Capítulo 16. Batallas perdidas

Había estudiado estrategia militar desde que cumplió los siete años. Esas clases suponían horas de estudio, escuchando al viejo mariscal Lontinos, y Link, que ahora era más consciente de lo pequeño que era, se quedaba dormido a veces. Sin embargo, recordaba una de esas clases. Asistió a ella su madre, y fue en ese momento que Link aprovechó para quejarse amargamente. "Nunca voy a usar esto, vivimos en un reino pacífico" dijo.

"Sí, pero es vital para un rey saber cómo funciona el ejército, el esfuerzo que supone y también movilizar esas tropas" le recalcó su madre. "Aunque tú no estarás nunca en primera línea. Los reyes no lo están, corren el riesgo de morir o ser capturados". Al decir esto, la reina Estrella tuvo que salir de repente, porque sus ojos bicolores se llenaron de lágrimas.

Y tenía razón la reina, porque Link, a pesar de tener una armadura, de tener caballo, de haber expresado que quería luchar como uno más, a la hora de la verdad, estaba en la tienda de Lord Brant, rodeado de los nobles generales, ante el mapa. Entraban y salían mensajeros, que pedían órdenes. Ellos iban a apuntando y moviendo las piezas en el tablero, para indicar el avance y retroceso de los dos ejércitos. Link consultaba a Saharasala y a Brant, y tomaba decisiones. Así, con el tablero y las figuras, podía imaginar que estaban echando una partida de un nuevo tipo de ajedrez. Sin embargo, cada una de esas decisiones hacía que cientos de hombres y mujeres sobrevivieran o murieran.

No era la única persona obligada a permanecer a salvo. Tetra también. Para ella, era un alivio porque, según le reconoció a Link, era mejor luchando en alta mar. No estaba del todo muy tranquila, porque Reizar sí estaba en primera línea. Link comprendía la preocupación de la princesa. Era la misma que tenía él, cada segundo del día, por Zelda. No habían recibido ninguna noticia.

Medli dirigía al grupo orni desde allí, y Leclas, aunque en un primer momento iba a acudir a la lucha, en el último segundo se quedó borracho en la tienda de Link, y este no tuvo valor de obligarle a salir. Saharasala le dejó a cargo de Maple, que fue obligada a permanecer en la tienda del rey. Los yetis resultaron ser una compañía de tierra fuerte, capaz de derribar empalizadas y hacer retroceder de terror a los miembros del ejército enemigo. Este lo formaban hombres, pero también había monstruos de todo tipo (goblins, orcos, hasta centauros, y criaturas humanoides con cara de orco). Allesia Calladan, la nueva capitana, y sus tropas tenían controlados el lado este, resultando que, aunque no fuera el ejército más numeroso, fuera uno de los más valientes y decididos. La chica también dirigía la operación desde la mesa de estrategias. Según le dijo a Link en un descanso, había estudiado durante años, porque su padre siempre le había explicado esos movimientos que le hicieron famoso. Sí, movimientos, igual que en el ajedrez: cuña, tortuga, cangrejo, montaña...

Iban ganando terreno, poco a poco, tomando la llanura occidental, liberando zonas llenas hasta ese momento de enemigos. Bosques, pequeñas aldeas, granjas…

Sin embargo, al tercer día de combate, aparecieron los guardianes.

Aunque Link había descrito a estas criaturas, hecho dibujos y explicado los puntos débiles, supo que la mayoría de los nobles se lo tomaron a broma en ese momento. No podían creer que existiera una criatura hecha de metal y que se moviera. Como escuchó decir a un noble cuando creyó que no le oían, era "un cuento gerudo". Por suerte para ellos, los yetis y al menos Reizar sí atendieron a las explicaciones. Pero por muy valientes que fueran, no podrían acabar con el centenar que se desplegaron por la llanura.

– ¿No podrías hacer el mismo truco que hiciste en el Pico Nevado? – sugirió Leclas, tras despertar después de un largo sueño, con el estómago lleno de cerveza.

– ¿Qué truco? – preguntó Link. Había pasado las últimas diez horas en la tienda ante el mapa, y le dolía la cabeza. Se había tomado el cordial de Sapón, y le habían recomendado dormir, pero no podía.

– El que hiciste… Gritaste algo y se pararon, de repente – Leclas bebió un poco de una jarra, y enseguida puso cara de contrariedad –. Eh, ¿quién me ha quitado la cerveza? Esto es agua…

– La cerveza se acabó para ti, amigo – dijo Maple –. Estoy harta de tus ronquidos de borracho, y ahora te necesitamos sobrio. Además de los yetis y Kafei, eres de los pocos que saben cómo pelear contra esos monstruos de metal.

Leclas suspiró, dijo "mujeres", pero al ver la mirada de Link, enrojeció hasta la frente. Se puso la capa, cogió la espada, y salió por la puerta de la tienda, sin decir palabra.

– Yo no hice ningún truco – susurró Link, mientras miraba el mapa que tenía en su tienda, a modo de repaso.

– Algo hiciste, como cuando te escuchamos todos pedir ayuda – Maple se giró para remover la sopa. Sirvió un cuenco a Link y le dijo que debía tomarla mientras estaba caliente.

– ¿Pedí ayuda? ¿Cuándo? – Link aceptó el cuenco. Llevaba lo suficiente con Maple para saber que no debía rechazar nada de lo que le cocinaba. La verdad es que con el olor del caldo, volvía a tener apetito.

