Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 116.
Una buena persona
Ese lunes en la mañana, Mark se encontraba listo para partir a Davidson desde temprano, y sin necesidad de que alguien fuera a despertarlo o a echarle una mano. A diferencia de su primo Damien que tenía mayor reticencia a volver a la escuela tan pronto, Mark de hecho se encontraba un poco más impaciente por emprender el camino. Claro, no era que el mayor de los primos Thorn fuera precisamente el estudiante modelo, ni tampoco que le tuviera un "cariño" particular a la academia militar. Y ciertamente estar en casa resultaba mucho más cómodo. Y aun así, siempre le había encontrado un encanto particular a libertad que daba el vivir lejos de casa, y lejos de su padre y su madrastra.
Claro, pocos llamarían "libertad" el estar encerrado en aquel sitio en donde tenían siempre que comportarse, y donde les tenían puesto el ojo todo el día. Pero Mark sentía que se había acoplado bien al ritmo de Davidson. Además, había encontrado muy buenos amigos ahí, y siempre había contado con la compañía de su primo Damien. Y por más complicada que se pusieran las cosas, si estaban juntos había forma de sobrellevarlo.
Eso incluía su pequeña suspensión del semestre pasado.
De hecho había sido en ese lapso de tiempo, en el que estuvieron encerrados y castigados en casa, en el que se dio cuenta que de hecho sí extrañaba la academia, a sus amigos, e incluso las tediosas ceremonias. Eso, o quizás había surgido en él una necesidad apremiante por recuperar la confianza de sus padres y maestros por aquel horrible incidente que tanto había lastimado a Charles Powell, a pesar de que todos insistían en que no había sido culpa de nadie.
Cuando bajó a la planta baja de la mansión, ya traía su uniforme puesto, su maleta en una mano, y en la otra sujetaba su teléfono, el cuál revisaba distraídamente. Había subido la noche anterior algunas fotografías de su fin de semana largo, entre ellas algunas de la cena de Acción de Gracias de los Thorn, y revisaba los comentarios y las reacciones de la gente; todos muy positivos. Mark siempre había sido bastante sociable. Había en él un "algo" que lo hacía fácil de tratar, y en especial de querer. Una cualidad que algunos, como su tía Marion, dirían que era muy propia de un Thorn.
—Mark, ¿ya están listos? —escuchó de pronto que alguien le hablaba cuando ya estaba prácticamente en el vestíbulo. Al alzar su mirada, observó a su madrastra, Ann Thorn, aproximándose hacia él con una radiante sonrisa—. Murray ya los está esperando en el auto.
—Yo sí estoy listo —respondió Mark guardando el teléfono en su bolsillo—. Damien… no sé qué tanto se está arreglando. Quizás no quiere que se acaben tan pronto las vacaciones.
Ann se aproximó al muchacho con cautela, parándose justo delante él. Pasó entonces su dedos por los cabellos rubios y brillantes de Mark, acomodándolos como solía hacerlo seguido con su primo y él.
—Siempre me ha encantado lo apuestos que se ven con estos uniformes —señaló Ann con orgullo, acomodándole también el nudo de su corbata.
—Como adornos de pastel, ¿no?
—No bromees. Aun así, siempre he creído que esto de las escuelas militares sólo para hombres es tan anticuado y poco natural.
—Davidson es una gran academia. No cualquier chico termina su escuela intermedia sabiendo cómo disparar de manera correcta un rifle.
—Sí, eso definitivamente será algo que impresionará a las chicas. Porque, admítelo, no te molestaría ir a una escuela donde hubiera algunas lindas jovencitas, ¿o sí?
Los labios de Mark dibujaron una escueta sonrisa, y sus mejillas se pintaron de rojo. El comentario al parecer le había provocado la suficiente pena como para voltearse hacia otro lado para disimularlo.
—Sólo un semestre más y veremos entonces, ¿sí? —susurró Ann con tono de complicidad—. Adelántate al auto, yo iré a ver qué hace tu primo.
Mark asintió, y tras acomodarse mejor su maleta al hombro, se dirigió rápidamente a la puerta, mientras Anna iba hacia las escaleras.
Si Mark tuviera que definir en aquel entonces qué opinión o relación tenía exactamente con Ann, hacerlo le resultaría ciertamente… complicado. Era la segunda esposa de su padre, y por lo tanto su madrastra; eso lo tenía bastante claro. Además de que se había casado con su padre cuando él tenía tres o cuatro años. Eso implicaba que había estado ahí con él durante casi toda su vida; mucho más que su madre biológica, a la que apenas y recordaba. Le era casi imposible retomar algún recuerdo de su infancia en dónde la hermosa mujer de cabellos oscuros y labios rojos no estuviera presente.
Y aun así, le era muy difícil poder verla como una verdadera figura materna. No la odiaba ni nada parecido; de hecho hasta podría decir que le tenía aprecio. Pero quería pensar que el sentimiento que le debía inspirar una madre verdadera debía ser más que sólo eso. Pero, ¿qué sabía él de madres en realidad?
Al salir por la puerta principal, vio el vehículo negro en el que Murray los llevaría a la academia. Pero también se sorprendió al notar un taxi color amarillo estacionado detrás de éste, del cual se estaba justo bajando su pasajero. Al reconocer a aquella persona, Mark se apresuró a bajar los escalones de la entrada para ir a su encuentro.
—Tía Marion, qué sorpresa —exclamó el muchacho con fuerza para llamar la atención de la mujer mayor. Ésta alzó de inmediato su mirada hacia él, y una amplia sonrisa desbordante de alegría adornó su rostro.
—Mark —exclamó la mujer, inclinándose hacia el muchacho para rodearlo en un cariñoso abrazo, y también darle un rápido beso en la mejilla—. Qué gusto haberte alcanzado antes de que te fueras. Pero qué grande estás.
—No exageres, tía —rio el chico—. No hace tanto que nos vimos.
—Para mí se sienten como si hubieran sido años —suspiró la tía Marion con algo de melancolía—. Ayúdame a subir estas escaleras, ¿quieres?
—Claro, permíteme.
Marion se agarró firmemente del brazo de Mark, y ambos comenzaron a subir paso a paso los escalones hacia la puerta principal.
—Mírate —masculló Marion mientras avanzaban—, te has vuelto la viva imagen de tu abuelo. Todo un Thorn.
—Gracias, tía.
Al llegar al final de las escaleras, dos sirvientes iban saliendo, por lo que Marion no perdió tiempo en indicarles que trajeran su equipaje. Estos se apresuraron a obedecer la indicación sin chistar.
Marion miró justo entonces de reojo hacia el interior de la casa, y en ese momento todo su humor pareció cambiar de golpe.
—Ese primo tuyo… ¿sigue aquí también? —musitó despacio, con voz árida y desdeñosa.
—¿Damien? Sí, está arriba, pero ya baja. ¿Quieres saludarlo?
—¿Tú qué crees? —soltó Marion con desdén—. ¿Cómo se ha portado?
—Bien, Damien siempre se porta bien.
—No es lo que he escuchado…
Mark no tuvo que preguntarle directamente a qué se refería. La tía Marion nunca había tenido muy buena opinión sobre Damien, pero ésta parecía haber ido a peor tras el incidente de Powell y su suspensión. Para Mark aquello no era justo, pues para él no había sido culpa de ninguno de los dos.
Marion suspiró con pesadez, y recorrió su mano por sus cansados ojos. A Mark siempre le había parecido una mujer tan fuerte, pero últimamente cada vez que la veía le parecía un poco más cansada. Era algo que incluso un chico de trece como él podía notar.
