Corazón de bruja
Ron tamborileaba con los dedos sobre el mostrador de Sortilegios Weasley.
Ya había pasado la media mañana y se notaba que el flujo de compradores se reducía acercándose la hora de comer.
Angelina y George se habían marchado y él estaba aburrido. Más que aburrido, estaba completamente harto de estar allí atendiendo a un público inexistente.
Se planteó poner el cartel de cerrado durante media hora y echarse una siesta, pero sabía que antes o después George se enteraría y no quería ni imaginar la venganza de su hermano mayor.
Resopló y sacó una caja de grageas bertie bott rebuscando en ella hasta dar con una de color magenta que le pareció que le podía gustar y la masticó pensativo.
Sangre mentolada.
Puso cara de asco y la escupió en un papel. Cada día iba perdiendo el gusto por esas mierdas.
Con un suspiro decidió rebuscar en la pila de revistas y periódicos que había por ahí y sacó el último número de Corazón de Bruja de debajo de una edición antigua de El mundo de la escoba.
Lo cogió con dos dedos y fue a dejarlo en un rincón junto a la basura cuando vio algo que le hizo detenerse, patidifuso.
Miró la imagen de la portada que apenas se movía y se dio cuenta de que era un monumento a lo lejos. Lo contempló más de cerca y sí, allí estaba de nuevo.
Hermione.
Su amiga, su mejor amiga, su traidora amiga, le observaba desde la portada de aquella odiosa revista. Bueno, para ser precisos observaba al hurón albino que tenía delante.
Se sonreían, se daban la vuelta y caminaban, con Malfoy ¡Merlín!
Cerró los ojos con fuerza, contó hasta diez y los volvió a abrir. Su rostro completamente enrojecido hasta las puntas de sus orejas.
Malfoy no solo le estaba tocando el culo ¡Se lo estaba espachurrando como si fuera un horklump al que quisiera extraerle el jugo!
—Voy a matarlo —gruñó poniendo el cartel de cerrado con la varita —voy a ir donde quiera que estén y voy a matarlo —aseguró en voz alta mientras iba hacia la parte de arriba de la tienda donde vivía desde hacía un par de años —mira la página nueve si quieres toda la jugosa información sobre el ex mortífago y la heroína de guerra—iba leyendo en voz alta y tropezándose con los escalones —oh sí Malfoy, ya veras cuando te pille.
Abrió la página nueve y casi se queda bizco. Ahogó una exclamación, se enredó con sus propios pies y cayó de bruces contra el suelo del primer piso sin un solo sonido, con los ojos clavados en aquella imagen dantesca y terrible que no podría quitarse jamás de las retinas ni con un obliviate.
Hermione y Malfoy se besaban. No, no, eso no era cierto, más bien se comían porque eso no era un beso, eso era puro y simple canibalismo.
Esa era la palabra.
Ese maldito… mortífago era un canibal. Un… un degenerado, eso es lo que era.
¡Cristo, Hermione!, pensó tragando saliva.
Zabini había querido pruebas… aquello eran pruebas más que suficientes para verificar que su mejor amiga se había vuelto completamente loca porque, aunque la escena del beso, gracias por eso, duraba unos segundos, la cara de felicidad de Hermione era casi insultante.
¿Cómo podía estar feliz de que ese hurón albino estuviera haciéndole eso?
Puso una mueca de asco, se levantó, cogió la maldita revista y tembloroso, fue hasta su cama y se sentó.
Harry iba a explicarle una o dos cosas y, con suerte, iba a llevarle hasta donde quiera que estuviera esa insensata.
De pronto, por la ventana, entró un vociferador que se agitaba y se movía con violencia.
Lo cogió y vio la rúbrica de Blaise fuera.
Tiró de la cinta y la carta tomó forma de enorme boca con dientes mientras la voz de Zabini se escuchaba con fuerza por toda la estancia.
—¿Has visto las fotos? ¡Cuando pille a Draco voy a matarle, he perdido otros veinte galeones por su culpa! ¿Qué mierda tiene Hermione en la cabeza? ¿Y por qué están en Atenas?
—Atenas —susurró Ron entrecerrando los ojos.
Dos minutos después se apareció.
Harry y Theo seguían en Grinmauld Place. Pese a su intención inicial de regresar al Ministerio para intentar hablar de nuevo con Rockwood, finalmente habían decidido seguir con la lista y avisar a Loughty y a Kingsley de que permanecerían allí.
