Capítulo 2
—¡Maria! Ya era hora, jovencita. Tus clases de bordado te están esperando desde hace tres horas —la señorita Heliotrope caminaba refunfuñada hacia mí. Reprimí un suspiro pesado. Como me temía, al ver el dobladillo de mi falda, se echó las manos a la cabeza—. Pero, niña, ¿dónde te has metido para que tu vestido haya acabado así?
—Luego lo arreglaré, no se preocupe —pasé por su lado con algo de prisa, dispuesta a subir a mi habitación para cambiarme.
—No tardes en bajar. Pronto estará la comida y no tenemos más tiempo que perder —elevé mi mano para darle a entender que la había escuchado mientras subía las escaleras. Crucé el largo pasillo donde se encontraban la gran mayoría de dormitorios de la casa para llegar al torreón que me llevaría a mi querida habitación. Una voz cantarina sonó desde arriba.
—¿Otra vez de aventuras en el bosque con Robin? —la chica de melena dorada y rizada me miró cuando llegué al pequeño recibidor que había fuera de mi cuarto. Sentada en las escaleras con un vestido azul cielo, Loveday me sonreía ampliamente.
—De algún modo tenía que librarme de las clases —me senté a su lado—. Al menos, parcialmente.
—Ajá —levantó una ceja, pero aún seguía manteniendo su semblante risueño de siempre—. Me parece que de tanto juntarte con mi hermano se te están pegando sus travesuras, Princesa de la Luna.
—Suenas como mi tío —se mostró ofendida por lo que dije, llevándose una mano al pecho.
—Jamás me compares con el gruñón de tu tío —reí al ver su expresión de falso horror.
—Bueno, ahora anda de mejor humor desde que volviste a la mansión.
—¿Verdad? Creo que estoy manejando su temperamento brillantemente —negué con la cabeza ante su mirada de orgullo. Me echó un vistazo fugazmente, reparando en mi vestido algo maltrecho—. Vaya, a la señorita Heliotrope no le habrá gustado mucho ver eso —asentí con una mueca.
—Tengo que arreglarlo más tarde. A este paso querrá que me vista con las sábanas de la cama con tal de no ensuciar o destrozar otro de mis vestidos —Loveday rió con ganas—. No te burles de mi desgracia.
—Mira, hagamos una cosa. Tú ocúpate de arreglar este vestido y yo me comprometo a hacerte otro nuevo. Uno que puedas llevar al bosque cuando te apetezca ir. Podría hacerte varios con algunas telas que tengo guardadas.
—¿De verdad? —la miré asombrada. No la dejé casi responder cuando le eché los brazos al cuello, dándole un enorme abrazo. Rió por mi entusiasmo, apretándome un poco más—. ¡Gracias, Loveday! ¡Eres la mejor!
—Lo sé —me eché hacia atrás con una amplia sonrisa de felicidad—. Venga, o tendrás que hacer horas extra de tus clases de bordado —con energía renovada, me levanté a trompicones para ir a mi habitación. Abrí la diminuta puerta y busqué en mi armario un conjunto apropiado para lo que quedaba de día.
Lo dejé sobre la cama y al girarme para coger el peine del tocador, mi mirada se fue directamente hacia la ventana, observando el bosque que se extendía a la lejanía. Era como un mar de hojas en tonos marrón y verde pálido que no parecía tener fin.
Moonacre se había convertido para mí en el hogar que siempre quise tener. El que había tenido en Londres no era ni la sombra de lo que poseía en ese momento. Tenía gente que me apreciaba de verdad, no todos eran familia de sangre, pero los quería como tal. También había hecho varias amistades por el camino, aunque al principio ni siquiera podía imaginar que acabara siendo así.
Mi mente divagó, tropezándose con la imagen de Robin en el bosque esa mañana. Su semblante inquietantemente serio hizo que mi sonrisa decayera un poco. ¿Estaría bien?
Con ese pensamiento persistente me preparé y bajé las escaleras para reunirme con mi institutriz, la cual ya estaba sentada con todo listo para empezar.
—¡La comida está lista! —levanté la vista del diseño que estaba bordando en el tapete. Marmaduke nos llamó desde la gran puerta doble, entusiasmado porque probáramos un día más lo que había preparado para nosotros.
Nos acompañó hasta el comedor donde ya se encontraba mi tío Benjamin bien sentado presidiendo la mesa. Nos ofreció una sonrisa al vernos entrar.
—Buenas tardes, damas —la señorita Heliotrope lo saludó amablemente mientras yo rodeaba la mesa para darle un corto abrazo—. ¿Qué tal ha ido la mañana?