—Escúchame bien, Mark —pronunció Marion abruptamente, girándose hacia él y tomándolo sutilmente de sus brazos con ambas manos. Alzó además su rostro, haciendo que sus profundos ojos azul grisáceo se enfocaran fijos en los suyos—. No puedes permitir que ese mequetrefe te vuelva a meter en problemas, ¿oíste? No dejes que te maneje ni te manipule.
—Él no hace tal cosa, tía Marion —espetó Mark con tono defensivo—. Damien no es cómo tú crees.
—A veces me temo que pudiera ser peor. Pero él no importa. Tú, y sólo tú, eres el futuro de nuestra familia, Mark. —al pronunciar aquello, se permitió alzar una mano y recorrerla lentamente por el rostro del muchacho. Éste permaneció quieto, sintiendo las sutiles caricias de aquellos dedos delgados, y un poco fríos—. Nunca lo olvides. Y mientras más pronto hagas distancia con ese buscapleitos, será mejor. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —respondió Mark con voz neutra, más que nada para complacerla y terminar con esa conversación de una vez. Sabía que no importaba lo que le dijera, no la sacaría de su postura.
Igual para Marion eso bastó. Sonrió complacida, y se inclinó de nuevo hacia él para abrazarlo.
—Ese es mi muchacho —susurró despacio cerca de su oído—. Todo lo que hago, es por ti, Mark. Sólo por ti…
Esa sería la última vez que Mark hablaría con su tía Marion. Durante la mañana siguiente, su padre les habló para avisarles a Damien y a él que la habían encontrado sin vida en su habitación de la mansión. Algo del corazón, al parecer.
Mark quedó en shock al escucharlo, tanto que tuvo que sentarse de inmediato en la silla que tenía más próxima. Damien, por su parte… bueno, él no reaccionó demasiado a la noticia, casi como si ésta en realidad no le hubiera sorprendido en lo absoluto. Pero al menos, si acaso tenía alguno de sus usuales comentario hiriente para dicha ocasión, fue lo suficientemente consciente de qué tan afectado se encontraba Mark como para guardárselo; de momento.
A pesar de que sólo llevaban un día de regreso en la Academia, ambos recibieron un permiso especial para asistir al funeral y acompañar a su padre. Murray fue a recogerlos al día siguiente y los llevó de regreso a la mansión. Para ese momento ya deberían haber comenzado los preparativos para cerrar la mansión durante el invierno, pero evidentemente la situación retrasaría los planes de sus padres un poco. Y en lugar de tener ya los muebles cubiertos, las ventanas cerradas, y las habitaciones clausuradas, la mansión se encontraba en modo de luto.
Cuando Damien y Mark arribaron, vistiendo sus uniformes negros para la ocasión, no les sorprendió ver la mansión casi repleta de personas. La mayoría amigos y conocidos de su padre, pero claro también de la difunta. Marion Thorn había apoyado con los años a prácticamente toda obra de caridad que existía en Chicago y sus al rededores, además de ser una activa fomentadora del arte y la cultura. Así que por obvias razones, mucha gente le tenía aprecio.
Justo al entrar a la casa, se encontraron de frente con una fotografía grande enmarcada de Marion, coloca sobre un caballete, rodeada de varios arreglos de flores que tenían prácticamente invadido el vestíbulo. Mark reconoció la foto; era de hace dos o tres años, cuando había salido en la portada en una revista. Estaba arreglada y muy sonriente.
—Casi parece una persona feliz —murmuró Damien con ligera sorna al contemplar la fotografía. Mark no respondió nada.
Mientras avanzaban por la casa, las personas no tardaron en acercárseles para saludarlos, y en especial para darles sus condolencias. Mark no estaba en lo absoluto de humor para eso, pero sabía que era el comportamiento que se esperaba de él. Era un Thorn, después de todo.
Si alguien estaba más afectado por la repentina muerte de la tía Marion, ese era su padre. Aunque como hombre de negocios y tiburón social que era, Richard lograba mantenerse calmado, y sostener lo mejor posible las pláticas que las diferentes personas intentaban entablar con él. Pero Mark se daba cuenta de que no estaba como siempre. El dolor estaba ahí en el centro de todo. Habría también algo de culpa debido a cómo terminó su última plática con Marion la noche anterior, pero de aquello Mark nunca se enteraría, y quizás sería mejor así.
Pasadas sólo un par de horas, el mayor de los primos Thorn ya se sentía exhausto, por lo que se dirigió a una de las salas de estar del otra ala, que al parecer se encontraba mucho menos concurrida, y se dejó caer de sentón en uno de los sillones. Cerró un instante los ojos, y pasó sus manos lentamente por su rostro. Su cabeza le dolía un poco. Siempre escuchaba a los adultos quejándose de sus dolores de cabeza, pero no era algo con lo que él estuviera identificado… hasta ese momento.
No supo cuánto tiempo estuvo ahí sentado, pero en efecto sentía que la quietud y el silencio le estaban haciendo bien. El encanto se rompió un poco al percibir los pasos de alguien contra el suelo de madera, aproximándose hacia él desde la puerta de la sala. Al abrir sus ojos y virarse hacia esa dirección, vislumbró a su primo Damien, que caminaba hacia él con dos tazas humeantes en sus manos.
—¿Café? —pronunció extendiéndole una de las tazas—. Hay como cuatro cafeteras encendidas a lo largo de la casa, y cada ciertos minutos alguien se sirve. Al parecer en este tipo de situaciones a la gente le gusta tomar café. Pero si alguien pregunta, es chocolate, ¿de acuerdo?
Remató su comentario con un discreto guiño de su ojo, y una modesta sonrisa.
Mark contempló la taza con curiosidad, como si le resultara complicado reconocer lo que era. Su mano terminó por moverse sola, estirándose para tomarla.
—Gracias.
Sostuvo la taza con ambas manos y dio un pequeño sorbo del líquido caliente. No sólo le quemó un poco la lengua, sino que además sintió que su sabor penetrante le impregnaba la boca entera. No había sido una primera impresión muy agradable. Y, aun así, continuó bebiéndolo poco a poco.
Damien avanzó hasta sentarse en el sillón a su lado. Cuando pasó justo delante de él, Mark logró ver que colgado al cuello traía una de sus cámaras fotográficas nuevas; la que había comprado justo ese fin de semana, sino se equivocaba. Se preguntó cómo no la había notado en cuanto se le acercó, si era tan grande. Quizás en verdad estaba cansado.
—¿Qué haces con eso? —inquirió curioso, señalando a la cámara con un ademán de su cabeza.
—No sé —respondió Damien encogiéndose de hombros—. Sólo sentí deseos de tomar algunas fotos.
—¿Te parece que sea apropiado?
—Quizás no. Pero… —se estiró al frente para dejar su taza en la mesa de centro delante de ellos, y así poder sostener la cámara con ambas manos y poder inspeccionar en su pantalla trasera las fotos que había tomado. Todas de personas presentes ahí en la casa, con rostros alargados y tristes, o a lo mucho intentando forzar una amarga sonrisa en sus labios—. Hay algo fascinante y especial en poder capturar las emociones fuertes de la gente en un instante específico. Y en estos momentos hay mucho de ello por aquí. ¿Ya te había hablado de eso?
Al alzar su mirada de la cámara y mirar de regreso a su primo, se dio cuenta de que el mismo semblante apagado del resto de la gente estaba igualmente presente en el joven Mark. Pero a diferencia de los demás, ese era un rostro que no le apetecía capturar.
Damien apagó la cámara y la apartó, colocándola sobre el sillón a su lado.
