Lo que pasa aquí, aquí se queda
Cuando llegaron al hotel Draco reía y ella le golpeaba en el brazo.
—Deja de maltratarme, Granger —dijo Draco sin soltar su cintura —recuerda que cualquiera de aquí puede estar vigilando.
Hermione refunfuñó y le miró parpadeando teatralmente.
—¿Tengo que hacerte ojitos, cariño?
Él bajó los dedos hacia sus caderas.
—Sube esa mano, Malfoy —masculló ella.
Draco volvió a reír.
—Tenemos que ver los puntos de aparición del Filopappou —la guió hasta el panel y estuvo revisándolo hasta que encontró un lugar de su agrado —aquí.
Ella revisó el panel siguiendo su dedo y asintió, bastante feliz de compartir con Malfoy esa experiencia.
¿Quién hubiera pensado que sería un compañero de viaje tan bueno? Era inteligente, ingenioso, leído y muy buen conversador. Habían pasado el día hablando de historia, de magia e incluso de artilugios muggles.
Todo fue fantástico, aunque cuando ella vio a ese reportero y él terminó tocándole el culo impunemente… eso sí había sido un error monumental.
No porque le hubiera molestado, sino por todo lo contrario.
Antes de poder seguir pensando en aquello, la tomó de la mano nuevamente y tiró de ella hasta el lugar por el que habían entrado y, en una nueva aparición conjunta los llevó hasta la colina.
—No sé si me gusta que me lleves de arriba abajo como si fuera una muñeca, Malfoy —murmuró ella algo molesta mientras se apartaba de él —no soy ninguna niña.
—Créeme, lo sé —respondió él con la voz repentinamente enronquecida y las pupilas ligeramente dilatadas.
Hermione vio algo en su mirada que no había esperado ver jamás en los ojos fríos de Malfoy y dio un paso atrás, tropezando contra unas rocas.
—¡Cuidado!
Draco la sujetó antes de que cayera de espaldas y la pegó contra su pecho.
—Merlín
Aferrada a sus antebrazos miró alrededor y se dio cuenta de que estaban en medio de un montón de piedras, también fue consciente de como sus cuerpos estaban completamente presionados el uno contra el otro.
Estaban en un punto tan precario de la colina, de tan difícil acceso por medios muggles, que no había nadie allí.
—¿Qué es este lugar? —preguntó en un susurro
—La colina —respondió Draco con voz profunda. Aún no la había soltado tampoco y parecía que su cercanía le afectaba más de lo que quería admitir.
Hermione, aún agarrando sus brazos, miró hacia el abismo.
—Está atardeciendo —dijo algo descolocada —¿Qué hora es?
—Las siete y media. Pasamos demasiado rato en ese sitio muggle —parecía aún algo contrariado por lo lento que era el servicio en un restaurante no mágico.
Draco sacudió la cabeza, dándose cuenta de que estaba prácticamente abrazando a Granger y dio un paso atrás, separándola un poco de su cuerpo.
—Siéntate —exigió con aquella voz déspota que tan bien conocía Hermione mientras apoyaba su trasero en una de las piedras.
Refunfuñando se apartó de él y buscó un sitio algo más plano entre las rocas lejos de él, pero finalmente se dio por vencida y se sentó a su lado, molesta por lo tiránico que era y por la atracción tan insana que sentía por él de vez en cuando.
—Oh —se le olvidó el enfado en cuanto se perdió en la magnificencia del espectáculo que tenía ante ella.
Desde su posición veían absolutamente toda la Acrópolis. Más allá de las copas de los árboles se vislumbraba parte del Odeón de Herodes Ático y, sobre él, bañado por las pinceladas naranjas, rojas, rojas y púrpuras del horizonte, se perfilaban los Propileos, el Erecteión y el Partenón, como centinelas inmortales e incólumes del paso de los siglos.
—Es increíble —susurró girándose a mirarle con una sonrisa y ojos brillantes —no me canso de mirarlo.