Pareció una buena idea ya que todos sus amigos estaban viajando o trabajando y no podrían interrumpir.
Harry, que ya tenía mucha experiencia, debería haberlo pensado mejor antes de dar por hecho que todo iría bien a la primera.
¿Cuándo había sido así?
—¡Harry! —los gritos furibundos de Ron recorrieron toda la planta baja —¡Harry!
Finalmente Harry salió de la biblioteca y bajó por la escalera seguido de Theo.
—¿Qué pasa, Ron? —llevaba la varita en la mano y miraba alrededor, en guardia —¿Qué ha ocurrido?
—¿Qué ha ocurrido? —el pelirrojo subía los escalones de dos en dos, furioso, agitando la revista que tenía en la mano —esto, Harry ¡Esto ha ocurrido! —Le tendió la revista y, señalando con un dedo acusador una de las hojas les miró con horror, pasando la vista de uno a otro casi sin pestañear —¡Es asqueroso! Tenemos que ir y sacarla de allí.
—¿Sacarla de dónde? —preguntaba Theo que no entendía nada —¿A quién?
—¡A Hermione!
En ese momento los dos hombres prestaron finalmente atención a lo que Ron llevaba en la mano y lo vieron.
Sus reacciones no fueron mucho mejores que las de Ron aunque, en el caso de Harry, tuvo que echar mano de todo su autocontrol y medir las palabras tratando de parecer completamente calmado.
—Bueno, Ron —dijo casi atragantándose y dando gracias de que el pelirrojo estuviera tan ofuscado que no se fijaba en nada —ya os dije que… esto… —tragó saliva y miró a Theo que no parecía mucho mejor que él —que estaban juntos y eso.
—¿Juntos? —la cara de Ron estaba cada vez más colorada —¡Juntos! —bufó — Estos están más que juntos ¡Se la está comiendo hombre! Voy a matarlo —repitió como un mantra — ¡No tiene sentido!
—Ninguno —masculló Harry en voz baja.
—Blaise dice que esto es Atenas —estampó la revista contra el pecho de Theo y les frunció el ceño — vamos a ir a por ella ¿O qué? No podemos dejar que le toque un pelo.
Theo, que parecía ser el único que había esperado algo así pese a todo, solo trató de mantener su rostro impasible mientras por dentro, al igual que había hecho minutos antes Ron, juraba que iba a tener unas palabras con ese bastardo. Porque después de ver esa maldita fotografía mágica no tenía ninguna duda de que Draco había tocado más que un pelo a Hermione.
—Ronald —estaba diciendo Harry —son adultos y Atenas es muy grande. Me temo —añadió colocándose las gafas —que tendremos que esperar a que regresen.
—¡No podemos esperar! Ni siquiera sabemos cuando regresan.
—Creo que hoy —respondió Harry que no podía decirle nada más —Yo… —miró a Theo —juraría que regresaban hoy, o eso entendí.
—Hoy —Ron se rascó la oreja derecha, pensativo —esperaré aquí —decretó sentándose en la escalera.
Theo puso los ojos en blanco, dejó la revista en las manos de Harry y subió de nuevo la escalera, desentendiéndose del pelirrojo.
—Ron, creo que deberías volver a Sortilegios Weasley. Hermione se irá a su casa, seguramente la veremos mañana ¿De acuerdo?
—Es un cerdo, Harry —estaba diciendo —voy a matarlo.
—Sí sí —replicó —lo haremos juntos, pero mañana ¿Está bien?
—Si sabes algo de ella…
—Te lo diré.
Cuando Ronald se marchó, Harry se quedó allí solo, en la escalera, mirando aquella foto mágica que se movía una vez más.
Puede que el resto del mundo solamente viera el beso de la niña de oro y el mortífago, pero Harry veía mucho más. Él tenía una relación tan íntima con Hermione que no necesitaba de palabras o gestos para comprenderla, para verla.
El rubor de sus mejillas, el brillo de sus ojos castaños, la sonrisa ancha y completa de su cara…
—¿Qué has hecho, Hermione? —susurró.
En ese instante se dio cuenta de que tal vez Theo había tenido razón. Tal vez, mandarla con Draco Malfoy en aquella misión había sido una irresponsabilidad que acabaría pasándoles factura a todos.
