Hasta la vista, Atenas
—¿Puedes recordarme qué estamos haciendo aquí?
Ginny se echó la coleta hacia atrás y miró por encima de su hombro con desconfianza. Había un grupo de muggles tras ella que no le hacían ninguna gracia. No entendía lo que hablaban pero sí comprendía las risitas babosas y los silbidos.
Se pegó un poco a Zabini, porque no creía que sacar la varita en mitad de una calle llena de gente fuera sensato y le agarró de la camiseta para llamar su atención.
No hacía falta, él, que también los había oído, se dio la vuelta con violencia, la sujetó de la mano y tiró de ella hasta tenerla tras su espalda. Después miró al grupo de chavales, clavando en ellos sus ojos oscuros con intensidad.
Era un Slytherin y, como tal, sabía de sobra como intimidar a los demás con una sola mirada.
Ella es mía. Y no comparto —enseñó los dientes en una sonrisa amenazante.
Los tres chicos levantaron las manos, tratando de apaciguar aquella pantera que parecía tener el lomo erizado y se fueron entre murmullos y miradas de soslayo.
—Vaya, Zabini —ella soltó una risita —eso ha sido muy sexy, muy de macho dominante y todo eso —se puso seria imitando el gesto que él tenía unos segundos atrás —ella es mía —dijo con voz grave. Y volvió a reír.
El moreno puso los ojos en blanco, resopló y comenzó a caminar de nuevo.
—La próxima vez dejaré que te coman con los ojos, pelirroja.
—Oh no, eso de que me defiendas como si fuera una damisela en apuros ha sido interesante.
—Cariño —molesto con sus tonterías, se paró en seco, se puso frente a ella y la miró con intensidad. La miró de la forma en la que Blaise Zabini miraba a las mujeres que quería llevarse a la cama, de esa forma apasionada, peligrosa, llena de secretos y promesas que sabía las volvía locas. Se acercó hasta que ella tuvo que elevar un poco la vista para verle los ojos y sonrió, despacio, curvando sus labios gruesos en una pecaminosa sonrisa —si no estuviera Potter —dijo con un murmullo ronco y profundo, un susurro que hablaba de sexo, sábanas arrugadas y placeres terrenales —te enseñaría cuánto puede llegar a gustarte ser una damisela en apuros.
Ginny dio un respingo y tragó saliva al verse seriamente afectada por aquel despliegue de seducción tan apabullante. Blaise, que se dio cuenta de su reacción, parpadeó confuso, reprimiendo obstinadamente la repentina y visceral atracción que acababa de sentir por ella, por esa mujer que era, no solamente su amiga, si no la prometida del salvador del mundo mágico.
Dio un paso atrás, decidiendo que, definitivamente, por ahí no iba a ir.
Zabini no era conocido por su sentido de la autoconservación, pero hasta él tenía un límite.
Ginny se abofeteó mentalmente y se obligó a sí misma a recomponerse antes de hacer aún más el ridículo.
Por Morgana, ese hombre era un peligro con patas.
Carraspeó y le frunció el ceño.
—Está bien, Zabini —gruñó intentando que su voz sonara lo más clara posible —ya has demostrado tu punto. Y ahora ¿Puedes decirme qué demonios estamos haciendo aquí?
—Te recuerdo, pelirroja, que tú quisiste acompañarme.
Ella resopló.
—Blaise, créeme cuando te digo que todas y cada una de las personas que te conocemos creemos que es mejor cuando estás vigilado.
Él sonrió.
—Oh, hay quien prefiere que esté sin vigilancia —le guiñó un ojo y volvió a caminar, regañándose a sí mismo por haber caído en ese flirteo tan absurdo.
Ginny volvió a resoplar y apretó la mano contra su abdomen para asesinar a manotazos a esas malditas mariposas que habían decidido revolotear allí.
¡Merlín! ¡Era una mujer prometida! Bueno, se dijo al cabo de unos segundos, era solo que tenía ojos en la cara y ya está. Lo importante no era tener tentaciones sino no sucumbir a ellas ¿Verdad?