—Muy bien, estoy avanzando en mis clases de bordado.
—¿Más? A este paso inaugurarás una tienda en el pueblo para vender tus diseños— rió, dándome un ligero apretón en el hombro.
—Oh, Ser Benjamin, Maria aún tiene muchas cosas que aprender —la miré de soslayo.
—Es interminable…
—Una dama debe estar preparada para todo tipo de situaciones. Si no supieras coser, no podrías arreglarte ese vestido hecho trizas que trajiste hace un rato —mi respiración se detuvo por un instante. La señorita no fue consciente de su metedura de pata hasta que sentenció la frase. Miré a mi tío de reojo, esperando que no preguntara sobre el tema.
Obviamente, lo hizo.
—¿Qué vestido? —alzó una ceja en confusión. Inspeccionó desde su asiento el que traía puesto en ese momento. Al no ver nada fuera de lugar, rápidamente su expresión de perplejidad fue sustituida por una sombra de sospecha—. No me digas que has estado yendo al bosque de nuevo —no era una pregunta.
—Pues… —ya no sabía dónde meterme para salir de esa situación.
—Benjamin —todos nos giramos sobresaltados hacia la puerta. Loveday se aproximó con paso pausado a su prometido, negando ligeramente con la cabeza—. Deja que se divierta un poco. No pretenderás que esté siempre encerrada entre las cuatro paredes de esta mansión, ¿verdad?
—Cariño —la miró con rostro afligido, muy consciente de que una batalla contra aquella mujer era misión imposible para él—. Solo me preocupo por su seguridad.
—El bosque ya no es un terreno peligroso para ella. Además, le han enseñado muy bien —me dirigió una mirada pícara—. ¿O me equivoco?
—Conozco el bosque y Robin me ha mostrado lo que tengo que hacer si me perdiera alguna vez —una sombra negra se infiltró en la habitación silenciosamente. Sonreí al percibirlo—. Y tengo a Wrolf para ayudarme en caso de estar en problemas —acaricié su lomo cuando se tumbó junto a mi asiento.
—¿Ves? Es una chica lista, se las arreglará. Como ha hecho hasta ahora —sostuvo su mano cerca de ella, mirándolo con una sonrisa. Mi tío no supo qué más decir y lo dejó estar finalmente con un suspiro pesado. Loveday, sabiendo que había vuelto a ganar una disputa, le dio un rápido beso en la mejilla antes de sentarse frente a nosotras en la alargada mesa.
No mucho después, Digweed y Marmaduke se unieron a nosotros para comer. Se había vuelto costumbre compartir las comidas todos juntos. Daba un ambiente más hogareño y familiar. Sonreí discretamente cuando vi al mayordomo pasarle la sal a una sonrojada señorita Heliotrope. Su relación marchaba viento en popa, por lo que se podía ver.
La casa rebosaba cariño, luz, bondad. Todo lo que le había faltado desde hacía tantos años. Porque esa era la verdadera magia de Moonacre; el amor.
—Ya he hablado con el párroco para que oficie la boda por la mañana este sábado —comentaba Loveday—. Me ha costado convencerlo para que no haga la misa tan larga. No quiero que los invitados se duerman a mitad de ceremonia —varias risas sonaron en la habitación.
—Conociendo a tu familia, dudo que aguantaran semejante tortura —comentó mi tío, bebiendo un poco de su copa.
—Sí… No tienen mucha paciencia —chasqueó la lengua—. Pero estoy segura de que ese día nos llevaremos mejor que nunca.
—Será perfecto —comenté, haciendo que ambos me miraran cálidamente.
—Confío en que mi dama de honor lo tenga todo listo para el gran día —asentí con entusiasmo—. No esperaba menos.
La comida transcurrió entre risas y comentarios emocionados sobre la boda. Más tarde, cuando terminamos, Loveday me pidió que la ayudara con algunos adornos para los bancos en los que se sentarían los invitados durante la ceremonia. Me encantaba pasar tiempo con ella. Nos entendíamos muy bien, hablábamos durante horas sin aburrirnos. Supongo que eso era lo que significaba tener una buena amiga.
Llegó la noche y la Luna brillaba con intensidad, iluminando cada rincón del valle de Moonacre. Por la tarde quise escaparme un rato de nuevo al bosque, pero tenía tareas que atender y me fue imposible. Pero me prometí sacar tiempo de donde fuera para pasar más tiempo entre los árboles.
Y tal vez, solo tal vez, por casualidad encontrarme de nuevo con Robin al día siguiente.
