Hola!

Este paréntesis de tranquilidad terminará pronto, espero que disfrutéis la historia en todas sus facetas.

Gracias por leer.

Besos y abrazos

AJ


Dos turistas por Atenas

Hermione consiguió pasar la cena bastante bien, posiblemente las tres botellas de vino que se habían bebido tuvieron algo que ver con lo cómoda que terminó sintiéndose en compañía de Malfoy pero, sin ellas, dudaba que hubiese sido capaz de sobreponerse a los toques y las caricias casuales del hombre quien, en el momento en que la camarera se acercaba o presentía las miradas de alguien que pudiera verles desde la calle, no dudaba en tocarla de la forma que fuera.

Un roce en el dorso de la mano, una pequeña fricción en el carrillo, la forma tierna de retirarle un rizo rebelde de la mejilla…

Con cada contacto ella iba sintiéndose más y más nerviosa y, por lo tanto, bebía vino tras vino, agarrándose a la copa tal y como un náufrago se aferraría a una tabla en mitad del océano.

Finalmente, después de tomar un baklava y probar los pequeños buñuelos de los que le había hablado Malfoy, decidieron dar un paseo por el barrio Plaka, de donde sacaba su nombre el pasadizo mágico y salieron a la Atenas muggle tomados de la mano.

Hermione apenas se estremeció en aquella ocasión con el contacto de ambas palmas unidas y los dedos entrelazados, y, respirando el aire nocturno decidió que si él podía fingir con aquella elegancia, ella también podría hacerlo.

Caminaron por Vyronos y continuaron bajando hasta Dionysiou Areopagitou, una gran avenida pintoresca, de suelo empedrado con yacimientos arqueológicos que llevaba al Museo de la Acrópolis y a otros puntos de interés.

Había un músico callejero tocando un violín y algunas personas paseando, sobre todo parejas y grupos de jóvenes que se juntaban en los parques adyacentes.

La tercera vez que Hermione dio un traspiés, escuchó a Malfoy reír entre dientes.

—Creo que no deberías haber bebido tanto, Granger.

Ella se ofendió y, aunque deseaba poder soltarse de su mano, no lo hizo porque era lo suficientemente sincera consigo misma para saber que sería un error.

—No estoy borracha.

—Lo que tú digas.

—Solo un poquito mareada —murmuró cerrando los ojos mientras la brisa acariciaba su rostro —es ese vino, que era un poco fuerte.

Él volvió a reír.

—Hay un punto de aparición cerca de aquí, aunque si quieres —dijo señalando unas escaleras planas a su derecha —si atravesamos este pequeño parque podemos ver unas ruinas. Aunque creo que la mejor vista de la Acrópolis se ve desde la colina de Filopapo, solo que lo mejor es ir al atardecer y ya es un poco tarde.

—Mañana entonces —respondió Hermione —la vista que hay desde la terraza de la habitación es increíble, tal vez podríamos ir allí un rato.

Draco se encogió de hombros y tiró de ella hacia una pequeña calle en sombras.

—Agárrate.

Se aparecieron en el hall del hotel y subieron en silencio a la habitación.

Hermione parecía más tranquila, sobre todo porque, al ver la indiferencia de Malfoy había empezado a acostumbrarse a las sensaciones que parecía despertar en ella y había dado la orden a su cerebro para que dejara de emocionarse con sus toques desinteresados.

Pero quizás, si se hubiera parado a pensar el trabajo al que Draco se dedicaba, se habría dado cuenta de que fingir era algo tan natural para él como respirar y, que lo que a ella le parecía apatía, era en realidad la forma que tenía para lidiar con la atracción indeseada atracción que estaba sintiendo por ella.

—Creo que me voy a bañar en la piscina —dijo Draco cuando salieron a la terraza.

—Oh… —las cejas de ella se fruncieron ligeramente con frustración —no traje bañador.

Él soltó un bufido.