Ella amaba a Harry. Fin.
Esta repentina y extraña atracción era como el efecto secundario del traslador que habían utilizado, en lugar del mareo común provocado por el desacuerdo entre el movimiento percibido visualmente y la sensación de movimiento del sistema vestibular, ella tenía esto, unas nauseas provocadas por aquel idiota al que había seguido hasta Atenas para evitar que fuera asesinado a manos de Malfoy o Hermione.
—Sigo sin entender por qué hemos venido.
—Porque ellos están aquí —sacó del bolsillo el trozo de revista que había recortado en el que se veía a ambos sonriendo en la portada — porque Draco me ha hecho perder casi sesenta galeones y porque Atenas me gusta —se encogió de hombros con elegancia.
—¿Sesenta? —ella le miró con ojos desorbitados —¿Estás loco? ¿Pero cuántas apuestas has hecho?
—Unas cuantas —la miró arrugando la frente —¿Qué pasa? Era una apuesta segura. No me des la lata.
Fue a cruzar y ella le sujetó de la camiseta tirando hacia atrás a tiempo de evitar que se lo llevaran pegado en un parabrisas.
—¡Cuidado!
Blaise parecía horrorizado y se echó hacia atrás haciendo aspavientos.
—¿Qué les pasa a estos muggles? —masculló entre dientes en voz baja para que solo ella pudiera escucharlo —¡Casi me mata!
—Creía que tenías negocios muggles en Italia —refunfuñó ella —¿No sabes lo que es un sefámoro? —señaló el semáforo que había frente a ellos donde unos números realizaban una cuenta atrás —si eso esta así, puedes pasar, pero si no… es un prohibido cruzar
—¿Y no es más fácil poner un cártel que diga justamente que no se puede pasar? —resoplando se apresuró a correr al otro lado de la calle, mirando a los coches con desconfianza.
—¿Sabes acaso dónde vamos?
—Al pasadizo Plaka, eso me dijo el tipo del Ministerio al que soborné para que me diera el traslador.
—¿Has dicho sobornaste? —preguntó abriendo la boca con horror.
—Bueno no… exactamente. Solo le di algo de dinero para que fuera un poco más deprisa todo el papeleo.
—¡Merlín, Blaise! ¡Eso es ilegal!
—¿Por qué? Todos estamos contentos ¿No? Yo tengo mi traslador y mi viaje y el señor del Departamento de Transportes Mágicos tiene un poco más de dinero en su cámara de Gringotts. Felicidad para todos los implicados.
—Eso es corrupción —dijo entre dientes —cohecho, delito…
—Sí, sí, está bien guapa —él rodó los ojos —tienes un buen manejo de los sinónimos. Ahora que eres cómplice de mi corrupción, de mi delito… ¿Qué te parece si me ayudas a encontrar el pasadizo?
—¿Cómplice? —Ginny se espantó y le apuntó con un dedo —yo no soy cómplice de nada.
—¿Ah no? —sus dientes brillaron cuando sonrió — pues yo te veo aquí ¿Verdad? ¿No has usado acaso mi traslador?
—Yo…
—¿Te he obligado?
—No pero…
—¿Forzado?¿Coaccionado? ¿Exigido?
—No es lo mismo…
—¿Atosigado?
—¡Vale! ¡No! No lo has hecho, maldita serpiente arrogante y tramposa.
Blaise solo rió alegremente y le pasó el brazo por los hombros con camaradería.
—Relájate, pelirroja —realizó un amplio círculo con su brazo —¡Estamos en Atenas! Disfruta del viaje.
—Estás loco, Blaise.
—Yo prefiero decir que soy mentalmente divergente.
—¿Cómo quieres encontrar a Malfoy aquí? Esto es muy grande.
—Pelirroja, Draco siempre será un Malfoy… vamos a buscar el mejor hotel mágico de la ciudad y ahí estará nuestro amigo.
