Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 32
Una última comprobación.
Edward se inclinó sobre el freno de mano para mirarla de cerca y le soltó el aliento, dulce pero mordaz, sobre la cara.
—Aquí todavía tienes un poco de sangre seca. Y en las manos. —Miró hacia abajo—. Y manchas en la sudadera. Vas a tener que subir rápido, antes de que te vean.
Bella asintió.
—Sí, no hay problema —dijo.
Había puesto su camiseta de repuesto en el asiento para no manchar el coche de Edward y había usado la ropa interior que llevaba en la mochila, con un poco de agua, para intentar quitarse la sangre de la cara y de las manos mientras él conducía por las carreteras secundarias. Eso bastaría.
Bella abrió la puerta del coche con el codo y salió. Se agachó para volver a guardar la camiseta sobre la que se había sentado y cerró la mochila.
Llevaba las llaves de casa en la otra mano.
—¿Estás segura, mi amor? —le preguntó de nuevo Edward.
—Sí —contestó ella. Habían repasado el plan en el coche, una y otra vez—. Esta parte puedo hacerla sola. Bueno, ya me entiendes.
—Te puedo ayudar —se ofreció Edward con desesperación.
Bella lo miró, interiorizando cada centímetro de su cuerpo.
—Ya me has ayudado, Edward. Más de lo que crees. Me ayudaste a seguir viva. Viniste a por mí. Esto lo puedo hacer sola. Lo que me ayudará es que estés a salvo, bebé. Eso es lo que quiero. No me puedo permitir que nada de esto repercuta sobre ti si sale mal.
—Ya lo sé, pero…
Bella lo interrumpió.
—Así que ahora vas a crear tu coartada, para toda la tarde. Por si nuestros planes no funcionan y no conseguimos retrasar lo suficiente la hora de la muerte. ¿Cuál es? —Quería escucharla otra vez: hermética, irrefutable.
—Voy a ir a casa a por mi teléfono, y luego a Amersham para recoger a mi primo, Alec —recitó Edward mirando al frente—. Voy a conducir por las carreteras principales para aparecer en las cámaras de tráfico. Sacaré dinero de un cajero, para que me graben también ahí. Y luego iremos a Pizza Express, o a otra cadena, pediremos comida y pagaré con tarjeta. Haremo ruido, llamaremos la atención, para que la gente se acuerde de que hemos estado allí. Voy a hacer fotos y vídeos con mi teléfono que demuestren dónde estábamos. También voy a hacer llamadas, seguramente a mi madre, para decirle a qué hora llegaré a casa. Te voy a enviar un mensaje para preguntarte qué tal tu tarde, porque no nos hemos visto en todo el día y todavía no sé que has perdido el móvil. —Tomó aire—. Luego iremos al pub que frecuentan mi primo y sus amigos, para que haya muchos testigos. Y me quedaré allí hasta las once y media. Luego dejaré a Alec en su casa y volveré, llenaré el depósito de camino, para que me graben más cámaras. Iré a casa y fingiré irme a dormir.
—Bien, eso es, mi amor —dijo Bella, mirando el reloj del salpicadero. Acababan de pasar las ocho—. ¿Nos vemos a medianoche?
—Por supuesto. ¿Me llamarás? —preguntó él—. Desde el teléfono de prepago. Si algo sale mal.
—Nada saldrá mal —le aseguró Bella, intentando convencerlo con la mirada.
—Ten cuidado —dijo él, apretando el volante, un sustituto de su mano —. Te amo.
—Te amo —repitió ella otra última vez. Pero no sería la última; lo iba a ver en unas horas.
Bella cerró la puerta y se despidió de Edward, que puso el intermitente y salió a la carretera. Ella respiró hondo, para prepararse. Se dio la vuelta y se dirigió a su casa.
Vio a su familia por la ventana, con las luces del televisor bailando sobre sus caras. Se quedó mirándolos un instante, en la oscuridad. Jake estaba encogido en la alfombra con el pijama puesto, extraño y pequeño, jugando con sus Lego. Su padre se reía de algo que había pasado en la tele, y Bella sintió las vibraciones incluso desde allí fuera. Su madre chasqueó la lengua, le dio con la mano en el pecho, y Bella la escuchó decir: «Ay, Charlie, no tiene gracia».
—Las caídas siempre son divertidas —repuso él.