—¿Acaso no eres una bruja? —la apuntó con un dedo —transfiguración, Granger. Creo recordar que ya en primer año MacGonagall estaba impresionada con tu habilidad en la materia —siguió diciendo en un leve tono de burla.

—Sí sí —replicó, gruñona —tengo algo que podría servir para la transformación.

Se marchó a su habitación y tomó un conjunto de lencería que, tras agitar la varita, quedó convertido en un bonito bañador de dos piezas de color blanco.

Se lo puso, cogió una de las grandes y esponjosas toallas y salió de nuevo a la terraza.

Malfoy ya estaba allí metido dentro de la piscina de la que se desprendían volutas de vapor, señal de que el mago había calentado un poco el agua.

Sin mirarle, completamente avergonzada sin saber muy bien el motivo, se quitó la toalla y la dobló sobre una de las sillas.

La mirada de Draco se vio de nuevo atraída por aquel trasero y, aprovechando que ella estaba de espaldas, se la comió con la vista.

Inconscientemente se pasó la lengua por sus labios repentinamente secos y toda la sangre de su cerebro se concentró en su miembro que, con vida y pensamientos propios, se agitó dentro de su bañador, recordándole que estaba allí y que lo que estaba viendo le gustaba. Mucho.

Entonces ella se giró, aun rehuyendo su mirada y Draco casi gimió en voz alta cuando la luz de la luna se reflejó en su cuerpo semidesnudo.

Granger era espectacular.

No era delgada como las mujeres con las que él solía salir, elegantes, de caderas estrechas y piernas largas, con clavículas marcadas y pómulos altos.

Hermione Granger era pequeña, con una cintura de chiquilla y caderas levemente redondeadas, con los pechos lo suficientemente plenos para caber en sus manos, puntiagudos y firmes. Draco se preguntó si sus pezones serían grandes o pequeños, rosados o rojizos y volvió a lamerse los labios al sentir que se le hacía agua la boca al imaginarlos.

Tenía las piernas bien formadas, con muslos perfectos, rodillas suavemente redondeadas y pies diminutos con las uñas pintadas de rojo.

Se alejó un poco de la escalera, se dio la vuelta para mirar el Partenón y presionar su erección contra el muro de la piscina. Lo último que quería era que aquella bruja tan inteligente se diera cuenta de la reacción de su cuerpo ¿Cuándo había sido la última vez que se había empalmado por ver a una mujer en traje de baño? ¿A los dieciséis años?

Maldita fuera.

Era adulto, sabía que las reacciones físicas nada tenían que ver con las emocionales o las racionales para el caso. Era plenamente consciente de que ella era una mujer joven y bonita, con un cuerpo que le atraía quizás demasiado y él era joven, sano y con una vida sexual inexistente en los últimos tiempos. No importaba si le caía mal, si creía que era una bruja algo repelente, sabelotodo y sosa a la que había tratado de arruinar la vida mientras iban al colegio. A su mente quizás le atañían esas cosas, pero a su cuerpo le daba completamente igual y cuando la veía únicamente pensaba en sábanas revueltas, cuerpos sudorosos y una maratón de sexo sucio y lascivo.

Frunció el ceño y una sonrisa cínica curvó sus labios.

La perfecta Granger no parecía ser una mujer de sexo sucio y lascivo. La miró de reojo cuando entró en la piscina y su sonrisa se amplió. Seguramente era una mojigata que follaba con la luz apagada y bajo las sábanas.

Volvió a contemplar la Acrópolis y sacó los brazos al bordillo, cruzándolos allí mientras disfrutaba de la vista.

No es que las mujeres con las que él solía salir fueran muy salvajes, ciertamente en los círculos en los que se movía las mujeres eran sofisticadas, glamourosas y algo pudorosas, pero más de una, pasada la timidez inicial, se dejaba llevar por la lascivia sin muchos remilgos.

¿Cómo sería Granger en la cama?

La escuchó suspirar y no pudo evitar mirarla de nuevo. Se había recogido el pelo en un precario moño y nadaba relajadamente, acariciando la superficie del agua con movimientos lánguidos y suaves.

