Capítulo 7. La fortaleza de Hebra

El tiempo hizo imposible para que los ornis aterrizaran en la ladera del pico más alto de Hebra. Kafei aseguraba que allí había sido donde había surgido la llama, antes de destruir el mapa, los ornis que los llevaban, Oreili y su hermana Vestes, les dejaron en el punto más cercano, antes de que la tormenta empezara a arreciar.

Costó convencer a Link, que quería marchar ya hacia esa dirección, pero al final reconoció que no iban a poder ver nada con esa tormenta, y al final buscaron refugio. Encontraron una gruta, pequeña pero suficiente para el grupo. Los ornis llevaban provisiones, pero eran todas hierbas y setas, algo que no agradó a Leclas. El muchacho había traído consigo carne y pescado seco, más una petaca, y compartió un poco con Kafei, antes de echarse, anunciar que haría un turno de madrugada, y quedarse dormido.

– No se lo tengáis en cuenta, está preocupado por Zelda – trató de excusarle Link. Medli negó con la cabeza.

– Como todos – Medli sacó su arpa y le hizo un gesto a Link en dirección a la flauta, guardada como siempre entre las flechas del carcaj –. Podemos probar a aprender el hechizo de localización. Si Zelda está cerca, podemos usarlo en el exterior y quizá encontremos alguna pista...

– Sería mejor que lo probaras tú sola, Medli – Link sacó la flauta. Acarició las familiares teclas, con los símbolos de la familia real en ellas –. Ya te dije que no tengo poder mágico…

– No, no es cierto, alteza – la princesa de los ornis inclinó un poco la cabeza hacia la izquierda, y le observó con sus ojillos de pájaro –. Yo aprendí magia de mi madre, y, tras su muerte al tratar de ayudar a Lord Valú, él mismo en persona me ha ayudado a entrenar, pero no soy nada poderosa. Aún me queda mucho que aprender. Usted, alteza, tiene más experiencia…

– Perdí todo poder mágico, en la Torre de los Dioses – Link miró a Kafei y Leclas. El granjero también se había quedado dormido –. Mi poder venía de la pieza del triforce que tenía, la de la sabiduría. Sin ella, no puedo hacer magia. Lo he intentado… Muchas veces.

Medli tocó una nota en el arpa, y luego volvió a mirar a Link.

– No estoy tan segura de eso. Cuando hicimos el hechizo, noté que no todo venía de mí. Quizá es que debe entrenar más. Yo puedo ayudarle, con lo poco que sé, quizá poco a poco…

– Agradezco tu ayuda, Medli, y hace tiempo que busco a un maestro… Pero tengo una petición. Por favor, trátame de tú – Link sonrió y la princesa pájaro hizo un amago de sonrisa, lo que le permitía el pico –. Si vas a ser mi maestra, quien te debe respeto soy yo a ti.

Medli le pidió que también la tuteara. Se acercó un poco más y le mostró las cuerdas. Esa noche, tocaron durante su turno completo, lo que hizo que Leclas se pusiera la manta en las orejas. En cambio, Kafei durmió con una sonrisa, pensando que quizá así Link volvería a ser el mismo.

Sin embargo, cuando llegó la mañana y decidieron partir, el rey estaba serio, muy pálido y no quiso apenar probar bocado. Medli le dijo a Kafei que, a pesar de enseñarle todas las notas y tocar a la perfección la melodía para buscar, no lograron nada.

– Quizá la tormenta enmudece los hechizos, o será la misma montaña. Vamos a probar en el exterior.

No funcionó. Avanzaron, como pudieron, a pie los humanos, los ornis volando bajo. Se intentaban elevar, pero el viento era tan fuerte que les derribaba. Era peor a medida que subían metros. La cuesta arriba, sin caminos, solo desfiladeros congelados, era muy complicada. En un tramo, usando cuerdas, flechas disparadas por los ornis y Link, y también mucha paciencia, alcanzaron un punto alto. Al llegar arriba, Link soltó una exclamación de rabia. Esperaba ver un paisaje llano, sencillo, descubrir algún rastro de humo… Sin embargo, solo vieron más picos nevados rodeados de neblina. Encontraron otro refugio, más pequeño que el anterior. Estaban todos demasiado agotados para ponerse a hacer música ni magia. El fuego ardía, pero parecía inútil, no les calentaba ni un poco.

