Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 119.
Bienvenida al Nido

Fue difícil para Lucas Sinclair soltar todo lo que estaba ocurriendo en el Nido y darse el tiempo para ir a dormir, aunque fuera un par de horas. Terminó siendo, para bien o para mal, un poco más que eso, pues su cuerpo agotado no le permitió levantarse de la cama hasta cerca del mediodía. La buena noticia era que en toda la mañana nadie había ido a molestarlo con alguna emergencia, así que era seguro decir que todo debía estar corriendo de forma correcta con sus dos prisioneros, incluso sin que tuviera que tener su ojo vigilante pegado a cada paso de la operación.

Lo primero que hizo al despertar fue pedir que le llevaran el desayuno (aunque para ese momento era más un almuerzo) a su habitación privada. Mientras éste llegaba, tomó una ducha rápida, que en verdad ya le hacía falta, y se rasuró la cara. Uno de los encargados de la cafetería apareció una media hora después en su puerta, cargando una bandeja con su desayuno: huevos estrellados, papas, pan y jugo de naranja.

—Buenos días, señor —le saludó aquel jovencito, entregándole la charola.

—Buenos días —respondió Lucas recibiendo el encargo—. ¿Alguna novedad que reportar?

—Ninguna, señor. Todo está muy tranquilo.

—Qué siga así —asintió Lucas, despidiéndose poco después.

Ya solo, colocó la charola sobre al escritorio de la habitación y se sentó a comer tranquilo y sin apuro; sería quizás el único momento del día en que pudiera darse ese lujo. Y su predicción se volvió prácticamente una profecía, pues después de comer y mientras se lavaba los dientes en el baño, escuchó como la voz de alguien surgía abruptamente desde el radio comunicador en la otra habitación. Escupió rápidamente en el lavabo y se apresuró a la radio para responder, justo después del segundo llamado.

—Aquí el Dir. Sinclair —pronunció con solemnidad—. ¿Qué ocurre?

—Sólo quería informarle que el helicóptero que transporta a la Sra. Chief ya está por aterrizar en el helipuerto, aproximadamente en unos veinte o veinticinco minutos.

—¿Qué? —exclamó Lucas, incapaz de esconder completamente su confusión—. ¿Madeleine Chief?

—Sí, señor —pronunció con desconcierto la voz de la persona al otro lado de esa llamada. Evidentemente, por el tono que usaba Lucas en ese momento, estaba sorteando la posibilidad de quizás haber metido la pata con algo, idea que Lucas de momento no descartaba del todo.

—¿Quién autorizó su ingreso a la base para el día de hoy? —cuestionó, ya notándosele un claro indicio de enojo.

La persona al otro lado musitó nerviosa, y se escuchó como comenzaba a mover papeles, quizás en busca de alguna respuesta satisfactoria que darle.

—No importa —soltó Lucas tras un tortuoso minuto. Al final daba igual quién o cómo había sido. Madeleine bien lo había dicho la noche anterior: aún tenía amigos de los que podía cobrarse algunos favores. Lo que le sorprendía de verdad era lo rápido que se había movido; no habían pasado ni quince horas desde que hablaron, y ahora ahí estaba a veinte minutos de arribar.

Una prueba más de que no era una persona que convenía subestimar.

Tras unos instantes de reflexión, Lucas respondió al fin, ahora con mucha más calma.

—Subiré a recibirla. Y díganle al Dr. Shepherd que se comunique lo antes posible conmigo. Necesito un informe inmediato del estado de Charlene McGee.

—Sí, señor.

Cortaron la comunicación en ese instante, y Lucas se apresuró al momento a terminar de arreglarse lo más pronto posible. Esperaba tener un par de días para prepararse antes de tener que enfrentar de nuevo a Madeleine Chief, pero evidentemente su antigua mentora tenía otros planes. Ahora debía recibirla con todas las cortesías que se merecía, o al menos que creía merecer.

El helicóptero tardó de hecho un poco más de veinte o veinticinco minutos en arribar, pero cuando lo hizo Lucas ya se encontraba ahí de pie en el helipuerto, contemplando la oscura nave descender lentamente hacia la pista. Colocaron una escalera especial a un costado, y al menos tres soldados se tomaron la molestia de ayudar a la Sra. Chief a descender. La antigua jefa del DIC vestía muy parecido a como Lucas esperaría que lo hiciera una abuela de casi ochenta años, con un holgado y un tanto anticuado atuendo de falda ancha y larga color morado, una blusa blanca y un blazer sobre ésta del mismo tono que su falda. Y encima de todo eso, un grueso y elegante abrigo color oscuro, y una afelpada estola gris sobre sus hombros.

Una vez que tuvo sus pies en el piso, la mujer mayor comenzó a avanzar por su propia cuenta, a paso lento mientras se apoyaba marcadamente en su brillante bastón de aluminio. Algunos de los hombres intentaron ayudarla, pero los rechazó a todos agitando su mano libre en el aire.

Típico de Madeleine Chief; siempre tenía que esforzarse por no mostrarse débil.

—Cuando una idea se te mete a la cabeza, es difícil que la sueltes, ¿cierto? —exclamó Lucas con fuerza para ser oído por encima del sonido del motor, una vez que la mujer estuvo lo suficientemente cerca de él.

Madeleine se detuvo sólo un instante para mirarlo, pero casi de inmediato siguió avanzando en dirección a los elevadores.

—Tenía el presentimiento de que ese "mandaré a recogerte en unos días cuando todo esté listo por acá" nunca iba a llegar. Así que decidí adelantarme por mi propia cuenta.

—Entendible —masculló Lucas despacio, caminando a su lado cuando la mujer pasó a su lado—. Pero podrías haberme dado al menos uno o dos días.

—Es bueno que te tomen por sorpresa de vez en cuando. Te mantiene alerta.

—He tenido suficientes sorpresas en mi vida, te lo aseguro. Como sea, estás de suerte. McGee llegó bastante herida, pero el equipo médico logró estabilizarla anoche, y están en estos momentos moviéndola a la celda especial que le preparamos. Aun así, es probable que no esté lo suficientemente recuperada como para recibir visitas de manera… cómoda.

—Te aseguro que lo que menos me interesa es la comodidad de esa mujer —soltó Madeleine con amargura, agitando su mano frente a ella como si intentara ahuyentar a un molesto mosquito.

