Escribí este fic en un tiempo récord de 2 días xD Mucho amor para mi querido fandom UlquiHime.

¡Espero que les guste mucho!

EL BRAZALETE

Orihime no pudo evitar sonreír mientras escuchaba a Ichigo y a Kazui discutiendo por el nudo de la corbata que debería llevar el menor.

Era la noche del baile de fin de curso, el evento más esperado por la preparatoria de Karakura. La cita de Kazui era una chica llamada Mai, con quien había estado saliendo por un tiempo. Era de complexión delgada y pequeña, cabello castaño y liso hasta el mentón. Era muy amable con todos y a Orihime le caía muy bien, pues creía que era una buena influencia para Kazui y que la relación que tenían, de casi un año, bien podía ser algo duradero. Mai era inteligente y educada, lo que hablaba bien de la forma en la que la habían criado sus padres.

Kazui estaba usando un traje negro con una camisa azul celeste, zapatos negros y corbata negra. Era la viva imagen de Ichigo, el cabello anaranjado y rebelde, la complexión delgada y alargada y ocasionalmente el temperamento explosivo y audaz; aunque su mirada era tan dulce y amable como la de Orihime.

Según la tradición, los chicos debían obsequiarle un adorno floral a su cita. Ichigo había tenido la idea de que el adorno floral fuera el mismo que él le había dado a Orihime en su momento, un poco antes de que empezaran a salir. Los recuerdos de la boda de Rukia y Renji estaban fuertemente marcados por el hecho de que ese mismo día habían empezado una relación oficialmente. Todavía recordaba lo hermosa que se veía Orihime en esa luz del atardecer en la Sociedad de Almas, los naranjas del cielo robando destellos de sus hermosos ojos cafés, el vestido que estaba usando y su largo cabello danzando al aire.

Orihime se mostró de acuerdo con la idea del adorno y en ese momento estaba buscándolo en su closet, segura de que lo había guardado en una cajita de vinilo para que no se maltratara ni se llenara de polvo. La encontró después de un momento y sacó el adorno envuelto en un pañuelo azul de seda. Era un ramillete de camelias blancas. Al sacarlo, un objeto metálico y delgado se escurrió entre sus dedos y cayó al piso.

Orihime dejó el adorno en el tocador y se agachó a recoger lo que se había caído. Era un brazalete de plata, delgado y brillante, unido por una pequeña cadena. No tenía ninguna inscripción, pero no la necesitaba, recordaba muy bien de dónde había salido.

-Ven conmigo, mujer.

Orihime sacudió la cabeza, alejando la voz que se había instalado nuevamente ahí, reptando desde su inconsciente donde creía haberla enterrado.

-Ven conmigo a Hueco Mundo.

-¿Mamá?

Orihime se sobresaltó al escuchar la voz de Kazui en la puerta.

-¿Lo encontraste?

Orihime parpadeó y sintió las lágrimas cayendo por sus mejillas. ¿En qué momento había empezado a llorar? Se limpió con el dorso de la mano y compuso una sonrisa.

-¿Estás bien? -Kazui entró al cuarto de Orihime y se acercó a ella, poniendo sus manos sobre sus hombros.

Era varios centímetros más alto que ella, pero todavía no alcanzaba la altura de Ichigo. Para Orihime fue casi como un deja vú. La visión que tenía enfrente, el muchacho apuesto de cabello anaranjado era tan igual a su padre que sentía que había viajado en el tiempo. El nudo de su corbata por fin estaba anudado correctamente y Orihime ensanchó su sonrisa, recordando de pronto el asunto principal.

-Sí, estoy bien. Es sólo que estoy muy feliz por este momento. Parece que fue ayer cuando todavía te sostenía en mis brazos.

Kazui se sonrojó y soltó una risita.

-Mamá, a veces dices las cosas más raras.

Orihime tomó el adorno floral y se lo puso en las manos. Después acarició la mejilla derecha de su hijo, sintiendo su corazón palpitando fuertemente.

-Espero que le guste a Mai.

Kazui observó el adorno y lo envolvió en el pañuelo antes de guardarlo en el bolsillo de su saco negro.

-Seguro que le encantará.

-¿Tu papá los va a llevar?

-Sí, ya tenemos que irnos. Vamos a pasar por Mai. ¿Quieres venir?

Orihime negó con la cabeza. Era un evento para Kazui, su novia y sus compañeros de la escuela. Los padres de familia ya habían tenido su propio baile y sabía que no era lugar para ellos, por mucho que quisiera ser parte de ese momento y presenciarlo todo.

La dureza y frialdad del brazalete que todavía llevaba en la mano fue como un recordatorio de que tenía algunas cosas que pensar, de que necesitaba un momento a solas.

-Vayan ustedes. Y diviértanse. No tengo que recordarte que tienes que ser un caballero con Mai, ¿verdad?

-Por supuesto que no -Kazui sonrió y le dio un beso en la mejilla-. Nos vemos más tarde.

-Espera, ¿llevas suéter?

