Año 22: La niña de la escuela

Ophelia Maddox

16 años

Distrito 11

"Soy aquella niña de la escuela, la que no te gustaba ¿me recuerdas? Ahora que estoy buena paso y dices "oh, nena. Oh,nena""

Suena un cañón. La chica del uno sonríe y se aparta de su víctima. No se molesta en comprobar si el cañón ha sido de él. Es una de esas profesionales arrogantes que tanto gustan a los capitolinos. Se llama Victoria y dijo en su entrevista que su nombre sin duda significa algo. Tuve que contenerme para no poner los ojos en blanco, pero la multitud se lanzó a aplaudir como si hubiera dicho algo tremendamente ingenioso.

Cuando se marcha salgo de mi escondite. Ha pasado un tiempo y el aerodeslizador no ha aparecido, así que quizá el cañón haya sido por otra persona. Al acercarme compruebo que es así. Jimmy sigue respirando, aunque sea con dificultad. Debe de haberme oído bajar del árbol porque abre los ojos. Son bonitos, azules. Casi nadie tiene los ojos azules en el once, pero los padres de Jimmy vienen del distrito uno. El fin de la guerra les pilló en el once y allí se tuvieron que quedar. El Capitolio repatrió a los soldados de su bando, pero no hizo lo mismo con los rebeldes, claro. Los padres de Jimmy intentaron negar que lo eran, pero no lo consiguieron, aunque al menos evitaron la cárcel por falta de pruebas. Quizá alguien pensó que para ellos vivir en un distrito tan pobre como el once ya sería suficiente castigo.

Yo no tenía ni idea de todo esto. El distrito once es grande y no había visto a Jimmy ni a los suyos antes de que nos eligieran a ambos para venir aquí. Viéndolo por primera vez tampoco pensé que fuera de familia rebelde. No parece tocado por el estigma que llevan esas familias. Jimmy se pasea por ahí como si fuera el dueño del mundo. Quizá es un rasgo propio de los del distrito uno. Quizá si hubiera nacido allí él hubiera sido el compañero de Victoria.

–Ophelia.

Su voz suena entrecortada. No tiene nada que ver con el tono petulante con el que me informó de que él y yo no seríamos aliados porque yo no tenía nada que ofrecerle y él podía conseguirse algo mejor.

No le contesto. No sé qué le puedo decir. Quizá a otro le diría que lo siento, pero la verdad es que no sería cierto en el caso de él.

–Ayúdame –pide.

Niego con la cabeza. Quedamos seis. La regla de no matar a tu compañero de distrito no se aplica cuando somos tan pocos. Saco el cuchillo y lo coloco en su garganta. Al menos yo lo haré rápido y me aseguraré de que suene el cañón.

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La canción es La niña de la escuela de Lola Índigo, Belinda y Tini. No me gusta, pero la tenía en la cabeza.

Gracias por seguir comentando, Alpha.