Capítulo 12 El rey en el exilio
Pocos días después de la marcha de Zelda y Kafei, el ejército formado por los hombres de Gadia (3000, a la espera de que el ejército de 10000 cruzara los bosques del oeste), junto con el ejército de Rauru (4500), y el formado por habitantes de Karariko que habían escapado y campesinos de Términa (500), puso rumbo hacia la llanura occidental, bajo los dos picos. Sin embargo, estos números variaban. Había deserciones, pero también, para sorpresa de Link, se iban uniendo a ellos más y más hombres y mujeres, de distintas regiones, al mando de condes, duques y otros nobles que por fin respondían a la llamada del auténtico rey. Todos contaban la misma historia: que el rey falso los tenía engañados, que les presionaba con impuestos, que amenazaba con quemar todas sus tierras y matar a sus vasallos si se atrevían, aunque fuera mirar en dirección a Términa. Que estaban ya hartos, que era obvio que el mal había vuelto a entrar en la familia real, y que debían intervenir.
Además, no era lo mismo unirse a un muchacho que afirmaba ser el rey, que hacerlo a un ejército ya formado, y con un joven que portaba por fin la corona de la familia real, desaparecida hacía mucho.
– Ese rey falso tiene costumbres muy feas: lleva una extraña máscara yelmo, con la cara de un reptil o algo parecido. Máscaras, como si fuera un demonio… – dijo uno de estos nobles, un hombre con canas, bigotes largos y una panza ya tan extendida que ni se molestaba en intentar entrar en la armadura. El duque Calladan, que había sido capitán a las órdenes del rey Dalphness y un consejero del rey Lion II.
Link asentía y escuchaba en silencio. Cada noche, las cenas se volvían largas conversaciones parecidas con los nobles que acudían con sus ejércitos. Les daba las gracias, y les entregaba un documento diciendo que sus tierras serían devueltas, y que destinaría una parte del tesoro real a mejorar la calidad de vida de los campesinos y habitantes. Claro que los nobles no querían escuelas, ni hospitales, ni mejores caminos. No, ellos querían que les diera el dinero directamente, que ya lo emplearían "en lo que nuestro pueblo necesita, mi rey".
Todas las noches igual: recibía halagos, movimientos de cabeza, manos que le estrechaban las suyas, además de los siempre perennes asados de carne que fingía comer, aunque en realidad solo se comía el acompañamiento. Al menos, no necesitaba catador. Sapón le había dado un remedio eficaz que bebía antes de cada comida. Si había veneno, lo devolvería de inmediato. Sabía que si se presentaba con un catador o le veían echar algo a su comida podría provocar muchos rumores, como que ya estaba desarrollando "el desorden nervioso de la reina Estrella".
Cuando volvía a su tienda, acompañado siempre por Reizar, Tetra, Leclas y por Medli, Link tenía que volver a cenar, o cenar de verdad, y a veces tenía el estómago tan revuelto que directamente solo quería meterse en el catre con la manta y dormir.
Sin embargo, era cuando por fin podía dedicar un rato a sus estudios.
Saharasala y Medli eran maestros pacientes, cada uno en su estilo. Saharasala prefería usar la historia para ayudar a Link a conocer el origen de los hechizos, la forma de ejecutarlos, la importancia de la meditación y la paz para encontrar el punto necesario y reconocer el momento en el que el poder mágico surgía. Medli, por el contrario, era más práctica. Le enseñaba canciones diversas, de su pueblo, y Link, que ya había pasado a partituras muchas de las canciones que conoció en el pasado, también se las enseñó. Un día, provocaron que dentro de su tienda empezara a llover, y al siguiente, se incendió un lado de la tienda. Suerte que Leclas, que siempre rondaba por allí, fue veloz y pudo sofocarlo. Puso como excusa que se había caído un candil.
– Hay poder mágico, mucho, Link – le dijo Medli –. Solo que aún no lo dominas. Es como les pasa a los ornis tras un largo tiempo heridos o enfermos. Saben volar, pero las alas no les sostienen, tardan un poco en volver a ejercitarlas.
Tiempo, una palabra mágica. Tenía y no tenían tiempo. Avanzaban por la llanura occidental a paso de tortuga, porque llovía todos los días, unas terribles tormentas que hacían los días oscuros, cortos y fríos. Sin embargo, esta circunstancia era igual para el otro ejército. Lord Brant dijo en una de las reuniones sobre estrategia que al menos ese terrible impostor había perdido el arma letal con el que atacó Términa desde los cielos. Dijo ante los demás nobles, que eran los nuevos generales, que le debían ese éxito a los valientes ornis y también a la primer caballero, Lady Zelda Esparaván, Heroína de Hyrule, que en breve aparecería con el ejército de gerudos y los gorons. Dijo todo esto con orgullo en la voz, como si Zelda fuera su amada hija y hubiera sido idea suya mandarla a ambos sitios, y que fuera un éxito. Omitía a Kafei. Link se preguntaba qué pasaría si los dos fallaban, qué excusa daría Lord Brant. "No, estoy seguro de que irá bien, regresarán pronto", se dijo.
Al final de sus días largos, casi entrada la madrugada, cuando Saharasala se compadecía, Medli le veía cansado, y Leclas se había bebido más de cuatro cervezas y dormitaba en un rincón, por fin a solas, Link se quitaba la cota de mallas. Al menos había logrado que no le pusieran un ayuda de cámara (para eso decía que tenía a Leclas, aunque este nunca cumplió esa tarea). También la túnica, los pesados protectores de brazos y espinillas, el del cuello, y por último la corona. Dormía con un traje de soldado, común, lo más parecido a ropa abrigada que tenía a mano y que podría llevar si le atacaban en plena noche. Se tendía, con la corona bajo la almohada, y un puñal oculto cerca, y cerraba los ojos. Caía en un sueño breve, sin ninguna imagen perturbadora. Un vacío interior en el que se preguntaba si vería el rostro de Zelda o no.
