Una Guerra no Tiene Inicio.
Un imponente pilar de hielo se yergue en el horizonte, advirtiendo con su majestuosidad que hemos llegado tarde a la reflexión. La batalla ya ha comenzado, y nosotros nos hemos quedado rezagados sin tomar medidas al respecto.
—¡Nos están atacando! —grito con vehemencia, mientras observo por la ventana cómo la mina de hielo se activa.
He aprovechado el maná de Puck para crear estas minas extremadamente peligrosas, capaces de destruir todo en un radio de un metro y erigir un colosal pilar que revela su ubicación. Cada vez me vuelvo más diestro en la formulación de hechizos, y Beatrice y yo hemos trabajado arduamente en este proyecto. Estas minas absorben maná, sin importar la cantidad, activándose y potenciando su ataque.
Un pilar de tal magnitud solo puede ser obra de un ser humano. No hay otra explicación.
Las minas han sido estratégicamente colocadas en todo el pueblo bajo el dominio de Roswaal, todo en previsión de este momento. Hace tiempo que identifiqué todos los lugares donde Petelgeuse ha dejado su huella en la novela, solo faltaba colocar las trampas.
—¡Es demasiado pronto! —exclama Rem, visiblemente preocupada.
Emilia parece estar temblando, pero no tengo tiempo para prestarle atención en este instante.
—¡Iré primero, Emilia! —le grito, logrando captar su mirada—. Tú sabes qué hacer.
Tomo la mano de Beatrice y nos lanzamos hacia la ventana, corriendo con ímpetu. Los cristales se rompen en mil pedazos mientras caemos desde el cuarto piso.
No hay tiempo que perder.
Beatrice comprende de inmediato mis intenciones.
—¡Murak! —exclama ella.
En un instante, nuestro peso se reduce drásticamente, gracias a su intervención mágica. Yo, por mi parte, utilizo la magia del viento para contrarrestar la fuerza de la gravedad y propulsarnos hacia arriba. Fijo la vista al frente y, en ese mismo instante, profiero un grito desafiante:
—¡Avancemos! —una poderosa ráfaga de viento emerge de mi espalda, impulsándonos con fervor hacia adelante.
A toda velocidad avanzo hacia el pueblo, con Beatrice entre mis brazos, rezando para que la situación no sea tan grave. Desde lo alto, observo cómo varios pilares de hielo emergen, indicando que la situación es mucho más seria de lo que esperaba. En verdad, no tengo idea de cuántos cultistas puedan estar involucrados.
«¿Y si la ballena también aparece?», pienso por un instante, pero rápidamente descarto esa posibilidad. Si eso sucede, no tendremos más opción que huir.
En cuestión de segundos, llego al pueblo y desde las alturas puedo ver el caos que se ha desatado. Apenas ha pasado una hora desde la llegada de la chica y todo esto ya está sucediendo. Las personas comienzan a evacuar según se les ha enseñado, todos corren hacia la escuela, pero el ejército, siendo tan reducido, no puede proteger a todos. Los cultistas se dirigen específicamente hacia el flanco donde se encuentran los pilares, en la dirección de aquella cueva.
Los soldados intentan organizarse, pero la evacuación dificulta sus esfuerzos.
¡Bang! ¡Bang! Los disparos retumban en el ambiente, mientras me pregunto qué hacer.
Oleadas de personas corren desesperadas hacia la escuela. Los soldados luchan con todas sus fuerzas, respaldados por varios magos de tierra que, aunque no son soldados, crean coberturas para ayudar en la construcción de barricadas.
Los cultistas tienen que atravesar un camino llano de treinta metros de radio, lo que los convierte en un blanco fácil. Los soldados se agrupan y continúan disparando sin cesar. Estimo que les llevará más de diez minutos evacuar a la gente, especialmente a los niños, por lo que debo estar atento, observando desde arriba para asegurarme de que nadie resulte herido.
—Este hechizo consume mucho maná. Si te quedas protegiendo a todos, no tendrás suficiente para defenderte —se queja Beatrice.
