Capítulo 5

Todos nos trasladamos al salón donde se iba a oficiar la ceremonia. Cada uno de los invitados se sentó en sus respectivos lugares asignados. La familia de la novia se sentaba en los bancos de la izquierda, mientras que los acompañantes del novio iban a la derecha.

Cuando me aseguré de que todo estaba listo, salí de la gran sala para buscar a Loveday. Me detuve en medio del pasillo cuando me percaté de que una de las puertas estaba abierta. Concretamente, la sala de estudio. Asomé la cabeza por el hueco para ver a mi tío pasearse con los brazos cruzados en el pecho. Sonreí al verlo.

«Son tal para cual».

—Tío —lo llamé, sobresaltándolo—. ¿Qué haces ahí? Deberías estar de camino al altar.

—Me estaba tomando un momento antes de salir —se llevó la mano a la nuca. Al pobre se lo estaban comiendo los nervios. Me alejé del marco de la puerta.

—Todo saldrá bien —suspiró con pesadez.

—No quiero fastidiarlo como la última vez —se sinceró, sentándose en la silla que había olvidada junto a la pared.

—Y no lo harás —puse una mano sobre su hombro, desviando su atención, haciendo que dejara de jugar distraídamente con los gemelos que le abrochaban las mangas—. Loveday te quiere, y tú a ella también. Eso es lo único que importa.

Me observó mientras le sonreía con tranquilidad, intentando brindarle algo de ánimo. Miró mi mano antes de agarrarla y estrecharla entre las suyas. Sonrió antes de depositar un casto beso en el dorso de estas.

—Estoy contento de que estés aquí, sobrina.

—Yo también, tío —le di un abrazo que lo pilló de sorpresa, pero no tardó en devolverme el gesto. Era su manera de decirme que me quería—. Venga, todos te esperan —me eché hacia atrás, observando su semblante, el cual se mostraba menos asustado y con más decisión.

—Tienes razón —se levantó y tomó valor para salir por fin de aquella pequeña habitación. Digweed apareció por el pasillo para conducirlo al gran salón. Yo volví a dirigir mi marcha hacia la habitación de mi amiga. No había tiempo que perder. Para mi alegría, ya estaba lista esperando junto a la puerta con el ramo en las manos.

El camino a paso lento por los pasillos de la mansión se me hizo corto. Había algo en el aire, algo que hacía aquel momento más mágico de lo que ya lo era a simple vista. Cuando llegamos a la puerta, el murmullo de la gente se fue acallando al ver a Loveday esperando pacientemente. No tardaron en ponerse de pie.

Coeur De Noir salió al encuentro de su hija. Le sonrió con cariño al verla y le tendió el brazo para que lo tomara. Sabía que era momento de retirarme cuando vi a los músicos empezar a preparar los instrumentos para dar comienzo la marcha nupcial. Lo más sutil y rápido que pude, llegué al primer banco donde se encontraban la señorita Heliotrope, Marmaduke y Digweed.

Justo cuando me coloqué, empezó a sonar el violín y la novia dio su primer paso hacia el altar. Mi tío estaba esperando junto al párroco. Su mirada, la cual no se despegaba de ella, lo decía todo. Así como el semblante feliz de ella al encaminarse hacia él.

Loveday me sonrió al llegar al frente y yo asentí en su dirección. En cuanto estuvo a su alcance, la mano de mi tío salió en su busca, como si el tiempo que habían pasado separados hubiese sido una eternidad para ellos.

Su padre la despidió depositando un tierno beso en su frente, así como saludó respetuosamente al que iba a ser su yerno y se retiró al asiento de la izquierda junto al resto de su familia.

Mi mirada se cruzó con la de Robin en ese momento. Le sonreí antes de volver la vista al frente. El párroco nos dio permiso para sentarnos y así dar comienzo la misa oficialmente. Fue preciosa de principio a fin, incluso los De Noir estuvieron atentos en todo momento a lo que sucedía en el altar.

