Capítulo 10 El regreso
Zelda se puso en pie. El latido que había sentido en su mano había desaparecido. En su lugar, solo sentía los músculos doloridos, los dedos rígidos y el brazo como si le estuvieran pinchando con centenares de alfileres. Al levantarse, vio, por encima del montón de libros abiertos y empapados, que Link y Medli estaban en el suelo. Frente a ellos, Kandra Valkerion había guardado su escudo. Tenía una mano levantada, y de ella surgía un resplandor. La escuchó tararear los compases de la canción de la curación. Zelda se quedó quieta, observando. La luz descendió sobre Link y sobre Medli. La herida de la princesa orni se cerró.
– Han sido muy valientes, y son muy poderosos – dijo Kandra, antes de girarse.
Gashin apareció entonces, trotando, y dio un golpe a Zelda en la espalda, como si le estuviera regañando por no estar con ellas. Tuvo tiempo de acariciar la cabeza de la pelícaro, antes de que Kandra silbara. Gashin trotó hasta ponerse al lado de Kandra.
– Me alegra ver que estás bien, Zelda – dijo Kandra.
Aún tenía la Espada Maestra en la mano. La guardó, tras ver que Kandra seguía con la mano puesta en su bastón.
– Lo mismo digo. Salimos a buscarte, yo quería darte las gracias y también…
– No importa. Te dije que no me siguieras – Kandra la miró desde su altura –. Has puesto en peligro a todos. Ese guardián que destruisteis dejó un dispositivo de búsqueda, y os lo llevasteis.
"¿La esfera que se ilumina, la que cogió Leclas?" pensó Zelda.
– Has puesto en peligro al rey, atrayendo a los guardianes. Zant desea acabar con esta guerra cuanto antes, y asesinarle sería lo más rápido. No lo olvides: no os llevéis fragmentos de los guardianes con vosotros – Kandra silbó otra vez y Gashin se agachó lo suficiente para ayudarla a subir –. Me voy.
– No, espera – Zelda dio un paso adelante –. Tienes que explicarme cosas, necesito saber… ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Por qué sabes tanto sobre ese falso rey? Link quiere conocerte, espera a que…
– No, ya nos veremos cuando sea necesario – Kandra silbó otra vez, y Gashin abrió las alas. Soltó una ráfaga de viento con sus enormes alas, más grandes de lo que Zelda se había imaginado, y después, se elevó en el aire con tanta rapidez que no le quedó más remedio que verlas marcharse.
Tras la batalla, la fortaleza había resistido. Tenía daños en la muralla, en la puerta principal y también en la planta de la biblioteca. Habían logrado detener el fuego, con el hechizo que Medli y Link habían conjurado juntos. Sin embargo, nada más marcharse Kandra, Zelda tuvo que sacarlos y terminar de apagar el fuego que quedaba en algunos rincones, provocados por la explosión del guardián.
Había muchos heridos. Para haberse enfrentado a una veintena de guardianes, al menos no había fallecidos. Entre los yetis había dos heridos de gravedad, el resto tenía heridas de menro importancia, y Kafei, con una quemadura en una pierna. Cuando Medli se despertó, insistió en ayudar a curar a todos, y estuvo tocando, sentada en un taburete con una venda en la cabeza, hasta que no pudo más. Link tardó en despertarse, y cuando lo hizo, lo primero que dijo a Zelda fue:
– ¿Dónde está Kandra? Era ella, ¿verdad?
Zelda le contó que se había marchado, sin mirar atrás.
Había otros asuntos urgentes que atender. No solo heridos, había muchos destrozos. Leclas se ofreció a ayudar con la tarea de arreglar la puerta principal, y también logró, junto a dos yetis jóvenes y fuertes, y sin miedo a las alturas, poner tablones de madera en el tragaluz de la biblioteca, para evitar que el frío volviera a entrar. El sótano había estado libre de problemas, y los víveres, los niños y Blanca estaban en perfectas condiciones. Enseguida, la yeti preparó un guiso de calabaza y queso que hizo recuperar las fuerzas a todos.
Zelda se tomó dos cuencos seguidos. Había estado muy callada, solo de vez en cuando miraba hacia Link. El rey estaba bien. Tosía un poco por el humo, y tenía algunas quemaduras leves, pero no había querido que Medli le tratara, porque la orni necesitaba descansar. Había sido ella quién había logrado conjurar la lluvia para apagar el incendio en la biblioteca, y además había protegido al rey. Le quedaría una cicatriz en la zona de la cabeza superior, pero no era grave.
Link, tras ver que los heridos estaban atendidos, y que las reparaciones estaban en marcha, se echó en un lado, y se quedó dormido, igual que le pasaba cuando en el Mundo Oscuro se quedaba sin fuerzas. "Sigue siendo el mismo flojucho". De vez en cuando, Zelda le escuchaba toser. Se acercó un poco preocupada, para tocarle la frente. No tenía fiebre, solo se le veía agotado.