—Es tan maravilloso —susurró con una voz enronquecida que hizo que la polla de Draco se sacudiera, una vez más. Se apoyó al lado de él, su brazo rozando el brazo de él —Creo que es el lugar más bonito en el que he estado hasta ahora.

Se miraron durante una fracción de segundo y el cerebro de Draco pareció colapsar.

Ella le contemplaba con una pequeña sonrisa curvando sus labios, entreabiertos, mojados y sonrosados. Podía sentir como el aliento de ella calentaba su hombro pese a la distancia y como aquellos ojos castaños brillaban repletos de preguntas para las que él no tenía respuestas.

Algunos rizos que habían escapado de su moño se pegaban a su sonrojada mejilla y parecía tan feliz de estar allí que Draco sintió deseos de gruñir.

Apretó los puños para evitar tocarla y, durante un loco e irracional instante, sintió el demencial impulso de agarrarla de los hombros y comerle la boca hasta sacarse aquella disparatada necesidad que estaba volviéndole loco.

Pero en el momento en que la idea pasó por su cerebro la aplastó sin piedad y, con la máscara de imperturbabilidad que tan bien manejaba, se alejó de ella y salió de la piscina de un salto.

—Me voy a dormir, Granger —murmuró cogiendo la toalla que había dejado en el suelo y cubriéndose con ella mientras se alejaba de la espantosa tentación que había resultado ser aquella comelibros santurrona —tendremos el desayuno aquí mismo a las ocho. No llegues tarde.

—Oh Dios mío

Hermione se llevó las manos a la boca en el momento en que la puerta del dormitorio de Malfoy se cerró de un portazo

¿Qué había sido eso?

Se frotó el rostro enrojecido y deseó que un agujero se abriera bajo sus pies y la absorbiera para expulsarla en Waikiki.

¿Realmente había estado preguntándose qué sentiría si Draco Malfoy la besara?

Por Merlín… ¿Qué demonios llevaba ese vino?

Se estremeció, mojó las manos en el agua y las pasó por su cara, deseado que estuviera fría en lugar de caliente.

Ella era una mujer inteligente, sana y joven… y sincera, sobre todo era sincera, al menos consigo misma.

Contra todo pronóstico se sentía atraída por aquel pomposo egocéntrico y elitista.

—Está bien, Hermione —se dijo volviendo a humedecerse las mejillas.

Era un hombre atractivo a quien el trabajo en la Agencia le había puesto músculos donde antes solo tenía extremidades largas y flacuchas. Podía ser un gilipollas, sí, pero era uno con un buen cuerpo y una cara que había mejorado y mucho, con el paso de los años.

Ni bien acabaron de pasar esos pensamientos por su mente se recriminó a sí misma por ser tan superficial y estúpida.

¿De verdad se había puesto cachonda por una cara bonita y un cuerpo atractivo?

Resopló, salió de la piscina y se envolvió en la toalla.

Viktor tenía un cuerpo mucho mejor que el de Malfoy, se dijo secándose con fuerza, puede que no fuera tan guapo pero era tierno, cariñoso y amable, cosas que Malfoy no sería ni en un millón de años. Y Ron… bueno, su relación con Ron había sido aún más efímera que el paso de una estrella fugaz, pero aún así también era apuesto… no era tan amable y cariñoso como Viktor, pero también era tierno, a su manera y protector.

¿Qué diablos estaba mal con ella? ¿Por qué de pronto se sentía tan terriblemente atraída por alguien que ni siquiera le caía del todo bien?

Era cierto que las últimas semanas con Malfoy le habían hecho cambiar un poco la opinión que tenía del mago. Atrás había quedado el niño que le alargó los dientes y la insultaba por los pasillos, el adolescente que dejó entrar a los mortífagos en Hogwarts y el joven que, tras los juicios, se marchó de Inglaterra huyendo de un pasado del que no podía sentirse menos que avergonzado.

