Hola!

Como me alegro de que os guste Blaise tanto como a mi... sobre todo porque no tengo claro aún su futuro! xD

Espero que sigáis disfrutando conmigo de esta aventura y que no os decepcione.

*El evento climatológico utilizado en este capítulo no es de mi invención, aunque en realidad ocurrió en 2013 y no en 2004, pero teniendo en cuenta que es una historia fantástica, espero que me permitáis esta licencia literaria.


Desayunos tardíos y viajes en traslador

Zabini bajó a la sala de desayuno de su mansión a las once de la mañana bostezando y anudándose la bata verde de seda que le cubría hasta los tobillos. Se pasó la mano por el pelo y se frotó los ojos, haciendo una mueca al sentir el frío del suelo bajo sus pies descalzos.

—Perfecto

Sonriendo, se frotó las manos al ver el humeante café y se sentó sirviéndose una taza y desplegando el diario de El Profeta a un lado mientras servía huevos, bacon y unas beans en su plato.

Dio un sorbo al café, pasando las páginas para llegar a la sección económica cuando escuchó en la distancia el timbre de la puerta y los presurosos pasos de alguien que se acercaba hacia allí a toda velocidad.

Frunció el ceño incapaz de entender por qué Tully, su pequeña elfina, había dejado pasar a quien quiera que fuera la indeseada visita que iba a pillarle en pelotas, cubierto solo con su bata favorita.

—¡Zabini!

Abrió los ojos como platos al ver a Ginny Weasley en el vano de la puerta fulminándole con la mirada con los brazos cruzados.

—¿Se puede saber qué haces aquí, pelirroja? —sonriendo cortesmente, obviando el hecho de que bajo la bata estaba en su estado más natural y que ni siquiera se había peinado, le señaló una silla frente a él alzando una ceja —¿Quieres desayunar? —ofreció como si fuera lo más normal del mundo —tenemos huevos, bacon, fruta, salchichas, tostadas francesas…

—No he venido a desayunar —dijo ella en tono gruñón.

—Oh, una pena, está delicioso —tomó un poco de huevo en el tenedor y se lo llevó a los labios.

Ella arrugó la frente y se descruzó de brazos.

—Bueno, tal vez podría comer algo —masculló sentándose en la mesa que él le había indicado.

—Tully, por favor —Blaise llamó a la elfina que estaba bastante apurada porque la señorita se había escapado y corrido hacia allí antes de que ella pudiera decirle que su amo no estaba disponible —un servicio para mi… invitada

—En seguida.

Con un plop la criatura se marchó y al momento empezaron a aparecer cubiertos, servilleta, taza y platos delante de Ginny.

—¿Y bien? —Blaise seguía desayunando tranquilamente mientras la mujer se servía un poco de zumo de naranja —¿Qué era tan urgente para presentarte en mi casa a estas intempestivas horas?

Ella miró el reloj

—Son casi las doce del medio día, Zabini

Él se encogió de hombros con una sonrisa socarrona.

—Me acosté tarde y no tenía nada más que hacer esta mañana que remolonear en la cama.

La mujer abrió los ojos como platos, después se sonrojó y finalmente apartó la vista aparentemente contrariada.

Blaise, confuso, la miró sin entender muy bien aquella reacción.

—Así que tu cita con Alicia fue bien después de todo —la escuchó murmurar.

Se sorprendió al darse cuenta de que George Weasley debía haberle contado algo y no supo como sentirse al respecto.

Sabía que el pelirrojo, al darse cuenta de los pensamientos nada amistosos que Blaise había empezado a tener sobre su hermana, le había presentado a Spinnet para matar dos pájaros de un tiro, quitarse de encima a la amiga pesada de su esposa y terminar con esa atracción fuera de lugar que no haría más que meter en líos a todos los implicados.

Blaise lo entendía. Potter era el prometido de Ginny, un miembro más de la familia Weasley, el amor de la infancia de la pelirroja, el héroe del mundo mágico… Incluso él mismo había decidido aceptar la oferta en un desesperado intento de sacarse de la cabeza aquellos libidinosos e indeseados pensamientos que tenía de cuando en cuando sobre la chica. No es como si él mismo no pudiera encontrar sus propios ligues, pero supuso que no perdía nada por intentarlo con la amiga de Weasley.