Completamente inconsciente de lo que había ocurrido en Londres y de lo que había publicado la popular revista de Tobias Misslethorpe, Hermione y Draco decidieron regresar al hotel en un acuerdo tácito.
Sin poder evitar el hormigueo de anticipación que la recorría, la bruja se aferró a la mano de aquella hipnotizadora serpiente y le siguió sin más, dispuesta a disfrutar del tiempo que tenían juntos.
Era imprudente e insensato de su parte, lo sabía. Hermione se conocía a sí misma lo suficiente como para saber que era incapaz de separar una relación física de sus emociones. No lo había sido nunca y no empezaría en ese momento.
Podría mentirse a sí misma y decirse que todo lo que había sentido era una irremediable atracción sexual por el nuevo Draco, pero era una mentira y a ella le gustaba ser sincera siempre.
Desde que empezaron a investigar juntos, se había visto atraída por él una y otra vez. Por pequeñas cosas, pequeños gestos, pequeñas frases, pequeños momentos que la intrigaban, tan atípicos en el Malfoy que ella conocía de su pasado.
Se encontró mirándole de reojo cuando leía, fijándose en el modo en que sus dientes blancos y perfectos mordían su fino labio inferior, la forma en la que arrugaba el ceño cuando se concentraba o cómo su boca se fruncía con frustración si lo que veía no acababa de gustarle.
Había aprendido a apreciar las pocas sonrisas auténticas que él esbozaba y las conversaciones serias en las que dejaban a un lado las burlas inmaduras y estúpidas.
No se había enamorado de Draco Malfoy. Era una mujer adulta que tenía un poco de sentido de la autoconservación, pero sabía que ese hombre de su presente, tan distinto al niño y al joven de su pasado, podría significar más para ella si le abría la puerta de su corazón y le dejaba entrar.
Por eso, mientras caminaban cogidos de la mano, la cerró todo lo que pudo, tratando de poner varios cerrojos más, solo por si acaso.
Iba a disfrutar de aquella experiencia, de él, de los recuerdos que iban a crear juntos. Iban a utilizar aquel viaje como una catarsis que limpiara todo el pasado, para poder dejarlo atrás de una vez y trabajarían juntos hasta completar aquella misión que les habían encomendado.
Después… bueno, después simplemente la vida seguiría por donde debía seguir, volverían al camino recto del que se habían alejado temporalmente.
Y todo estaría bien.
O eso esperaba.
Una vez en el hall del hotel, Draco se acercó al mostrador, donde una bruja, distinta a la que les había atendido el primer día, estaba rellenando unos pergaminos.
—Malfoy —le dijo de aquella forma algo despótica y autoritaria con la que solía dirigirse al mundo —de la suite Apolo.
—Buenos días, señor —respondió educadamente la mujer —¿Qué desea?
—Que nos dejen la comida y la cena en la terraza a la una y a las seis. No llamen a la puerta, supongo que tienen acceso aprobado a las dependencias.
—Sí —ella anotó las horas en un trozo de papel —¿Qué es lo que desean? ¿Necesitan el menú?
Draco lo cogió, echó un vistazo y eligió varios platos. Después se lo mostró a Hermione para que añadiera lo que considerase oportuno y se lo devolvió a la bruja diciéndole algo en voz baja que su acompañante no pudo escuchar.
—¿Qué le has dicho? —le preguntó en cuanto estuvieron solos en el ascensor.
Draco solo sonrió, rodeó su cintura con un brazo y la atrajo hacia sí hasta que sus cuerpos quedaron pegados. La empujó contra la pared del ascensor y hundió la nariz en su cuello, en el hueco de su clavícula, aspirando su olor.
—Es una sorpresa —habló sobre su piel, su voz ronca, perversa, erizándola a su paso y arrastró la lengua hasta su oreja en una húmeda caricia que la estremeció de la cabeza a los pies —eres mía hasta mañana —susurró mordisqueando el lóbulo.
Hermione jadeó y sintió como su cuerpo respondía al instante, notó como aquella depravada boca se curvaba en una sonrisa.
—Dime, Hermione —su nombre en sus labios sonaba pecaminoso — ¿Estás mojada? —besó el arco de su mandíbula, mordisqueándolo levemente —¿Qué encontraré si levanto ese vestido y meto los dedos bajo tus bragas? —ella apretó las piernas y cerró con fuerza los ojos.
—Draco…
—Creo que empaparias mis dedos ¿Verdad? —se empujó contra ella para que sintiera como su erección se frotaba en su estómago — estás tan preparada como yo.