Antes de poder seguir hacia los elevadores, uno de los soldados se interpuso, con la clara intención de solicitarle a la mujer sus aparatos electrónicos, así como una revisión de su autorización de seguridad. Protocolo estándar para cualquier visitante externo al personal de la base.

—Eso no será necesario en este caso —intervino Lucas.

—No, está bien —respondió Madeleine rápidamente—. Sé cómo funciona esto; no olvides que ésta era mi vida no hace tanto. —Se viró entonces hacia el soldado, observándolo por encima del armazón de sus gruesas gafas—. No traigo ningún teléfono o aparato conmigo, salvo quizás mi marcapasos —indicó señalando hacia su pecho—. Pero siéntete libre de revisar de todas formas, chico.

Un soldado mujer se encargó justo de inspeccionar a la antigua líder del DIC. En efecto, no traía consigo ningún aparato o arma; sólo su bastón, y un par de frascos con medicamentos. Ningún bolso o equipaje adicional. Eso al menos le dejaba como consuelo a Lucas que no pensaba quedarse demasiado, o que incluso quizás pensaba volver a casa ese mismo días.

Una vez terminaba la revisión y que se confirmara que tenía permiso de ingresar, se le entregó una tarjeta de visitante con acceso restringido. Madeleine contempló aquella tarjeta con el ceño fruncido y los labios apretados, como si acabaran de soltarle un insulto que no sabía bien de qué manera tomar. Debía ser hasta cierto punto molesto ser catalogada como "visitante" en una organización que ella misma había ayudado a crear.

Estando ya frente a uno de los ascensores, Lucas extendió su tarjeta de acceso (con permisos mucho más amplios que la de Madeleine, por supuesto) y la pasó en el sensor de éste. Las puertas se abrieron, y Lucas le cedió el paso para que pasara primero. Madeleine aceptó.

—Eso que mencionaste hace un momento —comentó Madeleine, cuando ya los dos estaban dentro del elevador y Lucas pasaba de nuevo su tarjeta y seleccionaba el nivel al que se dirigían—, sobre que la pusieron en una "celda especial" que le prepararon… ¿A qué te refieres?

Lucas sonrió, con bastante satisfacción cabía mencionar.

—Te encantará —le respondió con murmullo de complicidad—. Creo que alguien como tú apreciará lo que logramos hacer. Hubiera sido una lástima no haberle capturado con vida y no poder probarla, pero confío en que algún otro uso le habríamos encontrado.

Madeleine lo miró de reojo. Claramente no entendía del todo a qué se refería, pero al menos había captado su curiosidad. Tendría que ver ella misma qué era lo que se traía entre manos.


La celda especial que el DIC había hecho par Charlene McGee era básicamente un gran cubo de gruesas paredes transparentes, que dejaban a cada momento a la vista su interior desde cualquier dirección. Estaba colocado en el centro de una habitación cerrada y blindada, con una sola puerta de acceso y sensores en el suelo. En el interior del cubo había solamente una cama individual, un retrete pequeño con su respectivo lavabo… y nada más. Estaba además completamente sellado a excepción de una rendija en la parte superior que resultaba ser la única fuente de aire respirable, y que podía ser fácilmente cortado con el accionar de un interruptor. Y esa era sólo una de las diferentes medidas que contaba para asegurarse de tener encerrado a su ocupante.

Y hablando de su ocupante, ésta ya se encontraba en esos momentos ahí, recostada bocarriba en la cama individual, y vistiendo ahora un traje mono de llamativo color naranja. La habían trasladado para allá una hora atrás del área médica, luego de tratarle sus diferentes heridas. Se habían asegurado de que no recuperara la consciencia desde que la aprehendieron, y en esos momentos sólo el sedante que se filtraba por la rendija en forma de gas era lo que la mantenía aun plácidamente dormida.

El cuarto en el que se encontraba tenía cámaras en prácticamente cualquier ángulo, todas apuntando justo hacia el interior del cubo. Las imágenes de dichas cámaras se proyectaban en varios monitores, colocados en una sala adyacente desde donde dos guardias en turnos rotativos tendrían la misión de siempre estar presentes, desde ese día hasta que se decidiera formalmente qué hacer con la prisionera. El primero de ellos ya estaba colocado en su puesto, pero no estaba solo. Russel y el Capt. McCarthy estaban ahí, aguardando, y por supuesto observando las imágenes en los monitores. Aunque claro, de momento no había mucho que observar realmente, excepto a Charlene McGee durmiendo como un tronco.

—¿Estamos seguros de que eso la detendrá? —cuestionó McCarthy, con cierta reserva en su voz.

—¿Seguros?, no —respondió Russel con demasiada naturalidad—. No ha habido nada de lo que yo pudiera estar completamente "seguro" desde que comencé a trabajar en este sitio, capitán. Pero al menos tras todas las pruebas que hicimos, intentando replicar lo mejor posible los efectos de las habilidades de la Srta. McGee, podemos decir que hay al menos buenas posibilidades de que funcione.

"Buenas posibilidades" no me resulta del todo alentador —masculló McCarthy con pesadumbre—. Ha visto los reportes y los videos de lo que puede hacer, doctor. Lo que menos quiero es tener a alguien con ese poder suelto por mi base.

—Por supuesto —asintió el hombre de bata blanca—. Aunque yo, por otro lado, admito que una parte de mí se siente muy atraído por la idea de poder ver directamente de lo que realmente es capaz.

Russel no se preocupaba en lo absoluto por esconder la emoción, o inclusive admiración, que acompañaba a sus palabras. Charlie McGee era casi una leyenda urbana para muchos de los que habían llegado a trabajar el DIC, casi al nivel del Coco que viene si te portas mal. Aunque ciertamente verla ahí recostada, como una mujer común de carne y hueso a la que pudieron lastimar y capturar, le quitaba un poco de misticismo a dicha leyenda. Pero todos debían cuidarse de justo no dejarse llevar por esa idea; muchos otros habían pagado con sus vidas por hacerlo.

La puerta del cuarto de vigilancia en el que se encontraba sonó al abrirse y permitir el paso justo a las dos personas que esperaban. Madeleine pasó primero, con paso pausado y ayudada de su leal bastón, y Lucas le siguió de cerca.

—Sra. Chief —pronunció McCarthy de inmediato en cuanto vio a la mujer mayor, incluso proporcionándole un respetuoso saludo militar como cortesía—. Es un placer verla de nuevo, señora.