La echaba de menos. Se despertaba con una mano extendida, como si esperaba que la chica se tumbara a su lado como había sido su costumbre. Necesitaba volver a tener la piedra telepatía que perdió, también sus sueños proféticos, que le habían ayudado a sentirla incluso si estaban separados. Tendría que ser como los cientos de enamorados del mundo que viven distanciados. Solo que Zelda no iba a escribirle ninguna carta.
Los príncipes de Gadia eran otra compañía. Tetra y Reizar solían estar en las cenas, y era la princesa de Gadia quien lograba desviar la conversación si sentía que Link se aburría o se enfadaba. Ella también le puso al corriente de los rumores que corrían, porque tanto a ella como a Reizar se los contaban sin tantos rodeos.
– Tu padre fue un rey muy querido entre estos nobles, porque les dio bastante dinero para armas y proteger sus tierras de las hordas, y promocionó la construcción de murallas y refugios. En cambio, tu madre, con su política de aislamiento del palacio, y sobre todo lo de cobrar impuestos por tierras, casas y por hijos, fue bastante odiada y criticada. Me sorprende que hayas llegado a ser adulto, Link – Tetra se lo contó, y puso los ojos en blanco –. En Gadia, si un noble se quejara de esta manera, mi abuelo les habría enviado a las minas de cronomio de por vida.
– Se ha quedado con ganas de mandar a más de uno – apuntilló Reizar. Compartía con Leclas su afición a la cerveza, pero el príncipe actual de Gadia lo soportaba mejor. No le veía con resaca al día siguiente, sino que parecía fresco y feliz. No se le pasaba por alto que Tetra y él solían estar cogidos de la mano, y siempre juntos. La armadura de caballero que solía llevar le recordaba a los dibujos de Minaya y el futuro que vio para todos.
Otra constante visita en su tienda era la de Maple. Solo confiaba en ella para prepararle comida. Maple ayudaba en muchas otras tareas, pero la principal era ocuparse personalmente de los desayunos y comidas del rey. Muchos nobles le habían intentado regalar, como si fueran objetos, a sus cocineros personales, pero Link lo rechazó, argumentando que ella era experta en la comida que le gustaba. No lo decía solo por su seguridad, sino también por la de Maple. La chica siempre estaba acompañada de Saharasala, de un orni, de la propia Medli y de Leclas, cuando este no estaba del todo bebido. Un consejo de Reizar, que estaba observando que aumentaban los casos de riñas entre soldados.
– Sé protegerme. He vivido en un rancho con hombres rudos toda la vida, puedo manejarlos – dijo Maple, mientras cocinaba la comida durante una parada.
– Si Kafei regresa y te ve herida o en peligro, se enfadará tanto que le explotará la cabeza – Reizar dijo esto, mientras le tendía una de las zanahorias que había lavado. Para ser príncipe de Gadia y heredero de la tribu de los Hijos del Viento, Reizar parecía disfrutar de estas tareas cotidianas. En esa ocasión, Link estaba leyendo cerca y los escuchó. Levantó la mirada, y se encontró que Maple le repetía que ella estaba muy bien, pero Reizar arqueó las cejas y la observó un rato más, antes de apartarse.
Otro miembro de su corte, que siempre rondaba por allí, era el profesor Sapón. Caminaba renqueante, tenía unas gafas más gruesas aún que las que llevaba cuando se conocieron, pero insistía en buscar más tipos de antídotos y remedios. Reponía la botella de cordial, se quejaba de lo delgado que estaba Link, y después, con un suspiro, recordaba a su esposa, una ex gerudo, y sus dos hijos adoptivos, que había dejado en Términa. Link sospechaba que en realidad el médico rondaba alrededor para comer los platos de Maple, pues solía aparecer entonces. Lo cierto, es que Link agradecía la compañía de amigos, con Saharasala ya repuesto de su lesión en el brazo, con Leclas, un poco gruñón y con resaca, con la pareja de príncipes Altea y Reizar, Medli, Maple, y Sapón y Helor, líder de la división de los yetis.
Su corte, por así llamarlo, la completaban los ornis, los yetis, que eran sus guardaespaldas, y los chicos que Zelda entrenó en Términa y que se habían unido al ejército. Tras preguntarle a todos sus nombres, Link los había anotado y había logrado retenerlos en la memoria. Sobre todo, recordaba el de Jason, por el llamativo lunar bajo el ojo y porque le hacía gracia que se pusiera colorado y pareciera siempre incómodo cuando se dirigía a él.
Pasó una semana, y llegaron a los 15 días, sin noticias de Zelda y Kafei. Medli quiso mandar mensajeros, pero Link le dijo que ya habían perdido a muchos ornis mandando mensajes a sus aliados, y que prefería darles tiempo.
– Si han tenido éxito, aparecerán cuando lleguemos por fin al otro lado de la llanura occidental. Vamos a darles un poco de margen – decía, aunque él mismo no creía del todo sus palabras.
A veces, cuando Link se quedaba a solas, algo cada vez más raro, intentaba volver a poner las manos en un mapa, y pensaba en Zelda. A veces, no siempre, lograba ver más de esas líneas doradas, y trataba de distinguir entre las manchas qué se suponía que era. Temía que fuera como cuando se miran las nubes, que te parecen que no tienen forma hasta que alguien te menciona que es una cara, un caballo o un gato, e inmediatamente la nube se parecía a lo que habían dicho.
"Quizá sea cierto, y estoy desarrollando la afección nerviosa que tuvo mi madre".
Durante la última cena, un noble volvió a referirse a la Reina Estrella en esos términos. De hecho, fue un paso más allá, y sugirió que toda la situación actual era culpa de ella, que al fin y al cabo no había sido "una persona de sangre real".
