Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 23

Decapitada. La paloma muerta que sostiene en las manos no tiene cabeza. Pero es muy esponjosa, y los dedos de Bella se marcan en su cuerpo. Porque es el edredón retorcido en su puño, no un cadáver de pájaro, y Bella estaba despierta. En la cama.

Se había dormido. Se había dormido de verdad. Estaba muy oscuro y ella había estado durmiendo.

Entonces ¿por qué se había despertado? Le pasaba constantemente, conciliaba un sueño tan poco profundo que no paraba de entrar y salir. Pero esto era diferente. Algo la había sacado del sueño.

Un ruido.

Estaba allí en ese mismo instante.

¿Qué era?

Bella se sentó, dejando que el edredón resbalara por su cintura.

Un siseo, muy suave.

Se frotó los ojos.

Un traca-traca-traca, como un tren moviéndose despacio, meciéndola para que volviera a dormirse.

No, no era un tren.

Bella parpadeó otra vez. La habitación fue tomando forma con un brillo fantasmagórico. Salió de la cama, el aire frío le pinchaba los pies descalzos.

Había algo saliendo de la impresora inalámbrica de su escritorio. Las luces led del panel parpadeaban.

Traca-traca-traca.

Emergió un trozo de papel de la parte de abajo, con tinta negra fresca impresa.

Pero…

No podía ser. No había enviado nada a imprimir.

Su cabeza, desorientada por el sueño, era incapaz de comprender.

¿Seguía soñando?

No, el sueño era la paloma. Esto era real.

La impresora terminó y escupió un trozo de papel con un golpe final.

Bella dudó.

Algo la empujó hacia delante. Un fantasma en su espalda. Sid Prescott, quizá.

Se acercó a la impresora y se inclinó hacia delante, como si estuviera cogiéndole la mano a alguien. O alguien cogiera la suya.

La página se había impreso del revés; no podía leerlo desde allí.

La agarró entre los dedos y la hoja se movió como las alas de la paloma decapitada.

Le dio la vuelta y las palabras se enderezaron.

Y una parte de ella supo qué era antes de leerlo. Parte de ella lo supo.

«¿Quién te buscará cuando seas tú la que desaparezca?

P. D.: Este truco lo aprendí de ti. Temporada 1, episodio 5.

¿Preparada para mi próximo truco?».

La hoja estaba cubierta de sangre de Stanley, que no era real; salía de las manos de Bella, que no estaban allí. No, las manos sí estaban allí, pero el corazón le había desaparecido, se había tirado por la escalera de su columna vertebral y se coagulaba en el ácido de sus tripas.

Nononononononononononononono.

¿Cómo era posible?

Bella se dio la vuelta con los ojos muy abiertos, la respiración acelerada, aspirando cada sombra. Cada una de ellas era el Asesino de la Cinta antes de dejar de serlo. Estaba sola. Él no estaba allí. Pero ¿cómo…?

Miró frenéticamente la impresora. Era inalámbrica. Cualquier persona dentro del perímetro podría enviar algo.

Lo que significaba que tenía que estar cerca.

El Asesino de la Cinta.

Estaba allí.

¿Fuera o dentro de la casa?

Bella miró la hoja sobre su mano. «¿Preparada para mi próximo truco?». ¿Qué quería decir con eso? ¿Cuál era el truco? ¿Hacerla desaparecer?

Debería mirar por la ventana. Puede que él estuviese allí, en la entrada.

El Asesino de la Cinta, de pie en el centro de un círculo de palomas muertas y figuras hechas con tiza.

Bella se giró y…

Un grito metálico llenó la habitación.

Fuerte.

Increíblemente fuerte.

Bella se apretó los oídos con las manos y tiró la hoja al suelo.

No, no era un grito. Guitarras, chirriando y llorando, arriba y abajo, demasiado rápido mientras una batería martilleaba al mismo ritmo,

introduciendo el pulso por el suelo hasta sus talones.

Y luego venían los gritos. Voces. Profundas y demoniacas, ladrando tras ella en con una tensión inhumana.

Bella gritó, pero no se oía. Estaba segura de que estaba ahí, pero su voz estaba perdida. Enterrada.

Se giró hacia donde el alarido era más fuerte, escuchando a través de sus manos. Era su escritorio. Esta vez el otro lado.