– Dime, Link, ¿a qué se refería Brant con eso de que ya hablaríais de Rauru? – preguntó Kafei, por sacar un tema de conversación. Link, envuelto en el abrigo grueso, la bufanda alrededor del cuello y los brazos cruzados dijo:

– Quiere que me case con una de sus hijas, y que nombre Rauru capital del reino de Hyrule. Es una aspiración que su familia lleva persiguiendo desde hace décadas – Link fijó la mirada en el fuego.

– Pero el tipo ese sabía que Zelda es tu novia, ¿no? ¿No dijo que era tu dama o algo así? – Leclas intervino. Sacó de algún lugar una petaca, y, tras ofrecer sin que nadie aceptara, se tomó un trago. Luego, ante la mirada venenosa de Kafei y otra enfadada de Medli, la guardó otra vez.

– Que un rey tenga una novia o amante es algo que se espera… – Link pestañeó. El humo del fuego que no calentaba le hacía llorar los ojos –. Sin embargo, también se espera que escoja a una hylian de alta cuna, como futura reina. El amor no se valora tanto entre los nobles.

– Menuda chorrada. Zelda es primer caballero, y es, bueno, fue la portadora de la cosa esa… la Trifuerza del Valor – dijo Leclas –. ¿Es que no es bastante para un rey?

– Lo es para mí, sí. Pero para la sociedad… Zelda viene de una familia de botánicos de Labrynnia, no es noble. Encima, extranjera. Cuando iniciamos esta relación, Saharasala nos lo advirtió, pero no quisimos escucharle. Puede que por eso perdamos los apoyos de los señores de muchas regiones, fuerzas militares necesarias, ahora más que nunca, después de ver el poder de destrucción del arca.

– ¿Y qué vas a hacer?

– No voy a prometerme con nadie que no sea Zelda. Habrá que buscar familias nobles y ciudadanos de Hyrule que quieran luchar para liberar el reino, no para conseguir objetivos que solo les beneficie a ellos – Link sintió una mano emplumada sobre su hombro. Medli le tendió entonces un puñado de frutos secos.

– No comprendo muy bien esas costumbres humanas vuestras – dijo la princesa orni.

– Yo tampoco las entiendo, Medli, yo tampoco.

Al día siguiente, el cielo estaba despejado, solo un poco, y Medli pidió a Link probar juntos otra vez el hechizo de rastreo. Link se unió, pero con poca alegría. El frío estaba mermando el espíritu del rey. Durante la noche, había tenido una pesadilla en la que veía a Zelda desintegrarse en un charco de sangre, ahogada en mitad del mar, encerrada en una cueva profunda que se iba llenando, poco a poco, de un líquido espeso negro. Agradeció haber perdido sus poderes de adivinación, porque si no no habría sido capaz de mantener la esperanza al llegar el día.

Empezaron a tocar, y nada sucedió. Medli pidió al resto que observara alrededor. Oreili y Vestes miraron hacia el norte y el sur, y Leclas y Kafei, el este y el oeste. Tuvieron que hacer pantalla con las manos, porque el escaso sol hacía resplandecer la nieve y les cegaba. La melodía sonó durante unos minutos, antes de que Leclas dijera que creía ver algo.

– ¿Crees? – Link dejó de tocar, y Medli también.

– Sí, pero no es un fuego, es solo algo que brilla, allí – Leclas señaló un lugar frente a él, en un prado cercano.

– Sí… tienes razón – Kafei echó a andar, despacio al principio, después empezó a correr. Link trató de seguirle, pero se hundía en la nieve y no era tan rápido y ágil como el granjero. Medli le tomó de las axilas y le elevó en el aire. Le dejó justo frente a Leclas y Kafei. Los dos miraban la mano del granjero, y luego se miraron entre ellos. Al girarse hacia Link este tuvo que morderse la lengua para evitar gritarles que se dieran prisa y le enseñaran lo que había encontrado.