—Lo mismo digo, Davis —respondió Madeleine, sonriéndole moderadamente al capitán, y asintiendo con su cabeza—. Te ves muy bien. ¿Cómo está la familia?

—Están bien, señora. Muchas gracias por preguntar.

—¿Algún nieto a la vista?

—No aún, espero —respondió el militar, riendo ligeramente—. Mi hija menor está apenas comenzando la universidad, y la mayor está muy enfocada en su carrera como para… pensar en eso.

—Ah, sí —asintió Madeleine, achicando los ojos y adoptando una expresión reflexiva—. He oído muchas cosas buenas de tu muchacha, ahora que la mencionas. Pero debes enseñarle que el trabajo no puede ser siempre lo único sobre lo que te sostengas. Que lo tome en cuenta, en especial viniendo de alguien con bastante experiencia en eso como lo soy yo.

—Se lo diré en cuanto la vea —afirmó McCarthy con gratitud.

La atención de la visitante se giró entonces hacia la otra persona presente en el cuarto, de pie a unos cuantos pasos de ella. La mujer subió y bajó su mirada, inspeccionando atenta al hombre de piel oscura, cabeza rapada, anteojos y bata blanca, que ciertamente no le pareció conocido.

—¿Y tú eres…? —inquirió con cierta hostilidad.

—Soy el Dr. Russel Shepherd, señora —se presentó rápidamente, parándose derecho—. Soy el actual Jefe de…

—Ya sé quién eres —pronunció Madeleine secamente; el sólo oír su nombre le había bastado—. Eres la rata de laboratorio a la que tienen jugando con el Lote Seis, a ver si puede hacerlo funcionar sin matar a más de la mitad de los sujetos de prueba, ¿no?

Russel carraspeó un poco, al parecer nervioso al percibir esa forma tan despectiva con la que se había referido a su persona.

—Mis funciones van mucho más que sólo eso, Sra. Chief —aclaró Russel, intentando transmitir firmeza—. Pero sí, es uno de nuestros proyectos principales. De hecho, hemos logrado bastantes avances en esta versión del Lote Diez. Quizás, como alguien más cercana al proyecto original, le interesaría que le muestre…

—¿Ves esto? —profirió Madeleine de pronto, tomando su tarjeta de acceso y alzándola hasta casi pegarla al rostro del científico—. ¿Puedes leer qué dice aquí?

Russel contempló la tarjeta contra su cara, un tanto desconcertado.

—¿Visitante? —murmuró despacio, más como una pregunta que una afirmación.

—¿Y desde cuanto el Jefe de Investigación del DIC comparte sus avances de un proyecto ultra secreto con una simple "visitante"?

La boca de Russel se abrió, en un aparente intento de responder, aunque de ella sólo surgieron algunos balbuceos nerviosos.

—Bueno, sólo creí… ya que está aquí y la autorizaron…

Madeleine soltó en alto un bufido de molestia, y pasó de largo de Russel para aproximarse a los monitores, dejando al hombre de bata blanca con sus palabras en la boca.

Lucas tuvo que voltear a un lado para disimular un poco la sonrisa burlona de sus labios. Debía admitir que no le desagradaba la idea de que, para variar, alguien destanteara a Shepherd, que tenía la costumbre de pasarse de listo cuando no era debido.

Un poco indiferente a lo que había causado en el Jefe de Investigación, Madeleine prefirió centrar su atención en los monitores, en específico en las diferentes imágenes de la misma mujer de mono anaranjado, recostada en aquella cama en el interior del cubo transparente. Aunque la primera vez que supo de su existencia y conoció su apariencia, se trataba de una niña de a lo mucho siete años, con el pasar de los años había ido recibiendo actualizaciones de cómo lucía. La última imagen que había recibido era de una mujer en sus treintas, y la expresión férrea de sus ojos se quedó bien grabada en su cabeza hasta la fecha. En esos momentos no podía ver sus ojos pues estaba totalmente dormida, pero sabía que era ella. Unos años mayor (como todos) pero definitivamente era una mujer difícil de pasar por alto.

—Casi hasta parece inofensiva —murmuró despacio, hacia nadie en particular—. ¿Esa es la celda especial de la que hablabas? —preguntó justo después, ahora virándose directo hacia Lucas. Y aunque la pregunta obviamente iba para él, quien se adelantó a responder fue Russel, quizás en un intento casi desesperado de compensar de alguna forma la mala imagen que pudiera haberle dejado. No se detuvo a considerar un momento que quizás eso era de nuevo explicarle de más a una mera "visitante", pero igual nadie lo detuvo, incluida la propia Madeleine.

—Es un prototipo de nuestra propia elaboración —explicó el Dr. Shepherd —. Es un material sintético que refleja de manera efectiva las ondas de calor, llegando a aguantar en las pruebas que realizamos una exposición de hasta más de 20,000 °C. Y en específico esta estructura en forma de cubo en la que se encuentra está diseñada para que, si se le aplica calor directo en alguna de sus paredes, éste comience a expandirse rápidamente a todas las demás, radiándolo de regreso hacia adentro, hasta convertirlo prácticamente en un enorme horno. Y mientras más calor se le aplique, más caliente se volverá todo ahí dentro.

—Es decir, que si intenta derretir esas paredes, terminará derritiéndose a ella misma primero —pronunció Madeleine como conclusión—. ¿Esa es la idea?

—Básicamente —respondió Russel con orgullo.

—Inteligente —asintió Madeleine—. Excepto por dos detalles. El primero es que, aunque mi memoria ya no es lo que era antes, creo recordar que en las pruebas que se le llegaron a hacer hace treintaicinco años, llegó a generar 30,000 °C de calor localizado. Y en aquel entonces era sólo una mocosa.

—Lo sé, leímos exhaustivamente todos los reportes de aquella época —contestó Russel con tono seguro—. Los que logramos recuperar, al menos. 20,000 °C es lo mejor que pudimos lograr de momento. Quizás con un poco más de tiempo podríamos haber logrado más, pero confiamos en que mucho antes de llegar siquiera cerca de esa temperatura, la Srta. McGee terminará desistiendo por su bien. Eso, o quizás termine convirtiéndose a sí misma en un lindo pedazo de carbón. Esperamos que su instinto de supervivencia pueda más.

