Tiempo es algo que no teníamos para desperdiciar. Nos preparamos en tan solo unos minutos, yo me aseguré de ponerme las gafas de sol que había comprado mientras Todd empacaba lo necesario en una mochila. Incluido nuestro proyecto de verano. Parece que llegó el momento de probar si funciona.
Subimos en la bicicleta de Todd y salimos de su casa en la dirección que le indiqué. Mantuve la cabeza agachada todo el camino, apoyando la frente en su espalda para que no pudieran reconocerme. Finalmente nos detuvimos en nuestro destino, él no tenía idea de porque venimos aquí pero yo sí. Bajamos de la bicicleta y corrí a tocar el timbre de la puerta. Esperé impaciente hasta que unos pasos se escucharon y finalmente nos abrieron.
—Señor Turner, soy yo —bajé un momento las gafas, permitiéndole ver mis ojos—. Necesito su ayuda.
Mi profesor de hace dos años, se volvió un apoyo muy importante para mí cuando no podía estar cerca de Optimus y los Autobots. Me dejaba esconderme en su salón durante la hora del almuerzo y cuando me daban ataques de pánico. Si puedo confiar en alguien definitivamente es en él.
—¿Grace? Son las 9 de la mañana… —nos miró adormilado, incluso tenía pijama todavía—. ¿Por qué están vestidos así? Parece que van a ir a un partido de béisbol.
—¿No ve noticias? Todo el mundo la busca —Todd se abrió paso entre él y la puerta, su mano me tomó del brazo obligándome a pasar.
—Sí, vi las noticias pero no pude creer que en verdad eras tú en la televisión —se volvió hacia nosotros, después de cerrar la puerta—. ¿Qué es lo que está sucediendo?
—Hay villanos alienígenas que la buscan porque creen que puede revivir a su planeta —comenzó a explicarle.
—Además quieren encontrar una fuente de Energon que está oculta en alguna parte de nuestro mundo —añadí enseguida—. Creemos qué si obtienen lo que quieren, destruirán a la Tierra.
—Y ella puede guiarnos a esa fuente gracias a unos sueños que tuvo.
Sus ojos viajaban de Todd hacia mí y viceversa, sin despegar los labios durante un buen rato. Supongo que hubiera sido buena idea escribirlo y luego pensar en lo descabellado que suena.
—Ay dios —sus hombros cayeron mientras se frotaba el rostro con una mano—. ¿Pueden repetirlo? Porque creo que escuché mal. ¿Los aliens los persiguen?
—En serio necesito su ayuda —pedí suplicante—. Hay mucho en juego —mi voz tembló al final, tuve que tomar una gran bocanada de aire para continuar—. Ya perdí demasiado en un solo día, no quiero que las cosas empeoren.
Se mantuvo en silencio, mirándome con pesar. Sabía que yo estaba diciendo la verdad.
—¿En qué piensan qué puedo ayudarlos? —preguntó rendido, descansando las manos a cada lado de la cintura.
—Usted es astrofísico, ¿Recuerda? —dije segura, lo sabía porque él mismo lo mencionó en varias de nuestras conversaciones—. Necesito qué me diga si esto qué dibujé significa algo. Tiene que ver con estrellas.
—Bien, vamos a sala para que me muestren —asintió sin más remedio, antes de irnos se enfocó en Todd—. Tú, trae el cereal a medio comer de la mesa —le indicó, apuntando hacia la cocina.
—¿Lo necesita para leer estrellas? —Todd preguntó curioso.
—No, yo tengo hambre.
Obedeciendo la espontánea petición, Todd nos alcanzó en la sala con el tazón de cereal y se lo dió. Mientras tanto me encargué de sacar mi libreta de la mochila, busqué entre las páginas, deteniendome en el dibujo más reciente.
—Esto —me acerqué al sillón donde estaba sentado y le enseñé el reverso—. Están ordenadas, ¿Verdad? No puede ser solo mi imaginación.
El señor Turner se llevó la última cucharada a la boca para poder dejar el tazón a un lado y tomar el cuaderno. Su ceño se frunció cuando miró el dibujo.
—Así es —contestó sorprendido—. Es el cinturón de Orión. Lo llaman así porque toma la forma del cinturón del cazador —sus ojos viajaron de la página hacia mí con intriga—. ¿Tu lo dibujaste? Es asombroso.