El ascensor frenó y él se apartó, sujetándola por el brazo cuando perdió el equilibrio. Le apoyó la mano en la parte baja de la espalda y asintió con cortesía a la pareja que entró cuando se abrió la puerta antes de guiar a Hermione para que saliera al pasillo.
—Voy a matarte —siseó cuando iban hacia la puerta
—En el fondo te gusta —le dio un pellizco juguetón en el trasero —eres mucho menos mojigata de lo que pensaba.
Si él supiera… Hermione casi se echó a reír. Le había costado meses dejar que Viktor la viera desnuda y nunca se había sentido del todo cómoda en según que situaciones íntimas con él.
Esa Hermione desinhibida y salvaje era tan desconocida que no sabía muy bien de dónde había salido ni si había llegado para quedarse o no.
Draco abrió la puerta y, una vez dentro se miraron. En un denso silencio roto por las ásperas respiraciones de ambos.
Hermione comprendió entonces el principio de la electrostática y supo que, juntos, eran pura inducción, no necesitaban contacto para general la carga eléctrica que crepitaba a su alrededor, casi tangible, se movían uno alrededor del otro, atraídos de una forma visceral e incomprensible.
Sintió su cuerpo pesado y caliente, los latidos de su corazón atronaban en sus oídos y la sangre se agolpaba en su rostro, no por vergüenza, si no por puro y simple deseo.
—Quítate el vestido —susurró él sin apartar aquella ardiente mirada de plata de ella — desnúdate para mí.
Hermione se pasó la lengua por el labio inferior y la mano de Draco voló hasta allí, apoyando la yema de su dedo en aquella punta rosada y húmeda. Hermione le lamió y él se tensó apartándolo de nuevo.
—Desnúdate —repitió recorriéndola con la mirada.
Ella, la que había tardado meses en dejar que su novio la viera desnuda, cogió el bajo del kaftan y se lo sacó por la cabeza tirándolo a un rincón, quedándose ante Draco en ropa interior.
—Joder
La miró y apretó los puños con tanta fuerza que hundió las uñas en la carne de sus manos.
Nunca habría pensado que una ropa blanca de algodón sería capaz de excitarle más que cualquier encaje francés.
Como en trance, metió la punta del índice en su ombligo, viendo como el estómago de la mujer ondulaba y su piel se erizaba con el leve contacto.
Acarició su costado subiendo hasta tocar el aro del sujetador.
—Quítalo —ordenó con la voz ronca y los ojos anclados a los suyos.
Hermione se llevó las manos a la espalda y lo desabrochó, dejando que cayera de sus hombros a sus brazos y lanzándolo al lado del vestido.
Draco no perdió tiempo y ese dedo inquisitivo presionó contra uno de los pezones, obligándolo a endurecerse contra el contacto. Sonrió levemente cuando la vio arquear la espalda para empujarse hacia él y alzó la otra mano para capturar aquella punta dura y sonrosada entre los dedos, apretándola y tirando suavemente de ella.
Hermione jadeó, cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás en muda rendición mientras Draco moldeaba con toda la mano ambos pechos, como un escultor dando forma delicadamente a un busto. Agachó la cabeza y apoyó los labios en la parte alta del pecho, dejando un rastro mojado con la lengua hasta que llegó al pezón y jugueteó con él, dándole ligeros golpecitos, absorbiéndolo en su boca para lamerlo una y otra vez. Lo presionó en su paladar y gruñó cuando la mujer gimió aferrándose a sus hombros.
Se dio un banquete allí hasta que la tuvo húmeda de sudor, con el cuerpo sonrosado y jadeante. Solo entonces volvió a mirarla, dejando que sus manos resbalaran por sus costados hasta que sus dedos se engancharon en la cinturilla de sus bragas.