—Oye —pronunció justo después con mayor prudencia. Mark se volvió a mirarlo, teniendo quizás que poner bastante esfuerzo para lograrlo—. No tiene caso que finja; ambos sabemos a la perfección que la tía Marion y yo… nunca nos llevamos bien. Y es probable que eso nunca hubiera cambiado. Pero ella te quería, de verdad. Eso siempre lo dejó bastante claro. Así que… está totalmente bien que te sientas mal.
—Gracias, Damien —masculló Mark, asintiendo levemente. No estaba seguro si esas palabras lo hacían sentir mejor o no, pero las agradecía. Sabía que no debía ser fácil para él habérselas dicho.
Ambos se quedaron ahí sentados uno junto a otro, bebiendo en silencio de sus tazas de amargo café. Mark incluso sentía que comenzaba a tomarle el gusto.
—¿De casualidad recuerdas algo del funeral de mis padres? —pronunció Damien de pronto, tomando un poco desprevenido a Mark.
—Vagamente. Recuerdo haber conocido al presidente y a la primera dama.
—Sí, yo igual. Pero fuera de eso, no recuerdo mucho más de aquella época, excepto lo que mi tío me ha contado. Pero este aire tan deprimente me está trayendo algunos confusos… y no muy agradables recuerdos…
A Mark le resultaba curioso que Damien comenzara de pronto a hablar de sus padres. En todo el tiempo que llevaba viviendo con ellos, muy rara vez los mencionaba, y le parecía que en los últimos años había sido incluso menos que eso. Pero no podía culparlo; él tampoco hablaba mucho de su madre biológica.
Mark miraba pensativo a la pared de enfrente mientras meditaba en todo ello, y bebía con cuidado de su taza. Ambos habían sufrido aquellas pérdidas siendo bastante jóvenes. Así que, de cierta forma, ¿no sería la muerte de la tía Marion su primer acercamiento real a la muerte?
Bebió un sorbo más de su taza, y escuchó casi al mismo tiempo los pasos de alguien más en la puerta; algo más tímidos y discretos que los de Damien. Mark se giró de nuevo a la entrada de la sala, esperando ver a alguien que hubiera ido a buscarlos. Lo que vio, sin embargo, lo dejó bastante… perplejo.
Había alguien de pie ahí en el arco de la puerta, en efecto. De estatura baja, complexión delgada, con un gorro rojo de tela en la cabeza del que se asomaban algunos mechones oscuros y ondulados, una gruesa chamarra azul y guantes. Y su rostro, al principio cuando Mark recién lo vio le pareció que era… blanco, muy blanco; anormalmente blanco. Pero tras unos segundos, la forma se volvió más clara y se dio cuenta de que aquello no era su rostro, sino… ¿una máscara? Una totalmente blanca, de algún material flexible que se pegaba totalmente a su verdadero rostro, simulando de una forma casi mórbida sus facciones y expresiones.
Y a pesar de los segundos que habían pasado, aquella persona no se había movido ni un poco en ese lapso, como si fuera algún tipo de estatua que se había materializado de la nada. Pero no era el caso, pues tras los huecos de aquella máscara, en efecto se asomaban unos ojos muy reales, que miraban fijamente hacia ellos sin siquiera pestañear.
—¡¿Qué demonios…?! —exclamó Mark cuando le fue posible reaccionar, levantándose de un salto del sillón, y retrocediendo con aprensión hacia el otro extremo de la sala.
La persona en la puerta reaccionó también al oír el pequeño grito de espanto de Mark, sobresaltándose y alzando sus brazos al frente, temeroso.
—Lo… lo siento… —susurró una voz apagada y suave desde atrás de la máscara—. No quería asustarlos…
Damien se levantó en ese momento del sillón, y observó de forma inquisitiva a la curiosa aparición en la puerta. Dejando de lado lo inusual que su apariencia podía parecer en un inicio, era fácil ver que era un chico, de su misma edad, algo pequeño y escuálido. Y, que de hecho, parecía estar más nervioso por ellos que ellos por él.
Y tras sólo unos segundos de reflexión silenciosa, Damien reconoció esa manera de pararse; esa característica postura de borrego tembloroso.
—¿Charles? —cuestionó aún algo escéptico, dando unos pasos hacia él—. ¿Charles, eres tú?
Al escuchar ese nombre, la mente de Mark igualmente se aclaró. Y aunque no logró reconocerlo por completo, ciertamente logró relacionar a la misteriosa figura delante de él con su viejo compañero de pelotón, Charles Powell.
El muchacho tomó aquellas palabras como una invitación para poder ingresar a la sala, por lo que comenzó a avanzar hacia ellos con pasos tímidos y cortos, juntando tanto sus manos enguantadas delante de él que sus dedos se apretaron entre ellos de forma nerviosa.
—Hola Damien, Mark —pronunció el chico una vez que estuvo más cerca, y ambos chicos Thorn pudieron al fin reconocer la voz de su compañero, sonando a través de aquella máscara cuyos labios permanecían inmóviles en su sitio—. Me da mucho gusto verlos. Digo… no quiero decir que me dé gusto lo que pasó. Yo… lamento lo de su tía, de verdad.
—Gracias, Charles —pronunció Damien despacio con voz tenue.
—Sí, gracias por venir, viejo —le secundó Mark, intentando ser un tanto más amble. Incluso tuvo el reflejo de aproximarse para darle un abrazo, pero se arrepintió a medio camino, teniendo ya los brazos extendidos.
Aunque fuera en realidad Charles el que estuviera debajo de esa máscara y esas capas gruesas de ropa, aun así una parte de él se sentía incómodo de aproximársele más de la cuenta. Pero ya había dado el paso, e incluso Charles había ya también alzado los brazos; sería muy incómodo para ambos retroceder ahora. Con eso en mente, Mark avanzó la distancia que los separaba y terminó rodeando a su viejo amigo en un pequeño y rápido abrazo. Resultó no ser tan malo como creía, aunque le sorprendió un poco sentir que debajo de ese grueso abrigo, el cuerpo del muchacho se sentía más delgado y pequeño de lo que recordaba; casi como si no hubiera nada ahí en realidad.
Una vez que se separaron, Charles se viró hacia Damien con la intención de también abrazarlo a él, pero éste lo detuvo con un gesto de su mano y de su cabeza, indicándole de la forma más educada posible que estaba bien así. Charles bajó los brazos y retrocedió. La máscara podía ocultar su verdadero sentir, pero Mark igual percibió su decepción.
—¿Viniste solo? —preguntó Mark.
—No —respondió Charles rápidamente—. Mi madre… ella está por ahí —murmuró inseguro, señalando fugazmente hacia la entrada de la sala.
No sonaba muy convincente, aunque tampoco había por qué suponer que estaba mintiendo.
—Y… ¿cómo has estado? —inquirió Mark justo después—. ¿Cómo sigues de… lo que pasó?
Esperaba no ser imprudente con su pregunta, pero lo más lógico era pensar que esa máscara (o lo que fuera) y esas ropas tan abrigadoras, considerando que no hacía tanto frío, debían de ser para ocultar sus quemaduras; las que había causado aquel penoso y desagradable incidente. A Damien, Mark y un par más les había costado una suspensión, y a Chuck Harrison la expulsión. Pero a Charles le había costado mucho más que a cualquiera de ellos.
Como fuera, Powell no pareció molesto u ofendido por la pregunta, sino de hecho pareció emocionarse un poco.
—Bien, mi tratamiento va muy bien. Dicen que quizás pueda volver a la escuela el siguiente semestre.
—¿En serio? —exclamó Mark, sorprendido—. Eso sería grandioso. Qué bueno, Charles. Me alegra mucho escucharlo.
—Gracias, Mark. Espero con ansías… poder volver pronto con ustedes, chicos.