—Lo hice medio dormida —respondí sin importancia—. ¿Qué representa?
—Es la alineación de las tres estrellas apodadas cómo los tres Reyes: Alnitak, Alnilam y Mintaka. Cuando se posicionan, curiosamente coinciden con las tres pirámides de Giza. También están catalogadas cómo el subgrupo OB1b… —murmuró, acariciando su barbilla con una mano—. Lo siento, me emocioné demasiado. No a diario los jóvenes se interesan en estos temas.
Todd y yo cruzamos miradas, cómo si nuestras mentes viajaran dos meses atrás. En ese preciso momento, lo mismo en lo que estábamos pensando, se salió de entre las páginas y cayó al suelo. Era la fotografía que Todd había impreso. Rápidamente la recogió y se la cambió por el cuaderno.
—¿Qué sabe acerca de este lugar? —le preguntó al instante, dándole tiempo apenas de que la observara detenidamente.
—No soy historiador ni arqueólogo —soltó con evidente sarcasmo—. Pero diría que es la tumba de Tuntakamón que está en Egipto.
—Ya sabemos eso —dijo Todd desesperado—. Lo que nos interesa, es saber hay algo… ¿Inusual?
—¿Inusual? —alzó una ceja, reteniendo una risa que desapareció al ver nuestro genuino interés—. Como dije no soy historiador. Sin embargo, sí hay una historia peculiar sobre este lugar.
—¿Peculiar? —repetí con intriga.
—Fue descubierta en 1923. Es una de las tumbas mejor conservadas que hay, enterrada debajo del Valle de los Reyes —comenzó a contarnos, tenía nuestra atención absoluta—. Lo extraño viene, cuando deciden abrirla. ¿Saben lo que había dentro? Una daga, la famosa daga de Tuntakamón.
—¿Y qué es lo extraño? —interviene Todd—. Es un tesoro más cómo el Ojo de Horus o el Sacrofago de Oro. Tesoros egipcios.
—En esa época, no existían técnicas para fundir el hierro. Los arqueólogos creían que el metal de la daga, no era originario de la Tierra.
—¿Metal alienígena? —preguntó Todd insinuante—. Pues de hecho, también hay una creencia de que las pirámides fueron construidas por alienígenas.
—No es una creencia —afirmé, atrayendo sus miradas—. Ellos han estado aquí desde antes. La fuente de Energon también, debe ser anterior, por eso es que Megatron no sabe dónde está.
—¿Mega-qué?
—Egipto, tiene que ser Egipto —Todd me miró con determinación, a lo que yo le dí un asentimiento.
—¿Dijo que la constelación es visible desde allá, no? —esta vez miré al profesor.
—Teniendo en cuenta las fechas, el asterismo será visible antes del amanecer, por lo regular entre la horas. Cada vez ocurrirá más temprano durante los próximos días hasta principios de Noviembre —terminó con su explicación cuándo se percató de que estábamos callados—. Básicamente sí, pueden verlo desde allá —resumió simple.
—Al amanecer… —susurré, terminando de atar los cabos sueltos.
Justo en eso, el teléfono de Todd empezó a sonar, dándonos un ligero susto. Al principio dudó en aceptar la llamada, pero podía ser importante, así que me alejé para que contestara.
—¿Hola? —lo miré desde el otro extremo de la habitación junto con el señor Turner, preguntándome quién sería—. Sí, ella es… espere, ¿Quién es usted? ¿Cómo consiguió este número? ¿Hola?
Salimos de nuestro escondite y nos acercamos. Todd me mostró la pantalla. Quién haya llamado no estaba en sus contactos. Eso me asustó. ¿Y sí ya nos habían rastreado? Tenemos que irnos.
—¿Lo conoces? ¿Qué te dijo? —lo interrogué preocupada.
—No lo sé, un hombre —respondió tratando de procesarlo—. Dijo que estaba con tu hermano, pero que si él habla los encontrarían a ambos.
—¿Sam? —lo sujeté de la camisa y lo miré directamente a los ojos—, ¿Está bien?
—Eso creo —se revolvió incómodo, así que aflojé el agarre. No debo alterarme—. Parece que van a un lugar llamado… —chasqueó los dedos, intentando recordar—. Museo Smithsoniano.