– No te enfades con él – le pidió Medli –. Defendió la torre, como los demás, pero cuando vio el fuego en la biblioteca…
– Corrió a salvar sus libros, sus amados libros – dijo Zelda, y torció el gesto.
– No exactamente. Quería evitar que destruyeran lo poco que quedaba de la Espada Maestra, además de la flauta de la familia real. Era lo que trataba de salvar, cuando entraste.
– Eso, y más libros, que los vi – Zelda no podía enfadarse. Link era como era, no iba a cambiar, pero sí le agradeció mentalmente que hubiera salvado la empuñadura.
Volvía a estar rota, pero no podía olvidar que, durante unos segundos valiosos la hoja fue la misma de siempre, y hasta se sintió igual que la primera vez que la blandió. Zelda la observó un buen rato, antes de que ella también acabara por quedarse dormida.
Al día siguiente, Zelda fue de las primeras en levantarse. Nada más ponerse en pie, ayudó a Grandor en hacer un inventario de daños, de los que aún no había podido arreglar Leclas y los yetis jóvenes. También hizo un ronda para estar con heridos, pasó por la armería para evaluar qué armas necesitaría el grupo de yetis, y también pasó por la biblioteca. Olía a moho, y a cerrado. Kandra había roto solo una parte del tragaluz cuando entró, y la luz se colaba entre las tablas que habían colocado. El desastre era evidente, y Zelda sentía que sí que habían perdido una parte de la historia de Hyrule, pero también que ellos estaban vivos.
"Aquí me habló la Espada Maestra. Héroe del Tiempo, tenías razón, hay algo en lo que queda de la espada. Intentaré afrontar las pruebas que me pida, lo que sea con tal de evitar que él vuelva a estar en peligro. Quiero protegerle, toda la vida".
Zelda entonces recordó: era más probable que ella partiera antes que él. Según el Triforce, le había quitado la mitad de su vida. Si, por ejemplo, hubiera muerto de una misteriosa enfermedad o accidente con 40 años, era probable que solo le quedaran dos. Nadie más del grupo lo sabía. Ella y Link habían pactado no decirlo. Nadie les había preguntado por los deseos del Triforce, habían asumido que habían pedido el retraso de la inundación y la resurrección de los sabios. No habían cuestionado nada más.
Encontró entonces que Blanca y Medli estaban allí, en un rincón de la biblioteca, junto a un brasero. Las dos tendían los libros abiertos, para que se secaran, sobre mantas de lana. La orni trinó alegre y dijo:
– Buenas noticias. Hay muchos libros estropeados, pero se recuperarán – Medli sonrió y Blanca dijo que ella podría ir secándolos, que no tenía inconveniente.
– Me alegro, pero seguro que a él le gusta más la noticia – Zelda escuchó la tos, y se dio cuenta que Link estaba allí, sentado en el suelo. Tenía el libro dorado entre las manos –. Ah, pero si te he dejado descansando en la sala de los comunes. ¿Cuándo has llegado?
– Hace un rato. He visitado a los heridos, y después he venido aquí – Link abrió el libro dorado. Estaba quemado por dentro –. Se me cayó, cuando entraste. Las llamas… Eran las palabras del Héroe del Tiempo, solo lo he podido leer yo… Es una pérdida terrible.
– Mejor el libro que nosotros, alteza. El Héroe del Tiempo estaría de acuerdo – Zelda señaló las estanterías que quedaban en pie –. Una vez, pudo reunir esta biblioteca. Tú lo harás también. En cuanto recuperemos el castillo, te ayudaré a construir una.
Link se levantó. Volvió a toser, antes de decir:
– Y será la mejor biblioteca que se haya visto en Hyrule – sonrió con tristeza –. Ya sé que opinas que soy un idiota por preocuparme tanto por estos libros, y no por los seres vivos. Claro que me importáis. No vine solo por el conocimiento, sino también para salvar la Espada Maestra. Fui un temerario, pero…
– Ya no importa. Al menos, no hay que lamentar muertes – Zelda le sonrió, y Link le devolvió el gesto.
Medli trinó y preguntó si quería dejarlos a solas. Blanca ya tenía esa expresión de alegría que también tenía en la cocina. Link y Zelda se sonrojaron, pero no dijeron nada. Zelda preguntó si quería, podía usar semillas ámbar para secar más rápido los libros, pero Link dijo que no, que nada de incendios dentro de la biblioteca.
Volvía a ser el loco entusiasta de los libros, pensó Zelda, y sonrió.
Antes de partir, Link se reunió con Grandor y después pronunció un discurso ante la tribu yeti. Empezó diciendo que lamentaba que su llegada hubiera descubierto la fortaleza, el lugar de refugio de los yetis, y que había causado muchos problemas. Agradeció su valentía y amabilidad, y su generosidad hacia aquellos que acababan de conocer. Puesto que la fortaleza de Hebra estaba en sus tierras, pertenecientes al reino de Hyrule, Link dijo que él la donaba por completo a los yetis. Ellos podían seguir usándola y, cuando la guerra acabara, traería materiales para arreglar la muralla. Era el regalo que quería hacerles por cuidar de todos y protegerles.
