Solo está fingiendo —aseguró Sam sin darle importancia—. Bee, quiero hablarte de la universidad.
"I'm so excited and
I just can't hide it"
Su cuerpo se movió al ritmo de la canción, me pareció tan tierno.
—No te llevaré conmigo —le confesó sin rodeos, haciendo que la canción se detuviera.
—Los esperaré afuera —avisó Mikaela saliendo.
Al quedarnos los tres, Sam respiró profundo, reuniendo el valor para despedirse.
—Ya había pensado decírtelo… —comenzó titubeante—. Los de primero no pueden tener autos. Y sí por mi fuera te llevaría, pero no Bee. Mira, eres un Autobot. No puedes vivir en esta cochera, tú te sofocas aquí. Mereces algo mejor.
Quería discutir, sin embargo, parte de lo que decía Sam es cierto. Al punto en que me hizo sentir egoísta. El mundo y los Autobots necesitan más a Bumblebee que dos adolescentes. Aún sabiendo eso, es doloroso dejarlo ir.
—Sí pudiera, haría que te quedaras conmigo —confesé agachando la mirada.
Las antenas en la cabeza de Bee se doblaron para cubrir sus ópticos, dos pequeñas cascadas se escurrieron por sus mejillas simulando ser lágrimas. Le añadió dramatismo incrementando el volumen de los zumbidos.
—Por favor, no hagas eso —le pidió Sam lleno de remordimiento—. Lo de ser nuestro guardián acabó, ¿Sí? Estamos bien, ella también estará bien —dijo señalándome—. Tienes que ir con los Autobots y vivir cómo Autobot. Yo quiero ser normal, ir a la universidad y contigo no podría. Siempre serás mi primer auto.
—Lo siento, Bee.
Cuando desperté esta mañana, no imaginé que nos atacarían en nuestra propia casa, que descubriríamos una astilla del Cubo y que tendría que despedirme de Bee en un mismo día. Definitivamente es la peor forma de empezar. Esto apesta.
Sam y yo salimos de la cochera, Mikaela estaba de pie esperando con un ramo de las flores de mamá entre sus manos y vistiendo un atuendo diferente, ¿En qué momento se cambió tan rápido? Que habilidad. Torcí los ojos y decidí darles espacio. Regresé adentro a buscar mi mochila y mi tabla, al momento de colocar las correas sobre mis hombros, un sonido agudo atravesó mis oídos. Era igual a un pitido, uno que se volvió molesto, tanto que cubrí mis orejas con ambas manos pero persistió. No sabía que estaba pasando, salí corriendo de vuelta al jardín.
Todo el mundo actuaba normal, los bomberos trabajan, Mikaela y Sam todavía hablaban. Yo era la única lunática que oía ese molesto ruido. Empecé a caminar en círculos, sentía que alguien me susurraba al oído pero al voltear no había nadie, las voces se multiplicaron, eran demasiadas, murmuraban dentro mi cabeza.
Si no logro que se callen, creo que voy a enloquecer.
Estaba a punto de gritar cuando vi a Todd llegar en su bicicleta, al tratar de ir hacia él me caí de rodillas, no podía dejar de presionar mis orejas o las voces entrarían. Al verme en el suelo, dejó todo y vino a levantarme. Me sostuvo entre sus brazos y me sacudió en un intento desesperado de que reaccionara.
—¿Estás bien? ¿Qué ocurrió? —pude ver que sus labios se movieron, incluso después de eso, su voz seguía sonando sin parar.
—Ayúdame, no puedo controlarlo —conseguí decirle difícilmente.
—¿Qué es lo que no controlas?
—¡Sus voces! Las escucho.
—¿A quiénes? —volteó en distintas direcciones, buscando ingenuamente.
—A todos —exclamé alterada—. Todd, escucho a todos.
—¿Es otro de tus poderes? ¿Puedes leer mentes? —su emoción desapareció al sentir que mis músculos se ponían rígidos—. Bien, mírame, debes concentrarte —me indicó chasqueando los dedos frente a mis ojos—. Respira y piensa en eso que te tranquiliza.
A duras penas asentí. Cerré los ojos con fuerza e intenté atraer los buenos recuerdos. Lentamente, los ruidos fueron disminuyendo hasta volverse inaudibles. Mi respiración poco a poco se estabilizó y pude abrir los ojos.
—Funcionó —suspiré aliviada.
—Me alegra pero tienes que levantarte o llamarás la atención —me aconsejó ayudándome a reincorporarme—. ¿Segura que ya estás mejor?
—Eso… creo —dije desorientada.
—¿Cómo pasó? Este poder no estaba en la lista, Charles Xavier.
—¿Te parece que tengo idea? —lo miré irritada—. Solo pasó.
—Te dije que debíamos hacer pruebas. No me culpes si te salen garras en los próximos días.
—Guarda silencio —con mi mano atrapé su boca y eché un vistazo a los alrededores, verificando que nadie se hubiera percatado de la escena—. Y ya vámonos de aquí antes de que se ponga peor.
—¿Ir a donde? ¿A un hospital o a la escuela de jóvenes superdotados? —preguntó sarcástico, a lo que simplemente solté un resoplido.
Cómo pude, recuperé las fuerzas para ponerme la mochila y agarrar mi patineta. Todd iba haciéndome más preguntas sobre síntomas y otra serie de tonterías que pasé por alto. El camino a la escuela me tenía nerviosa. Esperaba que mi descontrol no provocara otra persecución cómo la de hace dos meses. No se que es lo voy a hacer si esto empeora.
