Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 24

El grito seguía allí dentro, inhumano y enfadado, atrapado en los huesos de Bella. El traca-traca-traca de la impresora fantasma resonaba en sus oídos.

Ambos peleaban contra la pistola en su corazón. Ni siquiera salir a correr los apartaría o la distraería. Una carrera tan intensa que pensaba que se iba a partir por la mitad y toda la violencia y la oscuridad que llevaba dentro se derramaría sobre la acera. Miraba hacia atrás en busca de Mike Newton, de su pelo recogido y su mirada de regodeo, pero no estaba allí.

Salir a correr fue una mala idea. Ahora sentía que no se podía mover, tumbada en la alfombra de su habitación. Envuelta en aire frío.

Embalsamada. No había dormido nada. Se había tomado el último Xanax casi inmediatamente después de que sus padres se hubiesen ido de su habitación la noche anterior. Había cerrado los ojos y el tiempo había dado un salto, pero no tenía la sensación de haber dormido, sino más bien de haberse ahogado.

Ahora no le quedaba ninguna. Nada de nada. Cero apoyos.

Eso consiguió que se moviera, por fin. Se arrastró hasta el escritorio.

Varios enchufes colgaban debajo. Había desconectado todo lo que había en la habitación. La impresora. Los altavoces. El ordenador. La lámpara. El cargador del celular. Todos los cables se arrastraban sin vida.

Abrió el segundo cajón, metió la mano dentro y sacó el primer teléfono de prepago. El mismo que había utilizado para escribir a Luke el miércoles.

Era sábado y todavía no había tenido noticias suyas. Y ya no le quedaba nada.

Encendió el teléfono y empezó a escribir, frustrada por lo lento que era.

Tenía que pulsar cuatro veces el siete para llegar a S.

«Se me han acabado. Necesito más. YA.».

¿Por qué no le había contestado todavía? Ya lo debería haberlo hecho.

Esto no podía irse también al traste, como todo lo demás. Tenía que dormir bien esa noche; ya notaba que su cerebro iba más lento, conectando perezoso un pensamiento con otro. Volvió a colocar el teléfono en el cajón, sobresaltada por un zumbido de su celular oficial.

Otra vez Edward. «¿Has vuelto de correr, amor?».

Había insistido en ir a verla cuando lo había llamado, todavía adormilada por las pastillas, y le había contado lo que había pasado con la impresora y los altavoces. Pero Bella le había dicho que no. Tenía que salir a correr para aclararse las ideas. Y luego debía hablar con Rose sobre su hermano. A solas. Edward terminó cediendo, pero siempre y cuando estuviera todo el día pendiente del teléfono. Y era incuestionable: Bella se quedaría en su casa esa noche. A cenar también. No había más que hablar, se lo dijo con su voz seria. A Bella le pareció una idea lógica, pero ¿y si el Asesino de la Cinta lo sabía?

A ver, paso a paso. Para esa noche quedaba una eternidad, y para ver a Edward también. Le envió un mensaje rápido con un «Sí, bebé, estoy bien. Te amo». Pero ahora tenía que centrarse en su siguiente tarea: hablar con Rose.

Era lo primero que tenía que hacer y lo último que quería hacer. Hablar con Rose. Si lo decía en voz alta, se haría real. «Rose, ¿crees que existe alguna posibilidad de que tu hermano sea un asesino en serie? Sí, ya lo sé, es muy típico de mí acusar a los miembros de tu familia de asesinato».

Ahora ella y Rose eran amigas. Su familia elegida. Entre la violencia y la tragedia, pero elegida, al fin y al cabo. Bella contaba con los dedos de la mano a la gente que la buscaría si desapareciera, y Rose era una de ellas.

Perderla sería mucho peor que quedarse sin un dedo. ¿Y si esa conversación presionaba demasiado ese vínculo hasta que terminase rompiéndose?

Pero ¿qué otra cosa podía hacer? Todas las señales apuntaban a Daniel Parkinson: encajaba en el perfil, había trabajado en Green Scene y podía haber sido perfectamente quien hubiese hecho saltar la alarma mientras Neil Prescott estaba cenando; había mostrado extremo interés en el caso como agente, era «prácticamente uno de ellos», alguien cercano a los Prescott a quien Sid podía temer, alguien con motivos para odiar a Bella.

Todo encajaba. Era el camino más fácil.

Los disparos en su pecho. Sílabas rápidas que sonaban como cinta cinta.

Bella volvió a mirar el teléfono. Joder. ¿Cuándo habían dado las tres? No había salido de la cama —su único lugar seguro— hasta mediodía porque las pastillas pesaban demasiado en su pecho. Además, había corrido mucho, demasiado. Ahora tenía dudas y hablaba consigo misma en lugar de ir a donde debía.

