Hola!
Gracias por los comentarios, mensajes y opiniones! La historia aún está sin desarrollar en mi cabeza y voy "al día" dejando que tome forma según el momento. No sé que pasará con Blaise... reconozco que me gusta mucho "mi" Blaise por lo que tengo un especial cariño por él.
Pero aún así, espero no decepcionar a nadie, tanto con la trama principal, como con el dramione y con las distintas cositas que, siendo secundarias, le dan un poco de sazón a la historia.
Gracias por seguirme hasta aquí una vez más. Este capi va por los que estáis dando pasitos conmigo y animándome a seguir.
Besos y abrazos
AJ
La Morada del espíritu de Ptah
Zabini había ido a visitar a Theo porque necesitaba desahogarse con alguien y si había una persona en la que confiara por completo, ese era Theodore Nott. Lo que no esperaba al llegar a su casa fue encontrarle prácticamente acampado en el cuarto de baño, con un color cetrino en el rostro y enormes ojeras.
Casi a rastras, ignorando las quejas de su amigo que quería que le dejara morir en paz, le llevó a San Mungo y no paró de dar ordenes y de incordiar hasta que le hubieron ubicado en una habitación y consiguió una enfermera privada para que pasara la noche atendiéndole.
—Te han dando un montón de pociones raras que van a ponerte bien —le estaba diciendo Blaise tapándole hasta la barbilla —la enfermera Misty…
La mujer, que estaba sentada en una silla cerca del enfermo refunfuñó.
—Milly.
—Sí, la enfermera Milly —repitió Blaise —pasará la noche aquí cuidando de ti.
—¿Pero por qué has contratado una enfermera? Por Dios Blaise estoy en San Mungo ¿No crees que hay medimagos, sanadores y enfermeros suficientes aquí?
—Pero ese chico está loco —oyó a la señora murmurar en voz baja.
—¿Cómo dice? —preguntó Zabini con suspicacia.
—He dicho, chico, pero eso es poco.
Blaise sonrió.
—Exactamente —dijo con alegría —necesitas que cuiden de ti ¿Qué habría pasado si no llego a ir a tu casa, Theo?
—Nada en absoluto, yo me estaba tratando.
—Oh claro, la automedicación no es buena
—Eso es cierto —constató Milly.
—Haz caso a la enfermera y al medimago y mañana vendré a por ti —le dio unos golpes en el hombro, como una mamá gallina y sonrió —me voy, portate bien.
—¿Para qué viniste a verme? —preguntó Theo cuando su amigo estaba abriendo ya la puerta de la habitación.
—Puede esperar a mañana, tú recupérate.
Salió al pasillo silbando ligeramente, mucho más tranquilo ahora que dejaba a Theo con la enfermera y en el hospital. Merlín se había asustado cuando le había visto en su casa, por suerte parecía ser algún tipo de intoxicación, los medimagos no habían sabido encontrar el origen aunque uno de ellos, un tipo hijo de muggles que, según le habían dicho, tenía la carrera de medicina muggle además de la de medimagia, había dicho algo sobre la posibilidad de que fuera de origen bacterioso, o bactérico o bactericano… lo que fuera. Blaise no tenía ningún interés en la medicina, fuese del tiepo que fuese por lo que no prestó demasiada atención más allá del "Se pondrá bien"
Siguió caminando por el pasillo en dirección al vestíbulo y a los puntos de aparición pensando en si sería una buena idea escribir a Alicia cuando alguien le tocó la espalda.
—Hoa Blaise Zabini.
Se giró y vio a Luna Lovegood vestida con su ropa de hospital, con el pelo largo sujeto en una enorme trenza y descalza.
—¿Qué haces por el pasillo, Lovegood? —preguntó él mirándola con el ceño fruncido.
—Estaba aburrida en la habitación —contestó con sencillez.
—Abur… pero ¿Puedes salir?
Ella se encogió de hombros
—No lo sé, nadie me ha prohibido salir de la cama, creo.
—¿Crees?
—Mi habitación está llena de torposoplos y además me parece que un nargle me ha robado los cordones de los zapatos.
Blaise la miró con fascinación y, aunque sabía que no debía hacerlo, preguntó.
—¿Qué es un torsoplo?
—Torposoplos, Blaise. Son unas criaturas invisibles que zumban por el aire y entran en los oídos haciendo que tu cerebro se embote
—¿Se embote?
—Sí, que tu cerebro pierda capacidad.
—¿Y dices que son invisibles?
—Sí
—¿Entonces cómo sabes que están ahí?