No respondo a sus palabras. Sé que necesitaré maná para luchar, y esta vez la ayuda que tengo no es suficiente. Emilia debe ocuparse de curar a los heridos y ser la última línea de defensa para todos. No podemos pedir ayuda a nadie, Roswaal no está disponible y debido a nuestro contrato, Beatrice no puede atacar
Chasqueo los labios, lamentando mi error estúpido. Al hacer un contrato con un espíritu, es importante tener en cuenta que cuanto más restrictivas sean las condiciones, más poderoso será el vínculo con el espíritu. Eso significa que tanto yo como el espíritu impondremos las condiciones, pero lo que no sabía es que depende de lo que esté pensando en ese momento.
Probablemente, debido al alcohol, no pensé las cosas adecuadamente y me dejé llevar por el sentimentalismo al proclamar desde lo más profundo de mi corazón que no utilizaría a Beatrice para atacar. El contrato se formó con esa primera condición, aunque aclara que Beatrice puede defenderse si su vida está en peligro.
Entonces, mientras veo a las personas evacuar, busco una forma de sortear las reglas del contrato. No puedo hacer que Beatrice tenga intenciones de atacar si ella no suscita la defensa, es decir, Beatrice solo puede defenderse a sí misma y a otras personas.
Yo puedo usar sus habilidades para atacar, pero deben ser utilizadas por mí, lo que significa que puedo utilizar la magia yin, pero primero debo comprender cómo usarla, apenas conozco dos hechizos. Los usuarios espirituales no necesitan entender la magia, ya que es el propio espíritu quien procesa el hechizo, pero eso cuenta como un ataque por parte de Beatrice. Los efectos de los hechizos disminuyen a medida que nos alejamos, por lo que cuanto más me aleje de ella, menos magia de su clase podré utilizar.
Beatrice solo puede obtener maná de mi puerta, lo que significa que, aunque ella lo absorba, debo estar cerca de ella para poder almacenarlo. Por lo tanto, utilizarla para curar debe reservarse para heridas que Emilia no pueda atender. No contamos con magos sanadores, ya que ninguno quiso venir a trabajar con nosotros. Lo mejor que puedo hacer es asignar a Beatrice la tarea de curar a los heridos, para así reducir el número de muertos.
Además, ella también puede defenderse, por lo que no habrá ningún problema.
Aunque no comprendo la magia yin, gracias a que Beatrice puede usar magia de agua, tengo más posibilidades. Desde las residencias, observo cómo una mujer con un bebé entre sus brazos corre desesperadamente hacia la escuela, pero los cultistas parecen estar infiltrándose en otras direcciones. Un cultista cae del techo y se posiciona frente a ella.
—¡Mierda! —exclamo, mirando con rabia la situación.
Con un impulso, me dirijo a toda velocidad hacia ellos. La mujer comienza a correr en dirección opuesta, pero el cultista lanza un cuchillo que se clava en su espalda. A pesar de eso, la mujer no deja de correr, por lo que el cultista la persigue. Los desgarradores gritos de ayuda de la mujer reflejan su desesperación justo cuando otro cultista se coloca frente a ella. Preparo mi arma, apunto al pecho del cultista y acciono el gatillo.
¡BANG!
La bala corta el aire con una velocidad frenética, dejando tras de sí un rastro de energía ardiente. Su trayectoria implacable termina al atravesar el pecho del cultista, quien cae instantáneamente mientras su mascara se cae, sus ojos reflejando sorpresa y dolor. Sin embargo, el cultista que la perseguía no se detiene, impulsado por una determinación salvaje, se abalanza hacia su presa con otro cuchillo en mano.
¡Bang!
El estruendo ensordecedor del disparo rompe el silencio, y la bala encuentra su objetivo letalmente en la cabeza del cultista, quien se desploma al suelo, incapaz de cumplir su siniestro propósito. La valiente madre, a pesar de tener el cuchillo clavado en su espalda, aferra a su hijo con todas sus fuerzas, su rostro muestra una mezcla de dolor y determinación.
Me arrodillo junto a ella, a su lado, ella levanta la cabeza para encontrarse con mis ojos.
—Todo estará bien, permítame ayudarle —afirmo, tomando la daga incrustada en su espalda y ofreciendo mi brazo para que lo muerda—. Cuando sienta el dolor, muerda con todas sus fuerzas.
La mujer asiente, sin más opción que confiar en mí. Necesito que libere todo el dolor para evitar que se desmaye. Con un movimiento rápido, retiro el mango de la daga mientras ella me muerde, sus gritos de dolor se entrelazan con el llanto de su bebé.
—Beatrice, cúrala —ordeno.
