Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 5

La muerte le devolvía la mirada. La real, no la visión limpia e idealizada que se tiene; la piel violácea y con cicatrices de un cadáver y la marca de un cinturón demasiado apretado que llevaba en el momento de fallecer, inquietante y blanquecina de por vida. Era casi gracioso, en cierto modo, pensó Bella mientras deslizaba hacia abajo la página en su portátil. Si pensabas en ello durante mucho tiempo, podías volverte loco. Todos terminaremos así en algún momento, como estas imágenes post mortem en una web mal maquetada sobre la descomposición de los cuerpos y la hora de la muerte.

Tenía el brazo apoyado en el cuaderno, que iba llenando con sus garabatos. Un subrayado por aquí, partes destacadas por allá. Y entonces añadió otra frase debajo, levantando la mirada a la pantalla mientras escribía: «Si el cuerpo está caliente y rígido, la muerte tuvo lugar entre tres y ocho horas antes».

—¿Eso son cadáveres?

La voz atravesó las almohadillas de sus auriculares con cancelación de ruido: no había escuchado a nadie entrar. Bella se estremeció y le dio un vuelco el corazón. Se bajó los auriculares al cuello y el sonido volvió a aparecer de pronto. Escuchó un suspiro familiar detrás de ella. Esos cascos lo bloqueaban prácticamente todo, por eso Jake siempre se los quitaba para jugar al FIFA, para poder «cancelar el ruido de mamá». Bella se inclinó para cambiar de pestaña en el navegador, pero ninguna de las que tenía abiertas era mejor.

—¿Bella? —La voz de su madre se tensó.

Ella giró la silla, entornando demasiado los ojos para esconder la culpa.

Su madre estaba de pie, a su espalda, con una mano sobre la cadera. Tenía el pelo rubio descontrolado, con mechones envueltos en papel de aluminio, como una Medusa metálica. Era día de mechas. Eran mucho más frecuentes ahora que las raíces empezaban a aparecer grises. Todavía llevaba puestos los guantes de látex con manchas de tinte en los dedos.

—¿Y bien? —insistió.

—Sí, son cadáveres —admitió Bella.

—¿Y se puede saber, querida hija, por qué estás mirando fotos de cadáveres a las ocho de la mañana de un viernes?

¿En serio eran las ocho de la mañana? Bella llevaba despierta desde las cinco.

—Me dijiste que me buscara una afición. —Se encogió de hombros.

—Bella —soltó tajante, aunque la ligera torcedura de su boca dejaba ver una chispa de diversión.

—Es para el nuevo caso —admitió ella, volviendo a girarse hacia la pantalla—. Ya sabes, el de la mujer anónima a la que encontraron hace nueve años a las afueras de Cambridge. Voy a investigarlo para el podcast cuando vaya a la universidad. Intentaré averiguar quién era y destapar a su asesino. Ya he programado algunas entrevistas para los próximos meses. Es una investigación relevante, lo prometo —dijo levantando las manos.

—¿Otra temporada del podcast?

La madre de Bella arqueó una ceja, preocupada. ¿Cómo era posible que un gesto tan pequeño dijera tantas cosas? De algún modo había conseguido meter cuatro meses de preocupación e incomodidad en esa fina línea de pelo.

—Bueno, de alguna forma tendré que financiar el estilo de vida al que me he acostumbrado. Ya sabes, los caros juicios por difamación, honorarios de abogados… —ironizó Bella. «Y benzodiacepinas ilegales y sin receta», pensó. Pero esos no eran los motivos reales. Ni mucho menos.

—Muy graciosa. —Su madre relajó la ceja—. Pero… ten cuidado. Tómate un descanso cuando lo necesites, y ya sabes que siempre estoy aquí para hablar si… —Se acercó para apoyar la mano en el hombro de su hija, olvidándose de los guantes llenos de tinte hasta el último segundo. Se quedó quieta, con la mano planeando a un centímetro de Bella. Esta, de algún modo, podía sentir el calor de la mano de su madre. Era agradable, como un pequeño escudo sobre su piel.

—Sí. —Fue lo único que se le ocurrió decir.

—Y vamos a intentar mantener al mínimo las imágenes gráficas de cuerpos sin vida, ¿vale? —Señaló la pantalla con la cabeza—. Hay un niño de diez años en casa.

—Ay, lo siento —se disculpó Bella—. Había olvidado la nueva habilidad adquirida de Jake de ver a través de las paredes. Culpa mía.

—Lo digo en serio. Está por todas partes —insistió su madre, bajando la voz hasta que no fue más que un susurro, mirando hacia atrás—. No sé cómo lo hace. Ayer me escuchó decir «joder», pero juraría que estaba en el otro extremo de la casa. ¿Por qué está morado?

