Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 52

Bella pasó el dedo por la pantalla del ordenador y se paró en la última línea del email.

«Gracias por creer en mí y en Stu».

Había creído en ellos porque Bella iba a ser la sexta víctima del Asesino de la Cinta y, en cierto modo, siempre lo sería. Desde el momento en el que Neil la raptó, no cabía ninguna duda de que había un hombre inocente en la cárcel. Pero el plan se había olvidado de Stu. La supervivencia se había apoderado de todo, la supervivencia y la venganza, y también proteger a su Edward y a los demás. No obstante, Stu necesitaba que lo salvaran de Neil Prescott tanto como ella, y Bella lo había dejado atrás, como un personaje secundario. Podía haber hecho algo, ¿no? El plan solo funcionaba si ella no sabía que Neil Prescott era el Asesino de la Cinta, si no tenía nada que ver con él, pero se le podía haber ocurrido alguna idea.

Entonces tuvo una revelación. Llegó helada y dura como una piedra en sus entrañas: seguramente no hubiera ninguna prueba fehaciente de que Neil Prescott fuera el Asesino de la Cinta. Lo que significaba dos cosas: Stu Macher iba a quedarse atrás; ella se salvaría y lo enterraría en lo más profundo de su mente; y la segunda: nada de esto tenía que pasar. Quizá Bella hubiera podido seguir caminando entre los árboles mientras el coche de Neil aparcaba en Green Scene. Podría haber continuado, encontrado una carretera, una casa, una persona y un teléfono. Quizá Hawkins hubiera seguido sin creerla, pero a lo mejor lo habría investigado. Tal vez hubiera encontrado las mismas pruebas que han hallado ahora para respaldar sus palabras, y habrían podido actuar antes de que Neil atacara de nuevo.

Él estaría entre rejas y Stu sería libre, por la fuerza del relato en primera persona de Bella.

Pero eso no había sido lo que había pasado. Era otra bifurcación del camino, una por la que no se había metido.

Bella había tomado una decisión diferente, de pie a la sombra de aquellos árboles. No había sido un accidente, ni su instinto de pelear o huir. Vio los dos caminos y escogió volver.

Y, a lo mejor, esa otra Bella en esa otra vida diría que había tomado la decisión correcta. Había confiado en aquellos que nunca confiaron en ella y había salido bien. Se salvó para salvarse; a lo mejor ya no estaba rota, el equipo Edward y Bella había avanzado y vivían una vida normal. Pero esta Bella también podía decir que su decisión había sido la correcta. La única forma como podía estar segura de que el Asesino de la Cinta no volviera a hacerle daño a nadie jamás era su muerte. Y en ese camino, Mike Newton también iba a caer. Dos pájaros de un tiro. Dos monstruos y un círculo de crímenes, y muchas chicas con ojos sin vida por su culpa. Uno muerto, otro encerrado entre treinta años y cadena perpetua, si todo iba bien. Esfumados. Desaparecidos, y nadie que los buscara. Puede que ese camino fuera mejor, ¿quién sabía?

De todos modos, había algo que Bella podía hacer para reescribir ese error, para desolvidar a Stu Macher. Probablemente su madre tuviera razón; cuando hubieron procesado el cuerpo de Neil y hubieron introducido sus huellas dactilares en la base de datos, debía de haber saltado aquella última incógnita del caso del Asesino de la Cinta. Quizá también otras pruebas de adn que lo relacionaban con las escenas de los crímenes del Asesino de la Cinta anteriormente desestimadas. Y, además, estaban los trofeos. Bella ya había encontrado tres. En una vieja foto que había colgado en su tablón tiempo atrás había localizado una cadena de oro con un colgante de una moneda que había pertenecido a Cici Cooper; estaba colgado en el cuello de Maureen Prescott. Dos resplandores en las orejas de Tatum: los pendientes de oro rosa con piedras verdes, los mismos que aún llevaba, eran de Casey Hunter. Bella deseó poder hacerle llegar a Tatum un mensaje, contarle todo lo que había pasado, advertirla sobre los pendientes, porque el Asesino de la Cinta aún tenía control sobre ella mientras los llevara puestos. Reviviendo el momento en el que había matado a esas chicas cada vez que veía a su mujer y a sus hijas.