—Te quiero desnuda —su voz era densa, primitiva, sin rastro del Draco que había empezado a conocer —sácalas —tiró hacia abajo de la última prenda y ella se apresuró a salir de ellas —abre las piernas —Hermione temblaba, incapaz de hacer otra cosa que no fuera obedecer, con el corazón golpeando su caja torácica como un tambor tribal —más —las separó de nuevo y se estremeció cuando Draco pasó los dedos por su pubis en una caricia sensual apenas perceptible —quiero que te corras — los dedos índice y corazón de él se empujaron contra sus pliegues empapados —aquí, de pie —despacio, muy lentamente se hundieron hasta la segunda falange —mirándome a los ojos — Hermione sintió su espalda contra la dura madera de la puerta y apoyó la cabeza sin cerrar los párpados—quiero sentirte en mi mano —metió y sacó los dedos sin prisa, empujándolos hasta los nudillos, curvándolos hasta que sus puntas rozaron un lugar que la hizo gritar —no cierres los ojos, Hermione —ella temblaba, incapaz de permanecer de pie si no fuera por la puerta a su espalda y la mano de Draco afianzando su cadera —dámelo todo —el empuje de sus dedos se volvió más rápido, más seguro. La penetró con fuerza sin dejar de mirar sus ojos castaños que estaban velados y perdidos —córrete —ordenó pasando la yema áspera de su pulgar por el sensibilizado clítoris que estaba hinchado y anhelante.
Y Hermione lo hizo.
Su cuerpo se convulsionó una y otra vez, sus músculos apretando aquellos dedos inquisidores que seguían empujando, acariciándola por dentro.
Murmuró su nombre dejándose caer sobre él y sintió sus labio besarle el hombro casi con ternura. Cerró los ojos y sonrió cuando la tomó en sus brazos y caminó con ella, pero salió del trance al darse cuenta de que salían a la terraza.
—¡Draco! —exclamó con voz ronca —Estoy desnuda
—Por suerte para mí —murmuró él sin perder el paso.
—¡Pueden vernos!
Él rió, una risa gutural y sincera que hizo que algo se anudara en el estómago de Hermione.
—Querida —dijo burlón dejándola apoyar los pies en el suelo para poder quitarse la camisa—en estos hoteles todo está protegido con hechizos de insonorización y ocultamiento —sin perder la sonrisa ni el brillo de sus ojos, empezó a desabrocharse los botones del pantalón —dejaron la comida —señaló la mesa —bebida —al otro lado, en el borde de la piscina, había una botella de champagne con dos copas y fresas —y nadie vendrá por aquí hasta la noche.
Tiró de los pantalones hacia abajo y los sacó junto a su ropa interior quedándose tan desnudo como ella.
—Ven aquí —la sujetó de la cintura con ambas manos y la atrajo hacia su cuerpo —quiero que sepas algo, Granger —dijo repentinamente serio agarrando su barbilla con dos dedos para levantarle la y poder mirarla a los ojos —en Londres no hablaremos de esto, todo lo que está pasando entre nosotros tiene que quedarse aquí —al ver un repentino brillo de dolor en la mirada cristalina de ella, sintió una extraña punzada en el pecho que le hizo dudar durante una milésima de segundo —no es porque me avergüence o me arrepienta —rió sin humor —Merlín sabe que si aquel tipo era un periodista saldrá en cualquier revista la noticia y me importa una mierda —le apretó un poco la barbilla — estos días han sido… algo fuera del tiempo… joder, nosotros ni siquiera nos llevamos bien la mayoría de los días y en mi mundo… en mi mundo no hay lugar para esto.
Para un nosotros.
Una parte de él, una parte pequeña que había relegado al más recóndito lugar de su atormentada alma, estaba arrepintiéndose de cada palabra. Una inquietud desconocida se abría camino entre su seguridad, advirtiéndole de que tal vez estuviera cometiendo un grave error, de que tal vez ella era algo más de lo que quería ver.
¿Sería posible?
Contempló su rostro, aún sonrojado por el reciente orgasmo, con algunos mechones de cabello desordenado cayendo sobre su frente y sus mejillas húmedas de sudor. Tenía los labios hinchados de mordérselos y curvados en una pequeña sonrisa tierna que revolvía cosas en su estómago en las que no quería pensar.
El sexo con ella era espectacular, pero también había estado bien compartir otros momentos, visitar lugares juntos, hablar, discutir, salir a cenar o a pasear…
¿Era un error cerrar la puerta a lo que fuera que estaba ocurriendo con ella solamente porque fuera Granger?
¿Estaría ella dispuesta a hacer algo más que follar con él?
—Draco —ella apoyó la mano en su mejilla con una ternura que estaba fuera de lugar en esa relación que únicamente era física, pero el contacto derritió una de las capas con las que él se cubría y de nuevo volvió a preguntarse si había cometido un error al terminar aquello, fuera lo que fuese, antes de que hubiera empezado —eso será mañana ¿Vale? —apoyó la frente en la suya y le rodeó el cuello con los brazos — ¿Por qué no me besas y nos damos un baño? —le mordió el labio con los suyos y le pasó la lengua por el mismo punto en el que había raspado con sus dientes —hay un par de cosas que quiero probar en esa piscina.