Pero Kazui ya se dirigía a la puerta y no la escuchó. Orihime salió al pasillo y se topó con Ichigo, que le dio un corto beso en los labios antes de tomar las llaves del auto.

-No me tardo.

-Bien -Orihime sonrió cuando subieron al auto. Era como estar viendo a un par de gemelos. Lo único diferente era el corte de cabello, el de Ichigo ahora pulcramente recortado y estilizado hacia un lado mientras que el de Kazui se mostraba rebelde y en picos como el de su padre cuando era joven.

Cerró la puerta y regresó a su habitación. Llevaba el brazalete en la mano y sintió su cuerpo estremecerse cuando su memoria comenzó a desenterrar un mundo de recuerdos. Habían pasado poco más de quince años desde aquel encuentro. Desde aquella conversación en el Dangai, cuando Ulquiorra le anunció que se la llevaría a Hueco Mundo por órdenes de Aizen Sosuke.

Le había obsequiado ese brazalete, primero como muestra de su lealtad hacia el shinigami caído y nuevo rey de Hueco Mundo, pero también para poder localizarla más fácilmente en el mundo humano. No es como que le hubiera costado trabajo hacerlo si no lo llevaba, Ulquiorra era probablemente el Arrancar más poderoso con el que se había topado alguna vez, pero con ese simple objeto en su posesión la idea era muy clara: me perteneces.

Orihime se sentó en la cama y le dio vueltas al brazalete, viéndolo con más detenimiento. A pesar del paso del tiempo no se había deteriorado ni un poco. Podía ser debido al material con el que estaba hecho, energía espiritual pura, pero también podía ser gracias al cuidado y celo con el que lo había resguardado entre sus cosas. No entendía por qué no se había deshecho de él cuando todo terminó. Cuando regresó sana y salva al mundo humano, después de que Ichigo se enfrentara a Aizen y su séquito.

En el fondo lo sabía. Lo había conservado porque era lo único que quedaba de lo que alguna vez fue Ulquiorra. La única prueba de su existencia y la manera en la que marcó su vida.

-¿Me tienes miedo, mujer?

Los ojos de Orihime se llenaron de lágrimas una vez más pero ahora las dejó correr libres por sus mejillas mientras trataba de sonreír. Por supuesto que no. Lo último que podía sentir hacia él era miedo.


Indescriptible, pensó Ulquiorra.

Una sensación extraña, nueva y molesta que no lograba definir. Una presión en el pecho, una punzada constante como recordatorio de saberse autor de la desgracia de la chica. Al menos en parte.

Porque si bien sostenía que estaba siguiendo las órdenes de Aizen, no era ningún idiota para no darse cuenta de la realidad. La tortura psicológica era su obra y de nadie más. La chica era obediente y no le causaba ningún problema, hacía lo que le decía sin reclamar. Tal vez estaba demasiado asustada, pero no creía que fuera el caso. Había presenciado el miedo en los humanos, incluso había sido el causante de dicho sentimiento, y no era nada parecido a lo que percibía de ella.

Era diferente, como una luz que no cedía a las tinieblas. Una flama que se negaba a extinguirse. ¿Por qué? Tampoco lo sabía, y no saberlo sólo incrementaba su molestia. En pocas palabras, Inoue Orihime y la manera en la que funcionaba eran un misterio para él. Irónico. Un misterio para el Espada que aclamaba saberlo y verlo todo. Los ojos y oídos de Aizen, su soldado más fiel.

Si no lo veo, no existe, se repitió.

¿Entonces por qué no podía deshacerse de esa sensación en el pecho, ni siquiera nombrarla?

¿Era culpa?

Negó con la cabeza. Ridículo, impensable. Ella era una simple humana sin nada especial aparte de sus poderes. Un Arrancar no podía sentir culpa por hacer su trabajo.

Pero estaba harto. Su vida era simple y monótona, todo funcionaba de acuerdo al plan, todo estaba en el más pulcro y meticuloso orden. Hasta que llegó ella.

Y entonces apareció el caos. Peor aún: el caos interior, en su mente, en su pecho. La inquietud, la incertidumbre, la ansiedad, la desesperación. Sentimientos que con tanto orgullo había infligido en otros ahora lo devoraban en carne viva, de adentro hacia afuera, lentamente.

Sin darse cuenta se encontró frente a su puerta. Su mente trató de buscar una excusa para su inesperada visita, pero no la encontró. Frunció el ceño. El castillo de Las Noches era su hogar y ella era la invitada, no necesitaba una excusa para ir a verla ni tenía por qué pedir permiso para entrar a su habitación. Además de que Aizen lo había puesto a cargo de ella. Puso la mano en la perilla dispuesto a girarla y entonces se detuvo.

Debo estar volviéndome loco.

Tocó tres veces.

-¡Adelante! -exclamó una voz dulce y jovial desde adentro. Ulquiorra tuvo la urgencia de azotarse la cabeza contra la pared hasta quedar inconsciente y olvidarse de todo.