– Sí, la noche en la que casi te casan con Allesia – Maple apartó la olla del fuego y la tapó. El olor se esparció por la tienda, y fue como un viento cálido y reconfortante. Aun así, Link sintió un escalofrío.

– Sí, Reizar estaba conmigo en ese momento. Había insistido en acompañarme a la tienda del Doctor Sapón, y los dos escuchamos tu grito. Leclas salió de tu tienda y fue directo a la de Brant, y Reizar le siguió. Yo me quedé a ayudar a Medli.

Link estaba seguro de que no gritó. No le dio tiempo, le amordazaron antes de poder pedir ayuda. ¿Cómo lo había hecho? Bebió la sopa, para ver si así recuperaba algo de calor.

Con los guardianes, iban perdiendo terreno. A medida que el enemigo lograba recuperar una zona, se instalaban de forma fija, y disparaban a todo aquel ser humano que entraba en su radio, solo respetaban a los monstruos. Los espías ornis dijeron que de momento, no atacaban si ellos volaban a cierta altura, pero que sí lo hacían los monstruos, con unas ballestas de metal instaladas en lo más alto de las fortificaciones que habían construido, les disparaban más alto que los guardianes.

Link miró el mapa, a las piezas negras y las blancas con los banderines de cada ejército. En ese momento, aunque habían perdido una parte de terreno, habían logrado estabilizarlo. Tenían en su posesión a la mitad de la llanura occidental, incluyendo los picos gemelos, el puente de Hylian, reconstruido de forma provisional, y lo que en un pasado fue Hatelia y que eran un montón de ruinas. Como estaba en una zona elevada, y bastante despejada, Link había ordenado pedir a toda la población civil de la zona que no quisiera participar en la guerra subir a Hatelia e instalarse allí. A medida que habían ido liberando las aldeas, todos los refugiados contaban lo mismo: que habían sido obligados a incorporarse al ejército y luchar con los monstruos, y estos solían tratarlos con desprecio. En más de una ocasión, más que un ejército, los humanos habían sido tratados como esclavos o como "escudos". Un militar del grupo de Calladan dijo que era una táctica sucia pero bastante común: colocar en primera línea a población civil, para hacer vacilar al enemigo. Si este tenía un mínimo de decencia, intentaba retroceder, y entonces el enemigo podía encerrarle, lanzarle aceite o disparar cañones.

A este enemigo no le importaba acabar con los civiles de su propio bando.

Ojalá estos fueran los únicos ejemplos de crueldad que Link tuvo que escuchar y vivir esos días, pero no. Todos los días, al regresar a su tienda a intentar dormir, le venían imágenes de los crímenes que se estaban cometiendo en un bando y en el otro. Entre los soldados de cada una de las facciones se producían disturbios y peleas. Llegaron caso de denuncias, y, a pesar de su oposición a haber ahorcamientos, no podía interferir en todos los juicios, no tenía tanto tiempo. El peor de los casos fue el del ejército de Sir Aureus. Habían confundido a unos civiles con esas criaturas medio monstruos medio humanos, y no contento con derrotarles, Sir Aureus ordenó encerrarles en una cueva y prender fuego a la entrada. Según él, eran enemigos, intentaban hacerles creer que se habían rendido, pero que era mejor asegurarse. Link le gritó, y estuvo a punto de degradarlo, pero Lord Brant intervino, diciendo que, a partir de ahora, se seguiría el protocolo a rajatabla.

– Lord Aureus tiene un grueso de 3000 hombres, y son vitales para mantener la posición en dirección a Rauru. De ahí, tienen que venir más cañones y armas, las necesitamos para acabar con los guardianes – argumentó Brant.

– De acuerdo, pero comprenderá la indignación de su alteza – Saharasala fue quien replicó –. Estamos aquí para liberar Hyrule, no para destruirlo. No se repetirá, hay que asegurarse de ello.

A causa de esto, de las preocupaciones, no fue de extrañar que una mañana, Link no pudiera levantarse. Lo intentó, pero no podía alzar ni el brazo. Medli acudió de inmediato, junto con Sapón, y este, tras examinar con conciencia las dosis de su cordial y la última comida que había tomado Link, se aseguró de que no estaba envenenado. No tenía fiebre, ni otro síntoma que no fuera el cansancio extremo. Saharasala asumió su puesto en la mesa, y tuvo que arrastrar con él a Leclas, quien solo atendía sin escuchar porque "no entiendo ni la mitad".

– O como diría Zelda, ni pajolera idea de lo que hablan – le dijo el shariano, buscando hacer reír a Link.

Seguían sin recibir noticias, ni de Kafei ni de Zelda. Tetra le dijo que al menos los zoras en alta mar, junto con el ejército naval de Gadia, tenían éxito en las costas. Por lo visto, la misma Laruto había sido de vital importancia, junto con el avatar Jabu–Jabu. Provocaba tormentas, con rayos tan destructores que los barcos se hundían sin remedio. "¿Podía hacer eso antes?" se preguntó Link, pero no tenía fuerzas ni para pensar.

– Ahora no puedo irme como Kaepora Gaebora, pero ojalá pudiéramos traer a Zelda aquí – dijo Saharasala, una vez comprobó que Link había vuelto a dormirse.