– Mi madre era la hija del comandante de Hatelia. Era noble por esa rama, pero es que además fue adoptada por Lady Allesia, señora de Hatelia, antes de la destrucción de esta ciudad – dijo Link. Su voz resonó por encima de las otras conversaciones y de repente todos los nobles se callaron. El bocazas agachó su cabeza y respondió con un:
– Claro, majestad, disculpad mi atrevimiento. Solo he dicho un rumor que corría…
– Si quieren saber cómo era la reina Estrella, pueden preguntarme a mí, que soy su hijo. Fue poseída por el mal, es cierto. Bajo su influencia cometió todos los terribles actos que yo, como rey, he tratado de enmendar. Sin embargo, en el momento final, demostró su valor. Ahora mismo, es su espíritu lo que sella el Mundo Oscuro. Por eso, no permitiré que se vuelva a hablar de ella en mi presencia usando calificativos como demente, nerviosa, y mala gobernante – Link pasó la mirada entre los nobles allí reunidos. Los veía allí, comiendo carne, manchándose sus rostros de grasa y vino, y les pareció que eran cerdos. Pidió disculpas a estos en su mente, porque al menos los cerdos tenían sentimientos.
Los nobles asintieron y dejaron sus trozos de carne, en silencio. Entonces lord Brant se puso en pie y levantó su copa.
– Nuestro joven rey es un excelente orador, un muchacho culto, sensible y lleno de buenas ideas. Larga vida a Link V Barnerak – y todos brindaron, y enseguida regresaron los ruidos habituales. Link bebió un poco de su vino, pero lo dejó de inmediato. De repente, el sonido de todos aquellos nobles masticando se le hizo insoportable. Esperó un poco, fingió comer, y después dijo que estaba cansado y pidió a Tetra que lo acompañara.
Ya fuera de la tienda, Reizar también le agarró del brazo, porque Link avanzaba mareado. Al llegar a su tienda, tuvo el tiempo justo de ir al balde que servía de lavabo y vomitar lo poco que había cenado. Esa noche tocaba lección con Saharasala, y fue el sabio de la luz quién le tendió una toalla.
– Ahora agradezco no haber tenido a estos nobles en persona mis primeros años de reinado – dijo Link, temblando –. Te juro, Saharasala, que he tenido la idea de mandarlos ahorcar a todos. No los soporto.
– Los necesitamos, y ellos a nosotros. Tened paciencia, alteza – Saharasala le ayudó a sentarse. Los demás se habían ido para dejarlos a solos, como si sospecharan que Link no estaba de humor para soportar a gente a su alrededor.
Saharasala también lo percibía, porque esa noche la lección fue más corta y también más liviana. Era el único del grupo a quién había consultado por las visiones que se provocaba al tocar determinados objetos. El monje desconocía lo que eran, pero argumentó que quizá eran sus poderes de adivinación, que trataban de manifestarse de otra manera que no fueran los sueños.
– Justo antes de entrar en la Torre de los Dioses, empecé a tener visiones al tocar a la gente. Me pasó con el alcalde de Lynn y con Reizar. A veces, hasta me comportaba de otra manera, como si no fuera consciente de lo que decía, era como caer dormido estando despierto. No recordaba del todo la conversación que había tenido, pero por lo visto decía cosas terribles. A Reizar le llamé necio y me burlé de él.
Saharasala sonrió, y respondió, con su profunda voz de Kaepora Gaebora:
– Al igual que descubristeis que Zelda tenía una versión sombría, también habita una sombra en usted, alteza. Solo que incluso su sombra es luz. No debe tenerla miedo, ni enfrentarse con ella, solo aceptarla como es.
Link temía que un día, en una de esas cenas, esa sombra tomara cuerpo y forma de un dragón con tres cabezas que devorara a esos hombres. "Aunque si fuera mi sombra de verdad, no comería carne". Le pareció escuchar la risa que tendría Zelda cuando le dijera que tenía esa ilusión, y lo que la labrynnesa respondería. Le parecía verla, sentada, con sus botas sucias sobre la mesa, diciendo que era un bobo, un tontolabia, que se dejaba engatusar por esa pandilla de comesopas barrigones.
– Al menos, ahora sonríe – Saharasala cerró el libro que habían estado usando para su lección –. Seguro que está pensando en cierta primer caballero.
– Ya deberíamos tener alguna noticia de Kafei o de ella, la verdad es que empiezo a inquietarme. 15 días…
– Iré yo en persona al desierto de las gerudos, si con eso logro que tenga algo de paz – Saharasala guardó el libro en un cofre.
– No, prefiero tenerte a ti cerca. No sé, pero me tranquiliza que haya sabios alrededor. Aunque sería más feliz si estuvieran todos aquí con nosotros.
Saharasala pestañeó, y le preguntó de dónde venía esa idea. Link se encogió de hombros. No lo sabía, tampoco podía ser específico. Que las manchas y líneas le recordaran vagamente a Nabooru, tendida en el suelo, rodeada de cadenas, solo era coincidencia.
Para viajar, Link montaba sobre Centella, y estaba en el grupo que iba al frente. Era más como una forma de que le vieran. Se sentía muy raro, sobre todo porque debía llevar casi toda la armadura puesta. Hasta tenía que lucir una espada con empuñadura de plata y joyas brillantes. No le permitían llevar ni el arco ni el carcaj, y mucho menos la flauta a la vista. La llevaba dentro de un estuche, oculto en la silla. Consiguió, tras mucho discutir con Lord Brant, no llevar las pesadas grebas ni el yelmo tan asfixiante. Otro logro, con la excusa de su poca experiencia como jinete, fue conseguir que Centella siguiera siendo su yegua. Lord Brant le había insistido en llevar un corcel negro, como el que llevaba su padre, para crear la ilusión de que era un rey con confianza en la batalla. Para los ojos de Brant, Centella era una yegua vieja y poco vistosa.