– Pido, como último favor, que os ocupéis de cuidar los libros de la biblioteca. Los que quedan, son muy valiosos. Vendré también a ocuparme a ellos.
Esta noticia fue bien recibida por los yetis, que se comprometieron a ello. Blanca dijo que siempre había querido aprender a leer como hacían los humanos, y que quería enseñar a sus hijos. Además, ella ya había empezado a limpiar y cuidar los libros. Link le prometió que buscaría la forma de enseñarles a leer a todos, cuando pudiera.
Para descender, seguirían el plan de Zelda, simple pero efectivo: bajarían de la montaña deslizándose en los patines de los yetis, con la ayuda de un grupo que se ofreció a escoltarles y guiarles hasta un paso donde podrían, con mayor facilidad, poner rumbo a Términa. Al ver que los yetis se despedían de sus familiares, Zelda preguntó por qué lo hacían con tanta pena.
– Vamos a unirnos a su ejército, alteza – dijo uno de los yetis, el hijo mayor de Grandor, Helor.
– No puedo permitirlo… – empezó a decir Link, pero enseguida rectificó. Iba a decir que quedaban muy pocos yetis en el mundo, no quería que se extinguieran, pero se detuvo al ver a Medli, hablando con los dos hermanos ornis. "No sería la primera raza de Hyrule dispuesta a perecer con tal de ayudarnos, alteza", pensó Zelda.
Los ornis volarían, a baja altura. Ellos llevaban provisiones, al igual que los yetis. Leclas se subió sobre uno de ellos, porque decía que él no quería volver a probar el patín. Link trató de aprender, pero como el shariano, se caía mucho y era incapaz de mantener el equilibrio. Iba a aceptar bajar subido a uno de los yetis, cuando Zelda frenó justo frente a él y le dijo:
– Puedes sujetarte a mí, vamos – y le lanzó unas gafas de nieve.
Aunque tenía que ir más despacio y no era tan divertido, Zelda disfrutó del paseo. Mientras los dos bajaban detrás de un Kafei ágil y experto en solo unas horas, Zelda se atrevió a decirle a Link:
– Eh, Link, ¿esto te suena de algo?
– Sí, al trineo que nos hizo Leclas. La noche de las tres diosas – Link soltó algo parecido a una carcajada, pero quedó ahogada por el ruido de la nieve al caer alrededor.
Zelda recordó aquella aventura, la de la fuente del hada y la búsqueda del remedio, y el fantasma de la mujer que se llevó a Link y casi lo congela. Sonrió con nostalgia, pensando que ojalá volviera a ser esa niña de 12 años, junto con el príncipe perseguido, y no haber viajado nunca al Mundo Oscuro, ni haber conocido la Torre de los Dioses.
– Cuando lleguemos a Términa, tendremos que reunir el ejército – dijo Link, en voz alta.
– Claro. Haremos lo que tú dijiste: iremos a ayudar a nuestros aliados, en lugar de atacar el arca – Zelda hizo un requiebro con la cintura y logró sortear un bache –. Y, cuando estemos todos, iré a darle a ese Zant–Lonk una paliza. Le dejaré tan deformado que no se te parecerá ni en pintura – y soltó una carcajada. Link no le había escuchado, era imposible por el ruido del viento, que había aumentado. Sintió los brazos de él rodeando su cintura, y el peso de su cuerpo en la espalda. Igual que cuando cabalgaban, igual que cuando surcaron con el trineo la llanura, igual que algunas noches, en los que Zelda se despertaba rodeada por los brazos de él.
Tardaron otro día completo en descender por caminos de los yetis, a una zona baja donde los ornis podrían volar en línea recta. Regresarían volando, pero los yetis tenían que ir andando. Sortearon entre ellos quién les serviría de guía, y salió Leclas. Quedaron en verse en unos días. Oreili estaba recuperado, y su hermana no había resultado herida. Medli se ofreció a llevar a Link, que era el más delgado y bajo del grupo, puesto que ella estaba aún un poco débil. Link dijo que él podía caminar junto a los yetis, que quizá era mejor, pero el argumento de Oreili le convenció:
– Estamos a varios días a pie de Términa, y creo que os corre prisa regresar.
Link consintió, solo con la condición de que Medli, en cuanto se sintiera cansada, descendiera. Oreili llevaría a Zelda, y Vestes a Kafei. Zelda tampoco estaba muy segura de que el pobre orni pudiera aguantar con su peso, pero el chico la convenció transportando una piedra muy pesada.
– Es el más fuerte de los ornis, pero tiene menos cerebro que una vaca – dijo Vestes, entre risas al ver la expresión de sorpresa de Leclas
– Nosotros decimos "cabeza de chorlito" – dijo este. Zelda estuvo a punto de darle un empujón, pero Vestes se río y dijo:
– Chorlito… Sí, sí que son tontos – y siguió riendo mientras se elevaba en el aire con Kafei.