—Tu amigo, no mío.
—Y el de Hermione —dijo con una risita que se cortó en cuanto recordó que por culpa de esos dos había perdido un puñado de oro.
—No deberíamos haber venido.
—¿Por qué no? Holyhead era aburrido y con ese brote de viruela de dragón más nos valía salir por pies antes de terminar con esas horribles y malolientes pústulas.
—Podríamos haber vuelto a Londres.
—¿Por qué hacer eso cuando podríamos venir a ver qué hacen estos dos?
—¿Te gusta el vouyerismo, Blaise?
Él volvió a sonreír.
—Entre otras muchas cosas, pelirroja.
Y Ginny volvió a repetirse, una vez más, que todo era un efecto secundario del maldito traslador.
Draco estaba tumbado en la cama medio adormecido, con el cuerpo de Hermione sobre el suyo, su respiración templando su cuello y las piernas de ambos entrelazadas.
Después de su paso por la piscina y de haber repuesto energías con una copiosa comida, continuaron con el insaciable hambre que tenían el uno por el otro, primero en el salón y después en la habitación de Draco, dónde habían terminado durmiendo una siesta tardía.
Desde que se había despertado no había podido dejar de darle vueltas a todo aquello. Preguntándose, una vez más, si lo que estaba ocurriendo entre ellos era solamente un encuentro sexual fantástico y fortuito o si realmente estaba pasando algo más que
—¿Quieres salir a dar una vuelta? —preguntó él pasando los dedos por el trasero de la mujer en una lánguida caricia.
—Pensé que no querías salir de esta habitación hasta mañana —respondió ella con la voz enronquecida y susurrante.
—Puedo hacer un pequeño sacrificio, pero no más de un par de horas —dijo sonriendo cuando ella le mordió el pecho con suavidad —Granger, si sigues con eso retiro la oferta —le dio un azote en la nalga y la apartó de su cuerpo —salgamos un rato, vayamos a tomar una copa a algún sitio y después volveremos a seguir justo donde estamos.
Se fue a la ducha dejando a Hermione retozando sobre las sábanas y preguntándose que diablos le había pasado a Draco para ese repentino cambio de intenciones. Durante un par de segundos se planteó ir tras él a la ducha y continuar allí lo que habían estado a punto de empezar en la cama, pero finalmente decidió que no estaría tan mal salir de allí un rato y despedirse de Atenas dando un paseo nocturno, tomando algo en alguna terraza y siendo, por un rato, aquello que no estaban destinados a ser, una pareja normal, viajando, siendo simplemente dos jóvenes disfrutando de su tiempo juntos.
Se duchó en su propia habitación y se puso un vestido corto color borgoña. Era de vuelo, sencillo y con tirantes. Eligió las únicas sandalias planas que tenía consigo y se colgó su pequeño bolso de cuentas, ese viejo compañero de aventuras que aún seguía con ella.
Cuando salió al salón, Draco estaba allí esperándola y el solo hecho de verle hizo que se le cortara la respiración.
¿En qué momento había ocurrido aquello?
Desde que volvieron a encontrarse ella fue consciente del atractivo del rubio pero, ¿Cuándo había pasado de ser apuesto a dejarla sin aliento solo mirándole?
Dejó salir el aire en un suspiro y se dio una bofetada mental.
Más le valía espabilar y dejar de pensar estupideces. Gorgonas Galopantes… ¡Era una bruja adulta e inteligente! Y madura…
Se irguió, se colocó una sonrisa en sus labios recién pintados y fue hacia él, derrochando una seguridad y una alegría que estaba lejos de sentir en ese instante.
—¿Adónde iremos? —preguntó cuando Draco le rodeó la cintura con un brazo y la empujó suavemente hacia la puerta.
—¿Qué te parece el pasadizo Plaka? —chasqueó la lengua —realmente no tengo demasiadas ganas de andar por el mundo muggle y cuando estuvimos la otra noche vi un lugar que parecía interesante.