Draco la estaba contemplando a ella, con la cabeza ligeramente ladeada y los ojos entrecerrados, como si estuviera intentando resolver un grave problema de Aritmancia que no comprendía
El cerebro de Hermione emitió señales de alarma y, de forma inconsciente, se lamió el labio inferior, dándose cuenta de su error cuando Draco bajó los ojos para seguir el movimiento lento y pausado de su lengua.
Apretó las piernas, sintiendo como su cuerpo rezumaba una repentina y nada bienvenida humedad.
Oh, oh, pensó.
Malfoy se tensó, abrió los ojos y Hermione pudo ver como tomaba una decisión.
Iban a meterse en problemas, porque aunque sabía que él era un gran oclumante, no trató de disimular sus pensamientos, visibles en aquellos orbes plateados que la contemplaron con determinación y, que Merlín la ayudara, no iba a impedirle hacer lo que parecía dispuesto a hacer en ese instante.
Le vio negar con la cabeza, como si tratara de entenderse a sí mismo, pero, finalmente alzó las manos para apoyar una de sus palmas en la mejilla izquierda de ella mientras pasaba la punta de su dedo índice por aquella boca húmeda.
—Esto es un error —dijo con la mirada fija en el movimiento de su dedo.
—Sí —susurró ella mientras él aprovechaba para introducir la yema entre sus labios hasta que sintió la lengua presionar contra él.
Jadearon y Hermione tembló cuando el dedo de Draco entró un poco más hasta que ella le chupó, inconscientemente.
En ese momento, los ojos de Malfoy buscaron los suyos y las chispas saltaron entre los dos.
—Mierda —masculló él, sacando el dedo y sujetando su otra mejilla.
Se acercó hasta que sus alientos se entremezclaron, sus labios apenas separados por unos milímetros, en ese segundo infinito en el que la anticipación y la expectación se entrelazaron. Ambos indecisos, incrédulos de estar ahí, de pensar siquiera en la posibilidad.
—Maldita sea —volvió a decir él.
Y la besó.
Sus bocas se amoldaron con una facilidad pasmosa. Como dos piezas de un puzzle que hubieran estado destinadas a encajar antes o después.
Al principio fue un roce, suave, casi intangible, hasta que Draco pellizcó su labio inferior con los suyos, mojándolo apenas, una vez, dos, hasta que ella se abrió a él y, sin titubeos, el hombre se sumergió en ella, penentrándola con su lengua en un beso puramente carnal que no tenía ni un ápice de vacilación.
Con un gemido, Hermione le rodeó el cuello con los brazos y se aferró a sus cabellos, tirando de ellos con suavidad para atraerle contra ella y profundizar el beso un poco más.
Draco soltó sus mejillas y la atrajo hacia sí hasta que la tuvo sobre su regazo, tan pegada a su cuerpo que no quedaba un milímetro entre ambos.
Rodeó su cintura con los brazos y metió las manos bajo la tela de la camiseta para acariciar la piel de su espalda, era suave, tan terriblemente suave que gruñó en su boca, arremetiendo contra su lengua una vez más, absorbiendo aquel sabor que empezaba a subírsele a la cabeza como el mejor whisky de fuego del mundo.
Se besaron mientras las los colores del atardecer se oscurecían y el sol daba paso a la tenue luz de la luna. Se besaron olvidándose de todo lo que les rodeaba, de la misión, del reportero que les había estado siguiendo, del papel que estaban jugando en aquel juego de espías.
Se besaron hasta que se quedaron sin aliento y rompieron el beso a la vez, mirándose a los ojos con idéntica expresión de horror.
Hermione se lamió el labio y sacudió la cabeza tratando de salir de ese trance en el que parecía haberse perdido y Draco se levantó, alzándola de su regazo para dejarla en el suelo sobre sus propios pies.
—Creo que es mejor que nos marchemos —dijo cubriéndose de nuevo con aquella máscara de imperturbabilidad tan característica en él.
—Yo… esto.. sí, está bien.
Hermione, que como oclumante era un cero a la izquierda, tragó saliva y asintió poniendo con suavidad los dedos sobre su antebrazo para aparecerse de nuevo en el hotel.
Cuando una hora después Hermione entró en el cuarto de baño, ya estaba completamente desnuda.