Kafei se lo enseñó: era un medallón de plata. La cadena de plata reforzada estaba rota, casi no le quedaban eslabones. Apenas se veía la efigie del águila. Se había abierto, y los cabellos rojos que Link había visto en su interior, atados con una cinta blanca, habían desaparecido en algún lugar de la montaña.

Medli preguntó, y fue Link quien, con la voz entrecortada, anunció que sabían de quién era.

– Pertenece a Zelda. No se separaría de él, no voluntariamente…

Según Medli, Zelda no podía estar muy lejos, y esto lo demostraba. El hechizo había funcionado, porque los había llevado al medallón, una pista de que la labrynnessa estaba allí. Sin embargo, para Link, aquello solo mostraba que habían tenido suerte. Habían visto el medallón por Leclas, no por el hechizo. Registraron la zona, y no encontraron nada más que unas extrañas huellas en forma de estrella. "Los animales de esta zona deben de ser muy raros", fue el comentario de Leclas. No vieron más que un par de liebres blancas, que cazaron sin problemas.

Esa noche, encontraron un refugio en una cueva, en un valle hundido entre montañas. Según Oreili, había rastros de que había sido utilizado recientemente. Había ceniza en un sitio en concreto, encontraron raspas de pescado y una especie de mierda seca como la que soltaban los pájaros, pero más grande.

– ¿Zelda ha podido estar aquí? – preguntó Link,

– Puede, pero si es así, ha debido de tener ayuda – Medli iluminó la mierda. Leclas la tocó con un palillo, estaba seca y dura –. El animal que describió era un pájaro grande…

– ¿Vosotros también cagáis así? – dijo el shariano, y se llevó por esto un capón de Kafei, aunque Oreili y Vestes se echaron a reír. Entre ellos soltaron unos gorjeos, que no entendieron, pero que hicieron reír también a Medli.

– Me alegra que os divierta, pero a mí no. Esa persona que ayudó a Zelda se la ha llevado, y puede que más que ayudarla, la esté reteniendo. Eso, o está muy herida, porque Zelda no se quedaría quieta sin más – Link tocó los restos del fuego, que habían dicho los ornis. Al hacerlo, sintió calor, y en su mente se formó la imagen de Zelda, tendida, cubierta de vendas. Entrecerró los ojos. No era una imagen normal, veía todo oscuro, solo líneas blancas formaban el perfil de Zelda, y una especie de pájaro grande, con un pico plano y redondeado…

– Disculpa, Link – dijo Kafei, al mismo tiempo que le puso la mano en el hombro. Link parpadeó y olvidó lo que había visto –. Estás sangrando…

Link se llevó la mano enguantada a la nariz, y vio que tenía unas gotas de sangre. Negó con la cabeza y dijo:

– Disculpadme a mí. Estoy preocupado, pero eso no es excusa para tratar así a mis amigos. Mañana… Quizá con suerte…

No hizo falta esperar a la noche. Ese mismo día, mientras se organizaban para descansar en el refugio, Leclas encontró unas ramas, atadas entre ellas, que era una improvisada puerta.

– Este corte es muy limpio. No conozco ningún hacha o cuchillo capaz de hacer esto, debe estar afilado y además caliente a la vez – Leclas colocó la puerta, y entonces el chico hizo un ruido extraño, como de sorpresa, y chistó a los de dentro para que no hicieran ruido –. ¿Escucháis eso? Suena como el reloj de Términa.

Todos callaron. Leclas tenía razón. Desde el exterior, se escuchaba un sonido metálico, como algo pesado, muy cerca. Leclas puso la puerta y todos se agacharon. No habían llegado a encender el fuego aún. A través de las ramas, vieron una figura redonda, que pasó a pocos metros. La criatura tenía un único ojo azul, parpadeó, y luego, siguió su camino. Solo hasta que pasó y dejaron de escuchar el sonido de los pasos, todos soltaron el aire.

– Eso… no era animal ni humano – fue el comentario de Medli.

– No, desde luego… – Link se acercó a la puerta, pero Kafei se interpuso.

– No sé nada, solo siento que no debemos acercarnos a esa cosa, no de momento. Parece sacado de una pesadilla.