—¿La Guarida de la Arpía? —preguntó con una sonrisa recordando que habían hablado de aquel bonito local el día anterior.
—Veo que lo recuerdas.
—Está bien, podríamos tomar algo allí y tal vez después venir dando un paseo.
—Depende de la hora, Granger —se agachó para morderle la oreja —ya te dije que me siento complaciente, de forma temporal. Voy a querer regresar aquí muy pronto.
Aparecerse en el pasadizo fue simple. Caminaron por aquel pasaje de comercios cerrados, hasta llegar a la zona de restaurantes y bares que estaba bastante más concurrida.
—Hoy parece que hay más gente por aquí.
—A los griegos les gusta más la vida nocturna que a los ingleses —masculló Draco empujando a un grupo de jóvenes que estaban en medio de las escaleras por las que tenían que subir.
—Tal vez sería mejor ir a otro sitio —Hermione frunció el ceño al ver la terraza de la Guarida de la Arpía llena de gente.
—Hmmpf —Él agarró del brazo a un camarero y le habló al oido.
Cuando el hombre asintió, Draco empujó a Hermione hacia la puerta y le siguieron por un laberíntico pasillo que daba a un patio interior lleno de flores y fuentes.
—Arriba —dijo antes de irse.
Draco la tomó de la mano y subió por una pequeña y desvencijada escalera de madera que había en un lateral hasta llegar a una galería exterior llena de macetas y mesas donde había más clientes, bebiendo, riendo y escuchando música.
—Aquí —señaló una puerta en la que podía leerse reservado y entraron —perfecto.
No era un lugar cerrado, formaba parte de esa galería exterior pero estaba separada por unos paneles de madera cubiertos de plantas trepadoras que le daban algo de privacidad pese a que se escuchaban las risas, las conversaciones y la música.
—Vaya… vaya… vaya… ¿Pero a quién tenemos aquí?
Los dos se giraron a la vez para mirar a la puerta donde Blaise Zabine les observaba bajo el dintel con los brazos cruzados y los labios curvados en una sonrisa maliciosa.
—¿Blaise? —Draco sacudió la cabeza, incapaz de entender qué estaba haciendo allí Zabini.
—El mismo.
—¿Qué demonios haces aquí? —preguntó frunciendo el ceño.
—Eso mismo me pregunto yo desde hace más de dos horas —mascullo una voz femenina tras él.
—¿Ginny? —en aquella ocasión fue Hermione quien parpadeó, confundida al ver a la pequeña de los Weasley.
—Presente —murmuró levantando la mano como si estuviera en clase.
—Blaise ¿Qué coño haces aquí con ella? —Draco tenía los ojos tan abiertos que, entre su cómica expresión y el color de su cabello, parecía familia directa de Luna Lovegood —Potter va a matarte —añadió con humor —sé que no estás demasiado cuerdo tío, pero esto es un suicidio.
—¡Oye! —Ginny empujó a Blaise para entrar y se puso frente a Malfoy señalándole con un dedo al más puro estilo Molly Weasley —¿Qué estás insinuando, hurón?
Draco alzó una ceja con altanería.
—Baja ese dedo, comadreja —siseó dando un paso al frente.
—¿O si no qué? —preguntó ella quién, en lugar de intimidarse se acercó más a él.
Blaise reía desde la puerta pero Hermione, que no lo encontraba para nada gracioso, se puso entre ellos.
—¿Pero qué os pasa? —resopló con impaciencia —deja de reírte y sujétala —le espetó a Blaise que parecía estar disfrutando a lo grande.
—¿Te crees que porque tú has venido aquí a retozar los demás también venimos a lo mismo? —estaba diciendo la pelirroja que, cuando dejaba salir su carácter no medía las palabras.
—¡Ginny! —fue Hermione quien, arrugando la frente, miró a su amiga con repentina antipatía —¿Qué insinúas?
—Bueno, debo decir que no insinúa nada, más bien afirma—Blaise, que sonreía como un gato que se hubiera comido a un ratón, sacó algo de su bolsillo y lo estiró con sus manos —claramente no estáis aquí visitando las ruinas ¿No?