Mientras decía eso, la atención del muchacho se centraba especialmente en Damien, como si ansiara sobre todas las cosas escuchar qué diría. A Mark esto no le extrañó. No dudaba de que le alegrara escuchar sus buenos deseos, pero ni una centésima de lo contento que se pondría de escuchar esas mismas palabras del menor de los primos Thorn.
Charles se había pegado a Damien prácticamente desde el primer día de clases. Lo seguía a todas partes, hacía todo lo que él le pedía, le hacía caso en todo lo que decía, y le creía cualquier cosa que le dijera. Lo idolatraba a niveles ciertamente exagerados, y Mark nunca había entendido por qué con exactitud. Sólo sabía que a varios les parecía incómodo ver cómo se comportaba cuando estaba con Damien, siempre intentando de alguna forma llamar su atención o impresionarlo. Mientras que Damien, por su lado, fue justamente esa actitud lo que más le fastidiaba de Charles Powell. Intentó varias veces quitárselo de encima sin mucho éxito, hasta que ocurrió el incidente del butano.
Durante ese rato, Damien había permanecido en silencio, ecuánime, y algo indiferente ante la presencia del muchacho. Aunque no del todo. Desde que vio su máscara y supo que se trataba de Charles, una fracción de interés se había asomado en sus ojos. Una fracción de interés como por la que Charles había estado rogando por tanto tiempo.
—Sí, eso sería genial —comentó Damien rápidamente, secundando un poco lo dicho por su primo—. Charles —pronunció justo al momento, señalando con un dedo a su propio rostro—. ¿Por qué no te quitas eso un segundo?
La sugerencia alarmó visiblemente tanto a Charles como a Mark. Incluso debajo de su máscara, fue evidente que el primero mostraba bastante reticencia, incluso dando un paso hacia atrás de forma aprensiva.
—Damien… —masculló su primo despacio, aproximándosele un poco para poder susurrarle al oído que eso no sería adecuado. Damien, sin embargo, se adelantó más hacia Charles, prácticamente esquivándolo.
—Sólo un segundo —añadió con una sonrisa astuta—. ¿Qué pasa, Charles? —Estiró en ese momento una mano hacia él, colocándola suavemente sobre su brazo izquierdo—. ¿No lo harías por mí?
El muchacho guardó silencio, virándose levemente hacia otro lado, como intentando huir de la penetrante mirada de Damien. Era claro que no quería hacerlo, pero… como todos siempre decían, Charles Powell siempre hacía lo que Damien Thorn le pedía; sin importar qué.
Con algo de inseguridad en sus movimientos, alzó sus manos y se retiró con cuidado su gorro de tela, dejando a la vista la cabellera oscura que cubría su cabeza, salvo en una sección específica en el costado izquierdo donde no había más cabello, sólo una mancha rosada que se extendía desde la máscara hasta atrás, como la pronunciada entrada de un hombre mayor.
Justo después tomó entre sus dedos el material elástico de la máscara desde la parte inferior, y comenzó a deslizarla lentamente hacia arriba. Ambos jóvenes Thorn contemplaron en silencio como aquel material similar a goma se iba despegando de su piel, dejando al descubierto poco a poco lo que ocultaba debajo.
—Oh, Dios —masculló Mark con asombro, quizás un poco más alto de lo que se proponía. Su reacción no le enorgullecía, pero… aquella imagen era algo que simplemente nunca había visto en su corta vida.
Las quemaduras abarcaban casi por completo la mitad izquierda de su rostro, extendiéndose por su piel como una voraz mancha rosácea sin forma ni orden que amenazaba con devorárselo entero, aunque Mark supiera que eso era imposible. Se hacía presente desde el interior de su gruesa chamarra y suéter, subía por su cuello y su barbilla, engullendo una parte de la comisura de su labio que parecía ya no ser parte de su boca en realidad. El parpado izquierdo caía agotado sobre su ojo, inmóvil y totalmente desconectado de su compañero del lado derecho, lo que hacía que se preguntara si aún había algo debajo de éste. De su oreja sólo quedaba un escaso vestigio de que alguna vez estuvo ahí. Y por último, justo como se vio cuando se retiró el gorro, una parte del lado izquierdo de cabeza estaba desprovista de cabello, en donde el fuego lo había alcanzado.
En un extraño contraste, el costado derecho de su rostro se veía totalmente bien, como siempre lo habían visto hasta antes del incidente. Con su piel lechosa, su temeroso y pequeño ojo azul oscuro, y su lacio y brillante cabello castaño oscuro. Pero esto más que ayudar a transmitir un poco de normalidad, extrañamente hacía todo lo contrario. Esa discordancia entre ambos lados le resultaba a Mark un tanto incómoda.
Y ese era sólo su rostro. La peor parte muy seguramente se la había llevado el resto de su cuerpo, en especial su mano y brazo izquierdo, el punto justo en dónde había iniciado el fuego para luego propagarse rápidamente ante los ojos impotente de los chicos presentes.
Mark había oído rumores de lo mal que había quedado, pero sólo hasta verlo de frente pudo ser consciente de lo realmente grave que había sido todo aquello. Si así se veía, no podía ni imaginarse el dolor que debía de sentir. Y también hacía que se preguntara si no sería quizás demasiado optimista de parte de Charles creer que podría volver a la escuela el siguiente semestre.
Mientras todas esas cosas pasaban por la cabeza de Mark, y se hacían la mayoría evidentes en su propio rostro, Damien permanecía de hecho bastante inexpresivo. A diferencia de su primo, ni siquiera parecía haber reaccionado la gran cosa. Aunque su mirada se encontraba bastante fija en el muchacho delante de él, recorriendo centímetro a centímetro aquel singular rostro, y en especial cada uno de los surcos y figuras que formaban las quemaduras. Charles sentía la mirada de Damien sobre él como un nuevo calor que le escocía la piel, y lo ponía cada vez más nervioso. Tenía evidentes deseos de volver a ocultarse tras su máscara, pero no lo haría; no hasta que Damien se lo permitiera.
El silencio en el que se había sumido la sala comenzaba a resultar más que incómodo. Mientras Mark intentaba pensar en algo que decir para animar a su antiguo compañero, Damien se giró de repente hacia el sillón, avanzó unos pasos y tomó la cámara que había traído consigo al entrar a la sala. Y ante la mirada confundida de los otros dos muchachos, se viró hacia Charles con la cámara en mano, la alzó delante de él, y enfocó el lente directo hacia su visitante, en un encuadro del pecho para arriba.
—Sonríe, Charles —indicó Damien con un tono juguetón desde detrás de la cámara.
Mark estaba anonadado. ¿Le iba a tomar a una foto? ¿De verdad? Ni siquiera había tenido la delicadeza de preguntarle si acaso estaba bien que lo hiciera, sólo tomó la cámara y lo dio por hecho. Cualquier otra persona de seguro le hubiera metido la cámara a la garganta de un puñetazo… pero no Charles Powell. Él haría todo lo que Damien le pidiera, aunque fuera algo que desde el fondo de su corazón no deseara en lo absoluto.
Así que, en lugar de negarse o decirle algo, Charles se limitó sólo a obedecer. Se quedó quieto en su sitio, y sonrió. Aunque fue en realidad sólo la mitad de una sonrisa convencional, pues el extremo izquierdo de su boca apenas y se movió.
Damien tomó al instante la foto, y quizás un par más por lo que Mark alcanzó a escuchar. Las revisó justo después en la pantalla lateral, y por el brillo en su rostro pareció bastante conforme con el resultado.
—Gracias por venir —pronunció de pronto, colgándose la cámara de regreso al cuello y comenzando a avanzar hacia la puerta de la sala—. Disfruta los bocadillos, ¿quieres?