Entró a la habitación y encontró a Orihime acostada boca abajo en la cama. Tenía un libro en las manos y sus pies colgaban del otro lado. Al verlo sonrió y Ulquiorra gritó internamente. ¿Por qué? ¿Por qué sonreía, cuando se suponía que tenía que estar agonizando en llanto y sufrimiento al estar lejos de sus amigos, al saberse traidora de los suyos? Y la sonrisa alcanzó sus ojos y Ulquiorra supo que era genuina. Se alegraba de verlo.

Si se subía al domo de Las Noches para lanzarse al vacío, ¿moriría? Lo dudaba.

-¿Qué estás haciendo, mujer?

-Leyendo. Encontré este libro en el estante.

Los ojos de Ulquiorra se posaron en la portada. Era una novela histórica. No recordaba haberla dejado por ahí.

-¿Necesitas algo? -preguntó Orihime al ver que el Espada permanecía en silencio.

Ulquiorra retrocedió un paso como si lo hubiera golpeado. Una excusa, una maldita excusa. Su mente estaba en blanco. ¿Tal vez la verdad?

Quería verte.

Ulquiorra cerró los ojos y dio la media vuelta con toda la dignidad que fue capaz de reunir.

-Tu obligación es cumplir los propósitos de Aizen-sama. No hagas preguntas.

-D-De acuerdo -respondió Orihime un tanto confundida mientras lo veía acercarse a la puerta.

-La cena estará lista pronto.

-Gracias.

Ulquiorra la miró por encima del hombro antes de marcharse. Había vuelto a su lectura, ajena a la batalla mental que se libraba en su cabeza y de la que todavía no había un bando ganador.

¿Quieres dar un paseo?

Ulquiorra cerró la puerta con más fuerza de la necesaria y el pensamiento murió antes de que pudiera llevarlo a sus labios. ¿Un paseo? En verdad se estaba volviendo loco.


Orihime sonrió, bebiendo del recuerdo. Si hubiera sabido en ese entonces lo que sabía ahora, tal vez hubiera tratado de acercarse más a él. No era ajeno a las conversaciones triviales, sólo le faltaba práctica.

Y hubo más ocasiones como aquella, en las que inesperadamente se aparecía en su habitación a deshoras, interrogándola, tratándola con frialdad y recordándole a cada rato que su propósito era servir a Aizen. Se preguntó entonces si en realidad no lo repetía para sí mismo, para convencerse de que su estancia en el castillo era parte de un plan y no una simple coincidencia o el destino.

Por su parte, se había acostumbrado tanto a la presencia del Espada que a veces pasaba días sin saber de él y una sensación incómoda se instalaba en la boca de su estómago. Llamaban a la puerta y se levantaba de un salto pensando que era él, pero era un simple Arrancar de tres dígitos llevándole el desayuno, comida y cena. No charlaba con él, ni siquiera le dirigía la palabra más allá de anunciar el propósito de su visita. Se encerraba entonces en el cuarto y miraba la bandeja plateada llena a rebosar de fruta, carne y pan. El apetito se esfumaba tan pronto como había llegado.

Y después de varios días Ulquiorra volvía a hacer una aparición, tan súbita como si nunca se hubiera ido. Entraba, intercambiaba unas cuantas palabras con ella y se marchaba. Pero ahora Orihime sonreía. Las cosas habían vuelto a la normalidad. Temía de pronto que el Espada estuviera molesto con ella y por eso la evitaba. Pero sus breves visitas alejaban esos pensamientos. La trataba con la misma frialdad de siempre y Orihime lo agradecía, porque significaba que estaban bien. Él seguiría recordándole el propósito de su existencia misma y ella sonreiría al escucharlo, conformándose con solo tenerlo a un par de metros de distancia.

Orihime se acostó en la cama y abrazó la almohada, hundiéndose en un recuerdo más. El recuerdo que lo había cambiado todo para siempre.

Ichigo todavía no había regresado de llevar a Kazui y Mai al baile. El cielo nocturno lo inundaba todo a su alrededor, las sombras proyectadas por la luz de la luna acariciaban la figura de Orihime y hacían brillar sus pestañas empapadas de lágrimas, como pequeñas perlas coronando sus párpados.

La misma luna se alzaba majestuosa en el cielo de Hueco Mundo y Orihime la observaba desde la ventana de su habitación en Las Noches. A menudo se preguntaba si los barrotes eran lo suficientemente fuertes para mantener el peligro lejos de ella. Decidió que sí. Era la "invitada de honor", después de todo, y si no podían garantizar su seguridad entonces no tenía caso tenerla ahí por más tiempo.

Además, tenía la sensación de que Ulquiorra no dejaría que nada malo le pasara. Era extraño, pues solía tener la misma sensación cuando estaba con Ichigo. Aunque Ichigo siempre se encargaba de proteger a todos, no sólo a ella. Era como si su naturaleza le dictara que tenía que hacerlo, mientras que con Ulquiorra era más una promesa implícita. Una especie de pacto no hablado.

Escuchó los característicos golpes en la puerta y se levantó de un salto con el corazón acelerado. Era él, lo sabía.