Bella notó un escozor en los ojos y un nudo en la garganta. Pensó que jamás volvería a verlos. Que jamás volvería a sonreír con ellos, o a llorar, o a reír. Que jamás envejecería con sus padres, haciendo suyas sus tradiciones, como la forma de hacer puré de patata de su padre, o cómo decoraba su madre el árbol en Navidad. Que no vería a Jake convertirse en un hombre, ni sabría cómo sería su voz, o qué lo hacía feliz. Todos esos momentos, toda una vida de instantes, grandes y pequeños, los había perdido, pero ahora ya no. No si conseguía que esto saliera bien.
Bella carraspeó para disolver el nudo de su garganta y abrió la puerta haciendo el menor ruido posible.
Entró despacio y cerró la puerta detrás de ella con un clic apenas audible, esperando que los aplausos del público en el televisor lo cubrieran.
Llevaba las llaves bien apretadas en la mano para que no hicieran ruido.
Despacio, con cuidado, aguantando la respiración, pasó por la puerta del salón y miró las coronillas de sus padres en el sofá. Él se movió y a Bella le dio un vuelco el corazón, dejándola paralizada. No, no pasaba nada, solo estaba cambiando de postura, pasándole el brazo por encima de los hombros a su madre.
Subió la escalera, sin hacer ruido, nada de ruido. El tercer escalón crujió bajo el peso de sus pies.
—¿Bella? ¿Eres tú? —gritó su madre, girándose en el sofá.
—¡Sí! —contestó ella, subiendo la escalera de dos en dos para evitar que su madre la viera bien—. ¡Soy yo! Lo siento, me hago mucho pis.
—Sabes que hay un baño abajo, ¿verdad? —gritó su padre cuando ella ya había llegado al pasillo de arriba—. A no ser que te refieras en realidad a ca…
—¿No te ibas a quedar en casa de Edward? —Otra vez su madre.
—¡Dos minutos! —respondió Bella, corriendo hacia el baño y cerrando la puerta con pestillo. Tendría que limpiar también el picaporte.
Por poco. Gracias a Dios, sus padres se habían comportado con normalidad y no habían visto nada, ni las pecas de sangre, ni el pelo enmarañado, ni la piel desollada de la cara. Eso era de lo primero de lo que se tenía que encargar.
Se sacó la sudadera por la cabeza, cerrando la boca y los ojos, para que no le cayera sangre seca dentro. La soltó con cuidado, del revés, sobre las baldosas del baño. Se quitó las deportivas y los calcetines, y se deshizo de las mallas oscuras. A simple vista no tenían sangre, pero sabía que estaba ahí, escondida entre las fibras. Y luego el sujetador, que tenía una pequeña mancha reseca en el medio, por donde la sangre había calado la sudadera.
Dejó la ropa amontonada en el suelo y abrió la ducha.
Templada. Caliente. Más caliente. Tanto que le dolió cuando se puso debajo. Pero tenía que arder para limpiar bien la primera capa de piel. ¿Cómo si no se volvería a sentir limpia? Se frotó con el gel, mirando cómo le corría el agua rosada por las piernas. Frotó y volvió a frotar, hasta que se acabó el bote medio lleno de gel. También se limpió bajo las uñas. Se lavó el pelo tres veces. Sintió los mechones más finos, quebradizos. Le escocían los rasguños de las mejillas por el champú.
Cuando se sintió lo bastante limpia, Bella se envolvió en una toalla y dejó el agua correr un poco más para que se llevara cualquier posible resto de sangre que pudiera quedar en el plato de ducha. También lo limpiaría después.
Con la toalla agarrada bajo las axilas, cogió el cubo de basura con tapa que había junto al retrete y sacó la bolsa de plástico. Solo había dos rollos de papel higiénico vacíos. Bella los dejó en el alféizar de la ventana. En el armario bajo el lavabo encontró el limpiador de baños, le quitó el tapón y echó un poco en el cubo. Más. Todo. Se puso de pie y terminó de llenarlo con agua caliente del grifo para diluir la lejía, que ya emanaba un olor fuerte y nocivo.
Tendría que dar dos viajes a su dormitorio, pero toda su familia estaba abajo, así que no debería pasar nada. Bella cargó con el cubo, que ahora pesaba más, y lo sujetó con un brazo contra el pecho mientras abría la puerta del baño. Salió, pasó por el descansillo y llegó a su dormitorio. Dejó el cubo en el suelo y el agua chapoteó peligrosamente hacia el borde.
Volvió a escuchar otra vez el ruido de los vítores del público en el televisor cuando volvió al baño a coger el montón de ropa ensangrentada y su mochila.
—¿Bella? —Escuchó la voz de su madre desde la escalera.
Mierda.
—¡Me estaba duchando! ¡Ahora bajo! —gritó, entrando apresuradamente en su dormitorio y cerrando la puerta.