Leclas iba a hacer un comentario, como que puede que solo fuera uno, y que no parecía necesitar este refugio, pero enseguida escucharon otra vez los mismos sonidos, de la misma dirección por donde vino la primera criatura. Vieron pasar otras dos, una se detuvo más tiempo frente a la puerta, pero al final siguió su camino.

– Parece que van en una dirección, buscando algo – dijo Oreili. Vestes asintió, y solo en el grupo hubo una persona que dijo un nombre.

– Zelda…

Sin que nadie se lo pudiera impedir, Link retiró la puerta falsa y salió al exterior. Llevaba la capa y se echó la capucha sobre el rostro. Esas criaturas de metal corrían hacia el sur del refugio, ladera abajo. La tormenta arreciaba, pero el rey no se detuvo. El viento le quitó la capucha, y le arrojó al suelo. Link se puso en pie, y sintió, más que ver, que Kafei estaba a su lado. Medli, Oreili y Vestes también, y por último Leclas.

Caminaron siguiendo la ruta, sin hacer preguntas. Observaron a las criaturas. Unos kilómetros más tarde, ya en mitad de la noche, vieron que se detenían en un sitio. Había tres, y se movieron alrededor. Del ojo de una de ellas salió un haz de luz que iluminó el suelo. El grupo estaba parapetado detrás de una roca, espiando a las criaturas.

– Parece que han encontrado un rastro – dijo Oreili –. Huellas de al menos dos personas, algo muy grande que les acompaña, y un oso…

– Esas cosas parecen peligrosas, ¿y si les atacan? – Link se apartó de la roca.

– Peor será que nos ataquen a nosotros. No sabemos lo que son, ni siquiera si se pueden destruir. Parecen muy duros – Leclas comentó que se iban a congelar, debían encontrar de nuevo un refugio.

Link negó con la cabeza. No, no podían abandonar la búsqueda, no ahora que estaban tan cerca.

Ocurrió de repente: una de las criaturas se giró tan rápido que captó a Leclas de pie. Todos escucharon una serie de ruidos, y una luz roja apareció en el torso del shariano. Kafei estuvo rápido: le derribó de un empujón, a tiempo de que el rayo de luz que surgió de la criatura atravesara donde segundos antes estaba el Sabio del Bosque. Los ornis prepararon sus arcos y empezaron a disparar desde el aire. Link sacó el arco, y trató de unirse, pero sus flechas rebotaban en el cuerpo de las criaturas. Una de ellas disparó otra vez un rayo de color azul, dio a Oreili en un ala, y le derribó. Vestes le ayudó a ponerse en pie, y Medli se interpuso. Tocó en el arpa una canción muy rápida, gritó al grupo que se acercara y formó una especie de campana de cristal. Los disparos de las criaturas golpeaban contra la superficie, rebotaban y creaban chispas de luz que se disolvían.

– Increíble… – dijo Kafei. Link estaba ocupado sosteniendo a Oreili, sintiéndose inútil una vez más. Sabía que, por cada golpe, Medli estaba pagando un precio. Tocaba cada vez más débil, con poca fuerza, y fallaba las notas. "No aguantará, debo ayudarla, pero yo no..."

Rozó la flauta de plata en el carcaj. Podría hacerlo, pero sabía que no lo lograría.

Se puso en pie, y sintió las miradas de las tres criaturas de metal fijas en él. Link gritó a Medli:

– ¡Basta! – tuvo que gritar más, porque Medli no podía escucharle. Se acercó, una de las ráfagas hizo vibrar todo el interior de la cúpula, y la capucha se echó hacia atrás. Volvió a gritar entonces –. ¡Detente!

La princesa orni no pudo replicarle, y tampoco hizo falta. En ese momento, las tres criaturas de metal se detuvieron. En lugar de soltar un haz de luz potente, hicieron un ruido extraño, y al mismo tiempo, las patas de las tres criaturas desaparecieron dentro de ellas, y se quedaron quietas, sobre la nieve. Los ojos de cristal se cerraron bajo una loseta de metal. Medli dejó de tocar. Estaba arrodillada en la nieve, temblando. Link se quitó su capa, aunque sabía que él mismo se congelaría, para abrigarla. En ese momento, la princesa orni parecía más pequeña que nunca. La ayudó, pasando el brazo por encima de los hombros de Medli, y esta dijo que no entendía nada, que las criaturas se habían parado por sí solas.