Zelda fue la primera en verlo. Desde el ancho lomo de Oreili, tras dejar atrás la región nevada de Hebra, pudo contemplar el mar. El sol brillaba en su superficie, un sol lejano y frío, pero lejos de las nubes de tormenta que dejaron en Pico Nevado. Sobrevolaron el lugar, en dirección a Términa, y fue entonces que vio muchos barcos, enormes. En todos ellos ondeaba el símbolo del Reino de Gadia: una corona sobre el Triforce.
Aterrizaron en la bulliciosa plaza de la ciudad de Términa. El grupo de Link había estado fuera una semana y media. En ese tiempo, por fin, el ejército del Reino de Gadia había llegado. Link bajó del lomo de Medli, le dio las gracias y la chica sonrió, mareada por el esfuerzo, pero feliz. Debían de haberlos visto acercarse, porque ya estaban en la plaza Saharasala, con el brazo aún en cabestrillo, Lord Brant, muy ufano y feliz, y también una sorpresa: Altea Tetra, la princesa de Gadia. Un paso atrás, con una armadura brillante y el cabello retirado del rostro, estaba Reizar de Beele.
El primer impulso de Link fue abrazar a la princesa, y preguntarle, pero se contuvo. Algo en la mirada de esta y de Saharasala le frenó. Zelda se quedó a su lado, junto a Kafei. El Sabio de la Sombra observaba al noble con los ojos bien fijos, como si aún tuviera el poder de leer la mente. Zelda se imaginaba el motivo: el noble no solo parecía muy contento de ver a Link, sino que se comportó como si el hecho del regreso del rey hubiera sido un plan suyo.
– ¡Alteza! ¡Habéis rescatado a vuestro primer caballero! Es esta joven, Lady Zelda Esparaván. Encantado de conoceros. Sabía que el rey tendría buena fortuna y lograría traerla a nosotros, sana y salva – y Lord Brant se llevó la mano izquierda al hombro derecho e inclinó la cabeza. Zelda no esperaba ni siquiera que la saludara. Correspondió de la misma forma, aunque en su caso solo acertó a decir que estaba encantada de conocer a Lord Brant, por más que su rostro no lo mostrara.
– Hay mucho que tratar, alteza – dijo Saharasala –. Vamos a reunirnos en la posada, debemos decidir los pasos que hay que tomar.
Zelda quiso decirles que Link estaría agotado y helado después del largo viaje, pero este asintió. Caminaron todos juntos hacia la posada. Esta había sido desalojada por completo: ahora era el centro de operaciones del ejército de Gadia e Hyrule. En la mesa donde, tiempo atrás, Zelda y Maple habían estado charlando sobre Kakariko, ahora había un gran mapa desplegado. Habían colocado alfileres con unos banderines verdes en algunos puntos. A Zelda le bastó un vistazo para darse cuenta de que marcaban lugares como Términa, uno de los pasos que conducían al reino de Gadia, Rauru, la villa de Ruto y otros pequeños puntos que Zelda no conseguía identificar. Había alfileres con banderines rojos, en el antiguo castillo de Hyrule, en el Monasterio de la Luz, Kakariko, la llanura occidental, la de Hyrule, el cañón Ikana y muchas aldeas costeras. Otros alfileres negros y amarillos estaban esparcidos por más puntos. Uno de ellos estaba clavado en el desierto, en la fortaleza de las gerudos.
– El enemigo tiene sus ejércitos bien concentrados en los puntos en rojo, alteza. Estos en concreto – señaló los que estaban en la llanura occidental – están tratando de hacernos retroceder y escapar, para acorralarnos en Términa. Si no hubiera llegado hoy, habríamos tenido que tomar esta decisión nosotros, pero ahora que está aquí, alteza, puede decirnos qué espera hacer – Brant se retiró un poco para dejar espacio.
El grupo recién llegado miraba el tablero, sin saber qué decir. Zelda estuvo a punto de protestar, de decir que debían darle toda la información, que era imposible esperar que Link les dijera qué hacer si no sabía apenas nada.
Link se sentó en la silla colocada a la cabecera de la mesa, con la vista fija en los alfileres. Del exterior, les llegaba el ruido constante del martilleo de las obras, los herreros preparando armas, el ruido de los soldados que esperaban instrucciones. Zelda no protestó, algo que vio en el rostro de Link le hizo callarse.
– ¿Cuántos efectivos de tierra tenemos? – preguntó Link.
– Nosotros hemos traído 3000 soldados, y por tierra, esperamos que la general Riumo llegue con otros 10000 efectivos – dijo Tetra –. Unidos al ejército de Rauru y los ciudadanos de Términa, llegamos a 8000, ahora mismo.
– Muchos soldados… pero ignoramos la cantidad que tiene el falso rey, ¿verdad? – Link se irguió en la silla –. ¿Qué sabemos de los demás aliados?
Ul–kele estaba allí. Fue él quien informó que la situación en el reino de los gorons seguía igual, y que no habían tenido contacto con las gerudos. Sin embargo, por fin habían recibido respuesta de los zoras. Cironiem, su príncipe, había ayudado a los barcos de Tetra a llegar a la ciudad. No podrían luchar en tierra, pero se ocuparían de mantener la vía marítima para recibir víveres y más soldados.