—Y yo os declaro, marido y mujer. Puede besar a la novia —sentenció el hombre. El tío Benjamin no esperó ni un segundo más y atrajo a Loveday hacia sí, uniéndolos en un apasionado beso. Todos en la sala vitoreaban y aplaudían emocionados. Los chicos y Robin fueron los encargados de silbar hasta dejar a todo el mundo sordo.

Sonreí con ternura al ver que los recién casados compartían unas palabras que solo ellos pudieron escuchar, ajenos al ruido de su alrededor. Era como si vivieran en su propio mundo separado por una burbuja.

Una vez terminada la parte ceremonial, todos pasamos a otra de las muchas grandes salas que teníamos reservadas para los grandes eventos. En esta nos sentamos a comer y servió como pista de baile más tarde. Marmaduke, como era de esperar, se había encargado del menú que se serviría ese día. No podíamos esperar menos de la cocina del más mágico de la familia.

Los invitados se encontraban un poco más alejados de la mesa principal donde nos encontrábamos los más cercanos a los novios. Robin y su padre se sentaron junto a Loveday, mientras que Digweed, la señorita Heliotrope y yo estábamos justo al lado de mi tío colocados en forma de medio círculo para poder vernos bien y conversar los unos con los otros.

Justo después del brindis y terminar con todo lo que había en la mesa, era el momento del vals que abriría el baile. Me encaminé hacia el piano en silencio mientras ellos se colocaban en el centro del salón, rodeados por los invitados que se mostraban expectantes.

Me habían pedido que fuera yo quien tocase la melodía, un honor que no pude más que aceptar con emoción. Una vez sentada en el taburete frente a las teclas, sentí los nervios hormiguear mi estómago. Tomé aire entrecortadamente, a sabiendas de que todos esperaban mi entrada. Cerré los ojos, posé las manos sobre las teclas y me dejé llevar por esa melodía que había oído cientos de veces.

La canción de Loveday y mi tío sonaba por cada rincón de la sala, envolviendo a todo el mundo con su encanto. Eché un vistazo al centro para verlos bailar con gracia y elegancia al compás de la música. Me animé y toqué con más ímpetu. El tío había hecho un movimiento que había dejado a la novia suspendida a pocos metros del suelo justo cuando terminé de tocar y dejé que la nota se alargara un poco más para complementar el momento en el que se agachó para unir sus labios en un beso.

La multitud soltó varios suspiros mientras aplaudían a la pareja. Alcé las manos de mi regazo para unirme a los aplausos de igual manera. Me desconcertó cuando los invitados fueron volviendo sus miradas en mi dirección y me brindaron una cálida ovación a su vez. Ladeé un poco la cabeza algo abrumada al principio. Me levanté e hice una tímida reverencia. Los novios aplaudían también con grandes sonrisas en sus rostros. Se acercaron a mí para darme las gracias. Loveday me estrechó en un caluroso abrazo y mi tío dio varios toques en mi coronilla con cariño.

Decidí retirarme cuando se alejaron, sonriendo a los que me detenían para darme la enhorabuena por la bonita puesta en escena. Me sentí aliviada al llegar a una de las esquinas de la habitación. Tomé una copa y me serví un poco del ponche que había en la mesa de los dulces mientras observaba a la gente que se reunía en la pista de baile para seguir con la fiesta. Los músicos habían tomado mi relevo y tocaban una pieza más rápida.

Por el rabillo del ojo vi que varias personas se acercaban hacia donde estaba. La pandilla casi corrió en mi dirección cuando me encontraron entre toda la gente.

—¡Vaya actuación! —dijo David con entusiasmo.

—Ha sido espectacular —comentó Henry.

—Nadie podría haberlo hecho mejor —estuvo de acuerdo Richard.

—Gracias, chicos —les sonreí al ver lo emocionados que se encontraban. Supongo que las lecciones de la señorita Heliotrope y las horas invertidas habían servido para algo. Unos rizos alocados captaron mi atención entre todos ellos. Robin se paró frente a mí mirándome con algo que pude deducir como orgullo en sus ojos marrones.

—No ha estado mal.

—¿"No ha estado mal"? ¿Eso es todo lo que tienes que decir, Robin? —los muchachos lo miraron con el ceño fruncido.