La bruja se sonrojó de la cabeza a los pies y Malfoy fulminó a su amigo con la mirada.
—No lo digo yo —les puso el recorte delante de las caras —a las pruebas me remito —hizo unos ruiditos de desagrado con la lengua —que tú hayas venido aquí a pasártelo bien, Draco —dijo alzando las cejas —no quiere decir que yo me haya traído a Weasley para hacer lo mismo.
—Más te vale —murmuró Hermione con rencor.
—Aun así —acotó el moreno sofriéndola —debo puntualizar que Ginny es mayorcita como para decidir sin tu aprobación.
—¿Mi aprobación? —Hermione rió —Blaise se te olvida que estás invitado a la boda —espetó con acritud.
El hombre hizo un gesto displicente con la mano y la ignoró.
—Vamos a lo importante —señaló la portada de Corazón de Bruja.
—¿Qué puedo decir? —Draco parecía aburrido —nos han visto visitando Atenas ¿Y qué? —se señaló a sí mismo y luego a Hermione —aquí estamos ¿No? No es como si nos estuviéramos ocultando. Pero, desde luego, insinuar —puntualizó la palabra —que estamos retozando es sacar de contexto esa fotografía —entrecerró los ojos —además una completa falta de clase —masticó las palabras con desagrado.
—¿Ocultando? —Blaise rió y sacó otro trozo de revista —Oh no, y sabemos que no os ocultáis —se la enseñó —creo que es posible que en todas las ciudades del mundo haya salido esta foto —exageró —si eso no es un preliminar —señaló con el dedo el beso carnal que se daban ambos en el recorte —me como la varita.
Malfoy bufó molesto.
—Me importa una mierda —entrelazó los dedos con los de la bruja, dándose cuenta de que gracias a Loughty ahora tenían una tapadera —te repito que no nos estamos ocultando.
—¿Pero por qué él? —dijo de pronto Blaise mirando a Hermione como un cachorro abandonado y perdiendo su ánimo burlón—¿Qué hay de Theo?
—¿Nott? —Draco se giró a mirarla con el ceño fruncido y cara de pocos amigos —¿Qué hay con Nott?
—¡No hay nada con Theo! —exclamó ella devolviendo la mirada a Malfoy con indignación —¿Crees que si tuviera algo con Theo yo…. nosotros…? ¡Merlín! ¿Quién te crees que soy?
—Mira a la comadreja —respondió señalando a Ginny —¿No está prometida? Y aquí la tienes, con Blaise.
—¡Qué yo no estoy aquí con Zabini! —dijo la pelirroja con ganas de patear el suelo como una niña.
—¿Ah no? —preguntó Draco entrecerrando los ojos.
—Bueno sí, estoy aquí con él, pero no con él.
El rubio se cruzó de brazos sin dejar de mirarla.
—Lo siento, Weasley, permíteme que lo dude —señaló a Blaise —Zabini no se lleva de viaje a sus amigas, para hacer turismo.
—Yo no soy esa clase de amiga —exclamó Ginny con frustración.
Draco elevó una ceja con petulancia y no respondió.
—Solo he venido a acompañarle
—Mmmm
Ella frunció el ceño, conteniendo las ganas de sacar la varita y lanzarle un mocomurciélago que lo tuviera rodeado de mocos voladores durante tres días.
—¿Y para qué? —peguntó Hermione.
—Ojalá lo supiera —masculló la pelirroja con acritud mirando a Blaise por encima del hombro.
— Me aburría —dijo el moreno con un suave encogimiento de hombros —quería ver con mis propios ojos si esto —agitó el recorte de la revista —era verdad —miró la mano de Draco que había vuelto a coger la de Hermione —mierda —sacudió la cabeza —es que no lo vi venir ¿Por qué no lo vi venir? He perdido un buen puñado de galeones.
—¿Por qué has perdido galeones? —Hermione tenía dificultades para seguirle.