—Gracias, Damien —le respondió Charles, sonando de hecho genuinamente agradecido. Comenzó rápidamente a colocarse de nuevo su máscara y gorro, notándose de hecho un poco desesperado al hacerlo—. Estoy muy feliz de haber podido verte, aunque fuera en estas circunstancias…
—Sí, es terrible —le respondió Damien escuetamente, permitiéndose darle un par de palmadas reconfortantes en su hombro al pasar a su lado—. Si nos disculpas, tenemos que ir a ver a mi tío.
Y sin más, se dirigió directo a la puerta sin mirar atrás. Mark se sintió un poco perdido, sin saber si debía seguirlo o no, aunque al final lo cierto es que la idea de quedarse solo con Charles no le resultaba muy atrayente.
—Gracias por venir Charles, en serio —masculló Mark, procurando sonar lo más amable posible, para después disponerse a seguir a su primo—. Espero en verdad que podamos verte en la escuela pronto.
Charles lo despidió con un ademán de su mano, agradeciendo sus buenos deseos.
Ya en el pasillo, Mark se apresuró para alcanzar a Damien, que ya se había alejado varios pasos. Cuando estuvo ya a su lado, notó que sujetaba su cámara entre sus manos, observando fijamente la pantalla trasera en la cual se proyectaba una de las fotos que le había tomado a Charles. Y al echar un vistazo rápido a su rostro, Mark se sintió un poco confundido, por no decir incómodo, al ver esa sonrisa casi de satisfacción que lo adornaba.
—Qué triste —susurró despacio sin apartar sus ojos de la cámara—, ni así se le ha quitado un poco lo patético. Mejor se hubiera quemado un poco más, y quizás así podría al menos inspirar algo de simpatía.
Mark se inquietó enormemente al escuchar tal comentario, y en especial por la forma tan casual y despreocupada con la que lo había dicho.
—No hablas en serio —espetó Mark con severidad, deteniéndose de golpe a mitad del pasillo.
Damien igual se detuvo al oírlo, y se viró hacia él. Y al parecer sólo hasta que vio la expresión casi de espanto en el rostro de Mark logró ser del todo consciente de que (quizás) sus palabras estaban un poco fuera de lugar. O, que al menos, eso era lo que su primo opinaba.
—No, claro que no… lo siento —masculló despacio, intentando de seguro sonar sincero pero no logrando su cometido del todo—. Pero oye, su máscara es bastante cool, ¿no crees?
Mark no respondió nada, y el deseo de estar solo le volvió con bastante fuerza. Así que comenzó a andar con paso apresurado, rebasando a Damien y dejando claro con su paso que no deseaba que lo siguiera. Él pareció respetar su deseo, quedándose de pie en su sitio y sólo observando cómo se alejaba.
Aquel pequeño roce, choque de ideas, o diferencias de sentido de humor no duraría mucho. Al final de cuentas eran familia, y no había pequeño malentendido que pudiera sobreponerse a eso. O, al menos, en eso confiaba Damien.
Las primeras nieves de la temporada llegaron unas semanas después como habían previsto, anunciando la inminente llegada del invierno. Sin embargo, el siguiente mes estuvo lejos de ser más tranquilo para la familia Thorn.
La repentina muerte de la tía Marion resultó ser sólo el primero de una serie de incidentes que comenzaron a ocurrir en torno a ellos, la mayoría bastante extraños e incluso inexplicables, y que igualmente resultaron en el fallecimiento inesperado de alguien. Pero pese a todos estos trágicos sucesos, Mark y Damien lograron terminar de forma adecuada su semestre, y presentar cada uno de sus exámenes. Teddy ya ni siquiera se atrevía a mirarlos, mucho menos dirigirles la palabra o meterse con ellos. Parecía como si algo en verdad se hubiera roto dentro de él. A Mark aquello lo tenía un poco pensativo, pero al menos gracias a eso todo era un poco más pacífico en la Academia.
El jueves 20 de diciembre, su padre y Ann fueron a recogerlos personalmente a la Academia, y se fueron todos juntos hacia su casa de invierno en Twin Lakes. Un tiempo lejos de la ciudad, de las preocupaciones y de la gente, era justo lo que los cuatro ocupaban para quitarse de encima los malos momentos por los que habían pasado. Y aunque de seguro cada uno tenía su mente ocupada con algo, hicieron un intento para disfrutar lo más posible esa primera noche juntos. Así que se sentaron en los sillones de la sala de estar de la casa del lago, vieron una película animada que Damien había elegido, comieron palomitas, y la pasaron bien. Las preocupaciones del mes anterior quedaron rápidamente atrás.
—¿Y bien?, ¿qué les pareció? —preguntó Richard una vez que la película había terminado.
—Está bien, supongo —respondió Damien, encogiéndose de hombros—. Pero no es How to Train Your Dragon.
—Mira nada más —exclamó Mark con falso enojo—. Tú eras quién más quería verla, pero siempre tienes que estar buscándole cualquier "pero" a todo, ¿verdad?
—Perdón por ser un poco exigente.
—Pues a mí me gustó —opinó Ann—. Muy apropiada para ambientarnos en la época, ¿no creen? ¿Vemos otra?
—Por mí está bien —secundó Richard—. Pero primero comamos algo que no sean palomitas, ¿les parece?
—Prepararé unos emparedados —Propuso Ann, parándose del sillón—. Me ayudas, ¿Damien?
—Seguro.
Mark y Richard igualmente se pararon, aunque el muchacho rubio se dirigió a encender las luces de la sala, mientras que Richard se encaminó a la terraza a encender uno de sus puros. Sin embargo, antes de que el Sr. Thorn abriera la puerta de cristal de la terraza, el sonido de un vehículo acercándose por el camino de tierra frontal se hizo presente, llamando al instante la atención de todos. Los cuatro se quedaron quietos en sus sitios, mirando disimuladamente hacia la puerta de entrada.
No esperaban a nadie, y era de hecho ya bastante tarde como para una simple visita casual. Y con el precedente de los sucesos de los días anteriores, el primer pensamiento de todos fue que aquello no podía traer consigo buenas noticias.
Damien fue el primero en reaccionar y se dirigió a la ventana a un lado de la puerta para echar un vistazo al exterior. Los demás aguardaron en silencio, hasta que pudiera darles alguna seña de lo que veía.
—Creo que es el Dr. Warren.
Richard suspiró con pesadez; difícil determinar si era por alivio, o de hecho todo lo contrario.
—Si hubiera pasado algo en el museo, de seguro te hubiera hablado por teléfono para avisarte —mencionó Ann, intentando tranquilizarlo.
—No creo que haya hecho el viaje hasta aquí a mitad de la noche sólo para saludar, ¿o sí? —espetó Richard con aspereza—. Lo siento… Por favor, háganlo pasar a mi estudio. Ahí lo atenderé.
—Richard, es nuestra primera noche familiar en un mes —señaló Ann intentando sonar calmada.
—Lo sé, lo sé. Descuida, lo atenderé rápido. ¿De acuerdo?
Sin esperar respuesta, Richard se retiró a la habitación que habían acondicionado como su estudio, perdiéndose de sus vistas por el pasillo.
Mark observó toda aquella escena en silencio desde su posición a un lado del interruptor de las luces. No era ningún tonto; él sabía muy bien que su padre había estado intentando actuar como si todo estuviera bien, pero era obvio que todo lo que había ocurrido lo tenía muy, muy afectado. La muerte de la tía Marion, la de su amigo Bill Atherton, los trabajadores de Thorn Industries en aquel accidente en la planta… Él mismo se sentía raro de tener que estar ahí y fingir que todo estaba bien, como si no hubiera pasado nada.
Tal vez hubiera sido mejor quedarse en Chicago.
