Hola!

Espero que por el momento os vaya gustando la hisoria y, aunque las cosas van despacio porque, Roma no se construyó en dos días, espero que esta pequeña escena dramione os valga por ahora.

mariapotter, el capítulo va por ti, feliz cumple, amiga.

Besos y abrazos

AJ


Malfoy Manor

Hermione llegó a la casa de Malfoy a las seis y media de la mañana. Salió de la chimenea entre serpenteantes llamas verdes y fue directamente al salón.

El silencio imperante era atronador.

Miró a su alrededor y, como el día anterior, no pudo evitar extrañarse por lo impersonal que parecía todo. Bueno, quizás no absolutamente todo, pensó acercándose a las estanterías y pasando los dedos por los lomos de una de las filas de libros. Estaba segura de que aquellos libros sí eran suyos. Podía verse que, incluso los que parecían más nuevos, habían sido leídos, algunos más de una vez.

Se fijó en uno de los libros y no pudo evitar sonreír y sacarlo de su lugar en el estante, rozando la ajada portada con la yema de un dedo.

Hogwarts: una Historia

Hizo una mueca y abrió los labios con incredulidad ¿Cuántas veces había leído Malfoy ese libro? Estaba tan manoseado y envejecido como el suyo propio. Arqueó las cejas y volvió a dejarlo en el mismo sitio, mirando algunos de los demás lomos, intrigada, muy a su pesar, al pensar que podía tener algo en común con el hurón albino

¿Quién hubiera pensado que le gustara leer? Que supiera leer, incluso, pensó con un repentino arrebato de maldad.

La verdad era que siempre había sabido de su inteligencia, puede que no le cayera bien, pero Hermione se consideraba una persona realista y pragmática y asumía los hechos. Aunque claro, también sabía que era ruin, malcriado, ególatra, megalómano, racista y un sin fin de atributos igual de indignos.

Al menos lo había sido en el pasado. La verdad era que no conocía absolutamente nada del Draco Malfoy del presente, nada, salvo que, sorprendentemente, trabajaba para una agencia de inteligencia secreta.

¿Quién lo hubiera pensado?

Ese nuevo Malfoy era un misterio porque, aunque parecía ser igual de insufrible que antes, lo cierto era que había algo en sus ojos que la desconcertaba y, esa parte intrínseca de ella que necesitaba resolver todos los misterios que se cruzaban en su camino, estaba impaciente por descubrir qué había detrás de esa máscara con la que se ocultaba del mundo.

Ya el día de los juicios, cuando Harry, Ron y ella fueron a testificar en favor de los Malfoy, se había dado cuenta de que el joven de dieciocho años que había en el banquillo del Wizengamot, no era, ni de lejos, el mismo estúpido engreído con el que había compartido colegio los seis años anteriores.

Ese día él había estado abstraído, como si una parte de él fuera ajena al hecho de que se estaban juzgando sus acciones previas y se estaba jugando su libertad. Les observó en silencio, con cientos de preguntas en sus ojos argénteos, con el rostro serio y circunspecto y una pequeña arruga frunciendo su pálida frente.

El Draco Malfoy que había sido apresado, juzgado y puesto en libertad era, sin lugar a dudas alguien muy distinto a quien había sido.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí, Granger? —aquella voz suave y molesta que arrastraba las palabras estaba algo enronquecida, posiblemente porque acababa de despertar.

Hermione se dio la vuelta para enfrentarle, recordándose a sí misma que, más maduro o no, seguía siendo un imbécil.

Abrió la boca para exigirle que usara otro tono con ella si no quería que le mostrara lo bien que Ginny le había enseñado a lanzar su famoso mocomurciélago cuando, al mirarle de arriba abajo, se dio cuenta de que estaba cubierto únicamente con una toalla negra rodeando sus estrechas caderas y la contemplaba con evidente fastidio mientras trataba de secarse el pelo con otro trozo de tela.

Santa Madre de Dios, se dijo maldiciéndose en los tres idiomas que conocía sin poder evitar el rápido escaneo que hizo de él. Tragó saliva, odiándose por admitir, incluso ante sí misma, que Draco Malfoy ganaba mucho sin la perpetua ropa negra que siempre vestía.