La policía había registrado la casa de Neil; si encontraron y recogieron los auriculares de Bella, puede que hubieran hallado los trofeos de las demás víctimas. El cepillo morado de Sid, la cadena que había llevado Maureen, el reloj Casio de Hallie McDaniel, el llavero de Laura Crane.

Y si no habían encontrado aún los trofeos, Bella podía guiar a Hawkins hasta ellos, solo tenía que enseñarle esa foto.

No, no solo eso. También tenía la cuenta de correo secreta de Sid y el borrador sin enviar. Ese email —con las palabras de Sid, que no fueron las últimas, pero lo parecían— sería el clavo definitivo en el ataúd de Neil Prescott. Guiar también a la policía a la conexión de Sid con CH. Bella tendría que cambiar la contraseña a algo menos sospechoso que la temporal «asesinoCinta6». Ya lo había hecho, y en su lugar puso «EquipoSidYTatum»; pensó que esa le habría gustado más a Sid.

Puede que la policía tuviera una huella, pero Bella era capaz de darles todo lo demás, consolidando el caso contra Neil Prescott más allá de cualquier duda razonable. Cuando se anulase la condena de Stu, no lo volverían a llevar a juicio con todas esas nuevas pruebas exculpatorias, sino que desestimarían los cargos directamente. Y Stu se iría por fin a casa. Bella se lo debía.

Cuando todo el mundo supiera quién era realmente Neil Prescott, Bella no tendría que seguir escuchando a la gente decir lo horrible que era que alguien lo hubiera matado.

Bella practicó en el espejo, con la voz seca y sin usar en todo el día:

—Hola, inspector Hawkins, disculpe, sé que debe de estar increíblemente ocupado. Es que…, bueno, como ya sabe, he estudiado los antecedentes de Neil Prescott como parte de mi investigación sobre quién pudo haberlo matado. He estado buscando en su empresa, sus relaciones personales, etcétera. Y no sé… —Hizo una pausa, con una mirada de arrepentimiento y los dientes apretados—. He encontrado algunas conexiones perturbadoras con otro caso. No quería molestarlo, pero creo de verdad que debería echarles un vistazo.

La cinta americana y la cuerda de Green Scene, y la conexión de la empresa con los lugares en los que habían dejado los cadáveres. La grabación de su entrevista con Millie Bulstrode en la que dice que la alarma saltó la misma noche que murieron Laura Crane y Sid. El nombre de usuario de la cuenta de correo secreta de Sid y la contraseña recién cambiada. Una foto de la agenda de Sid sobre su escritorio, con el cepillo morado al lado, y la foto familiar de los Prescott, en la que están los pendientes y la cadena.

—Tatum aún los lleva puestos. Lo sé porque he ido a visitarla. Quizá sea cosa mía, pero ¿no son exactamente iguales que los que el Asesino de la Cinta le quitó a Casey Hunter y se quedó como trofeo?

La voz del Edward que vivía en su cabeza le pidió que no lo hiciera. El de verdad seguramente estaría de acuerdo; era más aconsejable intentar no llamar la atención. Sin embargo, Bella tenía que hacerlo, por Stu, por su madre, y para que la decisión de la otra Bella en la otra realidad no fuese la acertada.

Bella tomo todo lo que necesitaba para liberar a un hombre, y se marchó.


El mismo trayecto a la comisaría de Amersham, pero esa vez lo terminó. Y ya no había ningún agujero negro en su pecho, solo determinación; rabia, miedo y determinación. Su última oportunidad para que todo estuviera en orden. Salvar a Stu, enfrentarse a Hawkins, acabar con Neil Prescott y Mike Newton, salvar a Edward y a sí misma, vivir una vida normal. El final era el principio y ambos se estaban agotando.

