Capítulo 15 Saeta

Según le dijo Vestes, Zelda estuvo durmiendo tres días seguidos. Preocupada, la orni se acercó varias veces, se aseguró de que respiraba, y también la abrigó en las noches, pues en el cañón la temperatura nocturna bajaba. Nabooru también estaba muy malherida. Tenía moratones y heridas, y estaba muy delgada. Las gerudos la atendieron con mucho cuidado.

Era su nueva líder, la nueva matriarca.

Zelda fue a verla nada más despertar, aunque antes se dio un baño. Tenía aún los restos de la batalla en el cuerpo. Mientras había estado dormida, una de las sacerdotisas gerudos le había aplicado remedios, pero, aun así, tenía las costillas doloridas, verdugones, quemaduras y rozaduras. Tenía hasta una herida, ya cicatrizándose, en el brazo izquierdo que no era capaz de recordar cómo ni cuándo se la había hecho. Tras vestirse con ropas de gerudo, mientras las suyas se secaban, recuperar su pelo bajo la costra de barro, y quitarse las pinturas de guerra, caminó por el campamento, buscando a Nabooru.

Las gerudos habían montado sus tiendas, y limpiado el lugar de los cadáveres de sus enemigos. Mientras caminaba hacia la tienda principal que era la que debía ocupar la líder de las gerudos, Zelda vio a los pelícaros, por allí rondando. Pedían comida, hacían pequeños juegos, y daban saltos cuando las gerudos los atendían. Algo que también vio fue el montón de piras de madera donde se acumulaban cuerpos envueltos en capas y mantos. Por encima de todas, había un cuerpo cubierto. Zelda desvió la mirada, tragó saliva y cruzó la cortina.

Nabooru estaba sentada en el suelo. El largo cabello negro azabache estaba liso y suelto. En otras épocas, Zelda había envidiado lo brillante que era. En ese momento, estaba opaco, igual que el rubí de su frente. Los ojos de Nabooru eran oscuros, llenos de misterio, pero cuando miró a Zelda, esta vio el dolor de haber perdido a su hermana. Si alguna vez había tenido dudas del vínculo que compartían, en ese momento se disiparon. Zelda se sentó frente a ella, en silencio. El motivo por el que se había decidido a venir era porque en su mochila había encontrado una carta. No se había atrevido a abrirla.

Depositó la carta y la cimitarra de la ira.

– Tu hermana me los dio… Son para ti.

Nabooru miró los dos objetos, y levantó sus ojos para fijarlos en Zelda.

– Fuisteis a ver a la Saga del Fuego. ¿Por qué?

– Necesitábamos saber dónde estabas.

– Mi hermana le tenía miedo a la Saga. Desde niña, desde que supo que predijo la muerte de mi madre, la matriarca que tenía los dos dones. En realidad, le tenía miedo a saber que iba a morir. Era algo que la tenía prisionera – Nabooru tomó la carta. Zelda le dijo que la dejaría sola, pero Nabooru le pidió quedarse. La Sabia leyó, muy rápido. En un momento determinado, Nabooru soltó una ligera risa, pero después le siguió unos ojos llorosos –. Sabía que lo que iba a pasar en esta batalla. Que daría su vida por mí y por todas las gerudos.

Zelda recordó lo rara que estaba Zenara antes del combate. Agachó la mirada, y miró la cimitarra, pensando cómo debía de ser saber el momento preciso en el que iba a suceder. Nabooru alargó la mano y le tocó el hombro. Zelda y ella se miraron, sin decir nada. Al final, Nabooru se apartó, con los ojos semicerrados.

– Ese fue el precio… Tú también… Me preguntaba qué pagasteis al Triforce, que quizá fueron vuestros poderes de elegidos. Ahora lo comprendo – Nabooru se apartó –. La mitad de tu vida, Zelda… También has hecho un gran sacrificio. Es normal que estés aterrada.

– No, yo no estoy… – Zelda negó con vehemencia.

– Lo puedo ver en tu aura, una sombra. ¿Qué opina Link? ¿Él lo sabe?

Zelda respondió asintiendo.

– A veces, se le nota que está pensando en eso, en el tiempo que me queda. Yo intento hacer que lo olvide, que no lo piense. Al fin y al cabo, ¿qué importancia tiene? Puede que ocurra antes de lo que estaba escrito para mí, pero nadie sabe cuándo va a suceder su muerte. Normalmente – añadió.