Con aquellas palabras, la mente de Draco se descentró de nuevo y dejó de pensar. Hermione le tomó de la mano y bajó de las escaleras de la piscina llevándole con ella.
El agua estaba a una temperatura lo bastante cálida como para no impresionar, por lo que llegaron al último escalón y caminaron. Ambos hacían pie, aunque Hermione a duras penas con las puntas de los pies.
—Eres un poco pequeña —él, que tenía los hombros y un poco del torso al descubierto, sonrió y la alzó para que le rodeara las caderas con las piernas.
Hermione le abrazó y se pegó a él.
—No te he oído quejarte por mi tamaño —susurró mordiéndole el labio una vez más.
—Tu tamaño es perfecto —la sujetó de las nalgas y la levantó lo justo para que la cabeza de su miembro se apretara contra su entrada —perfecto para mi, al menos —empujó y ambos gimieron.
Sus bocas se buscaron en un beso lento, casi lánguido. Los dedos de Hermione se enredaron en los mechones platinados de Draco y acariciaron su cuello, despacio, perezosamente. Sus lenguas se rozaron, se unieron en un baile sensual, húmedo y suave. Sus alientos se entremezclaban mientras sus bocas se alimentaban la una de la otra, sin prisa.
Hermione gimió cuando las manos de él le separaron las nalgas para atraerla más contra su embestida y se enterró en ella hasta la empuñadura de un solo golpe.
—Shhh —sin moverse la sintió temblar sobre su cuerpo, sus músculos internos comprimiendo su polla con tanta fuerza que puso los ojos en blanco y trató de tranquilizarla para que no terminaran justo antes de empezar —tranquila —volvió a besarla y gruñó cuando ella se entregó con abandono a él.
—Draco —tarareó su nombre, empujándose para que volviera a penetrarla y jadeó cuando él le dio lo que pedía una vez. Dos.
Entonces se salió de su cuerpo, ignorando el sonido frustrado que salió de la garganta femenina y la giró, dándola la vuelta.
—¿Te gusta la vista? —ella miró aquella imagen de la Acrópolis que tanto le gustaba, bañada por el sol, bajo un cielo límpido de un azul profundo y sin mácula.
—Sí —tragó saliva y ahogó una exclamación cuando la elevó hasta que sacó los brazos de la piscina.
—Apóyalos en el bordillo —ella lo hizo y se afianzó allí, sintiendo como él se ponía tras ella, como su erección rozaba sus nalgas y se metía entre ellas —nunca podrás volver a ver el Partenón sin acordarte de esto —empujó hasta que la punta de su polla se encajó entre sus pliegues empapados y se apretó hasta que aquellos músculos apretados se abrieron para él, dilatándose para dejarle entrar en aquel pasaje de locura —nunca podrás volver a Atenas sin recordarme, Hermione —le mordió el hombro mientras ella gemía con las embestidas lentas y profundas —sin recordar esto —salió completamente solo para volver a entrar. Una y otra vez.
Las palabras se olvidaron en algún lugar y todos los sonidos que les rodearon fueron los profundos gemidos de Hermione, los jadeos ásperos y roncos de Draco y el golpeteo de sus cuerpos contra el agua en un crescendo que les hizo elevarse más y más alto hasta que su mundo colapsó al mismo tiempo.
Hermione comenzó a temblar arrastrándole en un clímax que lo arrasó completamente todo y les dejó sin aliento y completamente saciados y agitados.
—Vas a acabar conmigo —murmuró Draco mordiéndole justo bajo la oreja.
Ella solo soltó una risita cansada y se echó hacia atrás, recostándose contra él que la abrazó, acariciando su estómago con una de sus manos.
—Creo que podríamos comer algo —dijo ella cuando sintió un aviso de su estómago que le advertía que hacía rato que había pasado la hora del almuerzo.
—¿Te valgo yo?
—Mmmm —ese sonido hizo que la erección de Draco se animara un poquito de nuevo y ella se echó a reír —¡No! primero quiero comer, en serio, Draco.
—En fin, supongo que la humanidad tiene sus limitaciones.