– El desierto no está lejos de Hatelia. Me dais un caballo, y parto de inmediato… – propuso Leclas, pero Medli negó con la cabeza.

– Es peligroso para nosotros los ornis, más para un jinete – Medli les confesó entonces –. Hemos realizado el conjuro para ver dónde están Zelda y maese Kafei, pero el lugar que me ha señalado el hechizo es un lugar extraño… La llama apareció debajo del mapa, quemó la mesa en un punto. Normalmente se muestra sobre el papel. Creo que los dos están vivos, y juntos, pero desconozco dónde o por qué se atrasan.

Para no molestar a Link, habían colocado una sábana para aislarle, y creyeron que estaba dormido. El rey escuchaba, con los ojos semiabiertos, incapaz de decir nada. En su lugar, respiró hondo y se concentró en recordar a la labrynnesa. En el cabello rojo, que le hacía cosquillas al dormir. En las manos llenas de callos de usar la espada. En su olor, en la forma de los hombros, tan pequeños cuando la abrazaba, llenos de pecas que Link solo veía ocasionalmente, y que siempre tenía ganas de contar. En los ojos verdes, y en la sonrisa que ponía cuando algo le hacía gracia, o se le había ocurrido alguna idea dudosa. Se la imaginaba muchas veces allí, y también le gustaba pensar en cómo habría reaccionado a determinadas situaciones. Le habría dado una paliza a Aureus. No habría dejado a Link ir solo, y habría detenido la conspiración de Calladan a tiempo. Se preguntó si no estaba poniendo sobre esos hombros tanta responsabilidad. No podía ser que Zelda fuera omnipotente. ¿O sí?

Y la vio, de la misma forma que la veía últimamente, una silueta dibujada en dorado sobre un fondo oscuro. Link solo llegó a decirle: "Vuelve, por favor, busca la forma de regresar a mí", justo antes de quedarse dormido.

En su tienda, todos los presentes se habían quedado mudos. Maple se llevó las manos al pecho y susurró una oración a las Tres Diosas. Leclas susurró un "estoy sobrio" varias veces. Saharasala, el único que no había visto exactamente qué había pasado, tuvo que sentarse. Medli le describió lo que acababan de ver, y el monje dijo que para él había sido como si se hubiera abierto un cofre lleno de poder mágico y lo hubieran cerrado de repente.

– ¿Ha sido Link? – murmuró Reizar. Tetra le había pedido que se acercara para tener una segunda opinión además de la de Sapón.

Mientras el rey estaba pensando en Zelda, y había logrado verla otra vez, en su tienda de repente se formó un halo dorado, que cubrió a los presentes. Todos vieron lo mismo: a Zelda caminando por una gruta oscura, con una antorcha en una mano y la Espada Maestra partida en la otra. La chica se giró, miró directamente a un punto frente a ella. De inmediato, todo volvió a ser normal.

– Es un gran mago, y lo será si deja de desconfiar tanto en sí mismo – Medli logró reaccionar –. Cuando tocamos juntos, noto que la mayor parte de mi poder mágico se diluye, ante el suyo…

– Ha hecho trucos parecidos, ¿no? Como cuando detuvo a los guardianes y como cuando nos gritó para ayudarnos, lo escuchamos… En la mente – dijo Leclas. El shariano se había sentado en el suelo, y miraba al lugar donde, minutos antes, había visto con claridad a Zelda.

– Sigue siendo el líder de los sabios, y su lazo con nosotros es muy fuerte… aunque… – Saharasala reflexionó un momento, antes de añadir –. Leclas, ¿tú has notado algo distinto, últimamente?

El shariano, que no esperaba ser nombrado en ese momento de la conversación, se había distraído pensando en dónde podía tener Maple oculto el vino para las comidas. Necesitaba un trago, más que nunca. Reizar le dio un golpe en el hombro, y Leclas tuvo que pedir a Saharasala que le repitiera, mientras volvía a ponerse en pie.

– No, yo no noto esas cosas que decís – admitió.

– Con tanto alcohol en tus venas, es normal – le remedó Medli, y no pudo ocultar en sus palabras cierto desprecio. Leclas se puso muy rojo y respondió:

– Nunca he dicho que sea muy útil, eso lo sabéis todos. Quizá no sea un sabio, después del todo. No entiendo ni la mitad de las cosas de las que habláis, no he tenido sueños proféticos, ni pálpitos ni nada de eso. Ahora, dejadme en paz.

Y se marchó de la tienda, dispuesto a buscar cómo fuera un poco de cerveza, aunque tuviera que dar las últimas rupias que conservaba de sus ahorros. Saharasala le pidió a Reizar que le siguiera, que no le dejara solo, y el chico de Beele salió corriendo tras él.

– ¿Qué te preocupa, maese Saharasala? – preguntó Medli.

– Es una sensación extraña. Hace semanas, dejé de sentir a Nabooru. La luz que venía de ella se apagó un poco, pero volvió. No es tan fuerte, pero sigue ahí – Saharasala parpadeó y sus ojos glaucos se fijaron en Maple –. Ayer, empecé a sentir algo parecido con respecto a Kafei…

– ¿Está enfermo, herido? – Maple trató de controlar la voz, pero no pudo. Le salió ahogada.

– No te podría decir. Medli lo ha dicho, parece que están juntos. Quizá ella ya esté en la Montaña del Fuego, para ayudarle.