—Porque este imbécil habrá hecho alguna apuesta desafortunada —chasqueó la lengua —¿No te dije que dejaras de juntarte con los Weasley?
Ginny gruñó pero nadie le hizo caso.
—¿Has apostado? —Hermione le miró al más puro estilo MacGonagall —¿Sobre esto?
—Bueno, es culpa tuya —la señaló con un dedo acusador —se supone que ibas a liarte con Theo.
—¿Ah sí? —Draco volvió a soltarla, se cruzó de brazos de nuevo y la miró, acusador —¿Ibas a liarte con Theo?
—¿De verdad, Draco? ¿En serio vas a hacer caso de este lunático? —puso los ojos en blanco, ignorando la exclamación de Blaise.
—Di lo que quieras, pero era obvio —estaba diciendo el lunático en cuestión — esas miraditas, esos paseitos juntos —dijo afinando la voz —todos esos almuerzos… tanto acompañarte a casa… ¿Es que estás ciega, Granger? Si le tenías ahí, a punto de caramelo… ¡Merlín! Theo es subnormal —se pasó la mano por el pelo.
Ginny le dio una colleja para que se callara y él, frotándose la nuca la miró con cara de pocos amigos.
—Lo sabes, pelirroja. Todos estábamos esperando el momento y llegas tú —miró a Draco —y se la levantas debajo de las narices.
—Blaise, Theo y yo solo somos amigos y lo sabes.
—Déjale en paz —Malfoy resopló con obvio disgusto —no pienses que está aquí por lealtad a Nott, está aquí porque ha perdido la puta apuesta.
—Apuestas —murmuró Ginny
—¿En plural? —Hermione parecía horrorizada —¿Cuántas?
—Bueno, George y yo…
—¿George? —la castaña buscó a Ginny con la mirada.
—No sé de qué te sorprendes, menos Harry, que no tiene ni idea de nada, todos están metidos en esto.
—¿También tú? —Le preguntó su amiga
—Yo gané la apuesta —replicó con media sonrisa tan maliciosa que Draco alzó una ceja.
—¿Apostaste por mí?
Ella gruñó.
—Más bien aposté porque mi amiga había perdido por completo la cabeza y, en un momento de enajenación o bajo los efectos de alguna poción sugestiva, se había liado contigo… Merlín sabrá por qué.
—Esta conversación es absurda —murmuró Hermione que empezaba a coger perspectiva de la situación.
—Lo que es absurdo es que este idiota haya venido hasta aquí para buscarnos —dijo Malfoy sin poder evitar una risita —¿Cómo has llegado tan rápido? Eso —señaló el recorte que el moreno llevaba aún en la mano —debe haber salido esta mañana.
Blaise sonrió
—Tengo mis contactos.
—Has gastado más galeones en sobornar a quien quiera que te haya preparado el traslador de lo que has perdido en la apuesta ¿Verdad?
Zabini sonrió de nuevo, más ampliamente.
—Sí.
—¿Un soborno? —Hermione fue entonces quien se cruzó de brazos —Eso es ilegal. Ginny ¿Cómo has podido dejar que lo hiciera y venir con él? ¡Por Merlín! Tu prometido es un auror.
—Querida —Draco, obviando el gesto de desagrado de la pelirroja y el de aceptación de Blaise, rodeó a la mujer por la cintura guiándola hacia la mesa —vamos a tomar algo con estos dos ¿Te parece? —miró su reloj —siento deciros que tenemos una hora y media nada más.
—¿Por qué? —preguntó Ginny sentándose en una de las sillas.
—Tenemos otro plan —replicó el rubio con una sonrisa ladina.
—¿Cuál? —la pelirroja ignoró la patada que Blaise le dio bajo la mesa.
—Seguir retozando, Weasley, por supuesto.
Pero no llegaron a terminar las copas porque, ni bien habían pasado diez minutos desde que empezaron a degustar sus bebidas, un lince translúcido apareció ante ellos.