—Porque me embotan en cerebro, aunque si tuviera mis espectrogafas podría enseñártelos.
Blaise sentía que caía más y más en una especie de agujero negro sin fin.
—¿Espectrogafas?
—Sí, se usan para ver a los torposoplos —explicó casi como se lo habría explicado a un niño, o a un idiota.
Blaise sacudió la cabeza, pensando que sí que debería haber torposoplos cerca porque sentía el cerebro repentinamente embotado. Pensó en preguntarle que era un nargle pero desistió, suponiendo que sería alguna clase de mariposa de veinte manos algo ladrona que atravesaba paredes o cualquier fantasía similar.
—Oh… vale, quizás otro día me las puedas enseñar.
—Cuando salga de aquí, supongo.
De pronto Blaise recordó por qué estaba la mujer ahí y sintió un repentino ramalazo de lástima. Pensó en preguntarle como lo llevaba pero supuso que no sería lo más acertado y, por una vez en su vida, pensó antes de hablar.
—¿Cuando sales?
—Mañana —respondió con un pequeño brillo de alegría en los ojos —ojalá papá estuviera aquí.
—¿Dónde está?
—Sigue en África. La zona donde está es innaccesible y está completamente incomunicada.
Blaise se preguntó donde estaría aquel lunático para que no pudiera llegar una puñetera lechuza y se dijo, nuevamente, que en realidad ni siquiera su morbosa curiosidad quería entrar ahí.
—Mañana vendré a recoger a Theo, podemos acompañarte a casa a ti también, si quieres.
—¿Theo está aquí? ¿Qué le ha ocurrido?
—Algo con unas bacotorias, quizás sepas lo que son, el medimago medio muggle cree que son invisibles también, como tus torposoplos.
Ella se encogió de hombros con candidez.
—Nunca he oído hablar de las bacotorias, pero sería interesante investigar sobre ellas en otra ocasión ¿Donde está Theodore Nott? Me gustaría ir a verle.
Perfecto, pensó Blaise.
Se harían compañía mutuamente.
—Esa es su puerta.
—Gracias, hasta mañana Blaise —dijo alejándose de él con unos pasos ligeros y danzarines.
—Hasta mañana, Luna.
Sacudió la cabeza y se dio la vuelta con una sonrisa. Era una mujer muy rara, bonita y dulce, pero terriblemente extraña, casi tan fantástica como los animales que buscaba en sus viajes como naturalista y zoóloga.
Silbando una vez más, se fue de San Mungo sin mirar atrás.
Mientras Blaise se marchaba, Luna fue hasta la habitación del enfermo y llamó suavemente a la puerta.
Escuchó pasos y finalmente una mujer de unos cincuenta años, abrió y miró al exterior.
—¿Sí?
—Hola —dijo la chica con una sonrisa.
—Hola —al ver que la mujer no decía nada más, Milly preguntó —¿Puedo ayudarte?
—Sí ¿Es la habitación de Theodore Nott?
—Lo es
—Me gustaría saludarle, Blaise acaba de decirme que está aquí.
—¿Luna? —la voz de Theo sonó desde el interior.
Milly miró por encima de su hombro.
—¿Quiere que pase?
—Sí, por favor
La enfermera abrió la puerta sin echar una sola mirada al camisón de hospital y los pies de la visitante.
—Ya que tiene compañía si no le importa iré a por un té y estirar un poco las piernas.
Theo le indicó con un gesto de la mano que podía irse y miró con fijeza a Luna.
—¿Qué haces fuera de la cama y de la habitación?
—¿Qué haces en el hospital?
Ambos hablaron a la vez y, sin poder evitarlo se sonrieron. La de Theo una sonrisa cansada, la de Luna algo triste
—¿Puedo hacerte compañía un rato? —preguntó la bruja sentándose en el borde de la cama en lugar de hacerlo en la silla como si fuera lo más natural del mundo.
Theo se tensó, ligeramente incómodo pero cuando la mujer subió los pies y se cruzó de piernas sobre el colchón, simplemente se sintió tan natural que no dijo nada y se relajó.
—¿Cómo estás? —le preguntó después de un rato de cómodo silencio.
Ella parpadeó, confundida, como si se acabara de dar cuenta de que no estaba sola.
—Un poco mejor —respondió con una pequeña sonrisa —es… complicado. Son demasiadas horas aquí encerrada, con la única compañía de los torposoplos y las visitas de Neville. Mucho tiempo para pensar, para recordar… sé que con el tiempo mejorará. Siempre mejora.