La cena había sido agradable, divertida e interesante. Alicia había resultado ser una bruja muy hermosa, con el pelo liso y negro cortado a la altura de los hombros en un corte desigual que le favorecía a su anguloso rostro. La adultez le había sentado bien, porque Zabini recordaba a una chica normal, alta, algo rellenita, siempre con una coleta nada favorecedora y cara de pocos amigos.

Con los años se había vuelto muy bonita, seguía siendo alta, apenas unos ocho centímetros más baja que él, sus curvas eran muy interesantes y sonreía a menudo mostrando un bonito hoyuelo en la mejilla y un brillo divertido en sus ojos oscuros.

Habían hablado, reído y compartido anécdotas de los últimos años y de sus experiencias como inversor en un equipo como eran las Arpías de Holyhead. Alicia contó cómo su sueño de jugar al quidditch profesional se había visto truncado y lo contenta que estaba al haber terminado trabajando como profesora en el Colegio Primario de Magia Hawthorn, una iniciativa que había nacido después de la guerra, ofreciendo una alternativa a la opción de educar en casa que tenían casi todas las familias mágicas del país o de hacerlo en colegios muggles como hacían algunas de las familias mestizas hasta la entrada en Hogwarts. No sabían la acogida que tendrían pero al parecer había sido un éxito y ahora tenían la escuela en expansión, tratando de abrir otro centro en Francia donde, Gabrielle Delacour, que acababa de terminar de cursar sus estudios, quería continuar con aquella labor.

La cena se había alargado hasta bien entrada la noche aunque finalmente dado el estado de Angelina, Blaise y Alicia se habían marchado.

Como el caballero que era, Zabini había acompañado a la bruja a su casa y, pese a que la invitación en los ojos de la mujer había sido clara, él, sin saber muy bien por qué, se había limitado a darle un ligero beso de buenas noches en los labios y se había marchado, prometiendo llamarla para repetir la cita sin los Weasley en un futuro próximo.

—No fue una cita —dijo sin pensar.

—Según mi cuñada lo fue —ella alzó una perfecta ceja pelirroja y, pese a que la sonrisa no llegó a sus ojos, Blaise vio como se curvaban sus labios —es una chica genial, en verdad.

—Si que lo es —él también sonrió —creo que nunca había hablado con ella en Hogwarts pero fue una cena muy interesante.

—Bien —murmuró ella con aquella falsa sonrisa pegada a sus labios.

Ginny se metió un trozo de tostada en la boca y masticó sin disfrutar del bocado ¿Por qué le molestaba tanto que Zabini quedara con Ali? Ella era su amiga, era una chica agradable, dulce, bonita y que había tenido muy mala suerte en el amor. Adoraba a la familia, a los niños y en general era divertida y alegre. Bebió un poco de café y picoteó del croissant que tenía en el plato. Se preguntó si quizás lo que ocurría era que no se fiaba de Blaise. Sabía que era un mujeriego y un poco alocado, según lo que había oído de las chicas del equipo que habían caído en sus redes o de los murmullos que se escuchaban en los vestuarios sobre las distintas acompañantes con las que iba a las fiestas y a las galas en nombre del equipo.

Sí, posiblemente lo que la incomodaba era la posibilidad de que hiciera daño a Alicia.

Frunció el ceño y le miró, con resolución.

—Espero que no la hagas daño —espetó a bocajarro.

—¿Perdón?

—Ya me has oído, tú eres un poco veleta y ella es una chica decente.

Blaise se limpió la boca con la servilleta, dándose tiempo para interiorizar la acusación directa que aquella pelirroja le acababa de echar a la cara en su propia casa.

—¿Qué insinuas?

—Oh… nada, pero tú y yo sabemos que cambias de novia más que de ropa interior y no quiero que hagas daño a mi amiga.

—Vaya… vaya —murmuró arrastrando las palabras, repentinamente cabreado con ella —lo primero, pelirroja, es que tu amiga es mayoricita para decidir si quiere dejar que me meta entre sus piernas —dijo con brutalidad en un tono calmado y suave —lo que ella y yo hagamos en su cama es asunto nuestro, no tuyo y cambio de novia porque ninguna ha sabido mantenerme interesado el tiempo suficiente ¿Quién sabe si Alicia será capaz de hacerlo? ¿Por qué no debería probar?