Fue hasta la pared en la que media mampara de cristal que iba del techo al suelo separaba la estancia de la ducha y entró por la abertura lateral para abrir el grifo.
Mientras el agua se calentaba preparó la crema, la toalla de los pies y la toalla del cuerpo dejándolas en un pequeño banco que había justo al lado y, dado que Malfoy se había ido a la cama, abrió una de las cortinas y entornó la puerta que daba a la terraza.
Dos minutos después estaba bajo la enorme ducha fija de techo dejando que el agua cayera sobre su rostro y su cuerpo eliminando el polvo y el sudor de todo un día de turismo.
Se enjabonó, pensando en lo maravillosamente extraña que había sido la jornada con Malfoy y en cómo podría mirarle a la cara al día siguiente después de haber compartido ese tórrido beso con él en lo que había sido, posiblemente, el momento más romántico y lascivo de su vida.
¿Cómo era posible que hubiese tenido semejante experiencia trascendental con él?
Volvió a echarse el gel con aroma de vainilla en las manos y lo pasó por sus brazos, sintiendo que su propio contacto activaba una sensualidad dormida en ella.
Conteniendo el aliento se acarició el estómago, extendiendo el jabón con dedos trémulos. Su piel se erizó y continuó acariciándose, lentamente, recordando la forma en la que las manos de él habían atravesado las barreras de su ropa y se habían colado bajo la tela para rozar su cuerpo. Se lamió el labio inferior, atrapando una gota que resbalaba por la comisura de su boca y enjabonó sus pechos. Ahogó un jadeo y, cerrando los ojos, pasó los pulgares por sus enhiestos pezones, sintiendo como el contacto enviaba un relámpago de placer hasta su húmedo centro.
Ese beso había sido la chispa que había prendido su necesidad, una necesidad latente que se despertó al primer contacto de su lengua, al primer roce de sus dedos, al primer susurro de su aliento.
Puede que Malfoy y ella fueran completamente discordantes, eternos enemigos que se habían visto abocados a trabajar juntos contra sus propios deseos. Puede que hubieran sido adversarios durante toda su vida, destinados a vivir en polos opuestos de la sociedad. Puede incluso que después de aquella misión, sus caminos jamás volvieran a cruzarse. Pero allí, en ese momento, en ese instante en que la luz del crepúsculo bañaba la Acrópolis de Atenas en la distancia, mientras por primera y quizás última vez sus bocas colisionaron en un beso salvaje y lleno de deseo y necesidad, habían dejado de ser Malfoy y Granger y habían sido solamente un hombre y una mujer dejándose llevar por la más primitiva de las pasiones, por una atracción fraguada en las llamas del más puro antagonismo.
Tiró de sus pezones cubiertos de espuma y no pudo contener el quedo gemido que escapó de sus labios mientras imaginaba que eran sus dedos, largos y pálidos, los que estiraban de aquellas endurecidas y sensibles puntas.
Abrió los ojos cuando una ligera ráfaga de aire enfrió su piel y allí, como si sus lujuriosos pensamientos le hubieran invocado, estaba Draco Malfoy, de pie, en mitad de su cuarto de baño, vestido con un pijama negro de seda, con los puños apretados a ambos lados de su cuerpo y la mirada, oscura y penetrante fija en ella.
Tragó saliva y le observó abiertamente a través del cristal. Tan excitada que la vergüenza había pasado a un segundo plano y ni siquiera era capaz de pensar con claridad.
Se contemplaron, en silencio, en un duelo de miradas crepitantes que hablaban más que las propias palabras, unas palabras que ni siquiera sabían si serían capaces de decirse en voz alta.
Un segundo, dos, tres.
Draco maldijo entre dientes y, rápido como solo podía serlo un buscador, avanzó hasta la ducha sacándose por la cabeza la camisa del pijama, despeinándose en el proceso. La lanzó a un rincón, se acercó a la abertura de la ducha con las manos en la cinturilla del pantalón y la miró, viendo la forma en la que sus pechos subían y bajaban con su acelerada respiración, escuchando sus suaves y excitados jadeos mientras él dejaba caer la última prenda que le cubría y daba un paso al interior del cálido y humeante cubículo en el que ella se encontraba.