Era pálido, sí, tan pálido que parecía esculpido en mármol, pero Merlín, que escultura.

Siempre había imaginado que era alto y desgarbado, casi flacucho. Nada más lejos de la realidad porque cada uno de sus músculos estaba perfectamente delineado, desde sus perfectos pectorales hasta los gruesos cuadriceps, pasando por toda una serie de abdominales entre medias.

No es que el cuerpo masculino y atlético le fuera desconocido. Viktor siempre había sido muy musculoso, pero de una forma algo más tosca y salvaje, en contraposición, Malfoy era elegante y felino.

¿Cuándo había pasado de ser un palo de escoba con gomina a tener el cuerpo de una escultura griega?

Ella abrió y cerró la boca un par de veces intentando encontrar las palabras y finalmente, después de carraspear y obligarse a no apartar la vista de sus ojos dijo:

—Me dijiste que viniera a primera hora.

—En realidad, Granger —masculló con los ojos entrecerrados y cara de pocos amigos —estoy casi seguro de que dije "pronto"

—Bien —replicó ella con su mejor tono de marisabidilla, ese que sabía, ponía de los nervios a Ronald —pues no es tarde ¿No te parece?

Él bufó, se frotó el pelo con fuerza y la fulminó con la mirada.

—Si fuera tú me sentaría para no cansarme, Granger, porque aún ni siquiera he desayunado.

—Yo tampoco —replicó ella.

—Haberlo pensado antes de venir —masculló Draco dándole la espalda.

Ella bufó, ofendida.

—¿Es que no tienes modales, Malfoy?

En un arrebato infantil, él la hizo burla, imitando realmente bien su petulante tono de voz.

—¿Es que no tienes modales? —su rostro se volvió ininteligible —sí, los tengo, Granger —sonrió, con esa sonrisa ladeada que a ella le crispaba los nervios —solo soy selectivo con quien los merece…

Ella se cruzó de brazos dando un respingo.

— ¿No vas a terminar la frase? —siseó ella — ya sabemos lo que le sigue ahora ¿No, Malfoy?

Él parpadeó, sinceramente confundido tanto por el odio que destilaba su voz como por su postura defensiva. Frunció el ceño, mirándola sin comprender, hasta que el entendimiento cayó sobre él haciéndole abrir los ojos con incredulidad.

—¿En serio, Granger? —preguntó sacudiendo la cabeza y tirando con fuerza la toalla con la que había estado secándose el pelo sobre la mesita de cristal — ¿Sabes? Eres una hipócrita —dio un paso hacia ella con los puños apretados a los costados — Santa Granger —rió con una carcajada amarga —siempre tan jodidamente perfecta y remilgada. Te crees que lo sabes todo ¿No? Que siempre tienes razón, que todo es blanco o negro. Deja que te cuente un secreto, Granger. El mundo está lleno de grises, lleno de gente normal que se equivoca, lleno de personas sin opción, de hombres imperfectos. Pero tú no sabes de eso ¿Verdad? Porque nunca te equivocas, porque crees que siempre hay opción —todos esos perfectos músculos estaban tensos de ira —por si aún no te has dado cuenta en estos días, me importa una mierda si eres hija de muggles o no, si aprendí algo en esa estúpida guerra es que todos sangramos igual y morimos igual, con sangre pura o muggle. Lo que sí me importa es que seas estúpida porque, entiende esto —su rostro se congeló, de pronto impertérrito, la rabia se desvaneció como si un pequeño soplido hubiese apagado la llama que bullía en su interior — me da igual me perdonas o no por todo lo que hice y lo que dije siendo un crío, pero respeta que he pasado los últimos seis años redimiéndome por cada uno de los errores que cometí y ni tú ni nadie va a echarme en cara el pasado, no cuando he sangrado, luchado y vivido para liquidar cada una de las deudas que debía a la jodida sociedad mágica.

—¿Acaso lo quieres? —preguntó ella en un murmullo.

—¿Cómo dices? —siseó aun con esa horrible máscara de imperturbabilidad.

—¿Quieres mi perdón?

—Te he dicho que me da igual —respondió con las mandíbulas apretadas.