Tiró el montón de ropa junto al cubo y luego, de rodillas, fue sumergiendo prenda por prenda. Las deportivas también, que flotaron con la puntera bajo el agua.
De la mochila, añadió la cinta adhesiva que le había envuelto la cara y las manos y los tobillos, hundiéndola en la lejía diluida. Sacó el teléfono de prepago de Neil, le quitó la tapa trasera y extrajo la tarjeta SIM. La partió en dos y tiró el móvil desmontado al agua. Luego la ropa interior que había utilizado para quitarse la sangre de la cara, y la camiseta de repuesto sobre la que se había sentado. Por último, los guantes de Green Scene que ella y Edward habían usado —quizá fuera lo más incriminatorio—. Los empujó hasta el fondo. La lejía se encargaría de las manchas de sangre visibles, y probablemente destiñera también los tejidos, pero esto era simplemente una precaución: todo habría desaparecido en veinticuatro horas. Otra tarea para luego.
De momento, Bella arrastró el cubo por la moqueta y lo escondió en su armario, empujando las deportivas para que se sumergieran de nuevo. Olía mucho a lejía, pero nadie iba a entrar en su habitación.
Bella se secó y se vistió, con una sudadera negra y unas mallas oscuras, y se miró al espejo para ver qué hacía con su cara. El pelo cayó en débiles greñas húmedas, y notaba el cuero cabelludo demasiado dolorido como para peinarse. Se vio una pequeña calva en la coronilla, en la zona en la que se había arrancado un mechón junto con la cinta adhesiva. Tenía que cubrirla.
Se pasó los dedos y se sujetó el pelo en una coleta alta, apretada e incómoda. Se puso dos gomas más en la muñeca para luego, cuando ella y Edward volvieran a Green Scene. Todavía tenía la cara roja y con manchas. La notó un poco frágil cuando se puso base de maquillaje para taparlo todo. Y corrector en las zonas más graves. Estaba muy pálida y la textura de su piel era muy áspera, con algunas zonas despellejadas, pero haría el apaño.
Vació la mochila para volver a llenarla, tachando los artículos de la lista mental que Edward y ella habían hecho, grabada en el cerebro como un mantra. Dos gorros de lana, cinco pares de calcetines. Tres de los seis teléfonos de prepago del cajón del escritorio, todos encendidos. El pequeño montón de dinero que guardaba también en ese compartimento secreto, todo, por si acaso. En el bolsillo de su chaqueta más elegante, guardada en el armario, encontró la tarjeta que no había vuelto a tocar desde aquella reunión de mediación, y la colocó con cuidado en el bolsillo frontal de la mochila. Entró sigilosamente en el baño de sus padres y cogió un montón de guantes de látex de los que su madre utilizaba para teñirse el pelo, al menos tres pares para cada uno. Encima de todo metió su cartera, comprobando antes que estuviera dentro su tarjeta de débito; la iba a necesitar para su coartada. Y las llaves del coche.
Listo, eso era todo lo que necesitaba de arriba. Lo comprobó de nuevo, verificando que tenía todo lo que le hacía falta para el plan. Tenía que coger algunas cosas de abajo, evitando como fuera la mirada atenta de su familia, y a su hermano pequeño, que se entrometía en absolutamente todo.
—Hola —dijo, casi sin respiración, bajando la escalera—. Me estaba duchando. Es que voy a salir y antes fui a correr. —La mentira salió demasiado rápido, tenía que calmarse, acordarse de respirar.
Su madre asomó la cabeza sobre el respaldo del sofá y la miró.
—¿No ibas a cenar en casa de Edward y te quedabas allí a dormir?
—Una fiesta de pijamas —añadió la voz de Jake, aunque Bella no podía verlo detrás del sofá.
—Cambio de planes —dijo encogiéndose de hombros—. Edward ha tenido que ir a ver a su primo, así que he quedado con Tori.
—Nadie me había dicho nada de una fiesta de pijamas con Edward — añadió su padre.
La madre de Bella entornó los ojos y estudió su cara. ¿Notaba lo que se escondía bajo el maquillaje? ¿O había algo diferente en los ojos de Bella, en su mirada distante y afligida? Había salido de casa siendo aún una niña de mamá, y había vuelto como alguien que sabía qué era morir de forma violenta, cruzar esa línea y, de algún modo, volver. Y no solo eso; ahora era una asesina. ¿Eso la había cambiado a ojos de su madre? ¿A los suyos propios? ¿La había transformado?
—No habrán discutido, ¿verdad? —le preguntó.