Lo recibió con una sonrisa que se esfumó al reparar en la expresión de su rostro. Había algo diferente con Ulquiorra, algo malo. Su semblante era siempre monótono, inexpresivo e indiferente, incluso cuando hablaba con ella, pero ahora parecía estar experimentando el dolor más agudo conocido por el hombre.

-Ulquiorra…

El Espada entró a la habitación y cerró la puerta para después recargarse en ella. Orihime se acercó a él, dispuesta a usar sus poderes para sanar cualquier herida que tuviera.

-¿Qué pasó? ¿Estás bien?

Ulquiorra no respondió. Se limitó a mirarla desde su posición, trazando el camino con sus ojos desde su corinilla hasta sus labios. Orihime pasó saliva, nerviosa.

-¿Estás herido? Puedo…

Orihime se llevó las manos a los broches de su cabello para invocar el escudo, pero Ulquiorra se lo impidió. La sostuvo de las muñecas y en un movimiento la jaló hacia él para envolverla en un abrazo desesperado. Sus delgados brazos cerrados alrededor de su figura, los dedos presionando la piel de su espalda a través de la tela de su vestido blanco. Su cuerpo temblaba ligeramente.

La joven no sabía qué decir así que sólo pudo corresponder el abrazo. Sus pequeñas manos acariciaron la espalda de Ulquiorra y poco a poco lo sintió relajarse. Su respiración estaba errática, la nariz enterrada en el hueco de su clavícula y los espasmos repentinos que recorrían su estilizada figura. La mano de Orihime se posó en su cabello y envolvió sus dedos entre las hebras negras, con cuidado de no tocar su máscara.

Contrario al pensamiento preconcebido que tenía de él, su abrazo era cálido aunque sus manos eran frías, blancas y duras como mármol.

Era el momento más íntimo que había tenido con él. Sus mejillas estaban sonrojadas y las lágrimas empezaron a formarse en las esquinas de sus ojos. No sabía qué hacer. Quería aliviar el sufrimiento de Ulquiorra, pero no tenía ni idea de por dónde empezar. La abrazaba con fuerza, no para lastimarla, sino como si no pudiera tener suficiente de ella; como si quisiera fusionar sus cuerpos en uno solo.

-¿Qué me has hecho? -lo escuchó decir contra su cuello.

Orihime le puso las manos en las mejillas y logró separarse un poco para verlo a los ojos. Sus orbes verdes brillaban ligeramente, las cejas casi juntas en un rasgo de agonía y los labios delgados presionados en una línea recta.

-Ulquiorra…¿de qué hablas? Si te he ofendido de alguna forma…

Ulquiorra negó con la cabeza y suspiró. Las palabras eran ácido en su boca, quemando por dentro y negándose a salir.

Colocó las manos en la cintura de Orihime y giró su cuerpo para sostenerla contra la puerta. La joven tenía las mejillas coloradas y los ojos muy abiertos, podía escuchar sus latidos a la perfección, acelerándose poco a poco mientras sus manos descansaban en sus antebrazos.

Ulquiorra se acercó un poco más a ella hasta que su pecho presionó contra el suyo y la sintió estremecerse. Era tan frágil y delicada, bastaría un simple movimiento de su mano o aplicar un poco de fuerza para romperla. Pero el poder que tenía sobre ella no se comparaba al que ella tenía sobre él. Porque en ese momento lo estaba sometiendo con el simple hecho de respirar, y Ulquiorra hubiera caído sobre sus rodillas, derrotado, si ella se lo pidiera.

-Por favor -suplicó Orihime con la voz quebrada-. Dime qué puedo hacer por ti.

El dolor en el pecho de Ulquiorra se intensificó. La dulzura y bondad de Orihime rezumaba por sus poros y sentía que se quemaba por dentro. Un ser así de etéreo y perfecto estaba siendo corrompido por algo tan simple como estar cerca de él, una criatura de la oscuridad que se movía en la desesperanza y se alimentaba del miedo y sufrimiento.

Ulquiorra puso las manos en las mejillas de Orihime y acarició su piel, suave y cálida al tacto en comparación con sus dedos largos y fantasmales. Estaba perdido en sus orbes de miel, consumido por la luz que emanaba de ellos. Las lágrimas surcaban su rostro y se odió por esto. No merecía ni siquiera sus lágrimas. Sus labios rosados y carnosos estaban entreabiertos, el aliento cálido se filtraba a través de ellos y se inclinó suavemente, en contra de su mejor juicio, para rozarlos.

Orihime cerró los ojos y esperó el contacto. Había contenido la respiración, uno, dos, tres segundos. El beso nunca llegó. En cambio, sintió la frente de Ulquiorra tocando la suya, los mechones de cabello negro entre sus cejas y la frialdad de su piel de hierro.

-No eres mía -susurró Ulquiorra.

Orihime abrió los ojos y lo miró, confundida.