—¿Qué? —preguntó Bella confusa hasta que siguió la mirada de su madre hacia la pantalla del ordenador—. Ah. Se llama lividez. Es lo que le pasa a la sangre cuando te mueres. Se acumula en… ¿De verdad lo quieres saber?

—Pues no, cariño. Estaba fingiendo interés.

—Ya me parecía.

Su madre fue hacia la puerta, con el papel de aluminio de la cabeza haciendo ruido mientras andaba. Se quedó parada en el umbral.

—Jake va hoy andando al colegio. Ant y su madre llegarán enseguida a recogerlo. ¿Qué te parece si, cuando se vaya, preparo un buen desayuno para las dos? —Sonrió esperanzada—. Tortitas, o algo así.

Bella sintió la boca seca y la lengua como un cuerpo extraño que crecía cada vez más y se le pegaba al cielo de la boca. Antes le encantaban sus tortitas: gruesas y con tanto sirope que casi se te pegaban los labios. Ahora mismo, solo pensar en ellas le daba náuseas, pero consiguió poner una sonrisa como la de su madre.

—Estaría muy bien. Gracias, mamá.

—Perfecto. —Los ojos de la mujer se arrugaron y brillaron cuando la sonrisa los alcanzó. Una sonrisa demasiado grande.

La culpa le revolvió el estómago. Su familia estaba en una pantomima forzada, esforzándose el doble con ella porque ella apenas podía intentarlo.

—Estará listo en una hora, más o menos. —La madre de Bella se señaló el pelo—. Y no esperes encontrarte a tu madre demacrada en el desayuno, porque verás a toda una rubia explosiva.

—Estoy ansiosa —dijo Bella, haciendo un esfuerzo—. Espero que el café de la explosiva sea un poco menos flojucho que el de la demacrada.

Su madre puso los ojos en blanco y salió de la habitación, rajando entre dientes de Bella y de su padre y de su café intenso que en realidad sabe a mier…

—¡Lo he oído! —La voz de Jake resonó por toda la casa.

Bella resopló mientras acariciaba la almohadilla de los auriculares, que aún llevaba colgados del cuello. Subió un dedo por el suave plástico de la diadema hasta la parte en la que cambiaba la textura: una pegatina rugosa que envolvía todo el ancho. Era de Asesinato para principiantes, con el logo del podcast. Edward las encargó para regalárselas cuando publicó el último episodio de la segunda temporada, el más complicado de grabar hasta la fecha. La historia de lo que ocurrió en aquella vieja granja abandonada, ahora quemada hasta los cimientos, el sendero de sangre en la hierba que habían tenido que limpiar con la manguera.

«Qué triste», decían los comentarios.

«No sé por qué está tan afectada, lo estaba pidiendo a gritos», opinaban otros.

Bella había contado la historia, pero nunca reveló lo más importante de todo: que la había dejado rota.

Se volvió a colocar los auriculares sobre las orejas y bloqueó el mundo.

No escuchaba nada, solamente el zumbido del interior de su cabeza. Cerró los ojos y fingió que no había pasado, ni futuro. Solo esto: ausencia. Era un consuelo, flotar libre y sin ataduras, pero su cabeza nunca pasaba demasiado tiempo en silencio.

Y los auriculares tampoco. Escuchó un pitido muy agudo. Le dio la vuelta al teléfono para comprobar la notificación. Era un email del formulario de su página web. Otra vez ese mensaje: «¿Quién te buscará cuando seas tú la que desaparezca?», de anónimo987654321.

Otra dirección de correo diferente, pero exactamente el mismo texto. Bella los recibía de forma esporádica desde hacía meses, junto con otros coloridos mensajes de los trols. Al menos este era más poético y reflexivo que las amenazas directas de violación.

«¿Quién te buscará cuando seas tú la que desaparezca?».

Bella se quedó quieta, mirando fijamente la pregunta. En todo ese tiempo, nunca se había planteado contestarla.

¿Quién la buscaría? Le gustaría pensar que Edward. Sus padres. Tori y Daphne. Harry y Jamie. Rose. ¿El inspector Hawkins?

Era su trabajo, al fin y al cabo. A lo mejor ellos. O quizá nadie.

«Para», se dijo, bloqueando el paso hacia ese callejón oscuro y peligroso. ¿Igual otra pastilla la ayudaba? Miró el segundo cajón por abajo, donde escondía el alijo, junto a los teléfonos de prepago, bajo el falso fondo. Pero no, ya se notaba un poco cansada, temblorosa. Y eran para dormir. Solo para dormir.

