Estábamos cara a cara. Eso creí. Realmente el Decepticon no parecía tener buena vista porque empezó a caminar en círculos.

—¿Qué clase de horrible mausoleo es este? —soltó en un gruñido—. ¡Contestenme, títeres truhanes! —exigió dando un golpe a la decoración colgante del techo.

Unos pasos apresurados se acercaron a mí, lo siguiente que sentí fueron unas manos tomándome del brazo para ayudar a levantarme. Miré de reojo hacia atrás, encontrando a Todd tratando de alejarme.

—¿Estás bien?

—Eso creo —respondí agitada.

El resto también habían salido de su escondite, todos se reunieron a nuestro alrededor. Esta era la primera vez de algunos viendo en persona a un Decepticon, así que las miradas de asombro no faltaban. Yo también estaba impactada de que esto hubiera resultado. ¿Por qué había un Decepticon en un museo? Era potencialmente peligroso.

—Ya está, ¿Lo ves? —Sam puso las manos arriba en señal de rendición.

—Miserables organismos de espina dorsal… —siguió refunfuñando. Pude notar que sus piernas temblaban, apenas se sostenía gracias a un bastón—. Ahora díganme, ¿Quién tuvo la osadía de perturbar mi sueño?

—Fui yo —di un paso al frente, a pesar de que en el fondo estoy muerta de miedo. Sin embargo, no creo que tenga intención de lastimarnos. Si así lo quisiera, ya lo hubiera hecho.

—¡Patrañas! Una humana no tendría el poder suficiente para penetrar mi mente —exclamó, dando otro golpe al suelo, esta vez con su bastón.

—No estoy mintiendo —insistí, sonando más segura que al principio.

—Olvidenlo, viles mentirosos —se dió la vuelta y comenzó a caminar, dejándonos atrás—. ¡Preparen anulación de control remoto! —ordenó. Ninguno de nosotros tenía idea de con quién se supone que hablaba—. ¡Que abran fuego! ¡Dije fuego!

—Pobre, ya dió el viejazo —el pequeño robot se mofó.

—Increible, esto es mil veces mejor que Terminator —suspiró Todd fascinado.

El Decepticon recién despertado avanzó hasta toparse con una pared que derribó para poder salir al exterior.

—¡Un segundo! —Sam lo llamó pero no se detuvo.

Todos corrimos detrás de él, afuera habían más aviones acomodados en fila. El ruido de un motor me distrajo, volteé atrás y miré que Bumblebee venía hacia nosotros pero no estaba solo. Dos autos lo acompañaban a cada lado, uno era verde y el otro anaranjado. ¿Otros Autobots? No tuve tiempo de preocuparme por las presentaciones, me concentré en el robot que se nos escapaba.

—Los del museo van a estar muy disgustados, ¡Muy disgustados! —expuso Simmons preocupado—. Hay que tomar ese avión.

—Perderé mi trabajo por esto —se lamentó el señor Turner.

«¡Jetfire, detente!» le pedí, deseando que mis poderes no me fallaran ahora.

—¿Quién se atreve a detenerme? —giró para encararnos, causando que frenaramos abruptamente.

—Yo lo hice —hablé finalmente—. Ese es tu nombre, ¿No? Jetfire.

—¿Cómo lo…? —Sam me miró pero alcé una mano para qué me diera un momento.

—Ya veo… —Jetfire rió entre dientes—. Tienes una capacidad inusual, humana —se inclinó hacía mí, estudiandome de cerca—. Si sabes tanto, entonces contesta esta pregunta: ¿En qué planeta estoy?

—La Tierra —contesté simple.

—Eso es fácil, pregúntale algo más complicado —Todd lo desafió, recibiendo un segundo pellizco de Simmons como castigo.

—¿Tierra? ¡Vaya nombre de planeta! ¿Por qué no mejor "mugre"? —propuso con burla—. ¡Planeta mugre!

—Ya basta, no tienes que hacer esto —dije despacio, intentando calmarlo—. Tu guerra terminó.

—¿La guerra civil robótica? —preguntó interesado—. ¿Y quién ganó?

—Los Decepticons —Sam se colocó a mí lado para responderle.

—¡Agh! ¡Yo me cambié al bando de los Autobots! —gritó frustrado.

—¿Cómo qué te cambiaste de bando? —Sam lo miró con curiosidad, igual que yo.

—Tenía derecho, fue una decisión personal muy difícil —argumentó en su defensa—. Había tanta negatividad, ¿A quién le gusta vivir lleno de odio?

—¿O sea qué no tienes que trabajar para los miserables Decepticons? —el robot más pequeño se acercó.

—Si por los Decepticons fuera, destruirían todo el universo —Jetfire dijo algo demasiado cierto. No se puede discutir eso.