—Lo que me lleva al segundo detalle —señaló Madeleine, tajante—. Si leíste las notas de los experimentos de aquel entonces, sabrás que siempre se tuvo la teoría de que su cuerpo era bastante capaz de resistir esas altas temperaturas sin ningún problema. De otra forma no se podría explicar cómo es capaz de producir esa gran cantidad de energía con su mera mente, sin freírse el cerebro a ella misma en el proceso.

—Eso fue un tema muy debatido, y hasta algunos del equipo científico tenemos una apuesta sobre eso —comentó Russel con tono casi juguetón—. Lo cierto es que, de acuerdo a los reportes de sus antiguos colegas, por más intentos que se hicieron nunca pudieron llegar a una conclusión completamente satisfactoria de cómo es que la Srta. McGee puede generar dicha energía. Algunos establecieron incluso la teoría de que no la genera en su cuerpo realmente, sino que sólo es capaz de canalizarla de algún tipo de fuente externa, sin poder establecer claramente de qué clase. Por lo mismo, es difícil determinar qué tan cierto es que su cuerpo pueda resistir los estragos de su propio calor. Pero creo que sería interesante observar qué pasa si lo intentara, ¿no le parece?

Madeleine no respondió, y ciertamente su rostro de piedra no daba pista clara de si estaba o no de acuerdo con las palabras del Jefe de Investigación.

—Adicionalmente —intervino McCarthy, señalando a uno de los monitores—, todo el cubo está sellado y es hermético. Esa rejilla en la parte superior es el único suministro de oxígeno, y puede ser cortado al instante si detectamos que realiza alguna acción sospechosa. O se puede igualmente surtir por ella un potente sedante en forma de gas para dormirla rápidamente, como se está haciendo justo en estos momentos.

Madeleine asintió lentamente, al parecer un poco más convencida con esa última medida. Muy seguramente le cruzaba por la mente preguntar cuál era el botón que cortaba el oxígeno, para así poder presionarlo en el momento en que se descuidaran.

—Ahora que viste las medidas que hemos aplicado, ¿estás un poco más tranquila? —le preguntó Lucas a sus espaldas.

—¿Tú lo estás? —le regresó el cuestionamiento, mirándolo sutilmente sobre su hombro.

—Entiendo tu escepticismo, pero puedes ver claramente que no hemos tomado a la ligera nada con respecto esta prisionera. Y no hay que olvidar que pese al gran poder destructivo que posee, así como otros que son como ella, sigue siendo sólo un ser humano; no un demonio, ni un dios. Y todos los humanos tenemos límites, incluida Charlene McGee. Y si quiere poner a prueba los suyos intentando salir de ahí, te aseguro que no saldrá ilesa.

—No tienen que convencerme a mí de nada —respondió Madeleine secamente, encogiéndose de hombros—. Yo sólo espero que en verdad tengan razón, o que yo esté bastante lejos de aquí si acaso no la tienen.

Lucas, Russel y Davis se miraron entre ellos en silencio, cada uno en diferentes medidas de molestia para esos momentos. Los tres a su vez tenían también sus respectivas dosis de completo respeto hacia Madeleine Chief, por su larga carrera y todo lo que había logrado en ella. Pero incluso McCarthy, que era al parecer de los tres el que más le agradaba, debía reconocer que era una persona complicada de tratar.

—Muy bien —masculló Lucas acomodándose su corbata—. Si me disculpas, es hora de despertar a la fiera y darle la bienvenida a su nuevo hogar. Estás cordialmente invitada a ver y escuchar todo desde aquí, Madeleine.

—¿Para qué otra cosa crees que viene hasta acá, cariño?

Lucas salió pues la puerta de la pequeña sala de observación, y se dirigió con paso tranquilo hacia la puerta contigua que llevaba a la sala de su "celda especial". La puerta era custodiada a cada lado por dos soldados, cada uno fuertemente armado hasta los dientes, y con instrucciones de disparar a la prisionera si acaso ponía un pie afuera de su cubo.

Al verlo, los dos soldados le ofrecieron a Lucas un respetuoso saludo, mismo que éste les devolvió con un ademán de su cabeza. Uno de ellos se apresuró a pasar su pase de acceso por el sensor, y las gruesas y pesadas puertas del cuarto se abrieron hacia los lados. Lucas ingresó, y un segundo después de que hubiera entrado las puertas volvieron a cerrarse a sus espaldas; una fracción de segundo antes y quizás hubieran atrapado la parte posterior de su saco.

Desde la sala de observación, Russel, Davis y Madeleine observaban atentos en la imagen de los monitores como Lucas caminaba desde la puerta principal, hasta pararse a unos tres metros del cubo transparente, justo detrás de una línea amarilla que marcaba el punto máximo al que se debía llegar por seguridad. El director se paró derecho, con sus manos en sus bolsillos, y contempló fijamente a la mujer recostada al otro lado de ese grueso muro que los separaba.

—Despiértenla —indicó tras unos segundos, virándose a ver directo hacia una de las cámaras.

El soldado en los controles de la sala de observación pasó de inmediato a cortar el suministro del sedante, e inmediatamente después activó ahora la introducción de un medicamente diferente; uno que contrarrestaría justo los efectos del primero y la despertarían en un máximo de un par de minutos.

Todos los observadores permanecieron en silencio, sólo percibiendo el lejano zumbido de la ventilación interna del cubo. Los segundos pasaban rápidamente, mientras la atención de todos estaba totalmente fija en la prisionera, que seguía aún con sus ojos cerrados y su rostro sereno, sin ningún reflejo de dolor o angustia. Incluso Lucas, a pesar de su postura calmada y expresión estoica, la verdad era que se sentía un poco nervioso. Esa sería la primera vez que estaría frente a frente con Charlie después de… no sabía cuántos, pero eran muchos años. Y aunque se había mostrado confiado allá adentro de las medidas que habían implementado, lo cierto era que Charlie McGee era justo como Eleven. Ambas eran impredecibles, e imposibles de someter; casi todos los que lo había intentado, habían terminado muertos… o peor.

Pero no había tiempo de dudas, de pensarse las cosas dos veces, o de mostrar titubeo. No frente a sus hombres, no frente a Madeleine Chief, y definitivamente no frente a Charlie.

Su despertar no fue lento y tranquilo, sino como un fuerte sobresalto que la hizo casi saltar de la cama. Charlie abrió sus ojos de golpe, tomó una fuerte bocanada de aire, y luego comenzó a toser con fuerza como si algo grande se le hubiera atorado en la garganta. Su cuerpo rodó hacia un lado, cayendo precipitosa al duro suelo de concreto, muy posiblemente golpeándose la barbilla y la nariz, aunque de seguro resintió más sus heridas recién tratadas.