Además, tenía un plan. Bella Swan-Black siempre tenía un plan, ya fuera recomponerse apresuradamente o hacerlo de forma lenta y agonizante, como había sucedido últimamente.

Esta persona, esta versión de quien había sido, era solo temporal.

Porque tenía un plan para recomponerse. Para recuperar su vida normal. Y estaba trabajando en ello.

La primera tarea dolorosa que tuvo que hacer fue mirar en su interior, encontrar las líneas defectuosas y la causa, el porqué. Y, cuando lo averiguó, se dio cuenta de lo evidente que había sido todo, desde el principio. Se trataba de lo que había hecho ese último año. Eso era.

Los dos casos relacionados que se habían convertido en su vida, en su significado. Y ninguno de los dos había salido como a ella le habría gustado. Ambos mal. Retorcidos. No fueron limpios, ni claros. Había habido demasiadas zonas grises, demasiada ambigüedad, y habían perdido absolutamente todo el sentido.

Elliot Greengrass pasaría en prisión el resto de su vida, pero ¿de verdad era un hombre malo? ¿Un monstruo? Bella no lo creía. Él no era el peligro. Hizo algo terrible, varias cosas horripilantes, pero lo creyó cuando dijo que muchas las hizo por amor a sus hijas. No todo estuvo mal y, por supuesto, tampoco bien, simplemente… ocurrió. Ahora flotaba sin control en mitad de la nada.

¿Y Mike Newton? Bella no veía ninguna zona gris: él era blanco y negro, claro como el agua. Él sí suponía un peligro, que se había hecho más grande que las sombras y que se había acomodado tras una sonrisa cara y encantadora. Bella se agarraba a esto como si se fuera a caer del mundo si se soltaba. Pero no tenía sentido, porque Mike había ganado; nunca vería una celda por dentro. Los tonos blanco y negro se difuminaron de nuevo en gris.

A Tatum Prescott todavía le quedaban catorce meses de condena. Bella le escribió una carta después del juicio de Mike y, en su respuesta, Tatum le preguntó si quería ir a visitarla. Y la respuesta fue afirmativa. Ya había ido tres veces, y hablaban por teléfono todos los jueves a las cuatro de la tarde.

Ayer se pasaron los veinte minutos charlando sobre queso. Tatum parecía estar bien, puede que incluso casi feliz, pero ¿se lo merecía? ¿Tenía que estar encerrada, apartada del resto del mundo? No. Ella era una buena persona a la que lanzaron al fuego, a la peor de las circunstancias.

Probablemente cualquiera habría hecho lo que hizo ella si se ejerce presión en el lugar correcto, en el talón de Aquiles particular de cada uno. Y si Bella era capaz de ver eso, después de lo que ella y Tatum habían pasado, ¿por qué nadie más podía?

Y luego, por supuesto, llegó el nudo más grande en su pecho: Stanley Forbes y James Green. Bella no podía pensar en ellos demasiado tiempo o se desmoronaba, se partía en pedazos. ¿Cómo era posible que ambas posturas estuvieran mal y bien al mismo tiempo? Una contradicción imposible que nunca resolvería. Era su perdición, su error fatal, la colina en la que moriría y se desintegraría.

Si esa era la causa —las ambigüedades, las contradicciones, las zonas grises que se expandían y se tragaban cualquier resquicio de sentido—, ¿qué podía hacer Bella para rectificarlo? ¿Cómo sería capaz de curarse de los efectos secundarios?

Solo había una forma, y era simple hasta la exasperación: necesitaba un nuevo caso. Y no uno cualquiera: un caso construido únicamente desde el blanco y negro. Nada de grises, nada de giros retorcidos. Líneas directas e infranqueables entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto. Dos lados y un camino claro que los atraviese para que ella lo pueda recorrer. Con eso bastaría. Eso la recompondría, devolvería el orden a su vida. Salvaría su alma, si creyera en esas cosas. Aceptaría todo lo que pudiera hacer para volver a la normalidad. Porque aún era posible.

Solo tenía que encontrar el caso adecuado.

Y ahí estaba: una mujer anónima de entre veinte y veinticinco años a la que encontraron desnuda y mutilada a las afueras de Cambridge. Nadie la buscó cuando desapareció. Nunca la reclamaron, por lo que jamás desapareció. No podía estar más claro: esta mujer necesitaba que se hiciera justicia por las cosas que le sucedieron. Y el hombre que las hizo solo podía ser un monstruo. No había grises, ni contradicciones, ni confusión. Bella podría resolver este caso, salvar a Anónima. Pero lo más importante era que Anónima la salvaría a ella.

Un caso más bastaría para solucionarlo todo.

Solo uno más.