Reuniones

Draco llevaba sentado en la misma piedra más de treinta minutos y no podía quitarse de encima la terrible sensación de empatía que apretaba su estómago.

Empatía.

Él.

Por Potter.

¿En qué momento había sido tragado por un agujero negro y escupido en otra dimensión?

Volvió a mirar a su alrededor y ahí estaba de nuevo, ese tirón en sus tripas.

Las ruinas de la casa destilaban tanta tristeza y tanto dolor que Draco se preguntó cuánto de lo que estaba sintiendo era cosa suya y cuánto era pura y simple sugestión.

Potter estaba sentado en los restos de una escalera y acariciaba distraídamente uno de los barrotes con la mirada perdida.

¿Se estaría imaginando cómo habría sido su vida si el Señor Tenebroso no hubiera existido? ¿Cómo habría sido crecer con sus padres en el mundo mágico? ¿Cómo habría sido no ser el niño que vivió?

Él podía entender eso ¿Cuántas veces el mismo Draco se había preguntado cómo hubiera sido todo sin la guerra?

No solía perder el tiempo en la autocompasión y bien sabía Merlín que quitando unos cuantos años de mierda, su infancia había sido prácticamente perfecta, pero era inevitable preguntarse, habida cuenta de las circunstancias, cómo habría sido todo si no hubiese tenido que terminar trabajando para poder dejar atrás un pasado del que se avergonzaba mucho más de lo que reconocería en voz alta ante nadie.

Se frotó la cara con ambas manos, dejó salir el aire en un suspiro cansado y apoyó los codos en las rodillas.

Si a los quince años alguien le hubiera dicho que acabaría trabajando para el Servicio de Inteligencia Secreta del Ministerio, Draco se habría reído primero y habría maldecido al idiota después, porque un Malfoy no se ensuciaba las manos trabajando para nadie.

Pero tras la guerra, o más bien después de la Marca, no había tenido muchas opciones.

—¿Harry?

La voz de Granger le sacó de su ensimismamiento y alzó la vista, buscándola entre las sombras.

Cuando la vio, al igual que le ocurrió en la cocina de la casa de los Black, no pudo evitar pensar en que los años desde que dejaron el colegio le habían sentado bien.

La belleza emergente que todos pudieron vislumbrar en el baile de Navidad de cuarto curso se había convertido en una realidad absoluta porque, aunque Draco había conocido mujeres mucho más guapas, la bruja tenía algo que la diferenciaba de todas ellas y la hacía ser… simplemente más.

Maldita fuera mil veces. No la soportaba.

Siempre había detestado a Granger porque todo lo que ella era le ponía de los nervios: Hija de muggles, más lista incluso que él, amiga de San Potter, Gryffindor… ¡Por Morgana! ¿Acaso podía ser alguien más insufrible?

Pero si a todas aquellas cosas les sumaba esa leve, casi inexistente atracción física que había sentido por ella tres días atrás, conseguía ponerse absolutamente fuera de sí.

Realmente preferiría no haber vuelto a verla en su vida.

Se levantó apretando las mandíbulas y arqueó una ceja cuando vio la forma en la que su antiguo compañero tocaba la espalda de la bruja, diciéndose que esa punzada de disgusto no era más que por ver lo bajo que podía caer alguien como Theo.

Nunca había tenido nada en contra de Nott, un muchacho silencioso, algo misántropo que seguía a su grupo por los pasillos de Hogwarts únicamente porque estaban en la misma casa. Pero teniendo en cuenta el comentario que le había hecho unos días atrás y la forma en la que parecía pegado a Granger con un epoximise, en esos momentos empezaba a caerle francamente mal.

El hecho de que además llevara tiempo en dique seco y, al menos fisicamente, Granger hubiera dejado de ser una escoba desgreñada para parecer una mujer bastante decente, no ayudaba demasiado a sus sentimientos hostiles hacia la pareja.

—Aquí —Harry se levantó de la escalera y los cuatro se reunieron a los pies de la misma —gracias por venir tan pronto.

—Estábamos en el Caldero Chorreante con Ron, Ginny y los demás.

—Vaya —Harry arrugó la frente —espero que no se hayan dado cuenta de nada —dijo pensando en su novia quién tenía la sagacidad de un lince.

