Capítulo 4
Todo estaba dispuesto para el gran día. La casa rebosaba de luz, color y alegría. Las flores se extendían por cada rincón, contrastando con el tono crema de las paredes.
Digweed andaba de aquí para allá sin descanso, ultimando cualquier detalle que se hubiera dejado al azar. Yo, en cambio, paseaba de un lado para otro en mi habitación. Loveday me había nombrado su dama de honor y los nervios estaban sacando lo mejor de mí. Quería que todo fuera perfecto, no me permitiría meter la pata en un día tan especial para ella.
—Maria, querida, ¿estás lista? —la señorita Heliotrope tocó dos veces a la diminuta puerta. No tardó mucho en abrir y escanear la habitación con sus anteojos. Se detuvo cuando me vio parada en medio de la habitación, tensa y con ganas de arrancarme el corpiño que tenía ceñido al cuerpo—. Oh, mi niña. ¡Estás preciosa! —se llevó las manos a la boca mientras se acercaba a mí.
—Gracias, señorita Heliotrope —esbocé una media sonrisa. Me miró una vez más antes de poner una mano en mi hombro y con la otra quitar un mechón castaño rojizo de mi rostro.
—Mi pequeña se hace mayor —dijo en un tono maternal que me conmovió—. Hoy te vas a robar muchas miradas —me guiñó un ojo, haciendo que riera un poco.
—La idea es que Loveday sea la protagonista, al fin y al cabo, es su boda.
—Sí, pero tú te robarás otro tipo de miradas —escudriñé en su expresión—. Puede que algún muchacho te invite a bailar —dijo con emoción. Rodé los ojos.
—Tengo mejores cosas en las que estar pendiente hoy como para fijarme en eso —me senté en el taburete frente al tocador. Ella se apresuró a colocarse detrás de mí, lista para arreglarme el cabello.
Había escogido un vestido rosado para la ocasión. Un volante hecho de encaje en un tono beige sutil adornaba la parte del escote junto con varios bordados florales. La cola del vestido quedaba atada con varios lazos para que no colgara demasiado. La falda estaba recubierta con tul de un color rosa un poco más claro que el vestido. La señorita Heliotrope peinó mi cabello y lo ató en un recogido caído con cintas a juego. Llevaba puesto uno de mis collares favoritos, de los primeros que había llevado cuando me mudé a Moonacre. Una de las pocas cosas que conservaba de mi madre. Creo que la ocasión lo ameritaba.
—Ahora ya estás lista —dijo al terminar de colocar un mechón rebelde en su sitio.
—Voy a ver a Loveday antes de que lleguen los invitados —asintió mientras recogía el desorden que habíamos armado.
—Baja al vestíbulo cuando termines. No creo que demoren mucho en llegar —sacó su reloj del bolsillo de su vestido azul indigo. Sin duda, llevaba sus mejores galas.
Me apresuré en dejar la habitación, corriendo como mejor pude con aquel atuendo. Bajé las escaleras y me fui directamente a una de las puertas del largo pasillo. Me detuve por unos segundos para recuperar el aliento. Toqué con cuidado dos veces, luego una voz amortiguada por la madera se escuchó desde atrás dándome permiso para pasar.
La novia estaba sentada frente a su tocador, quejándose por lo bajo sobre lo poco práctico que era el cierre de los pendientes que trataba de ponerse. La observé por un momento y me pareció que el vestido blanco que llevaba la hacía brillar más que nunca. Pero me di cuenta de que no era por la tela, sino por ella misma y la felicidad que irradiaba.
—Maria, menos mal que estás aquí. Necesito tu ayuda.
—Estás preciosa, Loveday —dije genuinamente. Se giró para mirarme agradecida.
—Eso debería decirlo yo. ¡Mírate! Te ves espectacular —negué con la cabeza ante su modestia.