Charlie se quedó en el suelo hecha un ovillo por un par de minutos más, mientras intentaba que su respiración recuperase gradualmente la normalidad. Sólo hasta que eso fue solucionado, se permitió alar la mirada y recorrer sus ojos brillosos por su alrededor, intentando identificar qué era con exactitud ese espacio en el que se encontraba. Las intensas luces blancas del techo la enceguecieron un poco, y el molesto sabor dulzón del aire le provocó algunas arcadas, que por suerte logró controlar.

—Bienvenida al Nido, Charlie —escuchó que le hablaban, con la distintiva distorsión que acompañaba a una voz surgiendo por un altavoz. Charlie alzó su mirada; la voz provenía de arriba de su cabeza, en donde junto con la ventilación había además un dispositivo de audio de donde brotaba aquella voz. Sin embargo, la persona que le hablaba no estaba ahí, sino justo a sus espaldas—. Supe que te esforzaste mucho para poder encontrar esta base, así que debes estar contenta de al fin haberlo logrado, ¿o no?

Charlie, aún en el suelo, se viró lentamente hacia atrás, retraída y confundida como un animal encerrado. A unos metros de ella, del otro lado de esa estructura transparente que la rodeaba, reconoció el rostro socarrón y molesto del su antiguo amigo, Lucas Sinclair. Éste la miraba desde su posición con una sonrisa que a Charlie le resultó casi prepotente.

El sopor de su largo sueño se fue amortiguando, y una vez que su mente estuvo lo suficientemente clara, no necesitó mayor explicación para entender en dónde estaba. Se había imaginado muchas veces ese escenario, tanto así que el verlo materializado ante ella le resultaba incluso un poco insatisfactorio de cierta forma.

—Lucas Sinclair —murmuró la mujer rubia, parándose lentamente. El dolor de sus heridas de bala la hizo doblarse un poco en sí misma por unos instantes, pero se forzó a recuperarse y poder estar de pie y derecha—. Mírate nada más; estás viejo.

—Tú no estás mucho mejor —respondió Lucas con sorna—. Curamos tus heridas lo mejor posible, por cierto. No tienes que agradecer.

—Supongo que me querían lo suficientemente sana para el pelotón de fusilamiento, ¿no es así?

—Eso aún está en discusión. —Mientras hablaba, Lucas comenzó a caminar alrededor del cubo. Charlie, desde su posición, lo seguía con la mirada, pero sólo lo que no implicara que tuviera que girar demasiado el cuello para hacerlo—. Debo decir que nunca pensé que te encontraríamos en ese estado tan lamentable. Ahora sí te metiste en algo mucho más grande lo que podías afrontar, ¿cierto?

—Lo mismo te digo —respondió Charlie con brusquedad—. ¿Dónde está, Lucas?

—¿Quién?

—Ya sabes quién. El chico, ¿lo trajiste aquí también?

Lucas permaneció en silencio, hasta que dio casi la vuelta completa al cubo, deteniéndose al costado derecho de la prisionera.

—Ese no es un asunto que te incumba —contestó con seriedad—. Deberías preocuparte más por tu propia situación.

—Tendrás que esforzarte más si quieres asustarme —declaró Charlie con su mirada fija al frente, intentando parecer indiferente—. Sabes bien que ésta no es la primera vez que termino "atrapada" en una de las bases subterráneas de la Tienda. Me he vuelto experta en quemarlas hasta los cimientos, de hecho.

—Eso he oído. Pero antes que lo intentes, deberías saber que ésta no es una celda cómo en las otras que has estado antes.

—Claro que no, nunca lo son —murmuró acompañada de una pequeña risilla. Avanzó entonces hacia una de las paredes transparentes, apoyando por completo su mano contra ella, y luego golpeándola un par de veces con su nudillo—. Déjame adivinar: algún súper material que resiste temperaturas extremas, ¿cierto? Siempre queriendo hacerlo interesante.

—Es un poco más ingenioso que eso.

Lucas pasó a explicarle las cualidades de su celda en forma de cubo, una versión un poco más escueta de la que Russel le había hecho a su visitante, aunque omitiendo por supuesto el dato de hasta qué tanta temperatura la habían probado. Charlie se mostró desinteresada en la explicación, pero igual le había escuchado atentamente.

—¿Y si te digo que creo que sólo estás bluffeando? —respondió Charlie, encogiéndose de hombros con tranquilidad—. Intentando asustarme para que no intente derretir este montón de plástico, diciéndome que terminaré calcinándome a mí misma.

—No soy tan buen jugador de póker —respondió Lucas, volviendo a sonreír de esa misma forma presuntuosa de antes—. Pero puedes intentarlo con toda confianza, si así lo quieres.

Charlie contempló en silencio los muros que lo rodeaban, inspeccionando también el más cercano a ella con sus dedos. Lucas por un momento creyó que en verdad lo intentaría, y aquello le causó un ligero nudo de ansiedad en el pecho, al igual que algo de expectación. Sin embargo, al final Charlie sólo se apartó del muro y se sentó en la cama.

—Tal vez después —respondió de malagana. Lucas dedujo que aún debía sentirse cansada, o quizás el efecto del sedante no se había disipado del todo—. Pues bueno, me has atrapado finalmente; felicidades. ¿Qué sigue ahora, director? —le cuestionó con voz juguetona—. ¿Qué planes tienen para mí mientras me tengan aquí en esta jaula de vidrio? ¿Exhibirme a los niños como en un zoológico y asustarlos para que crezcan y sean buenos soldados, o sino irá la malvada Charlie McGeee a sus casas y los quemaré vivos?

—Ríete todo lo que quieras —masculló Lucas, impasible ante sus claras provocaciones—. Pero ambos sabemos que estás hundida hasta el cuello, o más. Has molestado a mucha gente poderosa en estos años; leerte la larga lista de crímenes por lo que se te acusa sería impráctico. Hay muchos allá afuera que quieren que se te ejecute, en este mismo instante, y que me darían una medalla por hacerlo sin esperar autorización alguna.