—No sabía que os íbais a casar —dijo él en un susurro.
Ella se encogió de hombros, tragó saliva y le miró con desasosiego.
—Me siento tan culpable —murmuró al cabo de un rato.
—¿Culpable? ¿Cómo en nombre de Merlín puedes tener la culpa de lo que ocurrió, Luna?
Ella negó con la cabeza.
—No por eso, es solo que yo… —suspiró —esa misma mañana le dije que no estaba segura de que casarnos fuera buena idea —se pasó las manos por la cara e inspiró hondo —Oh Theo, Rolf murió pensando que no le quería y sí lo hacía, solo que no sabía si era la forma… correcta ¿Sabes?
—¿Rompiste el compromiso con él?
—Bueno… no lo sé, quiero decir, solo le dije que necesitaban pensar en ello. No es como si le hubiera dejado ¿Verdad? Rolf siempre fue tan bueno conmigo… me quería y me respetaba —sonrió con cariño —a mi, tal y como soy, nunca creyó que yo estuviera, ya sabes, loca.
—Yo no creo que estés loca, Luna.
De pronto la sonrisa de la mujer fue sincera e iluminó sus bonitos ojos azules.
—Oh vaya, que bonito… gracias Theodore.
—¿Vas a volver a Africa?
—No… al menos no por ahora, esperaré a que mi padre regrese y después no lo sé, creo que voy a pasar unos meses en Londres. Necesito a mi familia y a los amigos.
—Vas a estar bien, Luna —repitió él cogiendo su mano para darle un pequeño apretón.
Y volvieron a quedarse en un fácil silencio, contentos sólo de estar acompañados.
….
Cuando Harry, Draco y Hermione bajaron al bar del hotel, encontraron a Kamau terminando una bebida.
—¿Qué es eso? —preguntó Draco que había visto el color rojo intenso del líquido.
—Karkadé de miel y anís
El rubio frunció el ceño y le miró, suspicaz.
—¿Lleva alcohol? —pensó que con que tuviera una sola gota se tomaría un par para conseguir pasar la noche.
El hombre sonrió.
—Por aquí no bebemos alcohol, no es apropiado —se encogió de hombros —por supuesto hay excepciones.
—El karkadé —dijo Hermione con aquella repelente voz que usaba en el colegio —es un té hecho con pétalos de Hibisco de Sabdariffa, es una bebida muy popular en Oriente Medio, sobre todo en Egipto. La llaman la bebida de la bienvenida y lo toman frío o caliente.
Draco puso los ojos en blanco y se mordió la lengua para no decirle algo que, seguramente, haría que se pensara de nuevo eso de dormir con él.
—Veo que has estudiado —dijo Kamau con una sonrisa de aprobación.
—¿Estudiar? ¿Granger? —Draco soltó una risita sarcástica.
—Es lo mínimo que uno debe hacer si va a otro país con una cultura distinta —replicó ella con el mismo tono de voz que le crispaba los nervios.
—¿Qué os parece si salimos? Ni siquiera necesitamos aparecernos —dijo señalando la lujosa puerta de entrada, dorada con altas columnas. El hotel en el que nos encontramos está en el mismo Callejón de Azbakeya.
Les guió hacia la salida y, nada más pisar la calle, Harry y Hermione miraron impresionados a su alrededor.
Los olores y los colores fueron un bofetón a sus sentidos, tanto así que Hermione inspiró hondo, incapaz de diseccionar uno a uno los aromas que llegaban a sus fosas nasales. Especias, cientos de ellas, pese a que juraría que imperaba el cardamomo, incienso, comida… ¡era increíble!: los grandes puestos con montañas de especias, las carnicerías con las piezas colgando en la calle y las brujas y magos caminando con hijabs y pañuelos daban al callejón el aspecto de otro tiempo. Como si hubieran cambiado de época con un giratiempo.
Las tiendas tenían toldos de colores y puertas abiertas, había mesas con expositores en la calle y la gente se apiñaba, caminando de arriba abajo en el pequeño espacio.
—Un poco más a la izquierda —dijo Kamau —el callejón se abre y no es tan agobiante —aunque las tiendas más específicas están cerradas a esta hora, muchos puestos callejeros permanecen abiertos, sobre todo los de comida, las teterías y los lugares de reunión —señaló una puerta tras la que podían verse cojines en el suelo y donde varios magos fumaban de una shisha mientras hablaban relajadamente —Nosotros vamos a Marhaba —continuó caminando, verficando por encima del hombro que le seguían —es un restaurante increíble, el mejor de El Cairo. Está cerca de la delegación de Gringgots.