Beatrice se apresura a curar sus heridas, y la mujer se calma, aflojando su mordida. Una vez que ha sido sanada, ella libera mi brazo, y la tomo en mis brazos, comenzando a correr hacia la escuela.
—¿Eres la última? —pregunto, tratando de entender la situación en medio de la urgencia.
—¡Sí! Mi esposo está luchando, así que tuve que venir de la fábrica por mi hijo —responde la señora con un tono temeroso—. No sé dónde está la niñera, pero había rastros de sangre en el suelo —agrega, con una voz temblorosa.
Ella parece ser la última persona de la zona residencial. Sin embargo, el escuadrón encargado de la seguridad debe estar llegando en este instante para verificar la situación. Mientras corro, no diviso a más cultistas, lo que me lleva a suponer que esos dos eran los únicos en esta área.
Finalmente, llegamos a la escuela, donde un escuadrón se encuentra resguardando a todas las personas. Por suerte, el culto aún no ha llegado. La tensión en el ambiente es palpable, y a diferencia del ataque de las mabestias, esta vez estamos tomando medidas activas.
Sin embargo, eso no significa que la situación sea menos precaria. Dejo a la señora, quien me agradece tomando mi mano, sin percatarse de que estoy sangrando, probablemente debido a su mordida. Ella intenta decir algo, pero la apresuro para que ingrese directamente a la escuela.
Acto seguido, me dirijo hacia un soldado que forma parte del escuadrón de defensa de la medida T01, ordenada por Alsten.
—Soldado, ¿dónde se encuentra el capitán Lucas? —pregunto, mientras el soldado hace un saludo militar.
—¡Mi general! El capitán Lucas se encuentra en la parte trasera de la escuela, cerrando las entradas y colocando las protecciones acordadas.
En coordinación con el plan establecido, hemos colocado minas de menor potencia estratégicamente en los posibles puntos de entrada. Estas trampas están diseñadas para desactivar y detener a los atacantes sin causar un daño letal. La seguridad de las personas es nuestra prioridad absoluta.
En ese preciso momento, el capitán Lucas hace su aparición. Lucas es un hombre que ha demostrado su valía en combate, su historia personal lo impulsó a dejar su trabajo como leñador y unirse al ejército. La desgarradora experiencia del secuestro de su hija durante la lucha contra las mabestias despertó en él una determinación inquebrantable.
Lucas es el padre de Petra, es un hombre valiente, aprovechando su propia impotencia, encontró la motivación para tomar medidas y contribuir en la batalla. Su ejemplo ha dejado una huella en muchos de nosotros.
Al verme, Lucas realiza un saludo militar con solemnidad y respeto.
—¡General Marco! La instalación de las trampas está completa —informa Lucas con una mirada seria, evidenciando su compromiso con la misión y la protección de todos los presentes.
Lucas saca un cargador de su bolsillo, revelando que es lo que había solicitado al mago Yang que entrena a Petra. Su rostro se ilumina de emoción al entregar el cargador.
—¡El cargador está listo! —exclama Lucas, entregándomelo con orgullo.
Beatrice examina el cargador, evaluando su calidad y confirmando su eficacia. Aunque ella no es compatible con la magia Yang, hemos descubierto la posibilidad de imbuir objetos con esta magia gracias a Roswaal, un mago con amplios conocimientos en el tema. Roswaal nos ha presentado a un experto capaz de realizar esta tarea con maestría, y hemos contratado sus servicios ofreciéndole un generoso salario. Además, le hemos propuesto que se convierta en el maestro de Petra, lo cual ha aceptado bajo la condición de excluir a Petra de las batallas hasta que esté completamente preparada.
Una de las características destacadas de la magia Yang es su capacidad para contrarrestar el miasma de manera más efectiva que cualquier otra forma de magia. Los magos con afinidad Yang son menos afectados por la corrupción mental del miasma, lo que los hace más resistentes en comparación con otros magos.
Motivado por esta información, decido imbuir las balas con magia Yang para poder enfrentar al culto. Sin embargo, la producción de estas balas es extremadamente costosa y complicada. Requiere una cantidad astronómica de maná y la habilidad de un especialista para llevarlo a cabo. Solo dispongo de cinco balas, pero espero que sean suficientes para debilitar el alma de Petelgeuse.