Ella se puso tan roja como su hermano y le fulminó con la mirada.

—Yo no he dicho que no podáis probar —dijo como si pronunciar cada palabra fuera tan terrible como que le sacaran una muela —a mí me da igual.

—Bien.

—Bien.

Y allí estaba de nuevo.

Aquella atracción visceral, aquella necesidad casi incontenible de echarse sobre ella, tirarla sobre la mesa, arrancarle la ropa y…

¡No! ¡Merlín! ¿Qué coño le pasaba?

Prometida de Potter. Boda. Prohibida.

Aquellas palabras se repetían una y otra vez en su cabeza como el estribillo de una canción que se reproducía sin cesar en su cerebro.

La vio tragar saliva y apartar la vista, como si se arrepintiera de sus palabras o estuviera luchando consigo misma.

¿Por qué? ¿Acaso ella se sentía igualmente atraída por él? ¿Sería eso posible?

¡No! volvió a repetirse una vez más. No iba a seguir por ese camino destructivo.

—Creo que me iré —dijo la mujer levantándose de pronto —gracias por el desayuno —se acercó a la puerta y, antes de irse, le miró por encima del hombro —ella me cae bien, solo… solo trata de no hacerla daño —antes de que él pudiera hablar de nuevo ella continuó —no porque vayas a hacerlo a propósito, solo es que su última experiencia fue una mierda y no ha tenido buena suerte en el amor yo… me alegraré si… —tragó de nuevo —si funciona.

Y antes de que Blaise pudiera decir algo más, se marchó dejándole mucho más confundido de lo que había estado jamás.

….

A las seis y media de la tarde Hermione entró en Atrio y se dirigió a los ascensores con paso decidido.

Tuvo suerte de encontrar hueco en uno de ellos que iba lo bastante vacío como para poder sujetarse y se balanceó con el resto de los trabajadores mientras descendían.

La voz del ascensor resonó en el cubículo antes de que se frenara con brusquedad.

—Nivel Seis. Departamento de Transportes Mágicos, Dirección de la Red Flú, Consejo Regulador de Escobas, Oficina de Trasladores y Centro Examinador de Aparición.

Hermione se empujó entre un par de brujas que hablaban en voz baja.

—Perdón —dijo metiéndose como pudo entre ellas e ignorando sus quejas —Disculpen.

Consiguió salir a tiempo, antes de que se cerraran de nuevo las puertas y el ascensor se alejara a toda velocidad.

—Merlín, ¿Por qué no cambiaran los accesos?

—¿Y perder el encanto del Ministerio? —preguntó Harry que se había acercado hasta ella.

—Hola —sonrió a su amigo y le vio vestido con unos vaqueros y una camiseta blanca, cargando con una mochila a la espalda —¿Preparado?

—Sí —dijo con una sonrisa colocándose las gafas —y emocionado también.

Ambos rieron mirándose con complicidad.

—Va a ser genial —Hermione se agarró a su brazo y tiró de él por el pasillo hacia la Oficina de Trasladores —toda una aventura.

—Pero esta vez sin nadie que nos persiga para matarnos, algo que yo agradezco infinitamente.

—Sí, yo también.

—He hablado con Kingsley hace unos quince minutos —comenzó diciendo él —si Kamau no llega para acompañarnos al hotel lo hará Farrah, que es la asistente del Ministro Tarek Hanafy

—¿Te ha dicho donde nos hospedaremos?

—Sí, en Guiza. Pertenece al área metropolitana de El Cairo, a unos veinte kilómetros. Está más cerca de las pirámides y, según Bill, también del Gran Museo Egipcio donde, al parecer, tiene el Ministerio parte de su propio museo mágico en el subsuelo y es el lugar al que llevan todos los artilugios que han catalogado y estudiado.

—Oh eso es genial, por lo que pude leer anoche hay dos zonas mágicas importantes allí, EL Callejón Azbakeya, en el mismo centro de la ciudad en el barrio de Midan Ataba y Cleopatra Lane, en Guiza.

—Realmente espero que el amigo de Charlie nos espere en el Ministerio —murmuró Harry.

