Capítulo 9
—Respire hondo —mi pecho se alzó cuando aspiré aire profundamente—. Muy bien, ahora espire despacio —noté el abdomen bajar lentamente. Se quitó el aparato que llevaba en las orejas y miró a la preocupada mujer y a los dos hombres nerviosos a su lado—. Solo es un resfriado. Lo peor ya ha pasado. En un par de días más, como nueva. Mucho reposo y comida caliente es lo que necesita —se levantó y caminó hacia ellos mientras buscaba en su maletín—. Tiene unas defensas envidiables esta niña —añadió con una sonrisa amable.
—Gracias, doctor —mi voz no salió más que como un susurro casi inaudible.
—Es un alivio —murmuró la señorita con una mano en su pecho, visiblemente más tranquila que hacía unos días atrás. Había tenido algo de fiebre y malestar. No era la primera vez que me ponía enferma pero esa fue una de las peores desde que era pequeña. El mismo día que fui al pueblo empecé a notar los síntomas, pero no fue hasta la mañana siguiente que no bajé a desayunar de lo mal que me encontraba. Tampoco comí las maravillosas galletas que siempre me llevaba Marmaduke. Eso fue suficiente para alarmar a todos los miembros de la casa.
Digweed se ofreció para ir al pueblo en busca del doctor Smith, pero este no pudo venir hasta el día siguiente porque estaba ayudando en labor de parto, así que tuvieron que hacerse cargo de mí como bien pudieron.
—Lo acompaño hasta la salida—el mayordomo guió al hombre, no sin tener problemas con la diminuta puerta. Pude visualizar una silueta negra tumbada en el descansillo fuera. Wrolf había estado allí todo el tiempo que estuve convaleciente, como si guardara mi reposo. La señorita Heliotrope se sentó junto a mí en la cama y el hombrecillo se quedó de pie.
—Ay que ver… Harás que me de un ataque de tantos disgustos —quitó un mechón extraviado de mi rostro con cariño.
—Siento daros tanto trabajo.
—¡Tampoco es eso! —palmeó mi pierna—. Cuidaremos de ti hasta que estés mejor —sus ojos me miraron con calidez. La tomé de las manos, apretando suavemente.
—Pronto te pondrás bien y podrás volver a corretear por el bosque, ya lo verás —sonreí al cocinero—. Me voy a prepararle una sopa de calabaza, le vendrá bien —le dijo a la mujer.
—Dejaremos que descanses, querida. Si necesitas algo estaremos abajo —asentí y dejé que se marcharan. Giré la cabeza hacia la ventana, mi única distracción durante esos días. El sol brillaba tenuemente, apenas unas pocas nubes blancas surcando el cielo.
Un suspiro de aburrimiento escapó de mi boca. Quería salir fuera a tomar el aire, pero eso podría empeorar mi resfriado. Prefería estar haciendo cualquier otra cosa excepto estar en esa cama todo el día. Incluso echaba de menos las clases de la institutriz.
Bufé tomando uno de los cojines que tenía en la espalda y me lo eché en la cara. No era la mejor enferma del mundo ni nunca lo sería. Demasiado inquieta para estar así.
El suave sonido de unos nudillos golpeando la puerta me sacó de mi frustración. Fruncí el ceño. Apenas hacía un rato que se habían marchado. Debía ser Marmaduke con la sopa.
—Adelante —al dar mi permiso, la puerta se abrió despacio. Mis ojos brillaron al ver quién entraba con cautela y una media sonrisa en la habitación—. ¡Robin! —se quedó mirando por un momento desde el umbral de la puerta, torciendo el gesto.
—Madre mía, estás fatal.
—No te burles —mi voz salió débil, pero esbocé una pequeña sonrisa al ver que se sentaba en la silla junto a la cama. Me ayudó a incorporarme, apoyando mi espalda en los cojines a la vez que yo me refugiaba en la calidez de mi bata.
—¿Nadie te ha dicho nunca que pasear bajo la lluvia no es tan mágico como lo pintan en los libros?
—¿Cómo sabes…? —me detuve un momento, frunciendo los labios pensativamente.
—Nada sucede por estos lares sin que yo me entere —fanfarroneó.
—Viste a Digweed con el médico en el pueblo viniendo hacia aquí, ¿verdad? —alcé una ceja escéptica. Se echó hacia atrás mirando con cautela.
—Dios, ¿cómo lo has adivinado tan rápido?
—Soy bruja, ¿recuerdas? —hizo una mueca de disgusto. No le gustaba que le recordara el apodo que me reservaron él y sus amigos cuando llegué a Moonacre. De cierto modo, se avergonzaba, ya que no lo sentía de verdad.
—Pues no predijiste muy bien el catarro que ibas a pillar.
—Ya, no se puede ser perfecta todo el tiempo.
—Pensé que el único narcisista y arrogante aquí era yo.
—Todo se pega menos la hermosura, dicen.
