Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.

Solo nos pertenecen los OC.

La Pirata de los Cielos

Capítulo 51: Los Cuatro Campeones.

Como al día siguiente era sábado, lo normal habría sido que la mayoría de los alumnos subieran tarde a desayunar. Sin embargo, Céline, Daphne y Tracy no fueron los únicos que se levantaron mucho antes de lo habitual en días de fiesta. Al subir al vestíbulo vieron a unas veinte personas agrupadas allí, algunas comiendo tostadas, y todas contemplando el cáliz de fuego. Lo habían colocado en el centro del vestíbulo, encima del taburete sobre el que se ponía el Sombrero Seleccionador. En el suelo, a su alrededor, una fina línea de color dorado formaba un círculo de tres metros de radio.

— ¿Ya ha dejado alguien su nombre? —le preguntó Ron algo nervioso a una de tercero.

—Todos los de Durmstrang —contestó Hermione—. Pero de momento no he visto a ninguno de Hogwarts.

—Seguro que lo hicieron ayer después de que los demás nos acostamos —dijo Alex—. Yo lo habría hecho así si me fuera a presentar: preferiría que no me viera nadie. ¿Y si el Cáliz te manda al diablo?

Alguien se reía detrás de Alex. Al volverse, vio a Fred, George y Lee Jordan que bajaban corriendo la escalera. Los tres parecían muy nerviosos. —Ya está —les dijo Fred a Alex, Ron y Hermione en tono triunfal—. Acabamos de tomárnosla.

— ¿El qué? —preguntó Ron.

—La poción envejecedora, cerebro de mosquito —respondió Fred.

—Una gota cada uno —explicó George, frotándose las manos con júbilo—. Sólo necesitamos ser unos meses más viejos.

—Si uno de nosotros gana, repartiremos el premio entre los tres —añadió Lee, con una amplia sonrisa.

—No estoy muy convencida de que funcione, ¿saben? Seguro que Dumbledore ha pensado en eso —les advirtió Hermione. Fred, George y Lee no le hicieron caso.

— ¿Listos? —les dijo Fred a los otros dos, temblando de emoción—. Entonces, vamos. Yo voy primero... —Alex observó, fascinado, cómo Fred se sacaba del bolsillo un pedazo de pergamino con las palabras: «Fred Weasley, Hogwarts.» Fred avanzó hasta el borde de la línea y se quedó allí, balanceándose sobre las puntas de los pies como un saltador de trampolín que se dispusiera a tirarse desde veinte metros de altura. Luego, observado por todos los que estaban en el vestíbulo, tomó aire y dio un paso para cruzar la línea.

Durante una fracción de segundo, Céline se llevó las manos a la cabeza, cuando creyó que el truco había funcionado. George, desde luego, también lo creyó, porque profirió un grito de triunfo y avanzó tras Fred.

Pero al momento siguiente se oyó un chisporroteo, y ambos hermanos se vieron expulsados del círculo dorado como si los hubiera echado un invisible lanzador de peso.

Cayeron al suelo de fría piedra a tres metros de distancia, haciéndose bastante daño, y para colmo sonó un «¡plin!» y a los dos les salió de repente la misma barba larga y blanca.

En el vestíbulo, todos prorrumpieron en carcajadas. Incluso Fred y George se rieron al ponerse en pie y verse cada uno la barba del otro.

—Se los advertí —dijo la voz profunda de alguien que parecía estar divirtiéndose, y todo el mundo se volvió para ver salir del Gran Comedor al profesor Dumbledore. Examinó a Fred y George con los ojos brillantes—. Les sugiero que vayáis los dos a ver a la señora Pomfrey. Está atendiendo ya a la señorita Fawcett, de Ravenclaw, y al señor Summers, de Hufflepuff, que también decidieron envejecerse un poquito. Aunque tengo que decir que me gusta más vuestra barba que la que les ha salido a ellos. —Fred y George salieron para la enfermería acompañados por Lee, que se estaba riendo de sus amigos, y Céline, Daphne, Tracy, Ron y Hermione, que también se reían con ganas, entraron a desayunar.