—¿Eso dónde es?
—Museo Smithsoniano de Arte Americano —el señor Turner lo corrigió—. Y no está cerca. Está en Washington.
—¿Para qué irán allá? —miré cuestioné seriamente—. ¿Esperan que también vaya?
Aunque no se si estoy lista para reunirme con Sam. No desde lo qué pasó. Pero lo cierto es que quiero verlo y saber qué está bien.
—No llegaremos en bicicleta —me advirtió—. Bueno, quizás mañana.
—Yo los llevaré en mi auto —el señor Turner se ofreció inesperadamente—. No dejaré solos a dos chicos que son perseguidos por alienígenas, la CIA, FBI y todo lo que se le parezca. Ahora vámonos antes de que me arrepienta.
—Por eso sigue siendo mi profesor favorito —le sonreí, obteniendo un gruñido que me hizo reír.
Dejamos que el señor Tuerner se alistara para salir, recogimos todo de vuelta y lo pusimos en la mochila. Nos dirigimos al garaje, su auto era un Chevrolet Impala color vino, perfecto para pasar desapercibidos. Abrí la puerta del asiento trasero y subí. En realidad nadie me lo pidió, creo qué se convirtió en una costumbre mía ir atrás.
Nos estábamos poniendo los cinturones cuando Todd se levantó del asiento para mirarme. Se veía nervioso pero no entendí porque.
—La mochila —masculló, haciéndome señas—. Los museos tienen detectores de metal. Esa cosa no pasará.
—¿Qué cosa? —nos cuestionó inquisitivo. Notando nuestros nervios.
—Un… —torcí los labios, pensando cómo decirlo sin que sonara tan malo—, algo así cómo… ¿Una cosa de defensa personal?
—¿Hay un arma en la mochila? —gritó dando un salto.
—Es de emergencia —traté de explicar.
—Esto no podría ser peor —se quejó, apoyando la cabeza sobre el respaldo—. Pasaremos a comprar cinta aislante, a veces engaña a los detectores. Pero no le digan a nadie que lo supieron de mí —dijo girando las llaves y arrancó el motor.
Finalmente nos pusimos en marcha hacia Washington. De camino ellos se mantuvieron hablando, en realidad nos les prestaba mucha atención. Estaba ocupada mordisqueando mi pulgar y mi pie derecho no dejaba de temblar, dando leves golpes contra el suelo.
—¿Nerviosa? —el señor Turner conducía sin soltar el volante—. Podemos regresar. Los dejaré esconderse en mi casa, tengo juegos de mesa, reproductor de video, libros…
—Gracias, pero no es por eso —solté en un suspiro—. Solo pensaba en mi hermano.
—Tuvieron algo así cómo una pelea —Todd comentó para no levantar sospechas. Él estaba a su lado ocupando el asiento del copiloto, su mano se apoyaba en el borde de la ventana, permitiendo que el viento agitara su cabello.
—Es que tengo miedo de que todo cambie entre nosotros —confesé con la cabeza agachada.
—Sea lo que haya pasado —comentó, intentando reconfortarme—. Solo dale tiempo. Las relaciones reales no se arruinan tan fácil.
Los nervios recorriendo mi cuerpo se apaciguaron, mi pie ya no temblaba y ya no sentía la impetuosa necesidad de morder mi uña. Le ofrecí una sonrisa de agradecimiento qué él correspondió cálidamente por el retrovisor.
A punto de llegar a nuestro destino, hicimos una parada en un mini supermercado para conseguir la cinta aislante. Todd envolvió la cosa esa en varios metros de cinta. Después de una hora y media de camino, nos estacionamos en el Museo Smithsoniano de Arte Americano. Nunca había estado aquí, realmente se veía impresionante desde afuera.
—Yo entraré primero y les avisaré qué tantos guardias hay —dijo Todd, armándose de valor.
—Entraremos todos juntos —lo detuvo, impidiendo que se fuera—. Yo pasaré primero, diré que es una excursión escolar. Nadie sospecha de las excursiones.
—A la cuenta de tres —me coloqué a la delantera, respirando profundamente mientras me ponía la gorra y los lentes de sol—. Uno, dos…
—¿Grace?
Me congelé por un momento. Esa voz me dejó gélida.