Caminó hasta que Hermione pegó la espalda en las baldosas de mármol blanco de la pared y, apoyando las palmas de sus manos a ambos lados de la cabeza de la bruja se agachó ligeramente, sin dejar de observar aquellos orbes castaños que parecían ambar líquido y le miraban con un deseo nada disimulado y una expectación que le hacía arder por dentro.
— Joder, Hermione —siseó sobre aquellos labios que le habían hecho ascender al jodido cielo apenas una hora antes — maldita sea —y aplastó su boca contra la de ella en un beso devastador que les llevó de nuevo a la colina del Filopappou en la que habían descubierto que, cuando entraban en contacto físico, era como tocar una poción de erumpent con un palillo.
Draco gruñó cuando ella abrió sus labios para dejar pasar a su lengua y se hundió en aquella húmeda cavidad con codicia. Hambriento de su sabor, ansiando más de aquella pasión que había vislumbrado antes.
Por Morgana, estaba a punto de estallar en llamas y únicamente la había besado.
Pero es que la visión de Granger tocándose a sí misma, acariciándose aquellas tetas que él solamente había visto tapadas por el bikini, cubriendo su cuerpo con la espuma mientras se mordía los labios y gemía, fue la cosa más erótica que jamás había visto.
Se fue a su habitación nada más regresar, se dio una ducha de agua helada, se prohibió a sí mismo masturbase pensando en ella y se metió en la cama dispuesto a dormir hasta el día siguiente y olvidar todo lo que había ocurrido en aquella colina perdida de la mano de Merlín.
Pero no había podido.
El beso se reproducía en bucle una y otra vez en su cabeza haciendo que su erección se mantuviera obstinadamente endurecida y anhelante.
Odiándose a sí mismo por aquella recién descubierta debilidad y valorando cada una de las opciones de las que disponía en Londres para sacarse aquella necesidad física, salió a la terraza para tomar un poco el aire. Caminó de lado a lado hasta que, al ver la luz en las ventanas de Granger y siendo incapaz de resistirse se asomó y la vio.
Era como una ninfa, cubierta de agua y volutas de vapor, con los ojos cerrados mientras los chorros caían sobre su torso, lamiendo sus pechos y sus piernas.
Y entonces, de pronto, ella empezó a enjabonarse y, ante la mirada estupefacta de Draco se tocó, acariciando su cuerpo y tirando de aquellos pezones que, llenos de espuma y en la distancia seguían siendo un misterio par él.
No había sido consciente de sus actos cuando empujó la puerta de cristal y entró hasta que se acercó lo bastante para verla bien.
Rosados.
Eran de color rosa y estaban erguidos, anhelantes.
Entonces ella le había visto y, en lugar de agachar la cabeza o avergonzarse, en lugar de taparse y gritar, había mantenido su mirada con la valentía de los leones, sin ocultar el deseo que ella misma sentía.
Por él.
En ese momento había perdido el control.
—Draco
Ella gimió su nombre un segundo antes de que sus lenguas volvieran a encontrarse y Draco la sujetó por las mejillas, empujándola contra la pared hasta que su miembro se acomodó en su estómago, frontándose contra el, comiéndole la boca con un hambre voraz que jamás había sentido.
Hermione se aferró a sus costados y trató de respirar entre besos, hundiendo las uñas en la pálida y endurecida espalda del hombre.
Sus bocas, insaciables, se batían en un duelo de voluntades que ninguno de ellos estaba interesado en perder hasta que, poco a poco, el beso fue cambiando y el ansia se fue calmando, dando lugar a una erótica languidez.
Se lamieron, sus lenguas jugando dentro y fuera de sus bocas. Se mordieron, susurrando palabras sin sentido mientras sus cuerpos se frotaban de forma inconsciente, buscando más fricción.
Finalmente, después de lo que pudieron ser horas, Draco rompió el beso y volvió a mirarla. Sus labios se curvaron en una sonrisa al ver aquellos ojos castaños desenfocados y perdidos.