—Yo me cambiaré al bando de la diosa guerrera —el pequeño se abrazó a una de las piernas de Mikaela, ella soltó una risa enternecida—. Me llamo Wheelie. Seré tu Autobot.

—¿Por qué dejas que se humille de esa manera? —inquirió Sam en un tono celoso.

Pasé la vista sobre los demás. Al menos no era la única haciendo una mueca de desagrado por la escena.

—Él si es fiel —Mikaela le reprochó.

—Sí es fiel, es pervertido y está desnudo —Sam lo alejó de una patada—. Te da qué pensar. No quiero discutir —le advirtió para volver a prestar atención a Jetfire—. ¿Qué decías?

—¡La humana ya lo dijo, mi nombre es Jetfire! ¡Y ya dejen de juzgarme! —aclaró con brusquedad, nos causó un susto tan grande que caímos al suelo—. Tengo problemas personales, todo empezó con mi madre. Mis ancestros han estado aquí durante siglos.

—L-Lo sabemos —dije nerviosa.

—¿Lo sabes? —sus ópticos rojos me enfocaron, yo asentí con la cabeza—. ¿Y acaso sabes en qué se transformó mi padre? Él era una rueda, ¡La primera rueda! Responde, ¿Sabes en qué se transformó?

—N-No…

—¡En nada! —me gritó a la cara, sentí mi cabello sacudirse con la ráfaga que provocó—. ¡Pero lo hizo con honor! ¡Dignidad y…! —De repente un paracaídas salió disparado de su parte trasera, la fuerza del impulso lo llevó hacia atrás y cayó de espaldas—. ¡Demonios! Se arruinaron mis propulsores.

—Oye, podemos ayudarnos —le propuso Sam—. Sabemos cosas que tú no y tú sabes cosas que nosotros no. Creelo.

—Para mí que no sabe nada —dijo Leo—. Creelo.

Sam sacó el cuchillo que había escondido en su chaqueta, se arrodilló en el suelo y trazó en la tierra los símbolos de nuestras visiones. Lo miré anonadada por la intensidad con la que podía escarbar y de la cantidad de trazos que logró en minutos.

—Puedo hacerlo todo el día, los símbolos vienen en ondas, son vívidos pero en mi mente —dibujó el último símbolo, luego clavó el cuchillo en la tierra y se puso de pie—. Todo está en mi mente y Megatron quiere lo que hay en mi mente. Y alguien llamado Fallen.

—¿Fallen? Yo lo conozco, me dejó aquí a oxidarme —Jetfire gruño solo de mencionarlo—. ¡El Decepticon original! Es un jefe terrible, ¡Es apocalíptico, caótico, crítico! Y estas transcripciones eran parte de mi misión —dijo apuntando los símbolos grabados—. Ahora recuerdo. La Punta de la Daga y… ¡La llave!

—Espera, ¿La Punta de la Daga? —lo interrumpí o de lo contrario no dejaría de parlotear—. ¿En Egipto? Lo que buscamos está allá.

—¿Cómo sabes eso, humana? —me cuestionó sin dejar de mirarme con superioridad.

—Tuve unos sueños y vi lo que pasó o lo que iba a pasar, aún no lo entiendo —contesté—. Pero ya lo resolvimos y sabemos que es Egipto a dónde tenemos que ir.

—Me gusta esa determinación —nos rodeó con sus brazos y entonces un brilló azul nos iluminó, parecía un campo eléctrico—. Sujetense y no se muevan, ¡O morirán!

No supe con exactitud lo que sucedió. Hubo gritos y un estallido, después mi espalda golpeó contra algo mientras rodaba cuesta abajo. Me detuve tras un par de vueltas, estaba aturdida. Abrí los ojos despacio, un intenso rayo de sol me cegó momentáneamente. La ola de calor me hizo sentarme y ver que estaba rodeada de arena. Tan suave y abundante, justo cómo en mi sueño.

Alcé la mirada para reconocer el lugar. Había enormes riscos de piedra a la lejanía y más arena. No puedo creer que de verdad estábamos en Egipto.

—Me entró arena en los zapatos —escuché a Todd muy cerca, cuando me giré a buscarlo lo encontré sentado, viendo hacia los lados desorientado—. ¿Nos teletransportamos? —una sonrisa se ensanchó en su rostro—. ¡Genial!

—Chicos, ¿Están bien? —el señor Turner vino caminando tambaleante hacia mí para ofrecerme una mano—. Acabamos de romper unas cuantas leyes de la física, así que cuenten sus dedos. Que todos estén completos.

Acepté su ayuda y me puse de pie. Sacudí la arena de mi ropa mientras seguía mirando el desierto. A unos metros de nosotros, Mikaela y Leo se iban reincorporando. Habían caído uno sobre el otro, en una posición incómoda.

—¡Sam! —lo llamó Mikaela.