Mis pies de pronto pesaban cómo dos enormes rocas, me costó trabajo darme la vuelta. Vi a Sam a dos vehículos de distancia, estaba junto a Bumblebee, Leo, Mikaela y ¿Simmons? No importa. Sam es el único en el qué me concentré. Tuve el impulso de querer saltar a abrazarlo pero recordé su expresión de miedo al verme.
—Y-Yo… —mi voz desapareció, no tuve ni la fuerza de sostenerle la mirada por más de cinco segundos.
—Vaya, vaya —comentó Simmons con ironía—. Henos aquí, reunidos una vez más. Y viene con secuaces.
—¿Somos los secuaces? —Todd susurró.
Me hubiera encantado responderle algo desafiante cómo en el pasado, pero estaba tan paralizada que no tenía humor para sus comentarios.
—Sam, yo… lo qué pasó, es que…
Mis palabras valieron para nada en el momento que Sam vino hacia mí y me envolvió en un abrazo. Recargué la frente sobre su hombro, por fin podía descansar mi alma.
—Me tenías preocupado, también a Bumblebee, a todos —habló despacio contra mi oído—. Tratamos de seguirte pero corres inexplicablemente rápido.
—¿Cómo es que nos contactaron? —tuve que preguntar, la curiosidad me mataba.
—Primero hice que Simmons llamara a casa, pensé que podrías estar ahí pero nadie respondió —Sam me contó, un nudo se formó en mi garganta al oírlo. Él no sabe que nuestros padres desaparecieron—. Y luego se me ocurrió que podrías estar con tu amigo.
—¿De dónde sacaste a Simmons? —fruncí el entrecejo, verdaderamente desconcertada.
—Yo lo contacté por su sitio web —Leo presumió para impresionarnos—. Sabía todo sobre esas criaturas y tenía unos dibujos muy raros.
—¿Roboguerrero? —Todd abrió los ojos incrédulo—. Pensé que era un niño cómo de esta estatura y con problemas de personalidad —dijo poniendo su mano a la altura del pecho mientras lo describía.
Simmons también dió un respingo, cómo si lo hubiera reconocido.
—¿LordVader68? —lo interrogó, avanzando lentamente hacia Todd.
—Me gustan los números pares… ¡Auch! —gritó de dolor al recibir un pellizco de Simmons.
—Tus comentarios atacando mi credibilidad me costaron fieles seguidores —le reclamó molesto.
—La violencia contra los chicos no es la solución —el señor Turner alejó a Todd y lo puso detrás suyo. Simmons lo barrió con la mirada.
—¿Cree qué me va a intimidar solo porque es guapo o por su peinado perfecto? —Simmons lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿Qué dice?
—Alto —exclamé para dejaran de pelear—. ¿Ustedes por qué están aquí? —esa era la cuestión principal.
—Creemos que allá adentro puede haber un robot antiguo que nos ayudará a traducir los símbolos que veo —dijo Sam, apuntando su frente—. Te perdiste de algunas cosas.
—¿Los símbolos? —me pregunté. No sé si con lo que ya sabemos aún necesitamos los símbolos. Podrían ser otra pista.
—Y ya qué se esparció la información… —Simmons habló alto, mirándonos con recelo—. Tomen esto y ponganlo bajo su lengua, es del polímero que le ponen a las Oreo, engaña al polígrafo sin fallar —de su bolsillo sacó un frasco de pastillas y se lo arrojó a Todd.
—¿Y tienen algo para el detector de metales? —el señor Turner les dió la cinta—. Esto a veces funciona.
—Genial, yo necesito —Sam la tomó para envolver un cuchillo. ¿Por qué tenía uno? Buena pregunta.
—Oye, tengo que decirte algo —me acerqué a Sam, jugando nerviosa con mis manos—. Sobre lo que viste en el bosque…
—Estaba impactado, ¿Sí? Mandaste a volar toneladas de robots frente a mí.
—¿Ellos están bien? —tenía un poco de miedo por la respuesta.
—Sí, están bien —contestó, quitándome un peso de encima—. Detuvieron a Megatron antes de que pudiera alcanzarte. Luego yo fui con Bee, te buscamos y no te encontramos, así que nos escondimos.