Aparcó en un hueco vacío del aparcamiento, se miró los ojos en el espejo retrovisor y abrió la puerta.

Bella se colgó la mochila en el hombro con todo dentro y cerró. El sonido retumbó en la tranquila tarde de jueves.

Pero no era tranquila, ya no, mientras Bella caminaba hacia el edificio de ladrillo, al lugar malo. Escuchó unos neumáticos sobre el asfalto detrás de ella, derrapando hasta pararse.

Bella se detuvo frente a las puertas automáticas y miró hacia atrás.

Acababan de llegar tres vehículos. Un coche patrulla azul y amarillo, seguido de un SUV sin identificar y otro coche de policía.

Del primer vehículo salieron dos agentes uniformados a los que Bella no conocía, uno de ellos hablándole a la radio que tenía enganchada al hombro.

Se abrieron las puertas del otro coche patrulla y salieron Daniel Parkinson y Dora Tonks. La boca de Dan se tensó en una línea recta en cuanto vio a Bella.

La puerta del conductor del SUV sin identificar se abrió y salió el inspector Hawkins, con el abrigo verde cerrado hasta arriba. No se dio cuenta de que Bella estaba allí, a unos metros de él. Fue hasta la puerta trasera del coche, la abrió y se inclinó hacia delante.

Lo primero que vio Bella fueron sus piernas, con los pies colgando hasta el hormigón. Luego sus manos, esposadas delante mientras Hawkins tiraba de él para sacarlo del coche.

Mike Newton.

Mike Newton arrestado.

—Le repito que está cometiendo un error —le dijo a Hawkins. Le temblaba la voz y, en ese momento, Bella no sabía si era de rabia o de miedo. Esperaba que fuera lo último—. No tengo nada que ver con esto, no entiendo…

Mike se calló cuando miró hacia el edificio de la comisaría y se encontró a Bella allí. Empezó a respirar más rápido y los ojos se le fueron abriendo cada vez más, oscureciéndose.

Hawkins no se dio cuenta mientras avisaba a Dora y a otro de los agentes que se acercaran.

No lo vieron venir. Ni siquiera Bella. Con un movimiento rápido, Mike se soltó de Hawkins y lo tiró al suelo. Echó a correr a toda velocidad por el aparcamiento, tan rápido que a ella no le dio tiempo ni a parpadear.

Mike se chocó contra Bella, la agarró por el cuello y la empujó hacia atrás, contra la pared de ladrillo.

Había muchos gritos y empujones, pero ella solo veía una cosa: el brillo de los ojos de Mike a centímetros de los suyos. Las manos apretadas alrededor de su cuello, las puntas de sus dedos abrasándole la piel.

Él apretó los dientes y ella hizo lo mismo.

—¡Has sido tú! —le gritó a la cara, escupiéndole—. ¡No sé cómo lo has hecho, pero has sido tú!

Mike la empujó aún más, golpeándole la cabeza contra la pared.

Ella no lo apartó; tenía las manos libres, pero no lo empujó. Lo miró fijamente y susurró, de forma que solo Mike la escuchara:

Tienes suerte de que no te haya enterrado a ti también.

Mike le gruñó, como un animal arrinconado, con la cara roja y las venas muy marcadas alrededor de los ojos.

—Pedazo de hija de puta… —gritó, zarandeándole la cabeza justo cuando Hawkins y Daniel lo agarraron por detrás y lo apartaron de ella.

Forcejearon y Mike terminó en el suelo, pataleando mientras el otro agente se acercaba a ellos.

—¡Ha sido ella! —gritó Mike—. ¡No he sido yo! ¡No he hecho nada! ¡Soy inocente!

Bella se tocó la cabeza por detrás: no tenía sangre. No había nada en sus manos.

—¡No he sido yo!

Lo levantaron entre todos.