—Pero hay muchos más que me quieren con vida, ¿o no? —respondió Charlie con tono seguro. Volteó a verlo, dibujando una media sonrisa confiada en sus labios—. Hablemos con la verdad, que en algún momento fuimos amigos, después de todo. Y la verdad es que, a pesar de todo lo que se han esforzado en replicar sus viejos experimentos, no han estado ni cerca de crear a alguien como yo, ni como Jane. Somos dos rarezas que aún después de tanto tiempo han sido incapaces de comprender, y los tenemos dándose golpes contra la pared intentando descubrir qué es lo que les hace falta. Te paras aquí diciéndome que me detuvieron por mi "larga lista de crímenes", cuando lo cierto es que sólo les interesa lo mismo que siempre les ha interesado: estudiarme, comprenderme, y replicarme. Pero déjame decirte que antes de permitirles hacer tal cosa, me cocinaré a mí misma en este lindo horno que me has construido.

—Hazlo entonces —exclamó Lucas, casi desafiante—. Si realmente te interesara tanto prevenir lo que dices, hace mucho que podrías haber terminado con tu propia vida para lograrlo.

—Ahora todo es diferente —contestó la mujer en la celda de forma críptica, recostándose lentamente boca arriba en la cama. Cerró los ojos, y entrecruzó sus dedos sobre su regazo.

Lucas la observó, sintiéndose algo confundido por esa última declaración. ¿A qué se refería con que todo era diferente? ¿En qué sentido?

—¿Dónde está Kali Prasad? —cuestionó el director del DIC tras unos momentos de reflexión.

Hubo apenas un pequeño vestigio de reacción en el rostro de Charlie al escuchar ese nombre, pero de inmediato recuperó por completo su serenidad.

—¿Quién? Creo que no sé de qué me hablas…

—Sabemos muy bien que ella y su grupo te han estado apoyando todos estos años. Sabemos también que no estabas sola en Los Ángeles; que alguien te estuvo acompañando, y sospechamos que se trató de ella. Finge demencia si lo prefieres, pero no pasará mucho antes de que demos con ella y tus demás aliados.

—Entonces no me necesitas para eso —concluyó la ex reportera, colocando ahora sus manos atrás de su cabeza, adoptando una posición mucho más relajada—. Ahora, si me disculpas, quiero que me den mi llamada y contactar a mi abogado.

Lucas sonrió divertido. Sabía bien que para ese punto, ya ni siquiera valía la pena enojarse con ella.

—Continuaremos esta plática en otra ocasión —comentó girándose con la disposición de retirarse de la sala—. Ponte cómoda, que estarás aquí un buen tiempo.

Ya había dado al menos unos cinco pasos a la puerta, cuando de pronto Charlie volvió a sentarse rápidamente en su cama, aún a pesar de sus heridas.

—Lucas, aguarda —pronunció fuerte para que su voz resonara en la bocina exterior. Él se detuvo y se giró de regreso hacia ella, más por curiosidad que por otra cosa. Sin embargo, debía admitir que se sintió desconcertado al mirarla de regreso.

El rostro de Charlene McGee había perdido por completo su actitud relajada e indiferente, y había optado por un sentimiento más serio, firme y… quizás incluso preocupado.

—El muchacho —pronunció despacio—. ¿Lo trajiste aquí sí o no?

—Como dije, eso no te…

—¡Escúchame, carajo! —exclamó de golpe, interrumpiéndolo. Se paró de nuevo, avanzando hasta casi pegar su nariz contra la pared del cubo—. Ese chico no es para nada como lo que has visto antes. Y no lo digo sólo por lo que logró hacerle a Eleven. Yo no estaba en mi mejor condición, es cierto, pero aun así solté todo lo que tenía en su contra, lo suficiente como para que no hubieran quedado ni sus putos huesos. Y aun así, ese malnacido se paró y barrió el piso con tus hombres. Nunca había visto algo así antes…

—¿Cuál es tu punto? —murmuró Lucas con tranquilidad, aunque en el fondo sus palabras sí que habían causado una dolorosa espina de inquietud en su pecho.

Charlie respiró lentamente, se humedeció un poco los labios, y entonces pronunció con la mayor calma que le fue posible.

—Si lo tienes dormido y vulnerable, no dejes que se despierte. Tienes que acabar con él, con todo lo que tengas a tu disposición. Si tienes que arrojarle una jodida bomba atómica, ¡hazlo! Pero no puedes dejar que salga de aquí…

—Es curioso que tú lo digas —dijo Lucas con voz austera—, pues es muy similar a lo que me han dicho de ti; que debería matarte de inmediato ahora que puedo.

—¡Pues hazlo, maldición! —espetó Charlie con ahínco, golpeando su puño con fuerza contra el muro, resintiendo al instante dicho arrebato—. Elimíname si es lo que quieres. Pero tienes que hacer de inmediato lo mismo con ese chico. Nada de experimentar con él, negociar o intentar entender cómo funcionan sus poderes. Lo digo muy en serio.

Lucas guardó silencio, contemplando reflexivo el apremiante desasosiego que irradiaba de cada una de las palabras de Charlie. No recordaba nunca haberla visto así. ¿Todo eso era en verdad sólo causado por ese muchacho?, ¿o es que acaso estaba intentando confundirlo de alguna forma?

No dijo nada más, y en el momento que consideró oportuno se volvió de nuevo a la puerta y salió de aquella sala. Su vieja amiga tampoco habló de nuevo, quizás en serio esperando que su mensaje haya logrado quedar lo suficientemente claro con lo que había llegado a decir.


Cuando Lucas ingresó de nuevo a la sala de observación, su mente seguía cavilando en todo aquello que había dicho y escuchado en la otra habitación. Aun así, usó toda su disciplina, derivada de sus largos años de servicio, para guardar sus dudas en un cajón muy profundo de su mente, y reunirse de nuevo con sus colegas con la mayor serenidad que le era posible.

El aire en la habitación ciertamente se sentía un tanto denso. Russel, Davis y Madeleine seguían mirando la imagen de Charlie en los monitores, a pesar de que la escena que habían estado observando tan fijamente ya había terminado desde hace tiempo. Sólo se giraron a ver a Lucas hasta que estuvo a unos cuantos pasos de ellos.

—Eso salió mejor de lo que esperaba —señaló Russel, no dejando muy claro si existía sarcasmo en sus palabras.

—Parece extrañamente calmada —indicó McCarthy, contemplando pensativo a Charlie en uno de los monitores. Ya había vuelto a su cama, acostándose boca arriba sobre ella—. Incluso un poco resignada.