—No —respondió ella con absoluta convicción —fingimos muy bien.

Draco, que estaba mirando a Nott, no se perdió la mueca de incredulidad que puso el ex slytherin al escucharla.

—Bien —estaba diciendo Potter —no me gustaría tener a Ginny detrás mientras dure todo esto o a Ron, para el caso.

—Creo que deberíamos buscar otro lugar para las reuniones —murmuró Theo mirando a su alrededor —uno en el que ninguno de los Weasley nos puedan encontrar —la pequeña sonrisa de su rostro era irónica —por muy bien que fingiera Hermione —carraspeó levemente —es mejor prevenir.

Draco, que había acudido a algunas de las asambleas que el Señor Tenebroso realizaba en lugares inhóspitos y lejanos, no pudo más que concordar con él, aunque no dijo nada en voz alta. Aquello de hablar entre las ruinas de sitios destruidos por magia oscura, le traía recuerdos que prefería olvidar.

—No sabía dónde ir —Harry se quitó las gafas para limpiarlas y se las colocó de nuevo —este es el único lugar que se me ocurrió.

—¿Crees que Shacklebolt nos dejaría algún piso franco del Ministerio? —preguntó Theo

—No —Harry dejó salir el aire en un suspiro —él no tiene la posibilidad de dejarnos una localización del Ministerio sin que alguien se entere.

—La burocracia que conlleva cada una de las casas que tienen disponibles hacen que sea imposible que se realice sin que se entere alguien —concordó Hermione —¿Qué hay de Loughty? —preguntó a Draco —al fin y al cabo es el director de la SISA… Si es posible mantener a todo un departamento en la oscuridad…

—Puede ser el director y puede que la Agencia sea un secreto, Granger, pero dependemos de Shacklebolt así que el problema es el mismo.

Ella asintió, obviando el tono despreciativo que parecía intrínseco en él.

—Siempre podríamos alquilar un piso en el Londres muggle —sugirió ignorando el bufido de Malfoy a su idea.

—Dejadlo —masculló el rubio después de un rato —será en mi casa —gruñó escupiendo las palabras como si maldijera.

—No podemos ir a la mansión —acotó Theo —tendríamos el mismo problema que en la mía.

—No hablo de la casa de mis padres —replicó cruzándose de brazos —sino mi casa.

—¿No vives en Malfoy Manor? —Theo parecía descolocado.

—No —respondió con sequedad.

Hermione pareció pensarlo durante unos segundos.

—¿Quién conoce la ubicación de tu casa?

—Nadie

—¿Quién tiene acceso a ella? ¿A quién reconocen las protecciones?

—Nadie, nadie y nadie, Granger. Mi casa es mía.

Si a alguno de los otros tres les parecía raro que nadie más que él hubiera puesto un pie en su casa, a Draco le importaba una mierda.

—¿Está bien? —preguntó al ver que nadie decía nada.

—Por mí sí —respondió Harry encogiéndose de hombros.

Hermione y Theo simplemente asintieron en silencio.

—Os daré acceso a la red flú —masculló lanzándoles una mirada de soslayo antes de girarse —por el momento… —poniendo los ojos en blanco y apretando las mandíbulas, extendió los brazos y murmuró —seré vuestro… traslador.

Cuando sintió las manos de los tres apoyándose en sus brazos, intentando no hacer ni una sola mueca de disgusto, se apareció en su vestíbulo, deseando no arrepentirse de su decisión.

Hermione no sabía qué esperar cuando llegaron a la casa de Malfoy, pero ciertamente no era lo que encontró.

El lugar parecía grande. Muy grande. Eso sí era esperable dadas las dimensiones del hogar ancestral en el que había pasado el grueso de su vida, pero aquel era todo el parecido que tenía con la mansión Malfoy.

El lugar era tan sobrio y austero que podría catalogarse de minimalista.

Ni un solo atisbo del suntuoso estilo gótico y recargado que parecía característico de las familias de sangre pura en el mundo mágico, como si fuera la norma no escrita para exponer al mundo su rancio abolengo.

No había rastro de oscuridad, de hecho todo era tan blanco y aséptico que Hermione parpadeó, confundida.

El suelo de madera grisácea era lo único que contrastaba con las paredes, que eran completamente lisas y sin cuadros de antepasados que pudieran romper el silencio imperante.