—Lo que pase aquí, aquí se queda —susurró pasando la lengua por el grueso labio inferior de la mujer —¿Estás de acuerdo? —mordió el superior y dejó un pequeño beso en la comisura de su boca —quiero follarte —dijo con crudeza, aún sujetando su cabeza entre las manos para evitar que se moviera —quiero mirarte mientras te corres una y otra vez. Toda la noche —volvió a besarla, en aquella ocasión hundiéndose de nuevo entre sus labios húmedos e inflamados —solo esta noche, Hermione — apoyó la frente contra la de ella y empujó su polla de nuevo hasta que la escuchó jadear —di que sí —ordenó con aquella voz autocrática que, en aquella ocasión lejos de cabrearla la hizo humedecerse un poco más.
Ella inspiró, contemplando aquellos ojos argénteos tan cerca de los suyos que bizqueó y arrastró las manos por la espalda del mago, maravillándose por los músculos largos y marcados que notaba bajo sus dedos.
¿Quería eso? ¿Podría tener una sola noche con él y olvidarla? ¿Podría, por una vez en su vida, mandar al diablo la sensatez y tomar lo que se le ofrecía y lo que deseaba sin pensar en las consecuencias?
Siguió bajando hasta que acarició su culo y tragó saliva al sentir como se endurecían y como su erección se alargaba y crecía un poco más, pegada a su estómago.
Valiente como era, sin dejar de observarle asintió y, empujó su trasero hasta que él se pegó a ella tanto como era posible.
—Sí —susurró a unos milímetros de sus labios.
El gruñó algo ininteligible y soltó sus mejillas únicamente para sujetarla de las nalgas y alzarla a pulso, presionándola contra la pared.
—Rodéame con tus piernas —dijo con voz gutural y, cuando ella lo hizo y su polla quedó acunada por los empapados pliegues de su sexo ambos gimieron y abrieron los ojos con asombro —joder —sus mandíbulas crujieron cuando forzó su voluntad para evitar embestir contra aquel canal que le aguardaba.
Draco tembló y se quedó quieto durante unos segundos, pensando que realmente podría correrse como un crío imberbe si no tenía cuidado.
Inspirando hondo, descartó la idea de follársela de pie, en aquella ducha y alargó la mano para cerrar el mando del agua, la elevó un poco más, lo suficiente para que su glande perdiera contacto con aquella cálida y pegajosa entrada en la que quería introducirse y salió con ella hacia la habitación.
La dejó caer en el colchón, ajeno al hecho de que ambos estaban cubiertos de agua y la contempló de pie, al lado de la cama, bebiéndosela con mirada.
Hermione, que había perdido la cordura en algún lugar de la noche, se arrodilló delante de él sin romper el contacto visual y gateó hasta la orilla del colchón, aguantando una sonrisa al ver cómo los ojos de Draco se abrían ligeramente, desconcertado.
Tal vez, aquella serpiente había pensado que Hermione sería sumisa y dócil, que sería una gatita en la cama, dulce y complaciente. Pero, aunque tal vez lo había sido en el pasado, la Hermione del presente se sentía más bien como una leona en celo y, si solo tenían una noche, no pensaba malgastarla con remilgos y vergüenzas.
Por alguna extraña razón en la que no quería pensar, Draco Malfoy despertaba en ella una lascivia que no sabía que había en su interior y Hermione iba a descubrir esa nueva faceta suya y a exprimirla hasta el último segundo.
Con un descaro que nunca imaginó tener, pasó los dedos por la enorme erección del hombre, sonriendo al ver el violento estremecimiento que le recorría.
Vio como sus músculos se tensaban y cómo apretaba las mandíbulas y los puños, pese a que seguía en un completo silencio.
Era como una escultura antigua, con los músculos marcados y una palidez marmórea que le hacía parecer frío pese a lo cálida que era su piel. Su miembro, pesado y grueso, era más grande de lo que imaginaba, algo más oscuro que el resto de su cuerpo, con una cabeza redondeada y algo amoratada de cuya punta escapaba una pequeña lágrima espesa que se derramó, resbalando por la superficie venosa hasta desaparecer en el vértice que escondían sus testículos.
Hermione se mordió los labios y él gruñó apretando más sus puños hasta que los nudillos se le tensaron y se pusieron blancos.