—No te confíes —le contestó Lucas con brusquedad—. Sólo es lo suficientemente inteligente para no actuar de manera impulsiva. Estuvo buscando el Nido por mucho tiempo, y ahora que está aquí buscará la mejor forma de sacarle provecho a su situación. Debemos tenerla vigilada las 24 horas, sin excepción. No podemos darle ni un sólo segundo sin vigilancia.

—Eso ya está hecho —respondió McCarthy, asintiendo.

—¿Qué fue todo eso que estaba diciendo? —escucharon como Madeleine soltaba abruptamente, jalando la atención de todos hacia ella. La antigua jefa del DIC se viró por completo hacia Lucas. La mirada que se asomaba por encima de sus anteojos se sentía incluso un poco acusadora—. ¿A qué chico se refería?

Lucas permaneció en silencio unos minutos. Su mano derecha se alzó por mero reflejo, acomodando sutilmente el nudo de su corbata.

—Esa es información clasificada que, como bien comentaste tú misma, no deberíamos compartir con una visitante.

Madeleine entornó sus ojos con dureza, aunque no parecía del todo molesta con el comentario en realidad.

—De todas formas, no tienes de qué preocuparte —añadió Lucas con dejo más apaciguador—. No es nada que no tengamos bajo control.

—Igual es interesante ver el interés genuino que mostró en dicho asunto —comentó Russel con voz reflexiva—. Toda su actitud cambió al momento de tocar dicho tema, ¿no les pareció? Si es tan importante para ella, y nos vendría tan bien su cooperación en nuestra investigación, quizás podríamos usar esto como moneda de cambio, ¿no lo creen?

—¿Te refieres a hacer justo lo que pidió a cambio de que colabore con nosotros? —inquirió McCarthy, al parecer algo inseguro con la idea.

—Es una opción. Sólo tendrían que decidir cuál de los dos sujetos nos resultaría más valioso conservar.

—¿Cuál es la alternativa si no logramos que coopere por las buenas? —preguntó ahora Lucas, aunque en el fondo sin un sincero deseo de escuchar su respuesta.

—Siempre está la opción de inducirle un coma y estudiar su cerebro mientras duerme, como estuvimos trabajando con Gorrión Blanco hasta hace poco. O incluso podríamos intentar alguno de los "ajustes" que aplicamos con ella, y que de momento parecen estar funcionando, para hacerla mucho más cooperativa. Y claro, nunca hay que descartar el… prescindir de ella y estudiar su cerebro de forma más directa, y en especial poder ver de cerca su pituitaria. Aunque, siendo honesto, esta última opción es la que menos me gustaría explotar. Las posibilidades de poder estudiar a un UP como ella, y ver cómo usa sus habilidades frente a frente… no tiene ningún precio.

—No querrá estar "frente a frente" con ella si decide usar sus habilidades, doctor —señaló Lucas con marcada advertencia—. Como sea, dejémosla unos días ahí, aislada salvo para darle de comer, y que pueda pensar mejor las cosas a solas. Quizás luego esté más abierta a negociar. Sólo mantengan la vigilancia constante como indiqué.

Lucas miró de nuevo hacia Madeleine, y por mero reflejo la atención de todos los demás se enfocó en ella igual. La mujer, apoyada con ambas manos en su bastón, se había perdido de nuevo en las imágenes de Charlie, mostrándola en su cama desde diferentes ángulos. Era probable que no hubiera puesto mayor atención a su plática a partir del punto en el que reafirmaron su papel de visitante.

—¿Madeleine? —pronunció Lucas despacio. La mujer apenas y se sobresaltó un poco—. ¿Qué quieres hacer ahora? ¿Quieres acaso hablar con ella?

Madeleine Chief contempló en silencio los monitores por varios segundos más. Su rostro inexpresivo, casi petrificado. Soltó entonces un pesado suspiro, y se acomodó con cuidado sus gafas con una mano.

—No —pronunció de pronto, casi melancólica—. La estuve persiguiendo por tanto tiempo, y su presencia se volvió tan constante en mi vida, que creo que incluso me acostumbre a la idea de que estaba ahí, en algún sitio… buscándome también ella a mí. Pero es justo como dijiste antes, muchacho: no es un demonio, ni una diosa; sólo es una mujer amargada que desperdició treintaicinco años de su vida consumida por el rencor. Eso es algo que tenemos en común.

—Suena catártico —pronunció Russel, de nuevo no dejando clara su intención.

—¿Qué harás ahora entonces? —preguntó Lucas con voz cauta.

—Por lo pronto, supongo que volver a casa, llamar a mis nietos… quizás planear un viaje de inmediato a lo más lejos posible de este sitio. Y, con suerte, nunca volveré a escuchar el nombre de Charlene McGee otra vez.

—Es un buen plan —asintió Lucas, bastante conforme con escucharla decir eso. Esperaba que en serio aquello le hubiera servido para cerrar algún asunto—. Te acompaño de regreso a tu helicóptero, si te parece.

Madeleine no protestó en lo absoluto, así que suponía que sí le parecía.

Los cuatro salieron juntos de la sala de observación, aunque Russel se fue en otra dirección argumentando que debía ir al área médica a revisar a los demás pacientes. Quizás en el fondo ya no quería seguir más en la agradable compañía de Madeleine Chief. Como fuera, les tocaba ahora a Lucas y Davis encaminar a su visitante hacia el transporte que la llevaría de regreso a la civilización, avanzando al paso lento y pausado de la mujer mayor.

A medio camino hacia los ascensores, sin embargo, la radio que Lucas traía consigo en su cinturón sonó.

—Dir. Sinclair, ¿me escucha? —pronunció una voz por el radio, diferente a la que había escuchado más temprano esa mañana.

Lucas retiró la radio de su cinturón y la aproximó a su rostro.

—Aquí el Dir. Sinclair. ¿Qué ocurre?

—Director, tiene una llamada en espera por la línea privada externa.