Tomando la mano de Beatrice, me elevo en el aire para poder dar un discurso y elevar la moral de todos. Desde esa posición, puedo ver que Emilia y Rem han llegado, lo que significa que es hora de actuar. Aunque el sonido no puede amplificarse con el viento, este ayuda a propagarlo.
Imbuyo maná en mis cuerdas vocales, concentrándome en lo que voy a decir.
—¡Soldados! —exclamo con una voz potente que resuena en los oídos de todos, incluidos los enemigos—. Hemos sido atacados de manera vil y deshonesta, y ahora nos enfrentamos a una situación apretada.
Los soldados no levantan la mirada, siguen disparando ante la inminente oleada de cultistas, retrocediendo debido a su abrumadora cantidad.
—¡No teman! ¡Es hora de mostrar nuestra fuerza! Estos no son humanos, son monstruos con los que hemos entrenado incansablemente —hago una pausa mientras lanzo múltiples bolas de fuego hacia los cultistas, creando explosiones que acaban con varios de ellos—. ¡Son débiles! ¡Nosotros somos más fuertes! ¡Por nuestras familias! ¡Por Irlam!
—¡Por Irlam! —resuena en todo el pueblo. Los soldados demuestran su valía mientras disparan a los cultistas.
Los fuertes gritos de los soldados llenan el ambiente, su emoción es palpable mientras utilizan todos los recursos a su disposición. Además, hacen su aparición los nuevos prototipos: el escuadrón de artilleros.
Cuatro cañones aparecen, diseñados y creados especialmente para ataques en masa. Es el momento de demostrar que no hemos perdido el tiempo.
Bajo junto a Beatrice, quien parece estar en desacuerdo con quedarse atrás. Lamentablemente, hay muchos heridos, y varias personas han sufrido heridas graves. Emilia es la única capaz de curar, pero si lo hace sola, no podrá atender a todos. Rem se unirá a mí en la lucha, ya que necesito a alguien que me apoye en lo que venga. Beatrice no puede luchar, por lo que es mejor que se quede para curar y proteger a los heridos.
Emilia comienza inmediatamente a curar a los heridos. Más de quince personas yacen heridas mientras los soldados siguen defendiendo. Cualquier soldado herido es atendido y enviado de vuelta al combate de inmediato, no hay tiempo que perder.
Beatrice me mira mientras me preparo para partir. Ella me entrega un cristal negro, que se convierte en mi as bajo la manga para esta batalla.
—Si mueres, no te lo perdonaré nunca, de hecho —declara Beatrice con una mirada apagada.
Tomo sus mejillas y le fuerzo una sonrisa. La miro a los ojos con determinación.
—No voy a morir sin antes decírtelo —aseguro, dándole la espalda a Beatrice y sin dirigirme a Emilia.
Puck aparece a mi lado, su mirada es compleja, pero parece dispuesto a ayudar de alguna manera. Me resulta extraño que no haya aparecido hasta este momento, ha estado actuando de manera extraña últimamente.
—Puck, necesito un favor tuyo —le digo a Puck, quien muestra curiosidad.
Troto mientras puck me acompaña, ambos nos dirigimos hacia la ubicación del escuadrón de artillería. Puck es una fuerza clave, sé que, si lo dejo luchando contra un dedo enemigo, podrá vencerlo sin contratiempos. Aún faltan varias horas para el atardecer, pero también debo tener en cuenta la distancia que puede operar.
—Necesito que te quedes con Alsten, ya lo conoces. Necesito que le brindes apoyo en su lucha contra los dedos de Petelgeuse —le pido a Puck, quien parece estar reflexionando.
Él se siente en deuda conmigo por todo lo que he hecho por Emilia, por lo que, si me ayuda con esto, consideraremos que estamos a mano. En este momento, Alsten no es capaz de vencer a un dedo enemigo por sí solo. Lo único que lo fortalece es su bendición divina, pero no tiene los medios para derrotar a un dedo enemigo.
Si Emilia estuviera en la lucha, las cosas serían más sencillas, pero nuestra falta de sanadores nos limita en ese aspecto. Frederica se fue a rescatar a las personas que aún no han llegado junto al escuadrón de Lucas, por lo que solo quedamos Rem y yo como fuerzas externas.
—Lo entiendo, si solo se trata de masacrar a esas basuras, no será un problema —afirma Puck con una sonrisa.