– No nos ha informado. ¿Por qué no hemos recibido al menos una misiva? Podría mandar a Vestes, y así conoceríamos la situación, y quizá quitarnos tantas preocupaciones – y al decir esto, Medli dirigió una mirada al camastro al otro lado de la sábana.

Maple se sentó al lado de Saharasala, y este le puso la mano sobre la suya.

– Si están en la Montaña del Fuego, los gorons les ayudarán. Hay que confiar en ellos.

A pesar de que aún le costaba moverse, Link insistió en ir a la mesa de estrategia. Ese día, cuando se sentó, con Saharasala a un lado, se apoyó en la mesa y susurró que no veía ninguna mejoría.

– La situación se ha estancado, alteza – dijo Bronder –. Estamos en contacto con nuestros ingenieros en Rauru, le hemos enviado información de esas criaturas llamados guardianes, para fabricar armas que puedan sernos de utilidad.

– Mientras, contamos con las lluvias. Ni ellos ni nosotros queremos pelear bajo una tormenta, por lo que de momento nos mantenemos quietos y estables. Da ocasión en recuperar a heridos, proteger a población civil y hacernos con más víveres.

– Pero de nada servirá, si no logramos romper el cerco – Link miraba el grueso de fichas negras, todas colocadas en el paso que iba a la llanura de Hyrule. Había otras formas de llegar, pero el enemigo las tenía controladas todas. Si Kafei hubiera tratado de llegar a caballo, no lo habría conseguido.

– Cuando lleguen los nuevos cañones, los instalaremos aquí y aquí, en lugares altos. Dispararemos a los guardianes, serán nuestra prioridad, y entonces todo dará un vuelco a nuestro favor, alteza – le aseguró lord Brant –. También debemos recuperar el bastión de Killian. Será un lugar estratégico que nos permita dominar la llanura de Hyrule, pero aún nos queda mucho trabajo para eso.

Link se quedó en la mesa hasta tarde, organizando, mandando mensajeros, dando órdenes para el traslado de heridos y refugiados a lugares a salvo tras el frente. Regresó a la tienda, tiritando y hambriento. Llovía mucho. Uno de los yetis le cubrió con una capa. Desde que sucedió el incidente, la tienda de Link estaba más alejada de la de Brant, para que sus guardaespaldas durmieran más cerca. Lo bueno de estar enfermo y estar tan ocupado es que ya rara vez cenaba con los nobles. No tenía que aguantarles.

Esa noche, acompañó Allesia Calladan hasta su tienda, en deferencia porque la noble se había quedado más rato de lo que correspondía, para ayudar. Link observó que Leclas la miraba ceñudo y caminaba unos pasos por detrás. Al principio, pensó que estaba enfadado porque le habían quitado el alcohol y le costaba encontrarlo, pero en esa breve caminata, averiguó el motivo. Allesia preguntó a Link si era cierto que Leclas era de Sharia, porque usaba este lugar como apellido. Este respondió:

– No hace falta molestar a Link, me puedes preguntar directamente – Leclas soltó algo parecido a un bufido y dijo –. Sí, soy de Sharia.

– Oh, entonces eres de mis súbditos. ¿Conozco a tu familia? Seguro que…

Leclas soltó otro bufido. Link le miró con los ojos abiertos, lo que hizo que el shariano respirara hondo y respondiera.

– No, ya no tengo familia en Sharia. Hace unos meses que… – Leclas se quedó callado. Miró a Link y ahora el rey estaba sorprendido, no enfadado –. Mis padres ya fallecieron.

– Lo lamento. Sharia es una aldea pequeña, pero de mis favoritas. De niña, la visitaba mucho con mi madre.

– Sí, lo recuerdo – y Leclas apretó los labios.

Esa noche, tras la lección de magia por parte de Medli, Link le pidió a Leclas que se quedara despierto. El chico obedeció y entonces Link le preguntó, directamente:

– ¿Cuándo murió tu padre?

Leclas se encogió de hombros.

– Vaya, se te pegan las cosas de la Zanahoria. Directo al grano.

– La última vez que fuiste a Sharia fue antes del ataque de Vaati, unos meses… Me dijiste que tu padre estaba aún vivo, pero enfermo. Lo recuerdo porque te pregunté si querías traerle a Kakariko, pero te enfadaste y estuviste sin hablarme unos días. Zelda me había aconsejado que nunca te preguntara por él, y sé el motivo, pero…

– Murió, sí, en algún momento entre la aventura con los Minish y nuestro viaje a Lynn. No lo sé, me enteré en Términa, cuando al retirar mis ahorros me comentaron que una persona de Sharia había intentado ponerse en contacto conmigo para saber qué hacer con la carpintería.

Link le miró, con esos ojos azules suyos tan inocentes y comprensivos. Leclas no lo soportó y le dio la espalda, fingiendo que tenía que arreglar la manta de su camastro.

– ¿Y respondiste? – Link vio que negaba con la cabeza –. Al menos, podrías haberme dicho algo, lo que fuera… Lo siento mucho. Si lo necesitas, puedes acercarte a Sharia y poner en orden tus asuntos. El camino a la aldea está despejado, te será fácil llegar…

– No, estamos en guerra. Estoy bien, no te preocupes – Leclas se tumbó en su camastro, al otro lado de la tienda. Deliberadamente, le dio la espalda y se cubrió hasta la cabeza. Link podía ver las cicatrices que tenía, solo las de la parte superior. Desde que le había pedido que dejara de cubrirse las cicatrices, Leclas le había obedecido, y se había acostumbrado a verlas, pero ahora le parecieron aún más tristes.