– Centella es hija de Caranegra, el corcel de mi padre, por lo que es igual de valiosa – y Link logró que la dejaran. La verdad, no quería tener que separarse de ella, después de tanto tiempo sin verse. La yegua formaba parte de esta pequeña corte. Todos los días, él en persona se ocupaba de que comiera heno, la cepillaba, y acariciaba sus crines amarillentas, ya envejecidas. Era inevitable recordar cuando se la regalaron, siendo una potra, y lo mucho que la quiso desde ese primer momento. Era lo único, junto con los libros, que hacía sonreír al entonces solitario príncipe.
Era curioso que todo lo que venía de él (la música, la magia, Centella, los libros antes que la espada) eran vistos como extravagancias y signos de la locura de su madre, en cambio todo lo que Lord Brant "sugería", como la armadura, la espada que jamás iba a usar, llevar la corona a todas horas, mantenerse erguido, las túnicas y casacas azules con bordados plateados, era lo que los nobles admiraban. ¿De dónde sacaba Lord Brant estas prendas? Se preguntó una vez. Tetra respondió que había traído en su ejército numeroso a su propio sastre, y fanegas y fanegas de telas como algodón de los arikos.
– Está mal que te lo diga una mujer casada, pero estás muy guapo con ellas puestas. Más que cuando te conocí, de peregrino humilde – bromeó Tetra.
– Preferiría llevar esa chaqueta con tantos botones antes que esto.
Como miembro de la realeza, Tetra también tenía que cabalgar entre los primeros, y además llevaba armadura. En su caso, tampoco completa, y además usaba un vestido bajo el peto de metal. El largo cabello rubio estaba peinado en varias trenzas y moños, y también ella lucía ropas nuevas. Montaba de lado, en vez de a horcajadas, y sus riendas, manta del caballo y silla tenían bordados el escudo de la familia real de Gadia. Lo único que no portaba nunca era una diadema o corona.
Estaban llegando a los picos gemelos. Tetra levantó la vista, y dijo que era la primera vez que veía el interior de Hyrule. Hasta ahora, solo conocía las costas.
– Estoy pensando en escribir otra historia – le dijo a Link. Lo bueno de ser nombrados cabeceras de la marcha es que estaban relativamente solos. Reizar cabalgaba a pocos metros, junto a Leclas. Por encima, volaban los ornis y a los lados, tenía al cuerpo de yetis y jóvenes soldados de Términa –. Una que no transcurra en el mar, sino en tierra firme.
– Voy a echar de menos a la Capitana Terror de los Mares… – sonrió Link. La princesa le había regalado el último tomo, el que no pudo terminar.
– Oh, aún le queda una última aventura, le daré un buen final. Cuando la termine, empezaré con la nueva. No tengo aún el nombre, pero sí tengo claro quién va a ser la protagonista: una hylian pelirroja, valiente, mal hablada y descarada. Junto con un príncipe destronado, se enfrentarán a un malvado usurpador, y todo el mundo la conocerá como el Caballero Zanahoria.
Link soltó una risotada.
– Tetra, ¿tú quieres morir? No vas a llegar a ser reina de Gadia – Link siguió riendo, pero entonces se dio cuenta que Tetra no le seguía.
– No voy a ser reina, eso ya lo habrás visto…
– No, no lo creo. Tu abuelo…
– Mi abuelo se enfadó tanto cuando me vio llegar con el acta de matrimonio que me desheredó de inmediato. Ni Reizar ni yo reinaremos. Si no ha venido él a dirigir estos ejércitos es porque considera esto mi castigo, y mi última obligación como princesa. Cuando acabemos, Reizar y yo debemos marcharnos de Gadia…
Y Tetra miró por encima de su hombro a su marido, que bromeaba en ese momento con Leclas. Link quiso preguntarle entonces por qué habían decidido casarse, pero no lo hizo. En su lugar, dijo:
– Mejor – Link levantó un poco la barbilla –. Creo que me vendría bien tener una alta almirante y también una consejera para implantar escuelas y universidades. Sabes también más sobre imprenta que muchas personas, así que trabajo, tengo para ti y para todos vuestros descendientes.
– ¿Y Reizar? ¿Qué va a ser de él en este reino?
Link reflexionó y dijo:
– Caballero, y si quiere ponerse serio con la medicina, nuestro primer graduado en la universidad. Aunque sería mejor que dejara la cerveza un tiempo.
Ahora, la risotada la soltó Tetra.
Esa noche, durante la cena, por primera vez desde que había empezado la larga marcha, un noble se le ocurrió hablar de matrimonio. Dijo que le sorprendía que el rey no hubiera escogido a la princesa de Gadia como esposa.
– Os he visto cabalgando juntos, y vuestra imagen es imponente, por no hablar de que se os ve muy felices juntos – el noble miró hacia Tetra, y seguido, a Reizar, sentado a su lado –. Claro que le doy la enhorabuena por vuestro matrimonio, señora, pero…
– Escogí amar libremente a Reizar, igual que hizo mi madre cuando se casó con mi padre, un capitán y buscador de tesoros. El rey Link también escogerá de forma libre. Es mi mayor deseo.
Link levantó su copa con un dedo de vino y le dedicó el brindis a la pareja. Reizar besó la mano de Tetra, y esta se sonrojó. Horas después, mientras Link repasaba con Medli una partitura particularmente difícil, Jason entró en la tienda. Se cuadro y pidió disculpas por interrumpir la lección.
– Lord Brant pide que acuda de inmediato a su tienda. Dice que tiene un asunto urgente que tratar con usted, alteza.