Un dedo enemigo debería estar llegando en cualquier momento, por eso necesito reunirme con el escuadrón de artillería. Petelgeuse se vuelve más fuerte a medida que sus dedos mueren, por lo que la mejor manera de matarlo es hacerlo antes de que todos sus dedos estén muertos.
Pero primero debo encontrarlo a él, antes de que todos sus dedos sean derrotados.
Puck me mira por un momento antes de desaparecer, dejándome con estas palabras.
—Marco, Emilia ha crecido mucho, te agradezco todo lo que has hecho por ella. Te ayudaré en todo esta vez, seré un buen padre por primera vez —dice Puck con alegría.
Llego al lugar donde están instalando la artillería. Hay cuatro cañones, ya que el quinto está reservado para otra situación. El cañón que decidí construir está basado en un modelo utilizado en la Primera Guerra Mundial.
Los cañones medievales presentan muchos desafíos en cuanto a recarga y disparo, por lo que para esta situación sería más práctico usar morteros. Sin embargo, no pude encontrar la forma de integrar la pólvora negra en la explosión, por lo que no es viable hasta que mejoré la pólvora.
Utilicé un obús de 155 mm modelo 1917 Schneider, que fue un cañón de artillería utilizado durante la Primera y Segunda Guerra Mundial. Como todavía no tengo la capacidad de utilizar proyectiles como en ese entonces, lo modifiqué para utilizar bolas de hierro. La pólvora negra presenta muchas imperfecciones que no me permiten avanzar en ese aspecto.
El primero en saludarme es el capitán de artillería, una mujer valiente de cabello marrón que se inscribió en el ejército. Esta talentosa mujer demostró una habilidad excepcional con los proyectiles y domina fácilmente las ecuaciones de la parábola, lo que la convierte en una experta en lanzar los cañones y aprovechar su uso al máximo.
Sofia me saluda con un gesto militar y me pide órdenes.
—Dispara contra las multitudes, hemos entrenado lo suficiente para infundir terror en el enemigo —le digo.
Disparar contra un enemigo en particular es complicado, por lo que utilizar los cañones contra los dedos de Petelgeuse será imposible. Por lo tanto, necesito que causen la mayor cantidad de bajas posible. Todos se preparan, están a punto de disparar cuando de repente varios árboles son lanzados hacia nosotros.
—¡Goa! —exclamo mientras creo una bola de fuego que explota uno de los árboles. Este estalla por la fuerza del impacto, mientras que los demás se estrellan violentamente contra el suelo, levantando polvo y escombros.
Casi como si fuera una pesadilla, cinco cultistas se levantan en el aire, flotando como si estuvieran levitando. Para mí, es evidente que la situación se ha salido de control.
—¡VAAAAYA! —resuena en los oídos de todos el grito de varios monstruos que están más allá de nuestra comprensión.
Los cultistas comienzan a reír, mientras que los soldados se quedan mirando cómo la situación se escapa de su control. Una fuerte resistencia acaba de ser destruida por monstruos que superan por mucho su poder.
—¡Lastima! ¡Lastima! ¡Laastima! —uno de ellos avanza, y por primera vez, puedo percibir la autoridad de Petelgeuse.
Más que manos, es como si tuviera varios brazos extendiéndose desde su ser. Estos brazos tienen un color que absorbe la luz, y están envueltos en una ligera neblina violeta que crea un aura que solo vería en mis peores pesadillas.
La escena se desarrolla con todos mirando aterrados, sin poder hacer nada ante la situación crítica. Debemos luchar contra cinco de los dedos de Petelgeuse, sabiendo que el original se va fortaleciendo a medida que los dedos mueren. No podemos perder más tiempo. Es hora de poner en práctica el plan que he trazado.
—¡Disparen los cañones! —ordeno, tratando de infundir razón en todos.
¡BOOM!
Los cañones retumban con estruendo ensordecedor, y las bolas de hierro se lanzan a toda velocidad, embistiendo el suelo y los cultistas que se acercan. Ahora es el momento de luchar, ya que estas personas son mucho más débiles que Betelgeuse. Es hora de masacrarlos.
Aunque sé que esto hace más fuerte a Betelgeuse, no puedo permitir que maten a todos en el pueblo
—¡Sigan disparando! —grito, tratando de incitar a todos a actuar.
Ahora no es momento de dudar. Al menos debo intentar algo. Aunque aún no lo domino por completo, sé que puedo hacer cosas que antes no podía. En frente de mi hay una planicie que va a lo largo hasta llegar al bosque, tengo que atravesar todos los cultistas y llegar hasta el dedo.