El timbre sonó en ese mismo momento.
—Yo le abriré —señaló Damien rápidamente y se dirigió a la puerta, mientras Ann se retiraba también en dirección a la cocina. Quizás a preparar los emparedados, o quizás simplemente estaba bastante molesta por la interrupción.
Damien abrió la puerta con una amigable sonrisa. Del otro lado se encontraba Charles Warren, el curador del Museo Thorn. Mark se paró discretamente detrás de Damien para ver al recién llegado. No pasó desapercibido para él que en cuanto notó quién le había abierto, el rostro del Dr. Warren se tornó un tanto… intranquilo.
—Hola, Damien… No pensé encontrarlos aquí. Creí que llegarían hasta el fin de semana…
—Hola, Dr. Warren —saludó Damien con tono afable—. Terminamos antes nuestros exámenes, así que nos largamos temprano de ese lugar. Supongo que viene a ver a mi tío, ¿no?
—Sí… ¿Se encuentra aquí?
—Lo espera en su estudio —se adelantó Mark a responder—. Déjeme lo guio hacia allá.
—Gracias, Mark —contestó el Dr. Warren, y entró rápidamente sacándole la vuelta a Damien.
—Por aquí, sígame —le indicó el joven rubio y ambos comenzaron a caminar por el pasillo. Mientras se alejaban, Damien tuvo siempre su vista fija en ambos.
Richard aguardaba en su estudio como lo había dicho. Para cuando Mark y el Dr. Warren arribaron, ya se había servido un trago de su reserva personal, y al parecer ya iba a la mitad de éste.
—Charles, qué sorpresa verte por aquí —murmuró Richard, esbozando la sonrisa más sincera que le era posible—. Pasa, ¿te preparo un trago?
—Sí. Gracias, Richard —murmuró el Dr. Warren con un pequeño pero apreciable temblor en su voz.
Richard se dirigió en ese instante a la licorera, tomando un vaso y sirviendo en éste un poco de lo mismo que él estaba bebiendo.
—Los dejaré solos —indicó Mark, dirigiéndose de regreso al pasillo.
—Sí, adelante, hijo —le respondió su padre—. Dile a Ann que voy un minuto.
Mark asintió y salió del estudio con paso tranquilo.
A él indudablemente le preocupaba también qué era lo del Dr. Warren había ido a decirle a su padre. Esperaba que no se tratara de alguna otra muerte, y fuera sólo algún problema en el museo que ocupara de su decisión o conocimiento. Pero, ¿qué pudiera ser tan serio como para no decírselo por teléfono?
Bien, al final él era sólo un chico de trece años; no estaba del todo en sus capacidades intentar adivinar lo que preocupaba a los adultos. Sólo podía confiar en que fuera lo que fuera, su padre podría encargarse de ello, y podrían después volver a su amena noche de películas.
Mark había puesto ya un pie en la sala de estar, cuando se le ocurrió preguntarse si el Dr. Warren se quedaría para cenar, o incluso si pensaba pasar la noche ahí. Era algo tarde para que se regresara o Chicago, ¿o no? Quizás lo educado sería preguntarle, para el menos decirle a Ann que le prepara también un emparedado. De nuevo, quizás no era responsabilidad de un chico como él atender ese tipo de cosas, pero por algo lo habían criado para ser educado y servicial con la gente. "Esas son cualidades propias de un Thorn", le diría su tía Marion.
Le sorprendía un poco lo mucho que la extrañaba, a pesar de que cuando estaba con vida no solía verla la mayor parte del año.
Como fuera, decidió volver al estudio y preguntarle al Dr. Warren si gustaba que le hicieran un emparedado. Era lo más que podía hacer, suponía.
Sin embargo, cuando estaba ya a unos cuantos pasos de la puerta semiabierta, llegó justo en el momento para escuchar parte de la conversación que su padre y el Dr. Warren estaban teniendo…
—Richard, ¿cómo murieron tu hermano y su esposa en Londres exactamente? —exclamó la voz del Dr. Warren. Y al oírlo, Mark se detuvo en seco en su sitio.
«¿El tío Robert?, ¿el padre de Damien?» pensó Mark, un tanto perplejo. ¿Por qué le estaba preguntando a su padre al respecto?
Hasta donde Mark sabía, su tía Katie había fallecido de las heridas derivadas de un accidente en su casa; había caído de las escaleras o algo así. No era tampoco que le hubieran compartido demasiados detalles. Y de la muerte de tío sabía aún menos. La parecía haber oído a su padre en alguna ocasión mencionarle a otra persona que fue en un accidente de auto días después de la muerte de su tía, pero no estaba seguro.
Como fuera, ¿por qué aquello sería del interés del Dr. Warren como para ir hasta ahí a mitad de la noche? En especial por qué había ocurrido ya hace siete años.
—¿Por qué quieres saber eso? —cuestionó la voz de su padre tras unos largos segundos de silencio.
Mark se aproximó un poco más a la puerta, lo suficiente para intentar asomarse sólo un poco al interior. Su padre y el Dr. Warren estaban de pie en el centro del estudio. Éste último bebió un largo trago del vaso que le había servido su padre. Se veía nervioso, incluso más de lo que parecía en la puerta.
—Llegó una caja al museo esta tarde —pronunció de pronto, al parecer más envalentonado por el trago—. Era de Carl Bugenhagen.
—¿El arqueólogo? —pronunció Richard, un tanto confundido—. ¿No había desaparecido?
—Fallecido —le corrigió el Dr. Warren—, sepultado vivo en la excavación en Israel. Su cadáver fue encontrado prácticamente aferrado a esta caja de la que te hablo.
—¿Y por qué la mandaron al museo?
—No sé, creo que al parecer ya había dado instrucciones de que se enviara a Chicago junto con las demás reliquias obtenidas de la excavación, pero se había traspapelado con el resto de los embarques; no estoy seguro. Pero Richard, escucha: lo importante es que dentro de la caja venía esta carta que Bugenhagen escribió para ti.
El Dr. Warren introdujo en ese momento su mano en el interior de su abrigo, sacando de un bolsillo interno un pedazo de papel blanco doblado, y lo sostuvo delante de él para pudiera verlo.
—¿Para mí? —exclamó Richard, dudoso—. Si creo que sólo llegué a hablar con él en persona una vez hace como quince años. ¿Qué quería?, ¿fondos adicionales o algo así? Si ese fue el caso, debía haberlo hecho por medio de la fundación; yo de poco le hubiera ayudado. ¿Y qué tiene que ver todo eso con Robert y Katie? —insistió notándosele ya un poco impaciente.
El Dr. Warren vaciló. Avanzó hacia el escritorio, se tomó de un sólo trago todo lo que quedaba en su vaso, y lo colocó entonces sobre éste. Se talló la cara con una mano y luego se giró directo a Richard, con mayor decisión reflejada en su rostro.
—Necesito que seas honesto conmigo, Richard —exclamó el curador con extrema seriedad—. ¿Tú hermano murió realmente en un accidente?
—¿Por qué me sigues cuestionando eso? —contestó Richard, defensivo—. ¿Qué importancia tiene la muerte de Robert en esto?
—¡Por qué Bugenhagen en esta carta dice algo totalmente distinto! —espetó el Dr. Warren de pronto, alzando de golpe la voz, así como extendiendo la mencionada carta hacia Richard—. Él describe que esa noche, Robert tomó a Damien, lo llevó a una iglesia e intentó apuñalarlo, pero fue abatido a tiros por la policía de Londres. ¿Es eso cierto?
«¡¿Qué?!» pensó Mark totalmente atónito por lo que escuchaba, siendo casi como un grito ensordecedor en su cabeza. ¿Qué el padre de Damien había intentado matarlo? ¿Había acaso escuchado bien?