—Cualquiera podría haberlo hecho —no apartó su mirada de mí. Sonreí al notar la frase familiar, guiñandome un ojo con complicidad.

—¿Desde cuándo sabes tocar el piano? —Richard se quejó al recibir un golpe por parte del chico. Reí al ver la mirada que le lanzó, como si quisiera tumbarlo de un golpe telepático.

—¿Qué hace aquí sola? —Henry me miró con una ceja levantada al mismo tiempo que señalaba a la multitud que bailaba a lo lejos—. ¿No le gusta bailar?

—O puede que nadie se lo haya propuesto—asentí en la dirección de David, coincidiendo con él—. Vaya, ¿nadie se atreve a pedirle un baile?

—Y quien se atreva es hombre muerto —murmuró en voz baja Richard, conteniendo una carcajada a duras penas, recibiendo miradas puntiagudas de Robin. Si las miradas mataran, el muchacho ya estaría a medio camino de la tumba.

—Ahora me apetece estar aquí por un rato. Me gusta ver como bailan —le di un sorbo a mi bebida despreocupadamente.

—Es una pena, apuesto a que más de uno se muere por bailar con usted —miré con el ceño fruncido a David, sin entender de dónde se había sacado eso. Varias risitas le siguieron por parte de Henry y Richard.

—¿Quién?

—Pues, cualquiera que tenga buen gusto —Robin le dio otro codazo aún más fuerte al chico de cabellos oscuros. Se dijeron algo con la mirada que no logré descifrar—. Creo que nosotros nos vamos a por algo de comer —David y Henry asintieron, de acuerdo con él. Negué con la cabeza. No tenían remedio.

—¡Hasta luego! —los despedí antes de que se perdieran en busca de algo mejor que hacer. Robin, en cambio, se quedó conmigo, lo que me llamó la atención. Nos quedamos en silencio por un rato. Tomó una copa y también vertió un poco de ponche en ella. De vez en cuando me perdía en mis pensamientos mientras veía los vestidos y las telas danzar, hasta que fui yo la que rompió el cómodo silencio—. ¿No vas a bailar?

Su mirada salió disparada hacia mis ojos oscuros, dejando de lado un momento la copa que estaba por llevarse a los labios. Mostró una sonrisa torcida.

—Qué manera más sutil de pedirme que baile contigo, princesa —lo golpeé en el pecho con el puño cerrado, ocasionando que casi escupiera.

—Hablo en serio —señalé a las chicas que había al otro lado de la pista, las cuales no dejaban de mirar hacia nosotros. Más bien hacia Robin, con ojos coquetos. Ni siquiera se molestaban en disimular—. Algunas parecen ansiosas porque las saquen un rato.

—No estoy interesado.

—¿Seguro? —enarco una ceja—. ¿O es que no sabes bailar y te da vergüenza invitar a una dama?

—Por supuesto que sé —alzó el mentón con orgullo—. Mejor que tú, me aventuraría a decir.

—Nunca me has visto bailar —me crucé de brazos, enfrentándolo.

—Por algo será —jadeé, reprimiendo un siseo exasperado.

—¿Es eso un reto?

—Depende de cómo lo veas —la diversión le brilló en los ojos. Con un último sorbo, dejó la copa en una de las mesas y se paró frente a mí. Su semblante cambió para tornarse un poco más suave, un poco más serio de lo normal. Yo dejé de lado mi fastidio al ver que me tendía la mano—. ¿Quieres bailar, Maria?

Observé su mano extendida por unos instantes, luego alcé la vista para encontrarme de nuevo con sus ojos. Asentí esbozando una media sonrisa y acepté posando la palma de mi mano en la suya. Me guió hacia la pista mientras esquivamos a varios bailarines. La pieza terminó justo cuando nos colocamos uno frente al otro. La que sonaba en ese momento era pausada pero no demasiado lenta, un vals ameno.