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El banquete de Halloween les pareció mucho más largo de lo habitual. Quizá porque era su segundo banquete en dos días, Céline no disfrutó la insólita comida tanto como la habría disfrutado cualquier otro día. Como todos cuantos se encontraban en el Gran Comedor —a juzgar por los cuellos que se giraban continuamente, las expresiones de impaciencia, las piernas que se movían nerviosas y la gente que se levantaba para ver si Dumbledore ya había terminado de comer—, Céline sólo deseaba que la cena terminara y anunciaran quiénes habían quedado seleccionados como campeones. Pero ella ya sabía, que algo estaba mal.

Algo no estaba bien.

Tan pronto como sepamos quienes son los ganadores... voy a deshacerme de ese imbécil —pensó Céline, solo para abrir los ojos, sorprendida por su actitud tan violenta. ¿Qué le pasaba?, ¿sería acaso el ojo de Vildrail?

Por fin, los platos de oro volvieron a su original estado inmaculado. Se produjo cierto alboroto en el salón, que se cortó casi instantáneamente cuando Dumbledore se puso en pie. Junto a él, el profesor Karkarov y Madame Maxime parecían tan tensos y expectantes como los demás. Ludo Bagman sonreía y guiñaba el ojo a varios estudiantes. El señor Crouch, en cambio, no parecía nada interesado, sino más bien aburrido. —Bien, el cáliz está casi preparado para tomar una decisión —anunció Dumbledore—. Según me parece, falta tan sólo un minuto. Cuando pronuncie el nombre de un campeón, le ruego que venga a esta parte del Gran Comedor, pase por la mesa de los profesores y entre en la sala de al lado —indicó la puerta que había detrás de su mesa—, donde recibirá las primeras instrucciones. —Sacó la varita y ejecutó con ella un amplio movimiento en el aire. De inmediato se apagaron todas las velas salvo las que estaban dentro de las calabazas con forma de cara, y la estancia quedó casi a oscuras. No había nada en el Gran Comedor que brillara tanto como el cáliz de fuego, y el fulgor de las chispas y la blancura azulada de las llamas casi hacía daño a los ojos. Todo el mundo miraba, expectante. Algunos consultaban los relojes. De pronto, las llamas del cáliz se volvieron rojas, y empezaron a salir chispas. A continuación, brotó en el aire una lengua de fuego y arrojó un trozo carbonizado de pergamino. La sala entera ahogó un grito. Dumbledore cogió el trozo de pergamino y lo alejó tanto como le daba el brazo para poder leerlo a la luz de las llamas, que habían vuelto a adquirir un color blanco azulado. —El campeón de Durmstrang —leyó con voz alta y clara— será Viktor Krum.

— ¡Era de imaginar! —gritó Ron, al tiempo que una tormenta de aplausos y vítores inundaba el Gran Comedor. Céline y Alex vieron a Krum levantarse de la mesa de Slytherin y caminar hacia Dumbledore. Se volvió a la derecha, recorrió la mesa de los profesores y desapareció por la puerta hacia la sala contigua.

— ¡Bravo, Viktor! —bramó Karkarov, tan fuerte que todo el mundo lo oyó incluso por encima de los aplausos—. ¡Sabía que serías tú! —Se apagaron los aplausos y los comentarios. La atención de todo el mundo volvía a recaer sobre el cáliz, cuyo fuego tardó unos pocos segundos en volverse nuevamente rojo. Las llamas arrojaron un segundo trozo de pergamino.

—La campeona de Beauxbatons —dijo Dumbledore—es ¡Fleur Delacour! — la chica que parecía una veela se puso en pie elegantemente, sacudió la cabeza para retirarse hacia atrás la amplia cortina de pelo plateado, y caminó por entre las mesas de Hufflepuff y Ravenclaw.

