Capítulo 10
Robin's Pov
El olor a alcohol y puro impregnó mi nariz. El humo se elevaba por encima de nuestras cabezas, creando una cortina opaca. Las voces excesivamente altas eran el sonido que acallaba los vasos tintineando y rompiéndose contra las tablas de madera del suelo.
Entre la multitud, divisé tres cabezas con sombrero en una de las mesas de las esquinas. Me hice paso entre la gente evitando los codazos de los jugadores exaltados por haber ganado un pequeño saco con escasas monedas, seguramente la mitad de ellas falsas.
Hacía poco que habían atracado los marineros de paso y varios comerciantes importantes de la ciudad. No era de extrañar que todos fueran a parar al único sitio en el que podían olvidarse por un momento de sus vidas y los problemas que acarreaban.
Aparté una silla desocupada y me senté en compañía de los muchachos.
—Vaya sitio para hablar de negocios —miré a nuestro alrededor, observando a cada cliente con atención.
—El mejor y más discreto que encontrarás —eso debía admitirlo. Allí cada uno iba por su cuenta, no estaban para que les arruinaran el buen rato con charlas que requerían cierta seriedad—. Además, necesitábamos despejarnos después de las pésimas semanas que estamos teniendo —replicó David tomando su bebida. Tenían razón, merecían un poco de descanso. Todos nosotros en realidad.
—Ni la caza es tan dura como la economía —se quejó Richard.
—Y ciertamente, no tan agotadora y agobiante —comentó Henry. Se movió en su silla, visiblemente cansado. Mirándolos bien, tenían un pésimo aspecto y el ánimo no acompañaba. La situación estaba siendo difícil para todos.
—Al grano, ¿qué habéis averiguado?
—El Tuerto zarpa en una semana como máximo —fruncí el ceño.
—¿No quiere vender?
—No al precio que le ofrecemos —Henry se mostraba hastiado. Seguramente había intentado negociar pero le resultó en una mala jugada—. Dice que no vale la pena hacer negocio por tan mísera cantidad que estamos dispuestos a pagar por su mercancía.
—¿Tanto pide por unas herramientas de caza? Ni que fueran de oro —ironicé negando con la cabeza.
—Pero son las mejores que vamos a encontrar por aquí—suspiré, asintiendo levemente. En eso llevaba razón.
—¿Y no podríamos hacer negocio con otro? —David y yo le disparamos una mirada llena de incredulidad al chico de cabello corto oscuro. Se encogió en su asiento, refugiándose y ocultando su rostro tras la jarra que se llevó a los labios.
—¿Y que mi padre se entere de que nos va tan mal como para no poder comprar unas míseras hachas? Paso —después de lo que me había costado que confiara lo suficiente en mí para dejarme llevar el negocio familiar, no estaba dispuesto a recibir ninguno de sus reproches. Aunque no fuéramos los únicos que las estábamos pasando canutas debido a la poca demanda de mercancía, seguramente mi padre encontraría la manera de cargarme el muerto a mí, pese a no ser yo el que diera el golpe de gracia.
—Esto no habría pasado si no vinieran los irlandeses con sus dichosos barcos a quitarnos el trabajo —gruñó entre dientes Henry mirando al otro lado de la taberna hacia un grupo de extranjeros que reían a carcajadas y brindaban contentos.
—Así es el mercado. El más listo se lleva el premio gordo y los demás viven de las migajas que les sobran —chisté con frustración.
—Pues yo no pienso regalarles nada a esos engreídos que ni siquiera saben cazar como es debido. Solo exportan y poco más. Seguro que les pagan una mierda a los que les compran la carne y las pieles —asentimos, de acuerdo con David. Se creían la gran cosa desde que llegaron hacía unos pocos meses atrás. Y desde su llegada todo había ido de mal en peor.
—Tenemos que trazar un plan para que el Tuerto se anime a vender —apoyé el codo en la mesa, echándome un poco más hacia delante—. Si mi padre se entera de que se ha marchado y no hemos conseguido un trato, la llevamos clara —por el rabillo del ojo vi a Richard estremecerse ligeramente con la mirada perdida en el poso de su cerveza.
—No me apetece quedarme sin cenar durante el resto del mes y servir de camarero mientras los demás comen.
—Ni a mí dormir en los establos.
—Anda que a mí me hace ilusión tener que hacer de mozo de cuadra.