– Es cierto, y es muy sabio pensar así, pero tampoco está bien olvidar que existe esa sombra – Nabooru se acercó un poco para decir lo siguiente –. La muerte te rodea, pero veo amor, y valentía, como siempre. Zelda, aún te queda mucho por darnos – Nabooru trató de sonreír –. Al atardecer, vamos a iniciar el rito para despedir a las guerreras que han luchado. Una vez terminemos y estemos listas, iremos a reunirnos con el ejército del Link. Lucharemos por la libertad de nuestro pueblo, para defendernos de esa terrible criatura.

Nabooru le pidió entonces que le contara qué había sucedido, y de dónde había sacado a esos pájaros tan grandes y ruidosos. Zelda también le pidió que le contara cómo había acabado en las garras de Zant. Tras escuchar el resumen que le hizo la labrynnesa, Nabooru IV le contó esta historia. Coincidía con la historia de Zenara, es decir, que había convencido a su hermana para visitar a la Saga del Fuego. En esos momentos, el falso rey Link había tratado de llegar hasta el desierto, y las gerudos se habían visto obligadas a luchar contra él. Por eso Zenara estaba tan desconfiada. Creía que al final el rey se había vuelto contra ellas, igual que lo hicieron su padre y su abuelo. Nabooru esperaba que la Saga del Fuego le dijera a su hermana que ella había visto un futuro próspero, con la ayuda del líder de los sabios.

– Sin embargo, nada más cruzar el desierto y llegar a los Filos, nos atacaron. Eran demasiados, solo estábamos las dos. Perdí la escoba, peleé como pude, pero al final me vi delante de ese al que llamas Zant. Ya era la segunda vez que le veía. Ayudé a Kafei a salvar a su prometida y a algunos ciudadanos de Kakariko, aunque no pudimos destruirlo ni recuperar la ciudad – Nabooru bajó la mirada a la cimitarra de la ira, que seguía entre ellas dos –. En esa lucha, yo quería salvar a Kafei, le dejó malherido como sabes. Entonces, pensé que podría derrotarle otro día. Si pudiera volver atrás, habría hecho lo posible para acabar con él. Porque entonces solo era una marioneta, una figura vacía que se movía gracias a los hilos de Vaati. Pero esa criatura que se llama Zant es un ser vivo, hay un espíritu en él, es distinto. Y más poderoso.

– Ya, es muy raro… – Zelda recordó sus reflexiones antes de emprender este largo viaje –. Yo creía que los hechizos de los magos desaparecían con ellos, pero estoy viendo que no. El Héroe del Tiempo hizo algo en la fortaleza de Pico Nevado que la protegió de los guardianes, y este Zant, esta sombra creada por Vaati, parece tener su propia vida. No sé, yo no comprendo bien cómo funcionan estas cosas, pero…

– Es muy simple. La respuesta correcta suele serlo. No es una sombra, pero supongo que lo descubriremos. Me tomó como prisionera, me llevó a ese lugar que llamas Arca. Estaba allí cuando atacaste, Zelda. Pude sentirte, pero no podía llamarte. El arca estuvo moviéndose un tiempo, le costaba manejarla. Al menos, durante ese periodo, dejó de torturarme.

– ¿Torturarte? – Zelda miró los brazos y el rostro de su amiga. Los remedios gerudos eran eficaces, se notaba que ya estaba cicatrizando, pero ahí estaban las marcas. Su amiga tenía rastros de quemaduras y golpes. Una ola de fuego empezó a arder en el interior de Zelda. Aunque Nabooru era alta y fuerte, no tenía más que unos 15 años, a punto de cumplir los 16.

– Pretendía que le diera mis poderes de Sabia. Cuando eso pasaba, me pareció diferente, alguien más, un Link muy cruel con los ojos negros. Lo hacía a cara descubierta, y me dejó claro que el líder de los sabios estaba viviendo muy bien, sin preocuparse por mí – Nabooru ocultó el rostro un momento, tomó aire y dijo –. Resistí, Zelda, no le di nada, pero eso es lo que yo creo. La verdad es que desde que empezó ya no noto a los sabios, no como antes. Y ellos tampoco han percibido que yo estaba en problemas.