– Si hubiera parado, nos habrían eliminado. Tenía que aguantar… – la princesa negó con la cabeza –. Debo enseñarte esta canción, te sería útil.

Vestes ayudó a Oreili a ponerse en pie, y Leclas se quitó su bufanda para pasársela a Link. Kafei usó el bumerán para tocar la base de una de las criaturas. Se tambaleó un poco, sonó un crujido, y después paró. Link quiso acercarse para examinarlas, pero el Sabio de la Sombra se lo impidió.

– No sabemos por qué han parado, no es prudente… Debemos marcharnos. Sigamos las huellas que encontraron ellos. Si una de ellas pertenece a Zelda, entonces es que hace poco que pasó por aquí.

Era inteligente, pero Link temía por la salud de Oreili. Escuchó a Medli tocar una canción, la de la curación, la misma que en su momento le enseñó Laruto. Zelda le dijo que los ornis también la conocían. Al terminar de tocar, Medli se puso en pie sola, y Vestes vendó a su hermano con un trozo de lienzo que llevaba en su morral. Le devolvieron entonces su capa, tras dar las gracias.

Aunque la tormenta arreciaba, las huellas eran claras. Tenía razón Kafei: hacía muy poco que habían estado allí. Entre Vestes y Leclas dedujeron que había habido una batalla. Los restos de un árbol calcinado y un montón de hierros retorcidos y con formas extrañas estaban arrojados en un radio de metros. Leclas cogió uno de estos restos, y dijo que parecían tornillos, pero no era capaz de averiguar el material del que estaban hechos. Se guardó unos cuantos. Las huellas, según Leclas, pertenecía a una persona alta, a una especie de oso y después, a un pájaro grande, como habían dicho que era el que se llevó a Zelda. El hecho de que no hubiera huellas de la chica era preocupante, pero Link dijo que quizá la llevaban en la grupa del pájaro o del oso. Mientras caminaban siguiendo las huellas, con antorchas porque ya era noche cerrada, el shariano comentó:

– Esas cosas de metal me han recordado un poco a un juguete que tuve de niño…

– ¿Tú fuiste un niño alguna vez, Leclas? – preguntó Kafei, con sorna. Enseguida, se disculpó. Leclas le ignoró, y solo dijo:

– Sí, esos juguetes que tienen una argolla detrás. Les das cuerda y se mueven solos hasta que se acaba. Igual que a estas cosas…

– Espero que quien fuera que les diera cuerda esté bien lejos y no se dé cuenta – dijo Link.

Tras decir esto, Link se quedó callado. Avanzaba a trompicones, le dolían los músculos de las piernas y los brazos, y tenía tanto frío que ya se había acostumbrado a él. Quizá tenían razón los demás, debieron quedarse en el refugio. En su cabeza, veía una y otra vez aquellas criaturas. La nieve las había cubierto, pero le dio la sensación, mientras atacaban, que tenían grabados en la piedra… ¿Qué idioma era ese? Debió usar la Lente de la Verdad, detenerse a revisarla, pero en su mente solo podía pensar en que Zelda estaba herida.

– ¡Un castillo! – gritó Kafei.

El Sabio de la Sombra iba el primero, y por eso, fue quien dio el aviso. Más adelante, tras cruzar un puente de piedra bien construido pero cubierto de una capa de nieve, se veía una gran edificación. Estaba en lo más alto del pico, ocupaba una buena parte. De hecho, a Link le sorprendió que este lugar fuera incluso más grande que el castillo donde vivió toda su infancia.

– Saharasala nos dijo que había una fortaleza en Hebra… Será esta.

– Sea lo que sea, seguro que dentro podemos refugiarnos y descansar – Leclas soltó un suspiro –. Claro, solo si los que están dentro son amigos…

Y señaló a una hilera de humo que salía de una chimenea. Se confundía con el cielo oscuro, pero era innegable que allí dentro, había un fuego encendido. Caminaron deprisa, y llegaron ante unas puertas dobles de madera gruesa. Llamaron golpeando, porque no encontraron ninguna campana, y también gritaron por encima de la tormenta. Escucharon voces, y pasos, y, tras unos minutos en los que Link creyó ver un rostro tras una ventana sobre la puerta, por fin se abrió y pudieron pasar.