Antes de perder el valor, ella se acercó hasta respirar sobre la cabeza de su polla y sacó la lengua para lamer otra pequeña gota que se escurría por el satén de su piel.
En aquella ocasión Draco rugió, la sujetó por los hombros y la apartó violentamente, echándola contra el colchón y acostándose sobre ella con cuidado de no aplastarla con su cuerpo.
Le sujetó las manos sobre la cabeza con una de las suyas y habló contra su boca.
—Después —murmuró besándola una vez más —después voy a querer sentir tu boca chupándome hasta que me corra —dijo con la voz grave y primitiva —joder, Hermione, necesito follarte —se empujó contra ella, frotándose contra su muslo y, maldiciendo, alejó sus caderas y se tumbó en el colchón subiéndola sobre él hasta que se quedó sentada sobre su estómago, lejos de su palpitante erección.
Hermione echó la cabeza hacia atrás cuando las manos de Draco abarcaron sus pechos y los amasaron con suavidad, usando sus palmas para presionar contra las endurecidas puntas. Mirándola con avidez, tironeó de sus pezones hasta que ella gritó su nombre y la obligó a agacharse para continuar jugando con su boca.
Ella sollozó cuando la lengua y los dientes de Draco continuaron donde lo habían dejado sus manos y se aferró a sus finos cabellos rubios, empujándole contra su pecho mientras él se amamantaba como si quisiera devorarla.
—Necesito… quiero… déjame probarte.
Soltando sus pechos, la empujó de las nalgas hasta que ella se incorporó y, con un gritito, apoyó las manos en la pared, sobre el cabecero de madera, en el momento en el que Draco la subía hasta tenerla sobre su cara.
—Oh Dios mío.
Hermione pudo sentir la respiración de él sobre su sexo y cerró los ojos temblando incontrolablemente.
Durante unos segundos él no hizo nada salvo pasar la yema de su dedo índice por sus pliegues, separándolos con la punta.
—Joder… estás empapada —siseó calentando sus labios con su aliento —shhh —sus labios apenas la rozaron al hablar —tranquila.
Pasó las palmas de las manos por sus muslos en una caricia reconfortante y miró hacia arriba, viendo sus pechos erguidos, sus pezones endurecidos por sus besos previos. Ella se estremecía y, sujetándola para que no se cayera sobre él, sacó la lengua para probarla por primera vez y ambos gimieron al mismo tiempo.
Ella era suave, sedosa y dulce, con un ligero toque picante. Pasó la lengua por sus labios mayores, cerrados y húmedos y gruñó al sentirlos inflamados. Los besó una, dos veces, y finalmente se abrió paso entre ellos, chupando su clítoris e introduciéndose entre sus labios menores, buscando la entrada apretada a su interior.
Sintiéndose repentinamente hambriento y fuera de sí, soltó sus muslos y aferró su culo, empujándola hacia su boca y ella se aplastó contra el cabecero, apoyando la mejilla en la madera mientras temblaba incontrolablemente.
Draco se dio un festín, introduciendo su lengua una y otra vez, absorbiendo el sensible e inflamado nudo de carne que se agrandaba bajo su lengua mientras lo chupaba, empujándolo con la punta, dándole pequeños toques rápidos que la hacían gemir.
—Tócate —ordenó apartándola de la pared y mirando de nuevo hacia arriba. Hermione bajó la vista y se observaron. El momento fue tan íntimo, tan erótico y brutal, que los dos se estremecieron —toca tus pezones —volvió a ordenar con una voz que no parecía la suya —y seguiré —se quedó allí, con el rostro empapado de sus fluidos, respirando sobre su clítoris hasta que Hermione obedeció —Merlín… —sin dejar de mirarla volvió a succionar el inflamado botón que estaba cada vez más grande y siguió atormentándolo hasta que Hermione se tensó y se quedó quieta, con el cuerpo rígido, perdida en el mayor orgasmo que había sentido en su vida.
—¡Draco! —ella gritó su nombre en el mismo instante en que las oleadas del éxtasis la encontraron y empezó a temblar tan fuerte que el hombre tuvo que sujetarla para que no se cayera sobre él.