Días después, Link intentó sonsacar a Saharasala o a Reizar si, en alguna charla, Leclas les había contado qué había pasado con su padre. El shariano había mantenido el secreto, y sospechaba que ni siquiera Zelda lo sabía. Recordó que ella le dijo a Link que había que ser un poco permisivo con Leclas, y había notado que andaba triste, pero ella creía que era por las calabazas de Nesarose, la hija del dueño de la posada de Kakariko.

Como no podía decir lo que había descubierto, pues Leclas no había confiado en nadie más, decidió no delatarle, pero intentó hacer gestos amables, más de lo que era normal en Link. Le cedió un manta de lana, le ayudó a ponerse la cota de mallas, le pidió a Maple que le cocinara setas rellenas, el plato favorito del shariano. No era el único que de repente tenía gestos con él. Saharasala le pidió que le acompañara a dar paseos, y tenían conversaciones como antes, Reizar le picó para que entrenara con él, y Maple no solo obedeció a Link y le hizo setas rellenas, sino que empezó a dejarle un dulce (galletas, una torta con miel, magdalenas de manzanas) en su camastro. Leclas parecía enfadarse, fruncía el ceño, estrechaba los labios hasta hacerlos desaparecer, pero enseguida sonreía, daba las gracias, decía cosas como "últimamente me tenéis en palmitas… Eso es que planeáis algo".

Sin embargo, no pudieron evitar que entrara en batalla. Hubo un ataque nocturno, de unos guardianes que se infiltraron en la aldea de Ruto. Como los soldados de esa zona no sabían cómo resistir un ataque así, Leclas se ofreció para ir acompañado de dos yetis y soldados, para ayudarles a derrotar a los guardianes. Fueron Reizar y Maple quienes le ayudaron a ponerse las ropas de combate. Como muchos de ellos, no se puso las grebas, ni las coderas, pero sí un casco "porque bastantes golpes me han dado ya", dijo entre risas. Tetra estaba esperando fuera, y al verle así vestido, dijo:

– Maese Leclas, estás impresionante – y le dio un beso en la mejilla –. Por favor, cuídate en esta misión.

– Sí, mi princesa. Regresaré enseguida – Leclas le besó la mano y añadió, imitando el acento de Lord Brant: –. Mi señora, vuestro siervo parte en gloriosa batalla.

– Ahora eres tú el que habla en un idioma extraño – dijo Reizar. Le dio un golpe en el hombro, y le deseo suerte.

Link se despidió el último. Quería abrazarle, decirle que ni se le ocurriera hacerse el valiente, que debía tener cuidado. No hizo nada de esto, solo le deseó suerte. Leclas pareció vacilar, como si también tuviera los mismos pensamientos, pero al final solo dijo:

– Seguro que cuando vuelva, la Zanahoria está por aquí, presumiendo de sus aventuras.

Link susurró "seguro", y tuvo que aguantar la visión de Leclas partiendo con los yetis. Todo ese día, sintió el estómago pesado. Asistió a una reunión de urgencia para decidir los siguientes movimientos, y al regresar, solo acompañado de Medli y de Helor, empezó a ver doble. Se llevó la mano a la nariz, y susurró que le volvía a pasar. Lo siguiente que supo es que estaba en su tienda, rodeado de Sapón, Saharasala y Maple, que le miraban preocupados.

– Los sabios – susurró Link –. Hay que… hay que mandar a alguien a Ruto. Leclas… Leclas está herido. Hay que traerle…

– Alteza, ya lo sabemos – Saharasala le puso la mano en la frente. Link miró a Maple, y esta desvió la mirada. Tenía los ojos brillantes y con un velo de lágrimas –. Medli partió hace horas, para usar el poder curativo de su arpa. Le traerán enseguida.

En Ruto, resultó que había tres guardianes, no uno. Aunque los yetis y Leclas, ayudados por jóvenes de la zona, lograron reducir a dos, un tercero se mantuvo oculto. Salió de noche, cuando el ejército descansaba. Atacó al grupo, con un especial interés en Leclas. Así se lo contó Jason al rey. El chico había acompañado a Medli, para ofrecer apoyo y guarda a la princesa de los ornis. Regresó cabalgando sin parar e informar al rey del estado de Leclas y aclarar cómo se había producido el ataque.

– Cuando vio que ese guardián le perseguía solo a él, Leclas trató de huir para alejarlo de la población. En la huida, el guardián le disparó y le hirió en la pierna, antes de que los yetis por fin lograran terminar con él.

– ¿En la pierna? – Link se sentó.

Para traerle de vuelta al frente, los habitantes de Ruto usaron una carreta. Medli lo acompañó, y no le soltó la mano hasta que llegaron al campamento. Fueron enseguida al hospital de campaña, donde el médico, un hombre docto de Rauru, operó la pierna de Leclas. Nada más terminar, informó a Link. El rey había dejado su propia tienda para esperar frente al hospital de campaña. Era la primera vez que estaba allí. Había querido ir, pero se lo habían desaconsejado porque eso era oficio de voluntarios y civiles, no de reyes. Link resistió de pie, a pesar de la lluvia, a pesar de que Lord Brant, Lady Allesia, Medli, Saharasala y Reizar le pidieron que regresara, que ellos le informarían nada más saber el resultado de la operación. Link, bajo las ramas de un árbol, negó con la cabeza. La única que le apoyó fue Tetra, que se quedó de pie a su lado. Cuando los dos vieron llegar al médico, Tetra le tendió la mano y Link, tras aceptarla, le susurró un gracias muy quedo.