Supongo que Megatron también debió escapar o todo esto no estaría pasando. Fantástico.
—Entonces… ¿No te doy miedo?
—Eres mi hermana, con eso me basta —despeinó mi cabello, haciéndome reír—. Aunque no negaré que quiero oír una explicación después.
—Es una larga historia —confesé.
—Ah, el amor fraternal. Siempre quise hermanos —Simmons suspiró—. Bien, cerebros de Cubo, preparanse. Vamos a entrar.
—Lo siento, esto no es lo mío —el señor Turner negó nervioso—. Ya cumplí con traerlos. Ahora qué sé que están bien, se los dejo para qué los cuide —le pidió a Simmons.
—Sí él se va, yo también —dijo Leo, dispuesto a seguirlo.
—Espere, lo necesito —lo sujeté antes de que se marchara—. Usted resolvió mis pistas, aún puede ayudarme.
—Y tiene la identificación escolar de profesor —añadió Todd, ganándose una mirada de reproche.
—¿Identificación? La coartada perfecta —murmuró Simmons, tirándolo hacia él—. Viene con nosotros. Hoy seremos una clase en un viaje al museo. Entrada segura.
Simmons secuestró a mi antiguo profesor para que entrara al edificio con nosotros y presentara su gafete, de esa forma pudimos entrar sin ninguna sospecha. Todo lo contrario. Los grupos escolares son bien recibidos.
Una vez dentro, nos dirigimos a la sala del Museo Nacional del Aire y el Espacio. Estaba repleta de aviones fuera de funcionamiento. Todos nos dispersamos en equipos para buscar mientras Simmons y Leo se encargaban de los guardias. Yo me quedé en un rincón con Todd, tratando de concentrarme. Si lo que buscamos es un robot, debe estar vivo. Y si está vivo, tiene pensamientos que debo poder escuchar.
—¿Oyes algo? —Todd me preguntó inquieto—, ¿Si está aquí?
—Silencio —pronuncié entre dientes.
Odio usar esta parte de mis habilidades, porque las voces en mi mente son ruidosas.
Comencé a caminar despacio, siguiendo el rastro de una voz diferente, estaba cerca. Acabé de pie junto a un avión de pintura totalmente negra. A los minutos, Sam y los demás también fueron atraídos por un radar de Simmons y el pequeño robot que nos atacó en el taller. Fui la primera en cruzar las líneas marcadas cómo el límite permitido. Acorté toda la distancia entre la aeronave y yo, pegué mi oreja a uno de los costados, intentando comprobar si era su voz la escuchaba.
—¿Qué haces? —Sam sostenía el fragmento del Cubo con unas pinzas.
No sabía que habían traído eso, ¿Para qué será?
—¡Shh! —rechisté poniendo un dedo en mis labios. Todos se quedaron callados, mirándome confundidos.
Cerré los ojos y dejé que el poder de la Chispa trabajara.
«Este planeta tiene vida, no podemos cosechar esta estrella» Volví a abrir los ojos de golpe y retrocedí. Eran memorias horribles. Había agonía y arrepentimiento.
—Definitivamente ese es —dijo el pequeño robot después de mi reacción—. Es una leyenda, es cómo el presidente del consejo. ¡Novato, apuntale con la esquirla! —le gritó a mi hermano.
No supe qué es lo que me llevó a hacerlo, fue igual a un instinto, pero coloqué mis manos en su superficie antes de que Sam le apuntara la esquirla. Del contacto se desprendió un brillo celeste que alarmó a mi hermano, él y Mikaela vinieron corriendo hacía mí para apartarme.
—Oh, rayos… —susurró ella, poniendo la mirada fija en la aeronave—. ¡Es un Decepticon!
¿Qué? Eso explica sus recuerdos. Ahora siento la sangre helada.
—¿Decepticon? —repitió Simmons alterado.
—¿Qué significa? —el señor Turner preguntó viendo qué todos corrían.
—¡Todos atrás de mí! —gritó Simmons.
Nos alejamos de inmediato. Las placas metálicas del avión se salieron de su sitio y se reacomodaron volviendo a encajar hasta levantarlo en dos piernas. No pude correr demasiado, estaba tan desconcertada que caí de espaldas, permitiendo que el Decepticon recién despertado me atrapara con la mirada.
No puede ser.