—En eso llevas razón —sacudió su hombro vanidosamente haciendo que rodara los ojos. Nos quedamos en silencio por un momento.
—Es un detalle que hayas venido a visitarme —lo miré de lado, llevando las manos a mi regazo.
—Sí, bueno. Sería un mal amigo si no lo hiciera y seguramente me odiarías por el resto de tu vida —le di un codazo y casi rió por la poca fuerza que empleé en ello.
—No soy tan rencorosa.
—Si tú lo dices, princesa —le saqué la lengua con indignación—. Deberías cuidarte más. Y sino, hazlo por la pobre mujer que anda de un lado para otro en la cocina con Marmaduke.
—Me sorprende que te haya dejado subir.
—No lo ha hecho —ladeé la cabeza—. Me dijo que viniera después porque necesitabas descanso, pero luego tengo que hacer un par de cosas y no podré venir.
—Vaya, así que te has colado descaradamente.
—Podría decirse que sí —se encogió de hombros.
Podía imaginar a la institutriz llevarse las manos a la cabeza si se enterara de que un muchacho estaba en mi habitación sin supervisión alguna. Reí al visualizarlo en mi mente, ocasionando que tosiera un poco. Me llevé la mano al pecho algo dolorida.
Sus ojos marrones escanearon mi rostro, dejando de lado las burlas y tornándose serio ante la situación. Alzó la mano y la posó sobre mi frente, apartando los mechones rebeldes del camino. Aún debía tener un poco de fiebre, porque sentí mi rostro arder ante el contacto.
—Ya me estoy recuperando —le dije, quitándole hierro al asunto. Tomó el paño y lo sumergió en agua, colocándolo sobre mi piel con suavidad.
—Parece que aún tienes un poco de febrícula.
—Estoy mejor, en serio.
—No siempre puedes ser la Princesa de Hierro. Deja de replicar tanto y deja que te cuide por una vez.
«Tú siempre me cuidas».
—Eres muy cabezota —soltó una risa disfrazada de bufido mientras se retiraba para recostarse más en su silla. En la quietud del lugar, con la chimenea crepitando de fondo y los sonidos del exterior amortiguados por las paredes, pensé en lo que me había estado rondando por la cabeza durante mi encierro aquellos días. Con cautela, decidí salir de dudas.
—Oye, Robin —emitió un sonido con los labios cerrados, alentándome a seguir—. He oído rumores sobre el negocio de tu familia. Dicen que no van muy bien las cosas —frunció el ceño momentáneamente.
—¿Te lo ha dicho algún bocazas con sombrero, por casualidad?
—Se dice el pecado, pero no el pecador —hice un gesto con mi mano sobre mis labios para señalizar que no hablaría sobre eso por mucho que insistiera. No quería comprometer a los chicos y traicionar su confianza. Dejó escapar un pesado suspiro, rindiéndose al fin.
—Solo son tiempos donde la gente no tiene dinero porque lo gasta en tonterías y no quieren pagar bien a los que se dejan la piel por proveerlos —murmuró con sarcasmo. Hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.
—Robin —le agarré la manga de la camisa negra, atrayendo su atención de nuevo. Cuando no decía la verdad, evitaba mirarme a los ojos. Justo como en ese momento—. Por favor, no me mientas. No soy tonta ni ingenua. Puedo ver que esto es serio —sus ojos se mostraron afligidos, como si estuviera en conflicto consigo mismo.
—Lo siento, no era mi intención hacerte creer eso —susurró, acercándose un poco más. Se quitó el bombín negro y pasó la mano por el pelo—. Estas cosas pasan a menudo, pero esta vez me ha tocado a mí lidiar con ello. Mi padre me dijo una vez que era normal pasar malas rachas en el negocio, así que lo tengo que llevar como pueda.
—Estoy segura que lo harás bien —me detuve un momento, dejando la manga de su camisa y posando mi mano sobre la suya, haciendo que me mirara directamente a los ojos—. Creo que sobra decir, que puedes contar conmigo si me necesitas. Estaré ahí para ti, en las buenas y en las malas —le brindé mi mejor sonrisa y él imitó mi gesto con gratitud. No me gustaba verlo tan serio. Y, aunque se esforzara en aparentar que todo estaba bien, sabía que era más serio de lo que quería hacer ver. Intentaba hacerse el fuerte y no lo culpaba por ello. Creció en un entorno en el que era eso o darte por vencido. Palmeé con suavidad el dorso de su mano, intentando animar la situación cambiando de tema—. Cuando me recupere, me gustaría ir contigo y los chicos a dar un paseo. Hace tiempo que no vamos todos juntos.
—Seguro que aceptan. Les encanta hacer de todo menos trabajar —ironizó, siguiéndome el juego. En su mirada vi alivio por el cambio de aires. Dejaría que Robin manejara la situación, pero si las cosas se ponían feas, yo estaría esperando en primera fila para salir en su ayuda. Y él lo sabía de sobra, porque sé que haría lo mismo por mí, no importaba qu´.