Richard igualmente había quedado pasmado al oír aquello. Por unos segundos se quedó totalmente en silencio, observándolo con sus ojos pelones y azorados. Cuando logró reaccionar, extendió su mano, prácticamente arrancándole la carta de las manos al Dr. Warren.
—¿Ese hombre puso eso en esta carta? —murmuró despacio, con tono aparentemente sereno pero que claramente ocultaba detrás de una fuerte exasperación a punto de explotar.
—Puso más que sólo eso, Richard —señaló el Dr. Warren—. Dice además que fue justo él quien le entregó las dagas a Robert para que matara a Damien con ellas…
—¡Cállate! —exclamó Richard con dureza, y rápidamente se dirigió a la puerta del estudio.
Mark rápidamente se movió hacia un lado, pegando su espalda a la pared en un vago intento de ocultarse. Creyó por un momento que quizás lo había descubierto, pero en lugar de asomarse a verlo, simplemente cerró de golpe la puerta del estudio. Muy seguramente temía que lo que su repentino visitante estuviera diciendo llegara a oídos de ellos, sin darse cuenta de que en realidad ya había ocurrido.
Consideró rápidamente sus opciones. Una parte de él le pedía que se fuera de ese sitio, pero otra más fuerte deseaba saber más… Con cuidado se aproximó hacia la puerta y pegó su oído a ésta, intentando escuchar lo más posible de su conversación. Por surte las paredes y puertas de esa cabaña en el lago no estaban hechas precisamente para mantener la discreción de sus ocupantes.
—Te prohíbo rotundamente le repitas algo de eso a nadie, ¡a nadie! —escuchó a su padre pronunciar con un arraigado tono de amenaza en cada una de sus palabras—. ¿Me escuchaste bien, Charles?
—No puede ser —pronunció el Dr. Warren justo después, incrédulo—. Entonces, ¿es verdad? ¿Robert intentó matar a Damien y la policía lo mató? Richard, ¿cómo pudieron ocultar algo como eso? Tú que siempre te has jactado de ser tan honesto y justo…
—¡No te permito que me cuestiones! —exclamó Richard con ofuscación—. Hice lo que tenía que hacer para proteger a mi familia, el buen nombre de mi hermano, y en especial a Damien. ¿Eso fue lo que Bugenhagen puso en esta estúpida carta antes de morir? ¿Quería confesar haber sido cómplice de Robert para asesinar a su propio hijo?
—No, Richard. La carta no es una confesión, sino una explicación detallada de por qué tu hermano hizo lo que hizo.
—¿Explicación? ¿Qué explicación puede darle ese viejo loco a lo que ocurrió?
Hubo silencio, y Mark temió que hubieran comenzado a susurrar y ya no fuera capaz de oír. Pero tras un rato, la voz del Dr. Warren se hizo una vez más presente.
—Richard, te pido por favor que me escuches con cuidado. Tú me conoces bien; soy una persona racional, pero lo que estoy por decirte es algo totalmente irracional. En su carta, Bugenhagen indica que Damien no es en realidad hijo de Robert y su esposa. Afirma que el verdadero niño murió, y fue remplazado con él para ser criado como un miembro de la familia Thorn.
—Eso es absurdo. ¿De dónde sacó una idea tan…?
—Eso no es lo más grave, Richard —le interrumpió el Dr. Warren con pesadez—. Bugenhagen además señala a Damien como el hijo de Satanás; la Bestia del libro de las Revelaciones. Menciona que tu sobrino es el Anticristo, y que por eso le dio a tu hermano unas dagas especiales que son las únicas armas que pueden matarlo.
—¿Qué? —exclamó Richard perplejo, soltando casi de inmediato una aguda risa burlona—. ¿Qué estupideces estás diciendo? ¿Estás borracho?
—Escucha, sé que suena ilógico, y lo pensé demasiado antes de venir aquí y molestarte con esto. Pero mientras más lo pensé y lo analicé, más señales se hicieron evidentes de que algo no está bien con tu sobrino.
—¿Qué señales evidentes? ¿De qué rayos estás hablando?
—Las muertes, Richard —lanzó el Dr. Warren con exasperación—. Todas las muertes que ocurren a su alrededor por su sola presencia. Tu hermano, su esposa, el embajador anterior a Robert, sus dos niñeras. ¿Sabías que todo el hospital en el que nació en Italia se quemó? Todo eso viene en la carta, y pude comprobarlo todo antes de venir. Y no podemos ignorar todas las demás muertes que han ocurrido justo en estos momentos: Joan Hart, Atherton, Pasarian, tu tía Marion. Richard, tu hermano y Bugenhagen estaban seguros de esto. ¿Por qué otro motivo Robert habría intentado hacer lo que hizo?
—Mi hermano estaba enfermo —espetó Richard con firmeza—. No soportó la muerte de Katie, culpó a Damien por ello, y dejó que su rabia lo dominara.
La manera en la que había pronunciado aquello sonaba tan mecánico y artificial, como si fueran palabras que se hubiera repetido tantas veces en esos años hasta memorizarlas, pero que en esos momentos comenzaban a carecer de sentido.
—Y Bugenhagen, hasta donde sabemos, podría haber estado igual de loco y senil —añadió justo después, intentando darle mayor peso a su argumento.
—Richard, yo conocí a Bugenhagen y no estaba loco —contestó el Dr. Warren—. Tenía algunas creencias extrañas, pero era un hombre sensato. Sé que no habría hecho esto sin tener un motivo.
—Por favor…
—Bien, de acuerdo. Olvídate de la religión, del anticristo y todo eso. Debes admitir que han estado pasando cosas muy extrañas, y de alguna forma relacionadas con Damien. ¿No has notado realmente nada raro en él? ¿Algo que te haga aunque sea un poco considerar la posibilidad de que ese chico podría ser un peligro para ti, para Ann o para Mark?
No hubo una respuesta inmediata. Y aún desde el otro lado de la puerta, Mark pudo percibir claramente la indecisión de su padre. ¿Era que acaso él sí había visto algo en realidad? ¿La idea le había llegado a cruzar en algún momento? ¿A él también…?
—Lárgate de aquí, Charles —pronunció Richard tras unos instantes—. Vete antes de que pierda la calma. Y no quiero volver a oírte decir ninguna de esas locuras, o acabaré contigo. Si te atreves a hacerle algún daño a mi familia, sepultaré tu carrera, tu reputación, y tu nombre. ¿Está claro?
—Es justo por tu familia que hago esto, Richard. Si tú no los protegerás, alguien deberá hacerlo.
—No te atrevas…
—En la caja también venían las dagas —le interrumpió—. Las dagas que Bugenhagen le dio a tu hermano, y las que afirma que son la única arma que puede matarlo.
—¿Y qué piensas hacer con ellas exactamente?
—Yo… realmente espero que tengas razón… y no las necesitemos…
Mark pudo escuchar claramente los pasos del Dr. Warren aproximándose a la puerta, por lo que .se apresuró a alejarse por el pasillo, logrando apenas doblar en la esquina un segundo antes de que la puerta se abriera y el curador saliera disparado del estudio. Mark logró ver desde su escondite como se dirigía a la puerta con pasos apresurados. Su padre no lo siguió; quizás se estaba tomando un poco para digerirlo todo. Y la verdad era que él también lo necesitaba.
¿Qué era todo eso que acababa de escuchar? Enterarse de que su tío había muerto intentando matar a Damien ya era suficientemente impactante, pero escuchar sus supuestos motivos…
¿Damien? ¿No era hijo de su tío? ¿No era en realidad su primo? ¿No era un Thorn…?