—Bueno, no te preocupes, he leído todo acerca de las zonas en las que no debemos estar, debemos tener en cuenta que la cultura muggle allí es muy distinta a la nuestra.

—¿Y la mágica?

—Bueno, tienen muchas similitudes, por supuesto, pero aún así creo que, en esta ocasión, preferiría no salir mucho del mundo mágico, salvo, por supuesto, para visitar las pirámides —dijo con una alegre carcajada.

—Tampoco entonces —intervino Draco que se había acercado a los dos amigos por detrás con el sigilo de una serpiente.

Harry y Hermione dieron un salto al escucharle.

—¡Merlín! —el auror le miró, burlón—tal vez deberíamos ponerte una campanilla, Malfoy

—O un cencerro —murmuró la bruja con desdén.

—¿Por qué has dicho que tampoco entonces? —preguntó Harry, obviando el hecho de que les había estado escuchando a escondidas.

—Porque digamos que tenemos abiertas otras… posibilidades dentro de las pirámides. No os olvidéis que fueron construidas por magos y brujas —se encogió de hombros —los muggles ven una muy pequeña parte de ellas.

—¿Y tú qué haces aquí? —Harry se sorprendió un poco al escuchar el rencor con el que su amiga se dirigía a Malfoy pero no dijo nada.

—Oh, voy con vosotros, por supuesto.

—¿Por supuesto? —ella frenó en seco y se giró para mirarle —¿Y qué te hace pensar que vienes a ningún lado?

—A ver, déjame pensar… ah sí, mi jefe y el tuyo me han mandado aquí y, hasta donde sé, Granger, el Ministro es el que manda… no tú.

Ella murmuró en voz baja y, sin soltar a Harry siguió caminando, ignorando la presencia del rubio a sus espaldas.

Al llegar a la Oficina de Trasladores, Hermione entró con el trozo de pergamino que Kingsley le había dado el día anterior y, apenas tres minutos después, salió con un harapiento guante en la mano.

—Se activará en diez minutos —les dijo a ambos chicos —me han dicho que podemos disponer de una de las salas de traslado si nos es más cómodo.

—Por mi está bien —Harry señaló su mochila —tengo todo aquí

Hermione mostró su pequeño bolso y Draco, con una media sonrisa ladeada sacó del bolsillo, ante el asombro de Harry, lo que parecía un monedero.

—Fanfarrón —susurró la bruja yendo hacia una pequeña puerta que había al final del pasillo —es por aquí.

—Pensé que Theo vendría con nosotros —estaba diciendo Harry cuando entraron en la sala.

—Está enfermo —intervino Malfoy sentándose en una de las sillas para esperar los minutos que quedaban para la activación del traslador.

—¿Enfermo? —Hermione, Santa Hermione, pensó Draco con molestia, ya estaba erizando las plumas como la mamá gallina que era —¿Qué le ocurre? No me ha dicho nada.

Y, una vez más, Draco se recordó que un Malfoy nunca siente algo tan indigno como los celos.

—Ayer fui a verle a su casa ya que quería hablar con el del viaje—dijo mintiendo sin un parpadeo —pero me contó que finalmente vendría Potter y me quedé un rato charlando sobre los viejos tiempos, me tuve que ir cuando se…. indispuso.

—Vaya —Hermione hizo un mohín —podría haber ido a verle si lo hubiera sabido, le habría llevado un poco de sopa…

—No creo que quiera comer nada — Draco carraspeó —en un par de días.

— Oh

—Que faena —murmuró Harry.

—Le escribiré cuando lleguemos —terció ella mirando el reloj —está a punto de activarse ¿Preparados? —puso sobre la mesa alta el guate y cada uno de ellos agarró un dedo de lana —Tres, dos… uno…

El familiar tirón en el ombligo les llevó en lo que parecía un torbellino de luces, sombras, ruidos y colores que duró un poco más de lo que a Harry le gustaba y, tan pronto como les había arrastrado, les escupió en una sala algo más pequeña y oscura.

Hermione trastabillo y Draco, que aterrizó con la elegancia de alguien muy acostumbrado a ese medio de transporte, la sujetó del antebrazo y la estabilizó con celeridad.

—Gracias —murmuró ella ligeramente mareada.