—Kingsley —susurró Hermione sabiendo cuál era el patronus de su amigo y que pocos magos tenían la posibilidad de enviarlos de forma internacional sin el empuje del Ministerio.
—San Mungo ha sido atacado. Volved.
Harry estaba sentado en el suelo del hospital. Tenía la espalda apoyada en la pared, una de las piernas estiradas y la otra doblada con el brazo sobre la rodilla.
Sus ojos cerrados evitaban que viera todo lo que había alrededor, pero aún seguía escuchando.
Llantos, gritos, pasos apresurados de lado a lado, ruedas que chirriaban contra el suelo, hechizos susurrados…
No quería ver lo que estaba ocurriendo, le daba demasiado miedo que los recuerdos que tenía sepultados de la última batalla salieran en tropel ahogándolo, como habían hecho durante meses años atrás.
El ataque había sido rápido, conciso y devastador. Como si un cirujano hubiera usado un escalpelo para dar los cortes precisos y letales necesarios para dañar todo lo posible sin destruir nada.
No lo habían esperado y, de hecho, aún no daban crédito a que hubiera ocurrido delante de sus narices. ¿Cómo habían podido atacar San Mungo?
Desde el fin de la guerra, la Oficina de Aurores junto al Departamento de Misterios, se habían dedicado exclusivamente a dos cosas por encima de todas las demás. A dar caza a los seguidores de Voldemort que habían desaparecido y crear una red de información tan amplia que nunca, jamás, pudiera perpetrarse cualquier ataque terrorista interno.
Ahora sabía, además, que gracias a la SISA, habían conseguido llevar eso a cabo con sorprendente destreza.
¿Qué había fallado? ¿Cómo no habían sido capaces de prever semejante atentado?
El Hospital de Enfermedades y Heridas Mágicas seguía en pie y funcionando. El ataque había sido milimetricamente calculado.
El departamento de Autopsias y Muertes Irreversibles había saltado por los aires, junto a la mitad del la Sala Janus Thickey, parte de la cuarta planta, específicamente el área de Encantamientos mal realizados al completo y varias salas de Embrujos irreversibles y el pabellón de Enfermedades contagiosas del segundo piso.
Los aurores habían pasado más de dos horas sacando heridos y muertos de los escombros.
—Harry —la voz de Katie le sacó de sus pensamientos y abrió los ojos para mirarla.
—¿Cómo están? —preguntó con la voz enronquecida.
Neville, terminada la hora de visita, salía de la Sala Janus Thickey junto a su abuela en el momento del atentado. Luna, que acababa de regresar de su viaje por África, estaba en la sala de espera de Enfermedades contagiosas porque su amigo y compañero de viajes, el magizoólogo Rolf Scamander, había contraído algún parásito desconocido en Zambia.
El mismo Harry había sacado a Neville y a Augusta Longbottom en bastante mal estado y Sienna le había informado, minutos después de que Luna Lovegood estaba en urgencias y su pronóstico era grave.
Gemma Farley había muerto, sepultada por el techo de la sala de Autopsias, junto a dos enfermeras a las que Harry solo conocía de vista.
Pero no había sido la única.
A Gilderoy Lockhart le habían encontrado muerto en su habitación, aunque nadie había sabido decir a simple vista el motivo de su fallecimiento y su compañera de sala, Agnes, la bruja que únicamente podía ladrar, estaba en coma. Harvey la sacó de debajo de un montón de escombros que había en el pasillo y su pronóstico era reservedo, pero, según Katie, la cosa pintaba muy mal.
Dos sanadores con los que Harry había hablado alguna que otra vez y algunos pacientes de los que no tenían aún los datos, se sumaban a la lista de fallecidos.
Y Regina Wright, Regie, una medimaga de la edad de Harry, dulce y simpática quien, en alguna ocasión, había ido con ellos a tomar algo al Caldero Chorreante, seguía desaparecida.
—Acompáñame, Harry —dijo ella tendiéndole la mano.