– Tuvo que partir para organizar la defensa, pero me dio recuerdos a su alteza y le dijo que estaban agradecidos por haber salvado a Laruto de la muerte – dijo Saharasala. Link se permitió sonreír, pero su expresión se volvió seria de nuevo al mirar los alfileres.
– Quiero ayudar a nuestros aliados: los gorons y las gerudos – Link miró a Zelda y le preguntó –. ¿Cómo podemos lograrlo?
Se agachó frente al mapa, volvió a examinarlo, y frunció el ceño.
– Hay que abrirnos paso hacia las llanuras. Si las dominamos, tendremos más posibilidades para marchar hacia el Templo de la Luz. El ejército que tenemos es suficiente para este primer ataque, pero Zant tiene un arca. Aunque esté rota, la arreglará y volverá al ataque.
Zelda resumió lo que vio en el arca, y también que Zant tenía unas máquinas llamadas guardianes. Quizá, de haber estado sola, Lord Brant la habría tachado de loca y la habría ignorado. Sin embargo, en esa sala, tenía el apoyo no solo de Link, sino también de Kafei, de Medli, de Oreili y la fe absoluta de Tetra, Reizar y Saharasala. Lord Brant escuchó con atención, y dijo:
– Es un enemigo poderoso, y tiene maquinaria muy avanzada… Tendremos que esforzarnos.
Leclas había arrojado los restos de guardianes, al contarle Zelda que según Kandra, la esfera azul que se llevó les había conducido hasta la fortaleza. La respuesta del shariano fue que al fin y al cabo era la única construcción en el Pico Nevado, y que seguro que ese Zant había visto desde el aire que estaban allí. A pesar de esto, acabó arrojando todos los objetos. Ahora le hubieran venido bien para mostrar a ese estúpido señor que decía la verdad.
– En Rauru tenemos unos ingenieros magníficos – dijo Lord Brant –. Ellos han creado las catapultas y cañones que hemos traído con nosotros. Les escribiré de inmediato, con la descripción que Lady Zelda nos ha facilitado, para que puedan crear algo efectivo. Suerte que aún contamos con el poder de la Espada Maestra – y el noble dirigió la vista hacia la empuñadura de la espada, que colgaba del cinto de Zelda. No había visto aún que la hoja estaba partida, porque estaba envainada.
Zelda no dijo nada. Le dejó creer. Rezó mentalmente porque Leclas se diera prisa. No podía mandar a un herrero desconocido que rehiciera la hoja, no sin que este noble se enterara. Según el relato de Link, Kafei y Leclas, tenía espías por todas partes.
– Me alegro de contar con gente sabia en nuestro ejército – Link cogió varios alfileres amarillos. Pinchó con ellos tres lugares: la fortaleza de las Gerudos, en el desierto, la montaña de fuego donde estaba la aldea goron, y Rauru –. Estos son nuestros objetivos. Como ha dicho Zelda, vamos a recuperar la llanura, esta de aquí, para abrir paso a la ciudad de Rauru, y todas las villas que hay en estos valles, como Ruto. Mientras, quiero que dos grupos pequeños pongan rumbo a la ciudad de los gorons y a la fortaleza de las gerudo. Debemos averiguar qué les ha pasado, y si podemos, debemos ayudarles. ¿Qué opináis el resto?
Hubo silencio en la sala. Link se había puesto en pie, y los miraba con seriedad. "Parece otra persona, como si de la montaña a aquí lo hubieran cambiado" pensó Zelda.
– Así habla un rey – dijo Lord Brant, con una sonrisa –. Me ocuparé de los preparativos.
– Nosotros estamos de acuerdo. Haremos nuestra parte – dijo Tetra. A Zelda no se le pasó que parecía aliviada.
En cuanto Brant se marchó, con un mapa enrollado bajo el brazo, Link se permitió por fin soltar todo el aire. Le había parecido que contenía el aliento todo ese rato. Miró a Tetra, abrió los brazos, y la princesa de Gadia fue hacia ellos, riendo. Link no solo la abrazó y dio dos besos en las mejillas, sino que además la levantó un poco. Todo un alarde de fortaleza pensó Zelda con una sonrisa. El golpe cariñoso de Reizar en su espalda la hizo dejar de mirar a los dos nobles:
– Un placer volver a verte, pecosa, pero dile a tu chico que no se pase con mi mujer.
– ¿Mujer? – preguntaron a la vez.
– Sí – Tetra sonrió aún más. Sí que se la veía mayor, más madura, y tenía un brillo en el rostro y en los ojos que no le habían conocido – Tetra de Beele, me he cambiado el nombre.
– Enhorabuena a los dos – Link se acercó a Reizar, le dio un fuerte apretón de manos y este le correspondió con otro golpe, en su caso en el hombro.
Kafei ya no estaba en la sala, y tampoco Medli. Ambos habían aprovechado cuando se marchó el lord. "Otro que quiere estar con su esposa", pensó Zelda, pero no le culpaba. Era lo normal: por ella, había estado separado de su querida Maple.