Dentro, se estaba muy calentito. Con un suspiro de alivio, Link se quitó la capa y la sacudió. Miró alrededor para dar las gracias a quien les había abierto la puerta: resultó ser una criatura llena de pelo, alta, con una enorme cara rosada. Los ojos eran amarillos, de un color miel tan claro que Link pudo verse, pequeño y deformado, en ellos. Kafei, Leclas y Vestes sacaron sus armas, mientras que Oreili solo pudo ponerse entre Link y la criatura. Medli avanzó despacio para colocarse a su lado.

– No son enemigos nuestros… – dijo la princesa orni. La criatura se agachó un poco y dijo:

– Sois ornis, ¿cierto? Había dicho que quizá vendríais, aunque con estas tormentas que tenemos últimamente lo veía difícil – la criatura tenía una voz grave, y al mismo tiempo dulce. Apareció por la puerta otra igual, más baja, con una cara más parecida a la de un humano, solo que más grande –. Soy Grandor, pertenezco a la extinta tribu de los yetis. Esta de aquí es mi esposa, Blanca.

– Sí que tenemos visitas últimamente – dijo la mujer. Sonrió, y al instante, todos en el grupo relajaron la postura, y guardaron las armas. Link tragó saliva. Recordando su papel como rey, y todas las normas de protocolo que debía seguir cuando conocía a miembros de otras razas, se adelantó y dijo:

– Es un honor conocerlos, y les damos las gracias por aceptarnos en su castillo – Link vio en los ojos de los yetis que parecían bastante impresionados y agradados por esta muestra de respeto –. Me llamo Link V Barnerak, rey de Hyrule. Estamos aquí en misión de rescate: buscamos a mi primer caballero, Zelda Esparaván. Fue herida en una escaramuza contra el enemigo, y creemos que acabó en Pico Nevado.

– No hace falta dar tantos detalles, alteza.

La voz, con el inconfundible acento de Labrynnia, vino de otra puerta, una situada a la espalda de los recién llegados. Todos se giraron, y el primero en reaccionar fue Link. Zelda estaba allí, con unos ropajes de lana que le estaban grandes, cubiertos pies y manos con guantes y gruesos calcetines. El cabello rojo destacaba aún más cuando llevaba ropas tan blancas, y la piel parecía haber palidecido desde la última vez que se vieron. Link corrió hasta Zelda y la abrazó. La chica correspondió, pero le dijo que no fuera tan emotivo, que solo habían estado unos días separados.

– Estás helado. Te vas a acatarrar otra vez – Zelda sonrió. Parecía estar bien, en apariencia, aunque cuando se apartó Link notó que hacía un gesto de dolor. Las ropas de lana que llevaba le cubrían mucho el cuerpo.

– Por favor, pasad todos… He hecho sopa de calabaza, os vendrá bien – Blanca caminó por delante de su marido, y les indicó el lugar donde podían descansar.

Era un gran salón. Uno gigantesco, con una gran chimenea en el centro. Alrededor de esta chimenea había bancos, sillones, sillas y butacas de tela y piel. Algunos yetis estaban allí, sentados, mirando el fuego. Algunos más pequeños, debían ser niños, otros más grandes y con el rostro arrugado, los ancianos. Todos sorbían con cuidado unos cuencos llenos de comida. Blanca les indicó el lugar donde podían descansar, una parte del círculo sin habitar. Había una manta, y un cuenco ya vacío apoyado en el reposabrazos de un enorme sillón. Antes de partir, la yeti preguntó si Zelda quería más, a lo que ella negó. Se sentó en ese sillón, pensado para alguien diez veces más corpulento que ella. Link se sentó a su lado, y la miró, sin decir nada. Vestes ayudó a Oreili a tumbarse en un amplio sofá. Kafei tomó una silla, mirando alrededor con asombro. Leclas se sentó en el suelo, bien cerca del fuego. Todos dejaron las capas tendidas en distintos lugares, a la espera de que se secaran.