Coloqué mi mano derecha en su izquierda y la otra en su hombro. Robin colocó la suya que quedaba libre un poco más arriba de mi cintura. Con un paso rápido se acercó a mí, cerrando la distancia que nos separaba. Antes de darme cuenta, ya estábamos dando vueltas por la pista. No lo hacía mal. Para ser sincera, era un buen bailarín. ¿Por qué no había querido bailar antes?

La gente a nuestro alrededor nos daba espacio al pasar, como si no quisieran entorpecernos. La diferencia en alturas era notoria desde esa posición, de tal manera que mi cabeza le llegaba un poco más abajo de la nariz. Tuve que levantar un poco los ojos para poder encontrar su mirada. Compartimos una sonrisa antes de que me hiciera girar inesperadamente y me echara a reír cuando me atrapó de nuevo.

Cuando terminó la pieza, hicimos una reverencia y abandonamos el centro del salón para colocarnos a un lado. Los amigos de Robin estaban por allí cerca, ya que nos saludaron alzando un poco las copas en nuestra dirección, diversión notoria en sus semblantes.

—¿Crees que te atormentarán mucho por esto? —dije sin dejar de observarlos.

—Puedes darlo por hecho —una sonrisa maliciosa tiró de mis labios sin quererlo.

—Bueno, he de decir que no lo has hecho tan mal como esperaba —alzó una ceja y ladeó la cabeza—. Casi me pisas en varias ocasiones pero te has comportado, estoy impresionada.

—Ni siquiera te he rozado el pie —replicó.

—Pero has hecho el amago —no pudo aguantarlo más y vi como se dio por vencido negando con la cabeza ante la lucha que habíamos empezado. Tenía las de perder frente a mi obstinación y lo sabía bien. Me gustaba sacarlo de quicio, tanto como él a mí.

De repente, la música se detuvo y todo el mundo quedó desconcertado. Loveday apareció en mi visión caminando hacia las escaleras que separaban a la banda de los invitados que bailaban. El tío Benjamin se quedó rezagado con las manos a su espalda esperando pacientemente lo que tenía que anunciar su esposa.

—¡Ha llegado la hora del lanzamiento del ramo! —varias chicas emitieron chillidos de emoción. Mi mirada las estudió a medida que se iban colocando delante de ella. Ni siquiera hice el ademán de moverme. Conocía muy bien la tradición y no creo que la siguiente en casarse fuera a ser yo a mi corta edad. Aunque no puedo negar que me hubiese gustado intentar atraparlo también. Las flores que había escogido eran hermosas—. ¿Listas? ¡Ahí va! —se giró y lo tiró sin contemplaciones. En un abrir y cerrar de ojos, el pequeño grupo de damas se vio envuelto en una gran reyerta por la posesión del regalo.

—Parecen lobos hambrientos peleándose por su presa —comentó Robin divertido a mi lado mientras observaba el espectáculo.

Después de varios tirones, el ramo salió disparado y voló por encima de sus cabezas, terminando en manos de la persona menos esperada y que ni siquiera se había puesto en la fila. Una sonrojada señorita Heliotrope miró con sorpresa y algo de timidez a su alrededor.

Aplaudí con entusiasmo y ternura al ver a Digweed acercarse a ella. La abrazó sutilmente por la cintura, algo que la hizo padecer aún más bochorno del que estaba sintiendo.

Absorta en el momento, no había notado que Robin se había alejado hasta que lo vi agacharse en el piso un poco más adelante. Incliné la cabeza hacia un lado para ver varias hojas y flores maltrechas tiradas. Se levantó y se acercó de nuevo con una rosa en la mano. Debía ser la única que quedaba de una pieza. Me la tendió despreocupadamente y mirando hacia el frente cuando llegó a mi lado.

Tomé la flor con cuidado, rozando los delicados pétalos con la yema de mis dedos. Sonreí en su dirección y lo sorprendí mirando cuando corté un poco el tallo y me coloqué la rosa en el pelo, encajándola con las cintas y el moño.

No dijo nada, tan solo me observó por unos segundos más hasta que soltó un carraspeo y se excusó para ir con los chicos un rato. Al darme cuenta de que mi atención seguía sobre él incluso cuando ya no estaba conmigo, me obligué a enfocarme en la pista de nuevo.