Ulquiorra suspiró. No podía tomar algo que no le pertenecía. Había requerido toda su fuerza sobrenatural para contenerse, pero lo había logrado. Orihime no era suya, y probablemente jamás lo sería. No importaba si se refería a que era propiedad de Aizen o que su corazón era de Kurosaki Ichigo. La joven jamás podría estar con él, porque su existencia misma era contraria a la de ella. Eran luz y oscuridad, esperanza y agonía en su estado más puro y letal.

Orihime lo sintió apartarse y el dolor se instaló en su pecho. Ulquiorra estaba sufriendo y de alguna forma ella era la causante. Era una situación complicada: una guerra espiritual entre la Sociedad de Almas y Hueco Mundo, un plan maquiavélico que se desarrollaba poco a poco y la traición latente en el aire, pero en ese momento sólo estaban ellos dos y nada más importaba.

Orihime puso su mano en la nuca de Ulquiorra y se paró de puntitas para conectar los labios con los suyos. Fue impulsivo y probablemente también desesperado, pero anhelaba ese contacto como nunca antes había anhelado algo. Sus labios eran suaves y delgados, se acoplaron a la perfección con los de ella. Era su primer beso y el dolor en el pecho que había sentido momentos atrás se fue disipando poco a poco. Las manos de Ulquiorra se posicionaron en sus mejillas y la jaló hacia él para profundizar aún más el contacto. Su cuerpo presionó el suyo contra la puerta de la habitación y una pierna se coló en medio de las de ella, manteniéndola firme en su lugar.

Cuando por fin se separaron para tomar aire Orihime tenía la cara completamente roja. Desvió la mirada, demasiado avergonzada como para verlo a los ojos. Ulquiorra la tomó de la barbilla y le levantó el rostro para darle un corto beso en los labios, como sellando la acción.

-¿Estás bien?

Orihime asintió varias veces. No encontraba su voz, pero tampoco sabía qué podía decir en esa situación. El silencio se prolongó por algunos segundos hasta que Ulquiorra retrocedió y la liberó. La calidez que había sentido al estar pegada a él se fue esfumando poco a poco, volviéndola consciente del clima helado y extremo de Hueco Mundo.


La energía espiritual que emanaba del brazalete ahora que estaba en posesión de Orihime era como un faro encendido en medio de la oscuridad. Ulquiorra, emergiendo de Garganta, encontró la localización sin mayor problema y se movió sin prisa por las calles de Karakura hasta llegar a la casa de los Kurosaki. No le sorprendía en lo absoluto que viniera de ahí, después de todo lo ocurrido.

Grimmjow y Nelliel se habían asegurado de contarle todo lo que había pasado respecto a la invasión Quincy en la Sociedad de Almas, pero no era una guerra en la que estuviera particularmente interesado. Seguro, había menguado una buena parte del ejército Quincy durante el asedio a Hueco Mundo para salvar a los suyos, pero se había mantenido en las sombras a diferencia de los antiguos Sexta y Tercera. Grimmjow por la rivalidad latente que lo unía a Kurosaki y su lujuria por las peleas, y Nelliel por el vínculo especial que la unía a él. Ambos motivos muy respetables, ¿pero él? Él no tenía nada como eso.

El único vínculo que sentía hacia alguien era Orihime. Se había encargado de observarla a distancia mientras estaba en Hueco Mundo. Grimmjow y Nelliel habían mantenido en secreto que estaba vivo, y sentía cierta gratitud hacia ellos por eso. En ese momento no estaba listo para verla y hablarle. Se conformó con cuidarla desde su lugar, analizando las tácticas de Urahara Kisuke y confiando en que sus habilidades la mantendrían a salvo. Nunca estuvo en peligro real, si así hubiera sido no habría dudado en involucrarse de alguna manera.

Pero al final no había sido necesario. Ichigo Kurosaki había salvado al mundo una vez más, pensó Ulquiorra con amargura. ¿Y después? Se había casado con Orihime y ahora tenían un hijo. Tenía la vida perfecta que siempre había deseado y si Ulquiorra estuviera familiarizado con el concepto de "felicidad", se habría alegrado por ella. Pero no era así. La presión que sentía en el pecho era inhumana, tenía un nudo en la garganta y en el estómago y sus manos ansiaban apoderarse de su espada y terminar con su propia existencia nihilista.

En aquel entonces, recordó, besar a Orihime había aliviado su sufrimiento, aunque fuera momentáneamente. Se había acercado como una polilla hacia la luz y se había quemado deliciosamente hasta convertirse en cenizas.

Irónico, pensó Ulquiorra al pensar en su pelea contra Kurosaki. Las cosas habían terminado fatal para él.

¿Y cómo había recuperado su forma Arrancar? Ni él mismo lo sabía. Sólo se encontró despierto un día, rodeado de las arenas de Hueco Mundo. La energía espiritual era un misterio para muchos, y él no era la excepción. Tal vez sus ganas de vivir lo habían mantenido en un estado de sopor hasta que poco a poco fue regenerándose. Ya se había visto algo así. No había muerto por la espada de Kurosaki, después de todo, así que no se había "purificado" como otros Hollows.