—Al tío lo vas a dejar sin palabras —rió girándose hacia el espejo para terminar de ponerse los pendientes de perlas—. ¿Qué necesitas?
—Unas manos habilidosas en el arte de colocar estas cosas infernales —me tendió los pequeños complementos con cansancio. Reí en voz baja por su arrebato. Con cuidado se los puse y la ayudé a acomodarse el vestido.
No era para nada parecido al que vi en el espejo la primera vez que nos sentamos a tocar el piano juntas. Ese era más bonito, si es que eso era posible. La tela caía sin mucho vuelo, haciendo que pareciera más sencillo de lo que era. Los tirantes se deslizaban por sus hombros con gracia y de ellos colgaba un tul blanquecino hasta la mitad de su falda. Cómo no, las flores no faltaron en su conjunto, adornando la cintura y parte del escote.
En cuanto al cabello, esa vez optó por llevarlo suelto, sin muchos arreglos. Al natural su melena tomaba protagonismo y encajaba a la perfección con el vestido un poco menos vistoso.
—¿Estás nerviosa? —le dije al ver que se retorcía las manos.
—Un poco —admitió con una media sonrisa—. ¿Crees que él también lo esté? —a mi mente vino una imagen bastante cómica de un hombre vestido de traje paseando por su habitación hasta crear un surco en el suelo.
—Apuesto lo que quieras a que cuando te vea entrar en la sala, Digweed lo tiene que sostener para que no se desmaye —la carcajada no se dejó esperar por parte de ella, aminorando un poco su ánimo.
—Sí… Sería bastante gracioso presenciar eso —una sonrisa traviesa se le cruzó por el rostro. En alguna parte de la casa, sonó el reloj marcando la hora punta.
—Tengo que ayudar a la señorita Heliotrope con la recepción. ¿Está bien que te deje sola por un rato?
—Tranquila, ve a hacer tu labor de dama de honor. Luego nos vemos en la ceremonia —me estrechó la mano. Me alejé, dispuesta a salir, pero me detuve a medio camino. Di la vuelta para verla aún de pie junto a la silla. Seguramente estaba esperando a que me fuera para dejar que la histeria la dominara.
—¿Sabes? Me alegro mucho de que formes parte de mi familia —su sonrisa flaqueó al oír mis palabras, pero se recompuso inmediatamente tratando de mantener la compostura—. Gracias, por ser la mejor amiga que podría haber pedido.
Vi como se le humedecieron los ojos y yo tuve que hacer un gran esfuerzo por evitar que las lágrimas cayeran también. Caminó hacia mí para estrecharme en un fuerte abrazo.
—Gracias a ti, mi niña —apoyé la cabeza en su hombro—. No podría haberlo logrado sin ti —me separé de ella enjugando una lágrima fugaz de mi mejilla, algo que ella también tuvo que hacer para evitar que se echara a perder todo el maquillaje—. Harás que tu institutriz me corte el cuello por esto —señaló su rostro.
—Hoy es un día especial. Seguro que hace la vista gorda —bromeé.
Como prometió, la señorita estaba de pie en el recibidor esperando algo impaciente a que llegaran la ola de invitados que se avecinaba.
—¿Aún nada? —pregunté al pararme junto a ella.
—Nada —dejó de mirar al horizonte para posar la vista en el reloj—. ¿Esta gente no conoce la palabra "puntualidad"?
—Creo que los De Noir no son lo que usted llamaría "diplomáticos" —hizo un sonido de derrota, rodando los ojos. Miré en dirección al bosque, seguramente serían de los últimos en entrar aunque fueran la familia de la novia y tuvieran que estar allí desde hacía rato.
Parte de la familia Merryweather, los cuales venían desde Londres y Escocia, llegaron los primeros y bastante puntuales a la mansión. Conocía a más bien pocos de los que estaban allí presentes. Saludos cordiales y charlas desinteresadas fueron todo lo que ofrecieron los invitados a medida que los hacíamos pasar al salón. Algunas personas de Silverydew también fueron invitadas, ya que conocían a mi tío desde que era un niño. Fue el único del clan Merryweather que se quiso quedar a pesar de la maldición. Los habitantes del pueblo le tenían especial cariño y no podían de ninguna manera perderse tal evento.