Pero Hermione vio que le importaba. En el fondo, pese a la pose arrogante y decidida, pese a su odiosa actitud de a la mierda con todo, él quería el perdón.

De ella, sí, pero sobre todo de él mismo.

Suponía que por eso había pasado años trabajando como agente de inteligencia en el más absoluto secreto, porque lo que de verdad quería era perdonarse.

—Malfoy —dijo ella después de unos segundos de silencio —si te sirve de algo creo que mi comentario ha estado fuera de lugar yo… supongo que es difícil dejar el pasado atrás y… —se frotó distraída el antebrazo sin darse cuenta cómo él se tensaba al verla —hay cosas que son complicadas y… dolorosas para mi.

—Está bien, Granger —murmuró con los dientes apretados pero sin la hostilidad de antes —voy a cambiarme —se alejó por hacia el pasillo y, una vez en el vano de la puerta la miró por encima del hombro —puedes ir al comedor si quieres —añadió con voz apática —podemos tomar algo antes de irnos.

Fue probablemente, el desayuno más tenso que Hermione había tenido jamás. Malfoy estaba rígido y, aunque comía con movimientos elegantes, haciendo gala de unos perfectos modales, frutos de años de educación, no tenía nada que envidiar a las cantidades ingentes de alimento que tomaba Ronald habitualmente.

Se encontró preguntándose en más de una ocasión, dónde conseguía meter todo lo que había engullido.

Mientras que ella apenas había probado el café y un croisant, él se había rellenado dos veces el plato con huevos, salchichas, beans y bacon ahumado. También había comido un croisant, dos crepes y tres tazas de café con leche.

No se dirigieron ni una palabra en los treinta minutos que duró el desayuno.

Cuando Malfoy sintió que ya había sido suficiente, cogió la servilleta de sus muslos, se limpió cuidadosamente los labios y, apoyándola sobre la mesa se levantó.

—¿Has traído la ropa de Nott?

Ella también dejó la silla, descolgó su bolso del respaldo y sacó varias prendas que le había dado Theo el día anterior.

—Creo que valdrá —frunció el ceño algo incómoda.

—Perfecto —se sacó del bolsillo una pequeña redoma de vidrio y se la ofreció —puedes ir al cuarto de baño, te esperaré en el salón.

Se fue sin mirar atrás y, cogiendo el frasco, Hermione le siguió.

Cuando salió del cuarto de baño, después de enjuagarse la boca y controlar las nauseas, se encontró con Malfoy en el salón.

Al verla él resopló, molesto.

—Santa Morgana, Granger, si mi padre te ve con esas pintas jamás creerá que eres Nott. Puede que Theodore haya decidido, convenientemente, olvidar su pasado, pero recuerda que nos conocemos de toda la vida —se acercó a ella —esa espalda, atrás, joder Granger, recuerdo que en Hogwarts parecías tener un palo en el culo, así que estírate—la empujó de los hombros para que se irguiera —esto fuera —dijo señalando el ceño de su frente — recuerda que Nott es experto en poner cara de sabelotodo y mirar por encima del hombro… espera —sonrió de lado con malicia—eso no debería de resultarte difícil —¿Y qué mierda le has hecho al pelo? —sacudió la cabeza —veo que da igual la cara de quien tengas —puso los ojos en blanco y se lo arregló con movimientos bruscos y con la nariz arrugada en una mueca de desagrado.

Ella retuvo el aire porque, tuviera o no el aspecto de Theo, era su propio cabello el que Malfoy estaba tocando y, para su más absoluta vergüenza, le estaba gustando el manoseo.

Por Dios Santo, se dijo apartándose de él con brusquedad, si estaba sintiendo un hormigueo en en el estómago porque aquel idiota le tocara el cabello, empezaba a tener un problema muy muy gordo.

Llevaba demasiado tiempo sola.

—Vale, ya lo pillo — le golpeó el brazo para que la dejara en paz y carraspeo con el fin de bajar el tono de su voz — podemos irnos — murmuró imitando a Theo bastante bien.

— Llevo esto — Draco sacó de su túnica un par de viales más — supongo que estaremos por allí más de dos horas — miró su reloj — si queremos evitar que mi madre nos invite a comer con ellos, más nos vale darnos prisa.