Había pensado en él muchas veces desde que iban por las tardes a Malfoy Manor o investigaban los libros en esa casa aséptica y luminosa de la que ni siquiera sabía la ubicación. Había pensado en él porque, pese a que se parecía al Malfoy que recordaba del colegio, era muy distinto. A veces podía verle en aquellas formas despóticas y altivas que parecían ser intrínsecas en él, pero en ocasiones vislumbraba algo que no había estado allí antes, una madurez y una fuerza que en el pasado fueron únicamente debilidad y presunción.

Draco Malfoy había cambiado aunque, por algún motivo que no era aún capaz de comprender, él quería que siguieran pensando que era el mismo engreído del pasado.

¿Sería una forma de proteger su disfraz? ¿Una manera de poder mantener esa doble identidad que le permitía trabajar para la SISA?

Se fue a su habitación, cerró la puerta y dejó la toalla en el baño.

¿Su disfraz? Se regañó a sí misma y soltó una risita baja. Ni que fuera un superhéroe disfrazado, Dios bendito ¡Era Draco Malfoy! Si algo podía ser ese idiota era el antihéroe de la obra.

A la mañana siguiente ambos salieron de nuevo a la vez de sus respectivas habitaciones y, pese a que no lo sabían, los dos lo hicieron con el convencimiento de que los pensamientos de la noche anterior habían sido tan solo una enajenación mental transitoria fruto del vino y la abstemia sexual.

—Buenos días, Malfoy —dijo Hermione con cordialidad justo cuando llamaron a la puerta.

—Granger —respondió él con su habitual frialdad.

Abrió al camarero que entró con el carrito del desayuno.

—¿Dónde lo tomarán los señores? —preguntó en medio de la sala.

—¿Querida? —Malfoy le rodeó la cintura con un brazo y la pegó a su costado, apretándole disimuladamente la cintura — ¿Dónde te apetece desayunar?

—Oh —al sentir como, una vez más, su estómago daba una voltereta y su piel se erizaba, algo en ella se encendió y decidió que, al fin y al cabo, ella también podía actuar — Mmmm —se recostó contra él, apoyando el rostro en su pecho y le miró con ternura, mordiéndose el labio inferior y humedeciéndoselo con la lengua—tomarlo en la cama ya no es una opción ¿verdad, cariño?

Casi soltó una carcajada al ver como la sempiterna máscara de estoicidad con la que Malfoy se cubría se resquebrajaba un tanto. Le vio tragar saliva y observó, fascinada, como aquellos ojos de galio fundido se oscurecían un tanto, aunque se recompuso con celeridad.

—Bueno, amor —agachó la cabeza hasta que su mentolado aliento acarició sus labios al susurrar —será mañana, si así lo quieres.

En aquella ocasión fue ella quien tragó saliva, pero mantuvo su sonrisa con valentía.

—Oh, mañana entonces —le guiñó un ojo y señaló la terraza —si no le importa llevarlo fuera —le dijo al camarero sin soltar a Draco que la llevó fuera aún sujetándola de la cintura.

Mientras el hombre preparaba la mesa, se acercaron a la baranda. Hermione se aferró a ella, maravillándose una vez más de aquella impresionante vista y contuvo la respiración cuando sintió que Draco se ponía tras ella, encerrándola entre sus brazos, sus manos a ambos lados de las de ella.

Quién les viera pensaría que eran una pareja de amantes disfrutando de su tiempo juntos y susurrándose al oído intimidades.

—¿Alguien te ha dicho alguna vez que si juegas con fuego puedes quemarte, Granger? —estaba diciendo Malfoy con los labios pegados a su oreja.

Hermione cerró los ojos y se estremeció, sintiendo como cada vello de su cuerpo se erizaba al sentir el susurro de su aliento en esa parte sensible del cuello.

Él olía a menta y a perfume, uno dulce, amaderado, con ligeras notas de cuero y un sutil toque cítrico.