La señorita Heliotrope estaba manteniendo una interesante conversación con el párroco que iba a oficiar la ceremonia cuando se oyó un estruendo a lo lejos. Sonreí al reconocer las banderas que ondeaban en los estándares que se dirigían hacia la casa.
Varios caballos negros como la noche pararon en frente de la entrada. Los jinetes dejaron sus monturas y Digweed se encargó de llevarlas al establo junto con los carruajes en los que habían llegado los demás invitados.
Como era de esperar, la mayoría de ellos iban vestidos con trajes negros, pero estos al menos eran elegantes e indicados para la ocasión. Coeur De Noir se acercó para saludarnos, se mostraba verdaderamente contento aquel día. Los chicos; Henry, David y Richard, se sacaron el sombrero respetuosamente y yo les devolví el gesto con una inclinación de cabeza en su dirección.
El último, pero no menos importante, hizo su entrada al vestíbulo. Me sorprendí al ver que llevaba una camisa blanca bajo una chaqueta americana negra satinada. Sus habituales botas fueron sustituidas por unos zapatos de vestir. No llevaba su bombín y tampoco había rastro de las plumas que solía llevar en el cuello como bufanda. Los rizos caían por su frente en pequeños bucles, dándole un aspecto diferente. Tuve que obligarme a dejar de fijarme tanto en él cuando vi que se dirigía hacia nosotras. Saludó a la señorita Heliotrope, de cuya existencia me había olvidado por un momento, y se paró frente a mí con una sonrisa.
—Llegas tarde.
—Para un De Noir esto es llegar pronto.
—Os gusta ser el centro de atención —le dije, refiriéndome a su llegada.
—Y eso es lo mínimo que podríamos haber hecho, te lo aseguro —reprimí una sonrisa. La verdad es que se estaban comportando bastante. Miró a nuestro alrededor, fijándose en la decoración—. Se me hace raro estar aquí —confesó.
—Sí, ¿quién diría que un De Noir acabaría siendo huésped de los Merryweather? —alcé una ceja de manera burlona. Negó con la cabeza, dirigiendo su mirada hacia mí por unos instantes. Me fijé de nuevo en su traje, esbozando una sonrisa traviesa.
—¿Qué? ¿Me queda bien? —se ajustó la chaqueta con orgullo.
—Más bien parece que vayas disfrazado —solté una risita al ver su mueca ofendida—. ¿Dónde te has dejado tu sombrero?
—No me lo recuerdes. Loveday me obligó a prometer que no lo usaría hoy. Dice que daría la impresión de que me robaría todas las pertenencias de los invitados.
—Eres el hermano de la novia. Tienes que dar cierta imagen —estrechó los ojos en mi dirección—. Y no te quejes tanto. A ti al menos no te han obligado a usar un corpiño que parece que te va a matar de asfixia cada vez que das un mísero paso.
—Sí, creo que lo tuyo es peor —asintió varias veces en comprensión, riendo por lo bajo.
—Soy la dama de honor, tengo que estar a la altura.
—Princesa, tú siempre estás a la altura —pude sentir como el calor me quemaba las mejillas. Al ver su semblante satisfecho, abrí la boca para replicar, pero la señorita Heliotrope decidió que ya era momento de entrar y me empujó para ir junto a los demás. Éramos los últimos.
Robin se escabulló entre la multitud con rapidez. Solté un bufido, aún sintiendo que estaba tan sonrojada como el vestido de una señora que pasó por delante de nosotras. Sacudí la cabeza, apartando aquellos pensamientos y obligándome a centrarme en lo que había a mi alrededor.
Iba a ser un día para recordar.