Mike la volvió a mirar con ira y, durante un momento fugaz, tuvo el aspecto que debía tener: los ojos entornados y violentos; la boca abierta, grande y monstruosa; la cara inflamada y deformada. Ahí estaba: el peligro, despojado de toda pretensión y disfraz.

—¡Ha sido ella! —gritó—. ¡Está como una puta cabra!

—¡Metanlo en la comisaría! —ordenó el inspector Hawkins, por encima de los berridos de Mike, a Dora y a los otros dos agentes que lo arrastraban hacia las puertas automáticas.

Antes de entrar detrás de ellos, Hawkins miró a Bella.

—¿Estás bien? —preguntó, sin aliento.

—Sí. —Ella asintió.

—De acuerdo. —Él también asintió y entró en el edificio siguiendo el sonido de los gritos salvajes de Mike.

Alguien sorbió por la nariz detrás de ella, y Bella se dio la vuelta. Era Daniel Parkinson, estirándose el uniforme, arrugado por la zona de la que Mike había tirado.

—Lo siento —dijo—. ¿Estás bien? Parecía que te estaba agarrando con fuerza.

—Sí, no, estoy bien —aseguró ella—. Un golpe en la cabeza, nada más. Sobreviviré. De todos modos, mi padre dice que tengo demasiadas neuronas, puedo permitirme perder alguna.

—Ya. —Dan sorbió de nuevo, con una pequeña sonrisa triste.

—Mike Newton —murmuró Bella, añadiendo un tono interrogativo al nombre.

—Ya —dijo Dan.

—¿Lo van a acusar? —preguntó Bella. Los dos miraban hacia la entrada de la comisaría, que dejaba pasar amortiguada la voz de Mike—. ¿De asesinato?

Daniel asintió.

Bella había sentido algo que la presionaba, una sombra pesada sobre los hombros, que le apretaba el pecho. Pero, en cuanto vio la cabeza de Daniel moviéndose de abajo arriba, por fin la soltó, la dejó libre. Iban a acusar a Mike del asesinato de Neil. El corazón le latía con fuerza contra las costillas, pero esta vez no era de terror, sino de otra cosa, algo más próximo a la esperanza.

Se había acabado, había ganado. Cuatro de cuatro, y allí seguía, aún de pie.

—Menudo cabronazo —soltó Dan entre dientes, sacando a Bella de sus pensamientos, trayéndola de nuevo al lugar malo, observando aquellas puertas—. No le digas esto a nadie, pero… Neil Prescott fue como un padre para mí, y… —Daniel se calló y se quedó mirando las puertas de cristal que se habían tragado a Mike—. Él… —Daniel se secó los ojos y tosió tapándose la boca.

—Lo siento —dijo Bella, y no era mentira.

No lamentaba que Neil estuviera muerto, ni un poquito, ni sentía haberlo matado, pero sí le daba pena Daniel. Bella había pensado, en tres ocasiones diferentes, que era capaz de ser muy violento, convencida sin ningún tipo de duda de que él tenía que haber sido el Asesino de la Cinta.

Pero no, solo era otra alma que flotaba en la zona gris, que estaba donde no debía, en los momentos menos oportunos. Y volvió a darse cuenta de una cosa más, dura y fría, tal como parecían estar llegándole últimamente: Neil Prescott había usado a Daniel. Él había sido quien lo había animado a meterse a policía; Neil lo convenció y lo apoyó durante la formación. Tatum se lo había contado a Bella el año pasado, y ahora comprendía lo que había sucedido en realidad. No había sido que Neil hubiese visto en Daniel al hijo que nunca había tenido. No, lo que necesitaba era conseguir información sobre el caso del Asesino de la Cinta. Un contacto con la policía y con la investigación. Y todas esas preguntas alarmantes que Daniel había formulado sobre el Asesino de la Cinta, habían provenido en realidad de Neil. Su interés en el caso a través de Daniel. Eso era a lo que Sid se refería cuando había escrito que su padre era «prácticamente uno de ellos». Lo había utilizado. Neil Prescott no había sido como un padre para Daniel, al igual que no fue un padre para Sid y Tatum.