La enorme chimenea que presidía la estancia como único objeto en todo el hall, era sencilla, de lineas rectas y sin ornamentos.

—Bien —dijo Malfoy hablando por primera vez y sacando a todos de su aparente ensimismamiento —la chimenea —masculló señalándola —es la única de la casa por lo que será vuestra forma de entrar —les mostró la enorme puerta blanca con el pomo plateado que parecía dar a la calle —está sellada, no se puede entrar ni salir —dijo caminando hacia el arco doble que daba acceso al salón —seguidme por aquí

El salón, al igual que el vestíbulo, era impersonal, tenía un gran sofá de color gris claro y dos sillones de la misma tonalidad alrededor de una pequeña mesa de cristal sobre la que se podían ver una taza vacía y un plato con algunas migas.

Dos de las paredes estaban cubiertas por una estantería desde el techo hasta el suelo y Hermione pudo verlas completamente repletas de libros antiguos y nuevos.

Atravesaron el salón y entraron por una puerta acristalada que daba a un pasillo largo y desnudo.

—Todos los accesos están cerradas con magia y protecciones de sangre —estaba diciendo el rubio — menos el de la cocina —señaló unas escaleras que descendían a la izquierda —el cuarto de baño de invitados —esta vez su dedo se movió hasta la puerta adyacente —y el comedor —entró por otro arco abierto por el que desembocaba en una sala amplía con una enorme mesa de comedor de madera lacada en gris y sillas con una tonalidad un poco más oscura —Podemos reunirnos aquí.

Harry carraspeó y miró a los demás.

—Será perfecto, Malfoy. Gracias

—Sí, como sea —murmuro con un gesto displicente de la mano —bien podemos empezar.

Cuando todos se sentaron, el rubio usó la varita para abrir una vitrina que tenía tras él y sacar una licorera y varios vasos.

—¿Alguien quiere un trago? —dijo sirviéndose una copa —creo que lo voy a necesitar.

Nadie quiso acompañarle por lo que, encogiéndose de hombros lo volvió a guardar y apuntó a su obligado compañero con su afilada barbilla.

—Tu turno, Potter.

—Sí —el auror sacó de su bolsillo un sobre al que años atrás Hermione había aplicado un hechizo de extensión indetectable y comenzó a extraer papeles —la Ministra de Magia griega nos dio una copia de este informe —lo puso sobre la mesa y lo empujó hacia Hermione —la doctora Ada Nikolau, doctorada en Arqueología Clásica, fue hallada muerta en una de las salas de almacenamiento del Museo Arqueológico de Atenas. Un equipo de aurores desmemorizó a las personas implicadas en el descubrimiento del cuerpo, tanto al compañero que la encontró como a las fuerzas de seguridad que se desplazaron hasta allí. Para los muggles, la doctora Nikolau sufrió un infarto natural al ser víctima de un robo, pero según la versión del Departamento de Aurores griegos, usaron la maldición imperdonable con ella —removió varios papeles y les mostró una foto muggle del báculo —estaba estudiando esto —dijo apretando los labios —había aparecido en una de sus excavaciones en Kalamata —cogió de nuevo uno de los pergaminos para leer —al parecer es la capital de la Antigua Mesenia, por si la información sirve de algo —añadió mirando a su amiga.

—Y el báculo ya no está —murmuró ella — ¿Verdad?

—Señora obviedad —dijo Malfoy con una risita —si estuviera en lugar de una fotografía tendríamos el bastón aquí —se pasó la mano por el pelo revolviéndolo ligeramente —lo robaron después de matarla, así que estamos jodidos.

—Necesitamos saber qué es —continuó diciendo Hermione ignorando su exabrupto —realmente no tenemos ni idea de su poder o de lo que puede hacer. Me pregunto si quien lo haya robado sí conoce sus posibilidades o solamente lo quieren porque Voldemort estaba interesado en él.

—¿Habéis encontrado algo aquí? —preguntó Harry

—Nada —en esa ocasión fue Theo quien habló —ni una maldita cosa —frunció el ceño mirando a Draco —quizás tu padre tenga algo más de información. Merlín sabe que el mío nunca fue un erudito.

—Podría encontrar la forma de que vengas conmigo a la biblioteca, a nadie le extrañaría que un antiguo compañero me acompañara.