– Pero tenemos más sorpresas. Venid con nosotros – Tetra enrolló su brazo al de Zelda, con total confianza –. Me alegra veros a los dos. ¿Cómo ha ido el verano?
– Largo, esperando a que llegaran nuestros aliados – Zelda no podía evitarlo: no quería que la princesa preguntara por su relación con Link –. Tenemos mucho que contaros, hay más…
– Sí, pero estoy segura de que Link estará muy contento con esto – Tetra les estaba conduciendo al patio de la posada, y después al establo. Allí dentro había un montón de cajas. Reizar abrió una de ellas y dijo:
– Tenemos una armadura completa para Link, otra para Zelda, y para cada uno de los sabios. También espadas, arcos, ballestas, lanzas... – Reizar parecía un vendedor. Sin embargo, como le pasaba con frecuencia a un vendedor en un mercado, los aludidos pasaron de largo. Zelda quizá echó un rápido vistazo, y admiró la factura del yelmo que vio, aunque le pareció ostentoso. Enseguida, miró al frente.
El rey corrió de repente, dijo el nombre de su amada yegua, y abrazó, todo lo que pudo, la cabeza del animal.
– Centella – susurró Zelda, y al instante sonrió. La yegua estaba como siempre, sino mejor: tenía las crines cepilladas, el pelaje brillante y un laborioso arnés con los símbolos de la familia real de Hyrule. Ella también se acercó, y acarició las crines. Al hacerlo, vio que Link retiraba el rostro. Estaba llorando de felicidad –. Oye, que cuando nos vimos en la fortaleza no te emocionaste tanto.
Link respondió con una risa.
– Temía que no volvería a verla…
– Caim Chang cumplió su palabra: la dejó en el palacio de Gadia, y mi abuelo aceptó acogerla. Además, también tenemos esto – Tetra sacó, del bolsillo de su vestido, un aro de metal dorado. Tenía una única joya, un rubí, en el centro. Hizo un gesto a Link para que se acercara, y entonces dijo: – Es un placer, y un honor, coronar al rey de Hyrule, Link V Barnerak. Aunque después de ver lo bien que has hablado ahí dentro, creo que no lo necesitas…
Link se dejó colocar la corona. Hacía mucho que no la llevaba, pero se ajustó de inmediato, aunque se quejó de que la notaba apretada. No se le veía tan emocionado como cuando vio a Centella, pero le dio las gracias a Tetra.
Estaban todos bromeando sobre los regalos, sobre Centella y también sobre el hecho de que hubieran recuperado la corona de la casa de embargos donde la empeñó Link ("Fue Minaya quien nos ayudó a localizarla, y pudimos recuperarla" explicó Reizar), cuando de repente Link se llevó la mano a la frente. La primera en notar que algo pasaba fue Zelda, que se colocó a su lado.
– Te sangra la nariz – dijo. Link asintió, comentó que estaba más cansado de lo que creía, y entonces todos regresaron a la posada.
Fue Zelda quien ayudó a Link a subir las escaleras, mientras el rey sostenía un pañuelo que le tendió Tetra. La princesa de Gadia les pidió descansar, que habían regresado hacía poco y que eran muchas emociones. Saharasala frunció el ceño, pero no dijo nada cuando Zelda cruzó el dormitorio destinado para Link, y cerró la puerta detrás de ella. Le ayudó a llegar a la cama. Reizar le había dicho que debía apretar el pañuelo, y que se pasaría rápido. "Menudo médico matasanos", pensó Zelda. Sin embargo, tenía razón: en cuanto Link se sentó, dejó de sangrar. Zelda iba a bajar a buscarle comida y algo de beber, pero Link se lo impidió, agarrándole la muñeca.
– No te vayas, no… Es cansancio, solo eso.
– Sigues tosiendo – Zelda fue hasta la esquina, donde había una jarra con agua. Al escanciar un vaso, recordó que Kandra le había advertido de que Link estaba en peligro. ¿Y si Zant le envenenaba? Sin dudarlo, dio un trago de agua.
– Perdón, tenía sed – Zelda rellenó el mismo vaso, Link dijo que prefería uno limpio, pero la chica respondió –. Solo hay uno. Que yo sepa, no te doy mucho asco, ¿no?
– No, claro, disculpa… – Link bebió. Fue entonces que Zelda le preguntó:
– ¿Cómo es que has hablado así? Parecías un viejo militar, disponiendo a las tropas – se sentó a su lado, en la cama. Le observó beber, y toser un poco más. Ya no le sangraba la nariz, y se limpió bien los restos de sangre que aún tenía sobre el labio superior. Mientras lo hacía, le dijo a Zelda:
– He pasado 12 años de mi vida estudiando, no solo cosas divertidas como geografía y poesía, sino también estrategia militar. Hablo como un viejo general porque quien me enseñó lo era – Link sonrió un poco –. Siempre pensé que era una pérdida de tiempo, me decían que nunca habría una guerra, que nuestro reino era pacífico. Y, ya lo ves… Aquí estamos.