A él le gustaba pensar que Orihime había tenido algo que ver. A lo mejor no directamente, pero el efecto que tenía sobre él podría salvar hasta al alma más agonizante en los confines de la Tierra.

Se detuvo justo afuera de la ventana derecha del piso de arriba. La clínica estaba cerrada pero algunas luces dentro de la casa estaban encendidas. La ventana y la cortina de la habitación principal estaban abiertas y Ulquiorra pudo ver la silueta de Orihime recostada en la cama, dormida. Su largo cabello anaranjado le caía por la espalda y el brazo, enmarcando también su rostro y sus hermosas facciones.

¿Cuánto tiempo había pasado? Aproximadamente quince años. Ahora Orihime tenía poco más de treinta, y la madurez la había afectado maravillosamente. Su rostro seguía siendo hermoso, un poco más alargado en la barbilla y la forma de los ojos. Su piel seguía igual de tersa y suave, las manos delgadas, las curvas y proporciones de una mujer adulta, aunque rememoraban bastante bien su cuerpo adolescente. Su cabello también estaba un poco más largo y abundante con un corte princesa.

En el buró al lado de la cama había una foto en la que aparecían Ichigo, Orihime y su hijo adolescente. Debía tener 13 o 14 años y era la viva imagen de Kurosaki, pero tenía los ojos de su madre.

Ulquiorra sintió una punzada en el pecho y volvió su vista hacia Orihime.

El brazalete brillaba en su mano derecha. No había más que entrar para tomarlo. Para tocarla.


Después de dejar a Kazui y Mai en el baile, Ichigo regresó a casa y estacionó el auto en la entrada principal. Tenía una extraña sensación en el cuerpo, un escalofrío que no había sentido en muchos años. Sus instintos gritaban "peligro", pero sabía que era una respuesta inmediata. No era tan sencillo como eso.

Arrancar.

Sacó su placa shinigami de su bolsillo y salió de su cuerpo envuelto en su uniforme negro, la poderosa zanpakutou colgada a su espalda, lista para ser desenvainada.

Ichigo ascendió rápidamente por los aires y se detuvo justo afuera de la ventana de su habitación, donde reconoció una figura humana vestida con un uniforme blanco que estaba a punto de entrar a su casa. Reconoció el reiatsu y sintió su corazón acelerado.

Ulquiorra.

Recuerdos del pasado inundaban su mente, cuando el Espada se había llevado a Orihime a Hueco Mundo, convenciendo a todos de que los había traicionado para después manipularla en favor de Aizen. Tendría que estar loco si iba a dejar que eso pasara de nuevo.

-Getsuga…¡Tensho!

La enorme ráfaga de energía espiritual azul zanjó el aire en dirección a Ulquiorra, que se alejó de la ventana justo a tiempo para esquivarla y verla estrellarse contra un muro de piedra varios metros más adelante. Sus ojos mortíferos e inexpresivos lo miraron sin emoción alguna, como si hubiera estado esperando ese momento.

-Kurosaki Ichigo.

Ichigo apretaba la mandíbula con fuerza. Quince años habían pasado desde la última vez que lo vio. Quince años desde el secuestro de Orihime y su pelea en el domo de Las Noches. Uryu herido por su culpa, Orihime aterrada y gritando de desesperación, su propio cadáver en el suelo con un enorme agujero en el pecho. Los recuerdos eran dolorosos.

Ulquiorra, por su parte, se sorprendió de ver a Kurosaki aunque desde luego no lo demostró. El joven había crecido también en todo ese tiempo. Su rostro era ahora el de un adulto, su cuerpo había madurado y mostraba el trabajo duro del ejercicio, su cabello iba más corto, dándole un aspecto muy varonil y serio. Los pocos rasgos del adolescente se habían esfumado, o quizás transformado. Incluso su zanpakutou había cambiado y su energía espiritual era tan intensa que aun alguien como Ulquiorra tenía dificultades para no sucumbir a ella. Lo único que permanecía igual era esa mirada de determinación que no soportaba.

El Arrancar lucía exactamente igual que antes. Al ser un ente espiritual, el concepto de "tiempo" y el de "envejecimiento" funcionaban de manera distinta. Lo único que había cambiado era que su cabello iba ligeramente más largo, un poco debajo de los hombros. La máscara, los estigmas en sus mejillas e incluso el uniforme permanecían iguales.

-Te has vuelto fuerte -dijo Ulquiorra.

Ichigo frunció el ceño y afianzó el agarre de Zangetsu. Los Arrancar utilizaban el sonido para moverse a grandes velocidades y no quería que lo tomara desprevenido, aunque su shunpo no tenía nada que envidiarle. No sabía por qué estaba ahí pero estaba dispuesto a averiguarlo.

Se lanzó hacia el frente haciendo un mandoble a la vez para cortarlo. Ulquiorra sacó su zanpakutou para defender y retrocedió por la fuerza que había utilizado. Los metales de ambas espadas cimbraron con intensidad. Se separaron apenas un poco para realizar un intercambio de cortes. Ichigo atacaba rápidamente desde varios ángulos, siempre a la ofensiva mientras Ulquiorra los bloqueaba sin mucho problema.