—¡Aquí! ¿En dónde estamos? —Sam agitó una mano en el aire, logrando que lo viéramos—. ¿Simmons?

—¡Acá! ¡Sí! —Simmons también puso una mano en alto desde el otro extremo.

—¿Qué pasó? ¿Qué es aquí? —preguntó Leo asustado—. ¿Las Vegas?

—Sí —Todd le respondió—. ¡Oh, mira! Por allá está el casino.

—¿En serio? —Leo volteó incrédulo hacía donde le apuntó, solo para recibir un golpe en la cabeza con la palma extendida.

Sam corrió a nuestra posición para comprobar que estábamos bien, aunque él no lo estaba. Tenía una quemadura en la mano izquierda que me preocupó. Buscamos reunirnos con Jetfire y el resto, aproveché el descanso sobre unas rocas para cortar un pedazo de mi camiseta, lo usé cómo un sustituto de vendaje y envolví la mano de Sam con eso.

—Eso sí que me dolió —Simmons reclamó después de un rato—. Tienes suerte de que no salí herido. Alguien pudo morir, ¿No crees? Y si algo me pasa, ¡Te las verás con mi mamá!

—¡Cállate! —gritó Jetfire irritado—. Te dije que abriría un puente espacial, es la manera más rápida de viajar a Egipto.

—¿Qué? —Sam se levantó tan pronto terminé de vendarlo—, ¿A qué hora nos dijiste? ¡No nos dijiste nada! Ahora explica, ¿Qué hacemos en Egipto?

—¡No te me pongas impertinente, humano! Sí se te informó —Jetfire se dejó caer para tomar asiento en una de las rocas—. La humana ya lo mencionó, Egipto es la clave. ¿No saben escuchar?

—¿Cuál clave? —volvió a preguntar Sam.

—Este planeta ya había sido visitado por nuestra raza, por nuestros ancestros hace milenios —comenzó a narrar—. Vinieron en una expedición en busca de Energon, la sangre que da vida a nuestra raza. Sin el, nos moríamos y nos oxidaríamos, ¡Cómo me está pasando! —gritó al cielo, dejando ver un chisporroteo en una de sus placas de la cual salió humo negro—. ¿Tienen idea de lo qué es caerse a pedazos y morir?

—Sin tanto preámbulo, ¿Sí? Veterano —habló Simmons impaciente—. Comienzo, mitad, final, hechos, detalles, condensa, trama, hilo.

—En alguna parte de este desierto, nuestros ancestros enterraron una gran máquina que recolectaba Energon —finalmente confesó.

—¿Es la que cosechaba soles? —mi pregunta se ganó la atención del antiguo Decepticon—. Pero tú no quisiste hacerlo con la Tierra.

—Husmear en la mente de los demás, es de mala educación, niña… —me miró de cerca y luego se alejó—. Sin embargo, no te equivocas.

—Un segundo —Sam nos interrumpió—. ¿Cómo que cosecha soles?

—Verán, en un principio habían siete Primes, nuestros primeros líderes que decidieron salir al universo en busca de soles distantes. Los Primes establecieron una regla: jamás destruir un planeta con vida.

—Pero a tu jefe "Fallen", no le importó quebrantar esa regla —mencioné, recordando un poco de lo que vi en su cabeza.

—Así es, por eso es llamado con ese nombre desde entonces —asintió Jetfire, poniendo una mano al frente de la que encendió una proyección holográfica del pasado—. Fallen despreciaba a la raza humana, quería acabar con ustedes activando esa máquina. La única forma de activarla es con una llave legendaria, conocida como la Matriz de Liderazgo. Una gran batalla se libró por la posesión de dicho objeto. Y Fallen, era más fuerte que sus hermanos. Así que la única opción fue robarla y ocultarsela. Cómo último sacrificio, dieron sus vidas para salvaguardar la Matriz en una tumba hecha de sus propios cuerpos.

—Y jamás la encontraste, ¿Correcto? —pregunté de nuevo y él asintió gruñendo ante su fracaso.

—En alguna parte de este desierto, está sepultada esa máquina mortal y Fallen sabe dónde está —concluyó, apagando la proyección—. Y si encuentra la tumba de los Primes, podrán despedirse de su mundo.

—¿Qué pasa si la encontramos primero? Podríamos detenerlo, con mis visiones…

—Imposible —negó Jetfire rotundamente—. Solo un Prime puede derrotarlo.

Una flecha invisible atravesó mi pecho. Fue una sensación terrible, de un dolor punzante que puso tensos cada uno de mis músculos.

—¿Cómo Optimus Prime? —inquirió Sam.

Jetfire se inclinó interesado hacia mi hermano, incluso pareció sonreír.

—¿Ya conociste a un Prime? Debes haber conocido a un gran descendiente —supuso con emoción—. ¿Está vivo? ¿Está aquí en este planeta?