Unas luces led parpadeaban.

Sus altavoces.

Los altavoces Bluetooth a todo volumen, retumbando con death metal en mitad de la noche.

Bella gritó, abalanzándose hacia el sonido, tropezando con sus propios pies hasta que cayó al suelo de rodillas.

Tenía que destaparse una oreja. Sentía el sonido como algo físico que le taladraba el cerebro. Alcanzó la regleta de cuatro enchufes bajo su escritorio. Agarró el cable. Tiró de él.

Silencio.

Pero no del todo.

Un zumbido igual de fuerte seguía sonando en sus oídos.

Y un grito en la puerta abierta.

—¡Bella!

Volvió a chillar y se apoyó en el escritorio.

Había una figura en el umbral. Demasiado grande. Con demasiadas extremidades.

—¿Bella? —repitió el Asesino de la Cinta con la voz de su padre, y entonces un brillo amarillento iluminó la habitación cuando encendió la luz.

Eran su madre y su padre, de pie, en pijama, en el umbral de su puerta.

—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó él con los ojos muy abiertos.

No solo estaba enfadado. También aterrorizado. ¿Lo había visto alguna vez tan asustado?

—Charlie —lo calmó su madre con una voz más suave—. ¿Qué ha pasado? —Usó un tono más firme para Bella.

Otro sonido se unió al pequeño fantasma en los oídos de Bella, un pequeño gemido al otro lado del pasillo que se convirtió en sollozos.

—Jake, cariño. —La madre de Bella abrió los brazos y lo envolvió en cuanto apareció también en la puerta. El pecho se le estremecía—. No pasa nada, cariño. Ya sé que te has asustado mucho. Ha sido solo un ruido muy fuerte.

—P-p-pen-pensaba que e-era un h-ho-hombre malo —dijo, perdiendo el control entre lágrimas.

—¿Qué coñ…, qué demonios ha sido eso? —le preguntó su padre—. Habrás despertado a todo el vecindario.

—No lo… —Pero su mente no estaba concentrada en formar palabras.

Saltaba de «vecindario» a «fuera» a «dentro del perímetro». El Asesino de la Cinta había activado sus altavoces a través del Bluetooth. Tenía que estar justo al otro lado de la ventana, en la entrada.

Bella se puso de pie dando tumbos, se tiró encima de la cama y abrió las cortinas.

La luna colgaba baja en el cielo. Su luz le daba un espeluznante brillo plateado a los árboles, a los coches, al hombre que salía corriendo de la entrada de su casa.

Bella se quedó paralizada, medio segundo de más, y la silueta desapareció.

El Asesino de la Cinta.

Ropa oscura y una cara de tela oscura.

Llevaba una máscara.

De pie justo delante de su ventana.

«Dentro del perímetro».

Bella tenía que irse, debía salir tras él. Ella era más rápida. Había aprendido a huir de todo tipo de monstruos.

—¡Bella!

Se dio la vuelta. No podría pasar al lado de sus padres. Estaban bloqueando el camino y ya era demasiado tarde.

—Danos una explicación —exigió su madre.

—Y-y… —Bella tartamudeó. «Ah, nada, solo era el hombre que va a matarme, no hay de qué preocuparse»—. No sé mucho más que ustedes —mintió—. A mí también me han despertado los altavoces. No sé qué ha pasado. Se debe de haber conectado el teléfono y era un anuncio de YouTube o algo. No lo sé. No he sido yo. —Bella no sabía cómo había conseguido decir tantas palabras sin respirar—. Lo siento. Los he desenchufado. Estarán defectuosos. No volverá a ocurrir.

Hicieron más preguntas. Más y más, y ella no sabía qué responder. Sería su culpa si los vecinos se quejaban, le dijeron, y si Jake estaba de mal humor al día siguiente.

De acuerdo, lo aceptaba.

Bella volvió a acostarse y su padre apagó la luz con un «Te quiero» cansado. Sus oídos chamuscados escucharon cómo intentaban convencer a Jake para que volviera a meterse en la cama. Pero no se iba a ir. Dormiría con ellos.

Bella, en cambio…, no iba a pegar ojo.

El Asesino de la Cinta había estado allí. En su casa. Luego había desaparecido en la oscuridad. Y ella… era su número seis.