No le daba tiempo a ducharse. Se quitó la camiseta sudada y se puso una sudadera gris, cerrando la cremallera hasta arriba sobre su sujetador deportivo. Metió la botella de agua y las llaves en la mochila abierta y sacó los micrófonos USB. La conversación con Rose no debía escucharla nadie más. Jamás. Entonces se acordó de que esa noche se quedaba en casa de Edward: cogió ropa interior y una muda para el día siguiente y guardó el cepillo de dientes. Aunque igual volvía por allí antes, para comprobar si Luke tenía alguna pastilla para ella. Esa idea la avergonzaba. Bella cerró la mochila y se la colocó en el hombro, cogió los auriculares y el teléfono y salió de la habitación.

—Me voy a ver a Rose —le dijo a su madre al final de la escalera, limpiándose la sangre de Stanley de las manos sobre las mallas oscuras—. Luego me quedaré a cenar en casa de los Cullen, y puede que, a dormir también, ¿vale?

—Sí, vale —aceptó su madre, suspirando porque Jake había empezado a quejarse de algo en el salón—. Pero tendrás que volver en cuanto te levantes. Le hemos prometido a tu hermano que mañana iríamos a Legoland. Se ha puesto contento durante dos segundos.

—Vale —dijo Bella—. Será divertido. Adiós. —Dudó un instante frente a la puerta—. Te quiero, mamá.

—Ah. —Su madre parecía sorprendida, y la miró con una sonrisa que le llegaba a los ojos—. Yo también te quiero, cariño. Nos vemos mañana. Saluda a Esme y a Carlisle de mi parte.

—Lo haré.

Bella cerró la puerta. Miró el muro de ladrillo bajo su ventana, justo donde él había estado anoche. Había vuelto a llover por la mañana, así que no estaba segura, pero juraría haber visto unas marcas blancas borrosas. A lo mejor siempre habían estado allí. O a lo mejor no.

Dudó otra vez junto al coche, y luego pasó de largo. No debía conducir; no era seguro. Todavía tenía las pastillas en la sangre, ralentizándola, y el mundo parecía casi un sueño. De otro tiempo, de otro lugar.

Se puso los auriculares sobre la cabeza y empezó a caminar por Martinsend Way. Ni siquiera quería escuchar nada, simplemente activó la cancelación de ruido e intentó flotar de nuevo a ese lugar libre, sin ataduras.

Desaparecer. Donde los disparos y los traca-traca y los gritos de la música no pudieran encontrarla.


Caminó por High Street, pasando por enfrente de El Sótano de los Libros. Pasó por delante de la cafetería, vio a Tori dentro dándole a alguien un par de vasos para llevar, y Bella leyó las palabras en los labios de su mejor amiga: «Cuidado, que queman». Pero no se podía parar. Dejó Church Street a la izquierda, donde, justo al doblar la esquina, estaba la casa de los Prescott.

No obstante, Sid no estaba en esa casa, sino allí, con Bella. Girando hacia la derecha. Por Chalk Road hasta Cross Lane.

Los árboles se estremecían sobre ella. Allí siempre parecía que hacían eso, como si supieran algo que ella desconocía.

Llegó hasta la mitad, con los ojos fijos en la puerta azul conforme fue apareciendo. La casa de Rose.

No quería hacerlo.

Tenía que hacerlo.

Este juego mortal entre ella y el Asesino de la Cinta la traía allí, y ella iba con una jugada de retraso.

Se paró en la acera justo enfrente de la casa y dejó caer la mochila hasta el codo para poder meter dentro los auriculares. La volvió a cerrar. Cogió aire y se dirigió a la puerta.

Le sonó el teléfono.

En el bolsillo de la sudadera. Vibrando contra su cadera.

Bella metió la mano y cogió el móvil, lo sacó y se quedó mirando la pantalla.

«Número desconocido».

Se le puso el corazón en la boca.

Era él, lo sabía.

El Asesino de la Cinta.

Ya lo tenía. Jaque mate.

Bella salió corriendo, pasando por delante de la casa de Rose, con el teléfono aún vibrando entre sus manos. Cuando perdió de vista la casa de los Parkinson, presionó dos veces el botón lateral para redirigir la llamada a CallTrapper.

La pantalla se quedó en negro.

Un paso.

Dos.

Tres.

La pantalla se volvió a iluminar con la llamada entrante. Pero esta vez no decía «Número desconocido». Había dígitos en la parte de arriba, desenmascarados. Un número que Bella no reconocía, pero eso daba igual.

Era el enlace directo con el Asesino de la Cinta. Con Daniel Parkinson. Una prueba concreta. Se acabó el juego.