—Estoy actuando, Malfoy —dijo con la voz algo ronca —como tú.

—¿Seguro? —Él quiso pegar sus caderas a las de ella para restregar su erección entre sus nalgas y mostrarle lo mucho que estaba actuando en ese momento —puedes llevarte una sorpresa si sigues por ese camino —advirtió. Aunque su voz distaba mucho de sonar con la frialdad que había querido.

—¿Eso es una amenaza, Malfoy? —preguntó ella conteniendo las ganas de pegar la espalda a su pecho para sentirle por completo, para comprobar si estaba tan excitado como ella en ese momento.

—La mesa está preparada —dijo el camarero rompiendo la burbuja en la que estaban.

Ambos se apartaron y se giraron a la vez.

—Gracias —dijo Hermione sintiéndose enrojecer.

Malfoy no habló, únicamente le retiró la silla para que se sentara y sacó unas monedas del pantalón.

—Puedes irte —espetó con su despectivo tono habitual.

Hermione, que temía que, al quedarse solos él continuara la conversación en el punto en el que la habían dejado, decidió hablar antes de que Malfoy lo hiciera.

—¿Quieres que te sirva té o café? —preguntó con gélida educación.

Draco sonrió, aunque su sonrisa no llegó a sus ojos. Se desplegó la servilleta sobre las piernas y la miró.

—Café.

Mientras ella le servía, él se echó un poco de miel al yougur griego que tenía delante de él y dejó la jarrita del dulce cerca de ella para que echara en su propio yogur.

—¿Qué es esto? —Hermione señaló una porción triangular de hojaldre que parecía relleno.

—Son trozos de tiropita y spanakopita —respondió él poniéndose un trozo en el plato y uno en el de ella —esta es tarta de queso feta y esta de espinacas. Están buenas. Las comí la primera vez que vine por aquí.

—Pensé que no habías estado antes.

Él masticó el trozo de tarta de queso que tenía en la boca y tragó.

—Y no he estado realmente, un par de horas una vez, una parada de medio día otra… —se encogió de hombros —una de ellas fue en el almuerzo y Tony y yo comimos esto.

—¿Anthony Goldstein?

—Ahá —volvió a comer otro pedazo y, cuando se lamió el labio inferior para retirar un trozo de hojaldre Hermione cerró las piernas repentinamente asustada por su respuesta física.

Carraspeó y tomó una cucharada de yogur.

—Me cuesta creer que Anthony esté trabajando para una agencia secreta —murmuró tomando otra cucharada.

—¿Y no te cuesta creer que lo haga yo?

Ella rió

—Touché.

—Al principio era un poco estirado y pensaba que sabía hacerlo todo mejor que los demás.

—¿Hablas de Goldstein o de ti? —preguntó ella con una sonrisa burlona.

Él la fulminó con la mirada.

—De Tony, obviamente. Aunque la cosa mejoró después de los entrenamientos. No está tan mal, es un buen compañero.

—Siempre fue un tipo muy listo, aunque nunca particularmente valiente.

—Pues lo es —se limpió la boca con la servilleta y tomó una rebanada de pan a la que le puso un chorrito de aceite de oliva virgen —me gustaría que Loughty le hubiera metido en este extraño equipo.

—¿Por qué crees que no lo hizo?

—No lo sé —frunció el ceño y se cruzó de brazos sobre la mesa —la verdad es que no creo que sea por desconfianza ¡Maldita sea! la verdad es que he dejado mi vida en las manos de Goldstein y Pucey más veces de las que puedo recordar y siempre me han salvado el culo.

—Pero dijiste que no confiabas en nadie.

Él la fulminó con la mirada.

—Y no lo hago —se quedó en silencio unos segundos y puntualizó —no puedo hacerlo.

Y ella comprendió. Sí, confiaba en sus amigos pero tenía miedo de decirlo en voz alta, de que se convirtiera en una realidad tangible y que, si en algún momento le traicionaran, fuera demasiado doloroso, demasiado inesperado.