Hermione abrió mucho los ojos con horror.

— No podemos comer allí — tragó saliva

Él solo levantó el labio en un amago de fría sonrisa que no llegó a sus ojos y cogió un puñado de polvos flú.

— Malfoy Manor — dijo echándolos a la chimena y empujando a Hermione — deja de lloriquear, Granger.

— Señor Malfoy — una pequeña elfina adornada con un extraño vestido rosa hizo una reverencia cuando les vio aparecer saliendo de la enorme chimenea de mármol.

— Hola Tippy — replicó él señalando hacia la puerta que parecía dar a un vestíbulo con la barbilla — ¿Están mis padres en casa?

— Su madre salió muy temprano, dijo que no volvería hasta la noche, pero el amo Malfoy está en su despacho ¿Quiere que le diga que ha llegado?

— No. Mi amigo Nott y yo iremos a la biblioteca. Que nadie nos moleste.

— Por supuesto — y con un pequeño plop, desapareció.

— Sígueme — ordenó Malfoy saliendo del salón, ajeno al repentino estremecimiento que parecía recorrer a Hermione.

Salió a grandes zancadas y ella consiguió ir tras él a duras penas.

No había regresado a la mansión desde el día que Bellatrix Lestrange la torturó y Dobby les salvó a costa de su propia vida.

Ni siquiera había querido ir antes de los juicios, cuando los aurores habían medio desmantelado la casa para cerciorarse de que todo estaba en orden y retirar los objetos tenebrosos ilegales que encontraron.

Kingsley le aconsejó que fuera con él y con Harry en una de las visitas, alegando que sería catártico para ella, pero Hermione se negó, jurando que jamás volvería a ese terrible lugar que tanto horror había visto entre sus paredes.

Y, sin embargo, allí estaba.

Y aunque nada parecía igual, ella lo sentía del mismo modo.

Para cuando llegaron a la biblioteca temblaba incontrolablemente.

— Malfoy — susurró con su propia voz en el momento en que cerró la puerta y él continuaba caminando hacia uno de los laterales — Malfoy.

El rubio se giró. La miraba molesto, con los labios ligeramente levantados en una ligera mueca de desprecio y los ojos entrecerrados.

Abrió la boca para hablar, pero entonces se fijó en los espasmos involuntarios del cuerpo que habitaba y frunció el ceño, entornando los ojos con lo que parecía ser preocupación, o al menos lo hubiera sido en cualquier otra persona. Siendo Malfoy, Hermione dudaba que se preocupara por ella en modo alguno.

— ¿Qué te pasa? — preguntó con aspereza.

— Necesito… — dijo entre respiraciones profundas — necesito un momento, yo… me… me cuesta respirar.

El ceño de él se hizo más profundo y tiró de su manga arrastrándola por la estancia hasta que la empujó a un sillón.

— Espera ahí.

Cuando regresó, apenas un par de minutos después, llevaba una copa de cristal con un líquido ambarino en la mano. Se la tendió con rudeza.

— Bebe.

Ni siquiera se planteó preguntarle qué era. Con la mano trémula se llevó el cristal a los labios y dio un enorme trago.

Cerró los ojos cuando el líquido bajó ardiente por su garganta y tosió intentando recuperar el aliento.

— Más despacio — le golpeó en la espalda empujándola hacia delante y ella le fulminó con la mirada.

— ¿Sabes Malfoy? — espetó olvidando por un momento su angustia — en ocasiones te pareces demasiado a Ronald.

Él compuso un gesto de horror y su nariz se arrugó con aversión.

— Ni en los mejores sueños de esa estúpida comadreja — masculló.

Ella volvió a estremecerse.

— ¿Qué te pasa? — preguntó de nuevo Malfoy de forma tosca y cortante.

Hermione, que había vuelto a dar un sorbo a la bebida, en aquella ocasión mucho más pequeño, negó con la cabeza.

— Lo siento — dejó la copa en una pequeña mesa de te que había a su lado y se cruzó de brazos abrazándose a si misma o, más bien, abrazando el cuerpo de Theo — tu casa es — tragó y carraspeó — los recuerdos que tengo de ella … — parecía ser incapaz de hallar las palabras.