—¿Qué? —dijo Bella confusa—. ¿Edward y yo? No, estamos bien. —Intentó resoplar de forma despreocupada, descartando esa idea. Cuánto deseaba algo tan normal y tan tranquilo como una pelea con su novio—. Voy a tomar algo de picar de la cocina y me voy.
—Vale, cariño —dijo su madre, como si no la creyera.
No pasaba nada; si su madre quería creer que ella y Edward habían discutido, daba igual. De hecho, era hasta bueno. Mucho mejor que cualquier cosa que se pareciera lo más mínimo a la realidad: que Bella había matado a un asesino en serie y, ahora, en ese preciso momento, iba a inculpar a un violador del crimen que ella había cometido.
En la cocina, Bella abrió el primer cajón de la isla, en el que su madre guardaba el papel de aluminio y el de horno, y las bolsas de plástico para los sándwiches. Cogió cuatro bolsas herméticas y dos más grandes para congelar, y las metió en la mochila. Del cajón de los cachivaches, al otro lado de la cocina, Bella cogió un mechero y lo guardó.
Y ahora el último artículo de la lista, que no era un objeto en concreto, sino más bien un problema con el que lidiar. Bella creyó que, para esta hora, ya se le habría ocurrido algo, pero estaba en blanco. La familia Hastings había colocado dos cámaras de seguridad a los lados de la puerta, ya que Bella había hecho una pintada en la casa hacía unos meses, después de que saliera el veredicto. Necesitaba dejarlas fuera de juego, pero ¿cómo?
Bella abrió la puerta que daba al garaje y salió una ráfaga de aire frío que casi le resultó agradable para calmar el calor de la adrenalina. Echó un vistazo a la estancia: las bicis de sus padres, la caja de herramientas, el aparador con espejos que su madre guardaba insistiendo en que le encontrarían un hueco. ¿Qué podía utilizar para deshabilitar las cámaras?
Sus ojos se pararon en la caja de herramientas de su padre, que tiró de ella.
Abrió la tapadera y miró dentro. Había un martillo pequeño encima de todo.
Supuso que podría estirarse y romper las cámaras, pero eso haría ruido y podría alertar a Mike. También consideró los alicates, si las cámaras tuvieran algún cable por fuera. Pero quería algo menos permanente, algo que encajara mejor con la historia.
Otra cosa llamó su atención. Algo a la altura de su cabeza, en la balda sobre la caja de herramientas, que la miraba de esa forma en la que miraban los objetos inanimados. Bella soltó un grito ahogado y suspiró, porque era perfecto.
Un rollo casi entero de cinta americana.
Eso era exactamente lo que necesitaba.
—Cinta americana, claro, joder —murmuró para sí misma, cogiendo el rollo y metiéndolo en la mochila.
Salió del garaje y se quedó paralizada bajo el umbral. Su padre estaba en la cocina, frente al frigorífico, cogiendo sobras y mirándola.
—¿Qué haces ahí? —preguntó con la frente arrugada.
—Eh… Estaba buscando mis Converse azules —mintió Bella, pensando en sus pies—. ¿Tú qué haces?
—Están en el mueble de al lado de la puerta —dijo él, haciendo un gesto con la cabeza hacia el recibidor—. He venido a por una copa de vino para tu madre.
—Anda, ¿ahora guardamos el vino en un plato de pollo? —bromeó Bella, pasando por su lado mientras se ponía la mochila sobre el hombro.
—Sí. Tengo que comerme lo que haya en medio para poder alcanzarlo —contestó él—. ¿A qué hora llegarás?
—Sobre las once y media o así —respondió Bella, diciéndole adiós a su madre y a Jake.
Ella le pidió que no volviera muy tarde porque iban a ir a Legoland al día siguiente, y Jake soltó un pequeño grito de emoción. Bella dijo que no tardaría y la normalidad de la escena le dio un puñetazo en el estómago, haciendo que se doblara hacia delante y que le costara trabajo mirar a su familia. ¿Volvería a formar parte de una escena así alguna vez, después de lo que había hecho? Todo lo que quería era normalidad, todo esto era para conseguirla, pero ¿estaba ya fuera de su alcance para siempre? Desde luego lo estaría si la condenaban por el asesinato de Neil.
Bella cerró la puerta al salir y soltó aire. No tenía tiempo para esas preguntas; debía centrarse. Había un cadáver a dieciséis kilómetros de allí, y estaba en una carrera contra él.
Eran las 20.27, ya iba con retraso.
Bella subió al coche. Dejó la mochila en el asiento del copiloto. Giró la llave en el contacto y salió a la carretera. Le temblaban las piernas sobre el pedal. La fase uno ya había quedado atrás.
A por la siguiente.