—Robin, ¿crees que sería tan cruel esta vez? —los tres me miraron con inquietud. Solté un largo suspiro.
—Ha cambiado para mejor, pero cuando se cabrea sigue teniendo muy mala leche —tomé un poco de la bebida que me habían ofrecido nada más llegar, intentando mantenerme tranquilo.
—Entonces, estamos jodidos —se dejaron caer en sus asientos. El desánimo crecía por momentos.
—No si hacemos algo al respecto. Aún podemos remediarlo.
—No sé cómo, el banquero nos dio menos de lo que contábamos cuando fuimos el otro día —cerré los ojos ante eso.
—Ya se nos ocurrirá algo. Creo que lo importante es concertar una cita con él de nuevo.
—Por intentarlo no perdemos nada —Richard se mostró algo más optimista, sonriendo de lado—. Con mis mañas seguro que puedo conseguir que nos haga un hueco antes de que se marche.
—Yo intentaré sacar el dinero de donde pueda —se ofreció David—. Aún nos queda algo de tiempo. Podemos aprovechar que hay muchos comerciantes e insistir en la venta. Alguno picará.
—Bien, pues lo dejo en vuestras manos. Henry y yo nos encargaremos de la caza hasta entonces —asintieron con decisión. Me fiaba de ellos como si se trataran de mis propios hermanos. Si daban su palabra, podías contar con ello.
Hablamos de otras cosas que nada tenían que ver con el negocio. Buscamos cualquier pretexto para evadir el tema y despejarnos al menos por un rato.
—Por cierto, Maria quiere ir de pícnic un día de estos —estábamos comentando que deberíamos tener más días libres una vez resolviéramos el tema del dinero. Personalmente, no se me ocurría mejor manera de celebrar el fin de los problemas que con la princesa. Últimamente no había pasado tanto tiempo con ella como me hubiese gustado y quería recompensar eso.
—No sé cómo lo haces, pero siempre encuentras la manera de meter a cierta chica en la conversación a la mínima oportunidad —sacudí el hombro del rubio y rió al ver mi expresión fastidiada.
—Yo solo os lo digo por si queríais venir, pero ya veo que preferís moriros de asco en el castillo.
—¡Ni de coña! Yo iré, pero si trae algo de su cocina. Preferiblemente los postres que se sirvieron en la boda. No he probado cosa más rica en mi vida.
—Bueno, comparado con lo que comemos nosotros, tampoco es difícil —se carcajeó Henry.
Cada vez se nos hacía más difícil hablar debido a que, a medida que avanzaba más la noche, más gente entraba a la taberna. Al ver que empezaba a llenarse, decidimos marcharnos. Ya habíamos estado el tiempo suficiente y mañana teníamos trabajo que hacer. Necesitábamos recobrar fuerzas o no podríamos cazar ni una pequeña liebre.
Una vez salimos, fue un alivio sentir la brisa nocturna en el rostro, apaciguando el lugar y el calor que desprendía la taberna.
—Vaya, ¡pero si son la pandilla De Noir! —volteé para ver pasar por nuestro lado una cuadrilla de chicos más o menos de nuestra edad. Los reconocí casi al instante por el uniforme de marineros que llevaban y algunas caras familiares. Viejos conocidos con los que solíamos frecuentar cuando éramos más jóvenes. Eventualmente nos alejamos de ellos a medida que fuimos creciendo y nos adentramos en la vida laboral a tan temprana edad. Un alivio. Su compañía empezó a tornarse conflictiva con el paso del tiempo. Rompimos los lazos definitivamente cuando marcharon al mar varios años atrás—. ¡Cuánto tiempo sin vernos!
—Sí, aunque no lo parezca, el tiempo pasa bastante rápido. ¿Cómo ha ido en Francia? —preguntó Henry, mera cortesía.
—Mejor de lo que esperábamos —comentó un muchacho de cabellos rojizos. Lo recordaba con claridad, se trataba de Luke, uno de los pocos de los tantos de ese grupo que no soportaba. Su mirada nos escaneó a los cuatro, como si nos evaluara de alguna manera—. Aún cuando por aquí las cosas han cambiado bastante, al parecer —frunció un poco el ceño, ladeando la cabeza.
—Es reinventarse o morir, así va la vida —comenté como si nada, sin entender muy bien a qué venía ese comentario.