Luego de unos minutos desistió. ¿Tenía que usar su bankai? Era Ulquiorra Cifer, después de todo, el único que había logrado matarlo. Dos veces. No podía subestimarlo. Atacarlo con toda su fuerza desde el principio parecía lo más viable.

-No has cambiado nada -dijo Ulquiorra-. Siempre lanzándote de frente a la pelea sin pensar. Confío en que tu hijo no tiene tu temperamento. Me recuerdas tanto a Grimmjow.

Ichigo hizo rechinar sus dientes.

-¿Cómo sabes que tengo un hijo?

Ulquiorra señaló la ventana con la cabeza.

-Hay una foto en tu habitación. Es igual a ti. Excepto que no tiene tu mirada arrogante, sino los ojos de Orihime.

Ichigo se encendió de furia al escuchar el nombre de Orihime y arremetió una vez más contra Ulquiorra, que bloqueó su espada justo a tiempo. ¿Por qué no lo estaba atacando? Se limitaba a defender y en cambio parecía más interesado en charlar.

-¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué estás aquí? Si piensas llevarte nuevamente a Orihime a Hueco Mundo esta vez no me contendré.

Esperaba un ataque en respuesta, un cero que lo tomara desprevenido o incluso un poco de combate cuerpo a cuerpo. Pero Ulquiorra simplemente guardó su espada y lo miró. Así que no quería pelear. Ichigo volvió a colgarse su Zangetsu a la espalda y cruzó los brazos, esperando que dijera algo.

-No somos enemigos, Kurosaki Ichigo. No tengo motivos para pelear contigo.

-Estás escabulléndote en mi casa en medio de la noche, yo diría que es motivo suficiente.

-Si crees que he venido a llevarme a Orihime Inoue, estás equivocado. Podría hacerlo, que no te quede duda, pero no lo haré. Soy consciente de que están juntos, que tienen un hijo y una vida aquí en el mundo humano. Si me la llevara, sólo me ganaría su odio y nunca me lo perdonaría. Puedo soportar tu rencor, pero no el de ella.

-Estás más hablador que de costumbre -respondió Ichigo con una sonrisa de lado.

Y la verdad era que también había notado otros cambios no tan aparentes. Esa calma que lo caracterizaba era indiscutible, pero en realidad no sentía una amenaza latente de su parte. Cuando era el soldado de Aizen bastaba una mirada para congelar su sangre. Ahora, casi parecía humano.

-¿Y bien? ¿Cómo fue que sobreviviste? Lo último que recuerdo de ti es que te convertiste en polvo después de nuestra pelea en el domo de Las Noches.

-No tengo por qué contestar esa pregunta.

Ichigo se encogió de hombros.

-Está bien, no lo hagas. Estoy seguro que Urahara tendrá la respuesta. Ese viejo entrometido tiene respuestas para todo.

Ulquiorra no dijo nada. Sólo observó a Ichigo mientras se acercaba a él.

-¿Qué es lo que quieres? Sé que tiene que ver con Orihime.

Ulquiorra sopesó sus palabras y al final decidió que no tenía sentido seguir postergando lo inevitable. Si Kurosaki quería saberlo, se lo diría.

-Tenía que verla.

-¿Por qué? Ella ni siquiera sabe que estás vivo. Ni siquiera yo lo sabía hasta hace un momento. Honestamente prefiero que las cosas sigan así. No necesito que reviva todos esos recuerdos de lo que vivió en Hueco Mundo. Ya lo ha superado. Y a ti.

-Das por sentado que el amor que siente por ti…

-¿Amor? -Ichigo lo agarró del uniforme y lo jaló hacia su rostro violentamente. Ulquiorra ni siquiera se inmutó, acostumbrado a los despliegues iracundos del muchacho-. ¡¿Tú qué sabes sobre el amor?! Eres un Arrancar, un ser despreciable y sin corazón.

Ulquiorra lo miró directamente a los ojos, de alguna forma maravillado por las emociones que se arremolinaban detrás de ellos. Había una pizca de miedo, de ira, de angustia, de preocupación, de confusión. Mientras que sus propios ojos, vacíos y sin brillo, no mostraban absolutamente nada. Sintió envidia de los humanos. Envidia de Kurosaki Ichigo que podía mirar a Orihime y decirle tanto sin palabras.

Porque la verdad era que Kurosaki tenía razón. ¿Qué sabía él sobre el amor? Era algo ajeno a su vida, igual que el resto de las emociones y sentimientos. Podía hablar de vínculos, ¿pero amor? No se atrevía. Era un campo amplio y desconocido para los de su clase. Lo único que sabía con certeza era que sentía algo por Orihime, aunque no pudiera definirlo. Y desde que la conoció no había menguado ni un solo día, antes bien se había intensificado.

-Tienes razón en que los Arrancar no estamos familiarizados con ese concepto. Los sentimientos no son algo que comprendamos o que necesitemos, pero no somos completamente indiferentes a ellos. Cuando los tenemos, no podemos desecharlos tan fácilmente.