Cuando Fleur Delacour hubo desaparecido también por la puerta, volvió a hacerse el silencio, pero esta vez era un silencio tan tenso y lleno de emoción, que casi se palpaba. El siguiente sería el campeón de Hogwarts... Y el cáliz de fuego volvió a tornarse rojo; saltaron chispas, la lengua de fuego se alzó, y de su punta Dumbledore retiró un nuevo pedazo de pergamino. —El campeón de Hogwarts —anunció —es... ¡Alex Potter! —Nadie aplaudía. Un zumbido como de abejas enfurecidas comenzaba a llenar el salón. Algunos alumnos se levantaban para ver mejor a Alex, que seguía inmóvil, sentado en su sitio. En la mesa de los profesores, la profesora McGonagall se levantó y se acercó a Dumbledore, con el que cuchicheó impetuosamente. El profesor Dumbledore inclinaba hacia ella la cabeza, frunciendo un poco el entrecejo. — ¡Alex Potter! —llamó—. ¡Alex! ¡Levántate y ven aquí, por favor! —Pero Dumbledore se calló de repente, y fue evidente para todo el mundo por qué se había interrumpido. El fuego del cáliz había vuelto a ponerse de color rojo. Otra vez lanzaba chispas. Una larga lengua de fuego se elevó de repente en el aire y arrojó otro trozo de pergamino. Dumbledore alargó la mano y lo cogió. Lo extendió y miró el nombre que había escrito en él. Hubo una larga pausa, durante la cual Dumbledore contempló el trozo de pergamino que tenía en las manos, mientras el resto de la sala lo observaba. Finalmente, Dumbledore palideció, luego frunció el ceño y así mismo, sin su rostro de abuelo, ¿Por qué ese nombre?, ¿Qué estaba pasando aquí?, Dumbledore sabía perfectamente bien, que esto podría arruinar sus planes. Se aclaró la garganta y leyó en voz alta: —Céline Potter.

Céline se puso de pie y desenfundó su varita, Alex hizo lo mismo. —Yo: Céline Volkova, nacida como Céline Euphemia Potter Evans.

—Yo: Alexander Potter Evans. —le imitó Alex, causando que los adultos y el mismísimo Dumbledore, abrieran los ojos.

—Hija de Aleksandra Volkova y Susanna Laine. Juro por mi vida y mi magia, que no he ingresado...

— (...) hijo de James Potter y Lily Evans. Juro por mi vida y mi magia, que no he ingresado mi nombre en el Cáliz de Fuego —Alex repetía las mismas palabras de su hermana.

— (...) no he pedido a ningún adulto, ni alumno de mayoría de edad, colocar mi nombre en el Cáliz de Fuego... —decía Céline.

— (...) la gran magia me arrebate mi don mágico, si es que miento. Así sea. —Concluyó Alex, con el juramento, imitando palabra por palabra a su hermana. —Lumos —la punta de la varita se encendió —Nox.

Expecto Patronum —Y un Augurrey plateado, salió de la varita de Céline, asombrándolos a todos. —Seguimos vivos, Alex. —el pelirrojo asintió, mientras que la rubia se giraba hacía la profesora McGonagall —Profesora, llame a nuestros padres, por favor...

Las llamas del Cáliz de Fuego (que ya TENDRIAN QUE HABERSE APAGADO), surgieron y crearon una esfera de fuego, en medio del salón, mientras que se volvían doradas y plateadas. Al desaparecer, dos mujeres estaban allí de pie.

Una de ellas, pelinegra y vestida como una pirata.

La otra era rubia y vestía no muy distinto a una Vikinga, pero sin el ridículo casco con cuernos.

—Madre, mamá. —dijo Céline sonriente, mientras se giraba hacía el Calíz, ahora apagado —Gran trabajo, Sr. Cáliz.

— ¡Céline, cariño! —Aleksandra corrió hacía su hija y la abrazó. — ¿Cómo llegamos a tu dimensión?

Ella lo pensó un segundo. —Mi hermano Alexander y yo, estamos atrapados en un contrato mágico, alguien ingresó nuestros nombres, para participar en un Torneo, en el cual solo los alumnos de último año, con 17 años de edad, podrían participar. —dijo Céline.

Alex hizo una venia y besó las manos de las madres de su hermana. —Es un placer conocerlas. Soy Alexander Potter, el hermano menor, de vuestra hija Céline.

—Damas y caballeros, tengo el honor de presentarles a Aleksandra Volkova y Susanna Laine, reinas del reino pirata de Søgvinger y el reino vikingo de Astraksa, —dijo Céline, antes de girarse hacía su jefe de casa. — ¿Ahora qué?

—Ambos... deben de pasar por esa puerta. —dijo Severus Snape suave y lentamente, como cuando dictaba una clase. Él ya habiendo mandado un mensaje a (James y a) Lily, para que vinieran e intervinieran por Alexander —Ambos siguen siendo campeones, sus nombres salieron de la Copa, deberán de competir igualmente.