—¿Qué te parece si vamos a hacer turismo? —preguntó de pronto Hermione cuando terminaron de desayunar —Hasta mañana no podemos ir a ver a Zervas ¿Te apetece ver la Acrópolis?

Sus ojos castaños brillaban con anticipación y, muy a su pesar, Draco no pudo evitar que un poco de su ilusión se le contagiara.

—Después de ti, Granger —dijo levantándose y señalándole la puerta.

Decidieron caminar hasta allí, era un paseo largo pero tenían todo el día, así que, al pasar por el Ágora Ántigua, sacaron entradas y la visitaron primero.

—Mucha gente cree que el ágora era un mercado —estaba diciéndole mientras caminaban por los restos arqueológicos que componían la primera parte del enorme lugar amplío y lleno de zonas verdes y yacimientos —pero no es así, realmente el ágora era el corazón de la ciudad —continuó diciendo mientras contemplaban los restos de unas estatuas en su camino hacía el templo que se veía más arriba —aquí se celebraban reuniones, elecciones, debates políticos… pero también celebraciones religiosas, obras de teatro y sí, también era un mercado. ¿Imaginas como era?

Sí, Draco lo imaginaba, un enorme y amplio espacio rodeado de edificios públicos con distintas funciones, templos, puestos de mercaderes, edificios públicos…

—Dios mío —habían terminado de subir las escaleras que llevaban al templo y ambos se quedaron impresionados viendo aquel lugar —es imponente —susurró.

—El Hefestión —intervino Malfoy guiñándola un ojo cuando ella le miró —sí, Granger. Yo también leo —sonrió con sarcasmo —a diferencia de tus amiguitos… —chasqueó la lengua —bueno, quizás Nott me gana en conocimiento, lo reconozco —señaló la construcción —es el templo de Hefesto, el dios de la metalurgia y de Atenea, la diosa de la guerra y la sabiduría. Lo más impresionante de esto es que se cree que no es una reconstrucción, no hubo ningún otro templo anterior por lo que está aquí desde el siglo II antes de Cristo.

—Tengo que hacer fotos —sacó una cámara de su bolso y realizó varias capturas.

—¿Qué es eso? —preguntó Malfoy acercándose a ella.

Sabía que era un objeto muggle, pero, aunque años atrás se sentía repelido por todos los artilugios muggles que veía, en los últimos tiempos solía interesarse por algunas de las cosas que construían, encontrando muchas de ellas curiosas y bastante atractivas.

—Una cámara de fotos —replicó ella mostrándosela —miras por aquí, aprietas el botón y capturas la imagen ¿Lo ves? —le mostró la pantalla de su nueva olympus digital, todo un avance tecnológico del nuevo milenio.

—Las fotos muggles son… perturbadoras —murmuró mirando la pantalla.

—¿Por qué?

—No se mueven

Ela rió.

—Bueno —bajó la voz como si fuera a contarle un secreto muy importante —para eso tenemos cámaras de video.

Él la miró sin comprender.

—Quizás algún día te lo enseñe, de momento, tendremos las fotos.

Siguieron maravillándose del Ágora, de los restos de las casas desenterradas, de las estatuas, del lugar que había visto el correr de los años y el pasar de las culturas. Visitaron el museo en el edificio de la Stoa de Átalo y después continuaron subiendo hacia la Acrópolis, parándose a admirar el paisaje de cuando en cuando, haciéndose fotos el uno al otro e incluso pidiendo a un transeúnte que les hicieran alguna a los dos.

—Te has dado cuenta de la cantidad de gatos que hay por la ciudad —preguntó Hermione cuando llegaron a la entrada.

—Sí, mejor para los atenienses, seguramente que no tendrán muchas ratas por aquí.

Ella rodó los ojos y le aferró de la mano al entrar.

Habían pasado la mañana tocándose, un roce casual, una caricia en la espalda… de vez en cuando Draco la tomaba de la mano o ella le rodeaba el brazo.