—Tiene que ser ella —dijo Theo señalando a Hermione —es mucho más experta que yo buscando y analizando información.

—Es imposible que Granger pase desapercibida en mi casa —compuso una sonrisa sarcástica.

—Podría usar poción multijugos e ir con la apariencia de Theo—señaló ella observando a Malfoy —siempre y cuando te asegures de que ninguna protección anti hijos de muggles esté activa por ahí, claro.

Draco rodó los ojos pero no perdió aquella sonrisa que la estaba poniendo de los nervios.

—Bien —dijo simplemente —podemos ir mañana.

—Bien —respondió ella cruzándose de brazos.

—Si vas con mi apariencia —añadió Theo constatando lo obvio —no os podré acompañar.

—No importa —murmuró la bruja —puedo manejar a Malfoy.

Él resopló pero no dijo nada.

Y Theo, aunque parecía querer agregar algo más, finalmente cerró la boca y asintió despacio.

—Mañana iré al departamento —estaba diciendo Harry —voy a hablar con Rockewood ¿Puedes acompañarme, Theo? Es posible que en tu… calidad de inefable, puedas ayudarme a ver si hay algún modo de encontrar algo en su mente.

—Te acompañaré, de hecho iré con una de mis compañeras que tiene conocimientos de medimagia y trabaja en la Sala de la Verdad, quizás pueda ayudarnos con esto.

—¿Por qué no habláis con San Mungo? Strout y Chapman fueron decisivos a la hora de devolver los recuerdos a mis padres —Hermione alzó las cejas fijando los ojos en Harry.

Draco apenas hizo una mueca al escucharla y hizo una nota mental para averiguar a qué se refería con aquello de sus padres. Nunca se había preguntado por ellos ni por nada que tuviera que ver con la vida de Granger en realidad pero ¿Cómo es que dos muggles habían terminado necesitando la ayuda de una sanadora y un medimago de San Mungo?

—Buena idea —respondió el auror.

—Tengo poción multijugos en mi taller de pociones —intervino Malfoy cambiando de tema —si me das un par de cabellos —extendió la mano hacia Nott —tendré lista la poción para mañana a primera hora, Granger.

Theo, a regañadientes, se arrancó unos cabellos y los puso sobre la pálida mano de Draco.

—¿A qué hora quieres que esté aquí?

—Pronto —siseó él levantándose —¿Hemos acabado?

—Siempre tan educado —masculló Theo levantándose al igual que los demás.

—Parte de mi encanto, Nott —replicó el rubio dándoles las espalda —hasta mañana, Granger.

Sin más salió del comedor y un minuto después todos escucharon un portazo en la lejanía.

—Encantador, desde luego —murmuró Hermione sacudiendo la cabeza —supongo que hay cosas que nunca cambian.

—No estoy seguro —dijo Harry mientras iban hacia la chimenea.

—¿Crees que ha cambiado?

—Sé que lo ha hecho, lo que está por ver es de qué forma.

Tras ese cáustico comentario, dejaron la casa de Malfoy atrás.

El mago salió de la bonita casa de sus padres en Gloucester Avenue y caminó hacia Dumpton Place con el único acompañamiento de sus pisadas sobre el suelo mojado de la acera.

No hacía frío, aunque el clima era fresco y húmedo.

Miró su reloj y se tapó mejor con el paraguas. Se le había hecho demasiado tarde y ni siquiera el Lansdowne estaba abierto y eso que cerraba normalmente casi a media noche por lo que salvo él, nadie más caminaba por la calle en ese momento. No es que aquello le inquietara en absoluto, Primrose Hill era un barrio tranquilo en el que casi nunca ocurría nada digno de mención.

Al llegar a la esquina giró a la izquierda, al pequeño entrante sin salida en el que había aparcado su coche y se acercó para guardar en el maletero el paraguas y entrar por la puerta del conductor.

Ni bien había puesto la mano en la maneta de la puerta, un ruido a sus espaldas le hizo tensarse.

—Ya estabas tardando en salir de allí, sangre sucia —la voz, sarcástica y ronca, le puso los pelos de punta —me preguntaba si tendría que entrar a buscarte… ¿Qué habrían dicho tus padres muggles si hubiese tenido que ir a por ti?