Estaba vivo. Para poder salvarle la pierna, el médico no había tenido más remedio que amputar una parte de músculo, demasiado dañado para recuperarlo. El poder curativo de Medli había salvado al chico de sufrir una infección, que hubiera sido fatal para él y hubiera supuesto la amputación de la pierna "por encima de la rodilla". A pesar del diagnóstico, bastante favorable porque el médico decía que era joven y fuerte, Link supo de inmediato que Leclas no volvería a ser el mismo.

Insistió en que debía estar en su tienda, pero solo logró que le instalaran en una propia al lado. Maple le ayudaba a comer, Reizar y Saharasala le ayudaban a bañarse, Tetra acudía a darle conversación, leerle, le llenó la tienda de flores. Link pasaba todos los días, charlaba con Leclas, aunque era más bien que el shariano escuchaba y el rey solo le contaba lo que estaban haciendo, como planeaban los siguientes movimientos, las reuniones, y también los buenos deseos de recuperación de otros nobles, como Lord Brant, cuyo padre perdió un brazo en otra contienda, y la misma Lady Allesia, que le mandó un ramo de flores que Link jamás había visto. Eran flores grandes, con cinco pétalos en forma de estrella, de color blanco. Las observó, colocadas encima de una mesita lejos de Leclas.

Y fue entonces que, por fin, Leclas le dijo algo.

– ¿Te importa acercarme esas flores? – le pidió a Link.

Sabía por Maple que hablaba, pero poco. Con Link, no había pronunciado palabra. Obedeció de inmediato, y aprovechó para preguntarle si conocía esta flor, que él jamás había visto algo así.

– Sí, son muy comunes en Sharia – Leclas tomó el jarrón. Las miró mientras murmuraba –. Se llaman Princesa de la calma. Florecen solo en una época del año, en primavera. En Sharia, hay un festival para honrar a la diosa Hylia. Se hacen guirnaldas con estas flores: una para la estatua de la diosa, la otra se regalaba a la duquesa o a la hija.

Las manos de Leclas apretaron el jarrón.

– Las ha traído de su invernadero… – y entonces Leclas lo levantó y arrojó contra el único pilar que había en la tienda. Estuvo a punto de dar a Link, pero este se apartó a tiempo. El jarrón de loza blanca se partió, se derramó el agua y las flores se desperdigaron por el suelo –. Marchaos, todos. Estoy harto… No quiero vuestra compasión. ¡Fuera!

Después de esta escena, Link intentó volver, pero Lord Brant empezó a reclamarle más y más atención, porque en teoría preparaban una gran ofensiva. Le dijo que debía dejar a los heridos para "las mujeres", y que él era un rey, tenía otras obligaciones. Por lo que le decían los demás, el comportamiento de Leclas no cambió, fue a peor. Despreció la comida de Maple, insultó a Saharasala, y, el motivo por el que Reizar estuvo a punto de pegarle un puñetazo, hizo llorar a Tetra, que siempre le había tratado con cariño y se había preocupado por él.

La noche antes del gran ataque, Link se dijo a sí mismo que era una tontería, que debía hablar con Leclas. Recordó las veces que Zelda se había enfadado con el shariano, y como ella misma lograba que el chico le pidiera perdón y se disculpara. No era lo que perseguía Link, pero quería entenderle. Sin embargo, no estaba en su tienda. Preguntó, y Medli le dijo que, tras hacerle compañía en silencio, el chico le dijo que tenía hambre. La orni fue a buscarle un cuenco del último guiso de Maple. En ese rato, Leclas había logrado ponerse en pie solo, apoyado en la muleta que le había fabricado el doctor Sapón, recogido una mochila con víveres, robado un caballo y marchado del frente. Dejó una carta, breve y con alguna falta de ortografía, pero clara y contundente:

"Lo dejo. No me busquéis. Perdonadme".

Hubiera lamentado la situación, pero Link no tuvo tiempo. Nada más irse Leclas, los ornis anunciaron que había otra arca en camino. Esta era redonda, no alargada como la anterior, y, al contrario que la otra, volvía a tener activos los cañones. Para poder detenerla, había que definir una estrategia para derribarla o al menos destruir las armas antes de que hiciera estragos. No se sentía muy cómodo mandando a Medli y a los ornis, y Saharasala, que insistió en pelear como Kaepora Gaebora.

Antes de partir, el sabio de la luz le dijo a Link que había vuelto a recuperar a Kafei, y que todos los sabios estaban bien, aunque Nabooru y el granjero estaban más débiles que el resto. Sin embargo, a Leclas no le podía sentir.

– De ser así, ya le habría traído de vuelta a nosotros. No es bueno que los sabios estén separados, lo noto – admitió, ya transformado en Kaepora.