Siguió lamiendo y besando su sexo hasta que ella se revolvió entre quejidos y giró conella hasta que la espalda de la bruja quedó sobre el colchón y le miró, con los ojos empañados.
Se lamió la boca, buscando los restos del sabor de su orgasmo y secó la cara con el antebrazo sin dejar de mirarla.
Nunca la había visto más hermosa que así, con el pelo mojado y pegado a las mejillas, con el rostro congestionado y enrojecido, los párpados pesados y los labios entreabiertos, dejando escapar suaves gemidos.
Tiró de sus caderas con brusquedad y abrió sus piernas. Sonrió al ver su sexo hinchado y empapado, pasó un dedo por la abertura y empujó, jadeando cuando los músculos internos se apretaron a su alrededor.
—Tan jodidamente estrecha —murmuró sacando el dedo y metiéndolo de nuevo —no voy a durar la primera vez—mordió las palabras y metió un segundo dedo. Ella gimió y levantó las caderas para abrirse más a la invasión. Él apretó las mandíbulas, asombrado por aquella sensualidad que no escondía.
Había pensado que era una mojigata santurrona, pero en lugar de encontrarse a una mujer modosa y sumisa, tenía entre las manos a una gata salvaje, que era capaz de seguirle a cada paso.
Sacó los dedos, sujetó su miembro con una mano y, apoyando la palma en el estómago de la mujer, empujó su glande entre aquellos pliegues anhelantes. Apretó los dientes e inspiró hondo cuando la cabeza de su polla se introdujo un poco más. Sintió como aquellos músculos apretados se dilataban y se abrió paso lentamente, queriendo disfrutar de ese momento, de esa sensación única. Ella era suave, cálida y estaba tan mojada que Draco sintió como esa humedad caliente y pegajosa le abrazada el miembro, apretándole con tanta fuerza que rechinó los dientes y cerró los ojos intentando no correrse antes de tiempo.
—Por favor —la escuchó decir, mientras elevaba las caderas para encontrarse con él.
—¿Por favor, qué? —preguntó entre dientes, saliendo un poco para volver a entrar con una embestida suave que le introdujo hasta la empuñadura.
—¡Dios!… Draco… por favor
Él volvió a salir completamente hasta que la punta de su miembro quedó en la entrada, rozándose en pequeños círculos. Esperó un par de segundos y empujó, una vez más, hasta que sus testículos dieron contra sus nalgas con delicadeza.
—¿Por favor, qué? —volvió a preguntar él repitiendo el movimiento una y otra vez, saliendo de su cuerpo hasta que su glande acariciaba sus labios y volvía a entrar abriéndose paso por sus apretados músculos —dímelo, Hermione — la sujetó de las caderas y la movió con él. Tirando de ella hacia su cuerpo cuando embestía, apartándola cuando salía de nuevo.
—¡Draco! Por favor, por favor —Hermione gimoteó, temblando — más… más rápido, por favor, más… más fuerte.
—Joder…
En ese momento él perdió el control.
Dejó de pensar, dejó de tener el dominio de su mente y su cuerpo y se dejó llevar.
Se unieron de forma primitiva y salvaje.
Draco buscó su boca mientras entraba en ella una y otra y otra vez, más fuerte, más rápido, más profundo.
Sus lenguas se enredaron, ávidas mientras sus cuerpos se unían en una danza tan antigua como la misma humanidad, acompañados por la música que componían sus gemidos quedos y sus ásperos jadeos.
Dejaron de pensar y se olvidaron del mundo más allá de las paredes de esa habitación. Nada más existía, solo ellos, solo las sensaciones, solo buscar su propio placer.
Se tocaron con ansia, se mordieron, se dieron el uno al otro de esa forma íntima y absoluta de los amantes, sin pensar, ni una sola vez en quien era él o quien era ella, en el pasado, el presente o el futuro.
Únicamente se abrazaron, con sus cuerpos unidos hasta que un nuevo clímax arrasó a Hermione y Draco, al sentir los espasmos internos de aquel pasaje celestial, se fue con ella, dejándose llevar en un orgasmo demencial que le dejó completamente drenado y fuera de juego.