-¿Así que es eso? ¿Estás "enamorado" de Orihime y por eso has venido a verla? No me hagas reír.

-No tengo por qué justificarme contigo.

Ichigo estalló de rabia y lo golpeó en el rostro. Ulquiorra escupió sangre y se limpió la boca con el dorso de la mano. Su expresión permanecía impasible, tan calmado como al principio mientras que Ichigo sentía todo su cuerpo agitado y su respiración entrecortada.

-¡Claro que tienes que justificarte conmigo! -rugió-. ¡Es mi esposa de quien estás hablando! Mi esposa que ha estado a mi lado por más de diez años, con quien tengo un hijo. Tú sólo eres un error en su pasado. Una pesadilla que ya ni siquiera recuerda. Así que no te atrevas a acercarte a ella, porque te mataré.

-Asumo que no te dijo lo que pasó en Hueco Mundo -replicó Ulquiorra con voz calmada.

-Si te refieres a la tortura que…

-Entonces no lo sabes. Orihime no te lo dijo.

Ichigo volvió a jalarlo del uniforme.

-Ni siquiera pronuncies su nombre. Y ahora lárgate y no vuelvas a acercarte a ella, ni a mi casa, ni a mi hijo, ni a Karakura. La próxima vez no tendré piedad.

Ulquiorra permaneció inmóvil por unos segundos, evaluando el rostro de Ichigo. No creía haberlo visto tan furioso alguna vez. Entendía que se sintiera amenazado por su presencia. Estaba consciente que lo había llenado de dudas al respecto. Orihime tenía un pasado con él, uno que había decidido no compartir con nadie más.

La idea casi lo hizo sonreír, un gesto apenas visible en la comisura de su boca. Miró una vez más hacia la ventana y percibió el reiatsu de Orihime, tan calmado ahora que dormía.

Tal vez en otra ocasión.

-Grimmjow y Nelliel te mandan saludos -dijo Ulquiorra antes de desaparecer utilizando el sonido.


Ichigo lo miró desaparecer frente a sus ojos y se quedó estático hasta que dejó de sentir su reiatsu. Soltó de golpe el aire que estaba conteniendo y sintió el cuerpo débil y agitado. Era un reencuentro que nunca habría esperado. Mucho menos de esa forma.

Regresó a su cuerpo humano y entró a la casa. Se quitó los zapatos y fue directo a la habitación donde estaba Orihime. Su cuerpo yacía en la mitad de la cama, su respiración acompasada y relajada. Se acostó detrás de ella y la abrazó contra su cuerpo en actitud protectora, sintiéndola amoldarse a la perfección. Había un ligero rastro de lágrimas en sus mejillas, algo apenas perceptible, pero su expresión no mostraba preocupación alguna.

Envolvió su cintura con sus manos y entonces sintió algo metálico y frío en su muñeca. Era un brazalete plateado que no había visto antes. Lo acarició con su dedo índice y suspiró antes de afianzar su agarre alrededor de ella.

Nunca habían hablado sobre lo sucedido en Hueco Mundo más allá de lo obvio. De hecho, nunca se había molestado en preguntarle al respecto porque sentía que no era un tema del que ella quisiera hablar. Sin embargo, ahora se preguntaba si su estancia en el castillo había sido de otra manera. Estuvo ahí por varias semanas, después de todo. ¿Y si había intimado con Ulquiorra de alguna forma? Estaba seguro que si hubiera pasado algo significativo se lo habría contado, o al menos eso cabría esperar.

Las palabras de Ulquiorra resonaron en su mente.

Orihime no te lo dijo.

¿Tenían secretos entre ellos? ¿Podía ser que Ulquiorra estaba diciendo la verdad y que Orihime le ocultaba algo? Confiaba en ella y debería tomar su palabra por cierta, no la del Arrancar. ¿Pero qué motivos tendría Ulquiorra para mentir?


Mientras Ulquiorra abría el portal de Garganta hacia Hueco Mundo, miró una vez más en dirección a la casa de Kurosaki. Podía sentir la presión espiritual de Orihime y del brazalete.

-Ponte esto y no te lo quites. Mientras lo uses, una barrera espiritual especial te rodeará y sólo los Arrancar percibiremos tu esencia.

Eso era lo que le había dicho aquel día cuando se encontraron en el Dangai, justo antes de llevársela a Hueco Mundo.

El brazalete había estado guardado por muchos años, pero ahora que Orihime lo tenía de nuevo entre sus manos era como si el tiempo se hubiera quedado estático. Mientras lo usara, podría saber su posición exacta en todo momento y de esa manera sentirse conectado a ella.

Orihime no sabía que Ulquiorra estaba vivo, pero si algo era seguro era que no se había olvidado de él a pesar de Kurosaki, a pesar del tiempo transcurrido.

Quince años eran apenas un parpadeo en la vida de un Arrancar y, por su parte, bien podía esperar cien más para estar con ella.

FIN