¿Y era en realidad El Anticristo?, ¿el hijo de Satanás?
Su familia nunca había sido del todo religiosa, así que no estaba muy enterado de esas cosas, más allá de lo que habían oído o visto en algunas películas o series. Pero como fuera, era simplemente absurdo; como sacado de alguna mala novela.
Pero había algo que Mark no podía simplemente ignorar. Como bien el Dr. Warren había dicho, sí habían estado ocurriendo cosas muy extrañas últimamente. Y no sólo la muerte de la tía Marion y las otra personas, sino otros sucesos de los que quizás ni su padre ni Ann estaban enterados. Como aquel día en el que Damien respondió todas aquellas preguntas en clase, afirmando que simplemente las había sabido; como si pudiera saberlas por qué el profesor las sabía, así lo había descrito.
¿Y lo que le había hecho a Teddy en el patio? Lo había obligado a doblegarse de terror en el piso con tan sólo mirarlo. ¿Qué le había hecho en realidad?
¿Y el suicidio del Sgto. Goodrich? ¿No había ocurrido poco después de que Damien y él tuvieran esa discusión en su oficina?
Y también estaba lo de Charles Powell. Todos repetían, él incluido, que sólo había sido un accidente. Pero, en realidad, Mark sí había llegado a pensar que quizás no lo había sido del todo. Como Teddy había dicho, Damien estaba harto de tener a Charles siempre pisándole los talones intentando complacerlo. Y había sido justo Damien quien había encendido el fuego en la mano de Charles; eso era algo que sólo los que estaban presentes lo sabían. ¿Podría de alguna forma haber hecho que el fuego se propagara y lo quemara de esa forma? ¿Podría él tener de alguna forma ese… poder?
No lo habían dicho abiertamente, pero tras todo lo ocurrido, la posibilidad de que a su primo le estuviera ocurriendo algo "sobrenatural" le había cruzado por la mente. Pero eso no significa que hubiera podido hacer algo para lastimar, o incluso matar, a toda esa gente, ¿o sí? Él era una buena persona…
O, quizás, no del todo.
No podía dejar de pensar en esos comentarios que hacía a veces, sin darse cuenta de lo mal o incorrecto que sonaban hasta que él se lo señalaba. Como lo poco que le importaba lo que le había pasado a Charles, hasta incluso bromear con ello.
No podía creer que se tratara de un demonio, el Anticristo ni nada así. Pero, ¿y si sí era algo que resultaba peligroso? ¿Y si era algo malvado? ¿Y si había estado de alguna forma detrás de todas esas muertes y sucesos?
Su primo, con el que había crecido como si fueran hermanos… ¿Podía en verdad ser cierto…?
Aunque, si lo que Dr. Warren decía era verdad, entonces ni siquiera era su primo en realidad; no era un Thorn.
Todo aquello era demasiado confuso y angustiante para su joven mente. Comenzó a sentir una fuerte opresión en el pecho, y el inminente deseo de ponerse a llorar. Pero no podía dejarse derrumbar de esa forma; no frente a su padre, Ann, y mucho menos frente a Damien.
Estaba bastante sumido en sus propios pensamientos, pero logró reaccionar cuando percibió a su padre saliendo del estudio apresurado. En su mano sujetaba la carta que el Dr. Warren le había entregado y de la que tanto habían comentado durante su plática.
Cuando estuvo seguro de que ya se había alejado lo suficiente, salió de su escondite y se dirigió con paso más calmado hacia la sala de estar. Si tenía suerte, no se cruzaría con nadie, y podría ir directo a las escaleras, subir a su habitación y encerrarse. Necesitaba calmarse, necesitaba pensar, y decidir qué hacer a continuación. ¿Ignorar todo aquello como la locura que su padre señalaba que era?, ¿o encarar a su primo para que le dijera la verdad?
¿Era acaso eso otra de esas obligaciones que un chico de trece no debería encargarse por su cuenta? ¿O había algo en sus manos que pudiera hacer…?
Había logrado avanzar libremente hacia la escalera. Sin embargo, en cuanto colocó un pie en el primer escalón, lo escuchó:
—Hey, ¿a dónde vas? —pronunciaba con curiosidad al reconocible voz de su primo.
Mark se sobresaltó, nervioso y casi petrificado, pero logró girarse lo suficiente hacia un lado para ver de dónde provenía aquella pregunta. Damien estaba de pie a un par de metros de él, sujetando en cada mano un plato con un emparedado, y algo de papas fritas como acompañamiento. Le sonreía de forma despreocupada, casi inocente.
—¿Qué no vas a ver la película? —le cuestionó con un ligero reproche.
—No, lo siento… —respondió Mark rápidamente, manteniendo lo mejor posible la calma—. Creo que estoy cansado. Me iré a acostar.
—¿Cansado? —masculló Damien con escepticismo—. Apenas es el primer día de vacaciones, ¿y ya te quieres ir a acostar temprano? Pareces un anciano.
—Sí… ¿qué te puedo decir? —le respondió Mark con un susurro, encogiéndose de hombros y sonriendo escuetamente.
La sonrisa despreocupada de Damien se fue dilatando en ese momento, y en su lugar observó a su primo con cierto recelo. Mark recordaba que tras lo ocurrido en la clase de historia, le había mencionado algo sobre saber lo que la gente pensaba o sentía… ¿Acaso se había dado cuenta de que le estaba ocultando algo? ¿Podría ver en él todas las dudas y miedos que le estaban surgiendo tan claro como había visto las respuestas a aquellas preguntas…?
Damien comenzó a avanzar con cuidado hacia él. Mark se quedó quieto en su sitio, resistiendo el deseo de correr despavorido escalera arriba. Nunca había sentido tal sensación de miedo o inseguridad con una persona, mucho menos con su (supuesto) primo…
Damien se paró frente a él, lo contempló en silencio unos instantes, y luego le extendió uno de los platos que traía consigo.
—Al menos come tu emparedado —le propuso con aparente amabilidad—. Con papitas, como te gusta.
Mark observó el silencio el plato, y forzó a su mano derecha a alzarse y tomarlo entre sus dedos.
—Gracias —pronunció rápidamente, y luego subió unos escalones más hacia el segundo piso. A mitad del camino, Damien volvió a detenerlo con su voz.
—¿Todo está bien, Mark? —pronunció el joven al pie de la escalera.
—Sí, claro —le respondió virándose hacia él, y volviéndole a sonreír de la misma forma que antes—. Buenas noches.
—Buenas noches.
Mark subió apresurado el último tramo de escalones sin mirar atrás, logrando su cometido de llegar a su cuarto y encerrarse en éste. No vería de nuevo a su primo, ni a nadie más, hasta la mañana siguiente.
FIN DEL CAPÍTULO 116
Notas del Autor:
En la serie de Damien del 2016, las quemaduras de Charles sólo abarcaban su cuerpo y no su rostro, pero como pudieron ver en esta historia decidí cambiarlo un poco para jugar con la caracterización de este personaje. Pese a que se usará bastante la base de lo mostrado en la serie, mucho de lo que veremos a partir de aquí será más mi propia interpretación de él. Más adelante veremos más, así que espero les resulte interesante.
La parte final del capítulo es un complemento de los sucesos que ya se habían contado en el Capítulo 67, solamente que ahora desde la perspectiva de Mark, y en especial colocando esa conversación entre Richard y Charles Warren que no habíamos visto en aquel entonces (e igualmente inspirada en la película Damien: The Omen II pero con sus respectivas diferencias).
Este flashback terminará en el siguiente capítulo, y creo que muchos recordarán lo que ocurría al día siguiente de esto. Y si no, en el siguiente capítulo lo verán.