¿Era eso lo que pretendía Zant, al lanzar todos esos guardianes en Pico Nevado? Había en ese lugar dos sabios y también estaba Link. Recordó que Kandra le había advertido que Zant quería terminar la guerra cuanto antes. ¿Qué mejor forma que perder el gran poder mágico que en el pasado había sellado a grandes males? Nabooru esperaba que dijera algo más, y Zelda, tras pensar un momento, dijo:

– Kafei está en la Montaña de Fuego, en Eldin, con Link VIII. Leclas y Saharasala están con Link, con el ejército, en la llanura occidental. Laruto sigue en el mar. Lo último que sé de ella es que está con su hermano Cironiem, y los zoras están ayudando a los barcos de Gadia para que llegue más ayuda. Si el plan de ese Zant es destruir a los sabios, entonces todos deberíais estar juntos – Zelda miró a Nabooru fijamente –. No os salvamos en la Torre de los Dioses para que ese hijo de mil madres se lleve vuestros poderes.

Una gran sonrisa iluminó el rostro de Nabooru, y le quitó parte de la tristeza que tenía encima.

– No espero menos de la elegida del valor. Confío en ti.

Cuando las dos se levantaron, Zelda abrazó a Nabooru. Esta, sorprendida porque ese gesto no era frecuente entre las gerudos, correspondió, y le dio las gracias. No hacía falta hablar, vio en el aura de la labrynnessa todo lo que no podía expresar en palabras.

Al apartarse, sintió que la Espada Maestra volvía a relucir. Zelda entonces sacó la piedra con forma de lágrima. Brillaba de color amarillo, y estaba caliente al tacto. Supo de inmediato que no era para ella, sino para Nabooru. Esta la aceptó sin decir palabra, y se la colgó al cuello.

– Te quedan aún muchas pruebas, Zelda, pero gracias por todo esto.

Horas después, ante la pira funeraria de las gerudos, Nabooru honró a su hermana cantando y ejecutó un baile en solitario, con la Cimitarra de la Ira. Poco a poco las gerudos supervivientes se unieron a ella. Cuando terminaron, se retiraron a sus tiendas a beber shilok y hablar bajo entre ellas. Vestes le propuso a Zelda descansar, y unirse a las gerudos en su marcha a la llanura occidental. Zelda negó con la cabeza.

– Vamos a ir a la Montaña del Fuego. Ahora que sé que Zant persigue a los sabios, estoy intranquila por Kafei y por Link VIII, el rey de los gorons. Si tú no quieres acompañarnos, lo entenderé…

– Oreili está con Kafei. Después de ver a dos de las nuestras caídas, no quiero que mi hermano acabe así. Iré contigo. Además, el rey Link me pidió cuidar de ti.

Le dio las gracias, y preguntó por Kandra. La orni dijo que la había visto durante la ceremonia, pero que se había marchado. Sin embargo, a Zelda le pareció ver a Gashin correteando con los otros pelícaros. Era fácil distinguirla, porque era la única que tenía una montura. Eso le hizo recordar que le faltaba alguien a quien dar las gracias.

Vestes se unió al reparto de alcohol, pero Zelda lo declinó. Ya había tomado antes ese licor, y sabía que podría dejarla fuera de combate más rápido que el golpe de un orco. Mejor abstenerse. En su lugar, encontró un pescado grueso, y fue paseando entre los pelícaros, buscando con la mirada. No debía de ser difícil, era el único que había visto de ese color. Vio un pelícaro de plumajes dorados, otros plateados, y varios marrones y grises. Había otro que era igual que Gashin, solo que tenía unas plumas blancas sobre la cabeza. Todos eran majestuosos, y ahora que Zelda había podido comprobar cómo era volar sobre uno, tenía más curiosidad.

Lo encontró sentado, en el interior de una pequeña cueva. Su padre le decía, cuando perdía algo, que estaría en el último lugar donde mirara. Siempre le respondía que eso era una tontería muy obvia, y su padre se reía, pero tenía razón. Allí estaba el pelícaro de plumaje rojo. La miró, pero no con desconfianza, sino con curiosidad.

– Eh, hola… He estado un poco dolorida, no por tu patada, sino por la lucha – Zelda se acercó despacio, agachada para no darse un golpe con el techo –. Venía a darte las gracias. Me salvaste. Si fueras humano, dirías que estamos en paz, que yo te liberé de la jaula, pero no sé… Aun así, me gustaría darte esto. En breve, me marcho, y no sé si volveremos a vernos…

Le dejó el pescado cerca. El pelícaro volvió a mirarla. Tenía los ojos dorados, y le recordó a un gato, sobre todo porque en ese momento usó una pata para atraer el pescado a él, y comerlo en dos bocados. Miró a Zelda, como esperando más. Esta sonrió y sacó de sus bolsillos una manzana.

– Anda, toma. El postre, que ese pescado era enorme… Te voy a llamar Tragón, jejeje… – y vio como el pelícaro esta vez acercó el pico y agarró la manzana con cierta delicadeza, para evitar hacerle daño.