Él asintió, miró hacia los lados, incómodo y cuando habló, su voz sonó algo menos brusca que habitualmente.

— Nunca habías estado aquí — señaló el lugar en el que se encontraban — ¿Será un problema estar en la biblioteca?

Por primera vez desde que había puesto un pie en la estancia, Hermione miró a su alrededor y jadeó, impresionada.

Aquel lugar enorme y magnífico, no tenía nada que envidiar a la biblioteca de Hogwarts.

— Merlín…. — susurró en un susurro reverente.

De pronto se sintió terriblemente abrumada y se levantó lentamente, observandolo todo con ojos codicioso.

— Dios mío, Malfoy. Es increíble — sacudió la cabeza despacio buscó sus ojos — crecer aquí debió de ser impresionante… aunque solo fuera por este lugar.

A su pesar, Malfoy sonrió y se encogió de hombros restándole importancia.

— No está mal — sorbiendo por la nariz, apuntó con la barbilla a la escalera que subía a la planta superior — yo empezaré por ahí, algunos libros de ese pasillo no debes manejarlos tú —lo dijo sin acritud, simplemente constatando un hecho por lo que Hermione únicamente asintió — Puedes ir a ese lado — dijo señalando con el dedo a la pared del fondo —se sacó otra redoma de poción multijugos y se la dio —tómala cuando notes que los efectos empiecen a desaparecer. Mi padre no suele venir por aquí, pero no queremos arriesgarnos. Además si alguno de los elfos te ven no dudarán en decírselo a mi madre.

—Hablando de los elfos

Hermione ya no trabajaba para el Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas, pero había estado allí el tiempo suficiente para crear leyes nuevas y regular ciertas condiciones de los seres mágicos como los elfos domésticos. La P.E.D.D.O había fracasado cuando la gran mayoría de ellos se sintieron insultados por la idea liberalista de Hermione, pero aún así, ella había seguido luchando por ellos desde su puesto del Ministerio y había conseguido penar la violencia y abolir la esclavitud a la que se veían abocados, de modo que, incluso si no querían ser libres, los magos a los que servían estaban obligados por ley a tratarlos con respeto y humanidad.

—Relájate, Granger —replicó mirándola con cara de pocos amigos —Tippy es libre, de los otros seis elfos que hay aquí, dos tienen la misma condición y los demás, aunque no han querido la prenda porque lo veían como un insulto a sus familias, son tratados con respeto —al ver el gesto de la bruja continuó —mi padre no ha vuelto a poner un dedo encima a ninguno de ellos —suspiro —él también ha cambiado —al oír el bufido de ella espetó —nunca será un Hufflepuff, pero ya no es el cabrón insensible que era hace unos años —se encogió de hombros.

—Si tú lo dices… —respondió Hermione sin ocultar la incredulidad en su voz —no acaba de gustarme la función de los elfos.

—¿Y por qué no? —él alzó una ceja burlona —¿Hipocresía nuevamente? Granger ¿Acaso los muggles no tienen sirvientes?

—Sí, gente que, libremente, trabaja a cambio de un salario, con unas condiciones dignas y….

—Lo que tú digas

La dejó con la palabra en la boca y se marchó a paso rápido.

Hermione le insultó por lo bajo y dedicó varios minutos a absorber todo el esplendor que reinaba en aquella maravillosa biblioteca.

A diferencia del resto de la casa o, más bien, de lo poco que conocía del resto de la casa, no era lúgubre ni recargado, no tenía ese aspecto tenebroso y gótico que imperaba en las estancias que había visto con anterioridad.

Allí, los suelos eran de madera pulida y brillante, los techos, increíblemente altos, cobijaban dos pisos de paredes completamente forradas de estanterías de madera de caoba repletas de libros.