No hacía falta que aceptara la llamada; podía dejarlo sonar. Pero su pulgar ya se había movido hacia el botón verde, lo había pulsado y se estaba llevando el teléfono a la oreja.

—Hola —contestó Bella, caminando por Cross Lane, hasta donde las casas se desvanecían y los árboles se espesaban sobre la calle. Ya no se estremecían; la estaban saludando—. ¿Quieres que te llame Asesino de la Cinta, o prefieres Estrangulador de Slough?

Un sonido al otro lado de la línea. Irregular y suave. No era el viento.

Era él, respirando. No sabía que se había acabado el juego, que ella ya había ganado. Que esta tercera y última llamada había sido su error fatal.

—Yo creo que prefiero el Asesino de la Cinta —continuó Bella—. Encaja mejor, más que nada porque no eres de Slough. Eres de aquí. De Little Kilton. —Bella estaba en racha. Las copas de los árboles ya cubrían el sol de la tarde y la carretera se había llenado de sombras—. Me gustó mucho tu truco anoche. Muy impresionante. Y sé que tienes una pregunta para mí: quieres saber quién me buscará si desaparezco. Pero yo tengo otra para ti.

Hizo una pausa.

Otra respiración al otro lado. Él estaba esperando.

—¿Quién te visitará cuando estés en la cárcel? —preguntó—. Porque allí es adónde vas.

Al otro lado del teléfono, un sonido gutural, la respiración atascada en su garganta.

Tres pitidos en el oído de Bella.

Había colgado.

Ella se quedó mirando el teléfono, con la comisura de los labios casi formando una sonrisa. Lo tenía. El alivio fue instantáneo, desapareció ese terrible peso de los hombros y volvía a estar anclada al mundo; al mundo real. A una vida normal. Equipo Edward y Bella. No podía esperar para contárselo. Lo tenía delante; solo debía estirar el brazo y cogerlo. Un sonido entre una tos y una risa le atravesó los labios.

Fue a las llamadas recientes y sus ojos se clavaron de nuevo en aquel número. Probablemente fuera un teléfono de prepago, teniendo en cuenta que no lo habían pillado nunca, pero a lo mejor no. Tal vez fuese su teléfono real, y a lo mejor lo cogía sin pensar, respondiendo con su nombre. O un buzón de voz lo delataría. Bella tenía que ir a ver a Hawkins con esa información, lo había prometido, pero antes quería saberlo. Necesitaba ser quien lo encontrara, conocer por fin su nombre y desentrañarlo todo. Daniel Parkinson. El Asesino de la Cinta. El Estrangulador. Se lo había merecido.

Había ganado.

Y quizá él debería saber lo que se siente. El miedo, la incertidumbre. Su pantalla iluminándose con un «Número desconocido». Esa duda de si responder o no. No sabría que era ella. Estaría enmascarada, igual que él.

Seguía caminando por la calle, bajo los árboles. La casa de Rose había quedado olvidada, muy atrás. Bella copió el número en el teclado. Delante, tecleó 141, la máscara. Sintió un escalofrío al mover el pulgar sobre el botón verde.

Ese era el momento.

Pulsó el botón.

Se llevó el teléfono a la oreja una vez más.

Lo escuchó sonar.

Un momento, no. Algo no iba bien.

Bella dejó de andar y bajó el móvil.

No solo escuchaba el tono de llamada en su teléfono.

También lo oía con la otra oreja. En ambas. Estaba aquí.

El estridente timbre sonaba justo detrás de ella.

Más fuerte.

Y más fuerte.

No tenía tiempo de gritar.

Bella intentó girarse a mirar, pero dos brazos aparecieron de la nada detrás de ella. La cogieron. El teléfono seguía sonando cuando soltó el suyo.

Una mano chocó contra su cara, sobre su boca, bloqueando el grito antes de que saliera. Un brazo alrededor de su cuello, doblado por el codo, apretando, apretando.

Bella forcejeó. Respiró, pero no le llegaba aire. Intentó soltarse el brazo del cuello y quitarse la mano de la boca, pero cada vez tenía menos fuerza y se le vaciaba la cabeza.

No entraba aire. Se le atascaba en el cuello. Las sombras se profundizaban a su alrededor. Forcejeó. «Respira, respira». No podía.

Explosiones tras sus ojos. Lo volvió a intentar y notó que se separaba de su propio cuerpo. Se despellejaba.

Oscuridad. Y ella, desapareciendo dentro.


NOTA:

El asesino de la cinta se ha llevado a Bella, ¿Podrá escapar de el? ¿O se volvera la sexta victima? Parece ser que Daniel se ha salido con la suya ¿o es alguien más que logro engañar a Bella?