Tosió un poco más. Ella se agachó frente a él, y le quitó las pesadas botas de nieve que aún llevaba. Link se quejó, diciendo que él podía desvestirse solo, que ya era grande. Zelda solo dijo que parecía enfermo. Volvía a tener la piel muy pálida, y al tocarle la mano para obligarlo a ponerse en pie, le pareció que estaba caliente. Miró por la habitación, encontró el cordial del doctor Sapón en una mochila dentro del armario. Antes de dárselo a Link, lo olió y dio un trago rápido, para asegurarse de que no era veneno. De todas formas, iba a pedirle a Sapón que hiciera más en secreto y que se lo diera siempre a ella primero.
– Es la segunda vez que te veo hacer eso – dijo Link, cuando Zelda le dio el cordial –. Beber algo antes que yo. ¿Crees que quieren envenenarme?
– No sé… Tengo la sensación de que estás en peligro, todo el rato – Zelda se asomó a la ventana, y, por si acaso, puso las cortinas y apagó los candiles, para que sus siluetas no resultaran visibles –. No he sido muy fina, ¿verdad?
– Es algo que me ha hecho recordar… En el castillo, mi madre tenía un catador, que debía probar siempre nuestra comida antes de que nosotros nos sentáramos a la mesa. El maestro me dijo que ya habían intentado asesinar a la reina en más de una ocasión – Link rebuscó en el armario, hasta encontrar una camisa – ¿Por qué ahora?
– Kandra dijo que Zant también quería acabar rápido con esta guerra, por eso estará usando esa arca, y mandó los guardianes a por ti. Si tú mueres, se acabó su problema, ¿verdad?
– En caso de que pasara, espero que el pueblo de Hyrule siga con la lucha y no acepte a un tirano como rey. Además, te olvidas de que somos dos en esto – Link respondió tras un biombo. Desde allí, se cambió de ropas –. Si yo no estoy, confío en ti para continuar. Pero entiendo a Zant, yo también quiero acabar pronto con esta guerra.
Sentada en la cama, Zelda se quitó las botas. Ella también tenía algo de frío. Pensó en cambiarse, pero no tenía nada allí para ella, tendría que volver a robarle algo a Link.
– No hablas mucho del castillo, de antes de conocernos– dijo Zelda. Y era cierto. Al igual que ella, no quería nombrar a Urbión, Link también evitaba el recuerdo de su maestro, Frod Nonag, otra parte de Ganon. Tampoco hablaba mucho de su madre, la reina Estrella.
Link salió de detrás del biombo. Tras tomarse el cordial había recuperado algo de color en las mejillas. Caminó hasta ella. Si no fuera por la corona que le ceñía la frente, hubiera pensado que era un chico cualquiera.
– Mi vida era muy aburrida hasta que te conocí. No hay mucho que contar.
Los dos eran conscientes de que, por fin, después de bastante tiempo, estaban solos de verdad. Zelda alargó la mano, agarró el cordón de la camisa de Link y tiró para acercarle a ella. El la rodeó con sus brazos, y Zelda le obligó a tumbarse en la cama. Le gustaba cuando le brillaban los ojos así, tan azules e intensos, fijos en los de ella. Se besaron durante un buen rato. Alrededor, no se escuchaba ya nada, ni el jaleo de los preparativos, ni la gente hablando, ni caballos, ni metal contra piedra. El aliento de Link le supo al cordial, y también tenía el regusto metálico de la sangre. Al abrir los ojos, y separarse, Zelda le tocó la mejilla. Aún tenía, tenue como un mal recuerdo, la señal que le hizo Vaati en su primer encuentro. Deslizó la mano por rostro, hasta que sintió el frío tacto de la corona en su cabeza.
– Déjame que te quite este peso de encima.
Y arrojó la corona al suelo.
Un rato después, cuando Zelda sintió que Link estaba profundamente dormido, cogió una chaqueta del armario y unas botas, y salió del dormitorio. Le había dejado arropado con la manta. Ya no tenía rastro de estar febril, y hasta parecía contento, sonriendo en sueños. Zelda, en cambio, se sentía igual que si tuviera que hacer un examen y no hubiera estudiado nada.
A punto de saltar, y salir corriendo.
La culpa no era de Link, claro. Era lo que le rodeaba. No podía dejar de sentir que las palabras de Kandra eran muy ciertas. Examinó el pasillo, anotando en su cabeza todo lo que le parecía que estaba incorrecto. No había guardias, ni patrullas. Apenas había iluminación. Todo el mundo dormía, como si no estuvieran a punto de entrar en una guerra, como si estuvieran de vacaciones. Zelda se asomó al pasillo, con la mano en la espada que había cogido de los regalos de Gadia. No había nadie.
– Menudo ejército de pacotilla – dijo, mientras bajaba las escaleras.