En la planta baja, dónde ella se encontraba, los estantes formaban recovecos, pequeños pasillos largos que iban hacia el fondo de la sala y estaban bien iluminados por lámparas flotantes que daban una luz cálida a todo el recorrido. En uno de los laterales, un enorme ventanal se abría a los jardines, una inmensa extensión de tierra cubierta de césped, distintas flores, setos y varias fuentes de mármol. Y, en el frente, una chimenea bellamente ornamentada, dominaba la cámara, dando calidez a los sillones donde se había sentado y, donde suponía, que Malfoy se había sentado en innumerables ocasiones para leer algún que otro libro.

Suspirando, deseando poder tener el derecho de perderse allí indefinidamente, se fue hacia donde le había señalado el rubio.

Tenían mucho que hacer y no podía malgastar el tiempo soñando despierta.

Draco la observaba discretamente desde la planta alta.

Se sentía abrumado, y el nudo de angustia que se había apretado alrededor de su garganta cuando la escuchó hablar de los recuerdos que tenía de su casa, no se aflojaba aún.

Para él también era complicado.

De hecho, era tan difícil que había terminado dejando Malfoy Manor y yéndose a vivir lejos de su hogar ancestral.

Sabía que, llegado el momento, cuando finalmente se casara y formara una familia, tendría que volver allí, como habían hecho todos y cada uno de los Malfoy antes que él.

Pero también sabía que, cuando eso ocurriera, eliminaría cualquier rastro de lo que había quedado impregnado en esas paredes durante el tiempo en que el Señor Tenebroso ocupó su casa y destrozó cada recuerdo alegre que albergaba de su infancia.

Granger había temblado como una hoja arrastrada por un vendaval cuando rememoró las atenciones que la loca de su tía Bella le había brindado. Pero lo que ella no sabía, lo que desconocía, era lo mucho que Draco la comprendía porque, durante mucho tiempo, él también había temblado cada noche cuando, en su habitación, evocaba una y otra vez, en horribles pesadillas, el día en que los carroñeros habían aparecido en su puerta con el trío de oro.

Durante meses, los ecos de los gritos de Hermione Granger habían sido la nana que le arrullaba en el crepúsculo, habían atormentado su alma ennegrecida hasta tal punto que, cuando le ofrecieron el puesto en el SISA, lo aceptó, buscando una forma de redimirse ante los recuerdos de aquella bruja a la que tanto había despreciado y cuya sangre, pura o no, era igual de roja que la suya mientras se derramaba de la terrible herida de su antebrazo.

Draco se tocó el suyo propio, donde la Marca Tenebrosa continuaba y tragó con fuerza, cerrando momentáneamente los ojos.

Quizás, además de muchas otras cosas que ella no sabía, tenían una más en común. Se agarró a la barandilla y apretó el metal hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

Ninguno de los dos era culpable de las cicatrices que cargaban en sus cuerpos. Ella, porque no había pedido a Bellatrix que grabara en su piel aquella puta palabra que tanto había usado el mismo Draco cuando no era más que un crio petulante y estúpido y él porque, pese a lo que todos pensaban, nunca había querido realmente el tatuaje que cargaba ahora para el resto de su vida.

Sí, se había pavoneado como su padre le había enseñado desde su más tierna infancia, hablando del estatus de sangre, del apellido Malfoy y de lo mucho que deseaba ser un mortífago, de lo maravilloso que era que el Señor Tenebroso le eligiera para formar parte de sus filas. Pero la realidad era que se moría de miedo solo de pensarlo, la verdad era que lo decía porque estaba seguro de que jamás llegaría ese momento, estaba convencido de que Potter, pese a todo, iba a cumplir la dichosa profecía y terminar con aquel mago que estaba destrozando a su familia. Además, con apenas diecisiete años y sin haber terminado sus estudios ¿Por qué el mago oscuro más poderoso de todos los tiempos iba a quererle entre sus filas?

Qué equivocado había estado, qué idiota había sido.

El día en que marcado como un animal de rebaño, se dio cuenta de había firmado su sentencia de muerte.

El sonido de un libro apoyado de golpe contra la mesa y el pequeño estornudo que le siguió, le sacaron de sus divagaciones y, molesto consigo mismo por dejarse aplastar por aquellas cosas del pasado, se giró y comenzó a leer los lomos de los libros que había tenido a su espalda.

Cuanto antes encontraran lo que necesitaba, antes terminaría con su casa y con Hermione Granger.