—Claro. Los tiempos trocan rápido, pero hay cosas que uno no esperaba que fueran a cambiar tan drásticamente. No al menos algo que lleva siglos siendo así —hizo una pausa, esbozando una sonrisa aguda—. Nos han llegado rumores de que confraternizas con los que solían ser tus enemigos, Robin. No sabía que los De Noir se cambiaran de chaqueta tan a menudo.
Al oír el reproche, entendí su actitud. No era un misterio el conflicto que hubo entre las dos familias y la reciente reconciliación. Torcí el gesto despreocupadamente, quitándole importancia. Podía ver en su rostro que buscaba mis cosquillas de alguna manera. Yo no le debía ningún tipo de explicación a ese tipo.
—Han pasado muchas cosas desde que no estáis. Además —estreché los ojos en su dirección, metiendo las manos en mis bolsillos—, eso a ti no te incumbe.
—Sí cuando sabemos de buena tinta que pasas mucho tiempo con la chica Merryweather, la que vino de la ciudad hace un año y poco. Los rumores vuelan, como ya sabes —jugó con el cigarro que llevaba en la mano—. Cuando nos enteramos nos extrañó bastante. Tú, que te criaste bajo el odio de tu padre hacia esa gente. Aunque no te puedo culpar, la chica tiene su encanto. Cualquiera caería rendido a sus pies e ignoraría una riña de más de cien años—su tono era burlón y sus palabras destilaban veneno.
—Cuidado, Luke —mi voz salió fría y aparentemente tranquila, sin emoción. Pero podía sentir la ira burbujear lentamente en mi interior. Richard se posicionó a mi lado y me decía en voz baja que era mejor irse. Pero yo no iba a ir a ninguna parte. Él aún no había terminado de hablar.
—¿Debo tenerlo? A mí también me gustaría pasar tiempo con ella. ¿No la quieres compartir? Chicas tan bonitas no se ven todos los días por aquí. No seas egoísta y deja que la conozcamos —di un paso hacia delante, pero los chicos me agarraron a tiempo. Me los intenté quitar de encima pero los tres tenían más fuerza que yo—. Vaya, ¿no te gusta la idea? Estoy seguro que disfrutaría más de mi compañía que la tuya, solo tienes que darle la oportunidad. Quizá quiera pasar un buen rato —esa última frase y esa sonrisa lasciva fueron la gota que colmó el vaso.
Fui tan rápido que no vio venir el puñetazo en su cara que lo tumbó de espaldas al suelo. Los chicos me dejaron en total libertad al escuchar lo que dijo y no me detuvieron, sino que evitaron que los que lo acompañaban se me acercaran y tomaran represalias. Nos enzarzamos en una cruda pelea. Puñetazos, patadas y golpes con todo lo que teníamos encima se repitieron hasta que los tuvimos justo donde los queríamos. Aunque nosotros salimos mal parados del enfrentamiento, no era ni por asomo, comparado a su nivel.
Miré la basura humana que tenía agarrada por el cuello intentando soltarse de mi agarre. Apreté un poco más y lo acerqué a mí.
—Escúchame bien, porque no volveré a repetirlo. Ni se te ocurra acercarte a ella. Como me entere de que sale la más mínima palabra o sonido de tu asquerosa boca hacia ella, no respondo de mí. Ni siquiera la mires al pasar. No te quiero respirando el mismo aire que ella. ¡¿Me has entendido?!
Nadie insultaba a Maria estando yo presente y salía impune de ello. Por encima de mi cadáver. Ella valía mil veces más que todos ellos juntos. Oír mencionarla de esa manera por ellos era un insulto hacia su persona.
Con un asentamiento de su parte dejé de sujetar el cuello de su camisa y cayó bruscamente al suelo. Jadeó en busca de aire agarrando su cuello mientras sus amigos lo ayudaban a incorporarse. Me reuní con los muchachos, los cuales me cubrían las espaldas por si se les ocurría hacer cualquier movimiento.
Huyeron lo más deprisa que pudieron, no sin antes dirigirnos miradas cargadas de odio. Poco o nada me importaba. Pasé la manga de mi camisa por la comisura de mi labio inferior, notando el sabor metálico de la sangre en mi paladar.
—Vamos, Robin —una mano en mi hombro me alentó a moverme de la entrada de la taberna, en la cual había bastante gente congregada observando con horror y curiosidad lo que había sucedido. No me había percatado de su presencia hasta entonces. Los ignoré y marché junto con Richard, Henry y David hacia los caballos que teníamos atados no muy lejos de la plaza, listos para volver a casa.