Era tarde, pero todavía quedaban muchas horas de la noche por cubrir. Zelda se encontró con una persona en el comedor: era el chico del lunar, el que era el portavoz. Vestía el uniforme de los soldados de Brant, y estaba bien equipado. Al verle, aunque para Zelda seguía siendo un chiquillo imberbe, pudo comprobar que era todo un soldado. Él se cuadró, se llevó la mano al hombro y dijo:
– Buenas noches, capitán.
Habría sido un saludo perfecto, si no fuera porque tenía la boca llena. En la mesa, había un cuenco lleno de magdalenas. "Ya puedo descartar que estén envenenadas" pensó.
– Descanse, soldado. ¿Eres tú el único encargado de la seguridad de la posada?
– No, mi capitán. Hay más soldados en el exterior. Lord Brant nos dijo que debíamos dejar privacidad al rey – el chico tragó y ya pudo entenderlo.
Zelda le observó y dijo:
– Bien, pues quiero más seguridad. Por favor, ve arriba, al piso superior, y vigila el pasillo. Yo me ocupo de la parte de abajo. Ah, por cierto… Tendrás que perdonarme, pero no recuerdo tu nombre. ¿Cómo era?
El chico se cuadró de nuevo para decir:
– Jason PiesdeFuego, mi capitán.
– Bien, Jason. Encantada. Anda, ve a cumplir la orden. Gracias por tu servicio.
Nada más ver que el chico subía las escaleras, Zelda fue al cuenco y se comió una magdalena. Estaba muy rica, dulce y blandita. Debía de ser de Maple. Estaba ya pensando en tomar otra, cuando vio que Saharasala aparecía por las escaleras. El sabio caminó despacio, hasta sentarse frente a la chimenea. Aunque ella no había dicho nada, él ya sabía que estaba allí. Sintió sus ojos glaucos sobre ella.
– Sé lo que me vas a decir… – dijo Zelda. Dejó la segunda magdalena sobre la mesa.
– Si ya lo sabes, ¿por qué me obligas a repetirlo? – Saharasala tenía las manos ocultas en su hábito –. Eres la más sensata de los dos. Manteneos apartados, evitad habladurías.
– Link ya me ha dicho que Brant está enterado. No es ningún secreto…
– A Brant le importa poco, él persigue que Link se case con una de sus hijas. Pensará que es un capricho, como suelen pensar los nobles, y que, a la hora de casarse, lo hará con una descendiente de sangre azul.
Zelda soltó un bufido.
– Bonita forma de decirme que no soy noble.
– Es una realidad que tendrás que enfrentar, tarde o temprano. Más tú que él – Saharasala negó con la cabeza –. Eres valiente, y tienes un corazón fuerte. Serías una gran reina, pongo mi vida en ello. Solo que quiero evitaros el sufrimiento a los dos. Hay que ser prudentes, no hagáis tonterías, aunque sé que la gente joven no escucha estas palabras de sus mayores – Saharasala habló con su voz de Kaepora –. Cuando puedas, háblame de lo que ha pasado en Pico Nevado.
Le hubiera gustado mandarle a la porra, pero Zelda se sentó con él frente a la chimenea y empezó su relato. Saharasala escuchó con atención. Sonrió cuando le contó como Link había encontrado la biblioteca él solo ("No me extraña, tiene un gran instinto" dijo el sabio). Prestó más atención a los sueños y encuentros de Zelda con el Héroe del Tiempo. Al final, tras un suspiro, mientras se tomaba un té, dijo:
– Un espíritu en la Espada Maestra… No lo sabía. Siempre supe que la Espada tiene una magia muy poderosa en ella, no sabía de dónde venía. Supuse que fue un regalo de las Tres Diosas, antes de abandonarnos.
– Entonces, no sabes qué pueden ser esas pruebas, ¿verdad? – preguntó Zelda, aunque ya se temía la respuesta.
– No, nada. Jamás había oído nada parecido. En este asunto, no soy muy útil. Parece que la Espada ha respondido a tu llamada, cuando le has pedido ayuda para proteger a Link. Deberás tener fe, tanto en ese espíritu como en ti misma.
Zelda asintió, y perdonó mentalmente a Saharasala por la conversación de antes.
– He decidido mantener en secreto que la Espada Maestra está rota. En teoría, iba a pedir a Leclas que la arreglara. Solo me fío de los sabios, los ornis, los yetis y Maple. El resto me parece una pandilla de tontoslabia…
– Esa decisión demuestra lo que te he dicho: eres muy sensata, aunque tu educación deja mucho que desear – Saharasala sonrió –. Iré a descansar. Espero que las diosas me guíen y ayuden para encontrar una solución.
Las diosas no, pero fue Zelda quien le ayudó a ponerse en pie, y, tras darle el bastón para que apoyarse, le dejó al pie de las escaleras. Saharasala empezó a subir, despacio, y entonces la labrynnesa dijo:
– Por cierto, Saharasala… – esperó a que el sabio de la luz se girara un poco para añadir –. Seré una gran reina. No "sería", sino que lo seré. Junto a él.
Saharasala sonrió y dijo:
– Con esa fe en ti misma, superarás las pruebas.