Medli guardó el arpa y miró a Link de forma intensa. Link se puso la capa, con una capucha. Iba a pedir a Leclas que fuera a buscar a Saharasala, pero el shariano ya estaba dormido, y la entrada de Jason no le había sacado del sueño con olor a cerveza. Por eso, no le quedó más remedio que decir, mientras se colocaba bien la capucha:
– Necesito que vayas a ver a Saharasala a su tienda, y le digas que he acudido a una reunión con Lord Brant.
– Su lacayo me ha dicho que solo quería hablar con usted, alteza – Jason miró a Medli –. Sin embargo, opino que es necesario que vaya con alguien de confianza. No debe caminar por el campamento sin escolta.
– De acuerdo, entonces. Ven con nosotros – Link se colocó unos guantes. Hacía frío y humedad, ya más cerca de los picos gemelos.
Así fue como el pequeño grupo, formado por Medli, Jason y Link, caminaron apenas unos metros. Lord Brant había dejado claro su estatus como señor de Rauru, Amigo del Rey y como el primero que había mostrado su apoyo abiertamente a Link V Barnerak, plantando su tienda cerca de la del rey. Era más pequeña, pero también la preferida para las reuniones que celebraban los capitanes de cada ejército. Hacía dos días, habían elegido separar una parte del ejército para empezar una maniobra especial, y rodear al enemigo. Sabían que estaban acampados en la entrada entre la meseta occidental y la llanura, después del bosque de Bisel, una arboleda más pequeña que el bosque de los Kokiri.
El lugar perfecto para establecer una línea de defensa hacia Kakariko.
Cuando entró en la tienda, Medli trinó muy bajo que ella estaría cerca. Jason se quedó en la entrada, y Link dio un paso al interior.
Lord Brant no estaba. Tenía la mesa preparada con el mapa, los alfileres colocados, las figuras que representaban su ejército y el del enemigo. Bajo la luz de dos faroles, podía verse que lo último que había hecho Brant había sido mover algunas piezas del ejército enemigo, hasta ponerlas cerca de la posición donde estaban ellos. A menos de un día de camino, calculó Link.
Vio un movimiento a su lado, y se giró sobresaltado. Se llevó la mano a la funda de la flauta, que llevaba oculta en la capa. Enseguida, se relajó. Se trataba de uno de los nobles, el duque Calladan, que tenía las tierras a las que pertenecían las aldeas de Ruto, Sharia y Darunia. Era un ejército menor, pero por su condición de antiguo capitán y consejero bajo las órdenes del rey Lion II, se le consideraba un gran estratega.
– Siento haberle asustado, alteza.
– No, Lord. Discúlpeme a mí, no me había dado cuenta de su presencia. Hay noticias, ¿verdad? Por eso nos ha convocado Lord Brant. ¿Sabe dónde está?
El noble asintió y se acercó para que Link pudiera verle bien a la escasa luz de los faroles.
– Brant se ha adelantado y está hablando con algunos de sus oficiales, para ponernos en marcha enseguida – el noble señaló con un palo las figuras usadas para representar el enemigo –. Nos han llegado informaciones de un espía que tenemos en el otro ejército. Ya saben que avanzamos hacía allí, lógicamente, y han estado moviéndose, en pequeña escala. Creemos que ellos intentarán un ataque directo en breve, puede que en menos de un día.
– Estaremos preparados. Hay que mover entonces al ejército, vamos a entrar en combate – Link pensó que era extraño que, para eso, solo le hubiera pedido presentarse a él y a Lord Calladan. ¿Dónde estaba el resto de nobles?
Como respondiendo a su pregunta sin hacer en voz alta, Lord Calladan dijo entonces:
– Brant y yo nos hemos tomado la libertad de pedir al resto de sus vasallos iniciar las maniobras de defensa – el noble tomó una copa de metal y le dijo –: Sé que se cuentan historias increíbles, que ha estado en el Mundo Oscuro, que ha sobrevivido no a uno sino a dos ataques del Señor de ese mundo, el infame Ganondorf. Es un héroe.
– No estuve solo. Me acompañaron los sabios, y la primer caballero – dijo Link. Rechazó la copa que le ofreció Calladan.
– Sin embargo, esta será su primera batalla.
– Estuve cuando el ejército de Hyrule entró en mi antiguo castillo y me rescató, y también en la defensa de Lynn – respondió Link. Aun así, entendía que no era lo mismo. No vivió ni la preparación, ni el ataque. Recordó lo triste que se sintió al ver a todos aquellos que habían dado su vida por él, y también las terribles visiones que tenía de la llanura de Hyrule arrasada y los miles de muertos.
– Ya me he dado cuenta de que no bebe ni come sin haber tomado antes su cordial – comentó Lord Calladan –. Muy inteligente. No todos aquí son tan amigables como quieren aparentar.
– De nuevo, no es mi idea. Zelda me pidió que tuviera cuidado, y no se marchó hasta asegurarse de que hubiera un protocolo de seguridad.
– Dudo mucho que esa muchacha labrynnesa usara esas expresiones, pero sí la desconfianza – Lord Calladan se sentó –. Alteza, vamos a ser francos. Tenemos muchos efectivos, pero nuestro enemigo tiene más. Muchos nobles aquí persiguen lo mismo, y yo entre ellos: asegurarnos de que el reino de Hyrule sea para nosotros, los ciudadanos. Agradezco que cuando Aganhim y el Rey Rober le ofrecieron la mano de la princesa Altea, usted tuviera el buen juicio de rechazarla. Ninguno de sus leales súbditos podía ofrecer algo tan valioso, pero jamás habríamos aceptado una unión así con el reino de Gadia. Sin embargo, sigo pensando, alteza, que usted es el último de los Barnerak. Su familia lleva gobernando con buena mano e inteligencia este reino. Las Diosas me ayuden, incluso en los peores tiempos, al menos se han mantenido fieles. Su padre fue el primero en romper la tradición de escoger a una mujer de la línea de nobles de alto linaje – Lord Calladan sostuvo la mirada de Link –. Tiene que elegir, y le sugiero que lo haga ya. Antes de entrar en combate, debe casarse, y asegurar una descendencia. Si no lo hace, si fallece en el campo de batalla, no dejará un heredero.