Hermione sintió la mano de Draco buscando la suya y se sobresaltó cuando entrelazó sus dedos y la pegó a su costado. No la miraba, contemplaba a su alrededor, frunciendo el ceño con recelo, casi como si estuviera esperando algún tipo de ataque. Harry, que iba delante de ella, justo tras Kamau, siguió andando sin darse cuenta.
—Hay demasiada gente —masculló con un siseo cuando una bruja pasó a su lado golpeandole el brazo —es agobiante —arrugó la nariz con desagrado. No recordaba que oliera tanto a hierbas por aquí.
—¿Conoces Egipto? —preguntó Hermione que prefirió no decirle que a ella, aquella mezcla de olores le parecía fantásticamente exótica.
—He venido un par de veces, la primera debía tener siete u ocho años, la segunda fue el verano antes de entrar a Hogwarts —se encogió de hombros y la puso tras él para apartarla del camino de un mago que corría calle abajo —todos los magos y brujas deben venir al menos una vez en la vida —dijo como si recitara algo aprendido de niño, casi la misma frase que había dicho Bill —pero no significa que tenga que gustarme, de hecho no me gusta.
Ella casi sonrió al ver la mueca de disgusto de su cara.
—¿Por qué no?
—Demasiada gente. Por lo que tengo entendido la parte muggle es algo peligrosa y hay zonas no turísticas sucias y mal conservadas. Algo que obviamente no voy a investigar, bastante tengo que estar en la parte mágica de la ciudad.
Hermione puso los ojos en blanco y continuó andando hasta que vio a Kamau y Harry entrar al restaurante. Apenas era una pequeña puerta semi oculta entre dos plantas en la que no hubiera reparado si no fuera porque su acompañante entró por ella.
—Vaya.
Escuchó la exclamación de Harry y se contuvo de imitarle, porque el lugar era asombroso, completamente dorado. Desde la entrada podían ver un enorme pasillo muy ancho, con varios arcos lobulados y, al fondo uno entrelazado. Las mesas estaban a ambos lados del pasillo, salían de la misma pared y tenían sillones alrededor.
—Por aquí —les dijo Kamau —tenemos una reserva en el patio interior —caminaron por las distintas salas donde había gente cenando y pasaron por el último arco que estaba cubierto con una enormes y pesadas cortinas —Aquí.
Al acceder al patio fue Hermione quien no pudo evitar una exclamación.
Era hermoso.
Rectangular, de suelo alicatado y una fuente alargada que parecía una piscina. Estaba rodeado de plantas y arcos y, tras esos arcos, cercando aquella maravilla, estaban las mesas y las sillas cubiertas de cojines de colores alegres.
Kamau fue hasta una de las mesas y les indicó que se sentaran.
La camarera llegó a tomarles nota y habló con él, ambos gesticulaban, sonreían y hablaban deprisa mientras Kamau pedía karkadé para todos, agua y cerveza de mantequilla.
—He pedido un poco de todo, creo que la ocasión merece una bebida de bienvenida —dijo sonriendo a Hermione —y probar cada delicia de mi país.
Los servicios aparecieron uno tras otro en la mesa y, casi al instante, lo hicieron también los distintos platos que se colocaron al centro.
—Esto de aquí —dijo el hombre —son salsas para comer el pan que tenemos aquí, se llama aish baladí, pero lo llaman pan egipcio —esta es salsa tahini, mi favorita, esta es ganough, hecha con berenjena y esta es el hummus tradicional.
Todos cogieron pan y untaron en las distintas salsas, incluso Draco parecía disfrutar de la comida, aunque no tanto como Harry que, entre bocados, decía que estaba seguro de que Ron disfrutó mucho en los restaurantes de Egipto cuando vino con su familia.
—No he pedido sopa, pero si coméis por aquí cualquier otro día, os aconsejo probar la sopa de lentejas o la de tomate.
—No creo que yo vaya a comer eso —murmuró Draco cogiendo un poco más de pan.
Kamau rió y siguió mostrándoles distintos alimentos mientras los señalaba con el dedo.
—Falafel, samosas, tabbouleh.
—¿Qué es? —Preguntó Harry que ya tenía en la mano una croqueta de garbanzos.
—El tabbouleh es ensalada de bulgur y perejil.
—Yo creo que pasaré de eso —dijo el auror disfrutando de su falafel.