Él echó mano al bolsillo dónde guardaba la varita y fue a girarse pero una presión en su espalda se lo impidió.

—¿Qué quieres? —preguntó intentando, sin éxito, ver a su atacante en el opaco reflejo del cristal —¿Qué quieres?

Quien fuera que estuviera tras él solo rió.

—Quien soy no es importante, en cuanto a qué quiero… —volvió a reír, en aquella ocasión una risita algo maníaca que volvió a ponerle los pelos de punta — digamos que estoy investigando y tienes el honor de ser… mi experimento —de nuevo aquella risa —porque si sale mal ¿A quién le importa un sangre sucia menos? —He dicho que bajes la varita y no te muevas o estás muerto en menos de lo que se dice snitch.

El mago cerró los ojos y tragó saliva. Nunca había sido el más valiente de su casa y, aunque estaba asustado no soltó la varita, esperaría el momento perfecto y se defendería, no iba a morir sin luchar. No después de todo lo que habían pasado, no en el momento de paz que vivía en mundo mágico.

—Coactus voluntatem —escuchó decir en voz baja mientras la presión en su espalda se hacía más fuerte.

—Pero qué… — sintió un calor abrasador condensarse en la parte baja de su espalda y tembló, incapaz de seguir hablando.

¿Qué le estaba ocurriendo? Dejó de sentir las manos, un segundo después los brazos y finalmente el tronco, Notó como sus piernas hormigueaban y sus rodillas cedían y, aunque fue consciente de que cayó al suelo, no sintió el impacto. Frente a sus ojos, pudo ver un rostro desdibujado que no era capaz de enfocar cerniéndose ante él y tapando momentáneamente el brillo de la farola.

Quiso hablar, pero no encontró su voz.

—Maldita sea —escuchó al mago que estaba de pie mascullando una maldición un segundo antes de darse la vuelta.

Lo último que vislumbró Justin Finch-Fletchley antes de que sus ojos dejaran de ver para siempre, fueron las pequeñas gotas de lluvia caer sobre la túnica negra de su asaltante un segundo antes de que desapareciera como si nunca hubiera estado allí.

Dos horas después, a las dos y media de la madrugada, un grupo de aurores, con Harry a la cabeza, llegaron a Dumpton Place.

Se convirtió en auror porque era a lo que siempre había aspirado. Después de conocer a Ojoloco, de formar el Ejército de Dumbledore y de luchar junto a la Orden, Harry supo que quería ser como ellos. Quería ser como la alocada Tonks, como el audaz Moody, como el impetuoso Kingsley… y lo logró.

Se esforzó al máximo en su entrenamiento y, aunque Ron, Neville y él mismo fueron eximidos de pasar los EXTASIS para entrar al cuerpo debido a los servicios prestados en la batalla contra Voldemort, fueron sometidos a estrictas pruebas en duelo, defensa, rastreo, ocultamiento y disfraz, así como formados en investigación criminal, pociones avanzadas, venenos y antídotos, Historia de las Artes Oscuras y un sin fin de materias que les trajeron de cabeza durante todo un año y medio.

Harry fue el mejor.

Se dedicó en cuerpo y alma a instruirse, pasó horas en la sala de duelo y en las aulas de pociones, hizo cursos extra en Entrenamientos de Resilencia y de campo, se apuntó a cada asignatura opcional que le ofrecían y dejó cada momento libre del día a repasar una y otra vez cada materia teórica con una disciplina tan absoluta que Hermione habría estado más que orgullosa de él si hubiese visto tamaña dedicación.

Incluso cuando dos años después, Ronald decidió pedir una excedencia en el cuerpo para ayudar a George con Sortilegios Weasley y poco después, Neville siguió sus pasos para entrar a trabajar en Hogwarts como profesor de Herbología, a petición de Minerva MacGonagall, Harry siguió allí, al pie del cañón. Porque aquello era su destino, su auténtica vocación y sabía que seguiría cuando Robards se jubilara, y tomaría su puesto como Jefe de la Oficina porque era lo que había que hacer, porque era lo que Harry Potter debía hacer para proteger al mundo mágico.

Pero en ese momento, mirando los ojos vacíos y sin vida de Justin, se preguntó, por una milésima de segundo, si no habría sido mejor aceptar el puesto de Profesor de Defensa contra las Artes Oscuras en lugar de seguir mirando a la muerte a la cara una y otra vez.