Miré a Sam con ojos tristes, él hizo lo mismo. Por un instante nos quedamos callados. Sintiéndonos culpables de todo lo malo.

—Se sacrificó para salvarnos —Sam le contestó con pesar.

—Está muerto… —Jetfire suspiró decepcionado—. Sin un Prime es imposible. Nadie más puede detener a Fallen.

En eso alguien se acercó a mí y me tomó del brazo. Era Todd.

—¿Que hay de ella? —me llevó al centro de todos, igual que en una exhibición—. Grace puede echar chispas, mover objetos con telequinesis y leer mentes —se hizo a un lado, dándome espacio—. ¡Muestrales!

—Me acabas de poner nerviosa —susurré incomoda. Tenía las miradas esperando algo impresionante de mí, así que me congelé.

—Está nerviosa —les aclaró Todd—. Pero si puede. Yo le enseñé, soy su mentor espacial.

Hubo un silencio en el que noté que Sam daba un ligero salto, cómo si una idea llegara a él.

—Se necesitará una energía para reactivar la máquina… ¿Podría usarse esa misma energía para reactivar a Optimus y devolverle la vida?

Clavé mis ojos en Jetfire, esperanzada en qué funcionara lo que Sam dijo. Hasta hace poco, no creí que existiera tal posibilidad. ¿Revivirlo? Haré todo lo que esté a mi alcance si el destino me da una segunda oportunidad.

—Hum… no fue diseñada para eso —dijo Jetfire pensativo.

—¿Y que pasa con la Chispa Suprema? La conoces, ¿Verdad? —exclamé, no podía rendirme después de estar a un paso de algo que consideré inalcanzable—. Es energía pura, podría revivir un planeta. Debería poder revivir a uno de ustedes, no debe ser diferente.

—¿Por qué mencionas a la Chispa Suprema? —me cuestionó con intriga.

—Porque se transfirió a mí, de alguna forma que aún no comprendemos —le expliqué brevemente—. El punto es que podría funcionar, ¿No?

—Ciertamente —murmuró Jetfire—. Aunque desconozco que podría suceder. Nunca ha habido antecedentes de un portador de tal poder, mucho menos una humana.

—¿Qué tal si mueres en el intento? ¿O entras en un coma? Nunca has revivido a nadie —Todd sonó angustiado—. ¿Recuerdas cuándo vimos X-Men? Quedarás postrada en una camilla, Jean Grey.

—¡Funcionó con Jetfire! —grité alterada.

—Él no estaba muerto, solo dormido —Todd intentaba hacerme entrar en razón.

—Si pone tu vida en peligro, no te dejaré hacerlo —Sam también se unió a Todd—. Si hay otras opciones, no correré el riesgo de perderte.

—¡Pero yo sí! —estaba sintiéndome acorralada—. Optimus dió su vida por nosotros, yo haré lo mismo si es lo que se necesita.

¿Por qué nadie me comprende? Quiero hacerlo, quiero traerlo de regreso. No importa si eso me cuesta la vida. Será mi última voluntad.

—Escucha —Sam tomó mis hombros, fue un tacto suave que buscaba tranquilizarme—. Estoy en deuda con Optimus tanto cómo tú, créeme que si hay una forma de revivirlo la voy a encontrar. Lo haremos juntos. Sin que tu vida dependa de ello.

Agaché la cabeza, tratando de pensar claramente. Es verdad que era algo egoísta permitir que el poder de la Chispa Suprema se perdiera por mi capricho. Además, lo último que deseo es causar más problemas. Es solo que de verdad quiero reparar lo que ocasioné.

—Está bien —acepté más calmada—. Hay que buscarla.

—¿Qué debemos hacer para llegar a la Matriz antes de qué los Decepticons lleguen a nosotros? —le preguntó Sam.

—Sigan a sus mentes, tienen una muy poderosa entre ustedes —dijo Jetfire apuntándome—. "Cuando el Alba alumbre la Punta de la Daga, Tres Reyes revelarán la entrada".

—¿Tres Reyes? Tres estrellas, ¡Lo tenemos! —el señor Turner me dió una mirada de ánimo.

—¿De qué está hablando? —Simmons lo vió cómo si tuviera a un lunático a un lado.

—¡Busquen la entrada! ¡Váyanse ya! —sentenció Jetfire—. Era mi misión, ahora es su misión. Y no hay misión más noble que el amor —el último comentario apuñaló directamente en mi espalda, mis mejillas se calentaron y giré de inmediato. Jetfire se rió de mí con picardía.

—¿Qué fue lo que dijo? —Sam también se detuvo a mirarlo.

—Nada, vámonos —tiré de su brazo para que no le prestara atención y empezamos a correr.

Eso estuvo cerca.