Todo era una actuación predispuesta pero, ambos estaban disfrutando más la cercanía de lo que querían dejar ver.

Flanquearon los Propileos, el espectacular umbral que daba acceso a la Acrópolis y contuvieron el aliento al sentir que retrocedían en el tiempo. Rodeados de columnas dóricas y jónicas, caminaron hasta atravesar lo que en su día fue una monumental entrada a la ciudad y pasearon tomados de la mano, soltándose sólo para hacer fotos aquí y allá.

—Mira —dijo entonces Draco — el Erecteion. Es famoso por el pórtico de las Cariárides

—Sí, las cariátides son figuras femeninas esculpidas en una columna —comentó ella —pero ¿Sabías que están inspiradas en las damas carias? Supongo que sí, esta parte de la historia no solo es muggle ¿Verdad? Creo recordar que en las guerras médicas hubo varios levantamientos mágicos.

—Granger —replicó él arqueando una ceja —aunque no lo creas me interesa la historia del mundo… no solo la historia del mundo mágico.

—¿De veras? Nunca lo habría pensado.

Él chasqueó la lengua.

—Puede que la historia moderna me de un poco igual —se encogió de hombros —pero la historia antigua es otra cosa. De hecho —dijo cogiendo la cámara de fotos para hacer una instantánea del templo — una de las ciudades del Peloponeso que se enfrentó a los griegos fue Caria y, al caer, asesinaron a los hombres y condenaron a sus mujeres a llevar pesadas cargas en sus espaldas como castigo y tortura —señaló las columnas —ahí están, cargando el peso del templo.

Continuaron el resto de la mañana en la Acrópolis, viendo el Partenón y los teatros y, cuando llegó la hora de comer, Hermione decidió llevar a Draco a un restaurante muggle que encontraron cerca del ágora romana.

—¿Klepsidra café?

Preguntó él, mirando con desconfianza el lugar. Era muy pequeño, hacía esquina entre la calle y un pasadizo de escaleras lleno de mesas y sillas de madera. Estaba muy concurrido y lo cierto era que olía bien al pasar cerca, pero Draco realmente prefería ir a la zona mágica de Atenas o al hotel.

—Sí, mira eso —dijo señalando una ensalada con queso feta que tenía muy buena pinta —vamos, arriésgate Malfoy. Pensé que te habías convertido en un valiente espía —susurró, burlona.

Él gruñó, pero finalmente se sentó y comieron entre muggles sin discutir, sin comentarios bordes o fuera de lugar. Casi parecían realmente lo que intentaban aparentar, dos turistas en Atenas, una pareja pasando el día en mutua compañía, felices de tener tiempo juntos.

—¿Quieres ir a al Filopappou? —preguntó Draco mirando el reloj

La ayudó a levantarse, con aquella caballerosidad que solía mostrar en público y le tendió la mano.

—¿A ver el atardecer? —preguntó ella con una sonrisa. De pronto, por el rabillo del ojo vio un reflejo y se acercó a él pegándose a su costado —creo que al final van a desheredarte —susurró.

Draco miró hacia abajo hasta que sus ojos se encontraron y levantó una ceja interrogante.

—No mires —dijo ella mientras caminaban así, medio abrazados —creo que hay un reportero siguiéndonos.

Le escuchó maldecir y sintió como la rodeaba con el brazo hasta sujetarla firmemente de la cintura.

—Bien, odio cuando Loughty tiene razón —masculló sin perder el paso —Granger

—¿Si?

—No te sobresaltes —dijo con una sonrisa en la voz.

—¿Por qué?

—Solo mantén la calma.

En el momento en que la mano de Malfoy le sujetó el trasero, Hermione jadeó. Y, aunque no se sobresaltó, si tragó saliva y sintió que sus piernas flaqueaban durante un instante.

—Voy a matarte —murmuró en voz muy baja.

Él soltó una risa entre dientes y la guió entre los árboles hasta que estuvieron fuera de la vista y se aparecieron.