Bella podía contarle todo eso a Daniel. Podía advertirle sobre la información que pronto se revelaría sobre Neil, sus conexiones con el Asesino de la Cinta, pero, al ver esa sonrisa triste en su cara y la piel enrojecida alrededor de sus ojos, no fue capaz; no quería ser quien le arrebatara eso. Ya le había quitado demasiado.

—Ya —dijo Daniel ausente, mirando la entrada del edificio mientras alguien salía.

Era el inspector Hawkins.

—Daniel —lo llamó—, ¿puedes…? —Señaló la comisaría con el pulgar.

—Claro, señor.

Daniel sacudió rápidamente la cabeza. Se recompuso y cruzó las puertas automáticas. Hawkins se acercó a ella.

—¿Estás bien? —le preguntó de nuevo—. ¿Pido una ambulancia? ¿La cabeza…? —La miró con los ojos entornados.

—No, no pasa nada. Estoy bien —aseguró ella.

—Discúlpame. —Tosió incómodo—. Ha sido culpa mía. No se había resistido hasta entonces y no esperaba que… Tendría que haber prestado atención. Lo siento.

—Tranquilo. —Bella le sonrió con la boca cerrada y tensa—. No se preocupe.

El silencio entre los dos era denso y bullicioso.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó Hawkins.

—Ah, he venido a hablar con usted.

—¿En serio? —Él la miró.

—Ya sé que está ocupado. —Miró hacia las puertas de la comisaría—. Pero igual deberíamos hablar dentro. Tengo que enseñarle unas cosas que he descubierto durante mi investigación. Es importante. Creo.

Hawkins la miró a los ojos. Bella también a él, no sería ella quien parpadeara primero.

—Vale, de acuerdo —aceptó, echando un vistazo rápido hacia atrás—. ¿Me das diez minutos?

—Sí, sin problema —respondió ella—. Esperaré aquí.

Hawkins inclinó la cabeza y se alejó de ella.

—Entonces ¿ha sido él? —Bella dirigió la pregunta a la nuca de Hawkins—. ¿Mató Mike a Neil Prescott?

El inspector se detuvo y se dio la vuelta. Los zapatos pulidos chirriaron contra el hormigón.

Hizo un pequeño movimiento con la cabeza, no exactamente un asentimiento.

—Las pruebas son abrumadoras.

Volvió a mirarla a los ojos, rodeándola, como si intentara analizar su reacción. Pero ella no reaccionó, su cara siguió igual. ¿Qué esperaba que hiciera: sonreír? ¿Recordarle que había tenido razón desde el principio, que había vuelto a estar un paso por delante?

—Bueno pues… bien —comenzó ella—. Lo de las pruebas, digo. No cabe duda…

—Esta tarde habrá una rueda de prensa —la cortó él.

—Vale.

Hawkins sorbió por la nariz.

—Tengo que… —Dio un paso hacia las puertas automáticas, activando el sensor.

—Por supuesto, yo espero aquí —dijo ella.

Hawkins dio otro paso, luego se detuvo y negó con la cabeza con una ligera risa.

—Me imagino que, si hubieras estado involucrada en algo así —dijo, todavía con una sonrisa en la cara—, sabrías perfectamente cómo engañarnos.

Se quedó mirándola y algo cayó sobre el estómago de Bella, pero continuó bajando, cada vez más, arrastrándola a ella también. Se le erizaron los pelos de la nuca.

Ella también mostró una ligera sonrisa.

—Bueno —se encogió de hombros—, he escuchado muchos podcasts de crímenes reales.

—Claro. —Hawkins se rio, mirándose los zapatos—. Claro. —Asintió—. Saldré a buscarte cuando acabe.

Volvió a entrar en la comisaría y Bella lo vio marchar. ¿Ese ruido era de las puertas o venía del interior de su cabeza?