Arrodillado junto al cuerpo se acarició la cicatriz, cerró los ojos durante un momento en despedida de su antiguo compañero y suspiró, cansado.

Parecería que después de librar una guerra, la vida les debía unos cuantos años de paz y tranquilidad, pero aún no habían logrado la calma que dicen que llega después de la tempestad porque, aunque Voldemort no estuviera entre ellos amenazando sus existencias, el lastre que había dejado tras de sí aun les perseguía y lo seguiría haciendo hasta que no terminaran con todos los mortífagos huidos que aún se desperdigaban por el mundo.

Antes de que pudiera levantarse llegó Katie Bell y se agachó a su lado.

—Nos tenemos que llevar el cuerpo ¿Te importa si hago las pruebas que necesito o necesitas más tiempo?

Después de la batalla de Hogwarts, no había vuelto a ver a Katie hasta un año atrás, cuando, tras acabar sus estudios de medimaga, entró a formar parte del departamento de Autopsias y Muertes irreversibles de San Mungo. Su división trabajaba estrechamente con la Oficina de Aurores y ella habitualmente hacía trabajo de campo por lo que coincidían ocasionalmente.

—Todo tuyo —le dirigió una sonrisa apenas perceptible y se incorporó —Harvey —se acercó a uno de los compañeros que conformaban su equipo y que había estado poniendo escudos de seguridad y señaló las calles adyacentes —¿Puedes ir con Sienna a revisar que no haya muggles por los alrededores? Aseguraros que ninguno ha visto nada.

— Marchando

Tocó el brazo de su compañera y ambos se marcharon con paso ágil, cada uno en una dirección.

—¿Harry?

Él se volvió hacia Katie quien, varita en mano, había cubierto el cuerpo de Justin con una capa dorada que parecía una segunda piel translúcida y brillante que lo envolvía como un capullo y lanzaba ligeros destellos de cuando en cuando.

—¿Qué ocurre?

—Algo está mal —una pequeña arruga se formó en la frente de la bruja —la maldición que han utilizado… —chasqueó la lengua —ni siquiera sé si es una maldición —sacudió la cabeza —nunca he visto esto antes, Harry. Necesito hablar de esto con Farley, ella sabe mucho más que yo de Artes Oscuras y maldiciones.

Harry se mordió la lengua para no añadir como buena Slytherin. Sabía que no era justo, hacía mucho que habían dejado de ser clasificados por casas y era prejuicioso por su parte pensar siquiera algo así, pero el hábito era difícil de romper.

—Está bien ¿Puedes mantenerme informado?

—Por supuesto. Sea lo que sea, no es bueno, Harry.

¿Cuándo lo era? Quiso decir.

—¿Has sacado muestras de sus pensamientos?

—Algo —le enseñó un pequeño frasco donde se arremolinaba una sustancia plateada y viscosa —no sé si encontraremos algo, dependerá del tiempo que haya transcurrido desde que murió.

Harry asintió.

Conocía el procedimiento. Cuanto más tiempo pasaba desde el fallecimiento más dificil era conseguir recuerdos del cuerpo.

—Ojalá haya visto algo que nos pueda ayudar —dijo dejando salir el aire con brusquedad —en cuánto sepáis algo avísame Katie, da igual la hora.

—Te enviaré una lechuza en cuanto tengamos algo de información. Buenas noches, Harry.

—Buenas noches.

Cuando cincuenta y cinco minutos después el equipo abandonó la escena del crimen y se marcharon, Harry se armó de valor, inspiró profundamente y caminó hasta el ciento cuarenta y tres de Gloucester Avenue, sabiendo que no podía demorar más la visita a los señores Finch-Fletchley y que la noticia que tenía que darles rompería su vida, para siempre.

El trabajo de auror, se dijo mientras llamaba al timbre y esperaba, no era para todos. Podía ser el mejor de los trabajos, tal y como solía pensar habitualmente, o el peor. Y era en momentos como aquel cuando realmente dudaba.

—¿Harry? —preguntó el señor Finch-Fletchley cuando le vio en la puerta al abrir —¿Harry Potter?

Y cuando miró los ojos del padre de Justin, Harry deseó haber aceptado el puesto en Hogwarts.