– ¿Plantea que me case esta misma noche? Mi prometida no está ni siquiera enterada – Link se mantuvo bien erguido. En su frente, el rubí de la familia real brilló a la luz del fuego que iluminaba la tienda.
– Mi señor, por supuesto, pero también me he vuelto a permitir adelantarme a sus deseos. Su prometida está aquí, en la tienda de al lado. Si me acompaña sin hacer alboroto ni ruido…
Link y el noble estuvieron observándose mutuamente, hasta que Link dio un paso atrás. Llamó a Jason, y a Medli, pero ninguno de los dos entró. Calladan levantó la mano, con el bastón que había usado para señalar las piezas.
– Esto es traición – llegó a decir, mientras se llevaba la mano a la espalda para sacar la flauta de la familia real. Sin embargo, no llegó a hacerlo. Le sujetaron de los brazos y le levantaron en el aire. Intentaron amordazarle, pero Link se escabulló todo lo que pudo y volvió a gritar. Calladan entonces se adelantó y le asestó un golpe bien dirigido a la sien, con la intención de dejarle inconsciente. El golpe le dejó aturdido, pero aún siguió luchando. Sentía como iba perdiendo, como estos tipos eran más altos y fuertes que él, y una vez más se arrepintió de no haberse entrenado más físicamente. Zelda se lo decía, que debía correr, coger pesas, practicar con otras armas que no fuera un arco. Al menos, que cuando le atacaran se pudiera defender, si no podía usar la magia.
Sintió que le arrastraban hacia el fondo de la tienda, y entonces, no supo cómo, dio un grito. Fue fuerte, y sonó distinto. Fue igual que si su voz tuviera tanta fuerza que levantó el aire. Los faroles temblaron y uno se apagó, por lo que había ahora menos luz. De repente, entraron a la vez Leclas y Reizar. El sabio del bosque le dio una patada en la boca a uno de los captores, y Reizar, con solo usar el escudo, derribó al otro y le dejó sin sentido con un puñetazo. Link se vio libre, rodeado por sus dos amigos y además, por fin apareció Jason. Tenía sangre en una parte del rostro, y también arañazos.
– ¿Estás bien? – preguntó Reizar, sin mirarle. Tenía la espada desenvainada y dirigida a Calladan.
Link se quitó él mismo la mordaza.
– Sí, estoy bien.
Reizar le miró de soslayo, pero volvió la vista al frente.
– Te vuelve a sangrar la nariz.
– Me golpeó – señaló con la barbilla a Calladan. El noble cayó de rodillas delante de Reizar –. Es un traidor, ha intentado… – y Link se detuvo. El noble miraba alrededor, con el rostro blanco. Reizar se acercó corriendo, y trató de arrebatarle algo que tenía en la mano, pero había llegado tarde. El noble cayó a sus pies, empezó a temblar y finalmente se quedó quieto.
En la tienda empezaron a llegar más guardias, entre ellos Lord Brant. Al mismo tiempo, Reizar dijo, en voz alta:
– Tenía veneno en su anillo. Cuando se ha visto acorralado, se lo ha tomado – Reizar envainó y Leclas se puso al lado de Link. El shariano olía a alcohol, y tenía la mirada vidriosa, pero aun así se mantenía en pie. Desde luego, mejor que Link, a quien de repente no le sostenían las rodillas. Dejó un rastro de gotas de sangre hasta llegar a su tienda.
Este encontronazo había durado muy poco, solo unos pocos minutos. Lord Brant declaró que él no había pedido hacerle llamar. Era cierto que el enemigo había empezado a moverse, pero en cantidades menores. Era probable que estuvieran mandando avanzadillas para espiar o hacer un poco de desgaste, pero no el grueso. Por eso, se había ausentado de su tienda y marchado a vigilar estas primeras maniobras, con la intención de despertar a su alteza al amanecer e informarle.
Medli y Jason se vieron atacados en cuanto Link puso un pie dentro de la tienda. Al chico le habían dejado fuera de combate, pero se despertó enseguida y, herido como estaba, entró en la tienda al tiempo que Leclas y Reizar. Medli tardó un poco más en despertarse. La atendió Sapón en la tienda destinada a los heridos. Tetra ya estaba con ella, y Link se maldijo por ser tan inútil y no poder ayudarla a curarse. Ella no podía usar su magia en su beneficio. A Saharasala le pilló durmiendo, y el Sabio de la Luz se disculpó.
Sin embargo, algo que sucedió que hizo que este incidente de repente pareciera menor, fue el motivo de Lord Calladan. En la tienda de al lado, tal y como él dijo, aguardaba su hija, junto con un viejo monje. Los dos habían llegado de incógnito durante la noche, y nadie sabía de su presencia. Calladan pretendía lo que le había dicho: obligar al rey a casarse esa misma noche. Esta circunstancia provocó cierta hilaridad en las tropas. Los dos asaltantes y el monje estaban encadenados y custodiados, y a la hija se la retuvo aislada en una tienda de campaña. El rumor de lo que había sucedido corrió veloz, de boca a oído y de oído a boca de todos los soldados. Pronto se dijo que en realidad el propio rey se había propasado con esa joven noble, y que Calladan solo estaba exigiendo una compensación a la altura. A Link estos rumores le llegaron por la propia Tetra.
– Empiezo a comprender por qué mi madre aisló el castillo – reflexionó Link.
Volvía a estar en su tienda, con el doble de seguridad que antes. Había visitado a Medli, y la princesa de los ornis le había asegurado que se pondría en pie enseguida. También había insistido para que miraran a Jason su herida, pero el chico decía que estaba bien. Le vio los arañazos sin tratar bastante tiempo, porque se negó a vendarse. Decía que había fallado a su capitán, que no volvería a bajar la guardia así.