– Intentaré buscarle. No está Medli, puedo usar su hechizo y…

– No, alteza. No es momento de que la magia os deje inconsciente y débil. No se separe de sus guardias, no confíe en nadie que no sea Reizar, Tetra o Maple. El resto… No sé hasta qué punto nos son leales de verdad.

Tras decir esto, y dejar a Link meditando si debía desconfiar de los ornis, los yetis y los ciudadanos de Términa y Kakariko también, Kaepora se elevó en el aire, y desapareció con el grueso del ejército watarara.

Encerrado en la tienda de campaña principal, por primera vez Link sintió que el suelo temblaba, y las explosiones de los cañones se escuchaban más y más cerca. Casi no daba tiempo a colocar las piezas: en cuanto ponían una, aparecía un mensajero para decir que tal compañía había caído, o habían retrocedido, o no habían tenido más remedio que escapar en desbandada. Los guardianes se habían multiplicado, y habían aparecido criaturas más fuertes de lo normal, centauros grandes y musculosos, con la piel negra, orcos de color verde y azul, lizalfos que soltaban fuego por la boca…

Un último estruendo hizo temblar la tierra y levantó una corriente de aire que derribó la mesa, a los ocupantes de esta y arrojó a Link al suelo. Tetra le ayudó a ponerse en pie. Por consejo de Reizar, los dos llevaban la ropa protectora, pantalones, capas de viaje y en el caso de Tetra, el cabello recogido.

– Señores, hay que moverse – Lord Brant miró a Link y este ordenó, con toda la voz que le quedaba:

– Retirada.

Los trompetistas tocaron la tonada, para que todos los ejércitos supervivientes salieran huyendo de regreso a Términa. Nada más salir de la tienda, Link se encontró con un escenario que le recordó a esas primeras pesadillas que veía antes de abrir la puerta del Mundo Oscuro: el cielo oscuro, fuego, cientos de cadáveres. El agua de un río cercano estaba llena de sangre. Link tomó a Centella, subió a ella pero no huyó. Se quedó allí, junto a Tetra, contemplando tan tremenda destrucción. No quedaba nada de la verde llanura, de los prados llenos de flores, de los caminos trazados por miles de viajeros, de los árboles que hacía unos días les habían parecido dorados a lo lejos. Link tembló de rabia.

Un grupo de soldados, y el mismo Lord Brant luchaban alrededor de ellos, manteniendo a los monstruos atrás, mientras Link y Tetra llegaban a sus caballos. Lord Brant le instó a marcharse a los dos, pero, tras mirarse un segundo, no se movieron. Tetra sacó su arco, y Link la imitó. Los dos empezaron a disparar, uniéndose al grupo de soldados.

Tetra y él vieron llegar a Reizar. El príncipe consorte llevaba en brazos a Maple, desmayada. Le pidió ayuda a Link para subirla a Centella, y este solo acertó a preguntar qué le había pasado.

– Se negaba a dejar el hospital, pero yo le hice un juramento a Kafei: que protegería a la señora Suterland, y a… – Reizar se quedó callado –. Sapón le ha dado cloroformo, es mejor que se despierte lejos de esto. Vamos, marchad.

– ¿Y tú? – preguntaron a la vez Link y Tetra. Link se había subido a Centella y sujetaba entre sus brazos a Maple.

– Yo me quedo, tengo que cubrir vuestra retirada. Marchaos ya…

– ¡No! Me quedo contigo – Tetra tomó el arco.

– No hay tiempo para discutir… – Reizar miró a Link pero este tenía en sus brazos a Maple, no podía ayudarle.

Como muchas veces, al no tomar una decisión, algo la tomó por él. En el cielo, entre las nubes de tormenta oscura, apareció por fin el arca. Sí, los ornis habían tenido razón. Era redonda, tenía unos muros altos y torretas, y parecía aún más amenazante que la anterior. Disparaba los cañones y los haces de luz, desintegrando a su paso la tierra plana y verde, dejando surcos negros, que olían a quemado. El temblor hizo reaccionar a Centella, y la yegua se encabritó y empezó a correr. Link no tuvo más remedio que agarrar las riendas. Trató de hacerle dar la vuelta, para ayudar a Tetra y a Reizar, pero la yegua no obedeció.

Solo se detuvo cuando aparecieron dos guardianes. Link vio sus haces de luz roja dirigidos a su pecho. En un acto reflejo, abrazó a Maple y la protegió con su cuerpo, mientras Centella se alzó sobre dos patas y dio la vuelta, para encontrarse atrapada entre otros dos guardianes. Link dejó a Medli en la grupa, y descendió. Sin mucha esperanza, cogió la flauta. Al final, estaba solo. Ni los sabios, ni los ornis, solo Centella y la pobre Maple, que empezaba despertarse. Los guardianes le tenían acorralado, pero no disparaban. "Hora de hacer un truco"

Dio una palmada a Centella, y la yegua empezó a correr, con Maple que solo tuvo ocasión de agarrar la rienda. La yegua se escurrió entre dos guardianes de un salto y desapareció. Link le dio las gracias. Se llevó la flauta a los labios y tocó una de las tonadas que en el pasado le habían ayudado. La canción del fuego. Cuando la tocó por primera vez, con 12 años, fue capaz de generar una ola de fuego que iluminó una sala entera llena de teas.