El entrecejo de Lucas se arrugó, claramente intrigado por esa singular noticia. Por obvias razones, las comunicaciones hacia dentro o fuera del Nido estaban bastante restringidas. Por algo no se permitía ningún aparato electrónico externo, y toda la comunicación en el interior se llevaba a cabo a través de esos radios cifrados. Aun así, existían algunos medios para comunicarse con el exterior, como la red satelital privada de la agencia que servía para la comunicación de video y audio con otras bases y personas; esto incluida por supuesto la red segura que Lucas había usado para hablar con Madeleine la noche anterior. La línea privada externa que aquella persona mencionaba, era algo externo a todo eso; una línea de teléfono convencional, separada por completo de las redes de la agencia, aunque por supuesto muy bien monitoreada. Era principalmente usada por el personal de base (con sus marcadas restricciones) para comunicarse con familiares y conocidos fuera de la base, en especial para cualquier emergencia que ocupara una notificación rápida.

En el caso específico de Lucas, la única persona que se le ocurría que podría estarlo buscando por ese medio era su esposa, Norma. Sólo hasta ese momento logró caer en cuenta de que llevaba fuera de Washington bastantes días, y no se había comunicado a casa en todo ese tiempo. Sin embargo, eso resultaba hasta cierto punto "usual" cuando se trataba de su trabajo, y Norma lo sabía bien. Y aunque pudiera estar molesta por ello (y de seguro lo estaba), sabía que no lo buscaría por ahí… al menos que algo grave hubiera pasado.

—Voy enseguida —informó con aprensión a la radio, colocándola justo después en su cinturón de nuevo. Se viró entonces hacia sus dos acompañantes—. Debo atender esto. ¿Puedo tomar la llamada en tu despacho, McCarthy?

—Seguro, señor —asintió el capitán.

—Gracias. ¿Y te molestaría acompañar a la Sra. Chief arriba?

—Descuide, yo me encargo.

—Gracias otra vez. —Se giró entonces hacia la mujer de abrigo negro, que miraba al frente, con sus dos manos apoyadas contra su bastón en espera de que reanudaran su marcha—. Madeleine, cómo siempre ha sido un honor.

—Ahórrate las mentiras —masculló Madeleine, desdeñada—. Sólo cuídate, ¿quieres?

Lucas simplemente asintió, y se apresuró de inmediato hacia la dirección contraria con paso apresurado.

—Y dudo que él se cuide a sí mismo —añadió la Sra. Chief una vez que Lucas se fue y habían vuelto a andar—, así que tú deberás hacerlo por él, ¿de acuerdo, Davis?

—Lo haré lo mejor que pueda, señora.

—Y no olvides lo que dije de tu hija —indicó abruptamente, apuntándole con su dedo, casi acusador—. No fueron palabras vacías, ¿entendido?

—Se lo diré la próxima vez que la vea, lo prometo.

Madeleine sólo asintió. Ambos enfocaron entonces su atención al camino hacia el helipuerto, permaneciendo en silencio la gran parte de los siguientes pasos. La visita de Madeleine al Nido resultaría ser mucho más corta de lo que incluso ella había supuesto, pero bastante fructífera a su modo.


Lucas arribó a la oficina de McCarthy minutos después, sin aminorar su apuro ni un poco, salvo cuando se detuvo un momento para pedirle a Kat, la secretaria de McCarthy, que le transfiriera la llamada al teléfono privado del capitán, y que cuidar de que nadie lo molestara hasta que terminara. La agradable mujer de cabellos rojos canosos le indicó que lo haría con gusto, esbozando una amplia y gentil sonrisa. Lo más seguro es que no se había percatado de lo ligeramente preocupado que se encontraba el director en ese momento, pues de lo contrario le hubiera ofrecido de inmediato un té, o quizás algo más fuerte.

Ingresó entonces a la oficina, cerrando la puerta detrás de él, y se dirigió al escritorio, permitiéndose a sí mismo sacarle la vuelta para sentarse en la silla de McCarthy; de seguro no le importaría. Espero ahí paciente a que la llamada se conectara, aunque quizás "paciente" no era la palabra adecuada. Sus dedos tamborileaban sobre la superficie lisa del escritorio, mientras sus ojos estaban fijos en la puerta como si esperara que alguien entrara por ella.

Lo que su esposa quisiera decirle era su mayor inquietud, por supuesto, pero mentiría si dijera que las palabras de Charlie no seguían aún revoloteando en su cabeza.

"Si lo tienes dormido y vulnerable, no dejes que se despierte. Tienes que acabar con él, con todo lo que tengas a tu disposición. Si tienes que arrojarle una jodida bomba atómica, ¡hazlo! Pero no puedes dejar que salga de aquí…"

Nunca la había visto así; tan desesperada, tan… asustada. ¿Ese chico le causaba tal impresión? Ciertamente todo con respecto a él le resultaba bastante confuso; desde cómo fue que evitó caer en su radar dadas las extrañas circunstancias que lo rodeaban, y ahora cómo había provocado tanto daño en cuestión de días; más reciente incluso estando tan malherido.

"Yo no estaba en mi mejor condición, es cierto, pero aun así solté todo lo que tenía en su contra, lo suficiente como para que no hubieran quedado ni sus putos huesos. Y aun así, ese malnacido se paró, y barrió el piso con tus hombres. Nunca había visto algo así antes…"

«Ni yo» pensó Lucas, distraído. Y a lo largo de su carrera había visto una gran variedad de UP's, e incluso enfrentado varias criaturas extrañas de este mundo, y otros. Pero este muchacho Thorn parecía a simple vista representar algo totalmente diferente. Y era probable que sólo hubiera visto hasta el momento la punta del iceberg.

¿Se habría acaso él mismo metido en algo mucho más grande de lo que podía afrontar, justo como le había dicho a Charlie?

El teléfono sobre el escritorio retumbó, haciendo que Lucas se sacudiera un poco. Pasó una mano por su rostro y respiró lento por su nariz. De momento, ese asunto no debía ocupar de más su mente.

Alargó su mano hacia el panel del teléfono y presionó el botón parpadeante para aceptar la llamada. Luego tomó el auricular y lo aproximó a su oído.

—¿Norma? —pronunció de inmediato sin detenerse a saludar—. ¿Qué ocurre?, ¿todo está bien?

—Tu esposa está bien, Lucas —pronunció la voz al otro lado de la llamada, que claramente no era la de su esposa—. Lamento si acaso hice que te preocuparas.

La quijada de Lucas se abrió de par en par como reflejo a la fuerte impresión que lo había sacudido en un santiamén. Su lengua le pesó por unos instantes, impidiéndole en un inicio poder darle forma a cualquier cosa similar a una palabra. Al final, y tras algunos balbuceos, logró pronunciar despacio y algo pausado:

—¿Eleven…?

FIN DEL CAPÍTULO 119