—Y las carnes —finalizó Kamau poniendo un poco en su plato —es cordero, y pollo —les señaló unos pinchos — he pedido kebab, kofta —dijo cogiendo una de las pequeñas albóndigas — y el pollo. Aquí lo acompañamos de arroz. ¡Bil hana we chifa! —añadió sonriendo — ¡Qué aproveche!
Comieron en cómodo silencio, hablando de las diferencias gastronómicas de sus culturas, de sus platos preferidos y de lo sazonado que estaba todo en comparación con la habitualmente sosa comida inglesa, hasta que llegó la hora del postre y, pese a que todos creían que explotarían de un momento a otro, no pudieron evitar probar los pequeños bocados de baklava que Kamau pidió y acompañarlos con un poco más de té de Hibisco.
—Creo que volveré al hotel rodando —dijo Hermione tocándose la tripa.
—Pues yo podría comer un poco más de esto —Harry tomó otro baklava y Draco le miró sacudiendo la cabeza.
—Eres un pozo sin fondo —murmuró.
—Qué va, ese es Ron —intervino Hermione con una risita.
Cuando terminaron y la mesa quedó nuevamente limpia, Kamau les dijo que les acompañaría de vuelta al hotel antes de irse a casa y, una vez en la puerta se despidió con una inclinación.
—Mañana pasaré a recogeros e iremos a ver a Enola.
Al ver que Hermione iba a interrumpir, Draco se adelantó.
—Mañana, Granger, dejemos por hoy que Kamau se vaya a dormir un rato, mañana puedes incordiarle tanto como quieras.
Los hombres rieron y ella le miró con cara de pocos amigos, pero se calló, porque lo cierto era que a esas horas lo mejor que podían hacer era descansar para el día siguiente.
Subieron a la suite y Harry murmuró una despedida sin mirarles a la cara y se metió en su habitación tan colorado como se puso Hermione cuando le escuchó murmurar un hechizo para insonorizar su habitación.
—Oh Merlín —susurró ella sintiendo arder sus mejillas.
—Chico listo —murmuró Draco empujándola hacia su propio dormitorio murmurando a su vez otro hechizo —mejor si es doble —dijo sonriendo mientras caminaba tras ella hasta que la tuvo con la espalda pegada a la pared —ahora puedes gritar todo lo que quieras.
—Creía —murmuró la bruja con la respiración entrecortada —que estas suites tenían insonorización.
—Y la tienen —Draco pasó la punta de la lengua por la oreja femenina y sonrió cuando la sintió temblar —pero Potter está en la misma suite, es mejor prevenir, a no ser que quieras que escuche lo mucho que te hago disfrutar —le mordió el lóbulo —lo eróticos que son tus grititos cuando te corres.
Hermione se aferró a los antebrazos del hombre, luchando consigo misma. Una parte de ella quería empujarle y maldecirle por lo que le había dicho en su casa, pero otra parte, la parte que se había derretido con su disculpa anterior, únicamente quería desnudarle y disfrutar de la noche y del tiempo juntos.
Era un error, uno terrible, porque se había dado cuenta de la capacidad que tenía Draco de hacerla daño, de lo mucho que empezaba a significar para ella, de lo que empezaba a sentir por alguien que, quizás, nunca la vería como algo más que una relación sexual pasajera.
Pero cuando esa lengua expeditiva y lujuriosa lamió su clavícula supo que iba a equivocarse, tantas veces como él quisiera equivocarse con ella.
Hermione apoyó la cabeza en la pared, cerró los ojos y suspiró cuando aquellos labios besaron sutilmente el sensible hueco tras su oreja, sintió su lengua, traviesa y húmeda jugueteando con su lóbulo de nuevo y un escalofrío la recorrió de la cabeza a los pies.
Gimiendo su nombre hundió los dedos en sus platinados cabellos y lo atrajo hacia así, jadeando cuando él la mordió antes de sembrar un reguero de besos por su mandíbula hasta llegar a sus labios.
—Abre la boca —canturreó —déjame entrar.
Ella se removió contra él y le sintió sonreír mientras deslizaba las manos por sus hombros, descendiendo lentamente hasta rodearle las muñecas con sus dedos. La obligó a elevar los brazos por encima de su cabeza se acercó hasta que ella sintió sus pechos aplastarse contra su torso.
—Draco…
—Abre los ojos —murmuró lamiendo su labio inferior —quiero que me veas.