Draco no la soltó.

—¿Estás bien? —preguntó en un susurro cercano a su oreja. Sonrió cuando vio cómo la bruja se estremecía ante su presencia y se erizaba su piel.

Puede que estuviera enfadada con él, pero Draco se sintió repentinamente más ligero sabiendo que su enfado no iba a ser permanente, incluso aunque se hubiera comportado como un capullo. Suponía que era lo bueno de liarse con una leona.

—Sí —carraspeó y se alejó de él acercándose a Harry que estaba saludando a un hombre.

—Harry, supongo

—El mismo — Se dieron la mano con camaradería —debes de ser Kamau.

El sonrió, asintiendo y habló con un exótico acento, o al menos eso le pareció a Hermione porque, si alguien hubiese preguntado a Draco habría dicho que sonaba como un idiota acatarrado.

—Sí y tú serás Hermione Granger ¿Verdad? —puso la mano en su pecho, a la altura del corazón e inclinó ligeramente su torso —es un placer conocerte.

Ella, sonriendo, extendió su mano y él la tomó entre las suyas dándole un pequeño apretón.

—Yo soy Malfoy —el rubio prácticamente la apartó en volandas y apretó la mano del hombre algo más fuerte de lo necesario.

Hermione se sonrojó, Harry se dio la vuelta ahogando una sonrisa y Kamau simplemente alzó una ceja oscura y le miró de arriba abajo antes de sonreír burlón y dirigirse al auror.

—Bill me ha pedido que os lleve al hotel para que podáis instalaros y que os enseñe un poco esto. Mañana tengo el día libre así que podré acompañaros al Museo para ver a Enola.

—Eso sería genial —dijo Harry.

Mientras le enseñaba a Kamau los papeles del hotel que le había dado Kingsley, Hermione se fijó en el amigo de Bill porque, al fin y al cabo era una mujer con ojos en la cara y ese hombre era muy atractivo.

Tenía el pelo grueso y muy oscuro, corto por los laterales y algo más largo por arriba, lo llevaba retirado de la cara en un corte cuadrado que únicamente remarcaba su rostro hermoso, de mandíbulas cuadradas cubiertas de una barba de unos días tan oscura como sus cejas y sus ojos. Su sonrisa, de labios carnosos, era sincera y bonita.

Ladeó la cabeza, preguntándose cómo sería sin aquella voluminosa túnica cuando Draco le agarró del brazo para atraerla hacia sí, apartándola hacia una esquina de la sala.

—¿Podrías dejar de comértelo con los ojos? —siseó entre dientes sacudiéndola —es de mala educación.

—No estoy comi… ¡No estoy haciendo eso! —se soltó de él con brusquedad y le miró con los ojos entrecerrados.

—Ya lo creo que sí.

Ella se fijó en Draco, tan distinto de Kamau, con esos ojos de mercurio líquido, la piel pálida y el cabello fino y tan rubio que parecía blanco a la luz de la única lámpara. El amigo de Bill era terrenal, como un dios sumerio, tal y como ella se imaginaba a Enlil, el dios de las tormentas, el viento, la fuerza y la violencia. Pero Draco era casi místico, etéreo, como serían los oneiroi, las deidades hijas de la noche, las personificaciones de los sueños con forma de demonios de alas negras, demonios con rostro de ángeles. Pero, aunque veía esa parte oscura y tormentosa de Draco, no podía evitar sentirse atraída por él de la forma en la que una polilla sentía esa atracción mortal por una bombilla, siguiendo su estela como los insectos seguían en la oscuridad de la noche a esa brillante luz que creían la luna.

Pero en ese momento él no parecía un ángel ni un demonio. En ese instante Draco parecía un hombre y uno muy enfadado y muy… ¿Celoso? ¿Era eso acaso posible?

Sin poder ocultar el asombro en su voz, Hermione abrió los ojos, incrédula.

—Estás celoso —no era una pregunta, era la constatación de un hecho.

Él bufó y la miró, ofendido.

—¿Celoso? —soltó una carcajada áspera —el día que yo pueda sentir celos, Granger, se congelará el infierno.

—Espero que hayáis traído algo de abrigo —estaba diciendo Kamau.

—¿Abrigo? —preguntó Draco con burla — ¿En un clima desértico?