No pasó nada. Los guardianes se acercaron y uno de ellos levantó sus patas, llena de garras afiladas de metal. Link siguió tocando, aunque nada surtía efecto y el garfio se acercó a él. Ocurrió rápido: estaba de pie, con la flauta y esa criatura a punto de atravesarlo en dos.

Vio que uno de los guardianes seguía a Centella y a Maple con su haz de luz roja, y Link, con las manos levantadas, se puso en medio. Gritó un "detente" y entonces el guardián se encogió sobre sí mismo, tembló y se quedó quieto. "Ese fue el truco… solo se lo pedí". Link recordó lo que le habían dicho antes: que había sido capaz de gritar ayuda, de parar los guardianes, y de hacer que Zelda apareciera frente a todos, para luego desaparecer. Buscó en su interior, para tener esa misma sensación, una mezcla de miedo, ira, frustración consigo mismo por ser tan inútil. Medli y Saharasala le habían repetido que la magia nacía de dentro, de lo que uno era y llevaba oculto, y que, para poder recordar los hechizos mejor, era vital conocer qué sentimientos podían desencadenarlos. Link gritó, desde dentro, sin usar su propia garganta. Vio un destello de luz blanca y dorada, cruzar el campo de batalla. Todo guardián que era envuelto por esta luz se detenía, en seco. "No te volverás a mover, nunca más" ordenó Link.

Cayó de rodillas. Centella estaba a su lado, y Maple había vuelto. Fue la granjera quien le dijo que estaba sangrando por la nariz otra vez. Link se limpió con la manga de la túnica, susurró que no pasaba nada, pero que ella debía marcharse.

Puede que hubiera detenido a los guardianes, pero a su alrededor se estaban congregando orcos, goblins y centauros. Unos extraños hombres con colmillos de orco se acercaban a los dos, apuntando con las picas. Link se sobrepuso a tiempo para sacar el arco y disparar una flecha. Solo logró darle a un goblin, antes de que uno de esos extraños hombres le golpeara el arco con una lanza.

Habían caído prisioneros…

Una esfera de color naranja rodeó a Link y a Maple. Después, del cielo descendieron unos extraños pájaros, más grandes que un orni, y sobre cada uno de ellos, había una mujer gerudo, con sus pinturas de guerra y sus velos. Disparaban flechas y atacaban con lanzas, sin vacilar. Se unieron a los ornis, pero pasaron muy veloces. Poco después, fue testigo de Nabooru IV, subida a uno de esos pájaros con plumaje dorado. Alzaba la mano, y de ella surgían relámpagos veloces que derribaban a todos los enemigos en un segundo. Sus ataques se dirigían al arca, y poco a poco esta se elevaba por encima de las nubes.

Vio, a través del haz de luz, que había un gran goron allí mismo. Link le reconoció de inmediato y gritó su nombre, pero dentro de la burbuja donde estaba no llegaba ningún sonido. Link VIII sonrió y señaló con su gran mano de roca a algo que surcaba los cielos: era un pájaro grande, de un brillante color rojo. En su grupa, no había una gerudo, sino una hylian esbelta, con cota de mallas y una túnica de color verde. Sus rizos naranjas revoloteaban alrededor del rostro moreno. Disparaba flechas, y, cuando llegó muy cerca del suelo, bajó de un salto: atacó con la espada a todo aquel monstruo que quedaba en pie. Link observó que no era lo único extraño: había zoras, llevando arcos y tridentes, y soltando oleadas de agua que apagaban los fuegos. Los guardianes que habían logrado escapar a la luz dorada caían de forma misteriosa, en agujeros que surgían de repente bajo ellos. En cuanto eran absorbidos, estallaban bombas dentro y los guardianes eran derrotados. Link escuchó por encima del estruendo el toque de las trompetas, las de su ejército. Un montón de jinetes con armaduras plateadas apareció, montados en caballos blancos. Llevaban banderines con la insignia de Gadia.

Maple susurró que no podía creerlo. Los ojos azules se quedaron fijos en una figura en cielo: Vestes, a juzgar por el color de sus plumas. No podían ver bien quien iba subido a su grupa, solo vieron la silueta de su bumerán golpeando una y otra vez. Solo que no era el de siempre, sino uno más grande, y dejaba una ristra de fuego detrás. Al final, Vestes descendió y Kafei Suterland, con unas extrañas ropas con el símbolo de la tribu sheikan corrió hasta Maple.

En ese momento, Link VIII golpeó sus puños y la cúpula naranja dejó de proteger a Link y a Maple, a tiempo para que el matrimonio Suterland se abrazara. El goron se retiró, y apareció Zelda corriendo. La labrynnesa dio un salto, para salvar la última distancia y le rodeó con sus brazos. Link agradeció llevar su cota de mallas, porque sintió el golpe, pero no le dolió. Hundió su rostro en los cabellos de Zelda, y ella a su vez enterró el rostro en el hueco entre el cuello y el hombro.

– Estás viva – dijo Link, en un susurro.

– Y tú – Zelda se apartó. Tenía los ojos como siempre, verdes y rasgados, pero ahora vio en ellos un velo de tristeza –. Temía que… – se detuvo para tocarle los hombros y el pecho, como si no creyera que fuera real –. Pero no importa, nada importa, alteza. Vamos a ganar esta guerra, te lo prometo.

Y para asegurarse de que la creyera, rodeó su rostro con las manos enguantadas y le besó.

Claro que iban a ganar. Ya estaban juntos otra vez.