Cuando ella lo hizo y sus miradas se encontraron, ambos sintieron una descarga recorrerlos de arriba abajo. Eran como dos objetos con distinta carga que se atraían con una fuerza magnética incontrolable. Draco era frío y duro como el pedernal, Hermione dulce y suave, ambos tan distintos que ninguno de ellos entendía como era posible que juntos fueran casi perfectos.
Él era incapaz de entender como aquella bruja inteligente y preciosa le había perdonado los años de insultos y odio, compartiendo con él su cuerpo con aquella entrega total y absoluta.
Granger era cálida, tierna y terriblemente sexual y Draco daba gracias porque le permitiera, al menos por el momento, compartir todo eso que le era tan lejano y desconocido.
Sin dejar de mirarse en sus ojos buscó su lengua con la propia y la instigó hasta que ella se prestó a jugar con la suya en una danza húmeda y erótica que los tuvo jadeando casi al instante.
Draco se frotó contra ella, profundizando en su boca y le soltó las muñecas para meter las manos bajo su ropa, buscando aquella piel tostada y perfecta que le hacía perder el juicio.
—¡Draco!
Él sonrió, dejando que sus manos exploraran el borde de sus pechos sobre aquel sujetador de algodón, y la mordió suavemente, rozando con los pulgares sus enhiestos pezones que se erguían endurecidos bajo la tela.
—Quédate quieta —susurró contra su boca.
Dio varios pasos hacia atrás, sacó su varita y, antes de que ella pudiera siquiera darse cuenta de lo que ocurría, le oyó murmurar.
—Incarcerous
Unas cuerdas delgadas salieron de la punta de la varita de Draco y se arremolinaron en torno a las muñecas de Hermione, atándolas a su espalda.
—¿Draco? —preguntó ella mirándole con algo de inseguridad e incomprensión.
—Shhhh —volvió a acercarse a ella y, con un diffindo, cortó la ropa de la bruja que jadeó, sorprendida cuando él prácticamente se la arrancó del cuerpo.
Hermione sentía la sangre bombear con fuerza en sus oídos y la piel, ahora descubierta, le ardía al contacto de aquellos argénteos y ávidos ojos.
Soltó una exclamación cuando el mago hizo desaparecer la ropa interior dejándola completamente desnuda y de pie, con los brazos hacia atrás, sus pechos erguidos por la postura, su espalda ligeramente arqueada y las muñecas atadas a la altura de sus nalgas.
Draco sonrió.
Una sonrisa perversa que hizo que su cuerpo se humedeciera de anticipación.
Se acercó a ella, le dio la vuelta y la empujó contra el ventanal.
Hermione jadeó al sentir el frío del cristal contra sus pechos y apoyó la frente, mirando la silueta negra de las pirámides bajo la luz de la luna.
A diferencia del hotel de Atenas, este no tenía terraza, pero la ventana iba del techo al suelo y Hermione estaba completamente expuesta allí, viendo la ciudad a sus pies, desnuda sobre el callejón.
En un pequeño momento de pánico realmente esperó que nadie pudiera verla porque, pese a la altura en la que estaban, la luz de la habitación estaba encendida tras ellos.
—Separa las piernas —murmuró Draco haciendo que sus pensamientos quedaran olvidados. Sus dedos rozaron la separación de sus nalgas, instándola a que se moviera y ella obedeció —buena chica —murmuró apartando el pelo de su hombro para besar su nuca—quiero que te quedes quieta —le mordió el hombro y lamió la piel, dejando un reguero de besos por su espalda. Besó una nalga, después la otra y tiró de las caderas femeninas hasta que ella arqueó la espalda para darle más acceso —mmmm… quieta —su voz era un susurro ronco y oscuro.
—Draco
Hermione gimió su nombre cuando aquellos dedos expeditivos se adentraron entre sus pliegues, acariciando con ternura sus labios, abriéndolos para susurrar sobre ellos palabras ininteligibles antes de lamerlos con una lentitud agónica.
Le escuchó tararear su nombre y su lengua se adentró en su cuerpo, una vez, dos. Entonces, con un gruñido animal, simplemente la devoró.
El mundo de Hermione se volvió confuso. Sin poder moverse, presionada contra la ventana, con las manos a la espalda y el cuerpo de Draco manteniéndola allí mientras se daba un festín con ella, la mujer se convirtió en un cuerpo gimoteante y tembloroso hasta que todo a su alrededor explotó y se dejó ir en un orgasmo que la hizo gritar el nombre de su amante entre aquellas insonorizadas paredes, con las pirámides de testigos y la Morada del espíritu de Ptah a sus pies.