– La bajamos todos, lo siento – dijo Reizar. Leclas no habló, en su lugar, solo inclinó un poco la cabeza –. Bueno, solo era un loco que trataba de que te casaras con tu hija, no buscaba matarte.
– Es un delito, forzar a otra persona contra su voluntad a hacer algo que no quiere. No importa si soy o no rey – Link contuvo la voz. Empezaba a enfadarse. Era una sensación extraña, como si se hubiera comido una seta de fuego y esta empezara a hervir en su interior. Una mezcla de sentimientos, entre vergüenza, ira y humillación, no le dejaban pensar con claridad. Intentaba acordarse por qué había aceptado ir a la tienda con tanta docilidad, cómo se había sentido seguro, y en su lugar se había encontrado con un acto de traición. Saharasala le puso la mano en el hombro y Link, a pesar de llevar puesta las hombreras de la armadura, la sintió. Tomó aire, lo retuvo y lo expulsó: – ¿Cómo está la dama?
Lord Brant estaba presente. Fue él quien respondió:
– Allesia se encuentra bien, está atendida y vigilada, pero no le hemos puesto cadenas. La he interrogado, y lo único que puedo decir es que la pobre solo cumplía las órdenes de su padre, y que no tenía intención de hacer daño a su majestad. Si quiere que yo me ocupe del asunto…
– ¿Ocuparse? – preguntó Link, con un tono de voz ahogado.
– En casos de alta traición entre los nobles, las sentencias van desde el destierro, que es la más benevolente, los trabajos forzados y la pena de muerte, como última opción y la más expeditiva, si quiere escuchar mi opinión. Ya me he adelantado y he hecho ahorcar a los dos desgraciados que le redujeron, alteza.
El grupo allí reunido observó con temor como Link se ponía muy rojo. Se puso en pie. Hasta ese momento, había estado sentado. Al hacerlo, sintió que se le nublaba la vista. Le llevaba pasando desde el momento del ataque, a lo mejor un efecto del golpe que recibió. Dijo:
– Quiero ver a la joven.
Lord Brant le miró. Tenía en sus ojos un extraño brillo, como si Link no estuviera allí, sino que fuera otra persona. El noble asintió:
– Ahora mismo, alteza. Pero antes tenemos otro asunto que ver: el ejército del duque Calladan. Forma parte del nuestro, es un grueso de casi mil hombres. Aunque sus capitanes han jurado lealtad a la corona, no podemos asegurarnos de que no haya traidores entre ellos, e incluso alguno que le culpe a usted de la muerte de su líder. Ahora mismo, Calladan no tiene herederos, y sus tierras se han quedado sin propietario. ¿Podría sugerir que usted proponga a uno de sus capitanes como nuevo duque? Sería un buen gesto, y ganaría un aliado…
– ¿Y Allesia? Los títulos se heredan al primogénito, sin importar su género – dijo Link, sorprendido por el giro de la conversación.
– Lady Allesia es una joven noble, educada en artes refinadas, nada sabe de la guerra, y además, deberá ser desterrada.
Con solo la mirada, Link logró que Lord Brant se callase. Dio un par de pasos, y anunció que quería ver a los prisioneros en persona. Todos sus escoltas se colocaron alrededor, y Link avanzó por el campamento, guiado por Lord Brant. Llegaron a la tienda que estaba custodiada por más guardias. Uno de ellos obedeció la orden de Lord Brant y entró. Al mismo tiempo, gracias a otra orden, trajeron al monje, un señor anciano con la túnica raída y sucia. Estaba encadenado de pies y manos, y se arrastraba por el suelo. Link lo miró, con el ceño fruncido. De la tienda, salió una joven de cabellos rubios rizados. Vestía un sucio y ajado vestido blanco, que unas horas antes debía de ser radiante. Estaba despeinada, con el rostro igual de sucio que su vestido. Los ojos eran violetas, como los de la princesa de Gadia, y tenía las orejas de hylian adornadas con pendientes y brillantes. El monje se había arrodillado, temblando. La joven sostuvo la mirada a Link, con la barbilla levantada. Como su padre, tenía una figura gruesa, el doble que Link, pero era más baja. Este se acercó primero al monje y ordenó a los guardias:
– Liberadle, ahora – tardaron un poco en obedecer, porque primero miraron a Lord Brant y este pidió un momento.
Estaban al aire libre, y muchos soldados y otros capitanes se detuvieron a contemplar la escena. La misma Tetra apareció, acompañada de Reizar.
– El monje ha sido condenado a la horca, en unas horas. En cuanto a Lady Allesia, sugiero…
– Liberadlos – le interrumpió Link.
Fue como si hubiera hablado en hyliano antiguo o gerudo. Lord Brant pestañeó y le preguntó qué acababa de decir.
– No quiero ejecuciones, no en mi reinado. No puedo devolver la vida a esos hombres, ya es tarde. Eran solo peones. Hubiera preferido que me consultaran este tema, Lord Brant, antes de ahorcarlos. Por eso, le ordeno que liberen al monje y a Allesia. Los dos no volverán a atacarme, estoy seguro…
– Alteza, han cometido un delito. Deben ser al menos juzgados y castigados, no pueden marcharse, así como así – Lord Brant se acercó y lo siguiente lo dijo en voz baja –: El pueblo dirá que es usted un gobernante laxo, le verán…
– ¿No acaba de escuchar la orden de su rey? – intervino Saharasala –. El pueblo sabe que es compasivo, y no va a ejecutar a una mujer solo por mostrar mano dura.