—¡MURAK! —grito, y luego utilizo magia de viento para impulsarme hacia el primer dedo.
Avanzo a gran velocidad. Lo que hace el hechizo no es reducir mi masa, sino disminuir el efecto de la gravedad sobre mí. Si reduzco la aceleración gravitacional, podré moverme más rápido. Sin embargo, debo tener cuidado de no disminuirla demasiado, ya que me lanzaría hacia atrás con el retroceso del arma.
Sin volar, cada paso que doy, lo impulso con magia de viento. Esquivo a los cultistas que se abalanzan sobre mí mientras me acerco a los dedos. Hay algo que aprendí de Emilia, si infundo maná en mi cuerpo, aumentará mis cualidades físicas gradualmente. Aún puedo mejorar más y ser fuerte.
A una altura de casi seis metros, el dedo que tengo frente a mí nota mi presencia y se quita la máscara, revelando a una mujer con la mitad del cabello quemado y la mitad de su rostro desfigurado. Sus ojos parecen querer salir de sus órbitas mientras me mira con enojo.
—¡Traidor! ¡Traidor! —exclama aquel monstruo frente a mí.
Ignoro sus palabras y sigo avanzando. Ella despliega dos brazos adicionales desde su espalda y los lanza contra mí. Gracias a la magia de viento, es como si yo estuviese patinando sobre la tierra. Con breves impulsos, cambio de dirección rápidamente, haciendo que los brazos choquen con el suelo. Tierra se alza por el aire, mientras que inmediatamente dirige su autoridad hacía mí.
En ese mismo instante salto, sin embargo, mi avance es detenido por el agarre de uno de los brazos. Este me agarra de la pierna y arrogantemente me acerca a su cuerpo.
—¡Traidor! ¡Traidor! —no deja de repetir aquel monstruo mientras me mira con desdén.
Sostengo firmemente mi rifle, aguardando pacientemente por la oportunidad de tener al dedo de Petelgeuse justo frente a mí. Boca abajo, me quedo esperando, listo para disparar. Observo detenidamente al dedo, su rostro marcado por laceraciones y golpes, mientras sigue balbuceando palabras de traición.
Sin dejar escapar la oportunidad, apunto mi arma directamente al dedo mientras este comienza a reír de forma desquiciada.
—¿Qué harás con un simple palo? ¡Traidor! —exclama, riendo con un desprecio enfermizo
Con determinación y sin titubear, presiono el gatillo. Un estruendo seco retumba en el aire, seguido de la cabeza de la mujer explotando violentamente por el impacto de la bala. En ese mismo instante, la mano que me sostenía desaparece, y los demás dedos me miran con furia mientras se preparan para atacarme.
Caigo en picado hacia el suelo, pero no tengo más opción que recurrir a mi maná para evitar un destino fatal. Concentro mis fuerzas y disminuyo la gravedad en la medida de lo posible, sintiendo una presión intensa en mi interior. Mientras desciendo, dos brazos se abalanzan hacia mí, tratando de aferrarse y detener mi avance.
—¡Murak! —grito, liberando una onda de choque con un potente impulso mágico que me hace volar en dirección al bosque, alejándome de los dedos y su mortal alcance.
Dos de los dedos comienzan a atacarme en el aire, pero en un golpe de suerte, múltiples estacas de hielo emergen repentinamente, embistiendo a los dedos y perforándolos sin piedad. Los intentos de defensa de los dedos son en vano, ya que la cantidad de estacas es tan abrumadora que los atraviesan, causando su destrucción inminente.
En medio del frenesí de la batalla, Puck, me mira con una sonrisa juguetona. Aunque aún no domino por completo las magias de Beatrice y solo he tocado la superficie de sus vastos poderes, combinar hechizos consume una gran cantidad de mi mente y energía. Aun así, siento una confianza creciente en mi capacidad para enfrentar cualquier desafío.
Dirijo mi mirada hacia la gente que se refugia aterrorizada ante los ataques de los dedos. Aunque el miedo los embarga, es momento de continuar luchando. Imbuyo mi voz con maná y, con todas mis fuerzas, grito una orden que resuena en el campo de batalla.
—¡Luchen! —grito con vehemencia, dejando que mi determinación resuene en el aire, inyectando valor en los corazones de todos los presentes.