– Se llama Saeta.

Zelda miró por encima de su hombro a Kandra, que estaba agachándose para entrar en la cueva. Al hacerlo, el pelícaro la miró. Alargó el cuello y dejó que la muchacha le acariciara la cabeza.

– ¿Por qué está escondido? ¿No estará herido?

En realidad, tenía miles de preguntas que hacer a la chica, pero en su lugar, prefirió que Kandra primero confiara un poco más en ella. Al fin y al cabo, era también como un gato.

– No, está triste. Ha perdido a su dueño – Kandra le rascó la cabeza –. Ya te conté que, del lugar de donde vengo, se nos asigna un pelícaro para que lo criemos. Si eres bueno con él, puedes establecer un vínculo con ellos, y te seguirán toda la vida… Pero si su dueño no les trata bien o fallece, entonces ese vínculo se rompe. Los pelícaros sufren mucho, hay algunos que hasta dejan de comer.

Zelda aprovechó que Saeta estaba más cerca para acariciarlo ella también.

– Pobre… Al menos tiene apetito.

– Estará mejor cuando vuelva a tener un vínculo con alguien – los ojos marrones de Kandra se quedaron fijos en el rostro de Zelda. Esta no se dio cuenta, siguió acariciando al animal.

– Y los pelícaros de fuera, ¿por qué están contentos?

– Son salvajes. Llegaron aquí por accidente, y Zant quizá esperaba usarlos… Pero parece que han rechazado a los monstruos. Menos mal. Hubiera sido una gran herejía y tragedia si los usan esas criaturas…

Saeta giró su rostro hacia Zelda, tan cerca sus ojos de los de la chica que tuvo que apartarse un poco.

– ¿Tú crees que yo podría…? – Zelda se giró para preguntarle a Kandra, pero ya se había levantado –. Espera, no te vayas.

– Debo ir a buscar a Zant, pararle los pies.

Zelda acarició la cabeza de Saeta, le dijo un "ahora vuelvo, pelirrojo" y salió corriendo detrás de Kandra.

– ¿Tú sola?

– Es lo que debo hacer. Ha causado mucho daño – mientras caminaba, Kandra se fue abrochando bien las correas de su traje negro –. Si crees que ahora que el arca está destruida tienes una ventaja, lo siento, pero no. Si Zant abandonó el arca, es porque ya no podría manejarla, sin el núcleo. Habrá encontrado otra.

– Por eso no quiero que te vayas – Zelda dio un par de zancadas más y se puso enfrente de Kandra. Tuvo que caminar de espaldas, sin dejar de mirar a la muchacha –. Eres quien más sabe de ese tipo, conoces el motivo por el que se parece a Link, por el que está aquí… Sabes cómo detenerle. Sé que no me quieres contar todo, lo entiendo, pero te necesitamos. Y tú a nosotros.

Sintió el cuerpo de Gashin justo a sus espaldas. Mientras caminaban, el pelícaro llamado Saeta había salido del refugio, y las estaba siguiendo.

– Sabes que tengo razón – añadió –. Gashin, anda, díselo.

Y la pelícaro, como si de verdad lo entendiera, soltó un grito de los suyos que sobresaltó a Saeta. Kandra las miró, con una ceja levantada.

– ¿A ti nadie te ha dicho que eres una cabezota?

– Todo el mundo, empezando por mi padre – Zelda puso las manos en la cintura, y levantó lo que pudo la barbilla, para aparentar ser más alta.

Kandra se cruzó de brazos. Puede que Zelda fuera más baja que ella y más joven, pero no podía olvidar que había sido capaz de derribarla con una llave cuando trató de arrastrarla lejos del arca.

– Seguro que ese hombre se merece un premio, por educar a alguien tan melón – Kandra soltó un suspiro –. Bien. De momento, me quedaré contigo. Sin embargo, tengo una petición que hacer.

Zelda asintió, sin vacilar. No solo eres cabezota, le diría Leclas, sino que además tienes zanahoria rallada entre las orejas.

– No puedo contarte más de lo que hemos hablado. Solo podré cuando conozca a tu Link.

– No es "mi" Link. Es el rey de Hyrule – Zelda sintió que se ponía roja. Kandra soltó otro suspiro y dijo que a ella le daba igual lo que fuera, pero que su historia solo la repetiría una vez.

"A la montaña de los gorons… Lo siento, Link, vas a tener que esperar un poco. Ojalá llegue antes del combate en la llanura occidental".