Link vio que al final le obedecían. Le quitaron al monje sus pesadas cadenas, y este se arrodilló ante el rey y empezó a balbucear que siempre sería un leal súbdito, que él solo obedeció porque le obligaba la nobleza de Calladan, pero que no había deseado participar en la conspiración. Link se agachó, le ayudó a ponerse en pie y le dijo:
– La mejor forma de demostrarme que es un aliado leal es ayudando. Le pido que se ocupe de enfermos y heridos, y que de paz espiritual a todos aquellos que lo deseen – y el monje, en un impulso le besó las manos y después se marchó, sin dejar de hacer reverencias.
Ahora, le tocaba el turno a Lady Allesia. Esta no había dicho nada, seguía de pie rodeada de los mismos guardias que la habían sacado de la tienda. Link la miró, buscando indicios de que era como su padre, o que estaba allí obligada. Por mucho que Lord Brant hubiera tratado de decirle que era una pobre tonta obediente, le costaba creerlo, con esos ojos violeta tan firmes.
– Primero, lamento la muerte de su padre. A pesar de lo sucedido, fue un amigo leal a mi padre, lucharon juntos. Confiaba en su criterio militar, no comprendo por qué ha intentado esta acción tan desesperada – empezó diciendo Link. Allesia solo hizo un gesto de asentir –. Me piden ahora que decida no solo sobre tu destino, sino también el de las tierras de tu padre. La sugerencia que me han hecho es que nombre a un capitán del ejército de Lord Calladan con este título, y que te manden al destierro.
Por fin notó una reacción en la joven. Le pareció que temblaba, pero se dominó enseguida.
– Responde a una pregunta, Allesia. ¿Te obligaron a venir aquí, a cometer este delito? ¿O buscabas lo mismo que su padre, el acceso a la corona?
Allesia le miró fijamente.
– Con su permiso, alteza, y con toda franqueza, no me hubiera casado con usted libremente, aunque fuera el último hombre sobre la tierra.
Esta respuesta provocó una marejada de risas, mal contenidas. Uno de los guardias levantó la mano como para querer callarla por decir semejante grosería. Sin embargo, Link le ordenó alto. El rey se cruzó de brazos, y sonrió abiertamente. Consciente de que había mucha gente allí reunida, se giró y alzó la voz para estar seguro de que todos le escucharían:
– No me importa que el pueblo me crea un rey blando. No persigo gloria ni poder, solo quiero que todos sean lo más felices y vivan en un reino estable. Estoy en contra de penas largas y ejecuciones. Claro que aquel que cometa un delito será juzgado, pero en este caso, soy consciente de que Allesia fue empujada contra su voluntad. Por ese motivo, no voy a condenarla. Será liberada, de inmediato, y se le devolverán las tierras de Lord Calladan. Es ahora la duquesa Allesia Calladan, y si ella lo desea, puede ayudarnos a recuperar el reino de Hyrule. O nombrar un delegado capaz y regresar a sus tierras – Link se dirigió otra vez a Allesia –. Te dejo escoger.
La chica pestañeó, un poco confundida. Al final, preguntó con un hilo de voz:
– ¿Soy Lady Calladan?
– Eso he dicho.
– ¿Y puedo ordenar al ejército? Sin haberme casado o…
– Has heredado el título que te pertenece, es tu herencia – Link y ella se miraron, y al final la joven, de forma inesperada se arrodilló ante él. Se llevó la mano derecha al hombro izquierdo y le hizo el saludo de los caballeros.
– Juro lealtad al rey Link V Barnerak. A partir de ahora, seré su más humilde servidora. Mi ejército cumplirá sus órdenes, y no volverá a temer ninguna conjura por nuestra parte.
Link le pidió que se levantara.
– Y por favor, tutéame, que tenemos la misma edad. Llevas el nombre de mi tía abuela, la madrina de mi madre, y sé que tu familia estaba muy unida a ella. La destrucción de Hatelia fue un gran desastre, espero que podamos reconstruirla un día. Lady Allesia Calladan, encantado de conocerte – Link tendió la mano y la joven la tomó.
En el mismo instante que sus manos se tocaron, Link cerró los ojos. Fue un pestañeo, pero pareció que el tiempo se detenía. En mitad de la oscuridad, vio imágenes formadas por líneas doradas, pero por primera vez, vio varias cosas: una especie de casa, de dos plantas y con dos chimeneas en vez de una. Le pareció reconocer a Leclas, tratando de correr, apoyado en una muleta. Había una criatura que arrastraba el cuerpo de una chica, pero no pudo ver quién era. Zelda atacaba, luchaba contra esa criatura, y justo entonces Link regresó a la realidad. Allesia le miró, intranquila, y le preguntó si se encontraba bien.
Se llevó la mano a la nariz. Volvía a sangrar.
– Estoy bien, gracias. Debo descansar antes de la batalla, sugiero que hagas lo mismo – y se giró. De inmediato, su escolta le rodeó y le acompañaron de regreso a su tienda. Reizar apareció de la nada, y le dio un pañuelo. Antes de llegar a la tienda, justo nada más dar un paso, cayó hacia delante, y entre Reizar y Leclas le ayudaron a llegar a su camastro.
Pasó a verle Sapón, que dijo que solo estaba agotado, pero descartó fiebre. Saharasala se quedó con él, Medli tocó con el arpa la canción de la curación, Maple insistió en que comiera una sopa que había hecho con calabaza, usando una receta de los yetis. Lord Brant también le visitó, para decirle que era mejor que permaneciera en la tienda, mientras ellos desplegaban la línea del frente para el primer ataque. Antes de irse, Brant le dijo que, inesperadamente, muchos nobles se sentían felices de cómo había resuelto la conjura, y entre las gentes llanas del ejército se hablaba de su bondad y de su amabilidad.
Y Link, que pensaba en Zelda cada minuto del día, descubrió que podía echarla aún más de menos que nunca. ¿Qué tipo de aventura la tenía tanto tiempo alejada de él?