En ese momento, los dos campeones salieron y sus miradas se fijaron en los dos adolescentes.

— ¡Madame Maxime! —dijo Fleur de inmediato, caminando con decisión hacia la directora de su academia—. ¿Dicen que estos dos niños también van a «competig»?

— ¿Qué significa todo esto, «Dumbledog»? —preguntó imperiosamente Madame Maxime.

—Es lo mismo que quisiera saber yo, Dumbledore —dijo el profesor Karkarov. Mostraba una tensa sonrisa, y sus azules ojos parecían pedazos de hielo—. ¿Dos campeones de Hogwarts? No recuerdo que nadie me explicara que el colegio anfitrión tuviera derecho a dos campeones. ¿O es que no he leído las normas con el suficiente cuidado?

Soltó una risa breve y desagradable. —C'est impossible! —exclamó Madame Maxime, apoyando su enorme mano llena de soberbias cuentas de ópalo sobre el hombro de Fleur—. «Hogwag» no puede «teneg» dos campeones. Es absolutamente injusto.

—Creíamos que tu raya de edad rechazaría a los aspirantes más jóvenes, Dumbledore —añadió Karkarov, sin perder su sonrisa, aunque tenía los ojos más fríos que nunca—. De no ser así, habríamos traído una más amplia selección de candidatos de nuestros colegios.

—Es entonces, una competición entre escuelas —dijo Susanna rápidamente y los tres directores asintieron. —En ese caso: Pido su permiso, para que mi hija compita en nombre de la Academia Pryrus y así, la escuela Hogwarts, solo contará con un campeón.

—Señor Crouch... señor Bagman —dijo Karkarov, de nuevo con voz afectada—, ustedes son nuestros jueces imparciales. Supongo que estarán de acuerdo en que esto es completamente irregular.

Bagman se pasó un pañuelo por la cara, redonda e infantil, y miró al señor Crouch, que estaba fuera del círculo iluminado por el fuego de la chimenea y tenía el rostro medio oculto en la sombra. Su aspecto era vagamente misterioso, y la semioscuridad lo hacía parecer mucho más viejo, dándole una apariencia casi de calavera. Pero, al hablar, su voz fue tan cortante como siempre: —Hay que seguir las reglas, y ellas establecen claramente que aquellas personas cuyos nombres salgan del cáliz de fuego estarán obligadas a competir en el Torneo. Si los tres directores lo aceptan, entonces nombraremos a esta cuarta academia mágica: Pryrus y así, Hogwarts no tendrá el doble de probabilidades de ganar.

—Acepto esos términos —dijeron rápidamente Karkarov y Máxime, las madres de Céline también asintieron y el libro de reglas de Bagman fue modificado y lo enseñó allí mismo, enseñando la tabla de puntuaciones, mostrando la cuarta academia.

— ¿Qué ventaja podría sacarse alguien, colocando a los Potter en la competencia? —gruñó Karkarov —Es solo gracias al ingenio de estas señoras y de la señorita Volkova, que la competencia vuelve a ser justa.

—Hay gente que puede aprovecharse de las situaciones más inocentes —contestó Moody con voz amenazante—. Mi trabajo consiste en pensar cómo obran los magos tenebrosos, Karkarov, como deberías recordar. Y, aun así, los términos que AMBOS, acaban de aceptar, hacen que la competencia sea justa.

—Bueno, ¿nos ponemos a ello, entonces? —dijo frotándose las manos y sonriendo a todo el mundo—. Tenemos que darles las instrucciones a nuestros campeones, ¿no? Barty, ¿quieres hacer el honor?

El señor Crouch pareció salir de un profundo ensueño. —Sí —respondió—, las instrucciones. Sí... la primera prueba... se llevará a cabo el veinticuatro de noviembre, ante los demás estudiantes y el tribunal. A los campeones no les está permitido solicitar ni aceptar ayuda de ningún tipo por parte de sus profesores para llevar a cabo las pruebas del Torneo. Harán frente al primero de los retos armados sólo con su varita. Cuando la primera prueba haya dado fin, recibirán información sobre la segunda. Debido a que el Torneo exige una gran dedicación a los campeones, éstos quedarán exentos de los exámenes de fin de año. —El señor Crouch se volvió hacia Dumbledore. —Eso es todo, ¿no, Albus?