– Ah, os lo dije: Zelda estaría en un sitio calentito, bien protegida. Siempre se las arregla…

– Casi no llego… – susurró la chica –. Tengo que explicaros algo, debo contarte…

Link le pasó el brazo por los hombros y dijo:

– Estamos todos agotados, incluida tú. Hablaremos mañana…

– No, debes saber… Que la Espada Maestra… está rota. Lo siento mucho – Zelda susurró esto, pero todos lo escucharon. Kafei se puso en pie y Leclas estuvo a punto de decir algo, probablemente a preguntar cómo es que era que el filo más fuerte de Hyrule se hubiera quebrado, pero Link hizo un gesto con la mano, y los dos sabios se quedaron callados.

– Hablaremos, pero ahora mismo, lo único que me importa es que estás viva. El resto… Ya lo veremos – Link la atrajo hacia sí, y Zelda apoyó el rostro en su pecho. Volvió a hacer un comentario de que estaba frío aún, y segundos después, Link sintió que estaba llorando. No dijo nada. Parecía que se había quedado dormida, y dejó que los demás lo creyeran. Algunos de sus compañeros ya estaban cerrando los ojos, agotados por la dura caminata hasta allí. Cuando llegó Blanca con un montón de cuencos en sus amplias manazas, solo quedaban despiertos Leclas, Kafei y Link. Ofreció a estos, y dijo que no se preocuparan, que los demás tendrían comida suficiente al despertar.

– Podéis quedaros aquí, pero también tenemos habitaciones. Solo que esta es la más caliente del castillo. Nosotros lo llamamos el salón de invierno…

– Es una sala de comunes – dijo Link. Tomó un sorbo de la sopa directamente del cuenco, a falta de cuchara. Estaba muy rica, un poco dulce, caliente y reconfortante –. En mi castillo, el de mi familia, había una parecida. Se usaba para que los grandes señores de la guerra se reunieran y celebraran banquetes. A veces, en tiempos de guerra, dormían los soldados heridos, cuando había muchos. Es un buen uso el que le habéis dado.

Blanca señaló con la barbilla a Zelda. Aunque seguía notando sus lágrimas, la chica se había quedado dormida. Link dejó el cuenco, la abrazó un momento, y pidió ayuda a Kafei. Entre los dos tendieron a Zelda de nuevo en el suelo, al lado de Medli y cerca del fuego. Al retirar uno de los guantes que llevaba, Link vio que tenía vendas por todo el brazo.

– Parece más grave de lo que es – dijo Blanca –. Llegó ayer, aterida y con una herida abierta en el vientre, pero la otra muchacha la ha curado. Lleva el resto del día aquí, sin moverse.

– ¿Qué otra chica? ¿Cómo era, dónde está? – preguntó Link. Se aseguró de que Zelda estaba abrigada, y estas preguntas las hizo en voz muy baja. Kafei se acercó, y Leclas observó la escena, sentado donde estaba, bebiendo la sopa con el ceño fruncido.

Blanca les dijo muy poco: una chica de piel oscura, con orejas como las de Zelda y Link, acompañada de un pájaro grande "pero que se comportaba como un perro o un gato grande". No se presentó, solo ayudó a curar a Zelda, la dejó al cuidado de los yetis, y dijo que iba a buscar a unos "guardianes" para acabar con ellos.

– Mi marido los llama "arañas de metal". Dice que hay unas pocas merodeando la montaña, atacan a todo ser vivo que se encuentran. Las dos chicas luchaban contra una cuando mi marido las encontró.

– No habrá sido problema para Zelda – comentó Leclas –. Nosotros hemos acabado con tres de esas cosas…

– Guardianes… – susurró Link. Mientras reflexionaba sobre esas criaturas que habían visto, y que no eran humanas ni animales, ni siquiera sabía si llamarlos monstruos, Kafei dijo que en realidad ellos no habían derrotado a esos "guardianes", sino que ellos habían parado por sí solos.

Tomó la mano de Zelda, que estaba sobre su estómago. Apretó los dedos, sintiendo los callos que tenía, tan familiares para él. La chica correspondió al apretón, y le pareció que murmuraba algo. Link pasó el resto de la noche a su lado, tumbado, pensando en esa extraña manera de llamar a esas criaturas. "Guardianes… ¿de qué?".