El hombre levantó las cejas al escucharle.

—¿No ha llegado la noticia a Londres? —preguntó con sorpresa.

—¿Qué noticia? —preguntó Hermione.

—Por primera vez desde hace 122 años, la ciudad de El Cairo ha amanecido hoy cubierta de nieve.

—¿Cómo dices? —Draco le observaba completamente asombrado —¿Nieve? ¿En Egipto?

—Sí. Con temperaturas de hasta tres grados.

—Vaya, Malfoy ¿Nieve en el desierto? parece que el infierno acaba de congelarse.

El rubio gruñó algo que ininteligible y Hermione sonrió.

—No te preocupes, Kamau, soy capaz de transfigurar alguna prenda para que sea de abrigo.

—Perfecto. Ahora no hará falta, podemos aparecernos en el mismo hotel, Harry me ha dicho que os alojaréis en el Magic Guiza Stone, le conozco así que puedo llevaros —extendió la mano —si me permitís…

Cuando los tres ingleses se sujetaron a su manga, el mago se apareció.

….

—Vaya sitio —dijo Harry después de dejar sus cosas en la habitación.

Kamau les había ayudado a hacer el check-in y les había dicho que les esperaría en la cafetería del hotel mientras ellos deshacían el equipaje y se acomodaban. Draco insistió en que podría marcharse a casa y que ellos ya encontrarían el mejor lugar en el que cenar antes de ir a dormir, pero el amigo de Bill solo sonrió y, dirigiéndose a la bruja, les dijo que esperaría.

Aquello no había hecho más que empeorar el ya de por si mal humor del rubio.

Cuando llegaron a la suite Keops, Hermione se dio cuenta de que Malfoy había vuelto a meter mano en cuanto a su alojamiento se refería porque no creía, bajo ningún concepto, que el Ministerio pudiera permitirse todo ese lujo. Aunque prefirió no decir nada para que Harry no se sintiera incómodo con la situación.

—Sí, le dijo a su amigo mirando el ventanal por el que se veían las pirámides bañadas por la luz del crepúsculo.

—Que… recuerdos —murmuró Draco pasando tras ella en dirección a una de las habitaciones.

Hermione puso los ojos en blanco y dio un paso tras Harry, dispuesta a compartir con él el dormitorio pero Malfoy, que vio sus intenciones, tiró de ella y prácticamente la arrastró hacia el otro.

—¿Dónde crees que vas?

—Con Harry —murmuró ella con dignidad.

—¿No crees que sería extraño que compartieras con él dormitorio teniendo en cuenta que, según piensa todo el mundo, tienes una relación conmigo?

—Nadie tiene por qué saberlo.

—Oh pero no te equivoques, querida. Una camarera de hotel que venga a hacer la cama, un elfo que pase a dejar la cena…

—Y supongo que esto no tiene nada que ver con el numerito de celos del Ministerio ¿No? —preguntó ella

Y, para su sorpresa, Draco se encogió de hombros y sonrió.

—Dormirás conmigo

Espetó, tan despótico como de costumbre. Ella simplemente le contempló, obviando la hermosa habitación con su enorme cama con tallados de esfinges, su gran espejo dorado y la mullida alfombra de color vainilla. La sonrisa de él vaciló, apenas un poco y dio un paso hacia la mujer, pasando los dedos por su tersa mejilla, ignorando el golpe de su corazón contra sus costillas cuando la vio estremecerse con su contacto y cerrar los ojos.

—Lo siento —dijo en ese mismo instante.

Los párpados de ella se elevaron de golpe y le observó con absoluta incredulidad.

Vaya un gilipollas, se dijo con un bofetón mental ¿No decía que no pediría perdón ni bajo un cruciatus? ¿Qué coño le pasaba? Estaba convirtiéndose en un Hufflepuff a pasos agigantados.

Pero peor que pronunciar esas palabras era desdecirse y darles más importancia aún, así que se quedó en silencio, rogando porque ella lo dejara pasar.

Hermione, que vio pasar por aquellos ojos argénteos toda clase de variadas emociones que iban desde la vergüenza a la autorecriminación, se aguantó una sonrisa y dejó el bolso sobre la cama.

—Está bien, Draco —susurró —dormiré contigo.